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El asalto

en Orgías

Mis relaciones matrimoniales habían entrado en un cono de sombras, la rutina y el tedio nos desmotivaba tanto a mi esposa como a mí. Eran siete años de vida conyugal, signados por el trabajo y las relaciones sexuales como una obligación. Ella antes había sido diferente, y yo la recordaba de los momentos de pasión y lujuria al hacer el amor.

Por ello decidimos pasar unas vacaciones alejados del ruido de la ciudad y alquilamos una quinta en las afueras, para reencontrarnos con la felicidad de la vida en común. Era propiedad de un conocido que nos la cedió para el mes de enero. La casa quedaba en medio de un parque que la rodeaba, y una pileta de medianas dimensiones que la disfrutaríamos en soledad.

Llegó el verano y nos instalamos en la casa de dos plantas cuyo piso superior constaba de dos habitaciones y un baño en suite, con amplias puertas ventanas que comunicaban a una terraza que daba al parque. Un árbol enorme cubría con sus ramas parte de la misma y le daba sombras. En la planta baja se hallaba un amplio comedor y una sala de estar con una televisión de 29 pulgadas y una video casetera. En definitiva poseía todas las comodidades para hacer placentera nuestra estadía. Era acogedora y confortable aunque demasiado grande para los dos. En el silencio del día disfrutaríamos de los gorjeos de los pájaros y el ruido de las hojas meciéndose al viento.

Luego de ubicar nuestros equipajes y ordenar las cosas terminamos el día extenuados. Debido al calor reinante nos acostamos previo un baño reparador, yo solo con el slip, y Silvia con una tanga y un deshabillé transparente que dejaba ver las bondades de su físico prácticamente desnudo.

Serían las dos de la mañana cuando percibí un ruido y me desperté sobresaltado, encendí el velador y parados frente a mí, dos hombres encapuchados me amenazaron. Mi mujer despertó y se abrazó a mí inmediatamente, profiriendo un grito contenido de sorpresa y temor al vernos invadidos. Habían entrado a través de la terraza y la puerta ventana que habíamos dejado abiertas de par en par, por el calor reinante.

El que parecía llevar la voz cantante, con voz imperativa nos pidió tranquilidad, y nos dijo que no nos pasaría nada si los obedecíamos. Solo querían el dinero. Mientras me serenaba les dije la razón de nuestra estadía y que hallarían solo el dinero que habíamos traído para pasar el mes.

Nos hicieron incorporar, y luego me ataron a una silla de pies y manos. Me preguntaron por la caja fuerte y al advertirles que estaba en la habitación contigua, el jefe llevó consigo a mi esposa para abrirla, mientras el segundo sujeto me apuntaba con su arma y se quedaba de custodia. A pesar de la media que cubría su rostro tuve tiempo de observarlo. Era de estatura mediana, de contextura robusto como de un atleta de músculos trabajados en un gimnasio, su remera remarcaba sus bíceps y sus pectorales. Debía tener alrededor de treinta y cinco años al igual que su cómplice.

Escuché, como mi esposa, abría el cofre donde se encontraban los quinientos pesos, y Tino, que así se hacía llamar, se quejaba en voz alta de lo exiguo del dinero, conminándola a conseguir más pues sino íbamos a atenernos a las consecuencias.

Retornaron a la pieza donde me hallaba atado, y al reiterarle que solo podrían encontrar en mi billetera unos trescientos pesos más, me colocaron una mordaza en la boca con una cinta adhesiva, y en voz alta, con pleno dominio de la situación, elogiaron la belleza y la sensualidad de Silvia, como si fuese un apetecible manjar a punto de saborear. Estaba impotente para reaccionar cuando me di cuenta que iban a concretar sus amenazas. Le dijeron a mi esposa que debía cumplir sus órdenes para no arrepentirse pues yo la pasaría muy mal si se negaba. Después de todo ella sería la heroína sacrificándose por mi salud física.

Me miró a los ojos, y yo asentí con un movimiento de cabeza para no contrariarlos y evitar males mayores. El jefe se desnudó quedando solo con su capucha, y acercándose a Silvia de un tirón la despojó del deshabillé dejándola con la tanga. Yo, a tres metros de distancia, contemplaba todo sin poder intervenir. Estaba absorto y confundido. Cuando Tino la instó a arrodillarse y mamar su verga y Ella obedeció, mi miembro se irguió por la calentura de ver a Silvia tomar con sus manos la verga descomunal de ese atleta vikingo con su rostro cubierto. Los movimientos al besarla y mamarla con fruición me convencieron que. Silvia disfrutaba de la situación, lo que corroboré al ver como entrecerraba sus ojos y desplazaba su lengua a lo largo del miembro, y más cuando introdujo en su boca los testículos y jugando con ellos desató un gemido de placer en Tino quien finalmente eyaculó dentro de ella atragantándola y derramando el resto del semen por las comisuras de sus labios.

Era una imagen psicodélica. Jamás había estado en una orgía. Ver a mi esposa como centro de la misma me excitó sobremanera. Mi miembro amenazaba con romper el calzoncillo, cosa que no pasó desapercibida para ninguno y despertó el comentario intencionado de mi custodia, que también se desnudó. Lo extrajo de su cautiverio y comenzó a masturbarme. Era bisexual. Le pedí por favor con señas que me quitase la mordaza. Accedió y cuando me liberó, comencé a gemir. Silvia me miraba y cuando el jefe le quitó la tanga, no se quejó ni opuso resistencia. La colocó de espaldas sobre la cama, abrió sus piernas y sin preámbulos le introdujo la verga hasta los testículos. Silvia exhaló un grito contenido ante la embestida, pero lo recibió gozosa. Comenzó a hamacarse y a jadear ante cada movimiento de vaivén. La verga iba y venía. Yo los veía desde una posición de privilegio. Luego de eyacular, pude ver como Silvia buscaba la boca de Tino con desesperación desgarrando en parte la media que cubría el rostro para gozar con la lengua húmeda del asaltante.

Yo permanecía atado, y contemplé lo mejor de la velada. Tino de espaldas sobre la cama se hizo montar por Silvia quien con su mano guió la verga introduciéndola en su concha. Pude verla en toda su magnitud, era enorme, y esos labios abiertos e irritados de la vulva por los movimientos de vaivén me dieron la pauta de la capacidad de la concha para albergar semejante pija. Las manos de Tino separaron las nalgas y abrieron el orificio anal lubricado además por el semen escurrido desde la concha. Entonces su cómplice aproximó su verga por detrás. Silvia excitada por la cogida de Tino no se percató de la aproximación de esa segunda pija hasta que el empuje decidido de mi custodio hizo que atravesara el esfínter. Lanzó un grito de dolor pero las manos firmes de Tino impidieron todo movimiento de defensa y observé las nalgas abiertas de mi mujer como una fruta desgajada, que permitían el acceso de la verga dentro del recto de mi esposa. Creo que en ese momento eyaculé al ver la doble penetración. Se movían frenéticamente entrando y saliendo de la concha y el culo de Silvia que jadeaba y gemía de placer. Los incitaba en voz alta a darle toda la leche mientras gozaba de múltiples orgasmos, Los hombres le acariciaban, besaban y lamían sus pechos mordiendo sus pezones y sus glúteos, luego ya desfalleciente por el esfuerzo y recostada en la cama se dedicaron a lamerle la vulva y el clítoris llevándola al éxtasis. En un susurro Silvia les pidió que me dejaran participar pues no los íbamos a denunciar ya que el placer y el reencuentro con el sexo estaban bien retribuidos con el dinero que se llevaban. Me desataron y luego de unos minutos reiniciamos los juegos sexuales. Mi esposa se prestó a todo. Se vistió con la lencería erótica, se maquilló como una prostituta y recibió la atención de los tres, no sin antes ser elogiada por todos por su sensualidad y su fogosidad. Mientras uno la cogía por el culo y otro por la concha ella sorbía con fruición mi pija haciéndome eyacular dentro de su boca. El que la cogía le separaba las nalgas con sus manos, el que le hacía el culo, la tomaba de atrás acariciando las tétas y pellizcando los pezones, y yo tomándole la cabeza quería que me tragase la pija. Luego cambiábamos de posición. Parecía insaciable. Luego de varias horas al amanecer se retiraron dejándonos exhaustos y satisfechos. Nos bañamos juntos y nos dormimos abrazados y felices de haber reflotado el deseo en nuestro matrimonio y cumplimos la fantasía que ambos teníamos desde mucho tiempo y nunca nos atrevimos a confesar.

Lo que nunca supo mi esposa es que yo había contratado al asaltante para que nos excitase y tuviésemos esa noche inolvidable para recrear nuestra pasión dormida.

hjlmmo@ubbi.com

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