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Mi primera y única experiencia zoofilica

en Zoofilia

Lo que relato aquí ocurrió hace tiempo; a poco de cumplir mis 14 añitos.

Como ya he contado en otros relatos, yo siempre he estado muy abierta a nuevas experiencias en lo que al sexo se refiere. Mi madre y mi hermana han sido unas muy buenas mentoras en esos temas, e incluso yo misma he sido autodidacta con todo lo que ha tenido que ver con las prácticas sexuales novedosas y originales.

Comencé, como una buena chica, haciéndolo con mis novios adolescentes ( y con condón, por supuesto). Luego experimenté un cambio en mis hormonas y lo intenté con mis amigas. Guardo aún buenos recuerdos de aquella época, y aún hoy en día conservo a alguna amiga deseosa de quedar conmigo para volver a repetirlo; y como mi avidez de experimentar nuevas sensaciones no se detenía, un buen día lo intenté con un animal.

Mi primer novio me puso al día en lo que a éstas prácticas se refiere. Yo nunca había visto nada parecido a lo que me enseñó. En su ordenador guardaba infinidad de videos y fotos porno de chicas y chicos compartiendo sus relaciones sexuales con todo tipo de animales. Yo flipaba con todo aquello. Nunca me hubiera imaginado que alguien pudiera llegar a ser tan depravado (Y aún así yo llegué a ser así meses después, pero no adelantemos acontecimientos).

En más de una ocasión Juanfran (que así se llamaba mi primer ex), me insinuó experimentar lo que habíamos visto en sus videos. Él vivía enfrente de mi casa, pero sus padres tenían un campo en una pedanía cercana a la ciudad al que no iban nunca. Allí guardaban a un pastor alemán al que su joven dueño quería emparentar conmigo. Yo siempre me negué a eso. Me parecía una aberración no solo para mí, sino para el animal; y algo contra natura, que había que perseguir y denunciar.

Tras mis muchas negativas, Juanfran me mandó a paseo, y yo decidí no volver a verle jamás ni a cogerle el teléfono. Estaba obsesionado con la zoofilia y hacía tiempo que había olvidado lo que era tener una relación normal con una chica.

Después de ese, tuve otros novios; pero siempre quedó rondando en mi cabeza lo que hubiera pasado de consentir en mis carnes lo que me proponía ese tipo. Esa semilla que Juanfran plantó en mi cerebro terminó un día floreciendo, justo cuando mi madre cambió de nuevo de novio.

En esa época yo no estaba con ningún chico. Y me convenía, ya que estaba en plenos exámenes y debía centrarme para sacar el curso adelante. Miento si digo que no estaba en plena efervescencia sexual, y me excitaba con cualquier cosa. Hacía ya dos meses que no tenía relaciones sexuales y lo único que me sacaba el fuego del cuerpo era mi buen novio consolador, que hacía mis noches más placenteras y me relajaba antes de ir a dormir.

Como ya he dicho, mi madre trajo a vivir a casa a su última conquista, un exhippie aventurero que ahora vivía de una pensión por invalidez al haber tenido un accidente en una expedición al Tibet. Se llamaba Roberto, y semanas después de estar conviviendo con nosotras, anunció sus intenciones de traer a casa a su perro.

Mis dormidos deseos comenzaron a despertar al escuchar aquella noticia.

Como ya había dicho, Roberto trajo un buen día a “Silton”. Un hermoso husky siberiano blanco y negro, con unos ojos azules preciosos. Pronto nos acostumbramos todas a él. Era muy pacífico y perezoso y siempre nos obedecía en todo. Mi madre le hizo un pequeño hueco en el patio donde llevó su dormitorio (un cojín grande) y su comedero, y una vez instalado llegó a ser uno más de la familia.

Durante las siguientes semanas me descargue un poco de exámenes y terminé con mi febril actividad de estudio. De vez en cuando sacaba a pasear a “Silton” por el barrio y lo cuidaba; aunque de la mayoría de cosas se encargaba Roberto, ya que, como él decía, Silton era su responsabilidad y no quería cargarnos a nosotras con ese trabajo. Pero yo lo hacía gustosa, ya que en mi mente un oscuro deseo iba fraguándose poco a poco. Quería acostumbrar al perro a mí y yo acostumbrarme a él. Quería que poco a poco nos fuésemos haciendo amigos y que me tomara no por su dueña, sino por su compañera. Y en definitiva deseaba hacerlo con él. Aquello terminó convirtiéndose en una obsesión (ahora lo reconozco), y no pasaba una sola noche en la que no me masturbara imaginándome al perro penetrándome con aquella enorme verga de la que hasta ese momento solo había vislumbrado en parte.

Un viernes  volví de cenar con unas amigas y encontré a mi hermana que volvía de sacar a pasear a “Silton”. Me enfadé un poco, ya que era yo la que lo sacaba siempre y deseaba hacerlo también esa noche, pero Carmen me informó que su novio le había dado plantón y que estaba tan enfadada que había salido a dar una vuelta con el perro para despejarse. Me suplicó que la ayudara a bañarlo, y juntas metimos a “silton” a la bañera. Durante el baño estuvimos hablando banalidades hasta que Carmen comenzó a enjabonar las partes bajas del can. En  ese preciso momento vi por primera vez y en toda su extensión el pene de un perro. Carmen bromeó con la idea de que sería maravilloso dejárselo hacer por aquella verga, y que sería más noble que cualquiera de sus novios, y las dos reímos ante aquello. Aunque mi inflamada vagina no reía precisamente, ya que ver aquello me había excitado tanto que deseaba urgentemente llenar el vacío que sentía abajo.

Esa noche deseaba con todas mis ganas hacerlo con él. Mientras estaban todos viendo la televisión, yo me metí en mi cuarto y comencé a buscar en google videos iguales a los que mi ex me ponía. Junto a mis pies, como un guardían, permanecía “Silton”. Mi calenturienta imaginación calculó que quizá su agudo olfato podía percibir mi excitación y por eso no se separaba de mí. Que quizá él también deseaba poseerme y hacerme su perra.

Era tal el calentón que experimentaba, que no pude evitar meterme la mano bajo las bragas y masajear mi erecto clítoris que pedía a gritos un desfogue.

En ese momento entró Roberto a la habitación y llamó a “silton”. Aun no sé si llegó a darse cuenta de algo, ya que mis rápidos reflejos dejaron a un lado mi masturbación y cerraron las páginas en milésimas de segundo.

Durante los días siguientes permanecí obsesionada con ese tema. Quería conocer más sobre las relaciones con perros y como llegar a ser una buena amante canina. Ahora comprendía a Juanfran y su obsesión enfermiza. Yo también estaba igual. No podía quitarme de la cabeza la imagen del rojizo falo de “silton” y lo que me excitaba su contacto peludo junto a mis piernas. En el instituto mis amigas se dieron cuenta de que algo raro me pasaba, pero lo achacaron a que posiblemente estaría “enchochada” de algún chico. En parte no se equivocaban, mi chico se llamaba “Silton”.

Al llegar a casa esa noche mi hermana me estaba esperando junto al ordenador. Con picardía me preguntó si alguna vez me había tirado a “Silton”. Yo enrojecí de pura vergüenza y le mentí diciéndole que eso ni de broma. Que qué se pensaba ella de mí diciendo esas cosas. Ella respondió con lo que yo ya me imaginaba; se me había olvidado borrar el historial del ordenador, y en el permanecían reflejadas todas las páginas de zoofilia que había visitado en los últimos días. Eso, junto a que el perro cada vez que me veía se me pegaba a las piernas y no me dejaba ni a sol ni a sombra, sirvió a Carmen para alimentar sus sospechas.

-Qué quieres que te diga. Tampoco es tan descabellado. – me explicó. – Seguro que es más noble que algunos hombres. Yo a veces preferiría montármelo con el perro en lugar de con mi novio. Seguro que es más cariñoso. Aquel comentario, fue lo que me impulsó a realizar por fin lo que desde hacía meses planeaba sin atreverme.

El siguiente fin de semana Roberto había planeado salir con nosotras a hacer una ruta senderista por una sierra cercana. Yo alegué que tenía que estudiar y aprovecharía el finde para hacerlo. Roberto anunció su intención de llevarse  a “Silton”, pero yo le convencí de que no lo hiciera; que debido a las últimas noticias de robos en casas cercanas tenía miedo de quedarme sola, y “silton” sería una buena compañía. Roberto accedió a dejarlo a mi cuidado, y así quedó la cosa.

Durante los días anteriores a la salida campestre, me puse al día en todo lo relacionado a relaciones con perros. Conocí y pude comprobar en vivo el enorme nudo que se les hace al final del pene cuando se excitan. Vi por mis propios ojos la extensión de su miembro y su lubricación permanente, muy diferente a la que tienen los tios. Un día de esa semana incluso llegué a intentar masturbarle, aunque me dí cuenta enseguida que un perro no es un hombre. El perro permanecía inquieto y sin parar de moverse durante todo el tiempo, y finalmente se fue sin dejarme terminarle.

Mi curiosidad por el perro fue en aumento durante toda la semana, y no veía el momento de quedarme sola con él para practicar lo que veía en los videos y leía en los foros. Finalmente llegó el sábado y todos se fueron. Salieron temprano, sobre las ocho de la mañana. Sus planes eran hacer la ruta durante toda la mañana, comer en ruta y continuar hasta un puesto de control en lo alto de la montaña, y luego volver, naturalmente.

Como era tan temprano y la noche anterior  había estado hasta tarde en el ordenador, no tuve ánimos para levantarme pronto. Pero aún así fui a por “Silton” y lo llevé hasta mi cuarto. Allí lo acosté sobre la alfombra y yo me recosté junto a él desembarazándome del pijama y permaneciendo solo en braguitas y sujetador. El perro no me hizo ni caso y se durmió dándome la espalda. Aunque yo empezaba a humedecer las bragas al imaginar lo que serían las próximas horas. En ese momento cogí un espejo redondo que hay en mi cuarto y lo bajé hasta el suelo, justo adonde se nos podía ver bien a los dos.

Aquella situación me estaba excitando tanto que no podía esperar. Tras colocar el espejo comencé a acariciar al perro y a ir bajando hasta su bajo vientre, pero éste se revolvió y se alejó hasta la otra parte de la habitación. Parecía no tener ganas de hembra. Al verme en el espejo allí espatarrada, en mitad de la habitación y solo con la ropa interior, el calentón que sufría que volvió algo patológico, y no tuve otra opción que acudir al que nunca me defraudaba.

Me puse de frente al espejo y me bajé las bragas. Allí podía ver bien claro mi vagina depilada; mis labios mayores, los menores y mi clítoris pidiendo guerra. Tras apartar el capuchón de mi clítoris apareció él erecto y pulsante. Comencé  a acariciarlo de un lado a otro, primero suavemente y luego más rápido. Me estaba volviendo loca y acababa de empezar. Tras poner en forma mi pepitilla comencé a introducir el consolador lentamente en mi vagina. Estaba súper excitada y no podía ya controlar mis actos. Rápidamente comencé a mover el consolador de adentro hacia afuera rítmicamente pero con suavidad, como yo sola sabía darme placer.

Aquello, o quizá mis feromonas femeninas, llamaron la atención de “Silton” que se acercó a olfatear la vagina de su dueña. Pronto comenzó a lamer con su lengua  mis dedos y el consolador, al que saqué para dejar al perro continuar con su labor. Me volvía loca de gusto y más al verlo todo reflejado en el espejo. Precisamente desde el pude ver como se agrandaba la enorme verga de “Silton” saliendo de su funda y chorreaba sin parar un líquido transparente.

Pronto su instinto canino le hizo intentar montarme, tal y como lo había visto en los videos de internet. Yo me incorporé y poniéndome a cuatro patas intenté facilitarle la entrada a mi vagina. Estaba deseosa de hacerlo con él. No me lo podía creer. Iba a hacer el amor con un perro. Si alguien me lo hubieran insinuado hacía meses lo habría mandado a paseo, pero ahora estaba ahí . Tal y como me lo había imaginado en infinidad de ocasiones.

El perro estaba muy nervioso y no acertaba a penetrarme, ni yo a coger su verga para que lo hiciese. Se me resbalaba de entre las manos y no podía hacerlo bien. En ese momento me di cuenta de que desde esa posición no podía ver nada en el espejo, solo mi cara; así que gateé como una perra hasta ponerme de lado y verme reflejada desnuda y a cuatro patas. Mi vagina estaba hinchada de pura excitación y pedía sexo a gritos. Ya no podía más y volví a la carga con “Silton”. Intenté que me montara de nuevo en esa nueva posición, pero el perro parecía no saber y comenzó a montar sobre mis muslos y a restregarme la verga en la pierna. Pronto noté como el líquido caliente resbalaba por mis muslos. “Es semen”- pensé. “Me encantaría que el perro se corriera dentro de mí y que me inundara con ese fluido”. – me asombré pensando en ello.

De pronto escuché abrirse la puerta principal de la casa y la sorpresa me congeló.

Como un rayo me metí en la cama desnuda como estaba y me tapé con la sábana. “Silton” se quedó allí sin saber muy bien qué había pasado. Desde la protección de mi cama me apresuré a ponerme las bragas y el sujetador y simulé una voz de sueño: - ¿Quién es? – pregunté gritando. En ese momento la cabeza de mi hermana Carmen asomó por la puerta y lo primero que vio fue al perro recostado junto a mi cama. -¿Qué se os ha olvidado? – le pregunté con voz cansada. –Nada. El coche que se ha roto al llegar a Murcia. – Me explicó son una media sonrisa que no supe nunca que quería decir. – Te hemos fastidiado el sábado. – apuntó.

Mi hermana tuvo razón. Mi experiencia zoofilica se fastidió ese fin de semana, y el calentón que ella me proporcionó tuve que  calmarlo con el grifo de la ducha. Pero eso no quedó ahí; y no paré hasta conseguir terminar lo que había empezado con “Silton”.

Aunque eso es otra historia y debe ser contada en otra ocasión.

 ;)