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Lynne 23: UN FINAL

en Dominación

Lynne:

CAPÍTULO 23. UN FINAL

 Lynne se inclinó hacia atrás y deslizó una mano por debajo de la parte superior de las bragas y se restregó su clítoris hinchado. Podía sentir como se hacía más grande mientras se lo restregaba con más fuerza. Se volvió a tumbar en el salón con la foto de Simone junto a ella y rodeada por los sonidos de Debbie y su marido follando. Miró a Simone, a sus tetas, su coño, la sonrisa de su bonito rostro joven.

Lynne se corrió así, con la mano debajo de las bragas. El orgasmo la golpeó de repente y se desvaneció igual de rápidamente. Era el orgasmo más frustrante, el más insatisfactorio de los que había tenido nunca.

 Se quedó dormida en el sofá y se despertó de repente cuando cayó pesadamente al suelo. Su marido estaba sobre ella, la había tirado del sofá.

"Levántate." Lynne se arrastró hasta ponerse en pie, todavía aturdida por la caída y no totalmente despierta. No estuvo segura de donde estaba o que estaba ocurriendo en algunos segundos; unos segundos que su marido no estaba dispuesto a desperdiciar con ella. La abofeteó con la mano abierta, no lo bastante fuerte como para hacerle daño, pero si lo bastante para hacerle recuperar los sentidos.

"¿En qué puedo servirle, Amo?" Dijo sumisa, mientras se tocaba la cara donde la mano de su marido había impactado. El rostro de Lynne estaba dolorido e hinchado donde la había golpeado el hombre la noche antes; y su marido la había ayudado a recordarle lo doloridos que estaban su labio y su mejilla.

Él le dio algunas instrucciones y le dejó que las siguiera. El sol se estaba levantando, era domingo; su último día como esposa de su marido; su último día en su casa; el día en que la iban 'a mandar fuera durante un tiempo.'

Se duchó en el baño principal y se vistió con el uniforme de doncella francesa que habían dejado allí para ella. Preparó el desayuno para su marido y Debbie según se le había indicado, y a las 7:00 en punto llamó a lo que una vez fue la puerta del dormitorio que compartía con su marido.

Debbie todavía estaba dormida y tenía el aspecto de una mujer que había sido follada durante mucho tiempo y con fuerza la noche anterior. Las  sábanas se habían deslizado por debajo de sus pechos desnudos. 'Zorra plana.' Se dijo Lynne para sí misma con algo más que un punto de celos.

Debbie se despertó de pronto cuando Lynne puso las bandejas en el arcón de cajones y medio abrió las contras. "¿Qué pasa?" Tartamudeó Debbie mientras agarraba las sábanas para cubrirse.

"Lynne está aquí para servirnos el desayuno, luego nos volverá a dejar solos... otra vez." Dijo el marido de Lynne con una chispa en los ojos mientras pasaba la mano por la cara de Debbie.

"No estarás bromeando con ella, ¿verdad?" Debbie estaba confundida y nerviosa, nunca había estado en una situación como ésta; ni siquiera había imaginado que ocurrieran cosas como ésta. El marido de Lynne le había contado a Debbie sobre Lynne, pero todo en una versión modificada y abreviada, y Debbie no creía que hablara en serio. Ahora sabía que sí.

Acababa de pasar la noche follando con el marido de Lynne en su cama, y ahora Lynne iba a servirles el desayuno en aquella cama, vestida como una criada en una película porno suave. "Esto es realmente raro." Dijo Debbie mientras Lynne levantaba la bandeja y se dirigía hacia la cama.

"¿Zumo de naranja, señorita?" Preguntó Lynne amablemente.

"¡Esto es TAN jodidamente raro!" El marido de Lynne se inclinó y la besó. "Hay mucho más que puedo enseñarte y muchas cosas que podemos hacer juntos si tu quieres."

"Quiero." Dijo Debbie empezando a relajarse. "Quiero pasar contigo todo el tiempo que pueda, sabes lo que siento por ti, lo que he sentido por ti desde hace mucho tiempo. Y eres un hombre incluso más interesante de lo que pensaba." La cara de Debbie relucía con una sonrisa de excitación.

Lynne oyó como hablaban. Probablemente nunca volvería a llamar por su nombre al que fuera su marido durante cuatro años; pero Debbie lo haría.

Lynne sirvió a su marido y a Debbie sus zumos de naranja y volvió a su sitio mientras se acurrucaban y hablaban.

"Así que ella es como... tu criada, no es realmente tu esposa." Dijo Debbie con tono de estar tan intrigada como confusa y excitada.

"Algo así. Pero es mucho más que solo una criada. Pero como te dije la noche pasada ya no lo va a ser. Lynne se va y no volverá, y nos estamos divorciando."

"Así que ¿estás disponible?"

"Siempre he estado disponible para ti, Deb." Se besaron suavemente y Debbie se rió mientras sus labios todavía estaban enganchados. "¡Esto es tan jodidamente raro!"

"Todavía no lo has visto todo, corazón." Dijo el marido de Lynne y volvió a besar a Debbie. "Trae aquí tu culo de puta." Dijo de repente mirando a Debbie. Debbie se volvió a reír.

"Así que ella hace cualquier cosa que le digas..."

"Sí. Y hará lo que tu le digas también, Debbie."

"Eso suena interesante..." Dijo Debbie con una sonrisa de satisfacción en la cara.

Lynne no encontraba ningún placer en la humillación de degradarse de esta forma delante de Debbie. Pero la obedecería como su marido había dicho que haría. "El placer de una esclava consiste en agradar a los demás; divertirlos y entretenerlos." Eso era lo que se le había dicho y lo aceptaba. Era evidente que Debbie se estaba divirtiendo, y que a su marido le agradaba, y eso era todo lo que debía preocupar a Lynne.

"¿Qué opinas de Lynne, Debbie?" Le preguntó el marido de Lynne después de dar un sorbo a su zumo de naranja.

"Siempre pensé que tenías el culo gordo, Lynne." Dijo Debbie con un deje de rencor en la voz.

"Siento que mi culo gordo le disguste, Señorita." Dijo Lynne amablemente.

"Y puede que tengas las tetas grandes, pero cuelgan como si fueras una vaca vieja." Añadió Debbie, empezando a disfrutar ella misma.

"Lo siento, Señorita." Dijo Lynne mansamente.

"¿Qué opinas de Debbie, Lynne?" Preguntó su marido con una sonrisa casi diabólica en la cara.

"Es preciosa, Amo. Desearía tener su aspecto, desearía tener un cuerpo como el suyo; pero no los tengo."

"No, no los tienes, puta; y yo también deseaba que tuvieras su aspecto; siempre lo he deseado. Así que cállate y sírvenos el desayuno para que pueda quedarme solo con Debbie otra vez."

"Sí, Amo." Lynne les sirvió el desayuno; huevos revueltos y beicon. Ninguno de los dos comió mucho, y el marido de Lynne hizo comentarios despectivos sobre la birria de cocinera que era la 'estúpida puta'.

"La muy zorra ni siquiera puede hacer una tostada sin quemarla." Había dicho Debbie mientras le ordenaba retirar la bandeja.

"Lo siento, Señorita." Fue todo lo que dijo Lynne mientras se inclinaba para recoger la bandeja de Debbie. "¿Le gustaría café, Señorita?"

"Si yo fuera tú no lo haría, Deb." Dijo el marido de Lynne. "Su café apetece incluso menos que su culo gordo." Debbie se rió esta vez menos nerviosamente. Estaba empezando a relajarse y a disfrutar. Aún pensaba que era increíblemente raro, pero le encantaba; le encantaba tratar así a Lynne; pero sobre todo le encantaba estar con el que era el marido de Lynne desde hacía cuatro años, pronto el exmarido de Lynne. Había empaquetado las cosas de Ross esta tarde y nunca más tendría que verle o dormir con él. Había un hombre nuevo en su vida, un hombre que había deseado desde hacía mucho, un hombre que era incluso más interesante de lo que hubiera podido imaginar. La vida estaba a punto de empezar a ser mucho mejor, pensó Debbie para sí misma.

Lynne preparó la ducha para que su marido y Debbie la disfrutaran juntos, y luego preguntó si podía ser de más utilidad para ellos. La respuesta fue que no y los dos se rieron al decirlo.

Lynne se excusó, cerró la puerta tras ella y les dejó de nuevo solos. Había sido una de las experiencias más difíciles a las que Lynne se había tenido que enfrentar. Había sido humillada y degradada sexualmente de maneras extremadamente gráficas; pero nada era más difícil que servir el desayuno a Debbie en la que había sido su cama, en su casa, con su marido. Pero esa y las otras cosas que le habían ocurrido a Lynne en los últimos días se habían considerado importantes cuando la Mujer Rubia y el marido de Lynne las habían planeado. Querían que Lynne hiciera de mísera esclava en ese entorno. Y en general los dos estaban satisfechos de la manera en que Lynne había respondido.

Pocas horas más tarde Lynne estaba sentada en el asiento 4A de clase 'bussiness' a bordo de un Boeing 767-338 de Qantas vuelo QF800. No había ningún asiento cerca de ella y Lynne podía reclinarse y relajarse mientras el avión despegaba del aeropuerto de Sydney. El vuelo duraría aproximadamente una hora y 15 minutos. Su destino era Coolangatta, al sur de la Gold Coast en Queensland. Cuando Lynne miraba por la ventanilla desde 35.000 pies (unos 10.000 metros) hacia el suelo a través de las nubes de algodón blanco le resultaba difícil creer que estuvieran viajando a 875 km/h.

No había sabido que iba a volar a ningún sitio, no había conocido su destino hasta que recogió el billete. Incluso, mientras estaba sentada bebiendo un vaso de zumo de naranja en el vuelo, no tenía ni idea de qué se suponía que tenía que hacer cuando llegara a Coolangatta.

Todo lo que tenía era la ropa que llevaba puesta y que habían dejado fuera para ella; bragas rojas, sostén rojo, vaqueros de diseño azul pálidos, una blusa roja y un jersey. Nunca antes había visto esa ropa pero le sentaba perfectamente; y le dijeron que le habían facturado el equipaje. Incluso la tarifa del taxi que tomó para el aeropuerto estaba pagada de antemano. No llevaba dinero ni tarjetas de crédito; John tenía razón; había saltado sin red.

Lynne se sintió triste por primera vez en mucho tiempo mientras miraba por la ventanilla y el ruido del avión zumbaba a su alrededor. No le habían dado la oportunidad de decir adiós a su marido. Le había dado las instrucciones a toda prisa mientras Debbie se vestía para salir a algún sitio con él. Todo lo que le dijo fue: "Dentro de poco estará aquí un taxi para recogerte, vístete con la ropa que se ha dejado para ti y espera fuera." Y eso era todo. Hizo ademán de marcharse; tenía que pedírselo.

Dijo su nombre con suavidad. Su marido se detuvo de pronto y se volvió lentamente para mirar a la mujer con la que había estado casado 4 años.

"¿Estás bien, Lynne?" Le había preguntado en un tono que no había usado para hablar con Lynne en las últimas tres semanas.

"¿La quieres?" Su marido sonrió cálidamente. "No, Lynne. No la quiero. Solo quiero follármela." Hubo un largo silencio y luego su marido dijo:

"¿Estás segura de que esto es lo que quieres, Lynne? Todavía no es demasiado tarde para cambiar de idea."

"Es lo que quiero, solo que es más duro acabarlo de lo que pensaba que sería."

"No es un final, Lynne, es un nuevo comienzo. Siempre nos quedarán los recuerdos del pasado; y podemos hacer lo que nos guste en el futuro. Siempre que esto sea lo que realmente quieres. Siempre que estés segura."

Lynne no contestó, se limitó a sonreírle, con los ojos llenos de amor por el hombre con el que se había casado.

"Esta es la última vez que hablamos de esta manera, Lynne ¿entendido?"

Lo entendía, pero deseaba tan terriblemente abrazarle una vez más, decirle una vez más lo que le amaba; oírle decir que la amaba una vez más; pero él se limitó a darse la vuelta y alejarse; y así fue como terminó su matrimonio de 4 años.

El avión parecía que empezaba a descender en cuanto despegó. Lynne se había perdido completamente en sus pensamientos. No estaba segura de qué hacer a continuación mientras caminaba por la pista hacia la terminal.

"Le entregaremos el equipaje en su hotel, para el coche es por aquí." La voz pertenecía a un hombre alto y guapo con uniforme de chófer.

Lynne le siguió afuera y vio como abría la puerta de una limusina blanca y larga. '¿Y ahora qué?' Se preguntó Lynne mientras se dirigían hacia la autopista de la Gold Coast (Costa Dorada) con comodidad opulenta.

Reconoció a lo lejos el casino Júpiter y miró a los ojos del conductor por el espejo retrovisor cuando tomaron la salida del Júpiter. Él no le devolvió la mirada.

Un mozo le abrió rápidamente la puerta de la limusina, y Lynne observó como el conductor le entregaba un billete doblado que parecía como de cincuenta y le decía algo.

"Por aquí, Señorita." Dijo el mozo y Lynne le siguió hasta el mostrador de recepción donde todo el mundo le sonrió y se dirigió a ella como señorita. A Lynne le dio la impresión de que el personal creía que ella era alguien especial o importante.

Su habitación era una suite en el piso 16. Había una gran sala de estar con bar, un dormitorio separado, con baño incorporado que tenía un enorme jacuzzi. Los muebles eran ultramodernos y obviamente carísimos. Sonó un toque en la puerta mientras el mozo abría las cortinas para desvelar la vista hacia el océano.

"Yo lo recogeré, Señorita." Otro mozo entregó tres maletas caras y de aspecto pesado que el mozo le colocó en el bastidor de equipajes. "Por favor, llame a recepción si hay algo que podamos hacer para hacerle la estancia más agradable, Señorita." Dijo el portero antes de retirarse.

Lynne miró a través de las ventanas afuera, al océano y la habitación a su alrededor. Esto no era lo que había esperado, realmente no sabía que esperar pero esto no.

Abrió las maletas que estaban perfectamente empaquetadas con vestidos caros, ropa interior y varias bolsas con cosas de aseo; todo lo que necesitaba. Había un bolso de mano negro en una de las maletas con 5000 dólares en metálico, dos tarjetas de crédito, y una tarjeta ATM (N. del T.: Automated Teller Machine, una tarjeta que permite realizar transacciones bancarias entre otras cosas) con el número personal escrito en una pequeña tarjeta blanca.

Durante los primeros días Lynne se quedó en la habitación la mayor parte del tiempo y vio un poco la tele y pasó mucho tiempo pensando en todo lo que había pasado. Para el viernes llevaba allí cinco noches; el tiempo en que ella estaba en situación de 'no ser usada por nadie' había pasado. Todo lo que había ocurrido había empezado a parecer como un sueño; ¿había ocurrido realmente? ¿Realmente había hecho ella todas esas cosas? Cuando se despertó sola en la enorme cama de una suite cara en el Júpiter Casino el viernes por la mañana, Lynne ya no estaba segura de nada.

Se duchó, se puso algo de la lencería cara que le habían dado, un par de vaqueros azules lavados a la piedra y ajustados, una blusa blanca, y un par de zapatos de la casi docena que había en las maletas; eran negros con tacón alto grueso.

Lynne se aplicó un poco de brillo de labios y colorete y salió de la habitación en una de sus pocas salidas desde que había llegado. Tomó el desayuno en un café cerca de la entrada al Casino. Eran las 7:50 de la mañana del viernes y Lynne no podía creer cuanta gente estaba apostando dinero que no podrían evitar perder.

Más tarde volvió a la habitación y se puso el minúsculo biquini de seda negra que había en la maleta. Se miró al espejo.

"No estás mal." Le dijo a su imagen reflejada. Tenía buen aspecto. Sus tetas eran grandes pero firmes, su estómago plano, y, pese a lo que había dicho Debbie, su culo también estaba bien. De repente se sintió caliente mientras se miraba. Había sido mucho tiempo; había estado ocupada en sus pensamientos hasta ahora; ahora su mente se polarizó en lo húmedo que se había puesto su coño de repente.

Pensó un momento en masturbarse, le habían dicho que podría hacerlo siempre que quisiera mientras estaba fuera; pero decidió hacerse esperar a sí misma. Se puso un vestido de playa y sandalias y bajó a la piscina a tomar un poco del sol de la Gold Coast.

Había alguna gente desperdigada alrededor en sillas y tumbados en toallas empapándose en el calor. Un hombre joven de unos veinte años estaba nadando en la piscina. Cuando vio a Lynne mirarle la miró sonriente y empezó a exhibirse como hacen los hombres. Salió de la piscina con el estómago metido e hizo varias zambullidas elegantes en el agua, comprobando que Lynne le estuviera mirando cada vez antes de tirarse.

'Hummm. Tal vez.' Pensó Lynne para sí misma. Había pasado casi una semana desde que había tenido el último alivio sexual, y estaba llegando al punto donde tendría que hacer algo al respecto; quizás masturbarse no fuera la respuesta esta vez. Puede que el joven semental estuviera de suerte.

Una pareja estaba sentada unas mesas más allá de la suya e intercambiaron sonrisas corteses. Lynne pensó que él tenía buena pinta, probablemente unos treinta y con muy buena figura, pero fue la mujer la que llamó la atención de Lynne. Parecía más joven que él, sobre los veinticinco, con pelo rizado castaño claro.

'Hummm. Eres una cosita atractiva.' Pensó Lynne para sí.

Sintió que se estaba poniendo húmeda de nuevo mientras observaba como la mujer se quitaba la gran camiseta que llevaba puesta. Tenía una buena figura; esbelta, tetas pequeñitas pero firmes, y un magnífico culo. Resultaba magnífica con su reluciente biquini blanco. Lynne no se dio cuenta de que estaba mirándola fijamente hasta que la mujer la miró nerviosamente unas cuantas veces; Lynne retiró la mirada rápidamente, riéndose para sí misma. 'Compórtate, Lynne.'

"Iba a beber algo, ¿qué te traigo?" Lynne miró en dirección a la voz, era el hombre que había estado observando en la piscina. Era joven; guapo; bronceado y rubio; pero estaba tan pagado de sí mismo; tan engreído; lo llevaba escrito en la cara. La trataría como a un trozo de carne; lo hacían todos los hombres como él; la idea le atraía.

"Estoy bien, gracias." Dijo Lynne cortésmente, pero esperando que le dijera: '¡Mueve tu culo de puta para arriba ahora!' Él siguió hablando, sobre todo de sí mismo. Era surfista profesional en algún tipo de competición, o eso decía: "Ahora ¿qué te apetecería?"

"Realmente estoy bien, gracias." Dijo Lynne menos cortésmente esta vez. 'Serías un polvo desastroso.' Pensó para ella. 'Te estarías todo el tiempo mirando al espejo.'

Él se pasó una mano por el pelo rubio húmedo y apoyó la otra mano sobre el brazo de la silla de Lynne, y siguió hablando.

"Realmente no quiero nada, gracias." Dijo Lynne con brusquedad.

"Estoy seguro de que debe haber algo que desees." Dijo el rubio con expresión de engreimiento.

"La señora dijo que no quiere nada, tío." Dijo el hombre de la novia apetecible mientras se dirigía hacia él.

"¡Cuál es tu problema!" Dijo el joven rubio.

"Tú." Replicó el otro. "Aprende a aceptar un 'no' por respuesta, capullo."

Hubo un breve silencio mientras los dos hombres se enfrentaban. "Si yo fuera tú me largaría, rubito." Dijo la mujer apetecible del biquini blanco. "A menos que seas por lo menos doble cinturón negro, eres una mierda total."

"¿Y bien, muchachito?" Dijo el hombre. El joven rubio como la mayoría de su tipo era un bocazas. Su cara se volvió casi tan pálida como su pelo desteñido.

"Será mejor que te vayas antes de salgas herido." Dijo Lynne, uniéndose a la fiesta. "Y deberías aprender a aceptar un 'no' por respuesta."

Él señaló al novio de la apetecible y con todo el coraje que pudor reunir dijo... no dijo nada. Y se dio la vuelta rápidamente y se esfumó. Les chilló algo desde una distancia prudencial pero no pudieron oír lo que decía.

"Gracias." Dijo Lynne al hombre que la había rescatado. 'Ahora subamos a mi habitación y te lo agradeceré adecuadamente.' Se dijo para sí. 'Y tráete a tu noviecita apetecible contigo; también se lo agradeceré a ella.'

"No te preocupes. Soy David y esta es mi mujer, Kristy."

"Hola. Yo soy Lynne."

"Disfruta de tus vacaciones, Lynne." Vio como volvía con Kristy, y las dos mujeres intercambiaron sonrisas.

Lynne observó a David y Kristy cuando no estaban mirando. Les vio mutuamente aplicarse crema para el sol. Les vio disfrutar de algún beso ocasional. Vio a Kristy tumbarse en la toalla y soltarse la parte de arriba del biquini. Echo un vistazo al pezón tieso y rosado de Kristy. Era más de lo que podía soportar. Les dijo adiós y se encaminó hacia su habitación.

'Pensarían en todo.' Se dijo mientras deslizaba la tarjeta en la cerradura de su habitación. Fue directa a las maletas y empezó a revolverlo todo. Lo encontró en una bolsa con cosas de baño. Era el mismo que tenía en casa; de 8 pulgadas de largo (unos 20 cm), negro con la punta dorada. Lynne sonrió cuando lo vio; y maldijo cuando lo levantó; era demasiado ligero para tener pilas dentro.

Agarró la llave y se dirigió a recepción, no fue hasta que se vio en el espejo del ascensor que se dio cuenta de que solo llevaba puesto su minúsculo biquini. En su precipitación se había olvidado de volverse a poner la falda de playa. 'Será divertido.' Sonrió para sí.

Lynne disfrutó con las miradas que notaba mientras se dirigía al mostrador de recepción. Aunque algunas de las esposas que estaban con los hombres que la miraban no estaban precisamente impresionadas. Un hombre joven de camisa blanca y corbata negra se sonrojó cuando Lynne se acercó a él.

"Um... Sí Señora... Esto... ¿En qué puedo servirla?"

"Necesito pilas."

"¿Pilas?".

"Sí. Pilas."

El joven se sonrojó unos cuantos grados más; podía imaginarse para qué eran las pilas. "Esto... subiendo las escaleras, en la tienda de regalos, Señora."

"Gracias..." Miró a su identificación. "...Scott. Muchas gracias."

Lynne sintió sus ojos clavados en ella mientras se alejaba. Sabía que estarían hablando de ella, haciendo chistes sobre la razón por la que quería unas pilas. Todo ello hacía que necesitara aún más las pilas.

Estaba esperando al ascensor, la gente la miraba al pasar; se preguntaba si alguien habría notado la mancha de humedad que estaba segura que sería visible en la entrepierna de su biquini. Cuando se abrió la puerta del ascensor un hombre al final de la cincuentena hizo ademán de salir, cuando vio a Lynne volvió a entrar. "Me equivocaba de piso." Dijo nerviosamente mientras veía entrar a la mujer con sus grandes tetas amenazando salirse de la parte superior del biquini. La observó en el espejo mientras bajaban al piso de las tiendas. Lynne se sacudió un trozo imaginario de pelusa de una de las copas de su biquini; el pezón respondió y se destacó con fuerza contra el material sedoso.

El Conrad and Jupiter es un complejo hotelero y casino de cinco estrellas y la atractiva joven de detrás del mostrador de la tienda de regalos intentó por todos los medios impedir que su cara dijera a Lynne lo que pensaba de ella. '¿Qué haces dando vueltas por aquí con esa pinta, puta?' Se dijo para sí. "¿En qué puedo ayudarla, Señora?" Le dijo a Lynne con una sonrisa muy preparada. Jayne siempre había encontrado difícil, a veces imposible ser amable con alguna de las 'destacadas zorras ricas' que venían a la tienda de regalos. Lo encontró casi imposible con Lynne; ¿quién le podía decir a ella que era otra cosa que una puta? Una puta rica; pero solo una puta.

Lynne miró su identificación: Jayne. "Necesito unas pilas, Jayne." Dijo Lynne devolviendo la sonrisa. Podría decir lo que Jayne pensaba de ella.

"¿Qué clase de pilas, Señora?"

"Ese lleva de esas grandes redondas, Jayne." Dijo Lynne, remarcando "Ese".

"El tamaño D, Señora. Como estas." Dijo enseñándoselas a Lynne. 'Como el tamaño de tu sostén, puta.' Añadió para sí.

"No, más pequeñas que esas."

"Tamaño C, Señora, ¿cómo estas?"

"Sí, esas son, Jayne."

"¿Cuántas quiere, Señora?"

"Mejor una media docena, Jayne, las gasto rápidamente." A Jayne le estaba resultando difícil seguir siendo amable. A Lynne no le gustaba su actitud. "Cárgalas a mi suite, la 1606, y súbemelas dentro de unos diez minutos..." Dijo Lynne dándose importancia.

"No soy repartidora." Dijo la mujer en tono brusco.

"Es cierto." Dijo Lynne todavía sonriente. "Se lo diré al director del hotel y veremos si está contento con ese tipo actitud de la gente como tú." Y diciendo eso Lynne se dio la vuelta y salió de la tienda.

"Puta zorra." Renegó Jayne cuando vio que el culo de Lynne desaparecía por la esquina. "Sé para que quiere esas pilas."

"Obviamente para su vibrador." Dijo una mujer más mayor, Sue, saliendo de detrás de otro mostrador desde donde había observado lo que había pasado.

"Esas suites cuestan 700 dólares la noche, Jayne. Apuesto a que su marido es algún tipo de potentado y le deja que se divierta mientras juega en las mesas. La dirección no lleva bien que el personal ofenda a los potentados, Jayne. Te sugiero que le lleves las pilas a la habitación y te disculpes por tu comportamiento antes de que consiga que te despidan."

"Jodida puta." Maldijo de nuevo Jayne mientras se metía las pilas en el bolso y miraba al reloj. "Lo sé." Añadió. "Ella es rica así que tengo que besarle el culo. Esto es una mierda."

Jayne esperó unos cinco minutos y luego se dirigió a la habitación 1606 y llamó a la puerta. "Solo un minuto." Dijo Lynne, y luego tuvo a Jayne esperando al otro lado de la puerta durante 15 minutos.

"Ah, la repartidora." Dijo Lynne con suficiencia mientras abría la puerta, todavía en biquini.

"Le he subido lo que compró como me ordenó, Señora." Dijo Jayne todo lo amablemente que pudo teniendo en cuenta lo furiosa que estaba. "Y... y quiero disculparme por mi comportamiento en la tienda. He tenido un mal día, lo siento." No era una gran disculpa pero era lo mejor que podía hacer.

"Está bien." Dijo Lynne volviendo a sonreírle. "No se hable más del asunto. Aquí tienes un pequeño regalo, Jayne." Lynne le soltó una moneda de 50 céntimos, la propina de Jayne.

'¡Jodida puta zorra!' Murmuró Jayne para sí misma mientras cruzaba hecha una furia el vestíbulo y tiraba la moneda de 50 céntimos en un tiesto sobre la marcha. Lynne pensó en lo barata que había vendido Jayne su dignidad. ¿Era lo que ella quería hacer realmente tan diferente o tan raro después de todo? La gente como Jayne entrega su dignidad por unos pocos dólares al día. Al menos Lynne lo hacía porque le gustaba; obtenía placer de ello.

Lynne se preguntó cuan distintas eran ella y Jayne en realidad; ¿hasta donde llegaría Jayne por mantener su trabajo? ¿cuánto se humillaría por mantenerlo?

"Es una puta zorrita rica y altanera." Echó humo Jayne ante la mujer mayor, Sue, cuando volvió como un huracán a la tienda de regalos. "¿Por qué las zorras como ella siempre piensan que son mucho mejores que cualquier otra..."

"El señor Stathum quiere verte en su oficina, Jayne, acaba de llamar su secretaria."

"Oh, mierda..." El enfado y el desafío habían desaparecido de la voz de Jayne y de su actitud. Necesitaba el trabajo; iba retrasada en el alquiler y en un montón de deudas, cortesía de un novio al que no conocía tanto como había creído.

El señor Stathum era el director ejecutivo del complejo Jupiter/Conrad. Nadie de tan bajo rango en la nómina como Jayne se había entrevistado jamás con el señor Stathum, ni había sido convocado a solas en su oficina.

"Pero me disculpé... Dijo que todo estaba en orden..."

"Esta vez has cabreado a la mujer inadecuada, Jayne." Dijo Sue desalentada. "Y tus disculpas no fueron suficientes obviamente. Solo tú tienes la culpa. Te han advertido antes. Esta gente paga mucho dinero por estar aquí y nos pagan para asegurar que se lo pasan bien. Ya deberías haber aprendido eso, Jayne."

"Sí, lo sé... Besar culos, chupárselos, comerme su mierda... Y hacerlo con una sonrisa en la cara..."

La reunión con el señor Stathum duró menos de un minuto. Quería despedirla él mismo para poder decirle a ella que se había asegurado personalmente de que nunca volvería a trabajar en la Coast.

Jayne llamó esta vez con mucho cuidado en la puerta de Lynne. Lynne todavía llevaba su biquini negro.

"Siento mucho molestarla otra vez, Señora." Dijo Jayne humildemente. "¿Puedo hablar solo un momento con usted...? por favor."

"Hazlo rápido." Dijo Lynne mientras volvía a su habitación y se sentaba en el sofá de cuero.

"Necesito de verdad este trabajo, Señora. Lamento la forma en que actué,..." Dijo Jayne tímidamente mientras entraba a la habitación y se quedaba a unos pies del sofá en el que se sentaba Lynne.

"Deberías haber pensado eso antes. Nadie de tu calaña me tratará así. No habrá ninguna dependienta de tienda barata como tú que me mire de la forma en que lo hiciste. Deberías aprender cual es tu sitio."

"Sí Señora, lo sé, lo siento..." Lynne estaba sorprendida de lo rápidamente que Jayne había abandonado su orgullo.

Jayne simplemente no podía permitirse perder el empleo. Había estado en paro trece meses antes de conseguir este trabajo. La única oferta que había tenido en ese tiempo era como camarera en un bar topless; y no tenía las deudas que ahora tenía.

"¿Y cuál es tu sitio, Jayne?"

"Servir a la gente como usted, Señora. Servirla amable y eficientemente."

"Pásame la copa del bar." Jayne se dirigió al bar y recogió un vaso alto de cocacola lleno de hielo, y se lo pasó amablemente a Lynne. Todo era demasiado fácil.

"¿Cómo cuánto lo sientes, Jayne?"

"Muchísimo, Señora. No volverá a ocurrir."

"¿Y te gustaría recuperar tu trabajo?"

"Sí, Señora. Necesito este trabajo; ¿lo reconsiderará, por favor...?"

"Puedo conseguir que recuperes tu trabajo con una llamada de teléfono." La interrumpió Lynne; y dejó que las palabras quedaran colgando en el aire unos instantes.

"Lo que dices es cierto. Estás aquí para servirme; para satisfacer mis necesidades; si no puedes hacer eso, tu jefe simplemente encontrará alguien que pueda.

"Puedo servirla adecuadamente, puedo satisfacer sus necesidades. Solo tiene que darme otra oportunidad... por favor."

"Así que ¿has aprendido la lección, mísera dependienta?"

"Sí, Señora. La he aprendido."

"Hay dos tipos de personas en este mundo, Jayne, los que besan culos y a los que les besan el culo. ¿Sabes de cual de ellos eres?"

Jayne tuvo un breve resurgir de su ira y su rencor, pero eran lujos que no podía permitirse más. "Soy de las que besan culos, Señora."

Lynne sonrió, Jayne no era mejor de lo que era ella, de hecho era peor. Había vendido su dignidad por un sueldo de 420 dólares a la semana. Que barata era la mísera dependienta.

"Así que ¿eres de las que besan culos, Jayne?"

"Sí, Señora."

"Entonces bésame el mío y conseguiré que recuperes el trabajo."

"¡Qué!" Soltó Jayne de un forma algo menos que amable. "Quiero decir que le pido perdón señora."

"Bésame el culo y te recuperaré el trabajo." Dijo Lynne mientras se levantaba y se quitaba la braga del biquini. Jayne no contestó; pero no había manera de que fuera a besar el culo de esa zorra. Ningún trabajo valía eso.

"¡Lárgate!" Le chilló Lynne. "¡Lárgate o llamaré a seguridad y te sacarán a patadas!" El repentino estallido de Lynne pilló a Jayne con la guardia baja.

"Está bien, lo haré."

"Eso esta mejor, dependienta." Dijo Lynne con altanería. "Quizás hayas aprendido la lección. Bien, vamos, dependienta."

Jayne se agachó detrás de Lynne y dio un rápido beso en la nalga izquierda de su culo. "Hazlo bien, dependienta." Le dijo bruscamente Lynne. Jayne cerró los ojos y besó suavemente la suave piel de las dos nalgas del culo de Lynne. Lynne se sorprendió de la forma casi tierna en que los labios de Jayne tocaban su piel.

"Muy bien, dependienta. Ahora méteme la lengua en el agujero del culo."

"Sí señora." Dijo Jayne suavemente mientras seguía besando el culo de Lynne. Lynne gritó cuando sintió los dientes de Jayne clavarse en la suave piel de su culo.

"¡Jodida zorra!" Dijo Lynne riéndose. "¿Debo entender que no vas a meter tu bonita lengua rosa en mi culo?"

"De ninguna jodida manera, zorra enferma. Jódete." La cara de Jayne estaba roja de ira.

"Espero que no te cueste mucho tiempo encontrar otro trabajo, Jayne." Dijo Lynne todavía riendo, mientras Jayne salía a toda prisa maldiciéndose por hacer lo que había hecho. No podía creer que realmente hubiera besado el culo de la zorra.

Jayne estaba furiosa consigo misma. '¡Por qué lo he hecho! ¡Por qué besé el culo de esa zorra! ¡...Mierda!" Jayne se maldecía por haberlo hecho una y otra vez mientras bajaba hasta la planta baja en el ascensor.

El personal de seguridad del Casino la agarró cuando se abrieron las puertas y la sacaron de forma muy notoria y humillante del Casino. Al principio Jayne protestaba pero pronto se dio cuenta que solo estaba atrayendo más atención sobre su expulsión del recinto. Había montones de caras que reconocía mientras la llevaban hasta la entrada principal del casino.

"No puede ser en serio..." Suplicó cuando vio a dos oficiales de policía como armarios y con expresión muy enfadada esperándola; la "ayudaron" a entrar en la parte trasera del coche celular y se la llevaron.

Fue una expulsión muy notoria, muy humillante, del sitio en el que había trabajado casi dos años. Lynne lo observó todo con deleite, en medio de una multitud de otros curiosos:

"¿Qué es lo que ha hecho?"

"He oído que metió mano en la caja." Dijo un empleado del Casino.

"He oído que intentó echarse encima de una huésped, es tortillera ¿sabes?" Dijo un antiguo amigo de Jayne.

"No. La han pillado con drogas... Coca creo que era."

Los rumores ya habían empezado y solo irían a peor. La vida de Jayne iba a ser muy difícil si seguía en la Gold Coast.

Habían ocurrido tantas cosas aquella mañana que habían agitado las pasiones de Lynne. El joven rubio; el muy macho David y su apetecible y pequeña esposa Kristy con su minúsculo biquini blanco; y luego Jayne. El chocho de Lynne estaba empapado cuando volvió a su habitación y se tumbó en la cama mientras le ponía las pilas el vibrador.

Lo puso en marcha a bajo régimen para empezar y se lo pasó por la húmeda entrepierna de su biquini mientras pensaba en Jayne. Pero no pudo excitarse durante mucho rato; nunca había sido muy buena excitándose; necesitaba correrse. Lynne se bajó las bragas del biquini, puso el vibrador a régimen alto y se lo apretó con fuerza contra su clítoris hinchado.

Por su mente pasaron veloces imágenes de David y Jayne y el joven rubio mientras se iba acercando; pero fue a Kristy a quien veía en su mente cuando se corrió. Fue el nombre de Kristy el que gritó cuando la primera oleada de placer le recorrió el cuerpo. Lynne jadeó y gruñó y gritó mientras el orgasmo más intenso de los que había conseguido masturbándose la consumía. Cuando el orgasmo finalmente remitió estaba sin aliento y con el cuerpo empapado en sudor.