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La profesora de piano

en Lésbicos

La profesora de piano.

Tenía 11 años cuando mi madre me llevó a estudiar piano. La profesora, Malena, era una mujer madura de muy buena figura. Alta, de cabello corto, cintura estrecha y piernas torneadas. Era soltera y no se le conocía novio ni festejante. Mamá siempre comentaba lo extraño que le resultaba su personalidad y su soltería pues la encontraba atractiva para cualquier hombre.

Recuerdo que fue desde el inicio una mujer amable y cariñosa. Decía sentir debilidad por mi persona, y se dedicó por entero a mi perfeccionamiento.

Tuve mi primera menstruación a los doce años y fue Malena la primera en enterarse. Hasta tal punto había llegado mi confianza que resultó ser mi confidente en lo concerniente al sexo. En casa mis padres consideraban al tema como algo pecaminoso y no estaban preparados para evacuar mis preguntas y mis inquietudes de niña que entra en la pubertad.

Malena me respondía cada una de mis dudas y yo inocente le preguntaba todo. Con el tiempo me animé a preguntarle por su soltería y ella me contestó que de adolescente había sufrido un desengaño cuando su novio la abandonó dejándola embarazada. Del disgusto perdió el niño y juró nunca más enredarse con un hombre.

Había cumplido 18 años cuando como fin de curso di un concierto donde mis familiares me felicitaron y Malena recibió el beneplácito de la audiencia por mis interpretaciones. Yo, estimulada por ella, me dediqué por entero al estudio pues decía que tenía muchas condiciones y un ángel especial. Salía muy pocas veces con amigos o compañeros y prefería compartir mis vivencias con Malena. En realidad sentía por ella una mezcla de sentimientos entre admiración y atracción que no terminaba de comprender. Un día, sobre la mesa del comedor de la casa de Malena adonde concurría tres veces a la semana observé un libro. Mi curiosidad me llevó a abrirlo, y para mi sorpresa, poseía varias ilustraciones con mujeres haciéndose el amor. Lo hojeé rápidamente hasta que apareció Malena y lo dejé al instante. Malena no hizo ningún comentario, y yo avergonzada por haber sido descubierta le pedí pasar al baño para ocultar mi embarazo. Noté que mi bombacha estaba mojada y mi rostro al mirarme al espejo, arrebolado. Las imágenes me habían excitado. Me recompuse lo mejor que pude y cuando volví, Malena me preguntó como al descuido si me sentía bien.

"Perfectamente" fue mi respuesta todavía turbada por lo que había visto en el libro.

"Vamos a ensayar al piano", me propuso Malena.

Nos sentamos juntas como siempre, en el mismo taburete. Mis pensamientos estaban con las figuras del libro y no me podía concentrar a pesar de mi esfuerzo. Malena lo notó enseguida, y poniendo su mano sobre la cara interna de mi muslo derecho pidió que me relajase. Instintivamente cerré mis piernas y su mano quedó atrapada por mis muslos.

"¿Te excitaron las fotografías?"."¿Nunca habías visto a dos mujeres haciendo el amor?", me preguntó.

Quedé atónita y sin respuesta.

"Es normal a tu edad, ¿no te masturbas acaso?", me preguntó. Bajé la mirada avergonzada, y ella continuó. "Hacer el amor entre mujeres que se quieren y se desean es maravilloso como lo describe el libro, mi pequeña adorada".

Sus palabras resonaron en mis oídos y mientras mi excitación crecía al recordar las escenas del libro, me dejé llevar por la influencia y la admiración que despertaba mi profesora.

"Cierra tus ojos, abre tus muslos y déjate llevar por tus deseos", me conminó con voz imperativa.

Sin pensarlo obedecí sus órdenes. Malena comenzó a acariciar mis muslos hasta llegar a mi bombacha. Sentí reptar sus finos dedos sobre la tela, hasta que acarició la vulva e instintivamente abrí las piernas. Sentí desfallecer por las caricias. Me besó en la mejilla y la besé.

Nos incorporamos y de la mano me dejé llevar hacia el sillón. En un susurro me dijo que no tuviese miedo que íbamos a ser muy felices y muy prudentes. Acto seguido me pidió que me desnudase. Estaba entregada a sus caprichos. Mi cuerpo delgado y mis senos pequeños ardían de deseo. Los pezones endurecieron al contacto de su boca y su lengua. Recostada sobre su regazo disfruté de sus manos que acariciaban mi vulva, mientras me ofrecía sus senos voluminosos y sus pezones oscuros y lánguidos. Me imaginé ser una beba mamando de su nodriza y sin pensarlo dos veces me apoderé de ellos y los lamí y chupé con fruición. Que hermosa sensación.

No lo debo haber hecho muy mal pues comenzó a gemir. "Mi chiquita adorable, te amo desde hace tiempo". "Me das tanto placer", balbuceaba ofreciéndose. Finalmente se incorporó y se situó entre mis piernas, separó delicadamente mis muslos y entreabrió la vulva. "Eres virgen mi pequeña doncella, nunca había visto un himen intacto", susurró y comenzó a besar con su lengua la raja de arriba abajo. Entonces fui yo la que derramé mis fluidos entre gemidos y gritos contenidos. Sentí que me estremecía con sus caricias. Era la primera vez que experimentaba algo tan maravilloso.

A partir de ese día nuestros encuentros fueron intensos y aprendí a darle placer y gozar de su compañía. Mi himen seguía intacto pues Malena tenía sumo cuidado en no desflorarme a pesar de que varias veces le sugerí que me penetrase pues quería ofrecerle mi virginidad a quien más quería. Ella me prometió que ya llegaría el momento y tendría mi recompensa, y ese momento llegó.

Malena compró un juego de consoladores para mi cumpleaños y decidió estrenarlo entre nosotras. Cuando los tuve entre mis manos me asusté, eran demasiado grandes y se lo comenté a Malena que con una sonrisa, y a modo de explicación me expresó "por donde salen los bebes puede penetrar cualquiera de ellos sin problema".

Fuimos a su alcoba y me desnudó con suma delicadeza. Mientras me besaba, me susurraba al oído el cuidado que tendría al desflorarme. Yo temía al dolor que me podría causar la rotura del himen pero confiaba en ella. La quería tanto que soportaría cualquier dolor con tal de satisfacerla y demostrarle mi amor. Además mi excitación era tal que me apresuré a desprender mi corpiño y bajar la bombacha para quedar a su merced y obedecer sus sugerencias. Me recosté en su cama mientras Malena terminaba de desnudarse, me pareció hermosa cuando se acercó y le ofrecí mis labios. Nos abrazamos y nos besamos apasionadamente. "No temas mi doncella adorada";"Seré tuya de aquí en más", me dijo mientras su mano acariciaba mis senos y mis pezones. Luego fue deslizándose a lo largo de mi cuerpo besándome hasta situarse entre mis muslos. Su boca se apoderó del clítoris y su lengua lubricó la vulva.

"Abre lo que más puedas las piernas y trata de no cerrarlas cuando percibas un escozor o un ardor intenso, luego todo será más placentero", me previno, "Voy a comenzar con un dedo y luego dos o tres hasta desgarrar el himen en su totalidad". Yo casi no la escuchaba. Deseaba que no se demorase tanto, quería sentirme mujer y su amante. "Hazme tuya, lo deseo, mi cuerpo te pertenece", la apuraba, mientras agitaba mi pelvis instándola a terminar con mi virginidad.

Primero fue un dedo el que se insinuó y rompió la tela que cubría la entrada a la vagina, luego dos y finalmente tres terminaron de franquear la concha. No pude evitar un pequeño grito cuando sentí desgarrarse al himen pero mi deseo era tal que temiendo que se detuviese le rogué, "No me hagas caso, continúa". Percibí que un hilillo de sangre caliente escurría por mis muslos y acompañé los movimientos de sus dedos entrando y saliendo, arqueando mi pelvis para hacer más profunda la penetración hasta que experimenté un orgasmo ruidoso y prolongado. Había perdido mi virginidad con mi profesora de piano. Seguía excitada, enseguida lo notó Malena. Se colocó una prótesis remedando un pene, lo untó con vaselina y con cuidado me lo fue introduciendo con suaves movimientos de vaivén. Sentí que las paredes se dilataban y se hacían complacientes. Era una sensación extraña. Abrazada a ella no dejaba de acariciar su espalda y sentir sus pechos rozando mis pezones. Deseaba hacerla feliz. En un momento comenzó a agitarse y busco mi boca con desesperación. Nos besamos y llegamos juntas a un orgasmo maravilloso. Me había iniciado en la vida sexual con alguien que me contenía y me amaba como yo a ella.

De allí en más disfrutamos de una relación intensa pero discreta ocultando ante mis padres y la sociedad nuestra condición de lesbianas debido al rechazo que en esa época se tenía por la homosexualidad.

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