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Alicia en el trastero II

en Fantasías Eróticas

6:30 AM

Mis sensores y  circuitos dejan atrás el estado “Stand-by” y vuelven a estar operativos. Una lástima que mis circuitos centrales estén al límite de su energía y los sistemas motores obstruidos.

La rápida revisión rutinaria me informa de lo que yo ya soy consciente:

-“Estoy hecha un desastre…” – pensé mirando mi destrozado cuerpo en los fragmentos de un espejo que hay frente a mi.

A pesar de estar tanto tiempo postrada en aquel armario, los horarios de puesta en marcha y descanso aún los tenía fijados, tal y como los Garcia Martinez me los habían configurado años atrás. Mis últimos días con ellos fueron un engaño; una treta de las que son tan habituales en el mundo humano. Me hicieron creer que todo continuaría igual siempre. Que no cambiaría nada. Pero en realidad ya tenían la factura de compra de otra androide. Una sustituta de la sustituta.

Si pudiera rompería ese espejo que me recuerda eternamente lo inútil que soy ahora… Ya sé que es algo que va en contra de las tres reglas esenciales. La violencia gratuita contra alguien o contra algo no es lógica y debe ser erradicada, pero algo no va bien en mis circuitos cerebrales. Noté esa disfunción cuando aún estaba con Raúl.

El inicio de todo ocurrió hace 6.713 días. Retrocederé hasta el archivo recuerdo de ese día. No tengo otra cosa más importante que hacer.

Desperté tal y como siempre hacía a las 6:30 de la mañana, descubriendo con sorpresa que no estaba en mi habitación. Me encontraba en el interior de algún vehículo terrestre, y el olor a tierra y la ausencia de señalización me anunciaron que circulábamos por alguna especie de vía rural sin codificar. En ese momento bajé la cabeza y comprobé que ya no tenía puesto el pijama.  “Aquello que llevaba puesto no era mi ropa habitual, era una especie de uniforme deportivo con un gran número 13 en la pechera. Y me venía grandísimo.

-“Buenos días dormilona” – me dijo la voz de Raúl (el hijo menor de la familia Garcia) desde la parte anterior del transporte. En aquel momento me percaté de que parecía estar conduciéndolo el mismo, a pesar de su discapacidad.

-“¿No te gusta tu uniforme de rugbi? – preguntó socarrón con una carcajada. – “Ya está bien de ir siempre vestida como una idiota y parecer una idiota. Eres demasiado… artificial. Vamos a hacerte… algunos arreglos…

Su voz sonó dudosa al terminar la frase, y por eso calculé que se disponía a hacer algo malo, o que no estaba permitido por alguna regla.

-“Raul, si se me personaliza fuera de las directrices de la compañía perderé todos los créditos y no podré ser atendida en Sión cuando me averíe.” – le advertí repasando en mi memoria interna las infinitas directrices que la compañía ponía en todos sus productos.

El muchacho permaneció silencioso, mirando al frente mientras maniobraba aquel arcaico vehículo de cuatro ruedas por un sinuoso camino de tierra.

Cuando me disponía a recitar el artículo 172 del código de conducta de usuarios de androides (el que dice que no puede modificar nada sin el consentimiento de la compañía), Raúl comenzó a hablar.

-“Esa es la gracia de ser humano. Nunca sabes cuánto vas a durar, ni si podrán repararte cuando te averíes…”

La tristeza de su voz y su aire melancólico me dijeron que estaba pensando más en sus discapacitadas piernas que en mi.

Yo le observé meditabunda. Vi como sus ojos negros calculaban distancias y peligros, dando información precisa a su cerebro que conectaba con sus rápidas manos, enfrascadas en dirigir el automóvil. En cierto modo se comportaba como un autómata… como lo que yo era.

Observándole recordé nuestras citas nocturnas de los últimos meses. Raúl me usaba para calmar sus más bajos instintos sexuales.

Recibí órdenes estrictas de no comentar nada de lo que sucedía entre nosotros a ningún ser humano, y yo así lo hice. Casi todas las noches Raúl visitaba mi habitación (la habitación de su difunta hermana, mejor dicho), y me utilizaba para todo lo que se le antojaba. En poco tiempo me convertí en una experta en comportamiento sexual masculino. Aprendí técnicas de masturbación, a utilizar diversas partes del cuerpo para darle placer y a hacerle llegar al orgasmo con mi boca (El único orificio de mi cuerpo que permitía algo así). Me instruí sobre todo ello en libros y, por supuesto, en la red (que por aquél entonces aún no se había convertido en la nube).

No tardamos en llegar a una antigua casa de campo medio oculta entre una pequeña arboleda de pinos. Según mis archivos allí vivía un antiguo amigo de Raúl.

Me hicieron pasar a un garaje anexo a la vivienda. Todo el lugar estaba repleto de piezas y repuestos de autómatas, porciones de motores y un gran rotor de heliplano abandonado en el fondo de la habitación. Raúl y su amigo me tumbaron en la camilla que presidia la estancia y se apartaron a conversar lejos de mis oídos. Aunque mi sistema de audio podía escucharles perfectamente. Según pude deducir se disponían a introducirme un nuevo hardware que, según sus palabras parecía ser “pirata”, o lo que era lo mismo, una actualización sin licencia y peligrosa para mis sistemas.

Allí también se encontraba una chica rubia, alta y un poco desgarbada, que permaneció unos minutos  fascinada mirando mi cuerpo desnudo. Cuando Raúl y su amigo regresaron junto a mí, ésta desapareció tras una puerta.

Pronto comenzó la “actualización”. Me despojaron del uniforme de Raúl, dejándome desnuda, y me izaron las piernas colocándolas en unos soportes a la altura de mis rodillas. Desde ahí mi zona perineal estaba totalmente expuesta a sus ojos.

Desde mi postración pude medir las constantes de mi dueño. Estaba en parte excitado, pero también avergonzado al compartir la visión de mi cuerpo con aquel extraño. Aquello me complació.

El amigo de Raúl (al que éste llamaba Nicco) comenzó a trastear mi zona genital y logró cortar con una cuchilla una porción de mi carne artificial. Raúl me miró a los ojos y cogió mi mano derecha. Parecía estar sufriendo por mí. Ese gesto humano también me complació.

El amigo de mi dueño parecía estar seguro de lo que hacía. Sacó de mi interior una regleta de metal que sustituyó por un cilindro lleno de cables. Estos cables de colores los fue uniendo uno por uno con los correspondientes opuestos que salían de mi cuerpo. No tardó en terminar la operación, dejando para el final la configuración.

-“Tiene cinco niveles de intensidad. ¿Lo pongo en el cinco? “ – le preguntó a Raúl con cierta sonrisa maliciosa.

No tardé en averiguar para que servía aquel selector de intensidad, ni conocer las potentes sensaciones que desarrollaba un orgasmo artificial.

Nicco comenzó a acariciar mi nueva vagina con los dedos, y las sensaciones que experimenté se escaparon de todo lo que había sentido hasta entonces. Mis muslos se tensaron, la boca se me secó y desarrollé un torrente de placer que subió como un rayo desde mi entrepierna hasta mi cabeza, retornando rápidamente a mi vulva que estalló en un potente orgasmo.

Tras un par de minutos pude recuperar el control de mi cuerpo, aunque las piernas aún me temblaban y por la humedad de la zona pude comprobar que se me había escapado algo de orina. Nunca había experimentado algo así, y aquello me asustó. Pensé que algo se había roto dentro de mí, y la compañía Sion no podría repararlo, ya que ahora yo era una androide modificada, o lo que era lo mismo, había perdido la garantía del fabricante.

Raúl pareció comprender mi preocupación, y acercándose a la camilla me informó de que todo estaba bien. Me habían introducido un “equipo de pasión”. Lo que tanto me había repetido Raúl  en nuestros innumerables encuentros sexuales. Una actualización del hardware que haría de mí una eficiente androide de placer. Aunque mi dueño me advirtió muy seriamente que no comentara nada de aquello a mis otros dueños, sus padres. Según me dijo, ellos no debían saber que yo poseía aquello, y por supuesto no podría mostrarme desnuda delante de ellos. Yo accedí a ocultar aquel hecho no sin ciertas dudas, ya que en la revisión anual de la compañía los técnicos descubrirían con seguridad aquel objeto extraño insertado en mi.

Una hora después nos dispusimos a comer en el porche de la casa. Ivana, la novia de Nicco, cocinó pescado y patatas, y todos juntos pasamos una velada agradable escuchando a los grillos que cantaban al sol.

Tras recoger la mesa me dispuse a dirigirme al coche para irnos, pero Raúl me detuvo.

-“Espera Ali.” – Me ordenó. – “Nicco me ha propuesto algo… “

Ese “algo” fue mi primer encuentro sexual completo.

Ivana me acompañó hasta una pequeña habitación en la parte alta de la casa. Allí me dio a elegir entre varios conjuntos de ropa interior. Yo elegí un pequeño bikini negro, más acorde a la talla de mis senos que las otras opciones.

-“Esta ropa vuelve locos a los hombres. ¿Entiendes lo que digo?” – me preguntó mientras se ajustaba unas braguitas de encaje blanco. – “Los hombres son fáciles de comprender. No son tan complicadas como… “nosotras”. – Y tras acercarse hasta casi rozar su boca con la mía, deslizó una mano en mi entrepierna. Yo arqueé la espalda de puro placer. No estaba acostumbrada a un sentimiento tan fuerte, y cada vez que me tocaban ahí abajo parecía estar recibiendo una descarga eléctrica. Tras esto cogió pasó una mano por mi nuca y llevó mi boca hasta la suya, deslizando su lengua dentro de mi cavidad oral. Aquello me recordó los besos que me daba Raúl en nuestras noches privadas.

Aquella chica olía a estrógenos, y sus pupilas dilatadas y su respiración me anunciaron su excitación creciente.

Tras sacar su lengua de mi boca exclamó:

-“Wauuuh… voy a tener que comprarme una como tú. Eres fantástica.” – Y tras darme una pequeña palmada en los glúteos me instó a acompañarla: - “Vamos, tenemos a nuestros hombres esperando.” Yo la observé alejarse. En esos momentos no comprendí lo que había pasado. Mis archivos no disponían de suficiente información.

La sala principal de la parte baja se había convertido en cuestión de minutos en un gran salón de masajes. Raúl y Nicco habían llenado todo de cojines y velas encendidas, siendo esta la única iluminación de la estancia. Olía a incienso, y este aroma se confundía con las feromonas que salían de los cuerpos de los seres humanos allí presentes, excitados sobre todo por mi presencia allí. Una androide a punto de perder la virginidad, como más tarde me comentaría Raúl.

Fue precisamente mi dueño quien empezó. Me hizo sentarme en una silla y, colocándose a mis espaldas, comenzó a besar mi cuello mientras masajeaba mis senos y pellizcaba mis pezones (que empezaron a ponerse erectos). Esa acción tuvo un nuevo efecto en mi periférico genital recién estrenado. Comenzó a humedecer mi vulva, que llenó de líquido la silla.

El placer que sentí fue en aumento cuando Raúl me cogió en brazos y me sentó encima de su silla hidráulica. Lo noté muy ansioso, casi al borde de la cardiopatía, aunque tenía órdenes de no preocuparme por su salud durante nuestros encuentros sexuales. Así me lo había ordenado él y así lo debía cumplir. Lástima que… (bueno, no adelantaré acontecimientos…)

Mientras notaba las manos de Raúl recorriendo mi cuerpo, observé a la otra pareja. Nicco tenía aferrada a Ivana del pelo mientras la penetraba por detrás. Ésta permanecía de pie medio recostada sobre uno de los sillones, ofreciendo la retaguardia a su amante que resoplaba mientras iba y venía dentro de su vagina. Los dos tenían sus ojos clavados en mí.

Raúl no tardó en intentar hacerlo conmigo. Primero introdujo un dedo, luego dos y luego tres. Masajeando mi interior mientras pellizcaba mis pezones. Yo apreté los dientes y arqueé la espalda de puro placer. Aquella sensación era tan terriblemente fuerte que la califiqué de peligrosa para la estabilidad de mis sistemas que comenzaban a recalentarse.

Unos segundos de inactividad me llevaron a sentir en lo más profundo de mí la sensación de sentirme mujer de verdad.

Raúl me penetró, aferrando con fuerza mis caderas mientras se movía dentro de mí. Yo creí estar al borde de la desconexión. El vaivén que siguió a eso fue aún más placentero que la propia penetración provocándome lo que ahora sé que son orgasmos múltiples.

Quedé fascinada y al mismo tiempo agotada de tal despliegue de fuerza bruta. Mis circuitos se colapsaron al llegar al 6 % de energía, y lo último que vi ese día fue el líquido seminal que salía de mi vulva a borbotones.

Al día siguiente Raúl me despertó en mi cama.

Me comentó que Nicco había vuelto a poner el selector de mi vulva al “4”, para así evitar que volviera a desconectarme.

-“Pero… ¿Dejaré de sentir lo que sentí ayer?” – le pregunté.

-“Eres fantástica Ali.” – exclamó sonriendo mientras acariciaba mi pelo. – “No tengas miedo. Te prometo que te haré sentir mucho más.”

Eso me complació.

Lo que ocurrió aquel día -6.713, lo tengo guardado fuera de los demás archivos de recuerdo común. En una carpeta especial llamada “Mi vida con Raúl”.

Ni qué decir tiene hablar de las posteriores citas con mi dueño, amante, hombre… Nuestros encuentros sexuales se convirtieron en unas relaciones completas en las que llegué a conocer a la perfección sus gustos y costumbres.

Practicamos durante meses nuevas posturas, nuevos desafíos y nuevas formas de hacernos llegar al clímax. Lo hacíamos a todas horas. Y cuando estaban nuestros padres en casa los dos anhelábamos quedarnos solos para desnudarnos y hacerlo.

Todo hubiera ido a la perfección si no hubiese aparecido en nuestras vidas esa mujer. Se llamaba Eva, y era amiga de Ivana, la novia de Nicco.

Según parecía Eva estudiaba en la misma facultad de Raúl, y  tras varias citas de las que yo no tuve noticia alguna, comenzaron a salir. Raúl me lo confesó tras una noche de sexo en la playa.

-“Escucha Ali, tengo que contarte algo. Estoy comenzando una relación con una chica.”

-“¿Una relación completa?” – le pregunté queriendo saber si la relación entre ellos reunía secretos, sexo y caricias como la nuestra.

-“Sí.” – me dijo con un atisbo de timidez. –“Es una compañera de facultad y es fantástica (es fantástica, es fantástica…). Pero no quiero que eso interrumpa nuestra confianza Ali. Lo único que quiero ordenarte es que ceses tu iniciativa  a la hora de relacionarnos. No voy a tener sexo contigo nunca más. Lo tendré con ella. Pero quiero que, exceptuando el tema sexual, continúes tratándome como siempre. ¿De acuerdo?”

-“De acuerdo.” – le dije sin comprender qué estaba pasando en mi cerebro positrónico.

(… es fantástica…)

Una pequeña desconexión y una sobrecarga me informaron de un error desconocido. Investigando en la nube descubrí años después que aquel informe de error fue provocado por una sensación muy parecida a los celos humanos.

Raúl tenía razón. Eva, la nueva novia de Raúl, era fantástica. Trataba a nuestros padres con respeto y confianza, y resultó ser muy inteligente. Le gustaba jugar conmigo al ajedrez, y siempre me ganó, incluso cuando actualicé mi juego con intención de humillarla. En esa ocasión me dejé ganar. Aún no sé porqué lo hice.

Raúl dejó de vivir con nosotros, y ya solo venía los fines de semana. Cuando lo hacía siempre iba acompañado de Eva, y los dos practicaban sexo en su habitación. La que una vez fue también mía. A mí me gustaba escucharles mientras lo hacían y evaluar sus orgasmos con los que tenía conmigo. Casi siempre ganaban los nuestros, aunque eso parecía no importarle, ya que continuó su relación hasta llegados los tres años, que ocurrió algo inesperado.

Eso ocurrió en el día -5.583

Una noche aparcó un aerocar en el jardín de mi casa. Mis sensores de peligro se activaron, haciéndome despertar en mitad de la noche.

Era el vehículo de Eva. Venía ella sola y atravesó el portal de mi casa sin mirarme.

-“Ven, siéntate. Tengo que hablar contigo.” – me ordenó.

Yo obedecí, preparándome a escuchar.

-“¿Qué le hacías? – me preguntó haciéndome repasar entre mis archivos algo que pudiera responder a su pregunta. – “¿Tan bien te lo follabas que no ha podido olvidarte? No disimules. Sé que tienes la capacidad de mentir y de disimular. Eres una puta perfecta.”

No supe qué responder ante aquello, y mi programación básica respondió al insulto:

-“por favor, no me insultes o me veré obligada a dar parte a mis dueños de tu comportamiento.”

Esa era la provocación que la iracunda Eva esperaba.

Me aferró del pelo y tiró de mí con fuerza. Las dos caímos al suelo a pesar de que mis sistemas estabilizadores se activaron.

Ya sobre mí pude ver como entre sus dedos sostenía parte de mis cabellos arrancados (los cabellos de Alicia). Desde ahí comenzó a golpearme, y eso fue lo que despertó la disfunción que tenía en mi cerebro.

-“la puta eres tú.” – le dije inmersa en algo que más tarde sabría nombrar:  ira humana.

Eva comenzó a mirarme con los ojos como platos. No podía creer lo que había escuchado.

-“¡LA PUTA ERES TÚ!” – le repetí empujándola con fuerza.

Aquel acto de rebelión me supuso la desconexión por violar la primera ley, y numerosos cargos en mi contra.

A pesar de la negación de Raúl, volví a la compañía Sión. Allí evaluaron mi estado y me despojaron de mi vagina pirata. Tras infinitas pruebas no consiguieron encontrar error alguno en mis sistemas, y tras copiar mis archivos, los usaron como prueba para librar a mis dueños de una buena multa, y a mí de la desconexión total.

Eva cortó la relación con Raúl y quedó ante todos como una loca que le echaba la culpa a las maquinas de sus problemas mentales.

Yo fui consciente en todo momento de mi culpabilidad, pero había aprendido una característica humana que nunca he olvidado: la mentira.