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El despertar sexual de Maria

en Hetero: Primera vez

Mi nombre es María y en la actualidad tengo veintiséis años. Trabajo en la empresa de mi padre llevando la contabilidad desde hace varios años, pero a pesar de ser la hija del jefe no dispongo de ningún privilegio. En realidad si fuese por él no estaría trabajando en su empresa, lo hago gracias a mamá, pues ella siempre ha intercedido por mí ante mi padre. Desde que me fui de casa con veintiún años recién cumplidos, mi padre no ha aprobado jamás el tipo de vida que llevo. Bueno, tampoco lo aprobaba antes pero al menos me tenía un poco mas controlada, aunque lo cierto es que cada día que pasa parece preocuparle menos de mí. Supongo que ya tengo edad suficiente como poder hacer lo que quiera y por otra parte como nunca ha conseguido nada por mucho que se enfadase conmigo, no le ha quedado más remedio que asumirlo.

El caso es que para bien o para mal desde muy jovencita solo he tenido una debilidad, los hombres. Antes de que comenzase mi pubertad ya me interesaban. Y digo bien los hombres, porque los chicos de mi edad no me llamaban la atención, eran brutos e ignorantes, y solo me fijaba en los que eran mayores que yo, bastante mayores que yo. Eso al principio me creó un problema realmente serio, pues nunca he tenido unos pechos exuberantes, si no mas bien escasos, como copitas de champagne. El caso es que a las otras niñas de mi edad les empezaba a salir pecho mientras que a mi no me terminaban de despuntar y eso me causaba un verdadero complejo ya que los chicos de mi edad se fijaban en las otras chicas mas desarrolladas y los más mayores me veían como a una niña. Visto que no resultaba lo suficientemente interesante para ninguno de ellos, me armé de valor y decidí superar complejos, tomar yo la iniciativa y sacar ventaja a mis amigas, las de las tetas grandes, y ser la primera de todas que se acostaba con un chico.

Mi primera vez fue con un compañero de clase, yo tenía catorce años y él uno más que yo. Llevaba fama de ligón, de los que no dejaban pasar ocasión, así que no me resultó difícil enrollarme con él. A pesar de mi pasión por los hombres nunca antes había besado a ninguno, pero como estaba decidida a acabar con esa situación, lejos de ponerle inconvenientes le di toda clase de facilidades. En pocos días aprendí a besar y a sentir sus torpes manos hurgar en mis incipientes pechos y en mi virginal entrepierna. Descubrí con la vista y el tacto mi primer pene y hasta tuve la oportunidad de paladear su sabor; ensucié mis manos con su pegajoso semen con el que varias veces me obsequió y finalmente sentí por primera vez la excitante emoción de un inexperto pene intentando a duras penas penetrarme, abriéndose camino torpemente hasta conseguir alcanzar el fondo de mi dolorido sexo. Descubrí mucho en poco tiempo, menos el placer que supuestamente hacía del sexo algo maravilloso.

Recuerdo que aquello levantó un revuelo impresionante entre las compañeras de clase en cuanto se enteraron. Fui la primera en perder la virginidad y eso me hizo importante. Por lo demás, nada especial. Ahora casi siento vergüenza al recordarlo, la inocencia y la inexperiencia lo perdonan todo, pero en realidad, visto al día de hoy, fue la peor experiencia sexual que he tenido.

Aquella aventura no fue a más porque una vez cumplido mi objetivo el chico dejó de interesarme y decidí que lo mejor era olvidarme de él. Con mi orgullo restituido pero todavía sin unos pechos mínimamente seductores, fui saliendo con algún que otro chico de mi edad, que conocedores de mi fama todos ellos buscaban un único objetivo; acostarse conmigo, pero yo no quería ser la desvirgacolegiales de la clase, así que después de algún besuqueo y algún que otro toqueteo, los mandaba a paseo. Mis metas ahora estaban un poco más altas.

Poco tiempo después cumplí los quince años, todo un hito para mi, me sentía mayor y mis pechos ya empezaban a apreciarse debajo de mis camisetas. Mis formas estaban cambiando y empezaba a parecerme más a una mujer. Poco pecho pero buen cuerpo; esa era otra arma que pronto aprendí a utilizar.

Mi hermano, pues tengo un hermano cinco años mayor que yo, se metía conmigo porque me gustaba vestir muy sexy para lucir mi bonito tipo. De mi padre obvio totalmente lo que decía, aunque como ya he comentado de poco le sirvió, ya que afortunadamente yo era el ojito derecho de mi madre y ella siempre encontraba una disculpa para mi.

A mi hermano no le soportaba, como ocurre con todos los hermanos mayores, pero desgraciadamente para mí tenía un amigo que me gustaba mucho, lo que me obligaba a llevarme bien para poder estar el más tiempo posible cerca de su amigo cuando éste venía por casa. Se llamaba Pablo y tenía veinte años, igual que mi hermano. A mi hermano no le gustaba que me vistiese así cuando su amigo venía a casa porque advertía que Pablo me miraba mucho. Mis exiguos pechos se marcaban perfectamente en mi ajustada camiseta y las falditas cortas que solía llevar mostraban unas piernas largas y bonitas que acababan en un culito redondito y respingón que se adivinaba bajo la falda. Cuando Pablo me miraba yo me sobrecogía, imaginaba que me desnudaba y que besaba todo mi cuerpo y creía sentir su lengua recorriendo mi sexo y sus manos pellizcándome los pezones, lo que me producía un importante aumento de tamaño de los mismos, que dicho sea de paso no guardan proporción con el resto del pecho y destacaban de forma considerable. Esta situación cabreaba sobremanera a mi hermano por lo que terminaban marchándose de casa y amenazándome con contárselo a papá y con que Pablo jamás volvería mientras yo estuviese presente. Cuando esto ocurría, me veía en la necesidad de ser más generosa con mi hermano para volvérmelo a ganar y que trajese nuevamente a Pablo a casa, lo que me convertía en su criada particular para el resto de la semana. Esto último terminó por gustarle y decidió ser más permisivo con mi forma de vestir delante de su amigo. En el fondo yo le importaba un pimiento, era su orgullo de hermano mayor lo que le hacia ponerse así.

Y así sucedían las cosas hasta que un día Pablo se presentó en casa en busca de mi hermano con el pretexto de que había quedado allí con él. Yo le dije que hacía rato que había salido y que creía que había ido a buscarle, por lo que me extrañó su presencia en mi casa.

No he dicho que mis padres, como buena gente adinerada que son, tenían un chalecito a las afueras de la ciudad donde pasaban los fines de semana. Se supone que yo me quedaba en casa bajo la tutela de mi hermano, quien lo aceptaba porque me tenía de chacha todo el tiempo, aunque lo cierto es que pasaba completamente de mi y solo le preocupaba que no hiciese ninguna tontería y si la hacía, que no se enteraran nuestros padres, para no llevarse las broncas, así que no me quedaba mas remedio que portarme bien con él para poder quedarme. Cuando salía tampoco podía llegar muy tarde porque mi madre llamaba siempre a las nueve y media de la noche y si no estaba en casa a esa hora me obligaba a irme con ellos al chalet.

El caso es que Pablo y yo estábamos solos en casa.

Pablo decidió quedarse a esperar a mi hermano ya que comentó que si había salido a buscarle, al no encontrarle, seguramente regresaría a casa. Como me pilló por sorpresa la llegada de Pablo no estaba arreglada como era habitual en mí, así que únicamente llevaba una camisa vieja de mi hermano a manera de camisón y unas mallas cortas de deporte. Nos sentamos en el suelo de mi cuarto y empezamos a hablar de cosas intranscendentes. Tan entusiasmada estaba con la compañía de Pablo que tardé en percatarme que continuamente dirigía su mirada hacia mi escote. La amplia camisa ablusonada dejaba ver con bastante facilidad mis pechos. En ese momento me asusté. Todas mis fantasías de anteriores ocasiones se tornaron miedos al estar sola ante él. Me sentí indefensa y todas las dudas del mundo se adueñaron de mí. Pablo se percató de mi reacción y cambió inmediatamente su mirada. Durante unos segundos un tenso silencio se hizo entre nosotros, únicamente roto por el sonido de la televisión. En ese momento Pablo me preguntó:

-         ¿Qué edad tienes María?

-         Quince años – conteste extrañada - ¿acaso no lo sabes?

-         Si, claro, pero es que pareces mucho mayor.

-         ¿Me estas tomando el pelo? Pero si al lado de mis amigas aun parezco una niña – dije, en clara alusión a mis escasos pechos.

-         Eso no es cierto María, ninguna de las chicas de tu edad tiene un cuerpo tan bien formado y precioso como el tuyo, y si lo dices por tu busto has de saber que es perfecto. No te preocupes por él, es bonito y seguirá siendolo cuando a tus amigas les falle. Eres una mujer preciosa.

Sus palabras me sonrojaron. Ningún hombre me había hablado así antes, ni de mis pechos ni de mi cuerpo, ni jamás me habían llamado mujer. Casi sin poder articular voz, le conteste:

-         Gracias… ¿De verdad te parezco bonita?

-         Eres preciosa. Y no sientas complejos de tu cuerpo. Ha de ser una delicia poder contemplarlo.

 

Durante unos segundos no supe que decir. Me sentía halagada y sobrecogida. Por primera vez un hombre deseaba ver mi cuerpo, mi cuerpo de mujer. Sin pensármelo dos veces, tal y como me surgió de la cabeza o del corazón, no se bien, le pregunté:

-         ¿Si?, ¿Te gustaría verlo?

 

Pablo se quedo inmóvil, sin que ningún gesto de sorpresa le delatase. Guardó silencio durante unos instantes y con el mismo semblante que escucho mi pregunta, me contestó:

-         Claro, por supuesto que me encantaría.

 

Me había metido yo sola en la boca del lobo y no estaba muy segura de querer salir. Estaba tan nerviosa pero al tiempo tan deseosa de hacerlo que dudé si continuar con mi ofrecimiento, aunque finalmente pensé que este era el momento tantas veces soñado y deseado y que ahora no podía echarme atrás, que si lo hacía nunca me perdonaría haber dejado pasar esta ocasión. Así que le sonreí tímidamente y armada de valor fui desabrochándome uno a uno los botones de la camisa hasta quedar completamente abierta. Me puse en pié y con un suave gesto la dejé deslizar por mis hombros hasta caer al suelo, dejando mis pechos al descubierto. Pablo continuaba sentado en el suelo mirándome, con ese semblante de seguridad que nunca había abandonado y que tan desconcertada me tenía. Hice una pausa, esperando quizá algún gesto, quizá alguna palabra que me diese la confianza que necesitaba para continuar. Pablo tan solo esbozó una sonrisa, pero tan especial y sincera que me proporcionó la fuerza suficiente para reafirmarme en lo que estaba haciendo. Me quité las mallas y las braguitas al mismo tiempo y me situé frente a él, completamente desnuda, con cierto aire desafiante ante la atenta mirada de Pablo. Mis pezones delataban de forma inequívoca mi estado de excitación y mis manos completamente inquietas, no encontraban lugar donde acomodarse.

-         En verdad eres extremadamente bella - dijo, mientras con un gesto de su mano me pidió que me girase.

Me di la vuelta y ante sus ojos quedó mi dorso, mis hombros, mi espalda y mi culo, en el cual yo aun no había reparado en sus posibles encantos y que después de aquella tarde guardé en mi mente como uno de mis mejores tesoros.

Tras una intensa y pormenorizada inspección ocular, Pablo se puso en pié y me dijo:

-         Tienes la belleza, el encanto y el misterio de una flor virginal.

 

Yo bajé la cabeza entonces y con voz entrecortada, como si no quisiese que me oyera le conteste:

-         No soy virgen

 

Mis palabras debieron sonarle como un fuerte mazazo en su cerebro, pues si hasta ese momento había mantenido una seguridad y un dominio de la situación extraordinario, su rostro reflejó un gesto de asombro que no pudo disimular. Por un momento creí que le había decepcionado, que toda esa aureola de belleza, misticismo y pureza que había creado alrededor mío se derrumbaba en un solo instante. Recomponiendo nuevamente su sonrisa y quitándole trascendencia a la situación, me dijo:

-         ¿Cómo dices? ¿No eres virgen? ¿Y quién ha sido el afortunado?

-         Con voz temblorosa conteste - Fue un compañero de clase, pero ya no salgo con él. Solo lo hicimos en un par de ocasiones, pero nada más.

-         No tienes que excusarte de nada – me dijo en un tono tranquilizador – eres muy libre de hacer lo que te plazca sin dar explicaciones a nadie. Ya eres una mujer.

 

Me había quedado tan desconcertada que había olvidado por un momento que estaba desnuda y cuando recobré la consciencia de la situación, intente cubrirme de forma instintiva. Nuevamente Pablo me tranquilizó.

-         No te avergüences jamás de tus actos si estos son honestos, ni de mostrar la belleza de tu cuerpo desnudo ante unos ojos repletos de admiración. … Dime, ¿cómo fue esa primera vez?, ¿te gusto?

-         No se – contesté dubitativamente – esperaba algo más quizá, me habían contado cosas, ya sabes, todo eso del orgasmo y esas cosas…. Supongo que como todo mejorará con la práctica. – Y seguidamente, sin pensármelo, como suelo hacer las cosas habitualmente, le pregunte:

 

-         ¿Y tú? ¿tienes mucha experiencia en el sexo?

 

Pablo, que había recuperado su tono sereno me explicó:

-         Si, claro que tengo alguna experiencia. Es mas, dicen de mí que soy un buen amante, pero siempre hay algo por aprender o mejorar.

-         Yo quiero aprender – le dije – quiero saber y sentir por mi misma todas esas cosas de las que me han hablado, pero con los chicos de mi edad eso no es posible, ellos no saben…- Y añadí de forma bastante estúpida - ¿quieres enseñarme tu?

Pablo se quedó en silencio durante unos segundos y seguidamente contesto:

 

-         ¿Sabes lo que me estás pidiendo? Soy amigo de tu hermano y tengo cinco años más que tu. – Hizo un breve silencio y continuó - Mira, me pareces una chica fenomenal y me gustas, por supuesto que me gustas, pero esto es algo más que un simple juego. Lo que me propones conlleva un riesgo importante, para ti y para mí. Tus constantes provocaciones cuando estoy con tu hermano me han llevado a desear este momento, pero ir mas allá…no creo que sea una buena idea.

 

Las palabras de Pablo me hicieron sentir como una  estúpida, pensé que tan solo se había querido burlar de mí, de mis provocaciones de cría insolente y que todo lo que había sucedido era un escarmiento a mi osadía. Me sentí avergonzada y humillada.

Pablo apreció enseguida mi disgusto e intento disculparse.

-         No te enfades criatura, nada me complacería más en este mundo que ser tu amante y ayudarte a descubrir los placeres de tu cuerpo. Por Dios te juro que es así y no sabes lo que me cuesta negarme, pero compréndeme, no puedo, es muy arriesgado.

 

Parecía que Pablo había dejado de controlar la situación, estaba nervioso, así que aproveche para tomar la iniciativa:

-         Si tan arriesgado es, no se que haces aquí …

 

Entonces lo vi todo claro.

-         Mi hermano no va a venir a casa ¿verdad? De suponer que venía no hubieses dejado que me desnudase…no has quedado con él, claro que no,  has venido solo por mi ¿me equivoco?

 

Por primera vez le veía completamente confundido. Era evidente que había venido por mí, pero finalmente se había asustado y yo no podía dejar escapar esta ocasión que probablemente no se fuera a repetir. Había llegado demasiado lejos como para detenerme ahora.

-         Pablo – le dije con tono imperativo– desnúdate tu también. Se honesto contigo mismo y termina lo que has venido a hacer.

 

Pablo me miró a los ojos con temor y deseo al mismo tiempo, se sentía vencido, incapaz de resistirse y de no hacer otra cosa que seguir adelante y afrontar las consecuencias. Tras frotarse la cara con ambas manos se despojó de su camiseta blanca, dejando ver su pecho fuerte y su abdomen musculado. Con movimientos recelosos fue desabrochándose su cinturón de cuero marrón y los botones de su Levis hasta dejar caer sus vaqueros a los pies. Tan solo vestido con unos escasos slip que evidenciaban su excitación, quedó frente a mi, inmóvil, mirándome fijamente a los ojos, tentando a la suerte por última vez, esperando tal vez que pusiese fin a este disparate.

Lejos de echarme atrás, di un paso y me coloqué de rodillas frente a él. Sin retirarnos la mirada clavada en nuestros ojos, me deshice del último obstáculo, liberando finalmente la llave que abriría el arca de mi felicidad. En esa situación su pene semierecto rozó mi cara y mis manos alcanzaron sus fuertes glúteos presionándolos con fuerza. Me abracé a él y froté mi rostro en su pene varias veces, notando como Pablo aumentaba su excitación de forma ostensible. Me cogió de los hombros y me hizo incorporar. Me miró fijamente a los ojos y me dijo con tono amenazante:

-         Querías aprender, ¿no? Pues yo te enseñare todo lo que has imaginado y lo que no te puedes imaginar. Te advierto que soy muy exigente y quizá no sepas estar a mi altura.

Hizo un breve silencio y a continuación dijo:

-         Recuéstate sobre el sofá y abre bien las piernas.

 

En aquel momento no comprendí el alcance de sus palabras, tan solo me interesaba gozar con el hombre que tantas fantasías había despertado en mí. Sin dudarlo un momento me tumbé sobre el sofá esperando ser transportada a un mundo de placer desconocido hasta ese momento. Pablo se arrodillo y empezó a besarme las piernas, suavemente, mientras con sus manos acariciaba mi culo, arqueado para permitir sus caricias. Su lengua cálida y húmeda recorría lentamente el interior de mis muslos, acercándose irremediablemente a mi sexo, que recordaba aquellos burdos e inexpertos lametones de principiante carentes de toda sensualidad.

El  momento deseado no se hizo esperar y tras recorrer con su lengua mi vagina, se detuvo en el clítoris, con la dulzura y la intensidad propia del experto, combinando sabiamente las caricias vaginales y la estimulación del clítoris. Sus manos, alojadas bajo mis glúteos levantaron mis piernas en lo alto y su lengua lamió mi ano con suaves movimientos circulares especialmente deliciosos. El placer que me proporcionaba con su lengua me descubría una fuente inagotable de posibilidades de goces hasta ahora desconocidos y que me acercaban de una manera inexorable a mi primer orgasmo. En ese momento de intenso placer, Pablo retiró su cabeza y acercándose a la mía me besó con pasión dándome a probar el sabor de mi propia excitación, al tiempo que colocaba su pene en disposición de penetrarme. Tan apenas tuve tiempo de sentir su roce cuando de forma suave pero decidida introdujo me lo introdujo hasta no poder más, invadiendo mis entrañas y proporcionándome un estremecedor placer que se intensificaba cuando sus rítmicos movimientos se iban haciendo mas potentes y rápidos, haciéndome gemir sin poder evitarlo, disfrutando cada vez más de aquellos momentos que no parecían tener final, hasta que de repente, como salido de lo mas profundo de mi vientre, un estallido de placer recorrió todo mi ser hasta las mas extremas terminaciones nerviosas. Mi vagina se contrajo sintiendo todavía más el grueso pene de Pablo moviéndose en mi interior, espasmos de placer sacudían mi cuerpo una y otra vez haciéndome gritar, abandonándome a un nuevo e indescriptible goce que por un instante me situó en un mundo mágico y desconocido hasta entonces.

Cuando acerté a abrir los ojos todavía plena de satisfacción, vi a Pablo, sudoroso, que continuaba con su frenético movimiento con el rostro desencajado, a punto de estallar, y comprendí que ahora le tocaba a él disfrutar de ese momento tan maravilloso que yo acababa de experimentar. Cerré las piernas para ofrecerle todo el calor de mi sexo y tras breves momentos de intensidad sacó su pene, y colocándolo sobre mi vientre derramó en él todo la excitación que había acumulado dentro de mí. Pablo cayó derrumbado encima mío. El sudor de nuestros cuerpos se mezcló con el semen que me había vertido y un intenso olor a sexo invadió mis sentidos. Cuando nuestras respiraciones volvieron a la normalidad, besé a Pablo en los labios y le di las gracias. Necesitaba decírselo porque todo lo que había sucedido había sido un regalo para mí, o al menos así lo entendía yo.

Cuando fuimos capaces de darnos cuenta de la situación en la que nos encontrábamos y que corríamos el riesgo de que nos pillasen, Pablo se vistió rápidamente y se fue no sin antes fundirnos en un apasionado y sincero beso lleno de pasión y deseo de volver a repetir esos maravillosos momentos. Yo me di una reconfortante ducha recordando todas y cada una de las sensaciones de aquel momento inolvidable, que tan solo era el comienzo de una relación que me haría conocer y disfrutar de una intensa y amplia vida sexual.