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Jugando con Yvette Cap. 2

en Dominación

Yvette tenía buen aspecto y olía bien cuando entró al día siguiente a recoger las fotos. Iba vestida con su característico estilo conservador: falda gris hasta las rodillas y una blusa de manga larga blanca con corpiño de encaje. Sus tetas parecían bastante grandes y bien proporcionadas, escondidas bajo la blusa. Pero la blusa era de un material de algodón grueso; Yvette no era el tipo de mujer que lleve algo que permita vislumbrar las copas de su sostén o los tirantes. Era femenina pero realmente no muy excitante. Y menos vestida de aquella manera. Tenía ese aspecto de 'Frígida y orgullosa de serlo' que tienen muchas mujeres. Pero sabía, por las fotos, que Yvette era cualquier cosa menos una mujer frígida.

"Necesito hablar contigo un momento, Yvette." Le dije con voz seria. Me miró con curiosidad. Me limité a sonreírle cálidamente y señalé hacia la puerta de la parte de atrás de la tienda. Se mostraba un poco reacia a salir por atrás conmigo. Me miró recelosa y dijo: "Estoy segura de que sea lo que sea lo que tienes que decirme se puede decir aquí."

Realmente no me importaba el tono de su voz ni la expresión de su rostro. Pero volví a sonreírle y dije: "Está bien, Yvette, estoy seguro de que discutiríamos mejor esto en mi oficina, pero lo haremos aquí."

Yvette se tenía a sí misma como una mujer muy controladora, "Mira, no hay más que hablar." Todavía no estaba asustada de mí, ni siquiera preocupada de lo que tuviera que decirle, solo molesta.

"Bien, Yvette." Dije sin darle importancia. "No nos conocemos muy bien el uno al otro pero sé que es lo que quieres hacer. Quieres levantarte la falda, bajarte las bragas y suplicarme que te azote el culo desnudo."

Me quedé esperando que me interrumpiera, pero no lo hizo. La boca se le abrió y los ojos se le desorbitaron pero no dijo nada. Incluso cuando terminé mi pequeño discurso pasaron algunos segundos antes de que se convenciera a sí misma de que había dicho verdaderamente lo que dije. Cuando finalmente su cerebro lo asumió se limitó a reírse nerviosamente y dijo: "¿Es una broma?" Magnífica réplica, Yvette.

Luego se volvió hacia la puerta, farfulló: "Rastrero..." y empezó a reírse y a farfullar de nuevo para sí misma. Estaba casi en la puerta y todavía se reía y farfullaba cuando dije: "¿Todavía tienes el consolador rojo, Yvette?"

Fue como si la estúpida perra hubiera tropezado en una pared de ladrillo. Se quedó helada. No podía verle la cara pero sabía lo que estaba pensando. "Las fotos. ¿Qué había en las fotos?" Los hombros se le desplomaron cuando recordó su pequeña actuación ante la cámara y finalmente se imaginó lo que había en las fotos.

"Puedes admitir un buen pedazo de plástico." Dije mientras las extendía encima del mostrador. "En esta parece como si te estuvieras corriendo, y en cuanto a estas dos..." Ya no se reía más mientras se apresuraba a agarrar las fotos. Estaba bastante nerviosa.

Se puso aún más nerviosa cuando oyó que se abría la puerta de la tienda. Había en sus ojos una expresión de horror absoluto. Rápidamente metió las fotos en su bolso y me miró. Agarré otra serie de fotos de debajo del banco de trabajo que había tras de mí. "Ni se te ocurra tocarlas, perra." Dije tranquilamente mientras las ponía boca abajo en el mostrador. "¿No desearías ahora que hubiéramos hecho esto en mi oficina como sugerí? Necesitas aprender a hacer lo que se te dice, Yvette."

Una mujer mayor con ese pelo azul estúpido entró en la tienda y empezó a andar lentamente hacia el mostrador. Yvette parecía cada vez más nerviosa. Iba a ofrecerle un vaso de agua pero la mujer mayor interrumpió. Tenía un carrete de fotos que quería revelar. No creo en dios, pero rogué que sus fotos no fueran parecidas a las de Yvette.

Los ojos de Yvette fueron de mí a la mujer mayor, a las fotos del mostrador y luego volvieron a mí. Parecía como si fuera a mearse encima: "Ahora se hace una idea." Me dije para mí.

Finalmente la mujer mayor, que olía a naftalina, llegó a la puerta y salió de la tienda. Tiré su carrete en una bandeja; Rachael se ocuparía de estas cuando llegara a las 12:00. Rachael es una puta flaca de pelo largo negro que trabaja para mí. Es casi una nulidad revelando fotos, pero es bastante buena chupando pollas.

"Mírate, bastardo repugnante..." Rugió Yvette.

"Cierra el pico, Yvette." Dije volviendo las fotos y esparciéndolas de nuevo por el mostrador. Pensé que esta vez se habría meado encima. "Discutiremos esto en mi oficina."

Yvette recogió las fotos del mostrador y las metió en su bolso con las otras. Estoy seguro de que se estaba preguntando preocupada cuantas copias habría. Tenía toda la razón para preocuparse.

Me siguió furiosa por el pasillo, mi oficina está a la derecha, la sala de entretenimiento está a la izquierda. Yvette todavía no estaba lista para ver la sala de la izquierda.

Las mujeres parecen resultar favorablemente impresionadas por un tío con una oficina impresionante, de modo que gasté un montón de dinero en hacer que mi oficina fuera muy impresionante. Es bastante larga de 30x20 pies (unos 9x6 metros) con una gruesa y lujosa alfombra gris, iluminación y muebles modernos de diseño. Cada pared con fotos eróticas de mujeres no desnudas, que había hecho a lo largo de años. Y la cosa de la 'oficina impresionante' parecía funcionar, particularmente con jovencitas guapas entusiastas por hacerlo bien en su entrevista de trabajo. Sin embargo Yvette no estaba gratamente impresionada en absoluto. Especialmente cuando vio la foto enmarcada en 24x24 pulgadas (60x60 cm) de ella con su gran consolador rojo metido en su gran coño húmedo, colgando de la pared detrás de mi escritorio.

"No puedes hacer esto. No sé que tipo de psicópata eres pero no puedes hacer esto." Realmente se estaba poniendo nerviosa. No era la misma Yvette fría y distante que se había pavoneado en la tienda unos pocos minutos antes.

Tuvo su pequeña rabieta y luego se quedó allí de pie, intentando parecer asqueada conmigo, pero su fingido asco no podía enmascarar su miedo. Sabía que estaba esperando que yo dijera algo, así que me senté en la silla tras mi mesa y observé como las lágrimas empezaban a brotarle de los ojos.

"No puedes hacer esto..."

"Eso ya lo has dicho, Yvette."

"Quiero todas las copias que hayas hecho y los negativos, ¿entiendes? Quiero que descuelgues ahora mismo esa foto. No sé que demonios crees que estás haciendo pero si no me las das yo..."

"Esto va a estar bien." Pensé para mí mientras esperaba a ver en que acababa el "Yo...", pero la pobre Yvette pareció no poder pensar en nada durante un rato. Luego dijo de repente: "Llamaré a la policía." Su tono era con mucho más nervioso que amenazador.

"¿Y qué les vas a decir?"

"Les diré, lo que me estás haciendo, ¡que intentas hacerme chantaje!"

"Estoy seguro de que acapararás toda la atención de esos tíos en la comisaría cuando les enseñes las fotos, Yvette. Por supuesto que harán copias para sus archivos, y de todos tus detalles personales; estoy seguro que sentirán que tu caso requiere que consulten con un montón de oficiales allí mismo. Pero aparte de eso, ¿qué van a hacer ellos?"

Hubo un largo silencio mientras Yvette intentaba desesperadamente pensar algo con lo que intimidarme. Finalmente me miró con una expresión vacía en la cara. "¿Qué quieres?" No había ganado todavía, sus ojos estaban todavía llenos de rabia y desafío pero ahora ya no faltaría mucho.

"Hay once fotos en total. Te daré todas las copias y los negativos de estas seis en un gesto de buena voluntad por mi parte." Le pasé un sobre con los cinco primeros planos de su coño. Sin una imagen clara de su rostro no tenían valor para mí. A Yvette no parecieron gustarle sus fotos.

"Si quieres las otras tendrás que ganártelas. Ya sabes que tienes que hacer para ganarte la primera." Su rostro se contrajo nerviosamente ante la idea. Podía adivinar que estaba intentando comprender lo que pasaba, intentando pensar en una escapatoria. Así que le enseñé alguna de las otras cinco fotos tamaño 12x10, solo para ayudarla a clarificar nuestras posiciones relativas en el asunto. El ver de nuevo las dos últimas la puso aún más nerviosa. Sus ojos traicionaban el sentido de culpa y vergüenza que la consumía. Obviamente no sabía que hubiera fotos suyas haciendo aquello. "¿Quién es el psicópata, Yvette?" pregunté suavemente.

Me lanzó una mirada de puro odio. Me limité a devolverle la mirada hasta que su falsa bravuconería se esfumó lentamente. Bajó los ojos al suelo derrotada y dije: "Si no haces lo que yo te diga encontrarás estas fotos dando vueltas por todas partes. Amigos, familia, vecinos; el tablón de anuncios de la escuela en la que trabajas, ya sabes a que me refiero. Y las mandaré a alguno de los sitios más populares de fotos de desnudos de Internet, y a las revistas que tengan secciones de 'aficionados'. Les encantará lo que puedes hacer con esa gran cosa roja. Y en cuanto a lo que estás haciendo en estas dos..."

"¿Qué es lo que esperas que haga?" Su voz era suave pero venenosa.

"Cualquier puñetera cosa que te diga, Yvette." Sé que no era una respuesta muy concreta, pero todavía no estaba muy seguro de que era lo que quería que hiciera ella.

Le di unos segundos a Yvette para que pensara en lo que le había dicho antes de continuar. Estaba a punto de tenerla. Sabía que estaba intentando desesperadamente encontrar una salida para aquello, de modo que decidí darle un tiempo para pensarlo.

"Hay un café cruzando la carretera, vete y tómate una taza de café y piensa un poco en ello. Si no vuelves en una hora, sabré que has decidido ser una perra estúpida respecto a esto."

Tenía un reloj de arena de aspecto ultramoderno en mi despacho que había comprado en un viaje reciente a Bangkok. Las cosas que harán estas mujeres tailandesas por unos pocos dólares. Lo volví y dije: "¿Has visto 'Los mejores años de nuestra vida' (N. del T.: la teleserie 'Days of our Lives'), Yvette?" Estaba intentando aligerar un poco las cosas. Pero Yvette estaba allí mirando al suelo, algunas lágrimas empezaban a correr por sus bonitas mejillas.

Extendí los 12x10 de las cinco fotos por mi escritorio, me levanté de la silla y caminé alrededor de la mesa y me quedé detrás de ella. La sentí encogerse cuando le puse la mano en el hombro.

"Serás mi puta, Yvette." Dije suavemente. "Serás cualquier cosa que yo quiera que seas y harás lo que quiera que hagas. Serás la mujer de estas fotos. Mira las fotos, Yvette. Mira lo húmedo que está tu coño, lo tiesos que están tus pezones. Mira la expresión de tu cara. Esa es la mujer que serás cuando estés conmigo, y harás lo que te diga que hagas."

"Ahora vete, Yvette. Tienes una hora exacta." Se había vuelto decididamente pálida y parecía como si todo su cuerpo estuviera temblando. "Deja tus bragas en mi mesa, Yvette." Eso pareció sorprenderla, me miró con una expresión increíblemente abobada en la cara. "No es nada complicado, Yvette. ¡Quítate las jodidas bragas y déjalas en mi mesa! Las putas como tú no llevan bragas." Dio un respingo cuando la llamé puta, a Yvette no le gustaba que la llamaran puta.

Lo que le estaba ordenando hacer no era en sí mismo un acto significativo sino solo un gesto, un acto simbólico de sumisión. Uno para el que no le había dado tiempo a pensar, su reacción sería espontánea, instintiva. Tenía curiosidad por ver como respondería Yvette.

Dudó un instante, luego se mordió nerviosamente el labio inferior mientras se pasaba la mano bajo la falda y se deslizaba las bragas por las piernas. Le temblaban las manos cuando las dejó sobre mi mesa.

Había esperado que sus bragas fueran grandes de algodón, con figuras de ositos de peluche, pero no lo eran. Se había puesto aquel día un tanga rojo brillante, lo que en sí mismo era un elemento interesante dentro de la mujer llamada Yvette.

"Vete. Y por tu bien, espero que vuelvas en una hora." Se aseguró de que sus ojos no se cruzaran con los míos mientras se apresuraba a salir de mi oficina y luego a la calle. Siempre se había comportado como otra perra engreída más, pero había acreditado ser razonablemente inteligente, estaba sorprendido de que no hubiera intentado comprarme.

Yvette tenía una hora para sopesar sus opciones. Una hora para prepararse para lo inevitable, para pensar sobre lo que iba a hacerle. La sumisión de Yvette sería más divertida sabiendo que era una decisión meditada. No quería meterle prisa, para que todavía estuviera intentando pensar en una salida mientras jugaba con ella.

Había disfrutado hablando con Yvette, pero tenía una urgencia súbita por llenar de corrida la boca de una mujer. Pero no la boca de Yvette, todavía no, en todo caso. En esa época me estaba follando a una mujer llamada Kim. Al comienzo de la treintena, esbelta, razonablemente atractiva, pelo largo negro, casada, y metida en todo. Pero Kim era una puta. Era demasiado fácil. No hay sensación de haber conseguido nada follando con mujeres como Kim, o haciéndoles cosas. Yvette era mucho más mi tipo, aunque dudo que nunca considerara que yo fuera su tipo, pero Kim serviría de momento.

La llamé a la Building Society, unos pocos bloques calle arriba, donde ella trabajaba. No hay ningún reto en follarse a mujeres como Kim, pero es conveniente tener putas como ella alrededor. Era media mañana, pero Kim estaba en mi oficina a los diez minutos de mi llamada. No sé como se libraba del trabajo pero siempre lo hacía. Las putas como ella siempre parecen encontrar la forma. Estoy seguro de que Kim está muy acostumbrada al sabor de las corridas de sus jefes.

Estaba en el exterior de la tienda, golpeteando en la ventana, intentando ver el interior. Tenía buen aspecto con su uniforme: falda de longitud respetable azul marino, blusa blanca, chaleco azul, y medias y zapatos de tacón negros.

"¿Por qué has tardado tanto?" Dije cuando abrí la puerta y luego la cerré con llave tras ella. "Lo siento, he venido en cuanto he podido." Dijo ansiosa, siguiéndome mientras me dirigía a mi oficina. Creo que sentía que me estaba aburriendo de ella.

"Tengo un regalo para ti." Dije, señalando las bragas de Yvette sobre mi mesa, una bonita bola un poco estrujada de seda y encaje. Kim se lamió los labios nerviosamente, tenía aquella expresión en los ojos. Se agachó y tomó con ternura las bragas de Yvette.

"¿De quién son?" Su voz era grave y sin aliento mientras levantaba las bragas hasta su cara y aspiraba el aroma de Yvette.

"Suyas." Dije, señalando la foto de Yvette que había en la pared. La cara de Kim ardió de pasión. "La conozco." Dijo Kim con voz temblorosa. "Es Yvette, tiene cuenta con nosotros. Es una jodida perra estirada." Cerró los ojos y se pasó las bragas de Yvette por los labios. "¿Qué le hiciste? La entrepierna está empapada."

"Llámalo excitación nerviosa." Dije sonriendo. "Tu boca tiene una utilidad, Kim, y no es para hablar." Me senté en la silla tras la mesa y miré a Kim quitándose rápidamente la ropa y arrodillándose entre mis piernas con solo las medias y los zapatos, las bragas de Yvette fuertemente estrujadas en la mano.

Me bajó la cremallera, me sacó delicadamente la polla y la rodeó con sus labios. Me preguntó si podía jugar con su cuerpo mientras me la chupaba. Dije que no. No quería que se distrajera de lo que estaba haciendo.

Kim hace unas magníficas mamadas, no hay sustituto para la experiencia supongo, y pronto mi corrida llenaba su boca y se escurría por el fondo de su garganta. Como a todos los putones a Kim le encantaba el sabor de las corridas. Tenía los ojos encendidos mientras tragaba hasta la última gota de lo que había depositado en su boca.

"¿Puedo jugar ahora con mi cuerpo?" Preguntó con la voz llena de desesperación mientras se relamía de los labios las últimas gotas de mi corrida.

"Sí, pero date prisa, tengo cosas que hacer." Kim se tiró en el suelo, se lamió los dedos, separó las piernas y empezó a manosearse el coño húmedo con una mano y a restregarse la cara con las bragas de Yvette. Una cosa respecto a las putas como Kim, saben lo que quieren, y hacen cualquier cosa para conseguir lo que quieren.

"Estaba tan mojada." Jadeó Kim. "Las bragas de la puta están empapadas." Kim se corrió con las bragas de Yvette en la boca, tres dedos en su coño y un dedo en su culo. Se retorció en el suelo gritando el nombre de Yvette. Se corrió como el putón que es.

Me levanté y me dirigí al baño mientras el orgasmo de Kim se disipaba. "No malgastes eso." Dijo Kim de pie en la puerta del baño, la cara todavía llena de lujuria. Se arrodilló junto a mí, sujetó mi polla flácida con la boca, echó la cabeza atrás justo cuando mi pis caliente empezaba a llenarle la boca. No dejó escapar ni una gota, nunca lo hacía. Me reí para mí mismo al pensar en el capullo del marido de Kim besándola a modo de bienvenida cuando volviera a casa del trabajo aquella noche.

Cuando terminé me limpió la polla con la lengua y me miró y me preguntó si había algo más que pudiera hacer por mí. Seguía jugando con su cuerpo, todavía estaba salida. "No, ahora no, pero más tarde. Te quiero de vuelta aquí a la 1:00."

La rodeé y me dirigí al lavabo para refrescarme. Kim sabía que no había nada más que decir. Sabía que había terminado con ella por el momento, y sabía cuando la quería de nuevo. Se fue cuando volví a la oficina, y se llevó las bragas de Yvette.