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La pandemia roja (II)

en Fantasías Eróticas

Desperté en la oscuridad de la noche. Apenas me podía mover y estaba toda ensangrentada y mojada. Las fuerzas me habían abandonado y moverme a rastras suponía un esfuerzo tan grande que las nauseas volvían una y otra vez.

De mi entrepierna brotaba sin parar un líquido asqueroso de color verde que supuse sería el esperma de ese animal asqueroso. Estaba desnuda tal y como vine al mundo, pero no me importaba. Solo quería salir de allí. Sobrevivir a costa de lo que fuese. Sabía que la bestia que me había llevado hasta allí volvería tarde o temprano, y debía estar lejos cuando lo hiciera.

Tras sacar fuerzas de flaqueza llegué sin aliento hasta el fin de la arboleda. Desde allí puede ver una carretera y en la penumbra de noche pude adivinar las sombras de unos coches abandonados.

Con dificultad me puse de pie e intenté correr, pero mis esfuerzos me llevaron nuevamente al suelo. Tenía una herida profunda en el muslo derecho y había perdido mucha sangre. Apenas tenía fuerzas para moverme y un dolor sordo en el costado derecho me obligaba a respirar con dificultad. Aún así lo intenté una y otra vez hasta conseguirlo. Llegue al primer automóvil allí abandonado. Un moderno utilitario marca honda, y abrí la puerta. Arrastrándome conseguí colocarme en el asiento del acompañante y con un profundo suspiro cerré la puerta y bajé la pestaña del seguro. Allí, con la aparente seguridad que me ofrecía aquel vehículo, me desvanecí de nuevo.

No sé bien si lo soñé o si realmente ocurrió de veras, pero a lo largo de mi sueño creí escuchar disparos y gritos cercanos. Yo estaba tan realmente cansada que no puede abrir los ojos hasta que el sol del mediodía me deslumbró. Una vez despierta descubrí con alegría una botella pequeña de agua mineral casi llena guardada en la guantera. Estaba caliente, pero no me importó. Me la bebí con ansias.

Ya con un poco más de fuerzas, me dispuse a salir del vehículo. A mi alrededor había numerosos cadáveres diseminados por la carretera y el arcén, y supe enseguida quienes habían sido los ocupantes del coche que ocupaba. En un trayecto de unos cuantos metros había restos humanos blanquecinos y algunos infectados yacían sin vida alrededor del vehículo. Solo dos personas, un chico y una chica desentonaban con todos los demás cadáveres. Sospeché que la pareja había decidido pararse por algún motivo en mitad de la carretera y al hacerlo habían sido sorprendidos por esas bestias. El cadáver de la mujer permanecía desnudo de cintura para abajo y con evidentes muestras de haber sido violado.

-“Así que, además de animales salvajes son unos violadores” – pensé recordando con dolor lo que yo misma había sufrido esa fatídica noche.

Con cuidado me vestí con la ropa de los muertos. Los pantalones del chico me venían grandes, pero me vinieron bien para así no rozar demasiado mis heridas. LA suerte quiso que en sus bolsillos encontrara las llaves del coche.

Con ánimos renovados me encaminé a arrancar el vehiculo y salir de aquel lugar de muerte cuando antes.

El coche arrancó bien, pero me ofreció la mala noticia de que apenas le quedaba gasolina. Aún así conseguí sacarlo de la urbanización y encaminarlo hasta la carretera comarcal que unía aquella zona con el pueblo cercano.

Tuve que hacer varias paradas para despejar la carretera de otros coches y de cadáveres, y así llegué a la alambrada destrozada de los militares. Decenas de cadáveres de soldados yacían allí a la espera de ser devorados por las alimañas. Desde ese punto observé como todos los cadáveres femeninos habían sido mancillados.

-“Qué razón tienen estas bestias para hacer esto?” – me pregunté, y en ese momento caí en la cuenta de que todas las bestias que había visto hasta ese momento, ya fuese en persona como en televisión, eran de género masculino. Los infectados solo eran hombres. No había mujeres entre ellos.

De pronto un empujón bestial casi me hizo salir de la carretera.

Allí frente a mi estaba de nuevo esa alimaña. El mismo infectado que aquella noche me violó. Su imponente figura de casi tres metros se veía titánica en comparación a mi pequeño utilitario. Con un grito se abalanzó contra el capó del coche destrozándolo. Y como eso no detuvo el rugir del motor que luchaba por escapar, la bestia lo atenazó del parachoques y lo levantó en vilo. Era asombrosa la fuerza descomunal de aquella bestia.

Yo mientras pisaba el acelerador con todas mis fuerzas, pero las ruedas ya no tocaban el suelo.

Entonces lo ví.

Un motorista venía a toda velocidad contra la bestia. Todo ocurrió en cuestión de decimas de segundo, pero a mí me parecieron años.

Un enorme golpe hizo a mi coche caer con un fuerte estruendo y comenzar a derrapar por el suelo, lanzándome a toda velocidad carretera abajo. No pude hacerme con el control y el vehículo derrapó, saliendo de la carretera y dando un fuerte golpe contra  algo que lo hizo volcar.

Magullada pero viva salí como pude del vehículo destrozado y vi lo que había pasado. Fuera quien fuese el de la moto me había salvado. Había lanzado su vehículo contra aquella bestia aplastándola y ahora permanecía hecha jirones de carne por todo el asfalto.

Una voz conocida detrás de mí me alarmó.

Era Javier. El motorista había sido Javier. Me preguntó si estaba bien y me ayudó a incorporarme. Cuando le vi no pude evitar ponerme a llorar como una niña pequeña y me abalancé a su cuello dándole besos. Él reaccionó de manera extraña, ya que me acarició la cara y me apartó.

-“Espera aquí. Tenemos que asegurarnos.” – exclamó.

Tras decir aquello se acercó a su moto en el suelo y sacó algo de la mochila que llevaba. Al principio pensé que se trataba de la espada que se había llevado, pero no. Era un hacha. Con ella en la mano se dispuso a rematar al enorme monstruo que descansaba destrozado en la carretera.

Desde allí puede comprobar con terror que aquella bestia no estaba muerta. Al verle le rugió y levantó levemente un brazo, pero Javier se lo bajó de un hachazo, y con gran rabia descargó otro hachazo en su cabeza que acabó para siempre con él.

Tras recomponernos de aquel episodio, Javier y yo nos dirigimos en la moto hacia nuestro bungalow. No hablamos de nada en especial, solo nos dirigimos la palabra cuando él me preguntó por mi hermano y yo le pregunté por mi madre. Él me volvió a preguntar con un grito por Isaac sin responder a mi pregunta. Le conté lo que había pasado y me abracé a su espalda llorando. No entendía su reacción (nunca me había gritado), y supuse que algo malo le había pasado a mi madre.

Tras llegar a casa  atravesamos el destrozado porche y entramos en el comedor. En ese momento reparé en una señal hecha a bolígrafo había en el marco de la puerta de salida. Era una flecha que señalaba hacia el exterior de la casa. Javier salió alarmado sujetando firmemente el hacha en la mano.

-“No está. ¿Estás segura de que lo dejaste ahí dentro?”.

Yo asentí señalando la flecha con un dedo.

-“Esto lo ha hecho Isaac. No estaba antes.” – dije confundida, pero segura de mis palabras.

Todo Lo que quedaba de ese día lo pasamos rastreando  las inmediaciones en nuestra búsqueda inútil. Isaac no apareció. Solo encontré otra de esas señales medio borrada en la parte de atrás de una furgoneta.

Exhaustos y deprimidos decidimos pasar la noche en el sótano del supermercado cercano. Allí aún quedaban víveres y la puerta blindada ofrecía una cierta protección que nos reconfortaba.

Javier me preparó una improvisada cama y allí cenamos en silencio conservas y agua mineral. La tenue luz de las velas no pudo ocultar mis lágrimas, ni las de él.

A la mañana siguiente descubrí con horror que estaba de nuevo sola. Intenté salir, pero la puerta se abrió sorprendiéndome. Era Javier. Traía unas bolsas en la mano y en la otra su inseparable hacha.

Me había conseguido una camiseta, un bikini y un pantalón corto de mi talla. Cuando le pregunté de donde lo había sacado me confesó que desde que nos abandonó, había aprendido a ser autosuficiente.

-“Y tú también debes aprender a serlo si quieres sobrevivir.” – exclamó. – “Yo no estaré siempre a tu lado.”

-“¿Me abandonarás?” – Le pregunté indignada. –“¿…Otra vez?”

El permaneció en silencio y solo me lanzó una botella de batido a las manos.

-“Desayuna. Hoy será un día duro. Tenemos que encontrar a tu hermano.”

Tenía razón.

Ese día recorrimos de nuevo las inmediaciones de casa, explorándolo todo cuidadosamente en busca de algún indicio que nos llevara a encontrar a mi hermano. No volvimos a encontrar nada. Ni flechas ni señales. Nada.

Ya caída la noche nos hicimos con un automóvil y recorrimos la circunvalación de la costa en dirección a la ciudad. Por el camino pasamos junto a unos infectados que se lanzaron en pos nuestro. Desde el coche pude ver la expresión de sus rostros. Era rabia animal. Querían cazarnos a toda costa corriendo como almas que lleva el diablo. No lo consiguieron naturalmente.

-“Son demonios”. – Exclamó Javier sin decir nada más.

Ese pequeño atisbo de confianza me sirvió para confesarle lo que pasó esa noche en casa. Cuando nos atacaron esos animales y ese gigante me violó.

Javier permanecía callado mientras le contaba los pormenores de lo acontecido. Parecía estar analizándolo todo fríamente, pero sus manos estaban tensas y la rabia lo poseía. Por un momento quitó los ojos de la carretera y me ladeó la cara, deteniéndose en la herida de mi cara.

-“Me corté. Y en el muslo también. Cuando… cuando esa cosa me arrastro por la ventana…” – le confesé.

Javier me acarició la cara con dos dedos y bajó la mano hasta mis rodillas. Después de ese cariñoso gesto volvió en silencio a concentrarse en la carretera.

Aún estando deprimida y angustiada por el destino de mis seres queridos, no pude evitar excitarme con ese gesto suyo. Me dio vergüenza sentir algo así en esa situación, y con Javier que era casi como mi padre.

Tras casi una hora de viaje llegamos a las afueras de la ciudad. Javier paró el coche y empujó un cercado lleno de ramas secas de un lado de la carretera, desvelando así una senda semi-oculta entre los árboles. Tras atravesar dicha senda, Javier dirigió el coche hacia una rampa natural que se internaba en los cimientos de una casa de campo.

Aquel refugio era increíble. Había hasta una pequeña piscina dentro del sótano. Todo decorado con maderas y mármol de primera calidad, y con suficientes víveres para pasar allí varios meses. Se notaba que Javier había estado allí antes. Él mismo lo confesó al contarme cómo sobrevivió en su primera incursión en la ciudad infectada. Encontró aquel refugio de casualidad huyendo de unos infectados, y allí permaneció durante dos semanas.

Esa noche cenamos juntos. Hacía tiempo que no comía tan bien y de tantas cosas.

Tras saciarme me puse el bikini que había conseguido Javier y me relajé en la piscina interior. Allí observé la herida de mi muslo y no me gustó su aspecto. Me dolía y permanecía hinchada y oscura. Posiblemente estaría infectada, pero ya me las arreglaría. Posiblemente en aquel chalet habría un botiquín o algo parecido, y ya le había dado a Javier demasiados calentamientos de cabeza.

Estaba muy relajada y mi cabeza no paraba de pensar. Dicen que cuando hay muchas preocupaciones o problemas, el cerebro humano tiende a entretenerse con cosas positivas para no entrar en depresión. Así estaba yo. En vez de pensar en qué habría sido de mi madre o de Isaac, mi cabeza se entretenía en repasar una y otra vez la caricia que hizo Javier en el coche.

Me excitaba pensar en eso.

Comencé a acariciarme como yo sola sabía hacer. Al principio por encima del bikini, y después metí un dedo por debajo. Hacía ya un par de meses que no me tocaba por todo esto de la pandemia, y eso, unido al calentón que me hacía recordar la mano de Javier en mi rodilla, convirtió aquello en una masturbación magistral.

Llegue a correrme dos veces, y cuando iba a ir a por la tercera apareció mi padrastro. Calculé que me había visto con seguridad. No sabía cuánto tiempo llevaba ahí, pero supuse que mucho, ya que había unas bolsas encima de la mesa y trastos que había traído diseminados por el suelo. Él actuó con naturalidad. Se despojó de la ropa y se quedó desnudo enfrente de la piscina. Desde ahí observé que no estaba nada mal para haber cumplido ya los cuarenta años. Tras ponerse un bañador se metió en la piscina junto a mí.

-“¿Estás bien?” – me preguntó. – “¿No te importa que me bañe contigo, no?”

-“No, claro que no me importa.” – le contesté.

Es curioso como aún estando en el fin del mundo, con una epidemia que ha diezmado a la mitad de la población y habiendo sido víctima de una violación por un monstruo, mi vergüenza porque me pillara masturbándome me hacía enrojecer.

-“No te avergüences. La soledad es muy mala. Ni yo mismo sé lo que hago. A veces creo que voy a convertirme en uno de ellos por las cosas que se me pasan por la cabeza.” – confesó.

En ese momento decidí despejar una incógnita que me asaltaba desde hacía años.

-“¿Alguna vez te has sentido atraída por mi?”

Aquella pregunta no la esperaba, y de eso me di especial cuenta por la cara que puso.

-“Desde que te conocí siempre has sido mi princesa. Y al crecer te has ido haciendo una mujer guapísima. Pero nunca se me pasó por la cabeza…” – se detuvo sin mirarme.

-“¿Nunca te has sentido atraída por mi?” – repetí mi pregunta buscando un hueco bajo su hombro y abrazándole. Desde ahí pude ver como su miembro crecía y sus ojos iban y venían desde mis pechos hasta la sombra de la braga de mi bikini.

“Sí. Alguna vez.” – confesó abrazándome.

Aquel abrazo comenzó a ser algo más cuando comencé a acariciar su pene por debajo del agua. Aquel bañador parecía a punto de estallar con la presión que aquel miembro ejercía.

Yo nunca me sentí capaz de aquello antes, pero ahora era todo diferente. Mi madre no estaba y Javier… siempre había sido el actor de mis fantasías sexuales.

Javier tiró de los hilos de mi bikini y éste dejó libre mi entrepierna. Estaba superexcitada y quería hacerlo con él. Yo no era virgen ya que lo había hecho en otras ocasiones con otros chicos, pero Javier era diferente. Ansiaba con toda mi alma entregarme a él, y estaba a punto de conseguirlo.

Tras acariciar su miembro comencé a masajearlo más fuertemente por debajo del bañador. Él a su vez, hizo lo propio con mi vagina, que la hizo suya insertando uno y dos dedos y luego acariciando mi clítoris y abriendo mis labios hasta más no poder. Estaba como loca y quería sexo. Aquello no me saciaba, quería más. Javier me quitó la parte de arriba del sujetador y comenzó a masajear mis senos, a chupar mis pezones que estaban erectos y duros. La presión ahí abajo era demasiado y hasta me dolía. Tenía la vagina al rojo vivo y quería ser penetrada.

Con decisión me coloqué encima suyo e inserté su verga en mi vagina. La sensación que experimenté fue increíble. En ese momento me olvidé por completo lo que me había hecho aquel monstruo dos noches antes. Era una parte más de Javier y él era una parte más mía. Y los dos nos restregábamos bajo el agua y nos abrazábamos como salvajes.

El vaivén siguió durante unos interminables minutos en los que creí morir. En ellos llegue a uno, dos y tres orgasmos seguidos. Tras terminar de correrme por tercera vez comprobé como mi hombre me levantaba y me colocaba inclinada mientras él se hacía con mi retaguardia. Volvió a penetrarme por la vagina, pero esa vez desde atrás. El vaivén fue en aumento y en ese momento noté que se corría. No llegó a hacerlo y me fastidió aquello, ya que se fue por toda mi espalda al sacarla a tiempo. Le quise decir que podía correrse dentro, que posiblemente me habría preñado esa bestia y en ese momento las nauseas se apoderaron de mi. Saber que dentro de mi podría existir el feto de uno de esos monstruos me trastornó. Ya sé que tenía que haber supuesto esa posibilidad, pero hasta ese momento no había sido consciente de ello.

Se lo conté a Javier entre lágrimas. Le hice saber mis temores y él me arropó con sus brazos.

Luego me sacó de la piscina con delicadeza, me secó con una toalla, y me acostó junto a él. Esa noche dormí como una marmota.

Todo cambiaría entre nosotros a partir de ahí.

(Continuará)