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Los superheroes de la Segunda guerra civil

en Grandes Relatos

Erase una vez una comunidad ideal, en la que todo el mundo vivía en paz y concordia y no había lugar para el miedo, la mentira y la maldad. Una comunidad en la que se vivía tranquilo y las personas no tenían miedo de salir a pasear por las calles cuando se ponía el sol. En una sociedad así, quién necesitaría personas que se encargaran de defender el bien. ¡No era necesario! El bien ya imperaba por doquier, y eso se dejaba notar a pie de calle, donde todo el mundo era amable los unos con los otros, y no faltaba quien se ofreciera a ayudar en todo lo que buenamente pudiera a los otros.

Esto sería un buen comienzo para un cuento de hadas. Pero es mentira, tal y como los cuentos de hadas.

En realidad el mundo en el que vivo dista mucho de ser parecido a todo lo que he dicho. Los grupos armados tienen tomadas las calles y atemorizan a todo el mundo con la fuerza bruta de sus armas y sus actos. La guerra es el “pan nuestro de cada día”, y las explosiones y los disparos nuestra banda sonora diaria a la que lamentablemente todos nos hemos acostumbrado. De vez en cuando dos facciones se enfrentan y el infierno en el que vivimos se convierte en algo mucho peor, llenando las calles de cadáveres, fuego y destrucción. Aunque eso no es nada en comparación a la destrucción que siembras los “bichos” (los que supuestamente nos “ayudan” a salir del régimen). Son silenciosos, como la muerte, y te das cuenta de su presencia cuando ya los tienes encima, descargando sobre tí toneladas y toneladas de bombas que destruyen hogares, familias y vidas.

Pero entre tanto odio siempre hay lugar para una luz. Y esa está en nosotros, en nuestra familia. Desconozco si habrá más personas que la tengan. Me refiero a la fuerza, que le llama mi hermano, o al poder que le llama mi padre. Lo cierto es que desde que empezó la guerra los componentes de nuestra familia hemos desarrollado todos al unísono unas habilidades sorprendentes. Unas fuerzas ocultas que escapan a todo tipo de comprensión. Incluso a la nuestra. La primera en cerciorarse de ese tipo de fuerzas fue mi madre, aunque ahora ella no está para contarlo...

Bueno, no adelantaré acontecimientos. Lo cierto es que es mejor comenzar las cosas desde el principio, y aún así será difícil de entender, pero intentaré dejarlo todo lo más claro posible. Puede que este escrito lo encuentre alguien cuando termine la guerra (si es que queda algo cuando termine), y pueda ser consciente de lo ocurrido aquí en este funesto año Dos mil Ciento treinta y ocho. Puede que disipe dudas, e incluso sirva para hacer consciente al mundo de la existencia de nuestra especie. Una nueva evolución, tal y como me gusta llamarla a mi, mucho menos beligerante, más resistente y dispuesta a afrontar adversidades solo con el poder de su fuerza interior. Porque es esa fuerza interior la que nos da la vida y nos ayuda a darla a otros. Aunque el máximo exponente de esa fuerza lo tenia la persona que ya he nombrado, mi madre. Una persona increíble, que nos enseñó de bien pequeños a amar la vida y al prójimo, fuera del color que fuese.

Mi hermano y yo nacimos en un pequeño pueblo de la sierra manchega, Alcolea. Un lugar maravilloso embutido en un agreste paisaje bordeado de barrancos y montes repletos de hayas y pinos. Mi padre se dedicada entonces a distribuir el correo blanco (llamaban así a las comunicaciones gubernamentales interprovinciales y estatales), un trabajo que conservaba desde los tiempos de su juventud, cuando vivía en la capital. Precisamente, debido a su trabajo permanecía casi la totalidad el día fuera de casa. Solo le veíamos a la hora de dormir, en la que aparecía en nuestro cuarto para darnos el beso de buenas noches. Esa costumbre la recuerdo desde bien pequeña, en la que siempre lo esperaba despierta para verle y poder hablar con él. Por otra parte, mi madre se encargaba del antiguo almacén de prendas, lugar que suplía de ropa a todo el pueblo. Según nos contaba, en la antigüedad todo el mundo tenía su propio almacén de prendas en su propia casa (y no solo uno), repleto a rebosar de ropa de todo tipo. Fue con la caída del estado político cuando todo empezó a malograrse. El libro de texto que nos leían en la escuela siempre hablaba de la corrupción que asoló el país, llevándole a una guerra que nadie quería pero el sistema necesitaba. Aún no se muy bien qué significa eso, pero lo cierto es que la guerra del treinta y seis dejó España en la completa ruina, no solo económica sino demográfica. Murió mucha gente, y la tecnología que existía por aquel entonces contribuyó a eso.

Ahora las maquinas ya no funcionan. Solo algún coche antiguo y poco más. Una vez vimos volar un avión. Todo el pueblo salió alucinado al escuchar el atronador sonido de sus motores, pero desapareció pronto. Después comenzaron a visitarnos los “bichos”. Unos letales seres que descargaban sobre nuestras cabezas todo tipo de males, fuego, bombas e incluso veneno. Suerte que nosotros, gracias a mi madre, eramos inmunes. Aún la recuerdo arrastrándonos de la mano hacia los refugios del pueblo. Y gracias a esos refugios conseguimos sobrevivir durante aquel tiempo que resistió en pie Alcolea. Los viejos del pueblo tenían una curiosa forma de saber cuando se aproximaban. Por alguna razón la leche se agriaba cuando estos iban a atacar. Era extraño, una superstición que por alguna razón era real y factible, y ayudó a muchas personas a aguantar en la tierra de sus ancestros hasta casi terminar la guerra.

Nosotros también ayudamos desde las sombras a acabar con esos males. Mi padre quiso en más de una ocasión marcharse él solo hacia Madrid y terminar de una vez por todas con aquella guerra civil. Pero las palabras de mi madre siempre lo retenían con nosotros. - ¿De qué servirá? - le decía. - Surgirán otros caudillos, y otros, y otros... En una sociedad corrupta implantada en el miedo solo las malas personas se erigen sobre los débiles oprimiéndolos aún más. - Él nunca estuvo de acuerdo con tales afirmaciones, y aún hoy tiene planeado marchar algún día hasta la capital y reventar al partido desde dentro, aunque a estas alturas prácticamente a ganado la guerra. Solo sobreviven pequeños grupos de guerrilleros que aún luchan con sus antiquísimas armas de metal, contra el ejercito del partido. Un ejercito mucho más equipado y entrenado que ellos, pobres diablos, que van cayendo masacrados día tras día, o capturados y llevados a sus misteriosas cárceles circulares.

Fue en una de esas cárceles circulares donde mi padre descubrió sus poderes. Fue arrancado de nuestros brazos por los soldados. Aún recuerdo como esos cabrones nos golpearon delante él mientras lo iban conduciendo hasta los furgones de detención. Su delito, ser fiel a su trabajo como correo del antiguo régimen. Ahora con el “partido” no había lugar para traidores a la patria. Nos contó que lo condujeron desnudo hasta un hueco circular en una pared. Allí, enterrado en vida lo retuvieron durante una eternidad, y cuando el hambre y la sed (sobretodo la sed) amenazaban con matarle, lo arrastraron hasta una estancia donde una mujer uniformada comenzó a sonsacarle todo tipo de información sobre su trabajo y las dependencias donde depositaba los correos en la capital. Él les contó todo lo que sabía. No tenía razón para ocultarles nada, ya que tanto unos como otros le estaban utilizando para sus planes. Cuando aquella mujer del partido supo todo lo que tenía que saber, mandó llevar a mi padre a las jaulas, unos lugares en los que los reos que ya no servían de nada eran condenados a morir electrocutados.

Ahí fue consciente de la degradación que supone ser una entidad ocupando un cuerpo orgánico necesitado de oxígeno y alimento para poder vivir. Con la electricidad perforando su cerebro comenzó a visitar otros mundos y otras vidas, y con cada visita era un poco más sabio, y aquellos sucesos se repitieron una y otra vez hasta el infinito, y más aún, centurias, milenios, eones... El tiempo dejó de ser sustancial y se convirtió en un tapiz de estrellas, y en cada una cientos de millones de historias confluyeron en una sola, en la suya, y todo continuó inexorablemente hasta que su corazón dejó de latir y todo su cuerpo expulsó la totalidad de fluidos corporales que circulaban por él. Según sus palabras notó un fuerte orgasmo que le inundó hasta las entrañas, y en esos momentos; precisamente en esos momentos, la sabiduría universal se imbuyó en su espíritu. Abrió sus ojos ciegos y vidriosos y supo reconducir los pocos fluidos que le quedaban hasta ellos, permitiéndole recuperar el sentido de la vista y ver de nuevo el lugar adonde se encontraba. Y supo que esa esférica estructura ovalada no era más que hormigón y cemento revistiendo una estructura de hierro; y que esas barras de hierro electrificado, no suponían un verdadero peligro si solo había contacto directo con las pares o las impares. Y para soltarse de aquellos toscos nudos de sus manos y sus pies solo bastó una vuelta más que deshizo el nudo con una facilidad pasmosa. Y cuando la debilidad de su maltrecho cuerpo se hizo patente, no le quedó otra que ingerir todos aquellos líquidos corporales del suelo, que hace un momento circulaban por su organismo, y una vez ingeridos los condujo con total maestría hasta los puntos necesarios para volver a recuperar sus fuerzas. Él sabía todo eso. Era consciente de la debilidad de aquel mundo decadente, y por eso se dirigió directamente hacia la salida de aquella estructura de pasillos entrelazados octogonales. Escuchó como la señal de alarma había sido activada. Las cámaras del techo habían sido testigos de su huida, pero no le importó. La sabiduría universal seguían en él y eso podía con todo, incluso con aquellos guardias que comprendieron pronto sus palabras; la razón equivocada que les llevaba a servir a un partido que no les convenía y les había separado de lo que de verdad querían. Eso aquel hombre desnudo lo sabía, conocía el nombre de sus esposas, de sus hijos y sus padres, y sabía mucho más aún; la enfermedad que consumía a sus hermanos; la muerte de sus ancestros y los verdaderos motivos de enrolarse en aquella locura de guerra. Justo allí abandonaron las armas y huyeron con él. Con aquel mesías que les había hecho ver la luz.

El momento en el que volvimos a ver a nuestro padre y las revelaciones que nos hizo cambió el ritmo inexorable de nuestras vidas, y no solo el nuestro, sino el de todo el universo. Todos comprendimos que nuestros orgasmos eran una puerta que abría un camino desconocido para unos simples seres humanos acostumbrados a las miserias de la guerra.

Aquel ser en el que se había convertido mi padre desapareció unas horas después. Pero todas las revelaciones que nos hizo quedaron en nuestra memoria. Supimos muchas cosas los unos de los otros, y no solo de nosotros, también comprendimos aquella absurda guerra, y la forma tan tosca que tenía “el partido” de recuperar el poder pisando a los más débiles gracias al miedo. Mi madre fue consciente de que iba a morir pronto, pero eso no cambió su carácter jovial, sino más bien lo contrario, la alentó a vivir más intensamente el día a día, permaneciendo más cerca de nosotros y animándonos a querernos más.

Como bien he dicho antes, mi madre fue la primera de nosotros en comprender aquello que nos estaba pasando. Nunca supimos si nuestro padre nos había contagiado aquello, o si simplemente habíamos desarrollado algunas habilidades propias de los seres humanos, ocultas para la mayoría de los mortales. El caso es que tras realizar el coito con mi padre (ahora normal y sin esa especie de luz que le envolvió el día de su vuelta), mi madre también desarrolló una especie de resplandor que, a primera vista no servía para nada pero que, tras examinarnos concienzudamente, descubrimos que regeneraba los tejidos; más aún, los rejuvenecía. El contacto directo con sus manos producía un cosquilleo capaz de curar heridas, y sus besos hicieron rejuvenecer a mi padre, le quitaron las canas que hasta ahora cubrían su cabello y lo volvió fornido y pleno de salud. Ni qué decir tiene que mi padre también experimento un nuevo episodio de sabiduría universal, pero ésta vez solo duró unos minutos. Hablando entre nosotros comprendimos que las características de los orgasmos transferían a nuestros cuerpos esas habilidades superiores, y nuestros propios padres nos animaron a probarlo con nuestros cuerpos.

Mi hermano fue el primero en hacerlo. Por pudor se encerró en su habitación y allí procedió a masturbarse. Pasados unos minutos salió de su cuarto como si tal cosa, pero sus ojos habían cambiado. Su iris ahora reflejaban un color cobrizo, casi rojo. Juntos le animamos a realizar todo tipo de pruebas. Juntamos nuestras manos e intentamos sacar algo de su misteriosa transformación, pero aparentemente nada ocurrió. Fue entonces cuando las sirenas anunciaron que la leche se había agriado en algún punto de nuestra localidad.

Corrimos a toda velocidad hasta el refugio más cercano. Allí soportamos el traqueteo de las bombas cayendo sobre nuestro pequeño pueblo, que una y otra vez reconstruíamos. Aunque, tal y como aseguró nuestro padre en uno de sus episodios de luz: - “Pronto dejaremos de reconstruir este hogar y tendremos que ocultarnos en un lugar oscuro pero seguro.” Un lugar como aquel sótano en el que nos ocultábamos apiñados cuatro familias enteras, mirandonos aterrados unos a otros. Me entristeció ver llorar a todos esos niños, victimas inocentes del horror de la guerra de unos pocos, y en ese momento quise utilizar mi enigmático poder para defenderles.

Cuando todo acabó salimos al exterior, descubriendo con sorpresa que nuestro camino hasta el refugio había sido coloreado del mismo color que los ojos de mi hermano. Aunque un vistazo a ellos nos rebeló que todo había pasado, volviendo del cobrizo a su habitual tono gris oscuro. Los peñascos, las piedras, incluso los arbustos que salían del suelo habían sido teñidos de ese cobrizo color. Nuestro padre nos alentó a volver a reconstruir la vivienda (esta vez solo se había derruido el cobertizo de atrás, aunque algunas habitaciones tenían una grietas considerables, entre ellas la mia), dejando para otro día los experimentos. Aunque yo me moría de ganas de comprobar los resultados del placer orgásmico en mi cuerpo.

Esa misma noche lo hice. A pesar de compartir cama con mi hermano, no pude resistirme a tocarme ahí abajo.

Me deshice de las bragas y comencé a acariciar mi vientre y la parte interior de mis muslos. Comenzaba a estar excitada, y la presencia a mi lado de mi hermano incrementaba aquella excitación. Un cosquilleo en la base de mi sexo me dijo que iba por el camino correcto y así fue, ya que éste comenzó a hacerse cada vez más placentero, con cada roce, con cada toque me fui deshaciendo por dentro mientras mis dedos aprendían a jugar con mi vagina, aquella que guardaba su secreto. Lo cierto es que me costó llegar. Probablemente estaba tan centrada en saber qué poder tenía yo, que mis pensamientos estaban más concentrados en eso que en aquellas caricias. Lo cierto es que necesitaba saber si mi poder sería tan espectacular como el de mis padres, o tan extraño como el de mi hermano, que despertó cuando comencé a moverme espasmódicamente en las puertas del orgasmo.

-¿Que haces? ¡Cerda! - me gritó con expresión de fastidio, pero con curiosidad.

Nada cambió, permanecí unos minutos recuperando el aliento, aún estirada en la cama y con las bragas bajadas. No noté nada aparentemente extraño. Miré mis dedos aún llenos de flujo y me los llevé a la nariz. Me embriagó el típico olor del sexo que conocí por primera vez hace apenas un año.

-¿Notas algo raro? - me preguntó mi hermano.

Yo negué con la cabeza levantando los glúteos para acomodarme de nuevo la ropa interior. Debo de reconocer que en parte me decepcionó comprobar que yo era inmune a aquella mutación. Una extraña mutación que había convertido a toda mi familia en seres superiores, con poderes comparables a las deidades que nuestro profesor guardaba recopiladas en uno de sus libros.

-”Quizá...” - pensé. - “Quizá los poderes vayan concatenados con el orden de proximidad al sujeto emisor, el sujeto que primero desarrolló los poderes, en este caso mi padre. Mi madre, que es la más cercana a él, ha desarrollado un poder también muy importante, y mi hermano, al ser el mayor, se ha quedado con el resto, un poder pequeño relacionado con el color, pero del que aún no conocemos su alcance.” - Hice partícipe a mi hermano de aquella teoría, pero éste no comentó nada. Supuse que también estaba decepcionado con su poder. Aunque aún era pronto para hacer juicios de valores sobre nuestras nuevas habilidades.

2

Una mañana la música de los rebeldes tomó el pueblo. Nuestros vecinos salieron a las calles a dar la bienvenida a aquel reducido grupo de soldados escuálidos y enfermos. Entre ellos volvían algunos integrantes del pueblo, el sacerdote incluido, que nos hicieron reunirnos en la plaza para informarnos de los pormenores de la guerra. Solo nuestro padre fue a verles. Los demás nos quedamos en casa, ayudando a mi madre a reparar la casa con empaste hecho de agua y masilla que con paciencia íbamos colocando sobre las grietas.

-¿De qué sirve reparar esto? - preguntó mi hermano. - Padre ya nos avisó de que pronto nos iríamos de aquí. De que viviríamos en un lugar seguro. ¿Para qué entonces perder el tiempo con esta ruina de casa?

- Tu padre nos avisó de eso, pero no nos dijo que fuera hoy. Y aún tenemos lo que queda de casa para pasar las noches que nos quedan en Alcolea, un lugar que es nuestro hogar ahora. Piénsalo. - Le dijo. - Quizá aún no sea un buen momento para irnos de aquí.

Al volver nuestro padre nos informó de lo entusiasmados que se mostraban aquellos siete hombres acerca de ganar la guerra. Él supo en su momento que todos los rebeldes caerían derrotados y que no había ninguna posibilidad de que sus facciones pudieran ganar terrero a estas alturas. Pero no se lo dijo. Tampoco era cuestión de que le consideraran un traidor al régimen y lo mataran allí mismo. Aunque la realidad era cruel, y ellos deberían afrontarla, tarde o temprano. Iban a perder la guerra, y Alcolea caería al igual que habían caído todas las ciudades del sur y el oeste. Solo unas pequeñas localidades del Este resistían, pero estaban demasiado lejos como para dar apoyo a nuestro pueblo, y la serranía llena de soldados del partido era un hecho. Pronto entrarían a fuego y hierro a nuestro pueblo y arrasarían todo a su paso. Pero para ese momento nosotros debíamos estar lejos de allí.

Esa noche volví a dormir en mi cuarto. Las grietas aún no estaban del todo reparadas y el viento se colaba entre ellas con unos aullidos tétricos, pero yo era valiente. Sabía que vivía con una familia de seres superiores y ellos me protegerían, al igual que yo a ellos.

Mi padre retomó esa noche la vieja costumbre de darnos el beso de buenas noches. Entró en silencio y me besó en la mejilla mientras yo simulaba que dormía.

-Gracias papa. - le dije cuando ya se marchaba.

-Mi princesa... - Exclamó sonriendo pero con expresión triste.

-¿Puedo preguntarte algo? - le dije, a lo que él asintió sin pronunciar palabra. - Cuando... te... eso... te corres... Tú...- No quería ser grosera, pero no supe como preguntar aquello.

-¿Quieres saber lo que siento al llenarme de luz?

Asentí como él.

-Siento... fuerza. Una fuerza enorme y una luz que inunda mis sentidos. Siento que todo está a mi alcance y puedo utilizarlo a mi antojo. ¿Tú no sientes eso? Quiero decir... ¿Lo has probado?

- Si papa. - le hice saber sonrojándome un poco. - Lo he hecho dos veces, pero no he notado nada. Creo que yo no tengo ningún poder.

Mi padre acarició mi mechón de pelo rebelde y lo pasó tras mi oreja derecha. Tras mirarme sonriendo me confesó:

-Yo he sabido que todos nosotros eramos especiales. Todos sin excepción.

Verle allí diciéndome eso me llenó de amargura. Pero no triste, una amargura agradable. Como si estuviera aprovechando un tiempo que me había sido regalado y lentamente se me escapaba.

Con ese sentimiento me dormí.

3

Al día siguiente cuatro de esos guerrilleros entraron a golpes en mi casa. Derribaron la puerta y acorralaron a mi padre que nada pudo hacer para defenderse de aquellos brutos. A golpes le hicieron confesar lo que ocurrió en la cárcel esférica. Según sus palabras, nadie salía con vida de las cárceles circulares. Y quien lo hacía salía completamente enrolado en las fuerzas del partido.

-Dime. ¿Eres tu también un perro del partido? Confiesa. - le gritaron golpeándole una y otra vez.

Mi madre se interpuso entre ellos, pero la hicieron retroceder aferrándola del pelo.

-¡No! ¡No lo soy! ¡Dejadlos en paz! ¡Dejadnos ya! - gritó mi padre mientras le pisaban y le obligaban a ver como uno de ellos (el sacerdote), despojaba a mi madre de sus pantalones y comenzaba a ultrajarla delante de sus ojos.

Nosotros observábamos aquello sin pestañear. No podíamos creer que aquellos hombres, que una vez fueron vecinos de nuestro pueblo (tal y como los curiosos que a prudente distancia espiaban lo que ocurría en nuestra casa) se atrevían a entrar así en nuestro hogar, golpeándonos y violando a mi madre. Porque de eso se trataba. Estaban violándola delante de sus propios hijos aterrorizados ante la terrible naturaleza del ser humano. Entonces fui consciente de cómo me miraban los otros que, cansados de golpear a mi padre ansiaban más sensaciones fuertes.

Uno de ellos me cogió en volandas y con suma violencia me lanzó contra el sofá, que se desfondó con el esfuerzo. En ese momento se tiró contra mí, metiendo las manos bajo mi camiseta y mi pantalón y aferrando con fuerza mis senos y mi sexo. Luché por deshacerme de él. Le golpeé e intenté romperle la cabeza con una lámpara cercana, pero un fuerte puñetazo en la nariz me convenció de que era mejor no resistirme. Todo me dio vueltas y un dolor horrible en mi rostro me anunció que mi cabeza iba a explotar de un momento a otro. Un pitido se instauró en mi cabeza impidiéndome escuchar a mis padres y a mi hermano. Solo los gemidos de aquel animal que tras mucho esfuerzo se hizo camino a través de mi vientre, penetrándome con su viejo miembro seco y cortante.

En ese momento fui consciente de que necesitaba llegar. Era de suma importancia que me corriera con ese monstruo, y comencé a moverme al vaivén de sus movimientos. Al principio el viejo se sorprendió, pero aquello pareció agradarle y continuó más fuerte, y más, y mucho más, bombeando en mi interior aquello que me destrozaba por dentro.

Finalmente noté su líquido viscoso inundándome por dentro, caliente y asqueroso. No quise pensar en eso y continué tocándome yo misma y moviendo las caderas hasta llegar a “algo”. No fue un orgasmo propiamente dicho, pero si algo parecido. Lamenté hacer aquello e incluso llegar a pensar en disfrutar con ese sucio acto mientras mi familia sufría, pero lo cierto es que creí en las palabras de mi padre. Las creí tanto que cada una de sus silabas se hizo doctrina y su significado religión.

Yo he sabido que todos nosotros eramos especiales. Todos sin excepción.”

Cerré los ojos muy fuerte y cuando los abrí la presión sobre mi cuerpo había cesado. Estaba en otro lugar. Aún desnuda, pero sobre un suelo húmedo y pegajoso que despedía un olor de mil demonios. A mi alrededor una estancia repleta de cadenas y oxido rodeaba una mesa antigua de madera oscura. Mis padres y mi hermano ya no estaban allí, pero sí el viejo que me había violado. Permanecía aterrorizado en un rincón bajo la mesa.

-Do.. donde estoy... Esto... ¿Esto que es? - preguntaba una y otra vez mientras inspeccionaba el oscuro y pestilente lugar.

Yo le miré y una sonrisa antinatural se hizo dueña de mi rostro. Sabía que estábamos en otro lugar, muy lejos de aquella casa derruida de nuestro mundo. Habíamos atravesado puertas, y no solo una. Ahora estábamos en un lugar lejos del tiempo y el espacio. Se podría decir que en otra dimensión laberíntica, y en aquella dimensión no había lugar para los intrusos. De eso se encargaba el guardián. El ser que guardaba aquella estación de paso.

Caminó con paso firme hacia nosotros. De él solo eran perceptibles sus terribles pasos que agrietaban el lugar por donde pasaban.

El viejo salió corriendo, tropezándose con las esquinas de aquel oscuro lugar. Pero nada puede escapar al guardián del laberinto.

Los caminos se multiplicaron en cuatro y estos en otros cuatro hasta confluir todos delante de ese ser antiguo. Esa entidad sin nombre que con sus ojos ciegos miró al asustado guerrillero español. Unas manos nudosas salieron de la pared y destrozaron su brazo derecho. Lo cercenaron embutiéndolo en las rendijas de la pared. Otras hicieron lo propio con las piernas y el otro brazo. Y de él solo quedó un tronco sangrante cuya cabeza gritaba aterrorizada mirando su cuerpo mutilado.

En ese momento comenzó a sonar aquella risa. La risa del guardián. Una tétrica carcajada que resonó por la estancia, salió por el portal que era mi propia matriz y siguió sonando durante meses por las rendijas del pueblo y los bosques cercanos.

Los compañeros del viejo huyeron. Durante el resto de su vida intentarían hacer creer a todo el mundo lo que vieron esa mañana en aquella casa de Alcolea, y nadie les creería. Pero lo cierto es que su compañero y esa muchacha desaparecieron en el aire, y luego los trozos ensangrentados comenzaron a salir de una rendija de la pared. Pero lo peor no fue eso, sino la risa que escucharon tras la pared. Las carcajadas del mismísimo diablo que les helaron la sangre haciéndoles escapar hacia los bosques donde otras alimañas les estaban esperando.

De esta manera tan traumática descubrí que puedo tener relación con otros mundos, atravesarlos e interactuar con las monstruosidades que los habitan. Y de esta manera tan traumática huimos de Alcolea para no volver más.