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La orgia

en Orgías

Nunca antes había estado en una orgía, pero hablo de una orgía de las de verdad, de las de todos con todos y barra libre. Habíamos realizado tríos, algún intercambio de parejas, pero siempre muy de andar por casa. En esta ocasión lo que se nos planteaba era algo muy diferente y por supuesto mucho mas osado. Para empezar se nos exigía pasar una revisión médica y certificar que no teníamos ninguna enfermedad de transmisión sexual. Por supuesto todo era gratis para las mujeres y para sus acompañantes, si los llevaban, pero los hombres que acudían solos debían pagar un dineral por asistir, y además solo podían si tenían invitación.

¿Qué como surgió?, por casualidad, como casi todo. Conocimos a una pareja que había estado en una de esas fiestas. Nos hablaron con bastante detalle de lo que allí pasaba y nos pareció muy excitante aunque en un primer momento no nos vimos capaces de participar. Nos dijeron que si finalmente decidíamos ir, ellos podían ocuparse de ponernos en contacto con la persona adecuada. Yo pensaba que este tipo de fiestas eran como muy privadas y selectas, y que sería muy difícil participar en una de ellas, pero al parecer buscaban gente nueva para sus reuniones. Y si eran jóvenes y atractivos mejor aun.

Ciertamente nos costó mucho decidirnos. Una y otra vez revivíamos las escenas que nos habían contado y nos poníamos en su lugar intentando conocer de antemano como nos podía afectar. No sabíamos la gente iba a acudir ni si el nivel de depravación podría incomodarnos. Nuestra experiencia era importante en relaciones con gente como nosotros, pero completamente nula en este tipo de situaciones. Las explicaciones que nos dieron nuestros amigos de sus propias experiencias nos tranquilizaban de alguna manera. Nos dijeron que la condición suprema era el respeto a las otras personas, nada debía ser impuesto. Se supone que estábamos allí para lo que estábamos y por tanto había una aceptación previa bastante amplia, pero si en un momento dado la situación nos incomodaba, no teníamos que acceder ni no nos apetecía. Todo era siempre de mutuo acuerdo.

Finalmente decidimos hacer el vídeo de presentación y hacerlo llegar a través de nuestros amigos. Nos indicaron una clínica privada donde tuvimos que ir a hacernos las pruebas y recibimos el aviso de aceptación para acudir ese mismo fin de semana. Si no íbamos perdíamos la oportunidad definitivamente.

Asumida la decisión, nos preparamos para acudir a la fiesta. Pensé en ponerme un vestido largo de noche, negro, con un escote a la espalada hasta la cintura y otro delante que llegaba por debajo de mis pechos, muy elegante y sexy, pero que no iba con mi personalidad. Así que opté por un vestido corto, muy corto, rojo carmesí con tirantes, unos zapatos de aguja negros y un bolso también negro para combinar, así como una gargantilla negra con broche plateado. Como soy morena la combinación resultaba perfecta.

La casa estaba en una finca a las afueras y teníamos la opción de ir con nuestro propio coche o en un autobús dispuesto para la ocasión. Preferimos nuestro coche por si tuviésemos que salir antes de hora. Una vez mostrada la invitación al vigilante de la puerta pudimos pasar atravesando una extensa zona arbolada hasta llegar a una casa señorial que parecía un castillo, con cuatro especie de torreones flanqueando cada una de las esquinas. Un amplio jardín con estanque precedían a la entrada de la mansión. Mas tarde descubrimos que en la parte trasera había otro jardín mucho más grande con una piscina climatizada.

En la puerta, un mayordomo con guantes blancos y pajarita recogió las invitaciones y nos acompañó hasta el anfitrión. Era un hombre de mediana edad, atractivo y bien cuidado, maduro pero al tiempo interesante. Al verlo, lo primero que pensé es que no me importaría su compañía si me requería esa noche. Supusimos que habría visto nuestro vídeo de presentación y por tanto ya debía conocernos y saber de nosotros todo lo que debía saber. Charlamos unos minutos y nos deseó que disfrutásemos plenamente de la fiesta, poniendo a nuestra disposición su casa, así como las viandas que en distintos salones se estaban sirviendo.

Un tanto sobrecogidos por todo aquello paseamos por la casa, con rumbo perdido, saludando a los grupos de personas que nos íbamos encontrando. Me resultó imposible calcular el número de asistentes a la fiesta, la mayoría parejas, aunque también había hombres y mujeres solos. Cada vez que saludábamos a alguien las miradas exploratorias que recibíamos resultaban un tanto intimidantes, eso sí, con absoluta corrección y la máxima educación, pero era evidente que trataban de desnudarte con la mirada, escrutándote de arriba abajo e imagino que planificando un futuro contacto para esa noche. No es que yo no mirase, lo hacía y con mucha atención. Lo que más me preocupaba era que se acercase alguien que no me agradase o que lo hiciese de una forma grosera y me pudiese crear una situación difícil, así que trataba de conocer a todos los asistentes para preparar una estrategia con alguno en caso necesario. Poco a poco me fui tranquilizando ya que entre las personas que veía, no distinguía a ninguna que a priori me resultase especialmente desagradable. Mi chico parecía estar más cohibido que yo, recibía continuamente sonrisas comprometedoras de mujeres mayores que él, que parecían estar deseosas de dedicarle un poco de su tiempo.

Tras degustar unos canapés y con una copa de auténtico champagne francés en la mano, accedimos a los jardines posteriores, donde dos camareros estaban fileteando sendos jamones de pata negra exquisitos como pocos había probado. Hasta ese momento no habíamos visto nada que hiciese pensar que aquello era una orgía.

Sin apenas darme cuenta, la tensión con la que había entrado en esa casa había desaparecido. Estaba empezando a encontrarme cómoda y relajada. Esta relajación desactivó mi estado de alerta y quizá por eso no me percaté de que estamos siendo observados a pocos metros por otras dos parejas que conversaban entre sí. Lo que sí captó mi atención fue una mujer, aparentemente sola, que departía con una pareja y que no paraba de acariciar el brazo de la chica. Era evidente que su interés estaba centrado en ella. A él no parecía importarle, es más, fue él quien en un momento dado desabrochó a su pareja los botones de la blusa dejando al descubierto sus pechos, que inmediatamente fueron acariciados por la mujer. Absortos en la situación, no nos percatamos de que las dos parejas que nos observaban se habían acercado hasta nosotros y viéndonos tan atentos al espectáculo, uno de los hombres susurró “excitante, ¿no?”. Antes de que pudiéramos decir nada se disculparon por si habían interrumpido y se presentaron. Nos explicaron que la señora se deshacía sobre todo con las mujeres, cuanto más jóvenes mejor, y que para obtener su premio debía pagar el correspondiente peaje con el acompañante masculino, cosa que al parecer toleraba aunque no le agradaba en demasía. Me alertaron, ya que esa noche yo parecía ser la mas joven de las féminas asistentes. Pensé que acompañados por las dos parejas podría estar mas protegida que si deambulábamos solos, mucho más expuesta a los inquietantes deseos carnales de los asistentes. Pasamos a una salita en el interior de la casa y dejamos a la señora cobrarse libremente su primera pieza.

Durante un buen rato, los seis conversamos tranquilamente tratando de intimar y conocer nuestros gustos y preferencias sexuales. En ese punto yo ya había elegido que ellos iban a ser nuestros amantes esa noche, ya que tanto ellas como ellos eran jóvenes y atractivos. Mis temores se disipaban y por fin empezaba a disfrutar de la noche.

Hasta ese momento no había estado preocupada mas que de mí y no sabía si mi chico se encontraba cómodo entre esa gente. La duda me duró poco, enseguida me di cuenta de que tal y como miraba a las dos mujeres también resultaban de su agrado. Y también resultaba evidente que yo satisfacía las pretensiones de ambos hombres. Así que para ser la primera vez, todo resultaba mucho más fácil de lo pensado.

Ya llevábamos un buen rato en la casa, habíamos comido algo y bebido algunas copas y teníamos la compañía ideal para dar rienda suelta a nuestras más orgiásticas perversiones. Había que pasar de las palabras a la acción. Debo reconocer que la exquisitez no es una de mis virtudes, soy bastante directa cuando quiero algo y no se me ocurrió nada mejor para romper el hielo que, sin mediar palabra, quitarme el tanga y dejarlo encima de la mesa. No había ninguna duda de que había dado un golpe de efecto ya que todos enmudecieron al instante, menos mi chico, que rompió a reír a carcajada limpia. Él ya me conocía y no le había sorprendido para nada mi actitud. Inmediatamente el resto del grupo se sumó a las risas e incluso se oyó algún comentario alabando mi osadía. El juego había comenzado.

Uno de los hombres cogió de la mesa el tanga que había dejado y se lo acercó para olerlo muy sutilmente. Su gesto denotaba haber percibido el perfume más embriagador jamás emanado. Dirigió después su mirada a mi entrepierna, perfectamente visible dado que el vestido ya era de por sí muy corto y sentada todavía se recogía más. Respondí abriendo las piernas con un lento movimiento permitiendo que mi sexo se iluminase por la indirecta luz que ambientaba la sala. A mi alrededor todo había empezado a moverse. La pareja de mi olisqueador se besaba y acariciaba con el otro hombre, y mi chico se prestaba a hacer lo mismo con la mujer de este último. Era excitante. Quería disfrutar plenamente de la ocasión pero sin peder detalle de lo que ocurría a mí alrededor. Con el sexo completamente expuesto y dispuesto para disfrutar, contemplaba a escasos centímetros de mí como la mujer rubia hacía presa con su boca en el pene de mi chico, a quien le había quitado los pantalones y los slips sin pérdida de tiempo. La otra pareja se había retirado a un sillón donde sin dejar de besarse ni acariciarse, se iban desvistiendo parsimoniosamente. Mientras tanto mi hombre había retirado la mesita de centro donde teníamos las bebidas y se había arrodillado sobre la alfombra dispuesto a saborear mi sexo. Me había depilado para la ocasión y su lengua se recreaba recorriendo mi suave pubis y mi húmeda vagina, retirando su cara de mi sexo tan solo unos instantes para oler profusamente el tanga que todavía mantenía sujeto en una mano. Me deje hacer acariciando su cabeza con ambas manos. En el sillón del rincón, la pareja de amigos habían pasado directamente a la acción. Ella, sentada sobre él, movía sus caderas acompasadamente, introduciéndose con cada movimiento toda la longitud de su pene, ofreciéndole sus generosos pechos para que fuesen devorados con ansia febril. Al otro lado, mi chico estaba siendo objeto de una portentosa felación, profunda como yo no podía hacérsela, de la que disfrutaba de forma evidente, emitiendo suspiros de placer cada vez que la rubia introducía su nada despreciable miembro completamente dentro de su boca. Disfrutaba tanto con esa contemplación y con la habilidad con la que mi ocasional pareja sabía excitarme, que casi no me di cuenta de que con las caricias que sus habilidosos dedos me proporcionaban, trataba de introducirme el tanga en mi sexo, tan húmedo y lubricado que no representó ninguna dificultad hacerlo desaparecer en mi interior. En ese punto retiró su cabeza y se incorporó, tendiéndome la mano para que yo hiciese lo propio. Ambos en pié, frente a frente, nos miramos en silencio unos instantes en los que él aprovechó para dejar deslizar los tirantes del vestido por mis hombros hasta caer a mis pies, mostrándome por primera vez completamente desnuda ante sus ojos. Me dejé observar y siguiendo sus indicaciones caminé desnuda girando sobre mi misma para que pudiese contemplarme desde todos los ángulos. Me percaté de que el resto del grupo había seguido con la misma atención mi particular desfile. Si bien mi belleza facial no es para llamar la atención, mi cuerpo resulta de proporciones casi perfectas, con unas curvas suaves y proporcionadas. Pude observar en el rostro de mi amante un gesto de satisfacción, intuyo que por sentirse acertado en la elección. Sin perder un instante se despojó de su polo y comenzó a desbrocharse el cinturón, interrumpiéndole rápidamente en su gesto para ser yo misma quien lo hiciese. Al acercarme para continuar con lo que había empezado, colocó instintivamente sus manos en mis pechos, sintiendo inequívocamente mis pezones duros, muestra de la excitación que acumulaba y que definitivamente tenía que aliviar. Dejé caer sus pantalones y sus slips para dejar al descubierto un portento de pene, no solo por su tamaño nada despreciable, sino sobretodo por su belleza. Absolutamente deseable. Lo acaricié como si de algo frágil se tratase, con suavidad y admiración, acercándome hasta sentirlo sobre mi vientre. Busqué su boca con la mía y nos fundimos en un profundo beso que me devolvió los aromas que minutos antes había recogido de mi sexo, sin dejar de aferrar su pene con ambas manos y aprisionándolo contra mi vientre. Sentía sus palpitaciones y la sola idea de imaginarlo entrando en mi vagina hacía que me humedeciese cada vez más. Pero antes de que descubriese el camino hacia mis entrañas, deseaba disfrutar golosamente de aquella preciosidad. Me agache hasta situarlo a la altura de mi rostro y con ferviente deseo lo fui introduciendo poco a poco en mi boca. Lo sentía duro y cálido a la vez, pero por más que lo intentaba me resultaba imposible darle completa cabida en mi garganta. Era algo que a mi chico le encantaba, pero que yo no podía ofrecérselo por más que lo intentaba ya que llegado un punto las arcadas se hacían incontrolables. Por eso, estoy convencida, lo que le regaló esa noche la rubia fue el mejor de los obsequios posibles en la mejor de las situaciones posibles. A pesar de mis limitaciones trataba de ofrecerle la mejor felación posible. Aferrada a sus glúteos introducía su pene de mi boca con un ritmo creciente mientras mis labios le presionaban y se deslizaban suavemente con mi lengua acariciando rítmicamente la base de su glande. Disfrutaba enormemente y hubiera podido continuar hasta que mi amante explotase en un orgasmo salvaje, pero sus deseos no finalizaban en mi boca, por lo que me izó, acercándome junto al sillón donde su mujer follaba desesperadamente con su amigo y situándose tras de mí, extrajo de mi sexo el tanga y me penetró primero muy despacio, sintiendo como se abría camino a través de mi ultrasensible vagina, para después incrementar el ritmo, empujando con fuerza hasta el fondo y produciéndome un movimiento de vaivén que acercaba mi rostro al rostro de su esposa. Busque su boca instintivamente y nos besamos frenéticamente transmitiéndonos el delirio que ambos hombres nos proporcionaban. Con los ojos cerrados para no distraerme y poder sentir más intensamente las embestidas de mi amante, noté como otra boca porfiaba por acercarse a la mía. Giré instintivamente la cabeza para encontrarla, dispuesta y cálida, con su lengua en busca de la mía. Alternativamente compartía besos con ella y con su amante mientras mi hombre no cejaba en su empeño de arrancarme un orgasmo que se intuía muy próximo e intenso. Antes de que eso ocurriese, la mujer de mi amante, anticipándose a mi momento, se arqueó ostensiblemente emitiendo un quejido que inmediatamente se transformo en un grito de intenso placer que evidenciaba el orgasmo que estaba sacudiendo todo su cuerpo. Tras unos segundos de relajación se incorporó y se retiró no sin antes obsequiarme con un delicioso beso. Su pareja había quedado sentado, tal cual estaba, con su pene erecto esperando que otro sexo lo cubriese y le obsequiase con el premio que hasta el momento se le había resistido. Su mirada invitándome a ocupar el lugar de la anterior mujer coincidió con la retirada sorpresiva de mi amante, lo cual pese a mi disgusto inicial, me permitió ocupar el puesto vacante que gentilmente se me ofrecía. Mientras tomaba posición observé que la persona que me había abandonado sin mediar palabra se había colocado junto a mi chico y la rubia, que ahora sentada sobre él cabalgaba impetuosamente agitando su larga melena a un lado y a otro. El hombre se posicionó tras ella y hábilmente introdujo su respetable miembro por el culo de la mujer, tal y como parecía ser su estilo, primero despacito, arrancándole un contenido gemido mitad dolor y placer, para después incrementar su ritmo y la profundidad de las penetraciones. Absorta en la excitante escena no había sido consciente de mis actos y ya me encontraba cabalgando sobre el marido de la rubia, que ajeno a los devaneos de su esposa centraba toda su atención en tratar de que yo alcanzase un ritmo adecuado a su estado de excitación y procurarse un orgasmo que deseaba desde hacía ya un rato. Mientras cabalgaba no podía de dejar de prestar atención a lo que ocurría en el sofá de enfrente, entre otras cosas porque los gemidos de ella impedían que pasasen desapercibidos. Tanto es así que la sala donde inicialmente estábamos los seis solos, ahora se estaba llenando de un público expectante que disfrutaba de un excitante espectáculo. Enseguida me di cuenta que no solo prestaban atención al trío de mi novio, también yo era observada atentamente por un hombre semidesnudo que se masturbaba mientras me miraba. Cuando se dio cuenta de que había reparado en él, se acercó despacio sin dejar de masturbarse, como si con cada paso que daba hacia mí pidiese permiso para incorporarse a mi particular fiesta. Comprendí que dada la situación, lo que buscaba era mi autorización para entrarme por detrás, al igual que le hacían a la rubia. Había pensado en esa posibilidad y me había preparado para ello, pero tal y como se estaban dando las circunstancias me sentía superada y no sabía lo que hacer. Nunca antes un extraño se me había acercado sin mediar palabra con la pretensión de metérmela por el culo. Por un momento deseé que mi pareja se corriese para que el mirón ocupase su lugar y dejase en paz mi ano, pero ese momento no llegaba y sus intenciones eran cada vez más evidentes. Miré una vez más a mi chico que seguía a lo suyo con la rubia y me resigné a lo que viniese. Podría haberme negado, tan solo con un gesto de desaprobación el mirón debería haberse retirado, pero no lo hice. No sé por qué, quizá la visión de la rubia en esa misma situación despertó mi deseo de emularla, no lo sé, pero el caso es que no lo hice. Sentada sobre el hombre que me penetraba, con las rodillas apoyadas sobre el cojín del sillón, incliné mi cuerpo hacia delante para ofrecer un ángulo más accesible a su pene, que inmediatamente sentí situarse sobre mi ano. Relajé todo lo que pude y cerré los ojos esperando su inmediata acometida. Afortunadamente su pene sí estaba perfectamente lubricado y las dificultades no fueron insalvables. No había reparado antes en su tamaño, pero al sentirlo dentro comprobé que esa noche me habían tocado los calibres más destacables. Quizá no fuese así, quizá solo fuese una sensación, pero me pareció que exigía una dilatación de mi ano mayor de lo habitual. Los dos hombres tardaron poco en acoplarse rítmicamente y una vez acomodada a la dilatación, sus movimientos alternativos estaban empezando a llevarme por el camino adecuado para la consecución de un orgasmo.

Mientras era doblemente penetrada, observaba como mi chico llegaba al orgasmo, lo que todavía me excitó más aun, y en tan solo unos segundos le acompañaron la rubia y el otro hombre, quien todavía mantenía mi tanga en una de sus manos. No me dio tiempo a más, yo también fui presa de un brutal orgasmo que me hizo estremecer y gritar de placer como una loca, lo que provocó en mis amantes un aumento del ritmo que alargó mi disfrute hasta que finalmente ellos también se corrieron, derramándose dentro de mí hasta su última gota de placer. Rendida y exhausta, desplomada sobre el marido de la rubia, fui abandonada por el mirón, marchándose de la misma manera que llegó, sin decir palabra, dejándome tan dilatada que sus abundantes fluidos rebosaban por mi ano, deslizándose por el perineo hasta alcanzar mi sexo, todavía ocupado y extremadamente sensible. Me incorporé y al alzar la vista encontré a la rubia, de pié, a mi lado, que me extendió su mano para que la acompañase. Al ponerme en pie, todo el semen escapó de mi sexo y mientras caminaba se deslizaba por mis muslos hasta sentirlo en mis pantorrillas. Entramos en un baño muy amplio, repleto de mármol y espejos, donde la tercera mujer terminaba de salir de la ducha. Nosotras ocupamos su sitio y nos sumergimos bajo un reconfortante chorro caliente que limpiaría nuestra piel de sudor y del esperma que todavía manaba de nuestras entrañas. Una vez aseadas y con una toalla anudada como único ropaje, salimos del baño en busca de nuestros hombres. La sala donde habíamos estado follando estaba vacía. Allí seguían nuestras ropas y las de ellos, desperdigadas aquí y allá, toda la ropa excepto mi tanga que supuse seguiría en poder del hombre. Nos vestimos y nos recompusimos un poco y salimos las tres en busca de nuestras parejas.

El ambiente en el resto de la casa era tal cual lo habíamos protagonizado nosotras. Parejas follando en cualquier rincón de los salones, grupos intercambiándose continuamente, tríos y como no, la señora del jardín explorando oralmente el sexo de otra joven que a su vez realizaba una felación a quien parecía ser su pareja. Mucha gente, pero nada de nuestros hombres. Decidimos salir al jardín y finalmente dimos con ellos, desnuditos y bañándose en la piscina. No eran los únicos. Parecía que una buena parte de la fiesta se había trasladado a ese lugar. Ajenos a toda esa carnalidad, los camareros seguían dispensando refrigerios a todo aquel que lo solicitaba, por lo que nos fuimos a recuperar parte de los líquidos que habíamos perdido. Los hombres no parecían haberse percatado de nuestra presencia. Nos habían abandonado a nuestra suerte y estaban divirtiéndose de lo lindo con las mujeres con las que compartían baño. Una de ellas permanecía sentada en el borde de la piscina ofreciendo su sexo para que todos los presentes, uno tras otro, fueran pasando a degustar sus más íntimos fluidos. En el otro extremo de la piscina ocurría otro tanto pero con un hombre sentado y con las mujeres pasando una tras otra demostrando sus dotes felatorias.

Mientras terminábamos nuestras copas y pensábamos si unirnos o no a esa ruleta de juegos orales, dos hombres completamente desnudos se acercaron a nosotras invitándonos a acompañarles. La rubia y su amiga no se lo pensaron mucho y se fueron inmediatamente con ellos. Yo decidí quedarme allí, custodiando la ropa de nuestros hombres que habíamos recogido de la salita y que ahora guardaba yo. Varios hombres más se acercaron pero con una educada negativa fue suficiente para que no insistiesen. Me divertía viendo los juegos que en la piscina se estaban celebrando. Finalmente mi novio reparó en mi presencia y me hizo un gesto invitándome al agua. Deje toda la ropa en una silla, también la mía, y de un salto entré a la piscina salpicando a diestro y siniestro, lo que dio lugar al inicio de una guerra de agua que afortunadamente se calmó en unos segundos. Me abracé con mi chico y nos fundimos en un largo y apasionado beso. Por razones de higiene no se podía mantener sexo dentro del agua y mi novio presentaba una erección que necesitaba ser calmada con urgencia. Salimos de la piscina y fuimos junto a la ropa, que empezaba a ser un incordio. Uno de los empleados habiéndose dado cuenta, se acercó a nosotros y nos entregó un albornoz a cada uno y una ficha para recuperar posteriormente nuestra ropa, que se llevó no se muy bien a donde. Sin más pérdida de tiempo senté a mi chico en la silla y me arrodillé para practicarle mi mejor felación. Todavía tenia en mente las imágenes de cómo la rubia conseguía hacer desaparecer todo su pene dentro de la boca y sentía que yo debía hacerle lo mismo. Con toda mi voluntad trataba de profundizar cada vez más pero cuando llegaba a mi garganta me veía obligada a parar o los canapés que había comido podrían incomodarnos. En cualquier caso, mi deseo seguía siendo hacerle disfrutar como nunca y en ese empeño puse toda mi dedicación. Su pene, extremadamente rígido, reaccionaba positivamente a mi estimulación oral. El ritmo cada vez más intenso le acercaba el momento del clímax. Mis labios y mi lengua se afanaban todavía más si cabe para proporcionarle todo el placer del que era capaz. Sus manos se aferraron a mi cabeza marcándome el ritmo que deseaba y forzando al máximo la penetración. En ese momento culminante noté como unas manos tiraban de mis caderas alzando mi culo que lo tenía apoyado sobre los talones. Quise girarme para ver quien era pero mi novio me lo impidió sujetándome la cabeza con más fuerza. Estaba a punto de correrse y no era el momento de retirar mi boca, así que continué con la felación dejando que aquel extraño se acomodase tras de mi y me separase las rodillas, preparándome para su penetración. Justo en el momento que sentía como entraba, una fuerte descarga seminal inundaba mi boca. La intensidad del orgasmo hizo que soltase mi cabeza liberándome de la fuerte presión y permitiéndome marcar el ritmo adecuado a sus espasmos tal y como a él le gustaba. Cuando terminó de eyacular se quedó exhausto sobre la silla, con los ojos cerrados y la respiración entrecortada. Durante unos segundos mantuve su pene en mi boca, acariciándolo suavemente con la lengua y terminando de tragar su cálido semen. Había dedicado toda mi concentración en proporcionar a mi novio un extraordinario orgasmo y prácticamente había pasado del extraño que, cada vez con más fuerza, golpeaba su pelvis en mi sexo penetrándome totalmente casi con violencia. De rodillas y con mi cabeza apoyada en el vientre de mi novio, recibía las embestidas de aquel hombre al que todavía no le había visto la cara pero sentía insistentemente muy dentro de mí. Aquel hombre estaba consiguiendo que mi excitación llegase al límite de lo soportable y que irremediablemente fuese presa de un orgasmo intenso y deseado. Mientras me corría sentí las caricias de mi chico, dulces y suaves en contraste con la fuerza salvaje de mi orgasmo. Estaba disfrutando de una de las sensaciones mas tremendas que había experimentado. Notaba mi sexo tan húmedo que aquel pene se deslizaba por mi interior con extrema suavidad y lo que en un principio resultaba casi violento, ahora era plácido y agradable. Pronto sentí como sus embestidas cambiaban de ritmo presagiando su inmediata eyaculación, como así sucedió. Clavó su pene con todas sus fuerzas todo lo que pudo y se vació acompañado de gritos contenidos, hasta la última gota de su semen, repitiendo sus bruscas acometidas hasta descargar su tensión y yacer casi inerte sobre mi espalda. Cuando se retiró sentí como salía su esperma y ensuciaba mis sudorosos muslos. Agotada y  exhausta, decidí que ya era suficiente por esa noche y pedí a mi chico que nos aseásemos y que nos retirásemos, cosa que hicimos no sin antes despedirnos de las dos parejas que nos habían ayudado a integrarnos en tan particular fiesta y que seguían incansables disfrutando abiertamente de su sexualidad, al igual de todos los demás invitados que en cualquier rincón daban rienda suelta a sus más provocadoras fantasías.

La fiesta siguió, pero nosotros nos fuimos. Nos fuimos satisfechos y deseosos de volver en otra oportunidad, ahora que sabíamos de todas las posibilidades que la ocasión nos ofrecía para poder experimentar.