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En el Madrid de los Austrias

en Hetero: Infidelidad

"En el Madrid de los Austrias"

Dedicado a un marido "de los Austrias"

"Me gusta tomarme las cosas con calma. Te propongo quedar en un sitio, tranquilo y confortable, tal vez en alguna tasca típica de los Austrias, a tomar un vino. A mi marido le encantan esos bares."

(Extracto de uno de sus mensajes)

 

 

* * * * * *

- ¿Una sorpresa? ¿Qué de qué color es tu ropa interior? ...No, ni idea...

- ... granate...

- ¿Granate?... ¿Color vino?... ¿En serio?

- Lo estreno para ti.

- Ummm. Color vino... ¿Y me lo vas a enseñar?

- Ya veremos. Además está escondida. ¿No querrás que la vea todo el mundo?

- No me digas más... está oculta tras la blusa blanca...

- Ja, ja, ja...

- ¿La que tanto me gusta?

- Sólo tengo dos colores: blanco y granate...

Bruscamente cuelgas el teléfono y conectas tu web-cam.

Espero impaciente la conexión. Tal vez el pezón ya no asome tan tímido y provocador como el otro día. Tal vez hoy tu juego vaya más allá.

Te veo aparecer en la pantalla. Abrochada hasta el cuello. Enfundada en tu preciosa blusa blanca.

No haces nada. Sólo la enfocas a tus pechos. Quieres que vea su volumen. Tensas la tela de la blusa. Se marcan las líneas del sujetador. Pero tú continuas sin hacer nada, jugando con tu lengua. Tu lengua relamiendo el labio superior... lasciva, insinuante...

Leo impaciente el messenger.

Me dices que el color granate oprime tus pechos... que buscan aire por encima... que quieren salir de la botella... que luchan desesperadamente por conseguirlo. ¿Veré su lucha?...

Un botón, separas la blusa. Otro botón, tu escote se agranda. Otro botón, pero no separas la tela. Te miras, como dudando si debes o no continuar. El canalillo. Tus grandes senos se insinúan. Prietos, aprisionados. Dominas perfectamente el arte de la seducción.

Centímetro a centímetro, botón a botón, me muestras la carne de tus senos.

Sabes que cada intencionada demora hará crecer mi excitación, mi deseo. Por fin, se abre toda la blusa. Me los muestras arrogante, segura de tus encantos. Retadores, provocadores, firmes, contundentes, envueltos en el precioso color granate. Los pezones se insinúan protegidos en su escondite.

- Tienes buen gusto para la lencería.

Indecisa, como si fuera el amante que los toma por primera vez los palpas aun dentro del sostén. Cuidadosamente, delicadamente, una mano se introduce dentro de la tela.

Un pecho... los dos... Los dos asoman por encima del sujetador... Ambos pezones se repliegan sobre las aureolas. Ya sin la seguridad de su refugio me apuntan amenazantes. Un descuidado movimiento de hombros. Un sugerente temblor.

Las costuras los comprimen como si ansiosas manos les estrujaran.

Están por fin libres. Es la primera vez que me les enseñas.

 

- "Parece que han ganado la batalla al sujetador granate. Míralas que malas. Se han escapado". Pero no quiere reconocerlo, no quiere que tú le veas vencido. "Es tan tímido" -me escriben en un lenguaje casi infantil-.

Te giras, la espalda ocultará su derrota... Veo tus maniobras. La habilidad para desprenderte de tu prenda sin quitarte la blusa. El granate del vino cae sobre la cama. No me importa que escondas tus pechos bajo la blusa.

Sé que luego los veré envueltos en la tela blanca..., ocultos, sugerentes... Ya lo has hecho más de una vez. Hoy, incluso, puede que vuelva a verlos de nuevo libres...

 

Saber ser sugerente y provocadora sin siquiera mostrar tu cuerpo. Tus gestos, tus movimientos. Eres capaz de excitar a un hombre hasta con la ropa puesta.

Te sientas. No haces nada. Espero intrigado tu siguiente paso. ¿Cuál será la siguiente sorpresa?

Pero hoy es distinto. Hoy juegas con las manos... El cruel juego de las manos... Tú sola los cubres, los proteges... los abandonas... Botan, se mueven libres bajo la tela. Tan pronto les ocultas, como tan pronto les descubres...

Me vuelvo loco mirando como te acaricias los pechos. Miro embobado la pantalla del ordenador, siguiendo tus manoseos sin perder detalle, envidiando tus manos. Esas manos podrían ser las mías. Me lo estás diciendo con tu mirada.

Unos dedos insinúan otro camino. Los veo arrastrase sugerentemente por tu abdomen. Y se esconden en el color vino de tus braguitas... Otros dedos descubren un hombro... La blusa va resbalando por tus brazos, descubriendo lentamente la plenitud de tus senos. Separas los bordes.

La imagen es lasciva. Lujuriosa. Tu provocadora cara de vicio. Tus miradas. Miras tus senos como si nunca te los hubieras visto. Observas con curiosidad las caricias que tú sola te das. Incluso finges descubrir el placer con cada nuevo roce.

Mi deseo crece. Me mente inventa mil juegos. La imaginación me transporta junto a ti.

La blusa abierta de par en par. Tus pechos se bambolean sugerentes. Tiemblan a tu antojo. Tú los haces bailar a tu conveniencia. Los pezones reciben de vez en cuando la visita de unos inquietos dedos que los rodean, que recorren el contorno de su aureola, que los pellizcan, que los estiran una y otra vez.

Tu pecho se hincha. Los suspiros hacen estremecer tus senos. Lo haces tan bien que casi puedo sentir tus jadeos.

Un elástico granate esconde -protege- tus intimas caricias... El dedo índice se pasea por tus labios. Tu lengua lo humedece. Recorre la frontera marcada por el elástico de tu reducida prenda granate. Dibuja el sugerente triángulo que delimitan tus muslos. Ese sugerente triángulo que promete tanto placer.

Colocas las manos en tus muslos. Una a cada lado. Como si fueran las manos de tu secreto amante, te separan las piernas.

Permaneces así: quieta, inmóvil. Ofreciéndote en esa obscena postura, como esperando que tu invisible amante te posea.

Veo tu mano esconderse. Tu sexo se oculta tras un mar de vino rojo. Cierras los ojos.

Muerdes suavemente tu labio inferior. Tu cara de placer. Tus suaves jadeos. Tus privadas caricias, lentas, voluptuosas, siempre detrás del telón granate. Lo dibujas. Lo marcas. Presionas sobre tus labios para insinuar la hendidura que lo divide. Te detienes en tu recóndita entrada. El índice traza un pequeño círculo, como señalándome donde se encuentra. Una ligera presión. Un ligero espasmo. Su humedad ha dejado una tenue mancha. Por los laterales, rebeldes mechones se descubren. Un poco más arriba, dos dedos presionan inquietos. Juntas con fuerza los muslos. Se que es tu secreto botón.

Te masturbas para mí. No me muestras cómo tu sexo se entrega al placer de tus dedos. Me ofreces sugerentes imágenes para que mi mente se perturbe aun más imaginando dónde juegan tus traviesos dedos. Fugaces visones de tu abundante vello. Como si fuera un morboso juego de sombras chinescas.

Te digo que bajo mis pantalones se oculta un tallo que crece sin parar. Pero lo cubre otro color. ¿Cobijarán ambos colores la humedad de la lujuria?

- Libérale -me ordenas-.

Repentinamente cierras la cámara. Precipitadamente escribes.

- Te tengo que dejar. Mi marido Acaba de llamar al timbre. Mañana a la misma hora. Escríbeme algo. Me masturbaré leyéndolo.

- Espera.

Me dejas colgado, con las ganas. Mi pene a punto de explotar. No sé si lo de tu marido si es verdad o mentira. Solo sé que siempre es la dosis justa. Cada día un poco más.

Cada día que conectas la cámara juegas conmigo de la misma forma. Lo justo, lo suficiente, lo necesario. Para no empacharme, para no saturarme. Nunca descubres todos tus secretos. Para dejarme lleno, pero no satisfecho. ¿Para no entregarte del todo?

Consigues que guarde siempre un poco de deseo. No me lo dices, pero sé que siempre me reservas un secreto, una sorpresa. Siempre me queda el ansía de esperar impaciente tu nueva llamada, para mirar nerviosamente si estás o no conectada.

Sé que mañana no te conectarás a la misma hora. Ni pasado. A veces, apareces. Otras ni contestas a mis mensajes. Dosificas mi deseo. Demoras la espera hasta ese justo límite. Lo preciso para mantener viva la llama de la pasión. Lo suficiente para evitar que la desgana me desespere, que el olvido o la desilusión enfríe mi lujuria.

Consigues irritarme. Me juro no volver. Eres como una droga. Reniego de ti. Renuncio a ti. Pero me basta un simple e-mail para rendirme.

Escueto. Directo. Sólo una palabra: Vino. Y comienzo, excitado, a escribirte con la esperanza de que mis palabras lo hagan contigo, que provoquen otra llamada.

Y entonces lo imagino:

El juego morboso por los bares de Madrid, envueltos en el aterciopelado calor de la Tempranillo y la Merlot. Tal vez en la aspereza tánica de un Juan García.

Vino, maravilloso invento. Placentero disfrutarlo en compañía de una mujer. Placentero poder comparar los sabores de tu piel con los paladares de las uvas.

Sería formidable acariciar disimuladamente tus pechos en el taxi camino de un tranquilo lugar donde poder degustar variados caldos.

Rozarte, intencionadamente, con malicia, pero con disimulo. Inquietarme sintiendo la forma de tus pechos cubiertos aun por la tela. Tan inquietante como sentir el frío tacto del Albariño aun encerrado en su botella.

Beso tus labios buscando aun el sabor de la última copa. Ver tu excitación. Inmóvil a mis caprichos. Desnudarte lentamente. Segundo a segundo, disfrutando de cada centímetro de piel que descubra.

Tu cuerpo será mi decantador. Ver fluir el líquido al servir la copa. Esperar impaciente el comienzo de la cata.

Unas gotas de dulce verdejo en tus pezones. Un fresco Cigales resbalando entre tus senos mientras espero ávido disfrutar la madera de un cálido crianza reposando en tu acogedor sexo.

El olor a fruta madura impregnando tu piel, mezclándose con tu aroma de mujer. Un coupage inigualable. Lentamente irás decantando la ácida Mencía entre tus íntimos labios. Mi lengua lo recogerá en el otro extremo de tu sexo. El temblor de tu abdomen, tu excitación. El placer hará fluctuar el embriagador arrollo que mana entre los carnosos labios que aun no me has enseñado.

De nuevo la espera. Nada. Cada día abro el correo esperando encontrar ese e-mail que no llega. Y que tal vez no llegue nunca.

Pero ahora mis dudas son serias. Muy serias. El juego puede haber ido demasiado lejos. Tal vez sea hasta peligroso. Estás casada. Sugerentemente te he pedido lo que sólo has entregado a tu marido.

Tu respuesta es escueta:

- Vaciaré la bodega de mi querido marido. Dame tiempo.

 

Sólo han pasado dos días. Te ha costado decidirte, pero aceptas.

"Me gusta tomarme las cosas con calma, te propongo quedar en un sitio, tranquilo y confortable. Tal vez, en alguna tasca típica de los austrias, a tomar un vino. A mi marido le encantan esos bares."

Una fecha. Una hora. Un breve pero directo mensaje. No habrá marcha atrás.

No te contesto. No puedo forzarte.

Un carnoso Ribera de Duero -Reserva, por supuesto- nos esperaba en tu casa. En la mesilla, al lado de tu cama, dos copas y un Rioja.

Sudorosos, desnudos sobre tus sábanas apuramos la última copa. Me sonríes satisfecha. Tus ojos descubren mi lujuriosa mirada. Los dedos separan los labios. Tú también miras tu sexo. Tus labios me animan a recuperar mi turgencia, a no demorar más mi nueva entrada.

De nuevo tus muslos me ofrecen impúdicamente tu oscura entrepierna.

Camino a casa y me doy cuenta de un pequeño detalle: ¡un corcho!, el que acabó bajo la cama, no lo hemos recogido.

Imagino la escena. El marido que se encuentre las botellas vacías y pregunta que ha pasado. ¿Cuál será la explicación?

Y aparece un corcho a los pies de la cama de matrimonio.

 

Ella le mira, tal vez burlona, pasando la mano por la frente, como secándose el sudor, como colocándose el flequillo. Mentalmente ella sabe el significado de su gesto. Mentalmente una sardónica sonrisa.

El marido lo huele. Es un corcho de flor, aun permanece en él el aroma del reserva.

En el cuerpo de su mujer, el olor que permanece es agrio, es el del sudor que no pertenece a su cuerpo, el del semen ajeno.

No volví a recibir correos. Ni llamadas. En el fondo sabía que aquellos juegos de ordenador tendrían un final. Intuía dónde estaba la meta de la carrera. Y los dos la habíamos traspasado

 

* * * * *

 

 

Un enigmático correo con datos adjuntos. La dirección no me era conocida. Curiosidad. Antivirus.

"Se acerca la vendimia. El fruto está casi maduro. La uva reclama un nombre, quiere ser mujer. Después la viña estará preparada para una nueva faena, ójala una nueva cosecha".

Formato jpg. El perfil de una mujer embarazada en un parque. Una habitación familiar. Su desnudez, sus tremendos pechos preparados para una inminente lactancia. Una braga granate deformada por la descomunal barriga. Un sexo obscenamente abierto tan solo decorado con un corcho. Un corcho de flor.

Ya han pasado casi nueve meses. Tres más y hubiera sido un delicioso crianza.

No tuve duda: Responder al remitente. Una sola palabra: Malvasía.

perverseangel@hotmail.com & undia_esundia@hotmail.com

Nota: Todo lo que está entre asteriscos es más o menos los que sucedió. Muchos correos están transcritos literalmente en forma de relato.

El final es inventado. Nunca más volvimos a vernos. Una lástima. Aun no habíamos descubierto los caldos levantinos.

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