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La Pandemia Roja (III)

en Fantasías Eróticas

Pasaron tres días desde nuestro encuentro sexual en el chalet de las afueras, y ninguno de los dos quiso comentar nada al respecto.

Por las noches Javier se mostraba ausente y silencioso, y solo daba muestras de cariño cuando yo me agazapaba entre sus brazos para dormir. Él solía abrazarme fuerte y darme un beso, pero sólo cuando yo me acercaba. Desde que lo encontré mi apego hacia él fue incrementándose día a día, no pasó lo mismo con él, que cada día que pasaba se mostraba más esquivo conmigo y con menos ganas de hablar.

Un día me conmentó la posibilidad de acercarnos a la ciudad. En su anterior visita había visto en una tienda un equipo de radiofrecuencia con el que poder comunicarse con otros radioaficionados (de existir otros), lo único es que no pudo hacerse con el, ya que el lugar estaba repleto de infectados.

-“Ahora que somos dos podremos cogerlo.” – dijo con una sonrisa e inmediatamente me dio un pequeño beso en la boca.

-“¿Por qué me tratas así? ¿Por qué?” – le pregunté indignada.

Él mostró sorpresa haciéndome saber que no sabía de qué le hablaba, y yo le expliqué que desde que lo habíamos hecho en el chalet, no había vuelto a dirigirme la palabra.

-“Yo solo quiero que no me abandones otra vez. Lo pasé muy mal cuando me quedé sola, y tú, tú… Tú eres lo único que me mantiene viva. Lo único que hace que no me vuelva loca. Yo… allí con ese monstruo tocándome y haciéndomelo.. creí que iba a morir. Que me mataría… Y luego apareciste tú…. No me dejes nunca, por favor…” – le supliqué con lágrimas en los ojos.

-“No volveré a dejarte. Tú eres mi niña.” – me confesó abrazándome.

Al día siguiente partimos en el coche hacia la ciudad. De camino encontramos una farmacia y le ordené parar. Quería coger un “predictor”. Aún me rondaba por la cabeza la posibilidad de que ese monstruo me embarazara y eso era un demonio en mi cabeza que daba vueltas sin dejarme dormir ni pensar con claridad. Necesitaba despejar esa incógnita cuanto antes si no quería volverme loca.

En la farmacia nos aprovisionamos de medicamentos y me hice con un aparatito de esos. Allí mismo, delante de Javier, me incliné y oriné aprovechando mi pis para la prueba.

No estaba embarazada.

Fue un alivio y al mismo tiempo algo desconcertante, ya que desde que ocurrió “eso”, no volví a encontrarme igual de ahí abajo. Antes pensaba con repugnancia que podía llevar en mi matriz uno de esos monstruos, pero ahora ya no sabía que podía ser esa comezón que a veces me turbaba. Quizá tenía alguna especie de desgarro vaginal. No lo sabía, y ahora ya no había ginecólogos en el mundo a quien pedir cita.

Por las calles encontramos a varios infectados. A unos cuantos los atropellamos con el coche. A otros simplemente los dejamos atrás. Finalmente la amplia avenida por la que circulábamos se cerró por un montón de coches abandonados. Javier decidió abandonar el vehículo e ir a buscar otro en otra calle más despejada. Se había hecho un especialista en hacer puentes a los coches y abrir puertas.

De pronto algo me atenazó del brazo. Era uno de esos infectados que permanecía silencioso dentro de un coche. Yo grité y me intenté zafar de él, pero era muy fuerte. Rápidamente Javier descargó un fuerte golpe con el hacha que destrozó el brazo de la bestia. Yo me alejé corriendo comprobando con horror que el brazo de aquella cosa aún se movía mientras seguía atenazado a mi propio brazo.

Javier me detuvo y me tapó la boca con las manos.

-“¡Callate, cállate! ¡Quieres que nos maten!” – me gritó.

De pronto algo izó a Javier por los aires y lo lanzó con violencia a varios metros de aquel lugar. Era otro de esos infectados.

Otros más salieron de entre los coches gruñendo y gritando. Yo me quedé paralizada de terror. Al principio los monstruos me acorralaron y comenzaron a acecharme y amedrentarme con sus gritos y su rabia infinita, pero al poco tiempo comenzaron a olfatearme como unos perros de presa. Entonces me derrumbé. Vi como crecían en sus entrepiernas unos enormes falos blanquecinos llenos de venas. Uno de ellos me atenazó del cuello y comenzó a sobarme los pechos. El otro cogió con sus zarpas mis pantalones y los desgarró, dejándome solo las braguitas. Iban a violarme de nuevo, y ahora no quedaría tan bien parada como en aquella ocasión. Estaba segura de ello.

El monstruo más grande empujó al que me tenía cogida del cuello y se hizo conmigo, me tiró al suelo, me volteó y desgarró las braguitas arañándome los glúteos por el camino. Su instinto les hacía actuar a todos de esa manera, y según parecía de esa manera cubrían a sus víctimas.

Decidí moverme lo más mínimo posible. Cerraría los ojos muy fuerte y pensaría en mi madre, en mi hermanito y en Javier.

No ocurrió nada durante unos interminables minutos.

El silencio del momento se vio roto por el graznar de un pájaro lejano, y eso me hizo volverme para buscar a mis captores. Pero allí no había nadie.

Desconcertada me incorporé, me puse mis destrozados pantalones y salí corriendo nerviosa a ocultarme bajo un coche.  Estaba al borde del colapso nervioso y más al ver allí tirado en medio de la carretera a Javier. ¿Parecía muerto? No lo sabía.

Tras unos segundos de indecisión, decidí salir a socorrerle.

De mi escondite a donde estaba tirado Javier habría unos quince metros, pero a mí me parecieron interminables. Y de los monstruos no había noticias. Parecía que se los había tragado la tierra. Cuando llegué intenté levantarle, pero parecía muerto. Le abofeteé y le zarandee para espabilarle, pero fue en vano. Quizá el golpe fue muy fuerte, o quizá le mató.

Esa terrible idea pasó como un relámpago por mi cabeza y mi desesperación al saberme sola en este mundo me hizo gritar de puro pánico. Suerte que noté enseguida su leve respiración. Estaba vivo.

Con las pocas fuerzas que me quedaban lo arrastré hasta un coche cercano y le subí a él. Cuando me coloqué en el asiento del conductor intenté hacer un puente como los que había visto hacer a Javier, pero por más que lo intenté no me salió. Probé una y otra vez, incluso con otros cables, pero nada pasó.

Cuando levanté la cabeza vi las sombras de otros monstruos bajar de un edificio en ruinas.

Con la rapidez que da la desesperación atenacé a Javier con todas mis fuerzas y lo arrastré hasta la calle de nuevo. Apenas podía ya con él, pero conseguí ocultar su cuerpo debajo de un coche. Fui a dar la vuelta para esconderme junto a él y descubrí unas relucientes llaves colocadas en el contacto  de ese mismo coche. Por fin teníamos suerte.

Volví a por Javier y a toda velocidad lo coloqué en el interior del coche. Arranqué esperando lo peor y el coche respondió de maravilla.

Pisé el acelerador y no miré atrás.

Javier se recuperó bien con mis cuidados. En su caída se hizo una seria herida en un pie y se dislocó el hombro. Eso no fue problema, ya que según sus indicaciones logré colocarle de nuevo la articulación en el sitio. El pie lo tenía mal y solo pude librarle de la infección con medicamentos y desinfectantes, pero le sobrevino una cojera que le siguió el resto de su vida.

Pasamos un día refugiados en una gasolinera abandonada y otro en unos grandes almacenes en los que nos divertimos mucho. Allí volvimos a hacer el amor en las camas de la sección de descanso, y fue maravilloso. Tanto o más que la noche en la piscina del chalet.

Nuestra relación fue reforzándose con el tiempo, y tanto él como yo considerábamos al otro como su pareja. Quedó en segundo plano los tiempos en los que él era solo mi padrastro y mi amor platónico en la sombra.

La supervivencia fue lo peor. Cada vez era más difícil conseguir comida. Los supermercados ya no nos ofrecían nada más que podredumbre. Y las únicas fuentes de alimento eran las latas que encontrábamos en las viviendas particulares. Precisamente en una de ellas hallamos un verdadero arsenal: pistolas, rifles, escopetas, etc. Todo tipo de armas que alguien había estado aprovisionando y que, según los cadáveres medio descompuestos que vimos en el porche, de poco les habían valido a sus dueños.

En esa casa pasamos la noche y volvimos a hacer el amor. Javier me hizo suya con delicadeza, y justo cuando ya creía que habíamos terminado, comenzó a besarme hasta llegar a mi ombligo, luego bajó más y comenzó a saborear mi vulva que estalló de nuevo en un fuerte orgasmo. Nunca antes había tenido unos encuentros sexuales tan llenos y satisfactorios, y eso me hacía feliz. Minutos después nos dormimos abrazados.

A la mañana siguiente cogimos un coche y emprendimos camino. Cuando le comenté lo que había pasado días antes con los monstruos de la ciudad, y la forma en la que habían desaparecido, Javier se quedó meditabundo. Me confesó que probablemente abrían huido alertados por algo. Y que nosotros no éramos los únicos supervivientes de la infección.

-“En la ciudad en la que estábamos había más seres humanos. Quizá ellos les hicieron huir.”

Me sorprendió aquella confesión, y le pregunté el porqué de no haber acudido antes a pedirles ayuda a esas personas.

-“Tú no lo entiendes. Si ellos nos hubieran cogido, habríamos sufrido peor suerte que en manos de los monstruos. Sobretodo tú. A mí me habrían matado, pero a ti…

Según me contó, en esta epidemia solo habían sobrevivido los hombres. No quedaban mujeres. Los infectados que pululaban por las calles buscaban desesperados a las mujeres para cubrirlas y dejarlas preñadas. Luego éstas sufrían un embarazo que las destrozaba por dentro y las mataba.

-“Tú has tenido mucha suerte de sobrevivir. Si te hubieras quedado preñada de eso, ahora no estarías aquí.”

-“¿Pero qué hay de los supervivientes? Ellos nos salvaron. Hicieron huir a los monstruos. ¿Qué problema había con ellos? No lo entiendo.” – le hice saber confundida.

-“El problema es que ellos también son salvajes. Buscan desesperados comida y no les importa matarte si sacan algo de provecho de ello. Yo lo sufrí en mis propias carnes cuando vi al primero de ellos. Me robó la espada y me atacó con ella. De eso tengo estas cicatrices.” – me explicó señalando unas profundas marcas en su cuello y rostro.

Yo señalé con un dedo la cicatriz que, como él,  también tenía en la cara y los dos reímos.

-“Nuestro destino va unido.” – le dije, y le propiné un beso lento introduciendo mi lengua en su boca.

-“Créeme.” – me dijo. – “Es mejor no acercarse a ellos. Según escuché hace tiempo en la radio, existe un grupo de refugiados en algún lugar de la costa.  ¡Y son personas normales! No lo dijeron con claridad, pero si informaron de la existencia de patrullas armadas que recorrían una zona de la costa en busca de supervivientes. Si vamos y nos encuentran, quizá nos acojan en su refugio.

Con esa ilusión comenzamos una búsqueda que se tornó infructuosa en algún momento de nuestro viaje.

Vimos muchos infectados e infinitos muertos por todas partes, pero ni rastro de las patrullas.

Un día nos cruzamos con otro coche. Fue todo muy rápido. Atravesamos un túnel y a la salida, tras tomar una curva, un pequeño automóvil negro pasó en sentido contrario junto a nosotros. La sorpresa que aquel nuevo evento nos provocó hizo que Javier diera un volantazo y acelerara al máximo, saliendo en busca de aquel enigmático automóvil que se perdía en la lejanía a toda velocidad.

Finalmente nos dimos por vencidos. Lo habíamos perdido. Pero otros nos encontraron a nosotros.

Unos todoterrenos nos acorralaron y nos sacaron de la carretera. Javier intentó sacar el coche del terraplén, pero las ruedas habían quedado encajadas y no pudo conseguirlo. Viéndose perdido, decidió utilizar contra aquellos tipos todo el arsenal que teníamos en el asiento de atrás. Ellos no esperaban que estuviésemos armados y muchos cayeron bajo las balas de Javier. Yo también tenía una pistola, pero entre el nerviosismo del momento, y que no sabía usarla muy bien, no pude disparar ni una sola vez. Aun así les hicimos montar de nuevo en sus vehículos y salir huyendo.

-“Vámonos pitando de aquí. Seguro que vuelven a por nosotros.” – Me gritó aferrándome de la mano y haciéndome salir del vehículo.

Pasamos mucho tiempo recorriendo los montes que circundaban la playa, hasta encontrar unos acantilados en los que nos refugiamos a descansar. Era un lugar muy bonito y escondido, pero yo no tenía ánimos para valorar aquello en mi situación.

El cansancio extremo que sufría me hizo quedarme dormida.

Al despertar las estrellas comenzaban a salir, y el rastro de un rojizo sol se perdía por el horizonte. Javier estaba allí junto a mí.

-“Nunca antes te había visto tan bonita como ahora.” – me confesó.

Yo me aparté mi enmarañado pelo hacia atrás y le di un beso profundo y húmedo. Yo también me puse húmeda con ello. Javier comenzó a besarme y a recorrer mi cuerpo con sus manos. Pronto me despojé de los pantalones y con la camiseta como única prenda, comencé a lamer su miembro como una gatita en celo. Me la metí a la boca y noté el sabor salado del mar. Parecía ser que Javier se había bañado en la playa. Seguí masajeando su miembro con los labios, con la lengua. No tardé en notar los latidos que anunciaban su orgasmo. Me la metí toda en la boca y comencé a comérsela rápidamente. Ansiaba ser su hembra de nuevo. Que me follara igual que me estaba follando la boca. Tras unos espasmos comenzó a correrse en mi boca y eso me supo mejor que el mejor de los platos.

Su erección bajó en ese momento, pero yo quería que aquello durara más. Me senté frente a él y comencé a abrir mis labios menores con los dedos, a mostrarle mi cuerpo caliente y deseoso de sexo. Mis manos actuaban rápidamente, y mis dedos paseaban aleatoriamente entre mi clítoris y mi vulva que parecía estallar con mis roces.

Javier me observaba en silencio, pero su pene creciente habló por él. Con fuerza me cogió de las caderas y me dio la vuelta. Firmemente pero con delicadeza me puso boca abajo y se colocó encima de mí (Tal y como hacían los monstruos). Un lúgubre pensamiento pasó veloz por mi cabeza. Entonces noté como entraba en mí. Javier me penetró y aquella presión me hizo llegar al mejor orgasmo de mi vida. Él siguió bombeándome unos minutos más hasta irse dentro de mí. Note una fuerte presión y sus fluidos corriendo dentro de mi vagina, calientes y abundantes. Los anhelaba desde hacía tiempo y ahora los tenía dentro.

Aparentemente todo iba bien, pero el terrible presentimiento hizo mella en mí. Aún con su miembro en mi vulva me di la vuelta y observé sus fluidos verdosos correr por mi pierna. Le miré extrañada.

Sus ojos me lo dijeron todo. Él también estaba infectado.

(Continuará en el siguiente y último capítulo)