Fui becada a un congreso médico de sexología en San Pablo,
por el laboratorio Argentino, junto una colega de Rosario, Adriana Campos quien
me fue presentada antes del embarque hacia Brasil.
Era una mujer de unos cuarenta años rubia muy llamativa, desenvuelta y locuaz
con la que hice buenas migas de entrada. Me comentó que era casada, sin hijos y
con una vida social muy activa. Tenía un prestigio profesional bien ganado e iba
a presentar varios trabajos de la especialidad, que junto a los míos serían los
únicos del país
Al llegar a San Pablo nos alojamos en un hotel muy cómodo de cuatro estrellas
con piscina, laque utilizamos casi todos los días, combatiendo el clima
sofocante del verano. Tomamos la habitación juntas, con dos camas separadas y un
balcón terraza desde donde se divisaba el movimiento febril de esa ciudad
industrial.
Nos acreditamos en el congreso al día siguiente de nuestra llegada, donde nos
enteramos que nuestros trabajos los debíamos exponer dos días previos la
clausura, por lo que nos quedaría tiempo para recorrer la ciudad y conocerla.
Nos alertaron de la inseguridad si decidíamos salir solas, y nos recomendaron
que fuésemos acompañadas por algún hombre conocedor del ambiente, sobre todo si
salíamos de noche.
Luego del horario del congreso retornábamos al hotel, donde disfrutábamos de la
piscina, protegidas del sol, Pero las horas se hacían interminables y de común
acuerdo decidimos tomar un guía. Habíamos conocido un chofer muy simpático que
todos los días nos trasladaba al Centro de Convenciones, con el que comentamos
algunos temas del congreso. Cuando le propusimos ser nuestro cicerón,
rápidamente aceptó. Todos los días salíamos al atardecer para conocer los
lugares más característicos, aunque al tomar confianza, conociendo el tema
quenas había traído a San Pablo, nos recomendó que conociésemos un club privado,
solo concurrido por gente selecta donde podríamos ver un espectáculo de sexo
explícito inimaginable
En principio nos rehusamos, pues me parecía un desatino pensando que algún
conocido nos viera, pero luego en el hotel, Adriana me convenció argumentando
que nadie nos conocía tendríamos tema para desarrollar en nuestra especialidad.
La noche de la presentación de los trabajos fue un éxito, y luego de recibir las
felicitaciones de los colegas, volvimos al hotel para disfrutar de la piscina.
Mientras descansábamos en las reposeras, noté a Adriana inquieta, como queriendo
decirme algo, hasta que finalmente se sinceró y me propuso ir al club privado y
yo curiosa y deseosa de ver algo diferente, acepté.
Me bañé, me perfumé, y revestí discretamente para no llamar la atención. Juntas
con el chofer nos dirigimos al famoso club Edén que tanto nos había sugerido de
conocer Marcel.
Era majestuoso y al entrar percibí un ambiente cargado de erotismo y
sensualidad. Nos ubicaron en una mesa próxima al escenario, donde bailarinas
desnudas, danzaban entre sí acompañadas con un stripper conformando figuras
sugerentes de relaciones múltiples al rozar el varón con su slip diminuto las
zonas sensibles de las mujeres, queso contoneaban al compás de la música. La
miré de reojo a Adriana, que disimuladamente se acariciaba la entre pierna,
mientras observaba absorta la escena. Alcancé a escucharla cuando le preguntaba
a Marcel, que era lo que sucedía en los pisos superiores, y la respuesta me
intrigó. Había que pagar un plus de treinta dólares para acceder al primer piso
donde se podían observar relaciones sexuales entre distintas parejas, que
ofrecían sus fotos como recuerdo a diez dólares cada una. Mi timidez me impedía
participar en las decisiones pero cuando se pararon para subir los acompañé.
Llegamos a una sala donde a través de ventanas que daban a seis habitaciones
amplias se podían ver a mujeres hombres practicando el amor. Mujeres con
mujeres. En otra y en la medida que colocábamos dinero vimos dos mujeres con un
hombre y viceversa. Nunca había visto una orgía en privado. Adriana me tomó de
la mano y percibí su calentura, Luego de quince minutos se cerraron las
ventanas, y al encenderse las luces, pregunté ingenuamente que veríamos en el
segundo piso. Allí suben ustedes dos solas, nos dijo, y preguntó si traíamos
máquina de fotos para registrar nuestras experiencias. Agregó que en el piso
superior había que poner en la sala de control cien dólares para ver en una
pantalla hombres y mujeres como nunca nos imaginamos, para elegir y compartir
con ellos una hora. Agregó que no tuviésemos miedo, pues todos estaban
controlados y eran de absoluta confianza. Nos explicó que recibiríamos órdenes
para participar y si no quisiéramos, seríamos complacidas y podríamos retirarnos
o utilizar nuestras propias cámaras para registrar el momento. Finalmente, nos
dijo que nos esperaría en el salón de la planta baja, pues no tenía apuro y
disponíamos del tiempo necesario, para disfrutar y registrar todo para volcarlo
en futuros trabajos.
Subimos hasta el segundo piso, y en una sala con varios monitores pusimos el
dinero para que éstos se encendieran. En ellos aparecieron las figuras desnudas
con hombres que portaban su miembro viril de un tamaño asombroso, Adriana en el
paroxismo de acalentura, sin pensarlo pulsó el botón del elegido. Se abrió una
puerta invitándola a pasar, me dejo la cámara y me pidió registrar lo que
sucediese desde la cabina de control.
Me preparé, y observé como siguiendo las indicaciones, pasó al baño, se desnudó
y retornó a la habitación. La esperaba un hombre de unos veinticinco años comuna
verga descomunal que se acerco y la colocó de rodillas para que la mamara. A
pesar de su madurez, Adriana conservaba un cuerpo apetecible con senos firmes
con pezones oscuros y puntiagudos. Enseguida logró la erección máxima de alberga
cuyo glande parecía no caber en la boca. El joven la giró y le acercó el miembro
rígido por detrás. Pulsé otro botón para oír desde adentro los sonidos hasta mi
llegaron los jadeos, los gemidos, y el alarido de Adriana al ser penetrada por
esa enorme polla. Se movían frenéticamente y ella le pedía más. El joven se
aproximó a Adriana y le susurró algo al oído. Observé como ella asentía con sus
ojos entrecerrados, entonces entró otro joven con la verga en la mano y ella la
tomó y lámame con fruición. Era una orgía disfrutada por todos. Yo sacaba fotos
con la cámara digital y mi respiración se agitaba. Me encontré acariciando mi
vulva humedecida por el deseo. Finalmente la llevaron al baño donde tuvo la
última cogida.
Se reencontró conmigo en la cabina y me confesó que jamás había tenido una
velada como esa noche, y me propuso imitarla. Le expliqué que nunca le había
sido infiel a mi marido y no me animaba. Aunque la visión de su experiencia
había despertado mi deseo dormido de una cogida diferente con un extraño, como
algunas veces había fantaseado. Para convencerme me preguntó si creía en la
fidelidad de mi esposo en sus salidas al exterior, y decidió por mí. Pulsó en el
monitor y allí apareció un hombre atlético con la verga más grande que jamás
había imaginado. Le dije que no lo haría pero cuando se abrió la puerta, Adriana
me empujó. Me encontré sola en una habitación amplia con un diván y un baño
pequeño. Entró un joven de treinta años que me sorprendió, descubrió el miembro
y al extraerlo, no me pude contener, me arrodillé siguiendo mis impulsos, y lo
llevé a mi boca. Al pararse casi me atraganta y lastima las comisuras de mis
labios. Me asusté, mi concha sería incapaz de recibirla, y le pedí por favor que
no me poseyese. Desde la cabina Adriana desoyendo mis ruegos me suplicó que
continuásemos. Desnudos, yo sola con las medias de puño me puede frente a la
cámara, pues iba a registrar el tamaño de semejante polla y la capacidad de mi
vagina. Así lo hice y al tomarla en mi mano noté sus dimensiones y pensé que era
la última oportunidad para sentirla y disfrutarla. Estaba excitadísima. Entonces
me monté e introduje de apoco esa verga enorme, temiendo que desgarrase mi
concha que nunca había recibido algo desemejante tamaño y el dolor que podía
causarme. Me lubricó con vaselina y lentamente me fui sentando sobre el pene.
Las paredes de mi concha se fueron dilatando hasta llegar al fondo. Yo gemía y
lloraba al mismo tiempo. Me parecía mentira haber albergado esa polla.
Experimenté uno tras de otro tres orgasmos, terminando exhausta y satisfecha.
Me bañé y me vestí. Bajamos con Adriana al salón donde nos aguardaba a Marcel, y
retornamos al hotel. Allí nos volvimos a bañar. Comentando con Adriana, ya
totalmente desinhibidas, me refirió su placer por la velada en el club y la
hermosa experiencia al ampliar sus conocimientos, y la sorpresa al haber visto
de cerca el pene que me había iniciado en la infidelidad, demostrándola
capacidad de mi vagina para dilatarse y recibirlo. Entre sonrisas opiné lo mismo
por lo que había recibido ella y agregué que nuestras conchitas, habían aprobado
la tesis sobre la dilatación y la capacidad nos habíamos recibido de conchudas
agradecidas
Emprendimos el regreso con una mención especial por los trabajos presentados y
con una experiencia práctica no frecuente en colegas dedicados a nuestra
especialidad. Nos despedimos en el aeropuerto con un guiño especial después de
presentar a nuestros maridos prometiéndonos encontrarnos en futuros congresos,
para intercambiar experiencias y conocimientos.