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La sobrina

en Amor filial

Todo comenzó cuando la sobrina de mi mujer decidió venir a la Capital a estudiar en la Universidad la carrera de medicina.

Como vivíamos solos con mi esposa, habitábamos una casa confortable, y disponíamos de comodidades, le ofrecimos nuestra hospitalidad y le cedimos una habitación haciéndola sentir como en su casa.

Silvana era una mujer de 18 años recién recibida del secundario, trigueña de cara agraciada y cuerpo armonioso. Mostraba dos magníficas piernas, una cola firme y dos senos pequeños de pezones duros que se traslucían a través de cualquier blusa que luciera. Parecía tímida y retraída, pero con el correr de los días se fue abriendo y nos hizo saber de su niñez y adolescencia que según ella no había sido del todo feliz. Había sufrido recientemente un desengaño amoroso y se había refugiada en el estudio descreyendo de los hombres que la habían defraudado y en una amiga de siempre que la había contenido, pero que decidió emigrar a España, y se sintió abandonada.

Yo sufrí un accidente que me postró por mucho tiempo en cama. Mi mujer me cuidaba y me atendía con todo esmero, y recibió una inestimable ayuda de Silvana que en ocasiones se sentaba en un sillón a estudiar y ver televisión para hacerme compañía.

Mi esposa no tenía relaciones sexuales desde el accidente, pues según ella temía perjudicarme. Mi libido seguía intacta y a pesar de mi insistencia, no conseguí torcer su voluntad, negándome el desahogo que tanto necesitaba. No podía entender su negativa, pues sabía de la fogosidad de antaño, y me suponía que joven aún y atractiva debía desear ser atendida sexualmente, hasta que sucedió algo que cambió mi vida y aclaró mis pensamientos.

Una noche mi esposa concurrió a una fiesta de la promoción de su Facultad y me acosté para ver televisión. Daban una película erótica y me dormí a la medianoche. Entre sueños percibí los jadeos y gemidos de los protagonistas que me despertaron por la nitidez y la proximidad con que se oían. Abrí mis ojos y sin moverme, observé a Silvana en el sillón, que con una pierna sobre el apoya brazos abría sus muslos y acariciaba su vulva generosa y prolijamente depilada. Justo enfrente de ella se hallaba un espejo que me permitía observar sus movimientos, provocándome una excitación creciente y un momento mágico impensado. Los jadeos que acompañaban al film también eran de ella que parecía remedar las escenas. Yo no me movía, aunque por el rabillo del ojo pude ver como periódicamente giraba su rostro para observarme. Me hacía el dormido, pero lo que no pude impedir fue la erección de mi pene, que hacia carpa con las sábanas que cubrían mi cuerpo, y que no pasaron desapercibidas para Silvana que parecía disfrutar con la situación. En un momento se levantó y de su habitación retornó con un consolador, comenzando con un juego erótico que culminó con un orgasmo prolongado entre jadeos y gemidos cuando se lo introdujo hasta el fondo de su concha. Sus jugos se esparcieron por sus muslos, y ya no pude más, tomé con mi mano el pene erecto y lo acaricié masturbándolo. Silvana se levantó, retiró las sábanas se arrodilló y, sin mediar palabras, completó las caricias con su boca hasta que eyaculé dentro de ella. Estaba desbordado luego de tantos años de abstinencia. Se atragantaba con tanta leche, pero siguió mamando y sorbiendo el semen. Era increíble su avidez. Luego se dedicó a jugar con mis testículos, introduciéndolos en su boca. Yo debido a mi incapacidad para moverme libremente, le permití que me colocara de bruces al borde de la cama donde comenzó un delicioso juego con su lengua lubricando el orificio anal mientras con sus manos me abría las nalgas, haciéndolo más complaciente. No emitíamos palabras, todo era sensualidad y placer. Luego se colocó el consolador ajustándolo a su pelvis y me propuso un juego donde cambiaríamos los roles. No tenía modo de oponerme, más bien deseaba experimentarlo por primera vez.

Separó mis piernas, lubricó la prótesis, y mientras yo separaba mi verga con las manos para darle espacio, colocó la cabeza del consolador en el orificio anal virgen aunque dilatado por sus manos y su saliva, y comenzó la penetración. De a poco lo hacía entrar y salir. Cuando atravesó el esfínter no pude evitar un gemido de dolor, entonces se desbordó, me enterró el consolador hasta el fondo acelerando los movimientos. Su voz imperativa me hacía saber que estaba en su poder y era esclavo. Busqué su boca con desesperación, y encontré su lengua como respuesta. Llegamos juntos, yo a eyacular nuevamente y Ella a un orgasmo entre expresiones de placer y gemidos que tuve miedo fueran oído por los vecinos.

Silvana se encargó de limpiar todo y dejarlo como si nada hubiese pasado, y ya en tren de confidencias me confesó que sabía de mis urgencias y necesidades sexuales por palabras de mi esposa, quien a través de sus palabras intuía que necesitaba un tratamiento especial, y que si yo no me oponía Ella se iba a encargar del mismo para recuperar el deseo y el placer.

 

A partir de la experiencia con mi sobrina Silvana, quedé pendiente de sus palabras que me intrigaban,”yo voy a lograr que María recobre sus deseos y disfrute del sexo en plenitud”.

Yo en mi situación de dependencia pero ahora seguro de mis respuestas ante los estímulos eróticos, todas las noches esperaba ansiosamente algún indicio de la promesa hecha por mi sobrina, hasta que finalmente eso ocurrió. Sentados frente al televisor me comentó, que le propondría a mi esposa seguir una película dramática con escenas de alto contenido erótico, que Ella ya había visto, y en donde dos mujeres al final se hacían el amor. Eso haría que aprovechara el momento para inducir a María, preparándola para una situación similar. Estaba segura que mi esposa tenía una inclinación bisexual que nunca se había atrevido a demostrar. Para que la situación se produjera necesitaba, si yo no me oponía, colaborar ese sábado acostándome temprano aduciendo que tenía sueño, y me hiciese el dormido durante toda la película. Me pidió el grabador que registraría, ubicándolo en un sitio disimulado, la conversación entre Ella y mi esposa y las expresiones que demostrarían la certeza de sus presunciones.

Como habíamos quedado con Silvana, ese sábado luego de cenar, a eso de las once de la noche, cuando mi sobrina nos invitó a disfrutar de la película, aduje cansancio y luego que María me acostó, las deje solas en el comedor diario.

Escuché cuando se recostaron en la habitación contigua y encendieron el televisor. Se oía perfectamente el inicio del film y las palabras en inglés de los protagonistas, hasta que pasados unos diez minutos Silvana le pidió bajar el volumen y de paso fijarse si yo estaba dormido, ya que habían comenzado algunas escenas escabrosas y los gemidos de los actores podían perturbar mi sueño. Se levantó María y sentí sus pasos al aproximarse. Fingí dormir y comprobé su magnífica figura al desnudarse, y ponerse un camisón a la rodilla que dejaba ver por debajo la diminuta tanga que cubría el sexo y sus dos magníficas piernas. Luego retornó a la habitación donde la esperaba Silvana y la película.

Escuché cuando mi sobrina le preguntaba si yo dormía y luego de la respuesta contundente asegurando que no despertaría hasta la mañana, la invitó a compartir la cama para no tomar frío.

Estaba pendiente y excitado imaginando lo que podría suceder, y más cuando Silvana, escuché, le pidió permiso para apoyarse en su cuerpo pues sentía frío. María aceptó pues también dijo, necesitaba el calor de su cuerpo.

Se escuchaba solo el sonido del film, hasta que llegó a mí la voz de María que le decía a Silvana

“Por favor, saca la mano del muslo”

“¿Esta fría, tía? ”

“No al contrario, es muy cálida”,”y me excita, por favor no sigas”

Siguió un silencio de algunos minutos durante los que comencé a masturbarme. Hubiera pagado para observar lo que sucedía entre ellas. Hasta que la voz de Silvana me sacó de mi juego, cuando le pidió:

“Tía, acaríciame”,” te quiero y te necesito como la protagonista de la película”

Sentí un movimiento como ambas revolviéndose en la cama, y un sonido inconfundible de dos personas besándose.

María escuché que le decía con voz trémula, que jamás había tenido relaciones con una mujer cuando Silvana le propuso iniciarla. Mi esposa le pidió un minuto para ver si yo continuaba dormido. Sentí sus pasos acercándose y rogué poder disimular mi estado de excitación. En un susurro me llamó por mi nombre sin que me moviese, y por el rabillo del ojo observé como sacaba de la cómoda el consolador que usaba desde años antes para desahogarse. Se fue sin hacer ruido y escuché cuando se recostó en la cama.

Me la imaginé abierta de piernas, con Silvana arrodillada a horcajadas sobre su cuerpo, besándose en la boca y luego a mi sobrina descendiendo, acariciando y besando los senos alternativamente y mordisqueando los pezones, deteniéndose en el ombligo para finalmente besar y lamer la vulva humedecida por el deseo y con su saliva, lubricando aún más la concha y el orificio anal como lo había hecho conmigo.

Estaba pendiente cuando escuché los gemidos y los jadeos de mi esposa,”mmmhhh, mmmhhh, aaahhh, quiero más, es maravillosa tu lengua”, “Que placer”,”nunca supuse que fuera tan gratificante”. “Luego te lo voy a retribuir”

“Ahora viene lo mejor”, le respondió Silvana. “Este consolador va a hacer que me lo pidas muy seguido, querida tía”.”Te voy a enseñar lo que pueden gozar dos mujeres dispuestas a disfrutar del sexo sin tabúes”.

Yo no podía más de la calentura, mi pene endurecido recibió las caricias de mis manos. El semen fluyó a borbotones cuando eyaculé por primera vez y gocé como nunca antes. La sensación superaba con creces mis relaciones anteriores. La imaginación me llevaba a límites insospechados sintiendo los gemidos de mi esposa cogida por mi sobrina, quien también gozaba sabiendo que yo las oía desde mi habitación.

De pronto sentí un grito contenido de mi esposa al recibir el consolador en su vagina. Con voz desfalleciente le pedía por favor que se lo sacara quejándose del enorme tamaño que tenía. Silvana no interrumpió los movimientos, es más le pidió en un momento que cabalgara las piernas sobre sus hombros, mientras ella lubricaba el consolador con vaselina. María estaba a su merced y accedía a todas sus propuestas. Gemía y gozaba de placer.

“no por favor, por la cola no””no lo voy a soportar”

“Relájate, no te va a doler”,” Así como tu concha lo recibió, tu culo soporta éste y mucho más”.

Mi sobrina sabiendo que las escuchaba con voz audible le dijo “Ahora va”, y le enterró el consolador hasta la raíz.

El grito de dolor María no lo pudo contener. Luego sentí los jadeos y la voz de mi esposa que enculada como estaba la besaba y le preguntaba en un susurro, si yo las habría oído desde mi pieza. Silvana le acariciaba los senos y le decía, para que yo la oyese.

“No te preocupes que si eso sucede estará feliz de saberte atendida y seguramente, no te lo va a reprochar”.”Es más, creo que deberíamos invitarlo a participar la próxima vez”.

Finalmente escuché cuando cambiaron los roles y María la hizo delirar cuando su lengua besó sus senos mordió los pezones y le arrancó suspiros al jugar con el consolador en la vulva y la concha lampiña de Silvana para terminar con un orgasmo sonoro cuando con un rápido movimiento de vaivén la hizo acabar varias veces.

A la mañana siguiente le pregunté como le había parecido la película y observé el rubor de sus mejillas cuando sin mirarme me contestó que era muy erótica y la había puesto en trance como no le sucedía desde hacía varios años, y que esperaba que la repitiesen para verla juntos para darme una sorpresa junto a Silvana que la había disfrutado en todo el sentido de la palabra.

Luego del relato anterior donde mi sobrina inició a mi esposa en una relación homosexual con mi consentimiento, esperé que se dieran las circunstancias para hacer realidad lo que escuché esa noche de lujuria y de placer. Que se produjera lo que oí sobre el final: el encuentro entre los tres para explorar un universo diferente como tantas veces había fantaseado en mi subconsciente. Me parecía imposible que María aceptara pues creía conocerla pero luego de lo ocurrido ese sábado entre ambas, no perdí las esperanzas confiando en el poder de persuasión de Silvana que me había demostrado su determinación cuando quería conseguir algo. La muy putita gozaba con todo lo que tuviese relación con el sexo y seguramente encontraría la oportunidad para concretar sus propósitos.

Efectivamente, mientras María se duchaba una tarde de verano, Silvana irrumpió en el baño con el pretexto de buscar una toalla y cerró la puerta con el cerrojo. Supuse que algo iba a suceder entre ellas y traté de escuchar los sonidos y las voces del interior del baño. Me aproxime y observé a través de la cerradura lo que ocurría adentro. Silvana se desnudó totalmente para luego correr la cortina del baño y enfrentar a mi esposa. María se sobresaltó al verla y en un susurro le pidió que se fuera pues yo las podía oír. Silvana no le hizo caso y la besó en la boca sellando sus palabras, luego, sin hesitar, se agachó, beso sus senos y mordisqueo los pezones lo que intuí por los gemidos de María, hasta que pude ver su pelvis y la boca de Silvana que le comía la vulva. Finalmente María, sin poder resistirse, entre jadeos y pedidos para no continuar con ese placer y la tortura que le producía, le facilitó las caricias al elevar una pierna sobre el borde de la bañera y ofrecerle la concha en toda su magnitud. Era lo único que el orificio de la cerradura me permitía visualizar con mis ojos, pero lo suficiente para producirme una calentura fenomenal y la erección de mi miembro que parecía escapar del calzoncillo que era mi única indumentaria. Comencé a masturbarme y golpeé la puerta pidiéndoles que me dejaran participar. Sentí el chapoteo del agua y al descorrer del cerrojo. Mi sobrina, me franqueó la entrada. Me aproximé a mi esposa y la besé. Su rostro sonrojado por la situación, el pelo y su cuerpo aún mojado por el agua de la ducha, me excitaron más. Entre pedidos de disculpa y mohines me devolvió uno por uno los besos y las caricias, reclamándome que le calmara su calentura.

Silvana nos secó y luego de esparcir crema por nuestros cuerpos con un masaje suave y sensual, nos guió hasta la cama matrimonial. Los tres desnudos nos recostamos y Silvana entremedio de los dos comenzó con caricias alternadas. Me besaba y le acariciaba las tétas a mi esposa, luego la besaba a María y agarraba con una mano mi verga y la acariciaba masturbándola y arrancándome gemidos de placer, En un momento nos pidió que nos liberásemos y dejásemos de lado los prejuicios. María se incorporó y luego de besarla se situó entre las piernas de Silvana y comenzó con una caricia deliciosa abriendo los labios de la vulva e introduciendo su lengua en profundidad, de allí la sacaba chupando y mordisqueando el clítoris arrancándole suspiros y gemidos de placer. Luego fue mi esposa la que invirtió su posición y le beso los muslos y la concha a Silvana que se retorcía de gozo Yo, ante la visión de esa cola parada que se ofrecía, me situé por detrás de mi esposa y luego de abrirle las nalgas, lubriqué con saliva sus orificios y la penetré por su concha húmeda por el deseo. Cuando intenté penetrarla por el ano, se rehusó como siempre, pero ante mi insistencia y la confesión de Silvana de lo que yo sabía del consolador en la noche de la película, aceptó. Silvana que se había incorporado se situó al costado y nos ayudó. María se abrió las nalgas con sus dos manos. Silvana me chupó la verga y luego le colocó un profiláctico lubricándolo con vaselina. Con sus dedos le amplió el orificio anal a María, y cuando consideró que mi esposa estaba preparada, me besó y me susurró al oído que la penetrase y no hiciese caso a sus quejidos o gritos de dolor.

Efectivamente le insinué el glande en el orificio anal y con un movimiento brusco atravesé el esfínter. Gritó, pero Silvana y yo casi le impedíamos los movimientos. Seguí con un vaivén rítmico entrando y saliendo con decisión hasta introducir el pene hasta la raíz. Los quejidos fueron cediendo hasta transformarse en gemidos de placer. Los orgasmos se sucedían según sus expresiones y sus movimientos elevando la cola ante cada embestida me incitaban a profundizar mi verga gruesa y dura después de mucho tiempo. Asido como estaba de las caderas de mi esposa, observé como Silvana se masturbaba ante la visión de sus tíos cogiendo y el consolador enorme que recibía en sus entrañas, le provocaba espasmos a su vientre. Finalmente, en forma imperativa nos suplicó que la atendiésemos a ella. María y yo la hicimos gozar como nunca, pues después de todo por la edad y la experiencia podíamos ser sus maestros. Penetramos a ese cuerpo joven gozando en todas las formas y arrancando expresiones de placer que se repitieron durante muchas veladas mientras vivió en casa. Recuperamos la alegría y el placer practicando con mi esposa y esa mujer joven y hermosa disfrutando del sexo en toda su plenitud.

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