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En Inglaterra.

en Fantasías Eróticas

En Inglaterra

 

 

Ese verano mi novia trabajó en Inglaterra de “au pair”, en una especie de mansión, una casa de campo enorme. Preciosa pero aislada. Era una familia de bastantes posibles. El matrimonio rondaba los 40. Él no hablaba ni una palabra de castellano. La mujer algo, pero pasaba de todo. Los niños no eran tan pequeños. Se entendía bien con ellos y no daban mucha guerra.

Lo que más la gustó fue su habitación. Decoración típica de los ingleses. Tenía una cama enorme, con cabecero de barrotes, como las de las películas. La encantó el mueble.

Y un día me lo contó. Desde aquel verano, era su fantasía: despertar allí, en esa cama, atada de pies y manos.

Me dijo que soñaba a menudo con ello. En su sueño erótico, su jefe la despertaba con suavidad. Poniéndose el dedo en la boca. La explicaba por gestos que era igual gritar. Lo sabía perfectamente. Estaban solos en mitad de la nada, en su preciosa casa de campo.

Ella dormía con la chaqueta de mi pijama. Me la había pedido prestada, para que, según decía, me sintiera más cerca de ella, así me echaba “menos” de menos. Debajo de la chaqueta de mi pijama, como siempre, dormía desnuda. Aunque me dijo en una carta, que ahora dormía con las bragas, porque algunas veces tenía la sensación de que la estaban espiando desde la puerta.

Una noche, notó como unas cosquillitas muy agradables “allí abajo” y se despertó. Se miró y estaba completamente destapada. La chaqueta del pijama, abierta por abajo, con los botones sueltos. La abertura la llegaba por encima del ombligo. La base de sus senos estaba al aire. Si había alguien, tuvo que verla. Su coñito, confesó, estaba un poco húmedo. No lo dio mucha importancia porque durmiendo se movía mucho en la cama, pero por si las moscas, empezó a dormir con las braguitas.

Pero volvamos a lo que nos interesa. En su sueño, cuando su jefe la despertó, mi novia me contaba que no podía moverse. Estaba atada en cruz, por las muñecas y los tobillos. No eran cuerdas, eran telas, como pañuelos. Él se puso el índice en la boca indicando silencio. Por gestos la dijo que todos se habían ido a la ciudad en el coche... La enseñaba el reloj... horas... tardarían horas. Ella no se movió.

La miraba. Inspiraba confianza. Estaba segura de que no la iba a hacer daño. Y él, sin dejar de mirarla, la iba acariciando la cara con suavidad. Con cierta dulzura, pero también con cara de deseo. Dibujaba sus ojos. Sus cejas. Sus labios... Bajó por el cuello, y por encima de la ropa, la tocó los pechos. No se los acarició. Más bien dejó que la mano se deslizara sin apenas rozarlos por encima de ellos.

Alternando las miradas de los pechos a su cara, siempre pendiente de cualquier gesto de su rostro, los rodeó. Los palpó. Siempre sin “apretar”, como si tuviera miedo de que, al tocarles, su forma pudiera cambiar y se estropearan.

Con delicadeza y sobre todo con lentitud, iba desabotonando la chaqueta del pijama, descubriendo lentamente sus pechos. El canalillo. Se recreó mirando. Abría o cerraba el escote de la chaqueta.

Tardó en decidir cuál de los pechos descubriría primero. Colocó cuidadosamente la tela. Le expuso. Le recorrió entero. Primero con los ojos. Luego con la yema de los dedos. Luego con toda la palma de la mano. Sus caricias eran más “intensas”. Su pezón reaccionó de inmediato. Se avergonzó. Sí, la aureola se recogió sobre sí misma y su pezón se encabritó.

Lo repitió con el otro pecho.

Ahora la blusa estaba abierta de par en par. Sus senos completamente expuestos. Esperando sus caricias. Él mirando, contemplándola desnuda. Y sus tetas, sensibles al mínimo roce. Parecía no tener prisas, tenía todo el tiempo del mundo.

Los acariciaba. Paraba. Volvía a hacerlo. Con un pañuelo de seda les tapaba. Hacía que la tela les rozase placenteramente. Les cubría, les descubría. Exasperante. Parecía gozar con cada segundo. Con cada uno de sus gestos, cada vez que ella respiraba y sus pechos se levantaban él parecía sonreír.

La tocaba. La pellizcaba los pezones. La hacía temblar. Se los estrujaba... Se los amasaba a dos manos... O se los acariciaba con infinita calma y lentitud.  

Se inclinó y se recostó a su lado. Caricias. Besos con suavidad en la cara. El cuello. Y lentamente, las manos primero y luego los labios, fueron bajando hacia los pechos. Sus enormes tetas volvieron a temblar.

Estuvo allí entretenido un buen rato. Hasta que, como antes, primero unos dedos, luego la palma de la mano y por fin sus labios, y por supuesto su lengua, fueron bajando por su cuerpo.

Abdomen... ombligo...

Hasta encontrar un obstáculo. Sus braguitas blancas.

Se entretiene. Juega con el elástico de las bragas. Le levanta un poco. Pega su cara para ver lo que hay dentro. Sonríe con malicia. Suelta la goma. Un pequeño golpecito. Las tensa. Comprime los laterales aprisionando, marcándola forma de su vulva. Recoge la tela con una mano. Con el dedo de la otra, recorre su coñito por encima de la tela. La hace unas cosquillas muy, pero que muy especiales. Nerviosa mueve las caderas. No puede vitar soltar un gemido. Cierra los ojos.

Lento se las va bajando. Ve aparecer su oscura y poblada pelambrera. Se las deja a mitad de muslo. No quiere forzarlas. Siente la tensión de las gomas. La aprietan.

Se va y la deja allí un rato. No está asustada para nada. Está excitada. Apenas son dos minutos, pero se hacen interminables.

Unas tijeras. Corta el elástico. Un lado. Clic. Luego el otro. Clic. Como si se moviera a cámara lenta se las retira haciendo que la tela acaricie la vulva. No quiere, pero jadea. Repite las caricias. Aprieta los labios. Cierra con fuerza la boca. No quiere que él sepa que la está gustando. Es bobada. Todo su cuerpo dice lo contrario. Y él lo sabe.

Juega con los dedos alrededor de la melena. Deja que se enreden en ella. Con un peine la coloca. La peina. La hace cosquillas. Hace que el lomo del peine se interne entre los húmedos labios y roce su clítoris. Un escalofrío la recorre. Todo su cuerpo se convulsiona. Lo repite. Vuelve a temblar. Lo hace cuando quiere. Y su cuerpo le obedece a él, no a ella.

Vuelve a jugar con su vello. Un clic. Cierra los ojos. Clic. Clic. Clic. De vez en cuando siente el frio metal. Clic. Clic. Clic. Un prolongado soplido y de nuevo el peine. Su respiración se acelera. No puede evitar jadear cuando el peine vuelve a jugar entre sus labios.

Los dedos abren sus labios. Los mira, la da vergüenza. Mucho más que cuando la pilló desnuda saliendo de la ducha y la vio entera. Se moría de vergüenza, pero no pudo impedir que ese escalofrío de excitación la recorriera.

Sabe que la está observando, que está mirando cada centímetro de su piel, cada pliegue, cada rincón de su intimidad. La excita. Y su quietud la hace desear que siga. Que continúe. Que lo que tenga que ser, que sea. Y que sea ya.

Desde la rodilla va subiendo. Besa los muslos. Los lame.

La abre el coñito con los dedos. Hurga dentro. Un dedo. Dos. Tres. No deja de mirarla. Observa las reacciones en su carita. La gusta. Se retuerce en la cama.

Ahora vuelve a abrirla el agujero. Mete la lengua. La saca. Vuelve a meterla. Lento. Exasperantemente lento. Incapaz de controlarse empuja su cadera. Acerca su coño a la lengua. La desea. Los labios juegan con su clítoris. Gime. La muerde. Se lo lame. Lo chupa. Gime. Cada vez más alto. Cada vez más fuerte. No la importa.

Sin dejar ni un solo instante quieta la lengua, estira las manos. Agarra los pechos. Captura los pezones. Se los estruja con fuerza entre los dedos. Pero sin hacerla daño. Se los estira. Siente como sus pechos se mueven a los lados. Se las está amasando...

No acaba de creérselo. Su jefe la está sobando las tetas y al mismo tiempo la está comiendo el coño. Y ella está gozando. Está disfrutando. Está deseando que... La da vergüenza decirlo.

Vuelve un instante la cara y ve la imagen en el cristal. Apenas se la ve a ella. Medio oculta con la ropa de cama. Solo a su jefe con la cabeza metida entre sus piernas. Si alguien viera ese cristal también diría lo mismo. Indudablemente su jefe está comiéndola el coñito.

Y consigue que se corra. Un poco. Pero lo suficiente para vencer la última resistencia. Si es que la había. Él se ríe. Se sabe ganador. Se desnuda delante de ella. Obsceno. Prepotente. No es su tipo. Ni mucho menos. Y no solo porque prácticamente podría hasta doblarla la edad. Pero no la importa. Su atractivo, su poder, no está en su físico.

Ve su aparato. Está listo. Tieso. Erguido completamente. Es grande. Bastante más grande que el mío. Parece súper duro. Coloca la mano como una bandeja y se lo levanta todo. Se lo muestra. Sus testículos están depilados. Todo él está depilado.

Con suavidad se va subiendo encima de ella. Se sienta sobre sus enormes pechos. La frota su dura y enorme polla por la cara. La hace pasear entre sus labios. Por signos la manda sacar la lengua. Él lo hace. Ella Le imita y obedece. Seguro de lo que hace, retira la piel del capullo y le deja reposar sobre su lengua. Ella sabe lo que tiene que hacer. Lame. Con la punta de la lengua rodea su glande. Le dibuja. Le lame por lados, como si fuera un helado... y en premio, le se la introduce en la boca. Obediente cierra los ojos. Y se la chupa.

Se la saca y se la mete en la boca. Deja que la sienta allí, que sienta su forma, que sus labios abracen su diámetro. Y cuando parece que ya se ha acostumbrado a ella, bruscamente, se la retira. Ella levanta la cabeza tratando de volver a aprisionarla. Una sonrisa cargada de malicia y la cabeza de un lado a otro. Él dirige el juego.

Vuelve a restregársela por la cara. Se la baja por el cuello. Entre los pechos. La deja que golpee en sus excitados pezones. Luego, la coloca en “el canalillo” y aprieta los dos pechos. Mueve la cadera como si la penetrara restregándose con las tetas. Mi novia sonríe. Lo esperaba.

Se tumba a su lado. Siente la polla en la cadera. La acaricia de la cabeza hasta donde llega su brazo. Casi todo el cuerpo. Lo retrasa. Es consciente de lo que va a hacerla. Vuelve la cara para que la bese. Besa sus labios, la muerde sin apretar mientras sube encima de su cuerpo.

Siente perfectamente como los dedos separan sus labios. Siente la cabeza de ese ariete. Sabe que está en su entrada. Inmóvil. Esperando el momento. Aguarda impaciente sus maniobras. Sabe que la hará daño. Algo. Lo imprescindible. Es gruesa. Muy gruesa. Mucho más que la mía, mucho más que las que ha probado su joven coñito.

Por fin empuja un poco. No necesita mucha fuerza. Su coñito se abre, se dilata ansioso. La penetra despacio, con suavidad... pero con potencia. No la hace tanto daño como esperaba. Apenas un segundo. Luego ya solo siente placer.

Se la folla lentamente, metiéndola todo el rabo. Nota perfectamente cómo sus cojones “rebotan” en su entrada. Sus embestidas son profundas y poderosas. La está follando entera.

Cada vez la siente más adentro. Es increíble. Cree que la llega hasta el estómago.

La nota entrar hasta el final, empujar con fuerza y luego, retirarse milímetro a milímetro. La hace sentir cada vena, cada pliegue.

El ritmo va aumentado. Cada vez es más rápido. Cada vez más fuerte. Choca su pelvis. Se restriega con su pubis. Presiona. Y cuando lo hace, con toda dentro, parece que la va a traspasar entera.

Sus caderas tratan de acompasarse. Se aceleran o ralentizan a su ritmo. Avanzan buscando su polla. Y gime. Gime sin parar. De vez en cuando abre los ojos y le ve. Le ve mirarla con lujuria, con deseo, con ansia. Ve su cara de loco cada vez que empuja con todas sus fuerzas y se la clava profundamente. Cada vez que la hace chillar esboza una leve sonrisa.

La besa. La come el cuello. Baja. La está devorando las tetas, se las está llenando de mordiscos, de chupetones, pero no la importa. Solo siente su polla reventándola.

No para de taladrar su coño, de aplastar sus tetas. Ahora se ayuda con una mano. Cambia de un pecho a otro. Las estruja, la clava los dedos... La muerden los pezones y se los atrapa con los dientes. Los estira. Pero ahora no lo hace tan suave como antes. Ahora se los devora con ansia, con fuerza y la duele... pero la da igual. El placer hace tiempo que se ha apoderado de su cuerpo.

Con la otra mano, la sujeta por las nalgas. La levanta. Acerca las caderas aún más. Sigue aumentando el ritmo.

Ahora sus embestidas son bestiales. La está haciendo gritar más que gemir. Chilla. Abre la boca de par en par, como si la faltara el aire. Jadea. Gime. Jadea… Y cuando la taladra, grita. Grita con todas sus fuerzas.

La dice cosas. Y cuanto más la dice, más loco se pone. No le entiende nada. Arrastra las palabras... a lo mejor hasta la está insultando. No la importa, la da igual, solo quiere que no pare.

La empuja tan fuerte que parece que la está partiendo al medio. La cama tiembla. Todo su cuerpo se convulsiona. Trata de soltar las manos. Es inútil.

Que delicia. La está violando, pero no puede negar que la gusta. Se está corriendo a voces. La tapa la boca tratando de amortiguar sus alaridos, sus escandalosos chillidos…

Lleva un buen rato gozando como nunca lo ha hecho...

Un terrible empujón. Los dos gritan. Se tensa. Se queda quieto. Su polla está a punto. La nota durísima en su interior. Da como botecitos... Un espasmo. El calor. Otro espasmo... ¡¡¡ Se puede correr dentro!!! Un grito: Noooo.

Bruscamente se sale de ella y sube por su cuerpo. Una mano aprisiona la polla por la base, la otra la sujetó la nuca y la levanta la cabeza. Sabe lo que él quiere. Y se lo va a dar. ¡Qué menos! Abre la boca. Chorros de semen salen disparados hacia su garganta. Se corre en su boca. No puede tragarlo, lo escupe, o al menos lo intenta. Solo se sale una vez y un chorro de semen cruza su cara. Pero rápido vuelve a introducírsela en la boca. Es muy abundante. La quema la garganta.

Ha terminado. Nota como se va desinflando. Despacio se retira. Ella le besa en la punta del capullo. Es su última gota.

Se deja caer a su lado. Tardan un rato en calmar su respiración.

Luego vuelve a abrochar la chaqueta del pijama. Las bragas no... Claro… Están rotas... Se acerca a su oído... Un lascivo lametón y algo que no entiende. Aunque la da igual. Se sabe suya. Sus ojos la pesan. Se cierran.

Me lo contó con tanto lujo de detalles que juraría que la violación de su jefe no fue ni un sueño erótico ni una violación. Es más, juraría que no solo “lo soñó” una vez... y que las visitas a su dormitorio se repitieron muchas veces... y si me apuras, juraría que no siempre fue necesario usar cuerdas.

Desde que volvió de Inglaterra mi novia tiene el coño depilado.

 

Undia_esundia@hotmail.com

 

 

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