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El hombre sin miedo V

en Grandes Relatos

El hombre sin miedo V:

Me despedí de mi madre entre sollozos porque tal y como le dije, lo mismo pasaban seis meses hasta que pudiera venir a verla. Al llegar a Madrid, tuve el tiempo justo para hacer la maleta, cerrar la casa guardar los coches y poco más. No me despedí de nadie, la verdad es que por primera vez en mucho tiempo me sentía desarraigado de esta ciudad que Gurruchaga definió como un “monstruo de siete cabezas”. Salí de madrugada de nuevo a la oficina central europea de los SG, el viaje en avión transcurrió en un suspiro, sobre todo debido a la indignación que tenía una vez leído el periódico de mi mentor, lo rápido que cambiaba para mal en tan poquito tiempo. Las columna de opinión de Lucía era simplemente vergonzosa, ojalá no se equivocara Augusto, pero las cosas estaban cambiando a peor y se estaba convirtiendo en prensa amarilla pura y dura.

Salí de la terminal con mi mochila, cogí un taxi y me dirigí a mí primera escala, aquél edificio discreto y ubicado en una zona industrial. Una vez allí, me presenté en la recepción, la chica muy amable me dio un identificador con mis datos y  avisó a un tercero para que me acompañara a una sala donde había ya alguna gente, para mi alegría se encontraba Jacinto, sí señor, lo había conseguido. Pero tenía que hacerme el distante al menos hasta que fuésemos presentados, había un pequeño servicio de café con pastas y allí me postré tomándome uno. Jacinto se acercó a por otro, no fue difícil el ver que también era español, por lo que actué con naturalidad y nos presentamos, algo bastante normal. Nos sentamos juntos cuando empezó la charla siendo el Sr. Frizt el encargado de darnos la bienvenida, en la pequeña charla se nos explicó unas normas según él no negociables. Se explicó el sistema de trabajo que se seguía y cómo se asignaban las misiones.

Mientras seguía la disertación, yo me dedicaba a ver la gente que había allí congregada. Para mi sorpresa había hasta mujeres, nadie diría que en este mundo de hombres duros hubiera sitio para el sexo débil, pero parece ser que sí. Una vez terminada la bienvenida, se nos acompañó a recoger nuestro equipo y desde allí se nos guió a nuestro avión, próxima parada Oriente Medio. Durante el viaje, me senté al lado de una de las compañeras, no fue algo premeditado pues los asientos estaban asignados previamente, pero fue así. Era francesa y se llamaba Liz, era de las que daban miedo, casi un metro ochenta de altura un cuerpo lleno de músculo sobre músculo, pero la chica al ver que la trataba con educación y sin formas hostiles, resultó ser muy simpática. Había servido en infantería y tenía la graduación de sargento. Según me contó se había enrolado para poder montar lo que siempre había su sueño un gimnasio. Al poco tiempo me quedé dormido profundamente sobre todo después de comernos los bocadillos que afortunadamente había traído conmigo desde España, aún se podían comer. Un sueñecito y nos despertamos prácticamente cuando el avión tomaba tierra.

Lo que más me llamó la atención era que la gran mayoría eran buenas personas que se enrolaban únicamente para poder hacer algún dinero extra. Nada más llegar, los gestos cambiaron radicalmente, nos pasaron a un hangar y nos asignaron a nuestros pelotones. La mala suerte quiso que Jacinto fuera destinado a una unidad de ubicada en Irak, en mi caso fui asignado a otra que desempeñaba funciones en Afganistán, esto hacía que los dos estuviésemos solos. Me despedí de él y me subí a otro avión para llegar a mí destino. Una vez en nuestra base, nos fueron entregadas las armas de nuestro equipo, una pistola HK USP        de calibre 9 milímetros parabellum y un subfusil MP5 que usaba el mismo tipo de munición. El equipamiento se completaba con un walkie para comunicaciones, junto con unas gafas de visión nocturna y un conjunto de chaleco antibalas y un casco, ambos de kevlar. El uniforme se nos entregó antes de partir acorde con nuestras tallas tres cosas de cada. Pude observar que ese era el equipo reglamentario, pero los compañeros veteranos llevaban otro tipo de armas, algunos incluso revólver tipo Harry “El sucio”.

Después de tres días sin asearnos, os podéis imaginar cómo olía el avión, la verdad es que había olvidado estos detalles de mi antigua profesión. Pero te acostumbras enseguida, el viaje a pesar de todo transcurrió sin mayores contratiempos. Una vez allí, pude ver nuestro campamento, que no era más que una vieja base militar con hangares y adecentada dentro de lo que cabía, pero lo único que quería era un camastro y una buena ducha con una comida caliente.

Eso fue lo que recibí, pero el descanso no duró más de cuatro horas, ya que fuimos convocados por nuestro jefe de sección, el Sr. Fritz, que fue enérgico y afectuoso con nosotros, nos presentó a nuestros jefes de pelotón, en mi caso el Sr. Campbell, sargento de la infantería de  marina británica. Tras este pequeño trámite, el Sargento, que era como quería que lo llamáramos, nos informó de lo que iba a ser mi primera misión, escoltar un convoy de la ONU. En mi caso me correspondía conducir uno de los vehículos, un URO de fabricación española, la cosa fue bien y no hubo mucho contratiempos, pero cansaba. Dieciocho horas al volante son muchas horas, si a eso le sumas la tensión de estar vigilando, la cosa se hace eterno.

Estuve así más de un mes, cada tres o cuatro días descansábamos y durante ese tiempo pude conocer al resto de nuestro pelotón. Estaba formado por tres escuadras, mi jefe de escuadra era un veterano cabo de la legión francesa llamado Abdul, era de origen marroquí pero no era mucha ayuda, puesto que por estos lares sólo se habla el parsi, o persa. Después estábamos dos más que también eran franceses y yo. Todos hablábamos en inglés, aunque yo tenía un conocimiento básico del francés y entremezclábamos un poquito, al cabo de un tiempo pude aprender un idioma más con cierta fluidez. Del resto del pelotón, había de todas nacionalidades, entre ellos un par de mujeres ente ellas mi amiga francesa. En el cuartel había una cantina y cada cierto tiempo se nos permitía mandar algún correo electrónico previa revisión del jefe de sección para que nadie diera pistas de nuestro trabajo. Yo seguía con mi gran interpretación de pobre españolito arruinado y me volví un poco tacaño, rara vez tomaba una cerveza y no solía dar muchos caprichos para que la gente se lo creyera.

Mi primera acción con fuego real fue de lo más sonado, durante una de las misiones rutinarias de escolta, fuimos atacados por algunos talibanes, tuvimos que sacar las ametralladoras, pero la mala suerte se cebó con nuestra escuadra puesto que quedamos descolgados del resto, el jefe de escuadra resultó herido de consideración y los otros dos compañeros estaban como idos, sin ideas, así que tuve que tomar la iniciativa, poniéndolos en funcionamiento. Nuestro coche y nuestra radio estaban destrozados, por lo que tuvimos que improvisar una camilla para el pobre cabo y seguir nuestra travesía, por lo menos hasta que encontráramos el convoy. Al final gracias a las radios pudimos contactar con el resto del convoy, pero estaban siendo atacados y nos dijeron que no podían ayudarnos, por lo que teníamos que llegar por nuestros medios a la base, que se encontraba a treinta kilómetros más o menos. Una vez más la suerte estaba de nuestra parte, según nuestro mapa había una pequeña aldea a menos de tres kilómetros, por lo que decidí dejar al resto en una cueva segura y volver con algo que nos diera cierta movilidad.

Al llegar a dicha aldea, la sensación de peligro se multiplicó por mil, la gente estaba en sus casas, pero no quiso ayudarnos. Cosa entendible en una sociedad dominada por el miedo a los talibanes, los señores de la guerra y a los invasores que habían arrasado el país des de la invasión soviética. No sabía cómo hacerlo, pero necesitaba algo para transportar al cabo treinta kilómetros sin que nos muriéramos en el intento, vi a un anciano que me miraba desafiante, no lo sé pero intuía que debía ser una especie de jefe de la aldea, yo que tenía una libreta con algunas frases básicas le hice ver como pude que necesitaba algo para transportar, un coche o algo por el estilo. El viejo comenzó a gritarme algo como “penicillin”, “penicillin”. Yo cogí mi botiquín y se lo di, en el había lo necesario para curar heridas de combate, incluyendo penicilina y analgésicos para el dolor. El hombre lo recogió y salió corriendo haciéndome gestos para que lo siguiera. En un corral apartado vi que tenía un par de burros con señas me hizo que cogiera uno. Yo le di las gracias y él acto seguido, sin venir a cuento cogió una piedra y se dio con ella en la cabeza. No lo entendí, hasta que imaginé que era la manera de justificarse ante los guerrilleros. Con mi fiel pollino lo que hice fue salir al camino y encontrarme con el resto de mi cuadrilla y poder remolcar al cabo. Para ello improvisamos un pequeño carro hecho con dos ruedas y la camilla el pobre animal se puso a caminar lento pero seguro.

Pero yo estaba preocupado por el resto del convoy, no había tenido noticias de ellos en un par de horas. Por lo que decidí llamar por el walkie para saber de ellos. Según me comentaron estaban paralizados por culpa de dos nidos de ametralladoras que no dejaban ni entrar ni salir de la carretera estaban estancados un par de kilómetros más arriba. Les pedí las coordenadas y decidí hacerme el héroe………a veces me doy miedo.

Mandé a los tres compañeros en el burro y yo me encaminé sigilosamente hasta el convoy por la cuneta, hasta que tuve una imagen visual de todo lo que pasaba. Los dos nidos estaban muy mal ubicados para ser defendidos pero por otro lado estaban ideales para atacar, típico de alguien con poca formación militar que sólo piensa en esto último. Decidí dar un rodeo por el cerro donde estaban las ametralladoras. Estaban alojadas en un dos pequeños salientes pero se podría atacar desde arriba tirando un par de granadas. Por lo que me dispuse rodear la montaña y subir hasta una posición me diera ventaja para atacar. Pero había subestimado a nuestro enemigo, habían puesto un centinela en la cumbre para proteger de posibles ataques desde la allí, pero tuve la gran suerte de que estaba más pendiente de la escaramuza que de vigilar. Con lo que sólo tuve romperle el cuello por sorpresa y este murió sin abrir la boca. Mi víctima llevaba consigo una especie de zurrón con granadas de mano, por lo que sólo tuve que dejar caer las bombas sobre los dos nidos dejando todo devastado. ¡Problema resuelto! Le dije al jefe de pelotón. Este lanzó un grito de alegría y nos juntamos cuando bajé del cerro. Tras un par de palmadas en la espalda conseguimos seguir con la misión, terminándola con toda normalidad. Al volver al campamento, mis compañeros de escuadra estaban esperándome preocupados, Abdul se encontraba estable, pero tenía que ser enviado a un hospital, los otros dos me abrazaron dándome las gracias. Me duché y cuando estaba limpio fui llamado por el Sr. Frizt.

-        Montoya, lo que has hecho hoy ha sido una insensatez y un acto heroico en toda regla. Esto no es el ejército regular, por lo que no hay medallas pero sí puedo nombrarte jefe de escuadra y darte una prima de dos mil euros por haber cumplido.

-        Gracias Sr. Frizt.

-        Ahora descansa y vete a la cantina que te lo has ganado. Otra cosa, no me llames Sr. Frizt, en el campo de combate soy “el Coronel”.

-        Si mi coronel.

Cuando entré en la cantina, todo el mundo me recibió con una ovación y mi jefe de pelotón me invitó a una jarra de cerveza bien fría. Estaba con un bajón tremendo de tensión debido a todo lo vivido durante el día, por lo que me senté y empecé a intimar con mi jefe. Como ya había comentado era un escocés tremendamente grande y pelirrojo. Era una bestia parda pero afectuoso a la hora de tratarme, lógico si pensamos que acababa de salvarle la vida, durante nuestra conversación hablamos nuestras batallitas. Llevábamos ya unas cuantas cervezas cuando este me preguntó:

-        ¿Porqué te enrolaste en esta mierda?, dijo él con cara sincera.

-        Bueno, necesitaba dinero de manera urgente. Le contesté.

-        ¿A cuánto asciende tu deuda?.....

-        A mucho dinero.

-        Bueno, aquí hay mucha gente igual que tú, pero es esto o quedarte en la calle, buenas noches y gracias de nuevo. –Me dijo mientras estrechaba mi mano.

-        Buenas noches sargento.

Me retiraba a mi barracón escuché ruido sospechoso me hizo observar por la ventana, no pude sino ver con una sonrisa en la boca lo que estaba viendo, era mi amiga francesa con otra compañera haciendo el amor, estaban enroscadas en plena tijera y ello me permitía poder observar mejor los cuerpos de las dos amantes. Los cuerpos era fuertes, bien musculados como debe de ser en un soldado. Pero el de Liz, se llevaba la palma parecía más bien una culturista pero con mas tetas. La imagen de su culo rocoso cuando estaba comiéndole el papo a su compañera, no podía ser más evocador. Mientras su amiga, no sabía su nombre, le agarraba del pelo mara intentar meter más su cabeza entre sus piernas y se retorcía del gusto al mismo tiempo. Luego intercambiaron sus roles y pude ver lo que se dice un culo perfecto, duro y firme dejándome ver sus dos agujeros libres de vello, al final las dos terminaron corriéndose en un sesenta y nueve precioso, donde combinaban las lenguas y los dedos.

Salí a dar un paseo, quería dar intimidad a las amantes antes de entrar en el barracón, además que te pillen follando corta mucho el rollo. Por lo que terminé mi paseo, deambulando por las cocheras y ¡bingo, una pista seria por fin!, escuche un par de voces conocidas, la del sargento y otra más que no reconocí que dijo lo siguiente.

-        ¡Puta emboscada!, ¿para cuánto tiene?.....

-        No menos de un mes…..respondió el escocés.

-        ¡Joder!....dijo la voz misteriosa.

-        Bueno, quizá podríamos sustituirle……contestó el sargento.

-        ¿Por quién?, ¿quién puede ser de fiar?

-        Hay un nuevo, ex miembro de los boinas verde españolas, tiene los cojones bien puestos, es el que se ha cepillado a las ametralladoras y le ha salvado el culo al gabacho, además según me han informado y me lo ha confirmado él, está desesperado por pillar pasta. –Le contestó  el Sargento Campbell.

-        Es una putada, pégate a él esta semana y si no le observas nada raro, le hacemos la proposición a ver qué dice. –Contestó en otro.

Con esta frase, terminó la conversación entre ambos. Cada uno se fue por su lado y tras esperar un tiempo prudencial, me dirigí a mi barracón para poner mi mente en orden, no me suelo fiar de mi intuición, pero esta vez recibía señales inequívocas de que estaba detrás de algo muy gordo.

Continuará…….