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En la casa de mi padrastro

en Amor filial

Tengo que daros las gracias a todos vosotros. Gracias por leer mi relato y por ser tan majos conmigo. Gracias a publicar aquí he conocido a gente muy capaz que me ha dado valiosos consejos en lo que a esto de escribir se refiere, y aunque nunca me había planteado dedicarme a esto, al ver como he sido aceptado mi anterior relato “mi amiga Alba”, voy a continuar.

Todo ocurrió al terminar primero de BUP. Me habían quedado cuatro asignaturas colgadas y no estaba muy centrada en lo que a los estudios se refiere. Aparte de eso frecuentaba nuevas amistades que no eran del agrado de mi madre, por ello decidió que sería lo mejor para mí y para ella misma, pasar el verano en casa de su nuevo novio Esteban. Así con la tranquilidad que proporciona el campo y el tener lejos las demás distracciones, mi madre calculó que podría aprovechar el verano. Aquello le provocó numerosas peleas con mi hermana Carmen, que era de armas tomar. Ella se resistió hasta el último momento a pasar las vacaciones en aquel pueblo, lejos de sus amigos y de su novio. Pero al final accedió. No nos quedaba otra, ya que lo que decía mi madre debía de hacerse “sí o sí” (una frase muy típica suya).

No voy a decir el nombre del pueblo, pero sí que estaba a unos veinte kilómetros de donde vivíamos. Era la típica villa marinera que si bien antes se había dedicado a vivir del mar, ahora solo vivía del dinero que se dejaban los turistas. La casa de Esteban no estaba muy cerca de la playa. Se encontraba a los pies de un pequeño monte y era la más alejada de lo que se suponía era el casco urbano. A ella se llegaba por un camino sin asfaltar rodeado de cañas.

Al ver por primera vez la casa, mi hermana Carmen se enfadó muchísimo. A ella la habían convencido de ir con la excusa de que estaría viviendo en una casa al lado de la playa, que le encantaba. Por ese motivo se tiró casi todas las vacaciones enfadada y sin hablarle a mi madre. Para mí en cambio vivir allí supuso una de las experiencias más agradables de mi vida.

Esteban era mecánico de motos, y en un adosado al lado de su casa tenía el taller. A él llegaban todos los días muchos chicos de mi edad a llevarle sus motos. Yo de vez en cuando me pasaba por allí y les observaba, cosa que hacían ellos también. Esteban llegó a decirme que gracias a mis visitas, había aumentado considerablemente el número de jovencitos que acudían al taller ese verano.

El comienzo de las vacaciones me lo pasé enteramente de la playa a la casa y viceversa. Había un kilometro más o menos hasta la costa, pero la bajada hasta ella era agradable. Por las mañanas lo primero que hacía era ponerme el bikini, y tras desayunar acompañaba a Carmen hasta la playa. Allí solíamos pasarnos horas y horas hasta que el hambre nos obligaba a volver.

Un buen día Carmen me confesó su atracción por el novio de mamá. A mí eso no me sorprendió. Le había pescado en más de una ocasión observando embelesado a mi hermana cuando venía a casa acompañando a mi madre.

Pero lo que me dijo a continuación sí que me sorprendió:

-          … Aunque la que le gusta un montón eres tú.

A eso no supe qué decir. En la vida me habría planteado esa posibilidad. Esteban era para mí como un amigo de la familia que había pasado a ser algo más, pero solo para mi madre. Nunca habría pensado en él de manera diferente, y mucho menos de la manera en la que pensaba Carmen, que me confesó sin miramientos que se le mojaban las bragas cada vez que lo tenía cerca (Ella es así. Dice las cosas sin cortarse).

Bajando ya por el paseo marítimo que unía la carretera con la playa, Carmen me confesó que le había pillado en más de una ocasión observándome. Que tenía una foto mía en la cartera; y que, incluso un día le espió mientras olfateaba unas bragas mías que probablemente había cogido de la cesta de la ropa sucia.

Carmen manifestó su enojo con un: “¡Que cerdo!”. Aunque yo no pensé lo mismo. No podía evitar sentirme orgullosa de que me prefiriera a mí teniendo alrededor a mi madre y a mi hermana. Dos mujeres echas y derechas en comparación a la chiquilla que yo era. Mi madre en la actualidad, pese a rondar los cuarenta y cinco, se conserva muy bien, y se mantiene en forma y con un cutis envidiable. Mi hermana Carmen tampoco estaba mal en aquella época. No estaba tan llenita como ahora y sus enormes ojos azules eran una trampa mortal para todo lo masculino que hubiera cerca.

Esa misma tarde al volver de la playa, decidí comprobar por mí misma las suposiciones de Carmen.

Pasé por delante del taller solo con el bikini como única prenda y pregunté por mi madre. Una vez allí me dio un poco de vergüenza, porque había varios chicos también con él. Esteban me miró sonriente y me dijo que estaba dentro. Cuando di la vuelta para irme les observé en el reflejo de los cristales de la casa. Todos me miraron de arriba abajo, y eso me excitó.

Una vez en la ducha preparé meticulosamente mi plan. Me desnudé dejando el pestillo de la puerta abierto, de eso me acuerdo especialmente. Tendí el bikini húmedo en el armarito donde Esteban guardaba sus útiles del afeitado (me di cuenta que la braga estaba un poco manchada de flujo menstrual, ya que estaba empezando con la regla. Pero supuse que eso quizá no le molestara, sino al contrario). Estaba tan excitada por la idea de que me pillara desnuda en la ducha que no pude evitar subirme a la taza del váter para espiar los movimientos de Esteban por la pequeña ventanita que comunicaba el baño con la parte de atrás de la casa. Aunque él seguía allí ocupado con sus motos.

Esteban era un hombre atractivo, delgado pero fuerte. Tenía el pelo muy canoso y largo hasta los hombros. Parecía un viejo roquero de esos que aun aguantan con sus grupos. Pero lo mejor eran sus ojos. Unos ojos grandes negros y misteriosos que contrastaban con los míos azules. En aquel momento no sé que me llevó a pensar en que nuestros hijos tendrían también unos ojos preciosos. Aunque descarté enseguida la idea, ya que era una locura que yo pudiera tener hijos con el novio de mi madre.

Intentando olvidar eso me bajé de la taza con cuidado y me senté en ella. Ahí observé como la había manchado con el abundante flujo que salía de mi interior. Eso, junto con la idea de estar desnuda junto a Esteban en aquel estrecho baño me puso a cien, obligándome a masturbarme como una loca. Mis dedos bailaron en mi interior imaginándome que era Esteban el que me tocaba. No tardé en correrme quedándome sin fuerzas justo antes de escuchar a mi madre llamándome mientras se acercaba al baño. Solo me dio tiempo a meterme a la ducha antes de que ésta abriera la puerta.

Se enfadó bastante conmigo por dejar el baño en aquel estado, todo mojado y con la ropa colgada de los armarios.

Cuando terminé de recoger todo me senté a cenar, aunque ya era tarde. Carmen ya se había ido a hablar por teléfono con algún novio suyo. Y mi madre estaba recogiendo los platos. Solo Esteban permanecía releyendo el periódico y tomando su habitual café de la cena.

No pude evitar el observarle de reojo mientras me hacía la disimulada mirando la tele. Le pillé en más de una ocasión repasándome de arriba a abajo.  Esa noche me había preparado a conciencia para no serle indiferente. Me había recogido el pelo (que en aquella época lo llevaba rizado) en una coleta que me caía sobre los hombros descubiertos, ya que me puse una camisola grande de dormir que insinuaba mis pechos sin sujetador. También llevaba unos shorts cortitos rosas, iguales a los que llevo ahora mismo (me encantan los shorts, tengo un montón).

El pobre Esteban no podía evitar mirarme y en una ocasión le pillé con los ojos clavados en mis tetas. Lo noté que se cortó bastante, pero cuando le sonreí, pasó la tensión del momento y él sonrió a su vez.

Esa noche escuché desde mi habitación como le hacía el amor a mi madre, y me sentí orgullosa de que una parte de ese hombre fuera mío.

Las semanas siguientes fueron un tira y afloja en mis insinuaciones y en sus miradas; y poco a poco fui coqueteando más y más con mi futuro padrastro.

Un día nos fuimos todos a la playa, Esteban incluido. Para la ocasión me puse un bikini blanco que normalmente descarto (ya que al mojarse se me ve todo). Nos fuimos a la playa que habitualmente frecuento junto a Carmen, aunque el agua allí es cristalina, no es muy recomendable para el baño ya que tiene un montón de piedras. Ahí comencé a intentar convencerles para que se metieran conmigo al agua. Mi madre y Carmen pasaron (y yo sabía que pasarían), y solo accedió a acompañarme él. (Mi plan iba bien)

De camino al agua observé su bañador deportivo azul, que disimulaba poco el bulto de su entrepierna.

Al entrar me quedé bloqueada entre las piedras, ya que no podía continuar andando y había poca agua para nadar. Al decírselo a Esteban éste me ofreció su mano para continuar por donde iba él, pero igualmente me pinché con las piedras. Al ver mi sufrimiento, Esteban me cogió en vilo pasando un brazo por debajo de mi culo, como se cogen los niños pequeños, y así me sacó del peligro que yo misma había buscado. Una vez más adentro ya no encontramos piedras, pero estábamos aún a simple vista de mi madre y hermana.  Por esa razón comencé a nadar hacia un espigón de tierra cercano y Esteban me siguió, ocultándonos los dos de miradas indiscretas.

Ahí comencé a tontear con él y a tirarle agua. Y el cayó en mis redes. Poco a poco el tonteo fue en aumento y terminó cuando me eché encima de él e intenté dar una voltereta por encima suyo. La parte de abajo del bikini se enganchó en algo y se me bajó un poco. Esteban se avergonzó un poco al ver una porción de mi culo, pero se le pasó enseguida al ver como yo me partía de risa. Fue entonces cuando me cogió en brazos y me lanzó bajo el agua, momento que yo aproveché para meter una mano en su bañador y comprobar por mi misma lo que allí había. Esteban se sorprendió de aquello y se alejó un poco también bajo el agua. Ese momento fue un poco surrealista, ya que nos quedamos mirándonos por debajo del agua. Fue entonces cuando Esteban entró en acción.

Salí del agua porque ya no podía aguantar más la respiración y lo primero que hice fue mirar en dirección a donde estaba mi madre, pero ya no las podía ver desde allí. Cuando volví a buscar a mi hombre ya lo tenía encima, muy cerca de mí. Volví a meter la mano bajo su bañador y comencé a masajear su pene, que no era muy grande pero sí grueso. Enseguida se puso duro como una piedra. Él a su vez no se quedó quieto. Comenzó a tocarme las tetas por encima del bikini y en un momento me metió la mano por debajo, acariciando mis pezones que estaban aún más duros que su pene.

Lo que sentí aquel día de playa hace que aún me excite después de tanto tiempo.

Él estaba disfrutando, y su cara era un claro reflejo de ello. Yo continué masajeando su miembro de arriba abajo cada vez más fuerte, y él no tardó en meter una mano bajo de mi braga y comenzar a tocarme. No me gustó que enseguida comenzara a meterme un dedo, pero estaba tan excitada que me dejé llevar.

En ese momento escuché a mi madre llamarnos y el momento se rompió. Aunque para Esteban terminó más satisfactorio que para mí, ya que se corrió en mi mano. Esa fue la primera vez que observé como nada el semen en la playa.

Ese  fue el primer contacto que tuvimos Esteban y yo, y me atrevo a decir que el mejor. A ese continuaron otros esporádicos en su taller, en la casa (a escondidas de las demás), e incluso en mitad del monte. Aunque en esos encuentros descubrí algo que no me gustaba de él. Era extremadamente brusco, y no paso un momento en el que no quisiera metérmela. Siempre quería llevar él la iniciativa e incluso llegó a insultarme y decir que yo era una “calientap…”

Finalmente lo hicimos hasta el final en un pequeño ático que tenía en la otra parte del pueblo. Y no estuvo mal, aunque al final la cagó al correrse dentro de mí, pese a decirle que no lo hiciera.

Ese fue el principio del fin.

Mi madre aguantó con Esteban un año más, pero sus peleas eran constantes, y al verano siguiente cortaron. No sé si yo tuve algo que ver con su ruptura, ya que sospecho que mi madre sabía algo, aunque nunca lo descubrí. Yo tampoco lo quise hacer con él nunca más pese a sus continuos intentos.

Y ese es el recuerdo que tengo de ese verano en el pueblo de la playa.

Fue una experiencia inolvidable para mí, pero no la única, y así lo comprobareis en mis próximos relatos.