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Violetas imperiales

en Hetero: Infidelidad

Violetas imperiales

No protesta cuando cierra la puerta con llave. La levanta de la silla. Le mira el escote, agarra las solapas de la blusa y lentamente las abre. Se recrea con cada botón que suelta. Se ha puesto para él ropa interior violeta. Como el primer día. Como la letra del primer correo. Ni se fija. Se limita a meter las manos dentro de las copas del sostén y a sacar sus pechos. No dice nada. Retuerce los dos pezones al tiempo. Quiere que se encabriten.

Luego la sujeta por los hombros. Agita su cuerpo. Sonríe divertido y burlón al ver los meneos de sus pechos. Los soba, los amasa. Los dos al tiempo. Los mira. Y vuelve a jugar con ellos. Los agarra, los estruja, los retuerce casi con con saña. Disfruta haciéndoselo con fuerza.

Silencio. Agarra su melena y la retuerce. Parece un asa. Mueve el brazo llevando la cara hacia donde él quiere. La fuerza a inclinarse ladeando la cabeza. Puede mirarla desde arriba. Con soberbia. Tendrá que arrodillarse. Lo intuye. Ella sabe que tendrá que bajar la cremallera. Sabe perfectamente que su boca será la encargada de proporcionar placer.

Se restriega contra su rostro. La besa. No, la morrea. La nota cada vez más dura.

- ¡Vamos zorra!

Simple. Déspota. Escueto. Suficiente. Es la señal de salida. Temblorosa la mano comienza a liberar al miembro. Tiene que bajarle todo y recoger los faldones de la camisa para que no le estorben. A su marido no se lo hace así. Pero lo ha visto en las películas.

Lame el capullo mientras mira la barra de carne que dentro de nada volverá a poseer su cuerpo. La palpa. La mide con la mirada. Se delita observándola con calma, con la calma que el día anterior no pudo. Siente cada vena hinchada, cada centímetro de piel. Así en sus manos parece más grande. Con timidez intenta mirar hacia arriba. Quiere ver su rostro.

Tira de su cabello y comprende la orden. Su lengua baja por el tronco. Lame sus huevos. Se interna entre las piernas. Como una prostituta profesional lame y lame su pene, sus testículos, incluso los alrededores de su ano. A otra le hubiera dado asco, pero lo hace. Las medias se clavan ya dolorosas en las rodillas.

Ahora abre la boca. Se la va a tragar. Entera, lo sabe perfectamente. No hace falta que se lo digan. Él la tiene sujeta por la cabeza. Le obliga a retirar las manos. La sujeta con fuerza por la nuca y aprieta. Comienza a moverse como si la estuviera penetrando. La está follando la boca. Sólo se escuchan sus jadeos y los ruiditos guturales de ella. Mientras siente como ese enorme falo la asfixia, piensa que ya la ha usado por dos sitios. Algún día será su ano el que reciba la visita de aquella descomunal herramienta. Quizás hoy.

Justo en ese momento el pene se vuelve aun más duro. Lo sabe. Lo ve venir. Lo ha intentado muchas veces. Pero es incapaz de tragar el esperma de su marido. Lo aborrece. Pero hoy será distinto. Hoy es el de un extraño -un extraño que cada vez lo es menos-. Es consciente de ello. Se resigna vencida. Ni lucha por separar la cabeza. Sólo desea que lo haga cuanto antes. Que termine pronto.

Una convulsión. Y la manos aprisionan su cráneo. Los espasmos. El semen comienza a brotar incontrolado. Con fuerza, con presión, como una manguera de líquido caliente, pringoso. Su textura le raspa la garganta. Se ahoga. Si quiere respirar tiene que abrir más la boca y engullir el líquido. No quiere hacerlo, trata de evitar que esa crema penetre en su garganta. La cuesta trabajo tragar. Se atraganta. Y él la sujeta con tanta energía la cabeza que sus dedos se clavan y la hacen daño. Y empuja con todas sus fuerzas. Otro chorro. Se ahoga. Se la escapan las lágrimas. De asfixia, de humillación.

Casi ha conseguido meter entera esa tremenda polla en la boca. Las arcadas son cada vez más fuertes, pero da igual, él sigue. Otro espasmo, otro chorro. Ya la llega a la garganta. El vello del pubis la roza la nariz. Aprieta a tope. La ahoga. Expulsa su último chorro. Tiene la boca llena.

Sólo cuando está desinflada la retira. En su rostro hay un rictus burlón. El aire entra por fin en su garganta. El semen le escurre por el lateral de los labios. También su propia saliva. Hace ademán de limpiarse la boca. La detiene. Mirando hacia arriba ve como aprieta su pene. Le aprieta desde su base con extraños movimientos que terminan en su capullo. Es como si tratara de obtener de él su última gota. Y lo logra: una "lágrima" asoma por el glande. Cae colgando de un hilillo, estirando y encogiendo su cordón hasta que se estrella justo encima de la ceja. Por un momento la vienen a la cabeza esas imágenes de películas porno japonesas. Se siente como una de ellas. Medio desnudas, arrodilladas, sumisas, sucias, con la cara llena de babeante esperma, permitiendo sin protestar que sus amantes eyaculen sobre sus rostros.

Cae a cuatro patas, aliviada, rendida por la asfixia. Tose. No puede evitarlo. Se ve a sí misma humillada y esa sensación despierta su conciencia. Esa que le escupe a la cara las más terribles verdades. Esa que la dice que en sus encuentros ya no hay morbo. Todo es puro sexo. Solo sexo. Solo vicio. Pornografía pura y dura. ¿Y quién ha dicho lo contrario? ¡¡Pero si es lo que querías, so zorra!!

¡¡Mírate, jodia guarra!! ¡Menuda imagen!. A cuatro patas, con las tetas colgando, balanceándose. El rostro manchado de semen, tratando de llevar aire a los pulmones. Pero eso no es lo peor. Lo peor es que el coño te arde. Tiene que llevar allí la mano. La humedad traspasa sus braguitas violetas. Literalmente está calada. Sus dedos tienen que apartarlas. Ni se ha molestado en quitárselas, ni siquiera en bajárselas.

¿Y él? Él sigue mirándola burlón. Acariciándose obsceno los testículos. Está frente a ella mirándola prepotente -¿cómo no?- mientras se abrocha el cinturón dejando fuera su pene, ve como ella Ttiene que apoyar la cabeza en el suelo. No se sostiene. Sigue jadeante. Es suya. Se acaricia. ¡Qué vergüenza!

Deja que su cuerpo ruede por el suelo. Una mano en los pechos. La otra se mueve rápida, con fuerza, acaricia furiosa su clítoris. Esa mirada de vicio lo dice todo. Su entrega total también. Podría pisarla. Podría hacerla de todo. Podría escupirla, mearla en la cara. Cierra los ojos. Lenta, insegura abre la boca. Está lista para todo, para lo que sea.

Justo cuando "llega" le oye cerrar la puerta. Ni se ha quedado para ver cómo se corre. Ni se molesta en ver su humillante orgasmo. Simplemente la usa y se va. Se está convirtiendo en su putita particular. Jadeando, sucia, degradada, tirada en el suelo de su propia oficina no lo duda. Además sabe que en un par de días cuando abra el correo tendrá un e-mail.

El muy hijo de... lleva apuntado cuando su marido viaja. Y lo aprovecha. Ella se lo enseñó.

En su e-mail tendrá una nueva fecha. Una nueva dirección donde ir a follar. Y todo se le viene encima. Y lo recuerda.

Tirada en el suelo lo recuerda.

Ese e-mail… la de veces que me habré arrepentido. Desde que lo remití. Desde la primera contestación.

Infantil. Pueril más bien. Luego soez. Si extremadamente soez. Directo. Prepotente. Pero al tiempo tentador. Si, tan estúpido que resulta irresistible el no seguir.

¿Contesto? ¿Qué se habrá creído ese...? ¿Cómo llamarle? No sé ni cómo denominar a ese... estúpido... Ni siquiera sé qué pinta tiene...

Aunque tal vez con un poco de inventiva se arregle la cosa. ¿Por qué no probar? No cuesta tanto. Mato la curiosidad y a ver qué pasa.

Me pide un breve resumen de mis gustos... Unas cuantas fotos subidas de tono cargadas de ingenio...

Luego ya fue fácil. Sólo esperar la ocasión adecuada.

* * *

Primera Parte

La disculpa de la típica cena de empresa. Muy manida pero útil. Y el marido tan contento.

Después de la cena ya sabes, el ineludible baile de Navidad. Y como siempre, su esposo tan sensato, tan juicioso, tan prudente,... ¡Qué demonios tan aburridoo!... "Quédate en el hotel Cariño... con tus compañeras... Que no te preocupes, si mejor así... si siempre se bebe... si mejor así..."

Es un cielo, piensa al colgar el teléfono.

Al mirarse en el retrovisor sonríe pícara. Serás gilipollas... dice susurrando al acordarse de los cuernos que lleva. Pero no lo dice en tono insultante, no todo lo contrario. Casi hasta con cariño... pero con morbo.

A veces, pero muy pocas veces, hasta siente remordimientos por traicionarle y ser tan... –conozco perfectamente la palabra pero en ocasiones me cuesta decirla: puta-

- Bueno ya le compensaré de alguna forma, piensa mientras monta en un taxi.

Si, llegar... disimular y luego la disculpa de siempre: "Bebí más de la cuenta". ¡Qué fácil es echar siempre las culpas a esa copita de más!...

Durante el trayecto lo piensa. ¿Cómo lo hará? ¿Qué pasará? Intranquila. Curiosa. Supongo que comenzará como comenzamos siempre. Tocará un poco. Un poquito nada más. Un poquito más... otro pequeño avance... Y seguro que él piensa lo mismo que los demás tíos: una pequeña avanzadilla y si dice que no -o para la mano- pues a disimular. Pero si no hace nada, a seguir, que quien calla otorga.

Y eso es lo que le da morbo: la caza, la seducción ¿quién seduce a quien? Pero más morbo le daría aun contárselo a su marido. Una pena que su marido no entre al juego, ni siquiera en fantasías. Una pena que no pueda compartir con él ese juego, que no pueda contarle que la adrenalina se apodera de sus venas cuando un macho –si, un "macho", a veces más que su marido- va minando su resistencia.

* * *

Segunda Parte

Acertó. El primer paso fue un par de toqueteos en su culito. Lo esperaba. Algún que otro azotito. Ella no sabe qué hacer. ¿Seguir? ¿Parar? Pero en ese momento, algo cargada de alcohol y -por qué no reconocerlo- algo caliente, le mira la entrepierna.

Deja que la agarre por la cintura y la acerque a su cuerpo. Siente como sus senos chocan con su pecho al bailar. Ahora se está restregando más o menos disimuladamente. Parece -le da la sensación- de que está bien armado. Al tacto, siente que no se equivoca. Tampoco le importa.

Una mirada cómplice basta para advertir a sus amigas de que no la esperen esta noche.

En ese momento recuerda el e-mail. Su estúpido e-mail. Él conoce su cuerpo. La conoce desnuda. La ha visto. Ella a él no. Es la primera vez que le ve. Todo para ella es nuevo. Otra copa. Esta más cargada. Otro par de bailes. Los demás invitados a la cena ya se están marchando. La está besando. Le está comiendo los labios. El cuello. Su mano ya no la sujeta por la cintura le está agarrando las nalgas. Las palpa. Las sopesa. Las aprieta. Comprueba su dureza. Como en un mercado de fruta. Sí, se siente como una fruta en manos de una Maruja. Sí, la típica señora que toca y toca la fruta para ver su madurez antes de comprarla. Qué estúpida comparación. La culpa es del Gin-Tonic, que estimula la imaginación. Solo ella se ríe de su chiste, un chiste que le gustaría contar a su marido -¡ángelito! Estará durmiendo a estas horas. Si supiera que…-

Permite que la gire un poco. Y por primera vez accede a que su mano se apodere de sus senos.

Cuando se quiere dar cuenta están en el ascensor del garaje. Sonríe satisfecho. Sabe que esa noche va a hacerla suya. No le cuesta trabajo sacarle los pechos. Baja un poco la cremallera por la espalda y aparta los finos tirantes. Con el escote del traje de fiesta es fácil. No la deja taparse. Solamente medio cubrirse con el abrigo. Camina con las tetas al aire por el garaje y ella le encanta la sensación de dejarse domar por su desconocido.

La lleva a un hotel. Está a las afueras de la ciudad. Es un picadero. Pide las llaves en recepción. El recepcionista apenas la mira. Con sorna pregunta si los señores no tienen equipaje. Un seco e irónico "no lo necesitamos" resuena en sus oídos. Está colorada. No puede verse pero lo sabe. Debajo del abrigo los pechos siguen desnudos. Qué vergüenza. Parece una puta. Bueno, por qué andar con rodeos. No parece, "es" una puta.

Tendría que abofetearle, salir corriendo. Y en vez de eso se queda quieta, inmóvil mientras le escucha pedir una botella de champán. Esperan allí mismo en recepción. Quiere lucirla. O quiere que todo el que entre se entere de que está allí, en un hotelucho de mala muerte para que se la follen. Se pone aun más colorada. Las rodillas la tiemblan.

Caminan detrás del chico del servicio de habitaciones. En el ascensor la besa. Descarado abre el abrigo, pero no un poco no, separa totalmente las solapas y sobetea las tetas. Sabe que el chico le está viendo. No cierra el abrigo al llegar al piso. El botones se las mira descarado. Entre los dos se cruzan una mirada. Como de asentimiento, como diciendo: vaya par de bolas que tiene esta puta o algo así. ¡Cabrones!-cabrones los dos: él y el botones. Camina otra vez con los pechos al aire. Es la segunda vez que lo hace esa noche. Pero ahora hay un testigo. No, un testigo no, un mirón que la está devorando con os ojos.

Nada más cerrar la puerta se tira sobre ella. Le quita el abrigo y lo deja caer al suelo. Baja del todo los tirantes. Se los saca bajando por los hombros hasta los brazos. Y la empuja a la cama. Ni la desnuda. Sólo le abre las piernas. Mira sus tetas. Medio en penumbra le ve desabrocharse el cinto. Por fin le ve. Una visión rápida. Casi un segundo. Se tira encima de ella. No hay juegos. La baja las bragas hasta las rodillas. La separa aun más las piernas. El elástico cede y se rasgan.

¡Qué pena, piensa, con lo bonitas que eran y lo que le hubieran gustado a mi marido! Esa misma mañana se las había comprado para él. La de vueltas que tuvo que dar hasta encontrar unas braguitas violetas, color violetas imperiales, le había repetido él. Y ahora, ni las mira. Sólo se coloca encima. Y ya está.

Siente cómo lucha por entrar. Está algo dilatada pero no le entra con facilidad. Es grueso. Se queja. No le importa. Es más, parece que le gusta que chille. Empuja más fuerte. Va a forzar su coño. De nuevo esa presión sobre su carne. Es sensación de fuerza –ese macho insolente que busca una y otra vez en cada amante-. Es consciente de que la va a doler un poco, que la va a costar quebrar su entrada. ¿Por qué no juega con ella como hicieron todos los anteriores? Si jugara con su coñito sería más fácil. A ella la gustaría más. A él parece que eso le da igual. Sólo parece que le preocupa meter su polla allí, cueste lo que cueste. Y cuanto antes.

Empuja, lo hace con muncha fuerza, con mucha energía. No se detiene. Ese pene dilata a la fuerza ese orificio. Y vuelve a sentir el dolor, aunque ahora sea mucho más intenso y no lo controle. No puede parar, ni darse un respiro. Ese pene no se detiene. Adelante. Atrás. Y cada vez que empuja siente que se parte al medio. Ahora si grita de dolor. De dolor y de placer, porque sabe que esa polla la está taladrando. Es lo que ella quería. Es su sueño, su fantasía erótica por excelencia. Y se deja dominar por ese aparato. Sí, siente dolor, y se entrega a ese placentero dolor, a ese sufrimiento tan especial. Y vuelve a sentir su sexo lleno. Pero ahora no es como cuando su marido está viaje y ella está sola en casa. Ahora no es un juguete, no es una imitación de plástico. Ahora es todo real. La están follando, y su coño está repleto de carne.

Siente como esa barra tan dura le llega adentro, muy adentro. Sus embestidas son bestiales. Profundas. Y cada vez va a más. La está matando. Le está reventando el coño. La está volviendo loca. Él también está como loco. Se mueve sin control. Con movimientos bruscos, espasmódicos. Hasta que sin querer se le sale el pene. ¡Cómo le gustaría contárselo al cornudo de su marido!

- Ahora verás cacho puta -le dice casi a voces. Es un segundo de respiro. De descanso, de jadeos.

Coloca las manos bajo las rodillas y le levanta las piernas. Se imagina con "las patas p’arriba". Su postura es un poco ridícula. El glande busca su agujero. Penetra. Unos empujoncitos, está preparándose. Y por fin llega el empujón. Sin delicadeza, sin cuidado ninguno. Ha sido un animal. Ese terrible empujón la hace gritar.

- Toma rabo, zorra -le grita, mirándola furioso a la cara.

Se la ha ensartado prácticamente entera. Aun puede entrar más en ella. Otro segundo empujón. Seco. Aun más potente. Todo su cuerpo se tensa al recibir ese doloroso "puñal". Más de la mitad del camino ya está abierto. Ahora si entra del todo. Ha dolido. No tanto como antes, pero ha dolido. Ahora siente no sólo como su anillo se ha dilatado al máximo, sino que una espada de carne la llega hasta el estómago. La deja unos segundos allí. Y reinicia su vaivén. La va perforando, la va agrandando el agujero. Y siente cómo los testículos golpean su entrada.

Ese peculiar escalofrío la recorre entera. Le pone toda la piel de gallina. La cabeza le retumba. Su cuerpo ya no le pertenece. La respiración es agitada. Y tiembla. Se convulsiona. Grita, gime, jadea. Tan pronto llora como se ríe. Se ahoga. Necesitar dar grandes bocanadas de aire. Llenar su pecho. Respirar a borbotones.

Su cuerpo no obedece. La duele la vulva. El sexo se dilata casi hasta romperse. Pero él sigue, sigue empujando, y ella le devuelve sus empujones ayudándose con las caderas.

- Así me gusta zorra, muévete...

Loca de placer le ofrece los pechos. Para que se los toque, para que se los estruje, para que se los bese, para que se los muerda si es lo que le apetece.

- Fóllame, cabrón -dice una y otra vez en su cabeza. ¿O no es en su cabeza? Le da igual. No le importa. Sólo la importa que siga, que no pare.

El pene la está está partiendo por la mitad, separando exageradamente sus labios. La está volviendo loca. Lleva ya un buen rato corriéndose. Ese orgasmo parece no tener fin. Incontrolada le clava las uñas en la espalda, en las nalgas, le empuja para que la penetre más profundamente.

Pero él manda; la agarra del pelo y le hace echar hacia atrás la cabeza. La empuja, la hace estirar, la zarandea. Su cuerpo se contrae, se estira a placer a voluntad de ese pene tan enorme... Sabe que va a llegar. Esos temblores, esos pequeños espasmos. Y ese potente chorro de líquido caliente. Esos estertores. Por fin se descarga dentro de ella. Por fin inunda su coño. Permanece sobre ella un ratito. Lo justo para recuperarse. Al salir de ella escucha un pequeño plof. Jadeante, exhausta.

Con las piernas abiertas. Los pechos fuera del vestido. A medio vestir. No se despide. La deja así. Tumbada. Sucia. Ni se molesta en cerrar la puerta.

Se desnuda. Tiene el vestido todo arrugado. Uno de los tirantes está algo roto, descosido. Sus braguitas violetas están rasgadas. Demasiado rasgadas. No tienen arreglo. Antes de entrar en el agua se mira. Su coño está súper irritado. Mezclado con sus jugos resbala un poco de líquido blanquecino. La corrida ha sido abundante. Sus pechos llenos de moratones. Se los ha comido, se los ha devorado más bien.

Mientras se ducha se roza. Tiene que volver a masturbar su dolorido sexo. Sabe que habrá una segunda vez. Y una tercera. Y más. No lo duda. Por eso acudirá en cuanto suene el móvil y la indiquen una dirección. Pero eso será cuando reciba un nuevo e-mail… Ojalá sea mañana.

* * *

perverseangel@hotmail.com & undía_esundia@hotmail.com

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