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Lynne 22: Una ultima noche sola

en Dominación

Lynne:

CAPÍTULO 22. UNA ÚLTIMA NOCHE SOLA.

 Kenneth me soltó en mi casa, la que solía ser mi casa. Habían dejado uno de mis antiguos vestidos y mi bolso en la furgoneta y me había cambiado en el camino hacia casa; pero ya no la sentía mi hogar mientras abría la cerradura y entraba en ella. Era la casa que había compartido con mi marido durante 4 años; pero ya no era mi hogar. Mi hogar ahora era una jaula en la casa del Ama en una sala donde se guardaba a las mujeres que querían ser esclavas.

 Lynne dejó la pluma y miró afuera por la ventana de la lavandería. Fuera estaba lloviendo y oscureciendo. Había pasado la mayor parte del día escribiendo en su diario. Había perdido la noción del tiempo mientras revivía lo que le había ocurrido a través de lo que escribía en su diario. Pero le gustaba hacerlo. Le ayudaba a entender un poco mejor lo que le estaba pasando. Sabía que nunca lo entendería del todo, pero revivirlo todo en el diario le ayudaba a aceptarlo; aceptar en lo que se había convertido. Pensaba que era eso por lo qué le habían hecho que escribiera en el diario desde el principio.

Lynne se acurrucó en el suelo de la lavandería donde se le había dicho que esperase y se quedó dormida, pensar en lo que le había ocurrido en las últimas tres semanas y lo que el futuro guardaba para ella, llenaba sus pensamientos y sus sueños.

Se despertó de repente con su marido y alguien más de pie encima de ella. "Levántate, puta." Dijo su marido mientras la empujaba con el pie.

"Has vuelto..." Dijo asustada pero todavía no totalmente despierta. El otro hombre que estaba con su marido era John, un viejo amigo de él y su abogado común. Querían verla así. Habían hablado de verla así durante años. John había apostado con el marido de Lynne que nunca ocurriría; Lynne tenía demasiada clase; no era del tipo sumiso; aunque lo fuera nunca caería en todo esto. A John siempre le había gustado Lynne, ahora le gustaba incluso más.

"Tengo sucios los zapatos, ¿tienes algo donde pueda limpiarlos?" Preguntó John sonriendo a Lynne.

"Lo estás viendo." Replicó el marido de Lynne. Los dos hombres se limpiaron los zapatos húmedos en ella y entraron en la casa. Lynne miró en el espejo la hierba y los churretes de lodo que le bajaban por las nalgas y los muslos. Ahora era un felpudo; algo en que limpiar los zapatos sucios. El marido de Lynne había ganado la apuesta.

Un poquito más tarde el marido de Lynne volvió y le dijo que fuera a lavarse, tenían cosas que hacer. Lynne pasó un buen rato en la ducha frotándose bien todos los restos de lo que Ross y sus compinches del pub habían depositado sobre su cuerpo y dentro de él.

Se lavó los dientes varias veces y estaba haciendo gárgaras con un colutorio de menta cuando entró su marido. Hubo un largo silencio mientras él observaba a Lynne. La mujer que había sido su esposa durante 4 años, pero que pronto dejaría de ser su esposa.

 Le dio instrucciones y se fue, su cara había estado inexpresiva todo el rato y Lynne no estaba segura de qué le tenía preparado.

Se vistió según sus instrucciones, todo el tiempo más esperanzada que expectante ante la posibilidad de pasar una última noche con el hombre del que se había enamorado y con quien se había casado.

Lynne se miró al espejo y vio lo que parecía la otra Lynne devolviéndole la mirada. Su pelo, aún húmedo, estaba atado en una cola de caballo con una cinta roja. Llevaba un bonito vestido de flores hasta las rodillas que no daba a nadie la oportunidad de echar un vistazo a las bragas de algodón con margaritas amarillas. El escote, muy modesto, no mostraba ni rastro de su canalillo ni del sostén blanco sin gracia que sujetaba sus pechos.

 'Sin gracia.' Es lo que pensó Lynne de su aspecto. Otra ama de casa de las afueras muy normal, muy sin gracia. A Lynne no le gustaba como se veía; quería tener la pinta de la puta que sabía que era. Quería parecer como el tipo de mujer que cualquiera puede tener; que cualquiera puede usar; quería parecer la pequeña esclava que tan desesperadamente quería ser.

Salió al comedor donde John estaba solo sentado a la mesa. Se levantó cuando ella entró en la habitación, y la besó en el carrillo como siempre había hecho. La saludó afectuosamente y habló con ella como si no la hubiera visto acurrucada desnuda en el suelo de la lavandería; como si no la hubiera usado como un felpudo para limpiarse los zapatos sucios.

Se sentaron juntos y charlaron un rato, como habían hecho en el pasado. La conversación era trivial, el tipo de charleta en la que tanta gente se ocupa en malgastar tanto tiempo.

"Te has convertido en una chica ocupada, Lynne." Dijo John con una sonrisa misteriosa en la cara. Lynne no pudo evitar devolverle la sonrisa.

"Es una forma de verlo."

"Ahora." Dijo John en un tono súbitamente serio. "Es de mi incumbencia como abogado tuyo, y tu amigo, dejarte claras las consecuencias que seguirán si continúas con esta forma particular de actuar."

John fue meticuloso en explicar los documentos que tendría que firmar y las consecuencias que firmarlos tendría en su vida. El divorcio la dejaría sin nada. Habría firmado la cesión de toda su parte a su marido. Tendría que salir de la casa de su exmarido desnuda, si el decidía no prestarle nada para que se lo pusiera.

La fría realidad de la palabra 'divorcio' le afectó al principio, pero ya había sabido que estaba en camino. Amaba a su marido; pero necesitaba hacer esto; y tenía la sensación de que su marido seguiría siendo parte de su vida; no sabía por qué ni cómo; solo sabía que de algún modo lo sería.

Lynne firmó los papeles del divorcio que su marido ya había firmado y luego John recorrió otros documentos. Renuncias y desmentidos sobre lo que le ocurriría en su nueva vida. Luego John pasó por más documentos que establecían un 'Fondo de Inversión' para ella con su apellido de soltera. La mitad de los ingresos que generase mientras fuera empleada de La Sociedad serían depositados en su cuenta.

'Ingresos que generase...' Se dijo Lynne para sí misma. 'Se refiere al dinero que consiga trabajando de fulana o haciendo películas porno o siendo vendida en subasta o cualquier otra cosa que me hagan hacer...' Firmó todos los documentos sin dudarlo ni un momento.

"Ahora." Dijo John en tono de abogado, todavía muy empeñado en asegurarse de que Lynne supiera lo que estaba haciendo. "Antes de que yo haya ratificado estos documentos tienes que estar segura, quiero decir segura al 100% de que quieres hacer esto. Piénsalo Lynne, piensa en esto a lo que estás dando tu aprobación. No es un juego, Lynne."

Ella quería esto, más de lo que había querido cualquier otra cosa en su vida. Lo necesitaba; era más que una obsesión. Ninguna otra cosa importaba en adelante.

"John. No sé por qué siento de la forma en que lo hago, he renunciado a intentar analizar todo esto; pero es lo que quiero, no hay dudas, no hay reservas. Nunca he estado tan segura de nada en mi vida. La últimas tres semanas han sido el tiempo más increíble de mi vida. He experimentado cosas que nunca había imaginado y quiero experimentar más de esas. Es como... si hubiera encontrado a donde pertenezco. He encontrado una vida que me hace realmente feliz; ¿cuánta gente puede decir eso, John?"

"Solamente has probado ese estilo de vida, Lynne." Replicó John un tanto cortante. "Esto te compromete por completo con esa forma de vida. No tendrás esta casa ni a tu marido para volver; no tendrás familia propia; y la familia de tu marido y cualquiera que pienses que es amigo tuyo se lavará las manos respecto a ti. Va a ser un salto sin red de protección, Lynne."

"Y eso lo hace precisamente más real, John, más excitante. Hace que desee aún más hacerlo."

"¿Y qué pasa si la mujer a la que quieres darte decide no aceptarte?"

"Pues encontraré a una que quiera."

"¿Y si no puedes?"

"Entonces trabajaré en las calles de la Cross como fulana barata. Me entregaré a un chulo que me tratará como una sucia, como la sucia putilla que soy. No puedo volver a que las cosas sean como antes, John."

El tono de su voz y la expresión de su cara no dejaron duda a John sobre la fuerza del sentimiento de Lynne respecto a esto. Inicialmente John había insistido en que uno de los psicólogos de La Sociedad hablara con Lynne; pero ahora sabía que no sería necesario.

John siguió con los detalles de cómo operaba La Sociedad, y los pocos derechos que tendría como esclava. Lynne ya sabía la mayor parte de lo que le dijo, a partir de sus charlas con Mónica y la otras mujeres que se habían entregado como esclavas.

Las únicas cosas que aprendió fueron que tenía derecho a negarse a ser marcada permanentemente de cualquier forma. Si su propietario quería tatuar o marcar a fuego su propiedad sobre ella necesitarían su consentimiento; aparte de éste, el otro único 'derecho' era a ser mantenida con vida.

Luego John le explicó sobre la frase codificada. Lynne no sabía nada de esto hasta ahora. Si no quería hacer algo que su propietario quería que hiciera; o no podía soportar el dolor de una flagelación o alguna otra tortura de alguna clase podía usar la 'frase codificada'.

Pero una vez que se usara la frase, y se confirmara mediante repetición, no habría vuelta atrás, no habría segundas oportunidades. Sería clasificada como 'fracaso'. Tan pronto como hubiera confirmado la frase codificada repitiéndola una segunda vez, su vida como esclava de La Sociedad se habría acabado.

Se le daría un tiempo corto para ducharse y ponerse la ropa de su vida anterior. Se reservaría un atuendo de su vida anterior para ella para un caso así. Se le darían los detalles de su fondo de inversión, tarjetas de compra electrónica y tarjetas de crédito asociadas a su fondo de inversión, y estaría fuera, literalmente sería echada a la calle.

Todos los miembros de La Sociedad recibirían inmediatamente notificación del 'fracaso' que recorría ahora las calles buscando algo donde ir. Ningún miembro de La Sociedad la volvería a tomar jamás como esclava.

"Acabarías como Lexy." Dijo John fríamente. "Vendiéndote en las calles a cambio de poco. Te pesaría haberte visto envuelta en esto el resto de tu vida. Si se le puede llamar vida a vivir como Lexy."

"Lo único que me pesa, John, es no haberme encontrado a mí misma antes. Quiero hacerlo, John; tengo que... Prefiero vivir como Lexy que volver a como eran las cosas antes."

"Vale, Lynne." Dijo John sonriendo. "Aprobaré tu registro en La Sociedad y presentaré estos documentos en el bufete el lunes. Hay un periodo de salvaguarda de 10 días en todos los documentos que has firmado. Te enviarán fuera un tiempo por razones obvias. Aquí tienes mi tarjeta, puedes llamarme en cualquier momento si cambias de idea, o tienes alguna reserva o cualquier duda en general."

Las negociaciones y consejos se habían terminado. Lynne y John charlaron un rato. "Levántate." Dijo John con una voz repentinamente diferente: una voz que provocó que un escalofrío de excitación recorriera el cuerpo de Lynne. Se levantó muy despacio de la silla y se colocó frente a él y vio que sus ojos recorrían su bonito vestido de flores.

"Levántate el vestido." La cara de Lynne empezó a enrojecer de excitación. Así era como quería que le hablaran; así era como quería que la trataran. Allí estaba manteniendo su vestido levantado mientras John miraba la mancha húmeda que se estaba extendiendo por la entrepierna de sus bragas de algodón con margaritas amarillas.

"Quítate las bragas." Rápidamente bajó las manos y se quitó las bragas y esperó a que le dijeran que tenía que hacer a continuación.

"¿Están mojadas, Lynne? ¿Te has hecho una mancha de humedad en la entrepierna de las bragas?"

"Sí." Dijo ella con voz temblorosa. "Mi sucio chochete está siempre húmedo, siempre va dejando pequeñas manchas de humedad en la entrepierna de mis bragas."

"Límpialas a lametazos." Lynne levantó las bragas hasta la boca y las chupó y lamió ávidamente y lamió sus jugos de la entrepierna.

"¿Te gusta lamerte las bragas, Lynne?"

"Sí." Jadeó Lynne mientras su lengua lamía la entrepierna de sus bragas. "Me gusta lamer las bragas de todo el mundo."

"Sujétalas con los dientes y súbete el vestido. Quiero ver tu chocho, Lynne." Lynne gimió suavemente cuando él dijo esto. Nunca antes habría hablado de esta forma con John. Con las bragas balanceándose en la boca, Lynne se subió el vestido para mostrar a John lo que quería ver. Separó los pies y se inclinó ligeramente para que John pudiera echar un buen vistazo. El montículo afeitado de carne entre sus piernas brillaba con sus jugos y su clítoris estaba hinchado y sobresalía entre los labios.

"Tienes grandes los labios del coño, Lynne. Tu marido siempre dijo que los tenías grandes y no exageraba. Sepáralos para que pueda ver dentro de ti."

Los labios de Lynne estaban mojados y resbaladizos pero se los separó todo lo que pudo, abriéndolos para él. John se limitó a sentarse allí mirando dentro de ella durante un buen rato.

"¿Qué tipo de ruidos haces cuando te corres, Lynne?" La pregunta de John la pilló por sorpresa al principio, pero pronto se sintió capaz de describir los sonidos que hacía cuando se corría.

"Cuando me corro soy una zorra ruidosa. Gimo y jadeo como una zorra antes de correrme. Pero cuando me corro soy realmente gritona. Chillo y gruño y juro... ¿Te gustaría oír como me corro? Me encantaría correrme para ti..."

"Chilla como una cerda cuando se corre." Dijo el marido de Lynne mientras entraba a la habitación y miraba a su esposa allí abriéndose para su amigo. Los dos hombres hablaron un rato de ella; sobre los labios de su chocho, su clítoris; sobre los ruidos que hacía cuando se corría; sobre como su marido supo con que putón se había casado. Lynne saboreó cada palabra, los labios ahora tan resbaladizos que tenía problemas para mantenerlos separados.

Asumía y esperaba que John se la follaría antes de irse, parecía que cualquier otro lo hubiera hecho; pero su marido tenía otra cosa en mente; algo especial.

Le llevó un ratito a Lynne vestirse de la forma en que ellos querían. Estaba un poco sorprendida de que su vestido de novia todavía le quedara tan bien como lo hizo. Era un bonito vestido blanco, con muchos encajes y una cola corta. Hizo lo mejor que pudo para arreglarse el pelo y maquillarse para coincidir con la foto de boda que su marido le había dado. Luego se puso los anillos de boda y de compromiso para la que sabía que sería la última vez.

Cuando terminó se miró al espejo y luego miró la foto del día de la boda. Le volvieron los recuerdos del día en que se casó con el hombre que amaba y con el que planeaba pasar el resto de su vida.

Todavía tenía en su mente las imágenes de aquel día mientras entraba al salón y miraba los rostros que le devolvían la mirada alrededor de la sala. Tres hombres, que sabía que había visto en algún sitio antes, estaban sentados en el sofá o recostados contra la pared. Eran rudos y poco atractivos; sin afeitar; vestidos con vaqueros viejos y camisetas azules. Uno de ellos estaba cubierto por tatuajes diversos; todos apestaban a sudor y cerveza y tabaco.

El pulso se le aceleró cuando su marido le dijo que se colocara en el centro de la sala. Vislumbró a John tras la barra del bar mirándola, luego miró nerviosamente las caras de los otros hombres. Sabía que los había visto antes, solo que no sabía dónde.

Lynne siguió allí lo que le pareció mucho tiempo. Nadie decía nada y el silencio hizo que Lynne estuviera aún más incómoda. Allí estaba de pie con su vestido de novia mientras los hombres la miraban de arriba abajo.

Su mente iba casi tan aprisa como su pulso. ¿Quiénes eran..." Sabía que los había visto antes pero ¿dónde...? ¿Qué iban a hacer con ella...?

Pero la mayor parte del tiempo la mente de Lynne estaba ocupada con pensamientos de cómo iban a profanarla con su vestido de boda. El símbolo más importante de un día que había sido tan especial; un día que había significado tanto para ella; un día que todavía le llenaba la mente y el corazón con recuerdos y sentimientos que pensaba que iban a seguir allí para siempre.

"La bella novia." Dijo en tono burlón uno de los hombres mientras se acercaba a ella. "La bella novia con su bonito vestido de boda."

Estaba tan contenta el día que se casó con el hombre que amaba. Tan pura de corazón, tan inocente con su virginal vestido blanco. Se sentía como una princesa aquel día; ahora se sentía muy diferente.

"No los recuerdas, ¿verdad Lynne?" Dijo con frialdad su marido mientras se sentaba en el sofá.

"No Amo, no los recuerdo."

"¡Amo!" Dijo uno de ellos en tono de burla. "¿Qué coño...?" Los tres intercambiaron miradas confusas, pero también tenían los tres sonrisas de asco.

"Eres una auténtica puta." Dijo incrédulo el hombre que se sentaba junto al marido de Lynne. "¡Amo! ...¿Qué coño es eso?"

"¿Qué clase de zorra rara es este topo de culo gordo..?" Dijo el que estaba apoyado en la pared.

"Es lo que quieras que sea." Dijo John desde detrás del bar del rincón. "¿Has puesto neumáticos nuevos últimamente, Lynne...?"

La cabeza de Lynne se giró hacia John. Ahora los recordaba. Ocurrió hacía unos seis meses. Lynne había ido a un centro de neumáticos de Miranda a recoger el coche que había dejado allí para que le pusieran unos neumáticos nuevos.

Era al final de la tarde de un jueves, un poco después de las 4, cuando el taxi la dejó. Era un día asquerosamente cálido, por encima de los 40 grados centígrados; y cuando no encontró a nadie en la oficina deambuló por el taller. Allí fue donde los vio por primera vez a los tres. Estaban sentados sobre barriles y neumáticos viejos con sus sucios monos, bebiendo cerveza, viendo revistas porno; y blasfemando. Su coche estaba en la grúa, tras ellos.

"Disculpen..." Había dicho nerviosa. La manera en que los tres hombres la habían mirado la había excitado de una forma que la sorprendió. Tenía buen aspecto con sus vaqueros ajustados y su blusa corta, eso había pensado cuando se había vestido aquella mañana, y a los tres hombres les gustaba obviamente lo que veían.

"¿Qué podemos hacer por ti, corazón?" Había dicho el de los tatuajes.

"¿Qué es lo que estáis pensando?" Había dicho Lynne, provocadoramente. Los tres hombres se miraron. No sería la primera vez que se habían follado a un ama de casa caliente y salida sobre una manta en la parte de atrás del almacén. Y todos pensaron que Lynne parecía del tipo de putilla que podían llevar a la parte trasera.

"Hay muchas cosas que podíamos hacer por ti, corazón." Había dicho uno de ellos mientras todos se imaginaban su turno sobre la manta con la puta de la blusa corta.

"Realmente." Había dicho Lynne sonriendo, disfrutando de la provocación a los tres hombres. Era tan fácil conseguir hombres pensó Lynne para sí. Tan fácil hacerles pensar que tenían posibilidades.

"Ven aquí, tómate una cerveza con nosotros, corazón." Había dicho otro de ellos ofreciéndole su lata de VB.

"No, gracias. Solo quiero mi coche." Había dicho Lynne con un tono de voz muy diferente. La provocación se había terminado.

"Solo intentábamos ser amables, señora." Había dicho el de los tatuajes. "¿Por qué no eres amable también? Podíamos pasárnoslo bien todos si la señora fuera amable."

"Dudo que ninguna mujer se lo pase bien con cualquiera de vosotros." Había dicho Lynne riéndose de ellos.

"Jodida zorra."

"¿Va todo bien por aquí?" Dijo una voz desde detrás de ella.

"Sí, claro señor Osborne. Todo perfecto." Había dicho el del tatuaje cuando su jefe entró al taller. Lynne no había estado de acuerdo con su valoración de que todo iba bien. Pasó la siguiente media hora en la oficina del gerente, quejándose del comportamiento de los tres hombres y exigiendo que se hiciera algo al respecto.

Había habido veces, mientras Lynne vociferaba, en que el señor Osborne hubiera querido tirarla en su despacho y follársela él mismo. Llevaba la palabra 'puta' escrita. ¿Qué esperaba la estúpida zorra de pasear por ahí con las tetas colgando de esa manera? Lo estaba pidiendo; pero él se había pasado 20 años levantando el negocio y no iba a arruinarlo por esta puta estúpida.

Lynne había conseguido los neumáticos gratis, los tres hombres habían perdido el trabajo y no habían vuelto a trabajar desde entonces. Su marido se había mostrado sorprendentemente desinteresado por el asunto cuando se lo había contado aquella noche; ella había exagerado la nota.

A las pocas semanas de ocurrido Lynne se había olvidado por completo de aquello, y de los tres hombres que habían perdido el empleo por su culpa. Pero ahora los recordaba.

"Bonito vestido, zorra." Dijo el de los tatuajes mientras sacaba una navaja de bolsillo. La garganta y la boca de Lynne se quedaron secas y su cuerpo empezó a temblar cuando vio que el hombre abría lentamente la navaja dejando al descubierto su brillante hoja. Los otros hombres se acercaron a ella, diciendo cosas sobre la puta con el elegante vestido de novia, la puta que les había costado el empleo.

Lynne miró a su marido, sus ojos pidiéndole ayuda; él le sonrió. Respiró con dificultad cuando la hoja de la navaja rasgó la parte de arriba del vestido de novia. El sonido de la navaja rajando su vestido de novia llenó la habitación y Lynne no pudo contenerse y gritó. Volvió a gritar cuando sintió el revés de la mano de uno de los hombres cruzarle la cara y decirle "Cierra la puta boca". Fue la última vez que gritó.

Después había seguido allí mientras los hombres le arrancaban a trozos su bonito vestido de novia hasta que estuvo solo con su sostén, bragas, liguero y medias blancas.

No emitió ni un sonido cuando la punta de la hoja serpenteó por su estómago arriba y por debajo de su sostén, donde se juntaban sus pechos. La navaja cortó el sostén con un rápido movimiento y las manos se lo arrancaron enseguida.

Después de eso las cosas parecieron ocurrir muy deprisa. Le rajaron y arrancaron las bragas y la doblaron sobre el sofá preparada para que se la follaran por turnos. Tenía la cara a solo unas pulgadas de su marido que estaba sentado en el sofá y observaba sin mucho interés como los tres hombres discutían sobre quien se follaba primero a la zorra.

"No podéis follárosla." Dijo como de pasada el marido de Lynne.

"¿Qué quiere decir con que no podemos follárnosla?" Dijo el de los tatuajes cabreado. "Usted dijo..."

"Sé lo que dije." Interrumpió el marido de Lynne. "Y nunca dije que pudierais follárosla. Diles por qué no les dejaré que te follen, Lynne." Dijo mirando a los ojos de su esposa, sus caras separadas solo unos pies mientras estaba allí doblada en el extremo del sofá.

"Porque disfrutaré si me follan, y usted no quiere que yo disfrute." Sonrió a su esposa, empezaba a entender.

"Pero una puta barata como tú no tiene derecho a tratar a estos hombres como hiciste aquel día en el taller, ¿verdad Lynne?"

"No, Amo. Lo siento."

"No me lo digas a mí, díselo a ellos." Lynne se levantó y se volvió lentamente hasta dar la cara a los tres hombres que estaban detrás de ella. Estaba desnuda a excepción de las medias blanca y el liguero y los zapatos blancos de tacón alto.

"Lo siento. Solo soy una puta y no tenía derecho a comportarme como lo hice. Me gustaría arreglarlo." La voz de Lynne temblaba de la emoción de ser humillada de esta forma. Los tres hombres se limitaron a mirarla, nunca habían conocido una mujer como Lynne antes. "¿Puedo chupársela, por favor, Amo? ¿Puedo demostrarles cómo lo siento chupándosela?"

"No. No tenemos tiempo. Solo se la puedes chupar a uno de ellos. Vosotros, tíos, tenéis que decidir cual de vosotros conseguirá la mamada, pero daos prisa."

Lynne observó como discutían los tres hombres entre sí sobre quien le metería la polla en la boca; quien se correría en su boca; pero no conseguían ponerse de acuerdo, y ninguno de ellos daba el brazo a torcer. La discusión se estaba calentando mucho cuando el marido de Lynne les interrumpió.

"Vale. Os lo hará a los tres. Lynne tienes hasta las 8 en punto para dejarlos a punto." Dijo mirando su reloj. "Si no lo has conseguido para entonces informaré a la mujer que quieres que sea tu Ama de que me has vuelto a fallar." Lynne miró rápidamente alrededor pero no había relojes, ninguno de los hombres llevaba reloj de pulsera; no tenía ni idea de cuanto tiempo tenía para dejarlos listos; pero entendía cuales serían las consecuencias si no los dejaba listos a tiempo.

Se arrodilló rápidamente a los pies del hombre que estaba más cerca de ella y le bajó los pantalones y los calzoncillos. "¡Mierda!" Dijo para sí misma cuando vio que estaba fláccida. La agarró y se la metió en la boca y empezó a chuparla y a pasar la lengua a todo lo largo. Cuando la polla empezó a hincharse en su boca le lamió los huevos mientras se la meneaba con la mano, luego se la volvió a poner en la boca.

""¡Coño! ¡Vaya puta!" Fue todo lo que pudo decir el hombre cuya polla tenía Lynne en la boca. "¿Dónde coño la encontró?" Dijo el hombre de los tatuajes mientras veía a Lynne de rodillas chupando la polla de su compinche como si su vida dependiera de ello. Cómo si alguien la estuviera apuntando a la cabeza con una pistola.

Todos ellos habían follado antes con putas, y pagado a fulanas para que se la chuparan, pero nunca antes habían visto a una mujer como Lynne.

'Hay por ahí muchas más mujeres como Lynne de las que te imaginas, capullo.' Pensó para sí el marido de Lynne mientras veía como la polla del hombre llenaba con su corrida la boca de su mujer. Lynne la tragó rápidamente y lamió lo que se había derramado de su boca y pasó al siguiente.

Este ya estaba empalmado de haberla visto chupársela a su compañero y Lynne devoró rápidamente su polla, moviendo la cabeza de arriba abajo mientras intentaba acabar con él lo antes posible. El hombre la agarró del pelo y le sujetó la cabeza mientras se follaba su boca. Fue rudo con ella, le hacía daño la manera en que le tiraba del pelo, pero a Lynne no le importaba siempre que sirviera para que se corriera más rápidamente. Empezó a deslizar su polla dentro y fuera de su boca. '¡Cabrón!' Juró Lynne para sí misma. Él quería tomarse su tiempo; quería hacerlo durar y disfrutarlo. No había nada que ella pudiera hacer al respecto. No se podía mover. Sentía como si le estuviera arrancando el pelo mientras lo hacía. Se había follado su boca tan rápida o tan lentamente como quería y no había nada que pudiera hacer al respecto.

Pareció tardar una eternidad en correrse, e incluso después de que se hubiera corrido y ella se lo hubiera tragado no se acababa de ir. Quería sentir como la polla se le ponía fláccida en su boca. Lynne no tenía opción, no tenía ni idea de cuanto tiempo le quedaba, así que le mordió la polla.

"¡Jodida zorra!" Gritó el hombre mientras el dolor le atravesaba el cuerpo. Le retiró la cabeza y le golpeó la cara con fuerza con el revés de la mano. Cayó hacia atrás, con la sangre manando de la comisura de su boca que ya empezaba a hincharse. Su marido sonrió mientras observaba como el hombre la golpeaba, y la vio tumbada en el suelo aturdida por el golpe.

Gateó rápidamente por el suelo hasta el hombre de los tatuajes. Él se apartó. "No me vayas a morder, zorra." "No lo haré, lo prometo." Volvió a retroceder. Lynne era una puta salvaje y ya no estaba seguro de querer su polla en la boca de esta zorra extraña.

"Lo prometo." Dijo Lynne en tono suplicante. "Por favor, déjeme que se la chupe, déjeme saborear su corrida..." El hombre rodeó su cara con sus grandes manos y la arrastró hacia sí, con los ojos clavados en los de ella. "Te romperé tu bonita nariz si me muerdes, jodida zorra zumbada."

"No le morderé, se lo prometo." Dijo Lynne mientras levantaba las manos para bajarle los pantalones; pero él no quería que se lo hiciera estando de pie. La volvió a retirar y se sentó en el sofá a poca distancia de ella; más tiempo perdido.

Lynne se arrastró y pronto tuvo los pantalones bajados y su polla en la boca. Estaba fláccida y era enorme. Cuando empezó a crecer se dio cuenta de que no podría encajarla en su boca adecuadamente, cuando estuviera empalmado. Tendría que lamérsela mientras se la meneaba y esperar que pudiera conseguir que se corriera así; pero se corrió casi en cuanto se le puso tiesa, rociándola por todo el pelo y la cara, goteando hasta sus tetas.

Cuando terminó la empujó. "Es una jodida fiera." Dijo al que le había mordido

cuando aterrizó pesadamente en el suelo. Lynne no estaba interesada en lo que opinaran de ella, solo le interesaba la hora. Miró a su marido que estaba mirando el reloj mientras se lo quitaba. Lo tiró al suelo delante de ella. Le había dado hasta las 8 en punto para dejarlos listos a los tres. Lynne cogió el reloj y miró los pequeños números negros: las 6:50. "Te ha sobrado mucho tiempo." Dijo John desde detrás del bar donde había estado observando todo lo que ella había hecho. Se había olvidado de que estaba allí.

"¿Todavía te la quieres follar, John?" Oyó Lynne decir a su marido. Vio que John se dirigía lentamente hacia ella y se ponía delante. Estaba tumbada sobre lo que había sido su vestido de novia; la cara y el pelo cubiertos de corridas; la boca sangrando e hinchada en la zona donde el hombre la había golpeado. Sus ojos se encontraron cuando John estuvo sobre ella. "No." Dijo con un rastro de asco en su voz. "No quiero follarme a eso."

Una hora más tarde Lynne se había duchado y aseado de nuevo y estaba sentada en el sofá con Debbie, intentando conseguir que se emborrachara y se pusiera cachonda para que se marido pudiera follársela. Debbie era la mujer de Ross y el marido de Lynne le había dicho que le ayudara a acostarse con ella, no se había dado cuenta ella de lo que significaba lo que le había dicho.

Lynne se había puesto un montón de maquillaje para intentar esconder las magulladuras y la hinchazón en la zona donde le habían golpeado. Pero aún así Debbie lo había notado y le preguntó que había pasado. Lynne sospechaba que Ross había pegado a Debbie en el pasado y no quería que ella pensara que su marido la había pegado a ella. Le contó a Debbie una historia elaborada sobre como Rommell, el gran Rottweiler, le había saltado encima y se había golpeado. Era bastante poco convincente, pero Debbie pareció creérselo; no era especialmente brillante.

Aún ahora Lynne no encontraba a Debbie particularmente atractiva; y no entendía realmente por qué su marido quería follársela. Debbie es esbelta con el pelo marrón oscuro y largo y una voz desagradable. Pero a Lynne le gustaba ella mucho más que el cerdo con el que se había casado, el cerdo que se la había follado a ella durante horas la noche antes.

El marido de Lynne le había dado unas pastillas para que las pusiera en la bebida de Debbie. "No te preocupes." Le había dicho. "Solo la ayudarán a soltarse, igual que las que te puse en la bebida en la fiesta de hace unas semanas.

El marido de Lynne quería follarse a Debbie y Lynne tenía que seducirla para él, dejársela preparada. No iba a defraudarle. Siguió rellenando el vaso de Debbie, le echó las pastillas en la bebida, y desvió la conversación hacia el sexo. Como sospechaba, Debbie era un mujer muy frustrada. El vino y las pastillas habían hecho su trabajo y Debbie estaba ahora muy receptiva respecto a la porquería que era su vida sexual con Ross. Lynne vio la oportunidad y se agarró a ella.

"¿Tienes vibrador, Deb?" Debbie se puso roja y soltó una risita. "No."

"Me parece que necesitas un vibrador." Dijo Lynne mientras la tomaba de la mano y se la llevaba al dormitorio. Debbie soltó otra risita mientras se tumbaba en la cama y miraba al vibrador negro con punta dorada que ronroneaba en la mano de Lynne.

"Yo no podría..." Dijo Debbie de forma poco convincente, riéndose otra vez. Pero de repente se quedó callada mientras veía a Lynne levantar la parte de delante de su vestido rojo y pasarse el vibrador por encima de sus bragas húmedas.

"Sienta tan bien, Debbie." Jadeó Lynne. "Justo aquí, justo encima de mi clítoris." Lynne vio la expresión de los ojos de Debbie mientras la veía usar el vibrador. "Oh, dios, sí, justo allí... Tienes que probarlo." Dijo de repente Lynne mientras se sentaba en la cama.

"No puedo." Dijo Debbie nerviosa, cuando Lynne le pasó el vibrador.

"¿Por qué?" Preguntó Lynne con una sonrisa maliciosa.

"Está bien, supongo que puedo." Dijo Debbie mientras lo sujetaba en su mano, sintiendo la fuerza de las vibraciones y preguntándose como se sentiría entre las piernas.

Debbie vaciló un segundo y luego se levantó la falda y pasó la punta del vibrador por encima de sus bragas. "¡Oh, mierda!" Gritó cuando le rozó el clítoris.

Antes de que Debbie supiera lo que estaba pasando estaba tumbada en la cama, desnuda de cintura para abajo con Lynne pasándole el vibrador de forma provocadora sobre sus labios y su clítoris hinchados. Lynne podía haber hecho que Debbie se corriera en cualquier momento pero la estuvo cocinando a fuego lento hasta que su marido apareció en la puerta.

"¿Y qué están haciendo estas dos muchachitas traviesas?" Preguntó el marido de Lynne. Debbie casi se corrió cuando le vio.

"Debbie nunca no había usado un vibrador antes." Dijo Lynne mientras pasaba otra vez la punta dorada sobre el clítoris hinchado y húmedo de Debbie. Debbie gimió sonoramente y pidió a Lynne que parara pero no hizo nada para detenerla. "Pero lo que realmente necesita es un buen polvo, ¿crees que podías ayudarla?"

Pronto el marido de Lynne y Debbie estuvieron entrelazados en un cálido abrazo, con su polla muy dentro de ella, las bocas mutuamente enlazadas mientras follaban salvajemente. Lynne salió de la habitación y cerró la puerta tras ella como se le había dicho.

Se sentó en el salón y escuchó los sonidos de sus cuerpos entrechocando. Oyó como se corría Debbie, oyó como se corría su marido y un poco más tarde les oyó hacerlo de nuevo. 'Debería haber estado yo allí.' Se dijo suavemente Lynne para sí misma. No estaba celosa, solo envidiosa. Había esperado pasar una última noche sola con su marido, pero él prefería pasarla follándose a Debbie.

Había varios ejemplares del Penthouse encima de la mesita de café que ella había puesto allí para que los viera Debbie, y Lynne empezó a hojear una de ellos mientras oía follar a su marido y a Debbie.

Paseó por las páginas de mujeres desnudas, ahora le parecían diferentes. Ahora le gustaba como se las veía. Volvió a una página con la foto de una joven de 22 años con pelo rojo fresa. El rótulo decía que su nombre era Simone.

La foto presentaba a Simone sentada en una mesa de profesor con una pizarra negra tras ella. La colegiala putona. Lynne volvió a aquellas noches en la cama masturbándose mientras pensaba en los distintos chicos que le gustaban. Luego recordó lo a menudo con que sus fantasías de masturbación habían acabado siendo con una de sus profesoras, la señorita Stone.

Lynne hojeó las fotos de Simone. Miró con atención sus tetas firmes, sus pequeños pezones de colegiala. Luego volvió a la página central. Simone estaba tumbada en la mesa del profesor, desnuda, con las piernas muy abiertas, mostrando su coño cuidadosamente arreglado. Lynne pasó el dedo por la página deslizándolo sobre el coño de Simone.

Lynne subió la mano hasta la parte de arriba de su vestido corto y se restregó los tiesos pezones. Se subió el vestido y se pasó la mano entre las piernas y se acarició. Podía sentir la humedad en sus bragas. Podía sentir lo mojada que estaba. Podía sentir como sus jugos hacían que se le pegaran los labios.

Los ruidos que su marido y Debbie hacían mientras volvían a follar se hacían más sonoros y apasionados. Su marido había dicho a Lynne que podía masturbarse mientras oía como se follaba a Debbie.

Lynne se inclinó hacia atrás y deslizó una mano por debajo de la parte superior de las bragas y se restregó su clítoris hinchado. Podía sentir como se hacía más grande mientras se lo restregaba con más fuerza. Se volvió a tumbar en el sofá con la foto de Simone junto a ella y rodeada por los sonidos de Debbie y su marido follando. Miró a Simone, a sus tetas, su coño, la sonrisa de su bonito rostro joven.

Lynne se corrió así, con la mano debajo de las bragas. El orgasmo la golpeó de repente y se desvaneció igual de rápidamente. Era el orgasmo más frustrante, el más insatisfactorio de los que había tenido nunca.