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Mi padrastro

en No Consentido

Mi padrastro.

Esta es una historia frecuente y muchas veces ocultada por los protagonistas que prefieren evitar el escarnio y la difusión de una iniciación sexual que seguro las marca para toda la vida.

Mi madre había enviudado hacía tres años cuando yo tenía ocho de edad. Comenzó para nosotras una vida de privaciones y necesidades hasta que apareció en escena Carlos, un comerciante apuesto y millonario, que se relacionó con Inés, mi madre. Luego de un tiempo de conocimiento decidieron vivir juntos.

Luego de dos años, todo había cambiado y formaban una pareja feliz. Habían desaparecido las privaciones y reinaba la armonía entre los tres. Mi madre se encargaba de remarcarme la necesidad de que esto debía mantenerse en el tiempo pues dependíamos de su solvencia económica para mantener el status, y gozar de los beneficios que Carlos nos permitía disfrutar. Ella siempre fue ambiciosa y era capaz de cualquier cosa con tal de no perder los privilegios que el dinero nos proporcionaba.

 

Llegó mi pubertad y con ella los cambios. Apareció el vello pubiano y comenzaron a desarrollarse mis senos insinuándose los pezones y estilizando mi cuerpo. Recuerdo que con la primera menstruación me asusté. Ya había percibido un cosquilleo agradable sobre la vulva y diariamente acariciaba el clítoris hasta que sobrevino la menarca. Corrí al baño y luego de higienizarme me sinceré con mi madre quien me tranquilizó y me advirtió las prevenciones a tener en cuenta con los hombres a partir de ese momento.

Mi cuerpo pareció entrar en ebullición, cuando una noche me levanté para ir al baño tratando de no hacer ruido. En el trayecto, me detuve ante la puerta entornada de la habitación de mis padres que no se percataron de mi presencia. Estaban en plena sesión amatoria. Mi madre de rodillas inclinada sobre la pelvis de mi padrastro tomaba con sus manos el pene duro y parado introduciéndolo en su boca lamiéndolo y degustándolo como si fuese un helado. Quedé atónita ante la escena, pero no me moví. Un impulso me decía que me debía alejar, pero mi curiosidad, pudo más. Luego mi madre lo montó como una amazona, guiando con su mano el pene de Carlos que se introdujo hasta la raíz. Comenzó a cabalgarlo hasta que los gemidos de ambos se intensificaron y culminaron con una sacudida espasmódica entre palabras de amor y besos apasionados. Fue en ese momento que me pareció que Carlos se había percatado de mi presencia y corrí presurosa al baño. Allí comprobé la humedad de mi vulva, y al mirarme al espejo comprobé el rubor de mis mejillas. Me di placer al masturbarme con el cepillo que siempre usaba, y retorné a mi habitación sin hacer ruido.

Esa noche quedó grabada en mi mente. Ver a mi madre cogida por Carlos con su instrumento enorme dándole placer me hicieron fantasear con una relación sexual.

Carlos era un hombre de carácter y manejaba a mi madre a su antojo. Inés era todo lo contrario. Ambiciosa, cómoda, preocupada siempre por pasarla bien y dispuesta a complacer a Carlos sin reparar en prejuicios.

Tiempo después falleció una tía de mi madre y ella decidió concurrir a visitar a sus parientes del interior ausentándose por una semana. Yo no podía acompañarla por el colegio, y quedé al cuidado de Carlos.

Luego de acompañar a mi madre a la estación de ómnibus retornamos con mi padrastro a casa para cenar. Durante el viaje elogió mi figura y mi discreción la noche en que los observé haciendo el amor. Me había visto como supuse ese día. Me ruboricé pero no hice ningún comentario hasta llegar a casa

Luego de cenar fui al baño a ducharme y al retornar a mi pieza con solo el deshabillé encima de mi cuerpo, lo encontré a Carlos desnudo echado sobre la cama. Me sobresalté y quise volver sobre mis pasos, pero Carlos se levantó y se interpuso cerrando con llave la habitación. Estaba indefensa, y para más, observé como se paraba su enorme verga. Le supliqué que me tuviese compasión, que era virgen. Le recordé a mi madre, su esposa. Pero todo fue en vano. Me tenía acorralada. Podía gritar pero nadie me escucharía. Prácticamente me arrancó el deshabillé y me dejó totalmente desnuda. Me echó sobre la cama y se apoderó de mi cuerpo. Comenzó a acariciarme y besar mis senos, mordisqueó mis pezones. Sentí que me desvanecía y lo dejé hacer. Fue una verdadera violación.

 

Me pidió que besara su pene como había visto que lo hacía mi madre. Yo era una autómata. Su influencia sobre mi persona siempre había sido determinante y lo obedecí. Me incorporé y tomé con mis manos su verga parada ingurgitada por la sangre. Me lo introduje en la boca. Apenas me cabía. Siguiendo mis instintos comencé a besarlo tímidamente hasta que sentí la necesidad de tragarlo casi con desesperación y lo engullí. Luego con un movimiento de vaivén, lo hice entrar y salir succionando y lamiendo el pene como había visto a mi madre aquella noche. Me atraganté cuando sentí el sabor dulzón del semen al eyacular. Escupí en parte lo que no pude tragar, y el semen se deslizó por la verga hasta los testículos lubricando el falo y los testículos.

Sentí como su mano acariciaba mi vulva humedecida por el deseo. Tenía una calentura irrefrenable. Mi mente estaba bloqueada y solo atinaba a balbucear palabras incoherentes tratando de interponer argumentos de los que yo ni siquiera estaba convencida. Mi iniciación sexual con mi padrastro no tenía retorno. El muy cretino, se había dado cuenta lo que deseaba.

Lubricó mi vulva con sus besos y su saliva, y me prometió que iba a ser muy cuidadoso al momento de desvirgarme y que no temiese por el dolor, que rápidamente desaparecería dando paso al placer.

Creo que colaboré al recostarme en la cama y abrirme de piernas. Miré como ese corcel palpitante se aproximaba y tomaba contacto con el himen. Movió en círculos el glande sobre la vulva hasta que Carlos considero que yo estaba lista y comenzó a presionar suavemente tratando de introducirla. Yo estaba entregada y decidida cuando me exigió en un susurro que le pidiese ser suyo. Me olvidé del mundo y arqueé mi cuerpo, sin pronunciar palabra. Sentí un escozor intenso cuando rompió el himen y profundizó lenta y sabiamente la verga que se abrió paso dilatando las paredes de mi vagina virgen. Era el primer visitante. Parecía que me partía en dos, hasta que me fui acostumbrando a esa verga gruesa. El ardor inicial dejó paso al placer y comencé a acompañar a Carlos con movimientos de vaivén, abrazando con mis piernas su cintura.

Estuvimos más de quince minutos cabalgando hasta que sobrevino mi primer orgasmo con un hombre. Terminé empapada en sudor y al incorporarme observé el estado de las sábanas ensangrentadas mudos testigos de mi desfloración. Corrí al baño entre sollozos, arrepentida por lo sucedido. Me bañé y limpié los vestigios de sangre sobre mis muslos. Exploré mi concha irritada ante esa primera entrega. Me recompuse y comprobé ante el espejo el rubor de mis mejillas aún encendidas por el esfuerzo y la entrega. Al salir me esperaba Carlos con una sonrisa. Me tranquilizó y me hizo prometer que lo sucedido no lo comentase con nadie, incluso con mis amigas íntimas, que no lo comprenderían.

 

Al día siguiente mientras estaba en el colegio recapitulé lo sucedido y me fui excitando al recordar lo maravilloso que había sido mi iniciación. Carlos había sido un excelente profesor. Regresé a casa, y mientras miraba televisión, reclinada en un sillón, comencé a masturbarme inconscientemente. Sin darme cuenta de su presencia, me interrumpió mi padrastro que había vuelto de su oficina. Me incorporé sin pensarlo, lo abracé y lo besé. Se sorprendió. "¿Te gustó?", atinó a decir

"Sí, fue maravilloso. Estuve pensando todo el día en eso".

"¿Quiere más, mi lolita?". "¿Otra clase de sexo?", me preguntó

"No por favor, que le dirás a mama si se entera".

No me hizo caso, me levantó en brazos, me beso, y me llevó a la cama. Nos desvestimos y nuevamente gocé de ese miembro enorme y delicioso durante toda la noche. Quedamos exhaustos y nos dormidos abrazados.

Todos los días hicimos el amor. En la cama, al borde de la piscina, en la cocina, en el baño. Me encantaba cuando me preparaba para la cópula besando mis pezones y mi vulva casi lampiña. Su lengua me recorría y se ensañaba con el orificio anal para explorarlo con sabiduría. Aprendí a entregarme relajándome abriéndome de piernas y separando las nalgas, para facilitar las caricias y la penetración. Deseaba que mi padrastro retornara de la oficina para coger sin límites, hasta el día que regresó mi madre. Al ir en el auto a la estación para recibirla, me hizo jurar que no le daría motivos de sospecha. Me prometió que el se encargaría de evitar por su parte, que eso sucediese y me prometió que hallaríamos el tiempo, el lugar y la oportunidad, para gozar y disfrutar lo que habíamos iniciado.

 

Al llegar Inés, me abrazó y comentó lo hermosa que estaba, y el cambio que veía en mí en solo una semana. "Estas mucho más señorita desde que me fui", fueron sus palabras que me hicieron ruborizar recordando lo ocurrido.

No sospechó hasta más adelante lo sucedido con su marido hasta que una serie de circunstancias nos involucraron y será motivo de un próximo relato.

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