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Mi triste destino 2

en Dominación

Aquel día iba a ser presentada en sociedad. Esta vez no era una sorpresa como ocurrió la vez anterior, esta vez me había informado previamente de que iba a llevarme a una reunión donde distintos amos presentarían a sus nuevas sumisas. Una especie de rito de iniciación para ser considerada oficialmente sumisa. Tampoco sabía mucho más, era de esperar que allí fuera usada indistintamente por cualquiera de los asistentes. Era la primera vez que Andrés acudía a esa reunión ya que era la primera vez que poseía una sumisa cualificada para poder presentar. Y que él fuera reconocido como amo y aceptado en el grupo dependía única y exclusivamente de mi comportamiento. Todo eso yo lo tenía muy claro y asumido, pero seguía sin agradarme tener que complacer todas las solicitudes que cualquier extraño me ordenase. Yo solo quería ser su sumisa, solo deseaba complacerle a él, pero no ser entregada a otros. Eso no resultaba de mi agrado aunque me prestase a ello.

- Te he dejado encima de la cama el vestido que te tienes que poner. Nada de ropa interior, solo medias y zapatos. Pero antes debemos resolver un pequeño problema.

-¿Un pequeño problema? –le repetí desconfiadamente-

- Si, algo sin importancia pero que por otra parte es preciso para que puedas ser presentada.

- ¿Y se puede saber que es? –pregunté-

- Ahora lo verás. Desnúdate de cintura para arriba.

Tanto misterio me preocupaba, aunque obedecí inmediatamente sus indicaciones quitándome la camiseta y dejando mis pechos al descubierto.

- Toma, frótate esto en tu pezón derecho –me ordenó Adrián entregándome un cubito de hielo- enseguida vendrán a marcarte.

- ¿A marcarme? –contesté preocupada-

- Si, a marcarte. No podemos ir sin que lleves la marca de mi propiedad. Vas a ser anillada.

Un escalofrío me recorrió el cuerpo de arriba a abajo. Sabía perfectamente a lo que se refería y no me hacía la menor gracia. No me gustan los piercing, no llevo ninguno y ahora iban a perforarme un pezón para colocarme una anilla. Traté de evitarlo.

- ¿Anillarme?, no, de eso nada. Nadie va a colocarme una anilla en el pezón.

- Es imprescindible, tienes que ir anillada, así que date bien con el hielo para insensibilizarte. De un momento a otro estarán aquí y te lo colocarán.

- ¡No!, me niego, no quiero que me perforen el pezón. Ponme un collar para que vean que soy de tu propiedad.

- No lo entiendes, las cosas no funcionan así, esto no es un juego, vamos en serio. Debes llevar un aro en el pezón derecho por ser todavía una iniciada. Más adelante los llevarás en ambos. ¿Cómo voy a presentarte como mi sumisa si ni siquiera eras capaz de llevar un aro en el pezón?

- Pero yo no quiero que me presentes a nadie, yo quiero estar solo contigo, quiero ser lo que tu quieras que sea pero solo para ti, no necesitamos a nadie más, tu y yo, solos, juntos…

- ¿Otra vez vuelves con lo mismo?

Durante unos segundos se hizo el silencio. Mirándome fijamente a los ojos, Adrián me hablo serenamente

- Quizá me haya equivocado y no estés preparada todavía para ser presentada. Creía que ya habíamos hablado sobre esto y que lo habías entendido, pero parece que me he hecho demasiadas ilusiones contigo. Si me quisieras lo suficiente comprenderías que mi voluntad debe ser tu voluntad, pero no por imposición, ha de ser por decisión tuya y el hecho de cumplir con mis deseos debería hacerte feliz.

- … y me hace muy feliz verte feliz…

- Pues no lo parece, y tampoco parece que yo te haga feliz.

- No digas eso, tú si me haces feliz, tan feliz que no sería capaz de sobrevivir si no estuvieses a mi lado

- Creo que tus palabras no son sinceras. No te gusta ser mi sumisa y no aceptas que yo sea tu amo, y así no podemos llegar a nada. Esta situación solo nos conduce al fracaso y no tiene ningún sentido seguir buscando lo imposible.

-¡No!, eso no es cierto, te juro que soy sincera y te lo voy a demostrar. No puedes abandonarme, ahora no puedes, después de todo el camino recorrido juntos no puedes renunciar a mí en este momento. ¡Por favor!, necesito que me creas, haré todo lo que me pidas, de verdad, nunca más objetaré nada de lo que me digas, ponme a prueba, en serio, quiero ser tu sumisa y quiero ir anillada para que todo el mundo sepa que te pertenezco.

Traté de sobreponerme a la situación. No podía permitir que me abandonase, mi dependencia hacia él era absoluta y le necesitaba. Si para ello debía cumplir con su voluntad, lo haría. Estaba decidida.

- Eres una fiera a la que me encanta domar –concluyó complaciente Adrián-  Frótate bien con el hielo que enseguida te lo colocarán. Hoy tienes la última oportunidad para demostrarme que eres capaz de ser mi sumisa. No habrá más. Depende de ti que sigamos juntos o que se acabe todo. Es tu decisión.

Esperé pacientemente hasta que llegó la persona esperada, un hombre lleno de tatuajes y piercings por todo su cuerpo, con un maletín poco tranquilizador.

El frío del hielo me había dejado dormido el pezón. Cuando vi las herramientas con las que me iba a perforar me asusté, pero traté de controlar el miedo y me propuse no gritar por mucho que me doliese. Y me dolió, vaya si me dolió, incluso habiéndomelo insensibilizado con el hielo me dolió mucho. Finalmente ya tenía una anilla atravesando mi pezón. Ya estaba marcada.

- Ves, no ha sido tan difícil. Además luce muy bello en tu pezón. Pronto llevaras el otro y estarás completa. Podrás colgarte una cadena entre ambos.

Antes de salir para mi presentación, Adrián me pidió que me asease debidamente por dentro y por fuera y que me depilase. Quería que estuviese impecable. Se le veía muy ilusionado y no podía defraudarle si quería seguir siendo suya.

Cogimos un taxi para acudir a la cita. No sabía a donde íbamos, pero enseguida reconocí aquel lugar. Desde pequeña, cada vez que pasaba por ahí de la mano de mi padre siempre me preguntaba lo mismo, “¿Quién vive ahí?, tiene que ser alguien muy rico”. Se trataba de una mansión ajardinada de la que tan apenas se podía ver nada, oculta tras un muro y un denso y alto seto, ubicada en una de las zonas más selectas de la ciudad. Por fin iba a conocerla por dentro.

Llamamos al timbre exterior y Adrián se identificó. Una pequeña puerta peatonal se abrió y pudimos pasar. Unos cuidados jardines arbolados cubiertos de un tupido césped flanqueaban el camino hacia la residencia. En la puerta estaba esperándonos alguien a quien reconocí de inmediato. Era aquel hombre al que hace un tiempo Adrián me entregó para que fuese mi amo ocasional.

- Buenas tardes. Os estábamos esperando. Pasad.

El hombre nos acompañó a un vestíbulo donde nos hizo esperar.

- Sentaos un momento. Voy a anunciar vuestra llegada y enseguida os doy paso.

Estaba nerviosísima. Encontrarme a aquel hombre no me tranquilizó en absoluto. Recordar por lo que me hizo pasar auguraba una tarde difícil para mi. Adrián notó mi indisimulable nerviosismo.

- Tranquilízate, no debes tener temor alguno, estas perfectamente preparada. Solo debes hacer lo que se te diga, nada más.

Al poco volvió aquel hombre con otras dos mujeres.

- Esta tarde vais a ser presentadas tres nuevas sumisas. De vosotras depende que vuestros amos sean aceptados.

Y dirigiéndose expresamente a mí, me dijo

- Hoy estás aquí gracias a mi recomendación. Me sorprendiste tanto y tan favorablemente que tu proceso de iniciación llega mucho antes que el de cualquier otra sumisa. Auguro que tu segundo anillo no tardará mucho en coronar tu otro pecho.

E inmediatamente hizo un gesto a mi novio para que se retirase. A partir de ese momento quedábamos en sus manos.

- Antes de ser presentadas debo hacer varias comprobaciones. Enseñadme vuestros aros.

Las tres chicas nos descubrimos los pechos para que comprobase que estábamos anilladas. Una a una verificó que estuviesen correctamente colocados, tirando ligeramente de ellos. Cuando tiró del mío no pude evitar una mueca de dolor al estar sumamente sensible por su reciente perforación.

- Todavía está muy tierno. Veo que tu amo ha esperado a última hora para marcarte.

Tras la primera verificación continuó con el repaso

- Ahora faldas arriba. Nada de ropa interior, todas con el sexo perfectamente rasurado y por su puesto ni hablamos de estar con la regla.

Con las faldas arriba recibimos las últimas instrucciones.

- Hoy vais a someteros al examen de iniciación, vosotras como sumisas y vuestros hombres como amos. Aquí las reglas son muy sencillas, los amos mandan y vosotras obedecéis. Solo vuestro amo decide por vosotras, así que cualquier cosa que se os solicite le será solicitada primero a vuestro amo. Si él acepta, vosotras aceptáis. No olvidéis que un amo siempre es un amo, aunque no sea el vuestro, por lo que le deberéis el mismo respeto como si lo fuese. Son normas estrictas pero sencillas. Si uno solo de los amos que hoy os examinan encuentra en vosotras el más mínimo desagrado, seréis expulsadas y con vosotras vuestro amo. Si superáis el examen tendréis el honor de lucir el segundo anillo y de ganaros el respeto de todos los amos y sumisas presentes.

En silencio y siguiendo los pasos de aquel hombre, subimos unas escaleras que llevaban directamente a un gran salón donde se encontraban esperándonos un grupo de personas, hombres y mujeres, amos con sus sumisas. En un lado estaba Adrián, junto a otros dos hombres más que intuí eran los amos de mis dos acompañantes. Quedamos las tres en medio de la sala.

De repente sentí como me flaqueaban las piernas y un mareo recorrió mi cabeza haciéndome tambalear levemente. Afortunadamente todo pasó en un segundo y pude recobrar las fuerzas. Me sentía como un cordero en medio de una manada de lobos. Unos sudores fríos recorrieron mi cuerpo mientras éramos presentadas. Tras aquello, cada una de la mano de su amo, nos introdujimos en el grupo.

En un primer momento todo parecía bastante normal. Se notaba la actitud pasiva de las mujeres que no intervenían en las conversaciones a no ser que fuesen preguntadas, pero por lo demás parecía una reunión social como cualquier otra.

Alguien se dirigió a Adrián

- Esta noche tu sumisa va a ser muy solicitada, al igual que las otras dos nuevas. Es lo habitual, no te preocupes. La novedad siempre tiene estas cosas. ¿Es tu mujer?

- No, no estamos casados, pero es mi pareja desde hace unos años.

- En mi caso es mi mujer y mi sumisa al mismo tiempo y ya llevamos unos años formado parte del grupo. Me gusta mucho entregarla y ver como se la follan por todos los agujeros. A ella también le gusta que le den duro. La última vez estuvo con veinte salidos que la follaron hasta casi hacerla desfallecer. Por cierto, cuando quieras la tienes a tu entera disposición. Debes ser el único en esta casa que aun no se la ha follado.

Era evidente por el tono de la conversación y las miradas que recibía que pronto iba a ser requerida por alguno de los asistentes, los cuales debido a su experiencia y conocimiento podían ponerme las cosas muy difíciles. Mi único consuelo era que no estaba yo sola, que había dos nuevas más y que previsiblemente nos repartiríamos entre las tres las solicitudes de los asistentes.

- La verdad es que es una chica muy joven y preciosa. Es difícil conseguir sumisas así. Creo que deberías ordenarle que se desnudase y así podríamos contemplarla todos con más detalle.

- Si claro, por supuesto – Y dirigiéndose a mí me dio la orden.

El vestido que me había mandado poner para la ocasión facilitó enormemente el cumplimiento de la orden. Dejé resbalar los tirantes por los hombros y cayo por su propio peso hasta mis pies. El hombre que sugirió a Adrián la orden instó a su sumisa que recogiese el vestido del suelo. En un momento varios hombres acompañados de sus parejas se arremolinaron alrededor mío.

- ¿Se puede tocar? –preguntó alguien-

- Claro, por supuesto –respondió Adrián-

Y un montón de manos empezaron a tocarme de arriba abajo, hurgando en todas y cada una de mis íntimas cavidades. Estaba nerviosa y asustada. Nuevamente impulsos contradictorios recorrían vertiginosamente mi cabeza. En el último rincón de sensatez que quedaba en mi mente, una voz casi inaudible me gritaba que abandonase esa locura sinsentido, pero mi corazón me decía que debía permanecer allí y hacer que mi dueño se sintiese orgulloso de mi comportamiento. A esas alturas ya había aprendido que mi cuerpo no me pertenecía y que lo único que importaba era hacerle feliz, porque de ese modo yo también sería feliz.

Alguien tiró del aro recién colocado en mi pezón, lo que me ocasionó un dolor que no pude disimular emitiendo un ahogado quejido.

- ¿Te duele?, ¿aun no has aprendido que el dolor debe ser un placer para una buena sumisa?

No podía hablar y por tanto explicarle que estaba recién perforada y que la herida estaba completamente tierna. Solo podía dejar que hicieran conmigo todo aquello que mi amado les permitiese. Afortunadamente para mi, Adrián salió en mi rescate.

- Es culpa mía, la anillé esta misma mañana y tiene la herida todavía muy sensible.

En medio de la confusión, una voz llamó la atención de los asistentes.

- Bien, señores, ha llegado el momento de comprobar si nuestras tres nuevas sumisas merecen disfrutar de ese título. Desnudadlas y acercadlas al estrado.

Y como si de antiguos esclavos se tratase, nos subieron a las tres a una tarima perfectamente iluminada donde los asistentes podían contemplarnos con claridad desde la penumbra.

Los cegadores focos situados frente a nosotras me impedían ver a la gente. Tan solo podía intuir las figuras aisladas de Adrián junto a otros dos hombres que supuse serían los amos de las otras dos chicas.

- Ahora tenemos que decir cual de las tres va a ocupar la “camilla”. Ya sabéis el procedimiento, elegid el número de vuestra favorita.

A nuestros pies, pegados sobre el estrado, teníamos colocado cada una de nosotras un número. Yo era la número 3. Tras unos minutos se leyó el resultado.

- Enhorabuena Adrián, tu sumisa ha sido la elegida.

Dos de los hombres subieron al estrado y cogiéndome de cada brazo me llevaron a un rincón donde me vendaron los ojos. Creí que el corazón se me salía del pecho. No podía ver nada. En una situación así, donde estás a merced de tanta gente, no poder ver nada resulta especialmente inquietante… ¿qué iban a hacerme?, ¿qué demonios era la “camilla”?.

Una vez vendada me cogieron en volandas y me tumbaron sobre lo que parecía precisamente una camilla, pero no una camilla normal y corriente, mas bien una de ginecólogo. Colocaron mis tobillos sobre los reposapiés y me situaron con las piernas abiertas de forma y manera que mi sexo quedase perfectamente expuesto y disponible para ser usado libremente.

- ¿Estás cómoda? –Preguntó Adrián-

- Si, si, descuida –le contesté-

- He de quedarme a tu lado –me dijo Adrián mientras me tomaba la mano-. Ahora solo debes permanecer así para que quien lo desee pueda usarte. No digas nada y mantente en silencio pase lo que pase.

La voz de maestro de ceremonias volvió a oírse en la sala.

- Por orden de votación, la número 2 va al cepo y la número 1 al potro.

No sabía en que consistían aquellos aparatos, pero visto lo que a mi me había tocado podía hacerme una idea.

- Cuando los amos den su consentimiento las tres sumisas estarán a nuestra disposición.

Imagino que asintieron con la cabeza, pues no oí decir nada a nadie, tan solo sentí de inmediato el cálido aliento de una boca que introdujo la lengua en mi sexo.

Aunque sin poder verle, giré la cabeza hacia donde mi hombre me asía la mano y le dije muy bajito “te quiero”.

Traté de relajarme lo más posible aunque sinceramente me resultaba muy complicado. Cuanto mas positiva fuese menos mal rato pasaría, incluso podría lograr que resultase satisfactorio para mí. Aquella lengua experta sabía lo que se hacía, conocía perfectamente los puntos más sensibles de mi sexo y los estimulaba con maestría. Al apoyar una de sus manos sobre mi muslo sentí un leve arañazo característico de unas largas uñas de mujer. Comprendí al instante que alguna sumisa veterana estaba preparando el camino para que su amo me entrase con facilidad. Y no me equivoqué. Acto seguido la boca se retiró de mi vagina y en su lugar noté el inconfundible tacto de un pene situándose sobre mi sexo y buscando la posición optima para inmediatamente penetrarme sin más contemplaciones. Era grande y largo, ya que lo sentí entrar muy profundo. Durante algunos minutos me estuvo follando sin prisa, lentamente, entrando y saliendo parsimoniosamente en toda su longitud. Supongo que aquella suavidad en las formas me ayudó a tranquilizarme. En un momento me di cuenta de que tenía tan fuerte cogida la mano de mi novio que yo misma me estaba haciendo daño. Relajé la presión tanto de la mano como de mis músculos vaginales y traté de disfrutar de aquella forma tan exquisita de hacerme el amor.

Cuando más estaba gozando, el desgarrador dolor de una pinza haciendo presa en mi perforado pezón me devolvió a la dura realidad. No pude evitar quejarme. Acto seguido me colocaron una segunda pinza en el otro pezón. A partir de ese instante la forma suave y tranquila de follarme paso a ser mucho más brusca y contundente. Aquellos violentos golpes hacían vibrar las pinzas que tiraban arriba y abajo de mis pezones como si fuesen a arrancarlos de cuajo. Debían llevar algún peso a modo de balancín para que los forzasen tanto, principalmente el recién perforado, al que sentía casi desprenderse de su aureola.

Mis gestos de dolor debían ser bastante elocuentes para que Adrián me diese un aviso.

- Aguanta, no debes decir nada, si alguien se siente contrariado con tu comportamiento podrían echarnos a los dos.

¿A los dos?, era a mi a quien le había puesto aquel instrumento de tortura y teniendo tan reciente la herida en el pezón anillado se hacía insoportable el dolor que producía.

Mientras tanto, el hombre que parecía querer abrirme en canal se retiró bruscamente y se colocó a mi lado colocando su polla sobre mi cara

- ¡Abre la boca!

Casi no había terminado de abrirla cuando una primera descarga hizo certera diana en mi paladar. Después llegó una segunda sobre mis labios y una tercera en la mejilla, la cual terminó de empujar con su polla hasta introducirla en mi boca. Antes de que el primer hombre acabase de correrse, un segundo ya había ocupado su lugar dentro de mi sexo, con el mismo ímpetu que quien le había precedido y con el mismo sufrimiento para mis pezones.

Mientras era bruscamente penetrada, sentí el aliento de otra boca acercándose a la mía. Esta vez su lengua recorrió mi mejilla y mis labios relamiendo los restos de esperma que habían quedado esparcidos por mi rostro para acabar besándome y depositando dentro de mi boca todo el semen que había recogido.

Adrián se me acercó al oído pare musitarme

- Dentro de poco tendrás también el mío. Lo depositaré en su boca para que ella te lo obsequie.

Mucho me temía que esa noche iba a tener que tragar mucho semen, aunque el de Adrián era el que menos me incomodaba.

Al llevar los ojos vendados no podía ver lo que sucedía a mi alrededor, ni que era por lo que estaban pasando mis dos compañeras. Tampoco mi mente estaba para prestar atención más allá de lo que yo sentía, que no era poco. El dolor de las pinzas retorciendo mis pezones había pasado a formar parte de la normalidad y aunque seguía sufriéndolo, había pasado a un segundo plano. Ahora toda mi atención se centraba en el hombre que hasta hace un segundo había tenido dentro de mi sexo y que ahora pugnaba por penetrarme el culo. Como antes hiciera el otro, mandó a su sumisa que me lubricase el ano con su lengua y que me lo dilatase introduciéndome los dedos. Una vez consideró que ya estaba disponible para la penetración, me colocó su polla y la introdujo lenta pero decididamente hasta lo más profundo de mi recto. Siempre la primera penetración resulta dolorosa hasta que dilatas adecuadamente, pero en esta ocasión más, pues no llevaba más lubricación que la saliva de su sumisa, y yo estaba acostumbrada a hacerlo con lubricante más eficaz.

- ¡Que estrechito lo tienes!, tu amo aun no te lo ha trabajado lo suficiente –sentenció una ronca voz mientras su polla continuaba entrando y saliendo de mi culo con cierta dificultad.

Yo no podía decir nada a pesar de que la falta de lubricación de mi ano provocaba que la penetración resultase dolorosa y Adrián no parecía darse cuenta de la situación. Probablemente estaría más pendiente de correrse en la boca de alguna sumisa que lo que aquel hombre me estaba haciendo.

Afortunadamente para mí, el hombre decidió que así no se sentía cómodo y rápidamente cambió de lugar volviéndomela a meter por la vagina.

- Me gusta más tu chochito que tu culito. Todavía no lo tienes convenientemente preparado para recibir una polla tan selecta como la mía.

Y siguió follándome con los mismos bríos que antes de encularme para sufrimiento de mis maltratados pezones. Mientras recibía sus embestidas sentía por debajo como una lengua trataba de lamerme el ano. A veces dejaba de sentirla al igual que la polla que me penetraba, lo que sin duda significaba que alternaba mi sexo con la boca que me lamía. Así sucedió unas cuantas veces hasta que me abandonó definitivamente para correrse sonoramente en la boca de aquella chica.

Una vez se hubo vaciado, volví a sentir nuevamente como una lengua se afanaba en estimularme el clítoris. Alguna de las sumisas allí presentes estaba encargada de seguir excitándome hasta que un nuevo amo se decidiese a ocuparme, para que no tuviese ni un segundo de descanso sexual.

En ese punto había perdido la referencia de Adrián. Extendí la mano en busca de la suya pero no encontré respuesta a mi llamada. ¿Me había dejado sola?. En su lugar encontré una nueva polla que exigía ser recibida por mi boca. Desde el primer instante en que me la metió, una de sus manos empujó con fuerza de mi cabeza haciendo que entrase directamente hasta mi garganta, sosteniéndola con fuerza para evitar que retrocediese ni un milímetro. Me ahogaba, y las arcadas que me producía tan súbita y profunda penetración hacían que si no se retiraba inmediatamente le iba a vomitar encima. Afortunadamente dejó de presionar mi cabeza y pude liberar mi garganta de aquella invasora que no me dejaba respirar. En cuanto tomé un mínimo de aire solicité la presencia de Adrián.

- ¡Adrián!, ¿dónde estás?

- Chisst, silencio, estoy aquí –me respondió cogiéndome la mano- sabes que no debes decir nada.

Y antes de que pudiese reaccionar, nuevamente cogieron mi cabeza y empujaron de ella hasta volver a ensartármela de un golpe hasta la garganta. Esta vez tan apenas había podido tomar aire y la sensación de ahogo que sentía me asustó tanto que como pude giré bruscamente la cabeza para liberarme de la polla, gesto que no gustó nada a su propietario.

- ¡Tu no eres una sumisa, tu eres una zorra rebelde que merece ser castigada!

Aquellas palabras me dolieron más que la herida de mi pezón. Había sido recriminada por mi actitud, dudando de mi condición de sumisa y amenazada con ser castigada, eso sin tener en cuenta la decepción que con mi comportamiento haya podido sentir Adrián. Pero el hombre contrariado no se quedó satisfecho con sus palabras.

- ¡Exijo que sea severamente castigada o ella y su amo deberán abandonar el Club!

Un pequeño tumulto se organizó a mi alrededor. Estaba asustada. Ya no sentía esa boca hurgando entre mi sexo. No comprendía porque se había indignado tanto conmigo, me estaba ahogando y necesitaba respirar, y no pensaba que por mi condición de sumisa tuviera que soportar también el ahogamiento. Había entregado mi cuerpo para que fuese usado como les apeteciese y esa condición la había asumido y aceptado porque eso era lo que Adrián deseaba que hiciese, pero yo necesitaba respirar y aquel hombre me lo impedía, ¿qué había hecho yo de malo para ser castigada?

Continuaba atada a la camilla a la espera de que se decidiese que hacer conmigo. Finalmente Adrián se acercó y me dijo.

- Tranquila, no pasa nada. Tú no tienes la culpa, ha sido demasiado brusco y las normas prohíben ese tipo de excesos con las que se inician. Pero deberás hacerle lo que quería aunque sin que te fuerce. Si quiere que te la tragues entera deberás hacerlo por ti misma. Eso es algo exigible en una sumisa.

- ¿Y si vomito?

- Mejor que eso no suceda, deberás continuar haciéndoselo con o sin vómitos, hasta que se corra. Está en su derecho.

Pero para mi tranquilidad aquel hombre decidió olvidarse de sus derechos. Se había enfadado seriamente y solo deseaba que me echasen de allí, así que se fue a calmar su ira con otra.

Yo había aprendido una lección, no importaba la trascendencia que yo le diese a las cosas, lo que verdaderamente importaba es la trascendencia que le daban los demás pues yo solo era una sumisa que debía complacer sin rechistar todo aquello que se me solicitase, eso sí, dentro de los límites que mi amo había acordado. Así que solo tenía dos opciones, ser capaz de satisfacer todo tipo de exigencias sexuales o abandonar. Pero eso ya sería para mañana porque ahora no tenía elección, ahora debía cumplir con lo que se me pedía.

Las piernas se me estaban durmiendo de tenerlas tan elevadas pero no podía decir nada. Eso ya lo había aprendido. Tras el incidente nadie se acercó a mí durante un rato que se me hizo eterno. Temía que finalmente fuese rechaza por la mayoría y aquello supusiese una grave decepción para Adrián. Durante esos instantes me juré a mi misma que si me aceptaban iba a ser la más dócil de las sumisas e iba a poner el máximo empeño para complacerles en todo.

Por fin alguien se me acercó.

- Toma preciosa, que la mía no es tan grande como la del bestia de Daniel. –y me la puso en la boca-

No se si era más grande o más pequeña, lo único que sabía es que debía hacérselo lo mejor que supiese. Traté de tragármela entera una y otra vez superando las arcadas que me producían al sentirla rozar en mi garganta. Afortunadamente él me dejaba hacer sin tratar de forzar más de lo que yo podía tragar. Cuando me di cuenta de que estaba empezando a aprender la técnica y que cada vez podía tragármela más profunda sin miedo a vomitar, coloqué mi mano en su culo y empujé de él para que me ayudase a terminar con los escasos centímetros que faltaban para que me entrase completa.

- ¡Joder preciosa! tu si que sabes comer una polla –espetó con agrado el hombre-

Sus palabras me infundieron ánimo y me hicieron olvidar el temor que minutos antes me sobrecogía. Me sentía contenta por realizar satisfactoriamente lo que se me pedía y pensaba que Adrián debía estar contento de verme hacérselo así de bien.

No tuve que esforzarme mucho más, al poco aquel hombre se vació irremediablemente en mi boca. Sus gritos de placer demostraban su satisfacción con mi buen hacer y consecuentemente mi propia satisfacción por haberlo logrado. Como podía iba tragando el semen que a borbotones descargaba en mi boca. No había olvidado mi primera lección, no dejar escapar ni una sola gota, por lo que me afané en relamérsela hasta estar segura de que ya no eyaculaba más.

Cuando se retiró me sentí orgullosa de lo que había hecho. Busque con mi mano a Adrián quien me la cogió con fuerza y, entre gemidos, dijo

- Ah…eres estupenda

¿Se refería a mí? porque alguien se estaba ocupando de darle placer también a él. Adrián gemía y gemía cada vez con más intensidad al tiempo que su mano apretaba cada vez más fuerte la mía. Traté de adivinar lo que sucedía pero no puede prestar la atención debida puesto que otro hombre se colocó entre mis piernas y me la metió sin previo aviso. Golpeaba con fuerza, metiéndomela hasta el fondo de un solo golpe, levantándome casi de la camilla y sacándola inmediatamente por completo para volver a repetir la operación. Paradójicamente tanta brutalidad ayudaba a que la sangre volviese a correr por mis piernas y mitigase la sensación de adormecimiento, pero por contra las pinzas volvían a castigar una vez más mis doloridos pezones.

Poco podía hacer yo en esa situación, solo dejarme follar y tratar de encontrar mi propio placer entre todos aquellos machos excitados. Entonces pude oír a Adrián como se corría y como lo hacía intensamente. Traté de buscarle con la mirada y aunque la venda me impedía verle, podía visualizarle mentalmente con su gesto característico mirando hacia arriba mientras se corre. Cuando finalmente me soltó de la mano, fui atrapada por una boca dulce y carnosa que con un sutil beso me obsequió con el cálido y peculiar semen que reconocí al instante como el de Adrián, quien lo había depositado en su boca previamente. Aquel sabor tan familiar me agradó tanto que abracé con fuerza la cabeza de la chica para intensificar el beso mientras soltaba lentamente en mi boca el fruto de su orgasmo.

Justo en ese mismo instante, la polla que hasta ese momento casi me levantaba de la camilla, cambio de ubicación penetrándome ahora por el ano. Cuando la sentí entrar me aferré con más fuerza si cabe al beso seminal para evitar demostrar gesto alguno de incomodidad. Esta vez al menos la lubricación era la adecuada y solo era cuestión de acostumbrar mi esfínter al grosor de su pene. Sus embestidas ya no eran tan violentas aunque pugnaba por metérmela toda entera, hasta sentirla en lo más profundo de mi recto.

Mientras mi culo era follado sin contemplaciones y mis pezones sufrían los bruscos tirones de las pinzas, yo terminaba de tragar los últimos restos del semen de Adrián que una desconocida boca me había regalado.

En esta ocasión no iba a tener que recibir en mi boca la corrida final de mi actual ocupante, puesto que mi sodomizador optó por correrse dentro. Noté sus espasmos mientras eyaculaba y traté de adivinar si lo estaba haciendo con el condón puesto o por el contrario vaciaba toda su leche en mis entrañas. No podía saberlo. Quizá cuando la sacase sentiría rebosarla por mi ano, en el caso de no llevar condón.

Tras retirarse mi último invitado, una de las mujeres me quitó las pinzas y retiró la venda de mis ojos pudiendo contemplar por fin el rostro de Adrián, allí, de pie, a mi lado. Luego me soltó las fijaciones de los tobillos y me ayudó a incorporarme. Tenía las piernas dormidas y casi no me sostuve de pie. Y no me rebosaba semen por el culo. Entonces pude ver a las otras dos chicas que se habían iniciado esa misma noche conmigo. Una de ellas con lágrimas en los ojos y gesto claro de haberlo pasado muy mal. Nos cogieron a las tres y nos subieron nuevamente al estrado.

- Bien señores, hoy hemos tenido el placer de disfrutar de estas tres aspirantes a sumisas. Ahora toca decidir si son aptas o por el contrario todavía no están preparadas para formar parte de la comunidad. Ya conocéis el procedimiento. Depositad vuestro veredicto a los pies de cada una de ellas. Un solo voto negativo será suficiente para rechazarlas.

Uno a uno, todos los hombres fueron depositando su voto a los pies de aquella a la que habían usado previamente.

Sorprendentemente todos ellos fueron favorables para las tres. Incluso el voto de quien hacía un rato quería expulsarme. Luego comprendí que todas mis preocupaciones eran infundadas, pues encontrar sumisas para introducirlas en su Club no era nada sencillo y no podían permitirse el lujo de rechazar a ninguna que estuviese dispuesta a someterse. Además, si alguna no estaba todavía a la altura exigida, ya tendrían tiempo de pulirla y convertirla en una excelente sumisa. La prueba de iniciación no era más que una mera pantomima para que nos entregásemos más. Pero ser marcada con el segundo anillo iba completamente en serio y todavía debía pasar por ello.

Una a una, por orden numérico, fuimos pasando las tres por el ritual y se nos perforó el pezón izquierdo, más doloroso si cabe que el derecho al haber sido maltratado previamente con las pinzas y tenerlo extremadamente sensible. Por fin lucía dos aros, uno en cada pezón, señal inequívoca de mi condición de sumisa.

Esa tarde todavía fui solicitada un par de veces más y Adrián se sintió orgulloso de mí, admirando continuamente mis dos aros que le otorgaban el estatus de amo, con todos los privilegios para poder hacer uso del resto de las sumisas.