miprimita.com

Lynne: Capitulo 10 Obediencia

en Dominación

Lynne:

CAPÍTULO 10. OBEDIENCIA

 "No te vas a duchar esta noche. No te vas a lavar los dientes ni a enjuagar la boca esta noche. Quiero que saborees y sientas su corrida en todos tus agujeros toda la noche. Levántate."

Agarró la bata del suelo y la limpió entre las piernas con ella, luego se la tiró y dijo. "Ponte esto. Tienes una visita."

Estaba segura de que Stephen o Darren habían vuelto para follársela. Stephen era un buen tipo. Pero era a Darren a quien ella deseaba.

"Necesito mear, Lynne." Sabía lo que quería decir y le siguió al baño y se la sujetó como había hecho con Ross. Pero él se movió y salpicó algo el embaldosado antes de que pudiera ajustar la dirección en la que apuntaba su polla.

Cuando terminó miró el pequeño charco del suelo y dijo. "Limpia eso." Lynne se quitó la bata y se echó al suelo y limpió el charco con la bata.

"Ya lo he limpiado, Señor." Dijo casi desafiante mientras se volvía a poner la bata. Sabía que él se había movido a propósito pero no había dudado, se había limitado a hacerlo y estaba vanidosamente satisfecha consigo misma, hasta que él dijo.

"Quería decir con una toalla, zorra estúpida."

De alguna forma perversa sentía que su orgullo estaba en juego si no obedecía rápidamente y sin vacilaciones. Lo había hecho sin pensar, no por obediencia sino por terquedad, con una actitud de "te lo demostraré." Había dejado que sus emociones interfirieran con el simple papel que tenía de hacer lo que se le dijera.

"Lo siento, Señor, solo pensaba..."

"Eso no es para ti, Chocho. Nosotros pensaremos por ti. Todo lo que tienes que hacer es hacer lo que se te diga. Simple obediencia, zorra, los perros lo entienden así que ¿cuál es tu puto problema?"

"No lo sé, Señor, lo siento... puedo aprender... puedo aprender a ser obediente..."

"Oh, lo serás, Lynne, créeme, lo serás."

Su voz era baja y amenazadora pero la sonrisa de su rostro la atemorizó más.

"Ahora ven conmigo, tienes una visita esperando verte."

Se echó una ojeada en el espejo. El pelo estaba enredado y enrollado, el maquillaje manchado y tenía pequeñas manchas de corrida en la cara. La bata manchada de sus jugos, de la corrida de Ross y de la orina de su marido.

En ese momento entendió lo que Desmond había querido decir. No podía pensar en una palabra que describiera lo que veía en el espejo.

Ross había recuperado la consciencia y se estaba vistiendo cuando volvieron a entrar al dormitorio. "¿Cómo se portó, Ross?"

"No me ha quedado nada de piel en la polla." Los dos hombres rieron. "Sé que es tu mujer, amigo, pero es como una auténtica perra callejera en celo, es salvaje. Probablemente sale al patio a follarse a tu perro cuando estás trabajando."

Lynne vio la expresión de la cara de su marido. Se había olvidado de lo que podía tener que hacer con el perro y parecía que su marido también lo había olvidado. Ahora Ross se lo había recordado a los dos.

"¿Te has estado follando al perro, Lynne? ¿Le has estado haciendo mamadas al perro?"

"No, Señor. Pero lo haría si me dijera que lo hiciera." Su voz temblaba.

"Sé que lo harías, Lynne." Casi podía ver la sangre esfumándose de su cara. Parecía tan asustada, tan confundida y vulnerable. Lynne sabía que su marido estaba disfrutando con su angustia. Con la tortura mental a la que la estaba sometiendo. Podía ver en su cara el placer que su incomodidad le producía.

Lo peor para Lynne era no saber. Deseaba que le dijera si tenía que hacerlo o no. Y si tenía que hacerlo quería ponerse a ello. Pero él no iba a decírselo, su agonía le producía mucho placer.

"Ve y recoge las playeras de Ross del porche."

"Sí, Señor." Dijo Lynne aliviada de tener una excusa para salir del torturante silencio que había descendido sobre la sala.

El aire fresco exterior le sentó bien y Lynne se tomó unos segundos para disfrutarlo antes de volver al dormitorio con las playeras sucias de Ross. Ross estaba sentado en la cama y su marido le ordenó que le pusiera el calzado.

Lynne intentó ignorar lo que estaban diciendo de ella mientras se arrodillaba en el suelo a los pies de Ross para ponerle el calzado y atarle los cordones.

"¿Por qué no le das una patada en el culo, amigo, puedes tener muchas mejores." Dijo Ross.

"Al final lo haré." Replicó su marido sin darle importancia. "Pero todavía no estoy preparado para echarla a patadas."

Todavía hablaban de ella cuando su marido acompañó a Ross a la puerta delantera.

"Eres un hombre afortunado, Ross. Lo que yo deseo realmente es una mujer como Debbie."

Lynne no pudo oír la respuesta de Ross porque su marido cerró la puerta. Pero si que oyó lo que dijo su marido. "Realmente Ross, viejo amigo, lo que deseo de verdad es a Debbie. Y Lynne va a ayudarme a conseguirla."

"¿Verdad Lynne?" Dijo dirigiéndose al dormitorio. "Me vas a ayudar a acostarme con la adorable Debbie, ¿verdad?"

"Sí es eso lo que quiere, Señor." Lynne se sorprendió de la onda de celos que la recorrió.

"Oh, eso es lo que quiero, Lynne. Debbie es lo que quiero. Y me vas a ayudar a conseguirla. Solo como..."

No terminó lo que había empezado a decir. "Es hora de entretener a tu huésped. Lynne."

Le siguió por el recibidor hasta la sala de juegos de la parte trasera de la casa. Darren estaba sentado en el sofá mirando el final del partido entre los Tigers y los Dragons mientras se tomaba una lata de cerveza Tooheys. Obviamente estaba más borracho que cuando les había dejado antes. Levantó la mirada y vio a Lynne andando hacia él.

"Cristo."

"Hola Darren, me alegro de que hayas vuelto. Yo..."

Darren saltó del sofá cuando Lynne llegó frente a él, sus cuerpos chocaron, Lynne se tambaleó pero consiguió recuperar el equilibrio. La lata de cerveza salió despedida de la mano de Darren y cayó sobre el sofá.

"Limpia eso, zorra estúpida." Rugió su marido mientras la cerveza salía de la lata y se derramaba por las baldosas del suelo.

"¿Con qué, Señor?" Preguntó Lynne, no queriendo cometer el mismo error de antes.

"Con tu puta bata asquerosa, chocho."  Mientras tiraba bruscamente del cinturón de la bata y lo soltaba. Lynne se quitó la bata rápidamente y empezó a arrastrarse por el suelo recogiendo el revoltijo espumoso.

"¿Qué coño...?" Darren había mirado a Lynne y no le gustó lo que vio. Se volvió a poner en pie y pasó por encima de ella como si fuera un poco de basura en el sendero.

"Jesucristo todopoderoso..."

"Puedes llevarla al dormitorio y follártela en cuanto haya recogido la porquería que ha liado." Dijo el marido de Lynne disfrutando del asco de Darren.

"De ninguna puta manera, amigo. Estoy bebido, pero nunca conseguirás emborracharme tanto como para que me folle a eso."

"Sé que no tiene muy buena pinta en este momento, Darren, pero te la lavaré un poco para ti."

"No te molestes, tío. Es una jodida cerda."

"Solo tienes que apagar la luz, tío, y no tendrás que mirar con quien estás follando." Hablaba a Darren pero miraba a Lynne.

"Me voy a casa a follar con mi mujer." Fue todo lo que dijo Darren mientras se tambaleaba por el patio y bajaba las escaleras.

"Así que el único que te gusta no puede soportar tu vista. Le repugnas. Que decepción para ti." Dijo su marido mofándose. "Casi sale corriendo por la puerta de atrás en cuanto te  vio, ¿verdad Lynne?"

"Sí, Señor." Musitó Lynne.

"De ahora en adelante me llamarás Amo."

"Sí, Amo." Dijo mansamente mientras se levantaba y se volvía a poner la bata.

"De todas formas tengo alguna otra cosa para que hagas. Ven conmigo." Dijo encaminándose hacia la cocina. El Telegraph estaba abierto sobre el banco, intentó ver lo que su marido había estado leyendo cuando oyó el ladrido del Rottweiler procedente de la lavandería.

Se le heló el cuerpo, y un escalofrío gélido le bajó por la médula.

"¿Cuál es tu puto problema?" Le preguntó su marido sarcásticamente.

"Nada Amo." Dijo intentando acorazarse para lo que tenía que hacer.

La cocina era de tipo fogón y la lavandería estaba en uno de sus extremos. Se encaminó lentamente hacia la puerta, las manos y las rodillas temblando, la cabeza dándole vueltas. Se colocó delante de la puerta corredera y se obligó a adelantar la mano y descorrer la puerta.

El gran perro gruñó cuando la vio. A Lynne nunca le había gustado el Rottweiler. Era demasiado grande, demasiado agresivo e impredecible. Y al perro tampoco le gustaba Lynne. Pero sabía que el enorme animal cambiaría de opinión respecto a ella después de que se lo hubiera hecho.

Se agachó hasta el suelo y se arrastró hacia el perro. Su marido se sentó en el banco de la cocina a leer el periódico mientras ella lo hacía. Alzó la mirada hacia la puerta abierta de la lavandería cuando oyó los sonoros ruidos que hacía el perro.

Lynne entró tambaleándose en la cocina, con la cara exangüe y pálida.

"Ya lo hice, amo." Dijo con un susurro patético.

"¿Hiciste qué, Lynne?"

"Se la he chupado al perro, como me dijo que hiciera." Le temblaba la voz.

"Yo no te dije que se la chuparas al perro, Lynne."

"Pero usted dijo... Usted me dijo..." La mente de Lynne estaba acelerada. Miró alrededor de la sala frenéticamente luego volvió al rostro de su marido intentando encontrar un sentido a lo que estaba diciendo.

"Te dije que tenía algo para que hicieras. No dije nada de chupársela al perro. A propósito, es una pena que no escucharas lo que te dije justo antes de que te corrieras para los chicos. Te dije que podías tumbarte en el suelo si querías. Habrías disfrutado más del orgasmo al no tener que estar de pie como estabas."

Cuando se dio cuenta de lo que había hecho, de lo que su marido le había hecho, le empezaron a correr lágrimas por las mejillas. La rabia empezaba a hervir en su interior. Quería decirle lo jodido bastardo que era. Quería decirle cuanto le odiaba.

Salió corriendo de la cocina y atravesó la casa, sollozando sonoramente hasta que se detuvo en el lavabo de su baño. Se agarró a los bordes del lavabo mientras lloraba silenciosamente.

Luego levantó la vista y se miró en el espejo. Vio lo que había en su cara. Quería limpiárselo. Quería arrancarse la piel de la cara, pero no lo hizo. Se limitó a quedarse allí en pie mirándose.

Se había encontrado más patética cada vez que se había mirado al espejo en las últimas tres semanas. Se había visto descender en lo que se había convertido, había escrito sobre eso en el diario.

De repente se encontró extrañamente tranquila. Las lágrimas se cortaron. Le gustaba lo que veía en el espejo. No podía describir su aspecto y no entendía por qué se sentía de la forma en que lo hacía. Pero sabía que ese era el aspecto que le gustaba tener, la forma en que le gustaba sentir.

De pronto se avergonzó de sí misma. No por lo que había hecho en la lavandería, sino por la manera en que había actuado hacia su marido. No era culpa de él. Le habían dicho muchas veces que todo lo que tenía que hacer ella era hacer lo que le decían. Pero no lo había hecho así. Su marido no le había dicho que lo hiciera. Si hubiera esperado y hecho lo que le dijeran, como se suponía, no habría ocurrido. No era culpa de su marido que fuera una puta estúpida.

Se daba cuenta de que acababa de aprender la lección más importante si se iba a convertir en esclava de la Mujer Rubia. Obediencia. Sonaba tan simple, hacer solo lo que le dijeran que hiciera. Pero no lo había hecho así, y había pagado el precio. Pensó que ahora conocía el verdadero significado de la obediencia.

Se limpió la cara, y estaba a punto de cepillarse el pelo y arreglarse la bata, que ahora estaba manchada en algunos sitios más, cuando se dio cuenta de que iba a hacerlo otra vez. No le habían dicho que lo hiciera. Si él quisiera que se limpiara la cara o se cepillara el pelo se lo diría.

"Jodida puta estúpida." Se dijo a sí misma asqueada.

Su marido estaba todavía sentado en el banco de la cocina cuando ella volvió a entrar. No levantó la vista mientras se dirigía hacia él.

Se echó de rodillas y rodeó su pierna con sus brazos y dejó descansar la cabeza en su rodilla.

"Lo siento Amo. Lo siento mucho."

"Está bien, Lynne." Dijo con voz suave y amorosa. "Está bien."

Le permitió que llorara un rato y luego bajó la mano y le acarició la cabeza y metió los dedos entre su pelo.

"Has recorrido un largo camino en poco tiempo. Solo asegúrate de que no volverás a hacer nada así."

"No lo haré, Amo. Sabe que no lo haré. Le amo."

"Yo también te amo." Dijo suavemente.

Él sintió como le abrazaba la pierna con más fuerza cuando le dijo que la amaba. Y siguió acariciándole el pelo mientras le dejaba que llorara.

Poco después de que cesaran las lágrimas la oyó reírse silenciosamente para sí misma. Levantó la mirada hacia él. "¿Qué era lo que quería que hiciera amo?"

"Estoy salido. Necesito un buen polvo a la vieja usanza."

Ella cerró los ojos y saboreó sus palabras. Parecía que había pasado una eternidad desde que había follado con su marido. Se puso en pie rápidamente y se quedó a su lado.

"¿Qué puedo hacer por usted, Amo?"

La miró a la cara y a los ojos. Para él nunca había parecido tan bella como en ese momento. Se miraron durante un buen rato, diciéndose con los ojos lo mucho que se querían.

Le pasó el periódico que había estado leyendo. Estaba abierto por la sección de Servicios para Adultos. "Búscame una fulana para follar con ella. Voy a darme una ducha. Cuando llegue le pagas y le dices que me espere en la cama, pero no dejes que se desnude. Quiero desnudarla yo mismo."

Una gran sonrisa se extendió por la cara de Lynne. Adoraba esta nueva vida que su marido y la Mujer Rubia le habían proporcionado.

"Y limpia el dormitorio antes de que llegue ella. Tú y Ross lo habéis dejado hecho un desastre."

Observó como su marido desaparecía por el recibidor y luego empezó a leer los anuncios.

'Jane. Madura, Señora de pechos grandes disponible bajo llamada. Cualquier barrio.'

"No. Madura quiere decir vieja." Se dijo Lynne para sí misma. Quería la mejor prostituta que pudiera encontrar para su marido.

'Ángel asiático. Señora tailandesa atractiva. Esbelta, excitante, Servicio de Alto Standing..."

"Ummm. Puede ser." Dijo Lynne mientras tomaba un bolígrafo de la agenda telefónica y trazaba un círculo alrededor del anuncio del Ángel asiático. Se pasó unos cuantos minutos leyendo anuncios, marcando los que le gustaban. Entonces encontró lo que buscaba.

'Melanie. 20 años. Pechos grandes, pelo rubio largo. Muy sensual. Me encanta tocar y que me toquen. Estoy a tu disposición ahora. Solo llamadas. Llámame ahora al...'

"Hola, soy Melanie."

"Hola Melanie, me llamo Lynne, ¿cómo estás?"

"Realmente bien, Lynne."

"Necesito una mujer verdaderamente especial para mi marido, Melanie."

"Ooh, eso suena muy divertido, Lynne. ¿Es para los dos o solo para él?"

"No lo sé, Melanie. Puede que quiera que observe, o puede que quiera que me una a vosotros, o puede que quiera que espere fuera. Lo decidirá mientras esté con la mujer que le consiga."

"Bien, déjame que te hable de mí, Lynne. Tengo veinte años, mido 5 pies y 4 pulgadas (como 1,65 m) y tengo el pelo largo y rubio. Soy esbelta, talla 8, unos 51 kilos. Tengo la piel suave y lechosa y unos pechos bastante grandes, pero no llevo sostén, no necesito soporte. Mis pezones son de un rosa suave, no muy grandes pero muy sensibles.

Soy rubia natural y el pelo de mi coño está recortado en un triángulo bien delimitado, y me encanta que me toquen y laman el clítoris."

"Quiero una mujer que toque y bese a mi marido por todas partes. ¿Tendrá que ponerse condón mi marido, Melanie."

"Sí, tendrá que ponerse condón, Lynne, pero me encanta besar y lamer y tocar. Tu marido no se sentirá defraudado cuando me vea, Lynne. No se sentirá defraudado cuando me toque y cuando se sienta dentro de mí."

"Si tu aspecto es la mitad de bueno de lo que suena tu voz, Melanie, no se sentirá defraudado en absoluto."

"Gracias, Lynne. Son 120 la media hora y 180 la hora. Y puede correrse todas las veces que quiera. Y tú lo mismo si te deja unirte a nosotros. Espero que lo haga, Lynne."

"Yo también, Melanie. Y te daré mucho más que los 180 si queda contento."

"Siento hacerte perder tiempo Lynne, pero necesitaré tu número para poder llamarte. Lo siento pero tengo que comprobar..."

"Está bien, Melanie, lo entiendo."

Lynne le dio a Melanie las señas y el número de teléfono y colgó, el teléfono sonó a los pocos segundos.

"Hola Melanie."

"Hola, Lynne, estaré ahí en diez minutos, o antes si puedo. Voy ahora, adiós."

"Te esperaré delante, Melanie. Adiós."

Lynne corrió al dormitorio, hizo la cama y limpió el desorden que ella y Ross habían liado. Su marido la llamó desde el baño.

Llamó a la puerta y esperó instrucciones.

"Trae aquí tu culo, Lynne."

Abrió la puerta y entró. Podía ver a su marido en la ducha a través de la pantalla de cristal transparente. Había olvidado el espléndido cuerpo que tenía.

Se preguntó cuántas veces le había visto en la ducha y no se había tomado tiempo para disfrutar de lo que veía. Cuándo empezó a dar su cuerpo por supuesto y por qué. ¿Por qué había dejado de apreciar lo afortunada que era de tenerlo?

"Hay una mujer en camino, Amo." En cuanto lo dijo supo que de nuevo había metido la pata. Él no le había dado permiso para hablar. No le había preguntado si había contratado una fulana para él. Tendría que haberse quedado allí en pie y mantenido cerrada su estúpida boca hasta que él dijera otra cosa.

El concepto de obediencia es tan complicado en la práctica como sencillo en la teoría. Lynne supo que tenía mucho que aprender. Pero esta vez su marido ignoró su indiscreción.

"Me temo que se largará si te ve así. Ponte un camisón bonito e intenta arreglarte un poco."

"Sí, Amo." Lynne hizo lo que se le había dicho. Salió al porche delantero justo cuando el Magna blanco entraba en el camino. La luz interior se encendió cuando Melanie abrió la puerta de pasajeros. Lynne pudo ver la figura de un hombre de complexión fuerte en el asiento del conductor.

Oyó el sonido de tacones altos sobre el sendero de cemento cuando Melanie se dirigió hacia ella. Melanie no había exagerado en cuanto a su atractivo. Melanie no podía creer que una mujer joven de una belleza tan impresionante trabajara de fulana.

Parecía una modelo de Hollywood de camino a una noche de premios. Su largo pelo rubio y su piel suave de color blanco lechoso contrastaban de forma increíble con su traje negro caro, medias negras y zapatos de tacón negro. El vestido se hundía en el cuello, exhibiendo sus pechos grandes y firmes.

Melanie subió hasta el porche. "Hola, Lynne."

"Eres realmente espectacular, Melanie." Dijo Lynne sin pensar.

"Lo mismo digo, Lynne." Replicó Melanie, mirando a Lynne de forma invitadora con sus profundos ojos azules.

Melanie estaba exagerando pero Lynne tenía muy buen aspecto con su camisón de encaje negro largo y transparente. No llevaba nada debajo y Melanie pudo ver la silueta del cuerpo de Lynne. Se había arreglado el pelo y aplicado algo de maquillaje. Lynne se había mirado al espejo, sabía que tenía buen aspecto, pero también sabía que ni de lejos tan bueno como el de Melanie.

Y Melanie tenía un estilo y una elegancia de los que carecía Lynne. Clase era una de las palabras que Lynne usó mentalmente para describir a Melanie. Podía ser una fulana, pero Melanie tenía clase. Una palabra que Lynne sabía que no podía aplicarse para describirla a ella. Ya no nunca más.

Lynne le abrió la puerta a Melanie y la llevó al dormitorio.

"Mi marido está en la ducha. Espera en la cama hasta que esté preparado para ti." Lynne puso seis billetes de cincuenta dólares doblados en la mano de Melanie.

"Aquí tienes trescientos dólares, y habrá otros cien si mi marido se lo pasa bien."

"Gracias Lynne." Dijo Melanie mientras se guardaba el dinero en el bolso y se sentaba en la cama. Lynne no se había fijado en sus piernas hasta que las cruzó lentamente mientras se sentaba en la cama. Eran largas y esbeltas y Lynne tuvo un impulso casi irreprimible de arrodillarse a los pies de Melanie y lamer de abajo arriba las medias negras transparentes que aprisionaban las piernas de Melanie.

"¿Sabes si te unirás a nosotros, Lynne?"

"No, no lo hará." Dijo el marido de Lynne mientras entraba en la habitación llevando solo una toalla blanca y esponjosa alrededor de la cintura y algo de agua de colonia Cool. "Se limitará a sentarse en el suelo en la esquina y mirará. Esperemos que aprenda algo."

Lynne notó la respuesta de Melanie cuando le miró. Obviamente a Melanie le gustaba lo que veía. Se levantó y caminó seductoramente hacia él.

"Hola, soy Melanie."

"Hola, Melanie."

Melanie puso las manos en la cintura de él y se le acercó, lo bastante como para que sus entrepiernas se rozaran suavemente la una contra la otra.

Se dobló hacia delante y le besó con fuerza y pasión en la boca, subiendo las manos a su pecho mientras lo hacía.

Lynne no pudo sino desear ser ella. Deseaba ser ella la que besara a su marido, y ella la que besara a Melanie. Miró a su marido mientras tomaba a Melanie en sus brazos y le besaba y mordisqueaba el cuello.

Lynne estaba a los pies de la cama, no sabía si debía ir a sentarse al rincón o esperar a que su marido le dijera que hacer. Decidió esperar a que le dijeran que hacer.

Él miró a Lynne y le señaló el rincón, ella se apresuró a agacharse en el suelo y observar como su marido desnudaba a Melanie y la tumbaba suavemente en la cama.

Durante la hora siguiente Lynne observó como su marido y Melanie se chupaban y follaban mútuamente con una pasión que parecía fuera de lugar entre una prostituta y su cliente. Eran tan delicados, tan tiernos el uno con el otro, era como si estuviesen haciendo el amor, no solo follando.

Su marido se corrió tres veces, dos mientras estaba dentro de ella y una en su boca. Cada vez Lynne tuvo que quitar el condón de la polla de su marido y llevarlo al baño. Le encantaba la forma en que podía paladear los jugos de Melanie en los condones usados.

Melanie fingió orgasmos las dos veces que él se corrió en su interior, Lynne sabía que tenía que estar fingiendo, pero ¡dios! era muy buena en eso. Gemía y jadeaba y se agitaba bajo él, la cara encendida, los ojos brillando de excitación.

Cuando se cumplió la hora escuchó desde el dormitorio como Melanie y su marido se daban una ducha juntos, y luego les observó mientras se ayudaban mutuamente a vestirse.

Lynne dio a Melanie los cien dólares extras cuando la acompañó a la puerta. "Gracias, Melanie, realmente se lo ha pasado bien contigo."

"Gracias, Lynne. Tu marido es un hombre maravilloso, asegúrate de que vuelva a llamarme como dijo que lo haría. Quizás la próxima vez te deje unirte a nosotros."

"Seguro que lo hará." Dijo Lynne, sabiendo perfectamente que la llamaría de nuevo pero que nunca la dejaría unirse a ellos.

"¿De dónde sacaste el dinero para pagarle, Lynne?" Su marido estaba detrás de ella mientras veía como el Magna blanco desaparecía calle abajo. Se volvió hacia él, no estaba segura de si sabía lo que había hecho la última semana.

"Le pagué con algo del dinero que saqué como prostituta callejera en la Cross, Amo."

"¿Cuánto le pagaste por follar conmigo?"

"Cuatrocientos dólares."

"¿Y cuántos cobras a los hombres por follarte?"

"Normalmente cincuenta dólares, y mi chulo se lleva el veinticinco por cien."

Su marido le sonrió y volvió al dormitorio. Pero había tomado nota. Había follado con diez hombres para conseguir el dinero que le había costado pagar a Melanie por follar con él.

Tanto había cambiado desde aquella noche en el garaje. Ahora todo era distinto. La oscuridad era luz, lo incorrecto era correcto, lo malo era bueno, normalmente mucho mejor que solo bueno. Pero de todas las cosas que habían cambiado la que a Lynne le gustaba más y entendía menos era que ella ahora parecía tener un apetito insaciable por el sexo en sus variadas formas.

En el pasado, cuando era la antigua Lynne, antes de aquella noche en el garaje, antes de que la Mujer Rubia tomara el control de su vida, Lynne practicaba el sexo dos o tres veces a la semana con su marido. Llegaba al clímax la mayoría de las veces pero no siempre y no parecía preocuparle si lo conseguía. Y a diferencia de la mayoría de las parejas su vida sexual se había hecho más interesante e imaginativa cuanto más tiempo llevaban casados.

Se había masturbado mucho de quinceañera y cuando era soltera, al comienzo de la veintena, y había seguido haciéndolo después de casarse con su marido hacía cuatro años. Pasaba mucho tiempo con el vibrador que le había encontrado su marido la vez que la pilló.

Pero la necesidad de placer, tanto físico como psicológico se había convertido en una adicción. Cuanto más placer conseguía más necesitaba. Era como si la única razón de su existencia fuera ahora el placer y el dolor que ellos provocaban en su cuerpo y su mente.

Mirar a su marido follar con Melanie había dejado chorreando la carne suave y pelada de su entrepierna. Se había corrido dos veces en las últimas horas y de nuevo su cuerpo clamaba por un alivio.

"Ese salto de cama es demasiado bueno para una puta barata como tú, ¿verdad?" Dijo su marido mientras agarraba la parte delantera del salto de cama y empezaba a quitárselo del cuerpo rasgándolo.

Lynne gimió suavemente mientras escuchaba el sonido del material al romperse y la humedad entre sus piernas empezaba a escurrirse por los muslos abajo.

Como la mayoría de las mujeres Lynne tenía su propia fantasía de violación que de vez en cuando se arrastraba por su mente. Y más que solo de vez en cuando, en el pasado había sido en su fantasía de violación en lo que pensaba cuando se masturbaba.

Cerró los ojos y vio al hombre alto sin rostro delante de ella, arrancándole la ropa a pedazos.

"Súbete a la puta cama, zorra." Ordenó su marido, pero ella no le escuchaba. El hombre alto la estaba tirando al suelo. Luego le arrancaba las bragas. El hombre alto le clavaba la polla en su interior. Lynne gritó cuando el reverso de la mano de su marido le cruzó con fuerza la cara.

Cayó al suelo aterrizando encima de los girones del material que fue una vez el bonito salto de cama que su marido le había comprado para su aniversario.

"Escucha cuando te hable, chocho." La voz de su marido era grave y airada.

"Yo... lo siento, Amo." Se agarró la mejilla aguijoneada de dolor y sintió el hilillo de sangre que bajaba por su barbilla desde la comisura de la boca, justamente como ocurría cuando el hombre alto la golpeaba.

"Súbete a la puta cama."

Lynne intentó subirse a la cama pero la cabeza todavía le daba vueltas por efecto de la fuerza del golpe en la cara. Su marido la ayudó agarrando a su esposa de los pelos y levantándola del suelo hasta la cama.

Durante unos segundos Lynne ni veía ni oía nada. Que le hubieran arrancado la ropa del cuerpo, le hubieran golpeado violentamente en la cara y haber saboreado su propia sangre a consecuencia del golpe había sido aún más apasionante que cuando el hombre alto lo hacía en su fantasía, y la dejó aturdida.

"¿En qué estabas pensando, Lynne?" La voz de su marido era tranquila y casi amable esta vez. Le agarró los brazos, tiró de ellos hasta su espalda y los sujetó con un par de frías esposas de acero.

Estaba tumbada sobre el estómago, con los brazos trabados tras la espalda.

"Yo... estaba pensando en que me estaban violando, Amo."

"Cuéntame que ocurría cuando te violaba, Lynne."

Lynne cerró los ojos y gimió suavemente mientras tiraba del frío acero de las esposas.

"Fue cuando usted se fue a la oficina de Perth durante algunas semanas el año pasado. Me llamó desde el aeropuerto de Perth y me dijo que no podría hacerlo en el dormitorio cuando volviera a casa, y que tendría que follarme sobre el suelo de la entrada.

Su vuelo llegaba a Sydney a las 9:20 lo que quería decir que estaría en casa sobre las 10:30.

Me di un largo baño de espuma caliente y me puse el bonito salto de cama negro que me compró para nuestro aniversario. Luego me senté en el salón con las luces bajas y una música suave, esperándole.

Había estado allí sentada esperándole desde las 6:30 aproximadamente, bebiendo vino y pensando en lo que íbamos a hacer cuando llegara a casa. Sobre las 8:00 sonó el timbre de la puerta. Creí que era usted. Pensé que me estaba gastando una broma, jugando conmigo. Corrí a la puerta y vi la silueta de un hombre en el porche. Un hombre alto.

No podía verle la cara porque la luz del porche estaba apagada, cosa extraña porque la había encendido antes para usted, y funcionaba bien. Pero él empezó a hablar y ya no pensé más en ello.

Dijo que él y su esposa habían comprado la casa de al lado, ya sabe la que había estado 'En Venta' y vacía durante meses, y se había acercado a presentarse.

Se limitó a la cháchara amistosa sobre su mujer y los niños. No sé si fue el vino o si estaba distraída pensando que iba a hacer usted cuando llegara a casa, pero no se me ocurrió pensar que estaba allí en pie con aquel salto de cama minúsculo y excitante. Y sé que era una estupidez hacerlo pero descorrí el cerrojo de la puerta y la abrí. Él estaba intentando resultar agradable y parecía grosero hablar con él tras una puerta de seguridad cerrada.

Pero él se limitó a seguir charlando de la forma que hacen los vecinos. Me preguntó por usted y si teníamos niños. Le dije que usted no estaba y que no teníamos niños.

Dijo algo de lo bonitos que eran los árboles y los arbustos y echó un vistazo hacia fuera hacia el patio delantero y dijo cuanta intimidad nos proporcionaban.

Todavía no podía verle la cara y no podía recordar si había dicho su nombre. Recuerdo que luego dijo 'Bueno, tendrás compañía.' Y sé que era una estupidez decirlo pero dije 'No, en este momento estoy sola.'

En cuanto lo dije todo me parecieron errores. Que la luz del porche no funcionara, que el porche estuviera escondido de la vista por los arbustos y árboles. Que le hubiera dicho que estaba sola. Y de repente fui consciente de lo que llevaba puesto. Y lo supe. Supe que el hombre sin rostro no era nuestro nuevo vecino.

Luego fue como si todo fuera a cámara lenta. Volvió la cabeza hacia mí y, aunque todavía no podía verle la cara, supe que estaba sonriendo.

De repente su mano me rodeó la garganta ahogándome mientras me empujaba contra la pared. La luz de la entrada se apagó y oí la puerta cerrarse de golpe.

No podía respirar, su mano me rodeaba con más fuerza la garganta y tiré de ella con la mía intentando escaparme de él. Entonces me soltó, yo tosí y tomé aire e intenté gritar.

Me golpeó en la cara con el puño cerrado y mi cabeza golpeó contra la pared mientras caía al suelo.

Me volvió a agarrar del cuello, me obligó a ponerme en pie y me inmovilizó contra la pared. Me dijo que si gritaba me golpearía con mucha más fuerza que la primera vez. Quería gritar pero no lo hice, aún así me volvió a pegar y me dijo 'Esto por querer gritar.'

Empecé a llorar la primera vez que me pegó, pero después de la segunda sollozaba. Me atrajo hacía sí por el cuello, nuestras caras separadas unas pulgadas en la oscuridad y dijo 'Cierra la puta boca'.

Pese a las palabras su voz seguía siendo la misma voz tranquila y amistosa de cuando pretendía ser nuestro vecino. Dijo que no era exigente con las mujeres que violaba, pero que le gustaba violarlas en la comodidad de sus propios hogares.

Se separó de mí y hubo un silencio aterradoramente largo. Luego se volvió a encender la luz. Levanté la vista hacia él y tenía un pasamontañas puesto. Yo estaba petrificada de miedo. Podía ver la lujuria en sus ojos y la sonrisa de sus labios a través de las pequeñas rendijas del pasamontañas.

Empezó a rasgar mi salto de cama por la parte delantera. Pero lo hacía tan lentamente, casi sensualmente y el sonido que hacía el material cuando lo rasgaba parecía tan ruidoso. Estaba rasgado hasta el nivel de mi entrepierna, y rompió lo que quedaba con un movimiento rápido y casi violento y lo echó hacia atrás. Podía ver sus ojos recorrer mi cuerpo a través de las pequeñas rendijas del pasamontañas.

Casi grité cuando me agarró los pechos pero me contuve. Luego sus manos estrujaron y pellizcaron y tiraron de mis pezones y no pude evitarlo, grité de dolor.

Me tiró al suelo y empezó a gritarme todo tipo de amenazas. Ahora su voz era diferente, sonora y enfadada mientras me decía lo que me haría si volvía a gritar o a llorar.

Se agachó y empezó a quitarme las bragas. Escuché el sonido cuando me las hizo trizas y vi la sonrisa en sus labios cuando me las metió en la boca.

Abrió mis piernas tanto y con tanta fuerza que gruñí de dolor. Se bajó la cremallera de sus vaqueros negros, se sacó la polla tiesa y dura por la bragueta abierta y se tiró encima de mi dejándome sin aire.

Podía sentir su polla restregándome entre las piernas mientras me inmovilizaba los brazos contra el suelo con las manos. Su respiración se hacía más pesada mientras su polla empezaba a apuñalarme entre las piernas intentando encontrar la abertura que le permitiera penetrarme.

Cerré los ojos pero me dijo que los abriera, le obedecí. Le miré justo cuando su polla se deslizó en mi interior con un  violento empellón. Enterró la polla todo lo profundamente que pudo forzarla dentro de mí y se detuvo. Se quedó encima de mí, disfrutando de la sensación de estar en mi interior.

De repente se echó a reír y empezó a follarme. Me folló sobre el suelo de la entrada justo como usted había dicho que iba a hacerlo. Y parecía durar tanto, parecía que él aguantaba tanto. Su cuerpo seguía aporreándome.

Me dijo que escuchara los sonidos de nuestros cuerpos entrechocándose y le obedecí. Me dijo que escuchara el ruido que su polla hacía cuando se deslizaba dentro y fuera de mí y le obedecí. Me dijo que le dijera lo bien que lo sentía y le obedecí.

Con frecuencia mechones de mi vello púbico se enganchaban en los dientes de su cremallera. Gruñía sonoramente cada vez que uno de mis pelillos era arrancado de mi cuerpo.

Seguí mirando a la puerta a ver si le veía allí. Al principio deseaba verle allí. Verle correr a salvarme, a rescatarme del hombre que me estaba violando. Pero al cabo de un rato deseaba y esperaba no verle allí.

No quería que viera lo que el hombre alto me estaba haciendo. No quería que le viera violarme. No quería que oyera los ruidos que hacíamos mientras me violaba. Pero, sobre todo, no quería que me viera correrme."

El marido de Lynne había escuchado en silencio mientras relataba como había sido violada. La forma de contarlo, las expresiones de su rostro, el tono de su voz, los movimientos de su cuerpo, era como si realmente hubiera ocurrido.

Había empezado a machacar su entrepierna con la cama mientras contaba su historia, para cuando la hubo terminado se empujaba contra la cama como si se la estuviera follando.

"¿Quieres que te quite las esposas para que puedas jugar con tu cuerpo, Lynne?"

"¡Sí... Sí, por favor, Amo! Quiero..."

Lynne gruñó sonoramente cuando la mano de su marido se estrelló con fuerza en los carrillos de su culo. Dejó de follarse a la cama y se quedó tumbada sobre el estómago con las manos trabadas tras la espalda esperando sentir de nuevo el dolor.

Su marido la agarró del pelo y la levantó hasta que sus ojos se encontraron, sus rostros casi tocándose.

"¡Lo que tú quieras no importa, Chocho!"

"No, Amo. Lo que yo quiera no importa. Estoy aquí solo para hacer lo que se me diga..." Habló con rapidez y sin respirar por el dolor mientras le tiraba del pelo.

"Entonces ¿por qué te estás follando la cama, Chocho? No se te ha dicho que lo hagas."

"No, Amo. No me lo han dicho. Lo siento. Yo..."

La volvió a soltar sobre la cama y la volvió a azotar con fuerza en el culo. "Mira aquí, Lynne." Alcanzó el cajón de su mesilla de noche y sacó su vibrador.

Los ojos de Lynne se encendieron un instante, pero pronto dejaron paso a una mirada confusa y casi triste. Estaba aprendiendo. Se mordió el labio para evitar decir nada.

"¿Quieres que te ponga esto debajo de ti, Lynne? ¿Debajo de tu coño húmedo?"

Lynne cerró los ojos y gimió suavemente ante esa idea.

"Oh, claro que sí." Dijo para sí. "Lo que yo quiera no importa, Amo." Dijo a su marido.

Deslizó el vibrador entre su húmeda entrepierna y la cama. Lynne tuvo que hacer acopio hasta la última onza de la fuerza de voluntad que le quedaba para no empezar a follar contra la polla de plástico duro.

"Mira al reloj, Lynne." Se volvió y miró los números rojos del reloj digital de la mesilla de noche. Las 12:03 de la madrugada.

"Cuando el reloj señale las 12:04 activaré el vibrador para ti, Lynne. Follarás con él y te correrás antes de que llegue a las 12:05. ¿Entendido?"

"Sí, Amo, entendido, gracias Amo, gracias por..."

El aguijón de su mano nuevamente en su culo la hizo callar. Sabía lo que quería decir. Las esposas le volvieron a cortar en las muñecas cuando se retorció en la cama para situar su clítoris sobre el vibrador, todo el tiempo mirando los brillantes números rojos del reloj.

Su respiración se iba haciendo más pesada y su entrepierna más húmeda con la esperanza de que el reloj llegara a las 12:04. Pero no hay manilla segundera en un reloj digital, ni luces parpadeantes que indiquen el paso de los segundos. Lo único que podía hacer era mirar al 3 y esperar que se convirtiera en 4.

"Será tu último orgasmo en una semana, Lynne."

Le oía y sabía que tenía razón, pero no podía recordar por qué. Pero su cuerpo y su mente estaban demasiado ocupados en vigilar y esperar a que el 3 se convirtiera en 4 para que pudiera pensar con claridad.

El vibrador cobró vida entre sus piernas cuando el 3 se hizo 4. Se lo folló con fuerza y velocidad, sacudiendo la cama con la fuerza de las embestidas de su cuerpo.

Enterró la cara en la almohada y empezó a gruñir en voz altas mientras se acercaba su orgasmo. Su respiración se aceleró y se hizo más superficial cuando sintió que las primeras oleadas de placer estaban a punto de desgarrar su cuerpo y empezó a canturrear: "No... Oh, mierda, No..."

El reloj había marcado las 12:05 y su marido había retirado el vibrador de debajo de ella.

"Se te dijo que te corrieras antes de que el reloj marcara las 12:05." Dijo su marido con una sonrisa de suficiencia en la cara.

"Lo siento." Sollozó patéticamente Lynne. "Por favor Amo...  Por favor, no me deje así por favor..."

"Nos pone enfermos oírte decir que lo sientes, Lynne." Puso el vibrador en la mesita de noche junto al reloj. Todavía ronroneaba, provocándola. "Podías haber tenido un orgasmo, Lynne, si hubieras hecho lo se te dijo. Te estarías revolcando en la cama corriéndote ahora si hubieras sido obediente."

Lynne empezó a llorar suavemente mientras su marido salía de la habitación y cerraba la puerta.