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La Pandemia Roja (4º y último)

en Fantasías Eróticas

Las olas del mar nos tocaban los pies en su infinito vaivén mientras los dos permanecíamos sentados mirando al oscuro horizonte cargado de estrellas.

Esa noche hablamos seriamente sobre el asunto.

Javier me dijo que aguantaría conmigo hasta encontrar el refugio y ponerme a salvo. A mí solo me salían lágrimas sin parar. Quizá por lo que le pudiera pasar a él, quizá por lo que pudiera pasar a mí, o solo porque estaba enamorada de él, y no podía soportar la idea de que fuera a convertirse en una de esas bestias. Aunque lo que sí que no podría soportar era la idea de dejar de verle.

-“Seguro que hay una cura. Seguro que la hay.” – le dije compungida. – “Vamos a buscar a esos del refugio. Quizá haya algo que puedan hacer…”

Javier sonrió y me llevó hasta él. Me cubrió entre sus brazos y me dio un tierno beso en la cabeza. En ese momento observé asombrada como su miembro comenzaba de nuevo a crecer.

-“Lo siento.” – confesó avergonzado. – “Llevo ya varias semanas así. Me excito solo con olerte, y tu proximidad hace que me ponga a cien. Es otras de las consecuencias de dejar de ser humano.” – Entonces me limpió las lágrimas con delicadeza. – “No te preocupes. Cuando yo considere que puedo ser un peligro para ti, me iré.”

-“Yo no quiero que te vayas” – le grité enfadada. – “¡Me da igual, entiendes! Me importa una mierda que estés infectado, porque yo pienso seguir contigo hasta el final. Y no me plantees la idea de abandonarme ni en broma. Somos un equipo, soy tu princesa… (snif..) – Comencé a llorar desconsolada.

Javier se incorporó y me arrastró del brazo con él. Tras limpiarme de nuevo las lágrimas me acarició el rostro y me besó, y ese besó se quedó grabado a fuego en mi memoria para siempre.

Instintivamente bajé la mano y aferré el enorme tronco que sostenía entre las piernas. Asomaba por debajo de su pantalón corto, y su color era cada vez más blanquecino. Cuando comencé a masajearlo se llenó de venas y dobló aún más su tamaño. Era increíble el cambio que había dado su miembro en la transformación. Aparte de sus ojos, era lo único que podía decirse que no era de éste mundo.

Me arrodillé ante él y me la metí en la boca. La punta no paraba de escupir chorros de salado líquido seminal, pero aquello no me desagradó. Quería ser su hembra a toda costa, ya fuera humano o infectado. Me daba igual.

Javier me cogió en brazos y me deposito boca abajo en la arena, tal y como lo había hecho horas antes. Yo abrí un poco las piernas para facilitarle aún más la entrada y esperé. Con delicadeza fue entrando en mi. El líquido que chorreaba su miembro facilitaba enormemente el coito y, porque no decirlo, me hacia volverme loca de deseo. En ese momento me vino a la cabeza lo que una vez leí en unos apuntes de biología, las hormonas y los efectos que provocaban en los seres humanos. Quizá ese líquido estaba repleto de alguna hormona que me estaba volviendo loca. Ansiaba que apretara más. Que empujara bien mis nalgas y me follara como nunca. Él parecía leerme el pensamiento, ya que empujaba con fuerza y con cada envite me hacia volverme un poco más loca. En ese momento la sacó de mi vagina y comenzó a introducirla en mi ano. Me dolió, pero al mismo tiempo fue muy placentero.

Les escuchaba jadear, y esos sonidos ya no me parecieron humanos, pero…  ¿quién era humano ya a esas alturas?

Elevé mis glúteos y aguanté las acometidas de mi hombre mientras mis rodillas se clavaban cada vez más en la arena. Mi mano derecha aguantaba el peso mientras la otra se entretenía en mi vulva, la masajeaba con rabia e introducía uno, dos, tres dedos en mi vagina. No podía más, el orgasmo amenazaba con consumirme, y así fue. Solo tuve uno, pero tan fuerte que me hizo temblar las piernas.

Javier también terminó dentro de mi ano, y desfalleció encima de mi espalda. Allí quedamos los dos, exhaustos y sudorosos. Yo estaba llena de arena por todas partes.

Esa noche dormimos ahí mismo sobre la arena.

A la mañana siguiente emprendimos camino en nuestra búsqueda incesante de ese refugio solitario.

Caminamos durante kilómetros sin ver nada. Yo estaba muy cansada y me moría de sed. El abrasador sol nos daba con fuerza y nos hacía muy difícil el camino.

Javier sin embargo, caminaba inalterable a mi lado. Su torso desnudo parecía más musculoso que antes y, aunque había perdido pelo (supongo que por la infección, ya que todos los infectados eran calvos), el que le quedaba le caía sobre los ojos haciéndole muy atractivo a mi vista.

Él notó mi mirada y me miró a su vez. Una sonrisa iluminó su cara y la mía.

-“Tranquila. Pronto llegaremos a un lugar seguro. Por ahí detrás he visto medio escondida una señal de gasolinera. No debe andar muy lejos.”

Tenía razón. Aunque se notaba que había sido saqueada en múltiples ocasiones, pudimos encontrar agua potable en un pozo que existía en la parte posterior. También encontramos un montón de cadáveres humanos apilados en una de las paredes laterales, y todos habían sido asesinados por disparos.

-“Te dije que no se puede confiar en los seres humanos que quedan.” – me confesó. –“ Ellos también se han convertido en salvajes.”

En aquel lugar también encontramos un ciclomotor hecho trozos. Javier dijo que podría arreglarlo, pero que necesitaría mi ayuda. Cuando comenzamos a ensamblar piezas y a atornillarlas supe porqué. Sus manos temblaban. No coordinaban bien los movimientos. Un efecto más de la transformación, supuse.

Una vez que la tuvimos arreglada, (en parte, ya que tenía la rueda de atrás pinchada y no teníamos recambio), le pusimos gasolina y continuamos el camino.

Javier seguía con su idea de dirigirnos al sur y así lo hicimos. La idea del ciclomotor fue buena, ya que nos permitió toparnos con unos coches tirados en la cuneta. Parecía que habían sido empujados hasta ahí por algo más grande, quizá un camión. Uno de ellos no estaba volcado y parecía en buen estado.

Javier me enseñó a realizar correctamente un puente, y ya con el funcionando, nos dirigimos carretera abajo hacia la búsqueda de nuestro destino.

En más de una ocasión quise hacerle prometer que permanecería conmigo aunque encontráramos el campamento, pero él permanecía en silencio. Solo una vez me dijo en tono severo:

-“Tú sabes que eso no es posible. Llegará el momento en que no entienda ni razone. Y podría llegar a hacerte daño. Eso no debe llegar a pasar. Debemos evitar ese riesgo. Y no se hable más.

Desde entonces no le hablé más del tema, pero seguí pensando lo mismo. Yo sabía que eso no ocurriría. Nunca llegaría a hacerme daño porque él era mi chico, mi hombre, mi Javier.  Llegado el caso de que no me reconociese, yo le haría entrar en razón. La verdad es que estaba loca por él.

En nuestra búsqueda incesante no llegamos a encontrar nada. Javier ponía la radio del coche intentando sintonizar alguna señal que pareciese parcialmente humana. Pero los diales estaban mudos como un cementerio.

Comimos conservas de las latas que encontramos en la gasolinera, y paramos a descansar en un refugio natural entre árboles, a un lado de la carretera.

Esa noche ocurrió algo extraño. Caí en un sueño profundo en el que tuve una pesadilla. Unos ojos rojos como la sangre me miraban fijamente mientras mi cuerpo era poseído por un montón de monstruos. Les oía gemir y gritar disputándose mi cuerpo. Yo ya no sentía dolor, solo ambigüedad. No pude apartar los ojos de esos otros que me perforaban y entraban en mi cerebro. Cuando todos esos monstruos llegaron al clímax me inundaron con sus fluidos. Me ahogué en un mar espeso y asqueroso de esperma verde.

Entonces me desperté. Aún no había amanecido, pero un rescoldo de color claro se dejaba entrever por el lejano horizonte, más allá del mar.

Javier no estaba allí. Bajé del coche y le busqué por los alrededores, pero no encontré ni rastro de él.

Paciente esperé allí mismo su vuelta.

No tardó en aparecer, y su aspecto me asustó a primera vista. Tenía la ropa manchada de sangre, y su piel había cambiado tornándose blanquecina, igual que la de los infectados.

-“No podemos perder tiempo. “ – me dijo montándose en el coche sin apenas mirarme. – “Hay infectados por los alrededores, y a mí el tiempo se me acaba.”

Le pregunté donde había ido, pero él no contestó. Maniobró el coche para salir de aquel refugio de árboles donde nos encontrábamos y salimos a toda velocidad carretera abajo.

No tardamos en pasar junto a una urbanización al lado de la playa. Como no nos quedaba comida ni apenas agua, le propuse parar y buscar ahí algo, pero Javier me contestó con un escueto: -“No.” Pensé que no quería porque había visto, como yo, las manchas de sangre que había en las paredes.

Al cabo de un tiempo de viaje rompí el insoportable silencio.

-“Javi, escúchame. Sé que es duro para ti. Pero también lo es para mí. Quiero cuidarte como tú lo has hecho hasta ahora conmigo. Si llegaras a convertirte en… a infectarte del todo… quiero que sepas que yo siempre estaré a tu lado. No voy a irme a ningún refugio si tú no vienes conmigo. ¿Lo entiendes? Lo tengo todo pensado. Escucha; Cuando encontremos a esos supervivientes no diremos nada de tu infección. Luego…

-“CALLATE” – me ordenó con un grito feroz. – “¡CALLATE DE UNA PUTA VEZ!”

Y tras pisar el freno a fondo nos quedamos parados en mitad de la pequeña carretera de la costa.

-“¿Sabes lo que le pasó a la última que me dijo eso? ¿LO SABES? ¡MURIÓ! ¡Reventó por dentro! Yo estaba allí y lo vi.”

Yo le observaba asustada sin comprender sus palabras.

-“¿Y sabes quién era? ¿LO SABES?” – continuó mirándome fijamente con sus ojos inyectados en sangre. - ” ¡Pues era tu madre!”

No podía creer lo que estaba escuchando. Mi madre. La misma que nos había abandonado en su búsqueda de aquel a quien tenía delante... Al final le había encontrado. Y él, no me había dicho nada en todo este tiempo.

-“Eres… eres… un monstruo. “ – fue lo único que me salió.

-¡Sí, eso mismo soy! ¡Y será mejor que te vayas de aquí si no quieres correr la misma suerte! Esta noche he estado a punto de matarte. He olido tu sangre y… He querido… Ahora mismo… “– sus palabras se tornaban incongruentes, aunque sus ojos me aclaraban lo que su boca intentaba decirme. – “Tuve que salir a cazar a alguien. Como lo hago siempre cuando me excitas. ¿Por qué crees tú que no encontramos a ningún ser humano?  Yo los encuentro antes que tú. Mato a los hombres y violo a las mujeres. Tuya es la culpa. Olerte me vuelve loco. Me hace ser cada vez más animal… “– En ese momento comprendí muchas cosas.

Por debajo del pantalón de deporte pude notar su miembro erecto y palpitante, y mucho más grueso que la noche en la que lo hicimos en la playa.

Mi cabeza era entonces un campo de batalla en la que los dos frentes defendían sus posiciones a cuchillo. Por una parte estaban mis sentimientos y por la otra mi cordura, que no podía creer haber sido tan estúpida por confiar así de ciegamente en él.

-“He abandonado a mi hermano allí para seguirte. Para ir con el asesino de mi madre…” – Javier me observaba apretando los dientes mientras yo continuaba. – “Has tenido el valor de volver para llevarme lejos de él cuando sabías lo que habías hecho… Has tenido el valor de acostarte conmigo cuando sabías lo que podía pasarme a mí. “– La rabia se estaba apoderando de mi persona, y ganaba por ventaja a mis sentimientos.

Solo bastó un movimiento de Javier para desatar mi cólera, y a pesar de lo exhausta que estaba del viaje, conseguí  descargar una fuerte bofetada en el rostro de aquel a quién había confiado mi vida.

Él me golpeó con violencia. Me aferró del pelo y me lanzó al asiento de atrás. Con un fuerte tirón me bajó los pantalones y las braguitas, y se abalanzó sobre mí. Ya nada quedaba de humanidad en aquel ser que relinchaba como un caballo y que actuaba como una bestia en celo.

Noté presión y un fuerte dolor en mi parte trasera. Grité, pero mi grito quedó ofuscado por los sonidos guturales que hacía aquel que había sido mi padrastro y mi amante. Levanté la cabeza e intenté zafarme de él, abrir las puertas y escapar, pero la bestia me aferró de los brazos y me bajó la cabeza con furia, aplastándome la cara contra el asiento. Gracias a eso vi una salida a mi desesperada situación.

El asiento sobre el que estaba comunicaba directamente con el maletero, podía verlo delante de mí. Probablemente si estiraba los brazos podría hacerme con la mochila donde estaban guardadas las armas.

Relajé los brazos y comencé a acompasar con mi cuerpo el vaivén de aquel que fue Javier. Éste se relajó y soltó la presión que ejercía sobre mí. Aunque siguió penetrándome, pero esta vez con más suavidad.

Pasé los brazos por la apertura de los asientos y comencé a moverme más rápido, gritando  como si yo también fuera una bestia como él. Eso le agradó, ya que aumentaron sus bufidos animales.

Todo pasó muy rápido, pero ésta vez sí pude utilizar la pistola. Descargué un fuerte disparo contra su pecho quedándome aturdida por el estruendo  del arma.

Javier quedo inmóvil, sorprendido mientras sus ojos iban y venían del arma a la herida de su pecho.

Permanecí encañonándole todo el tiempo, temiendo una posible represalia, pero solo unas palabras respondieron a aquel disparo:

-“Has hecho bien Noe... Yo no merezco que tú me quieras. Fui a buscarte porque se lo prometí a tu madre. Aunque pasar todo este tiempo contigo ha sido lo mejor de mi vida…”

Con esfuerzo salió del coche. Ya no quedaba nada de la bestia que hace unos segundos me violaba furiosa. El disparo le había hecho recuperar la humanidad.

Le vi desaparecer carretera abajo. Tuve que limpiarme las lágrimas en más de una ocasión mientras veía como el hombre al que había amado desaparecía de mi vida.

Días después regresé a mi casa. Allí permanecí durante casi un mes buscando alguna pista de mi hermano por los alrededores. Al final la escasez de víveres y agua me hizo viajar hasta otro lugar.

Pasé por muchas ciudades y vi muchos infectados en mi viaje. Incluso una noche creí escuchar un avión.

Al final, tras muchos kilómetros, encontré señales de un refugio en las cercanías de Madrid. Aunque solo hallé muerte en su interior. Los pocos hombres que había estaban todos mutilados, mientras que los cadáveres de las mujeres permanecían desmembrados desde dentro. El espectáculo era dantesco, y tuve que taparme la nariz para no respirar aquel hedor nauseabundo.

Tras mucho ir y venir encontré un gran centro comercial en el que me refugié durante unos días. Allí pude hacerme con mucha comida y bebida. Resultaba un refugio perfecto de no ser por el hecho de que se convirtió en un recuerdo constante de los días que pasé con Javier. Para mí ya no existía vida antes ni después de él. Y tal era la depresión que sufría que allí mismo desistí de continuar. Dejé de comer y me quedé acostada en una cama de la tercera planta, en la sección de descanso.

Por supuesto enfermé.

Un una mañana  escuché un gran alboroto por las inmediaciones. Desde uno de los inmensos ventanales pude ver una especie de tanques que escupían fuego a unos infectados. Nada podían hacer éstos contra el poderío de los carros de combate, que los diezmó, aplastando a los caídos en su lento pero firme circular.

-“Así que aún quedan seres humanos vivos.” – pensé sin inmutarme.

En ese momento, a pesar de estar a lejos de donde ocurría todo, reconocí a Javier.  Su ropa era la misma con la que lo había dejado marchar. En el pecho aún ondeaba como un blasón la marca roja del disparo que yo misma le propiné. Estaba calvo como todos los demás infectados, y luchaba a brazo partido como los demás de su especie. Junto a él había otro al que también reconocí, y las lágrimas saltaron a mis ojos. Era mi hermano Isaac. Finalmente Javier lo había encontrado, y ahora me buscaba a mí.

Su cabeza se volvió como si nuestros cerebros se hubieran conectado, y sus ojos se clavaron en los míos.

Sonreí al verle de nuevo.

No tardaron en subir hasta la tercera planta. Isaac y Javier. Los dos con su nuevo cuerpo y su nueva especie. Pero con los mismos sentimientos.

Se acercaron sigilosos a mí y me olfatearon. Yo ya sabía lo que vendría a continuación, pero en realidad lo deseaba.

Me abandoné a ellos. A los hombres de mi vida, y ellos me hicieron suya con delicadeza. Los dos me penetraron y se disputaron mi cuerpo. Saborearon mi piel y me hicieron sentir llena y feliz por última vez en mi vida.

¿Qué importaba ya todo?