Esa no fue la única, ni la última vez que las fantasías
sexuales acompañaron mis sueños, y estoy convencida, que casi todas las mujeres
los han tenido o los han experimentado alguna vez. La mayoría no se anima a
contarlo, pero en su intimidad saben que lo que digo es verdad.
Otra vez, recuerdo, en oportunidad de una invitación en que fuimos con mi esposo
al campo de mi cuñado a pasar unos días, viví una experiencia insólita. Una
madrugada, a las tres de la mañana se levantaron los peones y todos los hombres
de la casa, para ir a vacunar y marcar a la hacienda. Yo serví el mate cocido y
las galletas, y les preparé la comida del mediodía, ya que iban a un potrero a
varias leguas del casco de la estancia, y regresarían recién por la tarde.
Quedamos el domador y yo, que prácticamente había terminado su tarea, y según
comentó luego de controlar el servicio del padrillo a una yegua alzada, se iría
al norte de Corrientes a trabajar donde lo habían contratado. Cuando se fueron
todos me recosté a dormir. Sentí al alba, el despertar del campo con sus ruidos
inconfundibles y el trino de sus pájaros. Ese aroma propio del rocío matinal con
el olor a tierra húmeda y al clarear y observar al sol despuntar en el
horizonte, me indujo a levantarme para disfrutar de ese momento incomparable. Me
vestí con una pollera amplia y cómoda de paisana hasta la media pierna, una
blusa floreada para estar más fresca y unas zapatillas tipo boyero. Salí al
patio al escuchar el relincho de los caballos en el potrero vecino, quería
disfrutar del aire puro y las maravillas de la naturaleza que me ofrecía el
campo entrerriano. Caminé hacia el aljibe y apoyada en él, me detuve al ver como
a unos diez metros de distancia se iba a producir la fecundación de esa yegua
alzada que esperaba al padrillo alazán que relinchaba pidiendo paso al potrero
para satisfacer su instinto. Lucio el domador se acercó, le abrió la tranquera,
y el semental caracoleando se aproximó.
Comenzó un juego de seducción con ligeras carreras y golpes
con el cogote, hasta que la yegua se paró. Yo estaba absorta ante esa visión, y
sentí un cosquilleo interior al ver por primera vez esa escena. Lucio, acomodó
con sus manos las patas delanteras del padrillo cuando por detrás montó a la
yegua que se había afirmado abriendo sus patas traseras separando las ancas. El
padrillo desplegó su verga que debía medir cerca de medio metro y blandiéndola
intentó introducirla en la matriz sin conseguirlo al principio, hasta que
finalmente lo logró. El relincho de las bestias y las sacudidas, según me dijo
Lucio de lejos, le indicaban que la cópula se había consumado, pero que harían
dos o tres intentos más hasta satisfacerse plenamente. Me quede apoyada mirando
al peón que se retiró detrás de un árbol para orinar, e instintivamente me moví
para observarlo. Se había desprendido la bombacha mostrando su verga oscura y
gruesa con el glande descubierto y enrojecido, quien al darse cuenta que lo
miraba, la sacudió endureciéndola. Observé al padrillo, que nuevamente trataba
de montar a la yegua y apoyada aún sobre el aljibe miré de reojo al domador, era
atlético, morocho con músculos marcados por el trabajo. Traía la verga
palpitando en su mano y se aproximó por detrás, Me imaginé que ese hombre rudo y
fuerte me iba a poseer. Lo deseaba. Me hice la distraída y esperé el momento. Me
levantó la pollera por detrás y la enrolló en mi cinturón. No cruzamos palabra,
pero yo imitando a la yegua me abrí de piernas separando las nalgas, y al
elevarme en puntas de pié le ofrecí mi sexo. Veo que aprendió rápido la
patrona exclamó, voy a coger a la hembra más hermosa que conocí sentencio
groseramente, desgarró la bombacha y sin más me enterró de un solo movimiento,
la verga hasta los testículos, Grité de dolor, nunca había recibido un pene
semejante. Entraba y salía con furia salvaje, chorros intermitentes de semen
lubricaron mis entrañas y corrieron por mis muslos. Finalmente la sacó. Sentí
como la vagina se había dilatado por el bombeo de ese pene desconocido.
Me di vuelta y lo tuve de frente, y entonces comprendí mis sensaciones. Ese
domador tenía una verga oscura enorme y gruesa, y al verla aún parada, con su
glande rojo babeante, un impulso incontrolable hizo que me arrodillase y lo
lamiese golosamente hasta limpiarlo del todo. Entonces me alzó sentándome en el
borde del aljibe. Se colocó entre mis piernas y me volvió a coger, era
insaciable, sus movimientos de vaivén me enloquecían. Yo jadeaba y gemía de
placer. Tuve mi tercer orgasmo. Lucio me había desprendido la blusa y me
acariciaba los senos chupando los pezones como un animal sediento. Nunca había
tenido sexo con un salvaje como aquel. Por último entre jadeos y gemidos tuve un
orgasmo al sentir su eyaculación final. Quedé exhausta y satisfecha ante tamaña
cogida y los labios irritados de mi vulva, me recordaron al caminar, la
experiencia vivida por algunos días Al mediodía se despidió antes que retornasen
los hombres y jamás lo volví a ver. Muchas veces de noche, sueño con un padrillo
salvaje como aquél y cuando despierto por la mañana suelo tener las mejores
relaciones sexuales con mi esposo.
PROSTITUCION
Después de compartir el sexo entre Antonio y mi amante, conocí a mi verdadero
amor, que me devolvió la alegría de vivir que aún hoy perdura. Son años de
verdadero sentimiento y comprensión que me permiten disfrutar sin misterios ni
ocultamientos al recordar con él, mi pasado sexual. Del amor sus placeres y
dolores me ocuparé en otro momento, pues es la sublimación del sentimiento en la
vida terrenal y aquí solo quiero recordar mis experiencias sexuales que pasaron
por mi vida y que contribuyeron a valorar lo placentero e importante que es el
sexo en la vida de los humanos.
No hace mucho, comenzaron a declinar los ingresos pecuniarios en la familia al
perder mi esposo su trabajo. Las dificultades económicas deterioraron la
aparente armonía entre él y yo, pero mantuvimos el vínculo por nuestros hijos.
Ellos se casaron y formaron su hogar, pero a pesar de ello seguimos dependientes
de sus vidas y de los nietos.
Sospeche siempre de la fidelidad de Antonio, que a su vez sospechaba de mí y me
lo echaba en cara, aunque últimamente lo noté mucho más comprensivo y amable.
Tenía un amigo del trabajo, que se había retirado a tiempo y había instalado su
propia empresa, y a quien yo también, había conocido de joven. El éxito había
coronado su iniciativa y hecho una pequeña fortuna que le permitió poseer entre
otras cosas materiales, un crucero para seis personas con cuchetas para pasar la
noche si fuera necesario. Periódicamente iba de paseo al Uruguay, y nos invitaba
a compartir un viaje de placer con todos los suyos, pero aún por diversos
motivos no lo habíamos podido hacer. Juan Carlos, que así se llamaba, insistía
por mi presencia y ahí me di cuenta de su interés por mi persona, y más cuando
estando solos en casa, esperando por mi marido, me propuso ir los dos a tomar un
café. Me negué pero él insistía ante cualquier oportunidad donde nos
encontrábamos. No sabía si contárselo a Antonio, pues temía su reacción, ya que
siempre lo elogiaba y me decía que estaba detrás de un negocio que le había
propuesto J.C. que nos beneficiaría a todos, y a partir de allí no íbamos a
tener urgencias económicas. Me pedía que fuera amable con él pues notaba que le
rehuía y evitaba su presencia, que su relación nos convenía, y yo podía cerrar
el negocio si accedía a sus pretensiones. No supe cómo explicarle lo que pasaba.
Por otro lado comencé a pensar en todo lo que me decía, y a dudar si Antonio no
estaba al tanto de las intenciones de Juan Carlos. Siempre había sabido de su
machismo y de sus celos por mis amistades masculinas, que en más de una ocasión
lo llevaron a agredirme. Las finanzas en casa iban de mal en peor, hasta que una
tarde llegó Antonio y me dijo que había recibido una suma importante de dinero a
cuenta del negocio que cerraba con J. C. y por ello iría a Mar del Plata por
cuatro días. Me sugirió que ante cualquier eventualidad recurriese a J. C. y lo
complaciese en sus pedidos, ya que de ello dependía el éxito y la continuidad
del negocio.
Ese viernes temprano me levanté para despedirlo, llegó J. C. a buscarlo para
llevarlo a la estación y le ofrecí un café, pero se excusó diciendo que
llegarían tarde y prefería ir primero al micro, pero luego vendría aceptando mi
convite.
No sé porque me arreglé y maquillé para esperarlo, aunque debo reconocer que
siempre fui coqueta. Una hora después tocaba el timbre de casa y al salir a
recibirlo elogió mi belleza y me piropeó como hacía mucho tiempo no lo hacia mi
marido. Mientras tomábamos el café me propuso embarcarnos al mediodía, para
hacer un paseo en su crucero hasta el Uruguay. No supe que decir y como excusa
le expresé que a Antonio no le agradaría si se enteraba, pero insistió y me
contestó que ese no era impedimento pues se habían puesto de acuerdo en que me
iba a necesitar durante su ausencia y ante la seguridad de sus palabras, por
último acepté.
Preparé mi equipaje y me maquillé ansiosa esperando que me pasase a buscar.
Llegamos a la guardería náutica, donde nos esperaba el capitán y una marinera,
que nos atendería durante el viaje de tres días entre ida y vuelta a Carmelo.
Nos embarcamos y partimos a las dos de la tarde. El tiempo era magnífico, y
apenas dejamos los riachos, J.C. me sugirió que me pusiese la malla para estar
cómoda. Entré a la cabina y aprecié la amplitud y la categoría del habitáculo
que tenía detalles propios de una embarcación de lujo. Dos cuchetas marineras a
cada lado y adelante separado por una puerta corrediza otro ámbito con una cama
doble que ocupaba casi todo el espacio, al fondo un baño completo con ducha
inclusive. Dejé mi maleta, me puse la malla y me miré al espejo, en ese instante
entró él y elogió mi cuerpo, me dijo que siempre le había gustado y agregó que
mi belleza se había acentuado en la madurez. Confieso que me halagó. Él tampoco
estaba mal, era alto, algo grueso, de ojos oscuros y mirada profunda, con el
pelo entrecano y la frente amplia. Era en suma, atractivo y distinguido. Su ropa
de marca y su reloj, mostraban la bonanza económica y la generosidad de su
billetera, que se puso de manifiesto cuando me obsequió un collar de perlas y un
ramo de flores que tenía preparado en la cabina. Instintivamente lo bese. Hacía
tantos años que alguien no me agasajaba, pero que le diría a Antonio. Cuando lo
iba a rechazar sonó el celular de J.C. y para mi sorpresa era mi marido que
había llegado a Mar del Plata, y se comunicaba con el barco. Me senté en la cama
y escuché la conversación absorta, separó de su oreja el celular y me lo acercó
para que oyese. Mi marido preguntaba si todo estaba bien y si yo estaba
embarcada acompañándolo. Él le respondió afirmativamente y me pasó el teléfono.
No sabía que decir hasta que Antonio rompió el hielo, me preguntó como estaba, y
si lo pasaba bien. Le respondí que sí y repregunté si ellos dos, se habían
puesto de acuerdo por el viaje. Me recomendó que lo complaciese, pues de ello
dependía nuestro futuro. Me di cuenta que me había entregado por su tranquilidad
económica.
Me vino a la memoria la película Una propuesta indecente, donde ahora yo era
la protagonista. No lo podía creer. Cerró el celular y cuando me paré, me besó
delicadamente, y sin que yo atinase a articular palabra, me invitó a tomar sol
en cubierta, pues teníamos mucho tiempo por delante para disfrutar del viaje y
tomar decisiones. Era un caballero y no se aprovechaba de la situación. Eso me
gustó y me tranquilizó al mismo tiempo. El aire y el sol que acariciaban mi piel
y los pensamientos que bullían en mi cerebro hicieron que me durmiese y solo me
desperté cuando Gloria la marinera se arrodilló y me ofreció un copetín,
mientras depositaba los ingredientes en una mesa ratona. Me incorporé y me
recosté en una reposera de plástico desde donde observé a J.C. al timón del
crucero, y a su lado a Enrique el joven capitán que le advertía de algunos
secretos de la navegación. Charlaban animadamente y reían con sus comentarios,
pero al verme ya despierta J.C. se aproximó y se sentó a mi lado, dejando el
comando en manos del capitán. Me explicó que íbamos a fondear en un recreo donde
podíamos bañarnos en el río. Yo apenas sabía nadar y le trasmití mis temores,
pero me tranquilizó diciendo que tanto Él, como el capitán y la marinera
estarían prontos por cualquier eventualidad. El día y el sol tórrido invitaban
al chapuzón, y apenas llegamos, amarramos y nos tiramos para refrescarnos.
Mientras disfrutaba de la tarde contemplé a Adrián, el joven capitán. Debía
tener unos treinta años, bronceado por su permanente contacto con la naturaleza,
de ojos verdes y figura atlética con sus músculos marcados y la cabellera al
viento, parecía un gladiador romano, era verdaderamente un hermoso hombre.
Gloria, tampoco le iba en zaga con su belleza, era rubia de ojos celestes y
figura armoniosa, con la cintura estrecha, las piernas torneadas, y la cola y
los pechos firmes, propios de su juventud y seguramente de practicar deportes al
aire libre, lo que aprecié al verla en bikini. Retozamos durante una hora, y
decidimos embarcarnos para continuar con el último tramo hasta Carmelo, donde
llegamos a eso de las ocho de la noche con la caída del sol. Gloria preparó la
cena con mariscos y un buen vino blanco, que compartimos los cuatro. Yo estaba
muy cansada, y a los postres le pedí permiso para bañarme, mientras Gloria y
Adrián se despedían para ir a tierra a disfrutar de la noche. J.C., me respondió
que el barco, ahora tenía dueña y podía disponer lo que quisiera. Estaba algo
mareada porque me había excedido en el vino y no estaba acostumbrada al trajín
vivido. Me obsequió una salida de baño primorosa y me sugirió de ponérmela luego
de la ducha. Mientras me refrescaba, pensé en todo lo ocurrido, me sentí
halagada y me dispuse a disfrutar plenamente del crucero, pues sentí que nadie
me podía cuestionar, especialmente mi marido que había depositado en mí la
solución de nuestros problemas económicos.