miprimita.com

¿El influjo de los anillos Oskarberrutia?

en Hetero: Infidelidad

"¿El influjo de los anillos Oskarberrutia?"

Supongo que será mi destino. Quién me mandará tener la oficina encima de un gabinete de psicólogos. 

Si, ya hace diez años que lo dejamos: bueno, mejor que tú tomaste la sabia decisión de mandarme  a la mierda.

Y razones no te faltaban, para qué decir lo contrario. Es cierto, el tiempo ha pasado y tú... y ¡qué demonios!, y yo también me he hecho viejo.

Más de lo que ya lo era para ti. Por aquellos entonces yo te sacaba catorce años. Eras mi Secretaria. Con tan sólo diez y nueve añitos. Una niña preciosa, morenita, con larga melena oscura. A veces me parecía más negra que el azabache gallego. Aquellos inocentes ojos negros que me miraban con curiosidad, con asombro. A veces, hasta con admiración. 

Han pasado ya diez años. Tu mirada ya no es inocente. La mía está cansada.

De nuevo nos volvemos a sentar en las mismas sillas. Parece que nada ha cambiado. Pero no es verdad y es absurdo pensar lo contrario.

Descorchó un reserva. "La ocasión lo merece", digo grandilocuente, aunque lo que sinceramente pienso es que es en tu honor, por la alegría que me ha dado volver a verte. Por el vuelco que ha dado mi corazón. Me callo al brindar y miro directamente a tus ojos buscando encontrar en ellos la misma alegría que en los míos.

Volver a encontrarme con mi pasado. Contigo. Seguramente con la segunda copa de vino, piense que cualquier tiempo pasado fue mejor y desee estúpidamente volver a aquella época. Si estúpidamente, sabiendo que aquello ya pasó y que es -o fue- tan increíble precisamente por eso, porque se acabó, porque es irrepetible, porque sólo vive en nuestros recuerdos. Nunca, nunca se puede volver al pasado. Sobre todo porque aquel pasado no tenía futuro. Me lo repito una y mil veces. Sobre todo cuando me pongo el pijama y duermo solo. Pero el vino tiene ese encanto. A veces hasta consigue que te lo creas.

Y ahora te miro. Te miro atentamente. Intento buscar las diferencias con las imágenes que guardo celoso en mis recuerdos. Las comparaciones. ¿Inevitables? ¿O es melancolía? Lo dudo. Aun no he bebido lo suficiente. Nunca bebo lo suficiente para ahogar mis recuerdos. Más bien será morbo, tengo que reconocer.

- Ahora sabes catar el vino. Ahora sabes sujetar bien la copa.

- Tú me lo enseñaste. -respondes sonriendo y clavándome la mirada de tus ojos negros-.

- Aun conservas la picardía cuando miras de reojo: simplemente esbozas una sonrisa.

- Te veo más mujer -de nuevo sonríes, pero esta vez sé interpretar tu sonrisa-.

- No, más rellenita no. No empecemos... te veo... más mujer.

A través de la ropa veo como tus pechos han crecido. Ya no son simples tetillas. Es cierto, tu culito se ha rellenado. Has ensanchado. Supongo que bajo tus pantalones, como siempre ajustados, algo de celulitis se esconderá. No pareces tener demasiada barriguita. Intento volver a imaginarte. Intento desnudarte mentalmente pero me lo prohíbo.

- Yo en cambio ya me ves. Calvo, mucho más calvo, -te digo con sorna e ironía, casi haciéndome un poco la víctima-. Aquello que era un simple asomo, ya es una señora calva. La barba ya tiene demasiadas canas.

- ¡¿Qué dices?! Si estás estupendo, ¡viejo cascorro! -respondes casi entre risas-.

- Si. No lo discuto. Mi barriga ha aumentado. En vez de arrugas ya tengo surcos.

Has aprendido a servir el vino en la copa. Hasta giras la muñeca para que no gotee. Muy bien.  Hueles. Catas su aroma. Ese gesto tan peculiar de tus cejas cuando algo te gusta.

- Si, me casé. Pero duré poco. Se divorció de mí en cuanto pudo, bueno y en cuanto tenía claro cómo me iba a sacar la pasta. ¡Hija de puta! -no sé si te lo confieso a ti, o de nuevo reconozco mi propio fracaso. Por si ha caso, bebo despacio y te observo por encima del labio de la copa-.

Te he visto. Te ha faltado decir que no te sorprende, que me merecía una arpía así, pero tus ojos ya han hablado por ti. Es suficiente.

- ¿Y tu?

Callas. No respondes. Agitas la copa y bebes lentamente. Muy hábil. Aprendes rápido cuando no quieres contestar. Te sigo mirando directamente. Niegas con la cabeza.

- ¿No?

Me extraña, pero francamente, hasta cierto punto lo esperaba… o lo sospechaba más bien, creo.

- Por cierto, ¿y ese anillo?

- ¿Qué? ¡Ah!, sí, el anillo.

- ¿Me le dejas ver?

Acercas insegura tu mano.

- Uhmmm Bonito, muy bonito. ¿Dónde te lo compraste?

- Es de mi hermana. Creo que es de la Joyería "Ozkarberrutia". ¿Por qué lo preguntas?

- Por nada. Es muy parecido al que el que tenía mi mujer.

Adivino un atisbo de rubor en tus mejillas. Seguramente me estés mintiendo. En eso no has aprendido nada. Parece que la vida no te ha enseñado -o que no has tenido necesidad de aprenderlo-. Qué más da. Si quieres mentirme hazlo. No me preocupa nada.

- Y, ¿qué te cuentas?

¿Te atreverás a volverme a hablar como en los viejos tiempos? Aquellos tiempos en los que tú, inocentemente, abrías tu corazón y tu alma para mí. Y yo descubría tus íntimos secretos. ¡Qué ironía! Ha pasado tanto tiempo y de nuevo te sientas en la misma silla frente a una copa de vino.

- Verdaderamente fue curioso ¿verdad que si?

Apenas has formulado la pregunta y ya miras al suelo dejando que tu cabello oculte tu rostro.

Callo. No sé que esperas que te responda.  Te veo, te miro, me doy cuenta de esa mirada. Me recuerda al pasado. No la mantienes. ¿Habrás cambiado tanto? Antaño era ése el gesto de vergüenza, ese gesto de sumisión, de obediencia. Era cuando te tomaba y usaba tu cuerpo sin que pusieras ningún límite a tu entrega, a mis caprichos.

No sé si quiera si va a funcionar, pero por si ha caso sigo guardando silencio. Mantengo mi mirada.

Casi susurrando, sin alzar la voz, mirando siempre al suelo, como si tuvieras necesidad de continuar hablado. Apenas lo escucho.

- Nos lo pasábamos bien.

No lo identifico bien. Hay... ¿cierto tono de nostalgia? Dejo que pasen unos segundos. Hago como que reflexiono en lo que me has dicho. Sólo por teatro, porque en el fondo es verdad respondo tajante.

- Sí, la verdad Alicia, nos los pasábamos muy bien.

Por primera vez digo tu nombre. Por primera vez alzas tu mirada. Sigues con esa timidez en tu mirada. Esos preciosos ojazos negros encharcados. Jamás pude resistirme a ellos.

Callas. Yo también. Ninguno se atreve a hablar. Ninguno se atreve a proponer.

- Tú tenías mucha experiencia. Jugaste conmigo.

El reproche. Cierto tono de rencor. Cómo no. No podía faltar, por supuesto que no.

No hay engaño en mis palabras.

- No jugué contigo, es cierto que tenía experiencia pero no jugué contigo, insito. Lo que hicimos, lo hicimos porque los estábamos de acuerdo. A los dos nos gustaba.

No contestas. Bebes otro sorbo. Tu copa descansa sobre la mesa.

- ¿Quieres?

Silencio. ¿Consentimiento? Temor en mis gestos.

Niegas con la cabeza sin dejar de mirarme a los ojos. Me da igual, la relleno.

Casi temblorosa mi mano se acerca a tu pecho. Con su dorso acaricio tu mejilla. Mimosa acompañas el gesto y ladeas tu cabeza. Cierras los ojos. Se te escapa un leve susurro. Mimos, placer, cariño. No lo sé.

Dejo que resbale hacia tu pecho. Le rozo entero. No te opones. Me permites que siga el juego con el otro. Ahora ya no es el dorso de la mano. Ahora te recorro los pechos a palma abierta. Los aprisiono. Los palpo. Los descubro curioso de nuevo, como si nunca los hubiera tocado, como si nunca los hubiera visto. A pesar de la tela del sostén y de la blusa siento revivir tu pezón. Imagino, recuerdo, como se repliega sobre su oscura aureola.

Un botón de la blusa. Inspiras aire. No lo interpreto. Es demasiado profundo. ¿Furia? ¿Resignación? ¿Hastío? Me detengo. Un segundo interminable. Un siglo, una época. Simplemente miedo, para qué andar con bobadas. Siento miedo.

Cierras de nuevo los ojos. Varias inspiraciones y expiraciones. No sé qué hacer. Mi mano aun permanece junto a tu pecho, con el pulgar cerca de tu erecto pezón.

- Sigue, cabrón -escucho-.

No sé si es un reto o una súplica. Ya no conozco ni interpreto tanto tu voz. Un segundo botón. Un escote que se abre aun más. Un canalillo donde antes no lo había. Te recuestas en la silla.

Un tercer botón. Tu mano detiene mi avance.  Sujetas con fuerza mi muñeca.

- ¿Qué es lo que te gustaba hacerme? ¿Qué es lo que te gustaba tanto de mí?

Por tu presión en mi mano, siento la tensión de tu pregunta, la necesidad de escuchar una respuesta, una respuesta que llega diez años más tarde. ¿Diez años esperando?

Tengo que hacerlo. Desde luego que tengo que hacerlo. Te mereces esa respuesta. Pero cómo voy a explicarte en dos minutos todo lo que sentía a tu lado.

- Me gustabas. Te quería...

- No te he preguntado eso.

Me siento ridículo intentado no responderte, intentando engañarte. Sé perfectamente lo que preguntabas, a lo que te referías. No me abandonaste por eso.

Titubeo, no encuentro las palabras adecuadas.

- No sé. Me gustaba verte desnuda trabajando para mí. Me gustaba tenerte arrodillada a mis pies mientras me comías la polla y me contabas lo que te hacían tus adolescentes novios. Me encantaba oír tus orgasmos y como me decías "fóllame como a una puta" en cuanto el placer te arrebataba el control y la vergüenza. Y luego cómo me contabas que tu hermana te llamaba cerda por acostarte con tu jefe. Y eso me excitaba, me volvía loco, me hacías disfrutar recordándotelo, viéndote compungida, humillada, indecisa, con tus ojos a punto de romper a llorar, y la sumisión con que te entregabas a mis juegos...

- ¡Hijo de puta!

Ni la vi. Una sonora bofetada. Mi cara de sorpresa.

Tu gesto resignado en la silla mientras te recuestas más aun. No me lo creo. No puedo creérmelo. Ahora son tus dedos quien desabrochan los botones, quienes me descubren ese precioso sujetador de encaje blanco que cubre tus pechos. Odiabas la ropa interior blanca.

Supongo que estaré embobado, con la cara colorada y una terrible mirada de subnormal profundo. Me abochorna lo que estés pensando de mí en estos momentos. Me siento patético. Pero no puedo dejar de mirarte. De ver como tus manos llenan de lascivas caricias tus pechos. Los pechos que antes me dejaste tocar.

Una mano suelta la hebilla del cinturón. El botón de tu pantalón cede silencioso. La cremallera se queja con ese habitual sonido tan grosero: ronco, burdo, frío, metálico. ¡Lo odio! Pero esta vez resuena como música celestial en mis oídos. Es el guardián que te libera de las cadenas, que viola los candados… que rompe las cancelas.

Las braguitas blancas asoman. Debajo está tu coño. Sé que debajo está tu coño. Aquel coño que le negaste a tu novio y que estrené yo, que penetré hasta hartarme y que usé a mi voluntad mil veces con mis perversos juegos. Los dedos se hunden dentro del encaje blanco. Estoy atrapado. La rabia de tu ausencia. Mi cobardía para pedirte que volvieras. El deseo acumulado en mil noches sin ti. Mis ojos siguen cautivos esperando cualquier movimiento. Atentos. Acechantes. Ansioso pero deseando que te desnudes lentamente para estar más tiempo mirándote.

Mi boca sellada. Sin palabras, pero mi mente suplicándote. Mi libidinoso "yo" me atormenta, me tortura, me mata. Mi sensato "yo" me impide rogártelo. Aunque lo esté pensando, aunque dentro de mi cabeza no pare de repetírtelo mil y una vez: "Sigue, por favor. Sigue, te lo suplico". Sería capaz de arrodillarme frente a ti, como tú te arrodillabas antaño frente a mi polla.

Sigue por favor. No quiero ver tu sexo. ¡No necesito ver tu sexo! ¿No lo entiendes? ¡¡No quiero ver un puto coño!! Quiero verte a ti, a ti desnuda. Tu cuerpo, tus senos semiocultos con tu melena. Volver a mirarte como hace ya diez años.

¿Estoy gritando? No me lo creo, no me lo creo. No…, tranquilo, sólo es dentro de tu cabeza. Ella no puede oírte, no pude saber qué esconde tu cerebro, no puede leer tus obscenos pensamientos. ¿O sí? ¿No la bastará con mirarte? ¿Qué pensará? Un viejo loco desesperado, hambriento de lujuria. Darás hasta lástima. Tu juego me hace sentir patético.

Pero lo necesito. Lo necesito... !Lo necesito! ¡lo necesito! ¡lo necesito! ¡lo necesito!

Necesito ver la obscenidad que se encierra entre sus labios, que me vuelva a transportar al pasado, cuando fuiste mía, cuando te entregabas con tanto vicio y pasión a mis oscuros caprichos, a mis perverso juegos.

Pero no te mueves, no te mueves. Sólo dejas caer tu cabeza hacia atrás. Me exasperas. Ese es tu juego. Como lo fue el mío hace ya diez años.

Una mano acaricia lasciva tus pechos por dentro del sujetador. Tu cara es de placer, fingido o no. Uno de tus pechos casi se escapa del sostén. Le dejas así, insinuando una aureola. Tu otra mano se interna por encima de tus braguitas.

- Te gustaba mirarme cabrón... -continúas acariciándote y excitándote tu sola. Dejando asomar el vello de tu entrepierna. Dejándome desear aun más lo que escondes sádicamente bajo el encaje de tus bragas.

Alzas la cabeza. Furiosa. Lloras de rabia sin dejar de tocarte.

- ¿Ves como me toco? ¡Hijo de puta! -me escupes despectiva arrojando cruelmente tus palabras- ¿Lo hago bien? Tú me hiciste tan puta... tú me metiste en esto... Si supieras lo follada que estoy por tu culpa, la de rabos que he tenido que comerme. ¡Cabrón de mierda! Me volviste una adicta al sexo y cuando te cansaste de tirarte a la "secre" me echaste de tu lado. Pero claro, a ti no te importaba lo que yo sintiera. Con encontrar un agujero donde descargar esa mierda de polla que tienes era suficiente. ¡Egoísta de mierda! Tu follando con tus ligues y yo en casa llorando. ¡Hijo de puta!

Es suficiente. Tus furiosos insultos. No tengo por qué aguantártelos. Esto no tiene sentido.

Mi orden suena seca y tajante.

- Vete de aquí, so zorra.

- Échame si tienes cojones.

No te contesto. Sigo bebiendo indiferente mi copa de vino. Aun me duele tu bofetada. Exageras tus obscenos movimientos. Piensas que con enseñarme otro pedazo de carne caeré rendido a tus pies. Vas dada bonita. Repito la orden.

- Vete de aquí, so puta.

Mis palabras están cargadas de soberbia. Es la soberbia de la derrota, de la frustración tantos años contenida, del fracaso, de mi fracaso. Tal vez te das cuenta y por eso me haces caso.

Altiva y orgullosa te levantas. Recompones, no colocas, tu ropa. Precipitada abrochas la blusa. Intentas darme otra bofetada. Esta vez te la detengo. Esta vez es mi mano la que sujeta tu muñeca con firmeza. Siento en ella tu ira. La ira del rechazo. La ira de la venganza no cumplida.

- Vete. Ni me molesto ya en insultarte. Sé que esa indeferencia te hará más daño.

Ni llegas a la puerta. Giras en redondo y te diriges hacia mí.

Me temo otra bofetada, pero no, tu sorprendente reacción me deja sin saber qué hacer. Visto y no visto. Miro hacia abajo y te veo arrodillada abrazando mi cintura. Tu cara a la altura de mis genitales.

- Levanta, zorra.

Tus lágrimas te impiden hablar. Sólo gimoteas. Me libro de tus brazos y te empujo. Te veo en el suelo, tapándote la cara con las manos, con tu melena cubriendo aun más tu rostro.

Hasta que al final, entre gimoteos confiesas.

- Te mentí. Estoy casada.

- ¿Y a mi que me importa? ¡Vete de una puta vez!

- Te mentí. Te mentí -repites llorando-.

- ¿Y qué coños quieres? Vete de aquí, so puta. No me hagas repetírtelo más veces.

- Te echo de menos. Necesito que me toques como antes. No sabes lo que he echado de menos tu forma animal de penetrarme. Tenía que salir a emborracharme y a buscar a cualquier payaso que me la metiera, cualquier rabo que me hiciese olvidar al tuyo. Pero no lo conseguía. No encontraba a nadie que me pegara en el culito como tú, que me mandara hacer cosas tan humillantes, que supiera dominar como tú a la puta que llevo dentro. Que supiera romper la monotonía de la vida con ese sexo tan brutal con el que me hiciste tu esclava, que me reventaba de placer y lujuria: Me hiciste adicta a ti. Me hiciste adicta a tus perversos juegos. Y me hacías sentir viva. Única. Distinta a las demás. Por eso no me importaba ser una zorra, una puta cerda en tus manos. Pero ya veo que tú no necesitas lo mismo -gimoteas desconsolada mientras te diriges derrotada hacia la puerta…

No sé que me empuja pero camino apresurado tras de ti. Justo cuando vas a abrir, agarro tus pechos desde atrás. Los estrujo con fuerza clavando mis dedos como garras y te atraigo hacia mí. "Zorra" -susurro en tu oído- "yo también te echaba de menos".

Recuestas dócil la cabeza sobre mi hombro.

- Te voy a... -ni siquiera me dejas acabar la frase-.

- Sí.

 De espaldas, bajo tus pantalones. De nuevo vuelvo a ver tu precioso culito. Por unos momentos siento que no ha pasado el tiempo, que nada ha cambiado. No hay calendario. Nunca se hizo de día.

Lo manoseo, lo sobo, lo magreo. Lo beso, lo muerdo. Lo maltrato con suaves azotes. Dejo mi marca en tus nalgas.

Gimes.

Arranco tus bragas. Sigues llorando.

- Nunca gocé tanto como en aquellas noches. Lo necesito.

Te despojo bruscamente de la blusa. Casi te la rompo impaciente por ver tu espalda. Así pago tu valentía. Así pago el valor de tu confesión, la confesión que yo nunca me atreví a hacerte.

Arrojo tu blusa no sé a dónde. Saco los pechos por encima del sujetador. Casi ni los miro. Me ciega la impaciencia, la lujuria contenida durante diez largos años, durante diez interminables años. Retuerzo, estiro, pellizco tus pezones. Te quejas pero no te mueves. Te gusta que te manoseen las tetas con fuerza, con energía. ¡Si supieras la de años que estruje las tetas de mi mujer soñando que eran las tuyas! Soy tan rajado que no me atrevo ni a confesártelo.

Bruscamente te giro. Te beso. Me como tus labios. Tu carita de placer me anima a seguir. La aprisiono entre mis manos. Levantas tus senos con la palma de la mano y me los ofreces. Te han crecido pero no tanto. Los pezones parece que están más espabilados. Ahora se ponen puntiagudos a la mínima. Los agasajo con un suave mordisco. No dejo de besarte. Necesito tu sabor. Con la palma de la mano estrujo los labios de tu sexo. Mis dedos se internan por el camino que ya conocen, que nunca olvidaron. Resbalan en tu humedad. Juego con tu excitado clítoris. Tiro violentamente de tu melena. Una sonrisa de secreto orgullo. Sabes que me encantaba la tupida pelambrera de tu coño.

- Mi marido lo odia, pero yo me lo he dejado crecer para ti. Me respondes sin que yo te haya pedido ninguna explicación. Me has leído el pensamiento.

Mientras te doy azotes en las nalgas y te masturbo con violencia haciéndote gemir, te lo pregunto soezmente: ¿te han follado mucho?

- Sí.

- ¿Cuántos?

- Muchos.

- ¿Cuántos? ¡so puta!

- No lo sé, muchos, muchos, he perdido la cuenta. Ni me importa.

- ¡Puta! ¿Y por el culo? ¿Te has dejado dar también por el culo?

- Sí, sí, sí -respondes impaciente, casi orgullosa; sé que te gustaba mucho-. ¿Sabes? Sólo pensaba en eso. Buscaba pollas enormes para que me lo reventaran. Me hacían mucho daño pero yo sólo pensaba en eso, en que a ti te gustaba. Ahora puedes follármelo cuando tú quieras, lo tengo muy abierto.

Un azote. Dos dedos profanan sin ninguna dificultad tu ojete. No me has mentido.

- ¿Y tu marido sabe que le pones los cuernos?

- Mi marido no sabe nada de ti.

- ¿Por qué?

Lloras, puta cerda, me encantan tus confesiones, me excita oírte.

- Te necesitaba, te buscaba, necesitaba alguien como tu.

Me halagas pero no me respondes.

- ¡Le quiero!... pero te necesito. Nunca dejé de necesitarte.

Gimes... gimes sin parar... El placer te va dominando.

- Pégame... ¡Pégame en el culo! Con la mano, con el cinto, con una regla, con lo que sea....

Obedezco encantado tu súplica. Varios azotes resuenan.

- ¡Más fuerte, hijo de puta! Mira..., mira mi anillo, cabrón... Soy una mujer casada... y me estoy portando como una cerda... Si... estoy casada... soy su mujer, y para ti seré tu puta, como antes. El me hará el amor. Pero sólo tú, sólo tú me follarás. Sólo tú usarás mi culito. A él no se lo he dejado hacer nunca. ¡Es sólo para ti!

- ¡Ojalá tuvieras una fusta!...

- Te la compraré guarra...

- Sí... Dímelo. Dime que lo harás...

Ya casi ni articulas palabra... te cuesta respirar...

No puedo evitar ver el anillo en tu mano. No puedo evitar recordar a la zorra de mi ex. Las dos con el mismo anillo. ¡Las dos unas putas! Irónicamente pienso en la dependienta de la famosa Joyería Oskarberrutia. Que pinta de bruja tiene. Es asquerosa la vieja esa. Curiosa la vieja. Gallega cerrada se casó con el navarro. Siempre con su acento gallego farfullando entre dientes, con su mirada de avaricia. A lo mejor es una bruja. Qué curioso. Las leyendas siempre hablan de brujas en Galicia y en Navarra. A lo mejor es verdad. Menuda mezcla. Siempre se han oído rumores de que hacía cosas raras... ¿O no? Ahora que recuerdo, tu hermana también iba a esa joyería. Y las amigas de mi mujer también. ¡Anda que si es verdad y no es una leyenda urbana!. Menuda historia. Me imagino a la vieja esa haciendo conjuros al oro antes de fundir los anillos. "La perversa influencia del anillo Oskarberrutia".

Una profunda inspiración. Tus ojos a punto de salirse de las orbitas. Tienes que abrazarte a mí para no caer. Las piernas ni te sujetan. El orgasmo te hace temblar entera. Las convulsiones agitan tu cabeza de lado a lado.

 Te recuestas agotada, sudorosa, contra la pared. Te veo respirar con dificultad.

 Mientras te recuperas me preparo.

No pierdes detalle. Esperas ansiosa ver el pene que tanto idolatrabas.

Me recuesto en el sofá de la salita. Como antaño. Te veo caminar apresurada. Pareces una servicial geisha. Tus carnes tiemblan mientras traes mi copa rellenada de vino. La depositas con sumo cuidado a mi alcance.

Te arrodillas sin que yo te lo pida. Un beso. Por fin vuelvo a sentir tu lengua acariciando con infinita suavidad mis testículos. El tiempo no ha pasado. Se ha detenido. Ha vuelto. No sé ni qué pensar. Pero de nuevo vuelve a mi tu forma tan maravillosa de lamer mis genitales.

Recuerdo que antaño, haciéndote rabiar, te decía que quién te había enseñado. No, exactamente te decía que habías ido a una academia. ¡Qué bobo eres! Lo he aprendido sola, decías con cierto orgullo, como si estuvieras revelando una evidente verdad. Y yo te respondía, entonces, "será que tienes instinto de puta". Era fabuloso. Ese simple juego siempre estimulaba el lado más oscuro de tu morbo. Te ruborizabas y ponías más empeño aun en tus labios. Yo te lo preguntaba una y mil veces. Y una y mil veces respondías con tus caricias.

- ¿Qué te dice tu hermana? Bueno, qué te decía -Recuérdamelo. Sabía que eso la humillaba especialmente,  que lo que decía su hermana la hería en lo más profundo, que era muy sensible; tal vez excesivamente sensible a todo lo que provenía de su locuaz y sabia boca.

- Me llamaba puta por acostarme contigo.

No digo nada. Sé perfectamente que no eran esas las palabras que empleaba, las que ella me había dicho en más de una ocasión. No tengo que insistir. Sé que me lo contará de nuevo.

- Decía que era una zorra por dejarme follar por ti, por abrirme de piernas como una guarra para que metieras tu asquerosa polla. Que sólo el pensarlo le daba aso. Que sólo imaginar como te la comía le revolvía el estómago. "Y luego serás tan cerda de besar a tu novio, cerda asquerosa" -me decía-, "cada vez que te la mete en la boca te haces más puta".

- ¡Pues hazle caso y lámeme bien el rabo! Vamos, zorra, chúpala, mánchate bien la boca para que beses al cornudo de tu marido.

Increíble. Después de diez años aquellas frases siguen haciendo el mismo efecto. Una voluptuosa mirada cargada de lujuria. Tu boca sujeta mi polla. Tus manos sueltan el broche de tu collar. Sin sacártela de la boca, me dices que te lo regaló tu marido. Rodeas con él mi polla y mis huevos. No necesito adivinar en qué joyería te lo compró.

Redoblas tus esfuerzos para hacerme una mamada increíble. Con lentitud retiras la piel de mi pene y descubres mi capullo. Sólo los labios juegan con él. Sólo la lengua le recorre. Luego te le introduces y masturbas mi pene. Y formas con los labios ese peculiar anillo que envuelve mi polla. Me miras satisfecha. Sabes que me estás dando placer, mucho placer. Esa mirada de picardía. Ese brillo de lujuria en tus ojos.

Sin dejar ni un sólo instante de lamer mi polla, me enseñas tu mano derecha. Lentamente te quitas tu anillo de casada. No hay duda. Es un anillo de la Joyería Ozkarberrutia. Lasciva y provocadora te lo introduces en el sexo. Me enseñas como brilla humedecido con tus jugos femeninos. Segura de lo que haces, sujetas mi pene con una mano. Cuidadosamente colocas el anillo sobre mi capullo. Rápida para evitar que se desplace introduces tu lengua por el orificio. Raspa un poco, pero el placer es infinito. Jamás me habían hecho algo semejante. Es increíble. Una mujer haciéndome una mamada mancillando su anillo de casada con mi polla en su boca... Todo mi cuerpo se estremece. No paras hasta que consigues que mi leche brote a borbotones. Escandalosamente engulles toda mi corrida y sigues chupando hasta dejarme completamente agotado.

Abres la boca para mí. Dentro, en el medio de tu lengua descansa el anillo aun manchado de semen y saliva. Así, sucio, vuelves a colocártele en el anular. Sólo entonces tragas mi semen y sonríes con malicia.

Como hacías diez años atrás, vuelves a colocarse entre mis piernas, sentada en el suelo. Tus dedos vuelven a acariciar suavemente mis testículos y me pene flácido. Después del primer asalto siempre hacíamos lo mismo. Relajarnos, hablar de excitantes y morbosos temas y seguir así hasta que mi pene reaccionaba, para comenzar de nuevo otra orgía, aun más violenta y salvaje si era posible, sexualmente hablando.

Comienzas con banalidades hasta que de repente me hablas de que ya eras tía. Tu hermana tiene dos niños, y otro en camino. Pero no está casada. Ni siquiera tiene pareja. Había abandonado a su novio hace años. Como hizo su madre con su padre.

- Tenías razón, mi hermana era y es una puta zorra. Pero no es mala. Cuando me decía todo aquello, lo hacía por mi. Simplemente no quería que me pasara a mí lo mismo. No quería que acabase como ella. Siendo la puta de la empresa. Follada por todos, teniendo que entregarse a cualquiera cuando se lo mandaban.

- No te entiendo. Explícate.

- Si, que mi hermana es una puta.

- Eso ya lo sabía.

- No, ¡en serio! -te quejas por mi aparente incredulidad- Es una puta. Una tía que se acuesta por dinero. Una guarra que vende su cuerpo.

- ¿Lo dices en serio?

- Claro que lo digo en serio.

Mi silencio te invita a contarme la historia.

- Verás: un día el jefe la pilló en los probadores de la tienda con su novio. Pensaban que estaban solos, pero a Don Julián se le debió olvidar algo y les sorprendió echando un polvo y, claro, mi hermana estaba completamente desnuda. "Cerda, cómo se te ocurre hacer eso aquí. No tienes decencia, no tienes vergüenza"... Su novio salió de allí corriendo como el puto cobarde que era. "Preséntate inmediatamente en mi despacho". Prácticamente la empujaba. Mi hermana sólo pudo coger el vestido, pero no la dejó ni vestirse.

Me imagino allí a mi pobre hermana, desnuda, tapándose sólo con las manos y el otro echándole una bronca tremenda. La amenazó con el despido, con echarla. Ya sabes cómo estábamos en casa. Si mi padre se entera la mata. Y el muy cerdo se la queda mirando. "Que pena. Eres una chiquita muy guapa y muy trabajadora. Quién me iba a decir que eras una desvergonzada capaz de hacer todas esas guarradas. Y por lo que veo, no es la primera vez que haces esto, vamos que tienes práctica. ¡Qué decepción! Bueno, pues quítate las manos, no te escondas que ya te he visto entera". Y mi hermana se quedó a cuadros. Supongo que por la sorpresa, pero la muy tonta va y le obedece. "No estás nada mal", le dijo el muy cerdo. Y ya directamente se lo propuso.

No se lo creía. Don Julián estaba casado, era muy correcto y educado. Jamás de los jamases le había dicho una palabra más alta que otra o una palabra malsonante, no como otros cerdos de la empresa. Y prácticamente le acababa de decir que o se acostaba con él o a la calle. Como mi hermana no dijo nada, la echó del despacho. "Vístete y vete". Se fue llorando para casa.

Al día siguiente nada más llegar tenía el sobre en la taquilla. No sabes lo humillante que tuvo que ser y lo mal que lo pasaría mi hermana cuando fue a su despacho a pedirle perdón.

- Don Julián, que lo de ayer... que si Usted quiere... -Tuvo que ponerse de rodillas y suplicarle por favor que la perdonara. Y el otro sin mirarla de espaldas a ella, insultándola, llamándole desvergonzada, marrana, libertina, viciosa. Vamos, ¡la puso verde!. Y venga a llamarla de todo hasta que se cansó.

"¿Quieres trabajar o no?" -Claro, mi hermana dijo que sí- "¿Y de lo otro qué me dices? Ya sabes que o todo, o a la puta calle". Y mi hermana tuvo que ceder: "Lo que usted quiera, Don Julián". "Pues, venga, bájate las bragas, que dentro de 20 minutos tengo junta". Y  mi hermana llorando y pidiéndole por favor que eso no, que no se lo hiciera, que tenía novio, pero el gordo baboso no le hizo ni caso. La colocó tumbada de bruces sobre la mesa, y se la folló allí mismo. Le hizo meterse las bragas en la boca para que no chillara, y no paraba de decirle: "estás muy buena, zorrita. Si lo llego yo a saber antes…" -Y mi hermana venga a llorar y a decirle que por favor que no se corriera dentro-. ¿Sabes lo que hizo el muy cabrón?

- No

- Pues cuando la tenía a punto intentó darla por el culo, claro, no pudo. Y le salta, "¿qué pasa, que no te han abierto el culete? Pues no te preocupes que la semana que viene arreglaremos eso". La hizo arrodillarse y tragárselo todo. Y desde entonces hacía con ella lo que le daba la gana. La sobaba delante de cualquiera, se la follaba cuando le apetecía o le obligaba a chupársela, según tuviera el día.

Claro, todo el mundo se enteró. A ver cómo disimulas tú eso. Las tías ni la hablaban, los tíos se pasaban tres pueblos. La insultaban, la sobaban, le obligaban a que les enseñara las tetas, se metían en su cabina para ver cómo se cambiaba de ropa. "Mira qué bragas trae esta puta.... Se las habrá comprado Don Juli". Y risas y burlas a todas horas. Aquello era un infierno, nadie la respetaba. Era la putita de la empresa.

Y mi padre todo contento y orgulloso porque traía mucha pasta a casa. Si se llega a enterar que se la follaban Don Julián y todos los jerifantes le da un síncope.

Si, se la cepillaban hasta los comerciales. "Nena, me ha dicho Don Julián que eres una chica muy trabajadora... y que te gusta hacer horas extras...". Y le ponían un billete encima de la mesa. Le obligaban a coger el dinero. Ellos no tenían deudas con nadie, ¡y menos con putas! Mi hermana tenía que ir a los servicios y chupársela o dejarse follar donde fuera. Me lo contó muchas veces llorando y me pedía que no cometiera sus errores, que no me dejara atrapar por ti. Y me lo contaba como algo asqueroso, nauseabundo. Cada vez que me contaba cómo esos cabrones sobaban sus pechos, o como la tocaban el culo cuando iba por la trastienda, y el asco que la daba, yo me ponía como una moto. Y mi pobre hermana siempre con el "si Don Julián, lo que usted diga" en la boca.

 Y lo peor de todo, las famosas juntas. Don Julián, ya está aquí la puta, decía la "Loli", la secretaria cincuentona de toda la vida. Y la hacía pasar con una cara de asco y de odio tremenda.

 - Mira que modelitos nuevos nos han traído. Póntelos a ver qué tal son. Y a desnudarse delante de cinco o seis salidos que se la comían con los ojos. Y a hacer el paseíllo para aquellos babosos.

- Nena, ponnos unos cafés. Pero así no, ¡joder! que no tiene gracia. Alégranos un poco el ojillo anda. "Si Don Julián lo que Usted. diga". Pues hale guapa, en pelotas. Y otra vez a desnudarse. ¿Puedo Don Julián? Por supuesto... y le sobaban las tetas, le pellizcaban en el culo cada vez que se acercaba a la mesa. No paraban de decirla ordinarieces... Y el cerdo de Don Julián más ancho que largo, presumiendo por tener esa putita tan obediente, ofreciéndola al mejor postor, riéndose a carcajadas mientras miraba como se la tiraban esos salvajes.

Respiras profundamente. Haces una parada, como si los recuerdos se fueran ordenando en tu memoria.

-Pero lo nuestro era distinto. Era distinto, a ella la daba asco, no le quedaba más remedio, pero yo no lo hacía por eso. Yo estaba colgada contigo. Cada vez que me describía las sórdidas escenas, los asquerosos toqueteos que la hacia el jefe, lo que ella tenia que soportar yo me excitaba más y más. Estaba deseando quedarme a solas para poder masturbarme. Y deseaba que llegara el día siguiente para venir a verte. Esperaba que me lo hicieras. Lo que fuera. Lo que se te ocurriera. Y cuanto más sórdido y humillante mejor. Más me hacías gozar.

Había veces que perdía completamente el control. Sobre todo cuando me hacías caminar por la calle sin ropa interior, cuando me obligabas a pasar esa vergüenza. O me llevabas a un hotel y tenía que desnudarme para ti y ofrecerme como una vulgar zorra. Eso me volvía loca.

Y luego en casa. En cuando me quedaba sola, me encerraba en mi habitación. Y lo primero que hacía era imaginarme lo que hacía mi hermana, tumbada en el suelo de la oficina, como yo contigo, espatarrada, abriéndose obscenamente el coño para que se la follaran, y yo me veía contigo, masturbándote de rodillas, dejando que me metieras tu polla hasta la garganta.

Según me vas contando la historia de su hermana mi pene va reviviendo. Poco a poco embriagado por el placer me voy dejando llevar. Es como escuchar un relato impersonal que no se por qué extraña sensación, me suena familiar, muy familiar, como si ya lo hubiera oído o vivido en otra etapa de mi vida.

En ese momento, justo cuando te subes a horcajadas encima de mi y comienzas a cabalgarme, hundiéndote mi polla hasta lo más profundo de tus entrañas me doy cuenta: Lo que tú quieres es ser otra esclava, otra puta como lo era o sigue siéndolo tu hermana de Don Julián.

Un calambre dentro de mi cabeza. Como si algo se iluminara dentro de mí. Todas las mujeres de tu familia compran las joyas, sobre todo los anillos en la puta joyería Ozkarberrutia. Quieres seguir esa especie de tradición familiar. Hago recuento mental: Tu madre -hija de madre soltera-…, Tu hermana ahora es una profesional. Tu padre un vago y un cornudo. Todos sus hermanos se parecían, pero no tanto.

En ese momento caigo en la cuenta. Jamás has estado enamorada de mí. Simplemente buscas otro Don Julián. Nunca te fasciné. Sólo veías en mí tu oportunidad de tener un cerdo asqueroso a tu disposición un viejo cerdo al que fuera fácil embriagar con la lujuria de tu juventud- Que te pegara con el cinto en tu culito, en tu coñito. Sólo un viejo podía tener tantas perversiones, tantas frustraciones. Con dinero, con pasta suficiente para pagar tus caprichos. Y sobre todo, que no preguntara, que su ego se llenara sólo con pensar que estaba con una jovencita. Un cabrón que te diera placer como a ti te gusta, que llene tus fantasías más inconfesables, que colme tus depravaciones, que te diera ese sexo tan peculiar que no te has atrevido a pedir nunca a tu marido o a tu novio. ¡Eso era lo que siempre has buscado!

No podía creérmelo. Pero ya es tarde para dar marcha atrás. Mi sexo me domina completamente. Los espasmos anuncian mi inminente orgasmo.

- ¡Cerdo!... te vas a correr a dentro... ¿Vas a preñar a tu putita?... Luego ya sabes... tendrás que follarme con tripita...

- ¿Y tu marido?

- ¿Mi marido?. ¡Mi marido criará un hijo de puta!

Dudé un instante. Un solo instante. Intenté pensar en lo que iba a hacer.

- ¡Vamos cabronazo... córrete en mi coño!... ¿No querías que fuera tu puta? Pues venga... ¡Hazme tu puta!... Fóllame... Pégame... Hazme follar con quien quieras... alquílame... Haré todo lo que me mandes. Quiero ser tu puta...

-. ¿Cómo tu hermana con Don Julián?

-.¡¡¡¡No!!!!... ¡Ni hablar! Yo quiero ser más puta todavía... Quiero que me dejes preñada... ¡Cúbreme como a una cerda!... Ya verás que tetazas más grandes y gordas se me ponen... Como a la puta de mi hermana...

Una inquietante mirada.

- Vamos... ¡lléname el coño!

No hay más palabras. Me agarro con fuerza a tus senos. Colocas tus manos sobre las mías haciendo que aprisione aun con más fuerzas tus tetas.

Un brusco movimiento de tu sexo. Siento cómo mi pene se adentra en lo más profundo de tu sexo. Todo mi cuerpo se convulsiona. Un extraño destello sale del anillo de Ozkarberrrutia en el preciso instante en que explota mi pene. Mi semen inunda completamente tus entrañas... mientras a mi cabeza llega un pensamiento: "Jamás entenderé a las mujeres".

perverseangel@hotmail.com  & undia_esundia@hotmail.com

Mas de undiaesundia

El anti-cuernos, los tenia puestos

El cornudo suele ser el último en enterarse.

Por fin Juan es un cornudo.

En la pensión.

En la playa y después del bosque. 2 Después del ..

En la playa y después del bosque. I. En la playa

Para Ester, que una noche quiso ser mi amante.

Abren la puerta. Versión heavy.

Abren la puerta

En Inglaterra.

La fiesta de la facultad.

Nos separamos y cada uno por su lado

En el Castillo. Debajo del cañón.

Los cuernos nacen, crecen, se reproducen y... 5º

Los cuernos nacen, crecen, se reproducen y… 4 part

Los cuernos nacen, crecen, se reproducen y… 3 par

Los cuernos nacen, crecen, se reproducen y… 2º par

Los cuernos nacen, crecen, se reproducen y… 1º pa

El falso piloto

Tiemblo... luego existo

En la playa

Se que te gusta jugar

La secta

Album de fotos

Juegos de e-mail

En la discoteca

En el Madrid de los Austrias

Confesiones de un camarero

El Heavy

Tú escoges la ropa, yo el menú. Tu mujer es el pos

Rebajas de Enero

Eso no era lo acordado

Violetas imperiales

Dedicatoria

El corneador de puertas

Cara y cuz

Fantasía inducida

La casa vacia

Averia en un ascensor

El e-mail del lunes

No hay amos, solo sumisas

Juegos

Pecosa complaciente

Habitación con vistas

Se están perdiendo las esencias

La zona perversa

Visto para sentencia

Mediterráneo

Lo dijiste tu ayer (3)

Lo dijiste tu ayer (2)

Lo dijiste tu ayer (1)

Sentados en un tren

Te hago una propuesta

Por eso la dejé (5)

Por eso la dejé (6)

Por eso la dejé (4)

Por eso la dejé (3)

Por eso la dejé (2)

Por eso la dejé (1)