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Provocando demasiado

en Trios

Siempre había querido provocar como lo hace una mujer de esas que saben lo que buscan los hombres. De esas que sacan todo el partido a su cuerpo para excitar a los hombres hasta el punto de tener la certeza de que un upskirt en el momento adecuado es una paja segura. Me ha pasado veces el encontrarme en la oficina con una minifalda más corta de lo normal, un cameltoe o un upskirt casual y fugaz y tener que salir disparado al baño a masturbarme. Supongo que hay algunas mujeres que cuando escogen su ropa saben que eso puede pasar, y juegan sus cartas de seducción. No lo sé, tal vez sea algo que sólo reside en la imaginación de los hombres como yo.

El caso es que en mi cabeza daba vueltas durante mucho tiempo el estereotipo de la provocadora, y sentía la necesidad de ser así, aunque fuese durante unas horas. No tenía la más mínima intención de salir vestido de chica a la calle, ni de aprovechar cosas como el carnaval o una despedida de soltero para ponerme ostentosas prendas fuera de lugar, así que lo más que podía hacer era emular algo como lo que a mí más me ponía cuando salía por el parque: una chica corriendo con mallas de lycra superajustadas, marcando muslos, culito e incluso la entrepierna. Sé que en ellas no es un gesto de provocación en general, pero os aseguro que la visión de un culito enfundado en esas mallas de lycra, y más si tienen líneas rosas, me la pone dura al instante, es algo superior a mi. Si me cruzo con una chica así y da el sol de pleno, y durante una décima de segundo su entrepierna brilla vulnerable, delatando su vulva ajustada, puedo perder la noción del tiempo. Afortunadamente eso me lo guardo para mí y no suelo comentar nada, por ejemplo cuando voy con otro tío, más por una cuestión de respeto. Pero para mis adentros, ese momento no pasa de largo, y puedo rememorarlo durante semanas...

Decía que lo más parecido a provocar, y sabiendo que la mente femenina no funciona como la masculina, era salir a correr con mis mallas superajustadas recién compradas, de lycra negra con una raya amarilla fosforito. Tuve que esmerarme para encontrar lo más parecido a unas mallas de chica pero masculinas, y la verdad era que me sentaban perfectas, marcando cada curva, una auténtica delicia. No tengo un cuerpo atlético ni tampoco soy grueso, así que con esta prenda digamos que saco lo mejor de mi. Insisto en que es bajo mi punto de vista y mis gustos, tengo debilidad por las prendas ajustadas, y alguna vez me he sorprendido a mí mismo dirigiendo mi mirada hacia algún tío que llevaba una de estas prendas, no lo niego.

En estas estaba yo, saliendo a correr con mis mallas y fantaseando que alguna chica se fijase en mi culo con mirada lasciva, aunque sólo fuese un instante. Sin embargo normalmente pasaba desapercibido, y yo no hacía más que preguntarme, al verme reflejado en los escaparates, si a nadie más que a mi le atraían las mallas de lycra. Seguramente sería una prenda útil por cuestiones de comodidad, sin más. Yo seguía a lo mío. Primero llevaba las mallas sin calzoncillos debajo, luego empecé a ponerme un tanga negro para evitar rozaduras, y mi última adquisición fué un buttplug o consolador de látex rosa, pequeño y estrecho que encajaba perfectamente en mi culito. Al principio lo utilizaba para juguetear en casa, pero luego descubrí que al ser pequeño, la sensación de correr con él dentro me ponía a mil. Era como una penetración constante y rítmica que me producía mucho placer. Cuando llegaba a casa y me quitaba el tanga, notaba el pene viscoso, con rastros de líquido preseminal. En fin, en esa época salía con el dildo dentro de mi, convenientemente untado en vaselina.

Doblaba una esquina del parque cuando me fijé en una pareja joven que descansaba en un escalón, ella de pie y él sentado atándose los cordones de las zapatillas. Estaban a lo suyo, pero yo clavé la mirada instintivamente en el culito de ella. Llevaba unas mallas azules superajustadas, que le hacían una figura impresionante. Al pasar justo a su lado, me fijé en el detalle de su culito sin cortarme, y entre los brillos que hacía por el sol de la tarde, adiviné el rastro de un tanga perdiéndose entre sus nalgas. Retiré la mirada inmediatamente pero en mi cerebro se quedó una instantánea de su culito, como si fuese una fotografía. Mantuve los ojos cerrados unos segundos y me recreé en el detalle, evitando mirar hacia atrás, cosa que ya sería demasiado descarada.

Varios minutos más tarde, mientras pensaba en terminar la sesión, sentí unas zancadas detrás mío, e hice el ademán de apartarme para dejar pasar. Sin embargo quienes venían detrás mío no me adelantaban, y finalmente me giré intrigado. Me quedé de piedra cuando descubrí que la pareja de antes estaba detrás mío, susurrando algo, seguramente sobre mí. Me paré y me puse inmediatamente a la defensiva, dando por supuesto que me habían pillado mirándola con demasiadodescaro. Entonces el chico se me acercó y me dijo desafiante:

 

- ¿Qué pasa?, ¿te gusta mi chica?. Vaya repaso que le has dado antes, ¿no?.

 

Yo le pedí disculpas e intenté marcharme, no quería problemas, pero él me cogió del hombro:

 

- No te preocupes, hombre. Pasa en las mejores familias, yo sé que está muy buena. ¿Verdad que estás buena, cielo?.

 

Ella asintió cómplice, mientras me miraba como calculando. Me fijé sin quererlo en su entrepierna, estaba buenísima, era impresionante. Él me dijo entonces:

 

- Se te ve bastante en forma, y esas mallas son guapas, ¿cariño, te gustan sus mallas?.

 

Ella asintió, como siguiéndole la corriente, y añadió:

 

- Seguro que con unas de esas no me dices que voy provocando tanto.

 

Él se me acercó y me dijo como en confianza:

 

A lo mejor podemos arreglar lo de antes, si le cambais las mallas ella no provoca tanto y tú te vas a casa sin remordimientos. Yo flipé en colores con el comentario. ¿Me estaba diciendo que me cambiase las mallas con su mujer?. Joder, pedazo fantasía, pero claro, sobraba el tío. Y además no me veía llegando a casa con esas mallas, me gustaría pillarlas pero a solas, no dando el cante por la calle.

 

Él no parecía estar de coña, así que asentí, y nos fuimos a un rincón apartado, donde hicimos el cambio. Debo confesar que la situación de ver cómo ella se bajaba las mallas y se quedaba sólo con un minúsculo tanga azul, y me cambiaba la prenda, sintiéndola en mis manos, casi hace que me corra allí mismo. Aunque se me salió el pene del tanga y tuve que hacer esfuerzos para meterlo en las mallas, la sensación de ponerme sus mallas azules mientras la veía ajustarse las mías a su cuerpo, fué algo que superó la experiencia más morbosa que había tenido hasta el momento. Sencillamente alucinante. Creo que conseguí que no me viesen el tanga, y con las mismas salimos de allí.

 

Al llegar a la salida del parque les dije que aquello me había excitado mucho y que esperaba que nos volviésemos a ver, dando por supuesto que nos separábamos ya, pero entonces él me dijo con una sonrisa:

- Querrás recuperar tu culotte, supongo. Esto es un préstamo sólo para evitar que otros la miren como has hecho tú. Ven a casa y te las devolvemos.

Yo dije que no pasaba nada, pero entonces ella intervino:

- Yo sí que quiero mis mallas, me costaron una pasta.

Yo estuve a punto de decir que esas eran unas Nike nuevas recién estrenadas, pero lo de subir a su casa de repente me motivó. Eso de disfrutar de semejante bombón delante de su marido, cómplice, me estaba gustando. Empezamos a andar y pensé que ojalá viviesen cerca, porque ahora sí que notaba alguna mirada, con esas mallas claramente de mujer.

Llegamos al portal y ya dentro del ascensor noté una mano que rozaba mi culo, por supuesto no me quejé, sólo esperaba que no fuesen unos tarados, y acabase mal. Entramos en la casa y me ofrecieron algo de beber. Yo caí en el sofá rendido. Era un apartamento agradable y me sentí a gusto. Entonces ella se fué hacia su cuarto y me dijo: Ahora te devuelvo tus mallas, disculpa a mi marido, es un poco morboso y a veces hace estas cosas. La chica era rubia, de rizos, muy guapa y ahora había caído en que tenía unos pechos pequeños pero muy sexys. Se metió en el cuarto y entonces me despertó la voz de su marido, que venía de la cocina, con una Coca Cola en la mano:

- Está buena, ¿eh?. No te preocupes, la verdad es que soy un tipo afortunado por estar con ella.

Yo le pedícisculpas poniéndome serio, y le dije que lo de las mallas había estado simpático, En un arranque de sinceridad le confesé que iba a pajearme sin descanso durante toda la semana pensando en ello. Entonces él me dió una palmada en la pierna, y poniéndose en pie me dijo mirando hacia la habitación:

 

- ¿Cómo que pajas?, ¿quieres tirártela?. ¡Vamos, entra allí ahora!.

 

Su mirada era tan convincente que me desconcertó. ¿Estaba diciéndome que me follase a su mujer, sin problema?. ¿Dónde estaba el truco?.

 

Me empujó poniendo su mano en mi culo, en plan amigos de toda la vida, y acompañó con un gesto de indiferencia, como que él se dedicaría a hacer tiempo. Yo no podía dejar de imaginarme a la chica, con los muslos sudorosos, y la vulva aún mojada, toda para mi, esos pechos sólo para mi. Me olvidé de todo y entré temeroso a la habitación. Por decir algo acerté a avisar mi llegada con un:

 

- Perdona, ¿has terminado?, ¿me quito tus mallas aquí?. Sentí una risa divertida en el salón, y entonces descubrí a la chica tumbada sobre la cama de matrimonio, tal cual habíamos llegado, sólo que ahora estaba con las piernas flexionadas y entreabiertas, con la mano acariciándose la entrepierna, claramente masturbándose. Me quedé inmóvil y entonces a mi espalda la puerta de la habitación se cerró y él, con una sonrisa de oreja a oreja le dijo a su mujer:

 

- Feliz cumpleaños querida, aquí tienes a tu sorpresa.

 

Yo empecé a ubicarme en aquella historia, aunque me fallaba la parte de qué coño hacía él tan cerca. De hecho se tumbó junto a su mujer y besándola en la boca dió dos palmadas sobre las sábanas mientras me decía:

 

- Vamos, ella está esperando a que la eches un polvo, ¿piensas quedarte ahí como un pasmarote?.

 

Yo no hice otra cosa que obedecer, pensando tan sólo en follármela ignorando la presencia de su marido. Me puse entre sus piernas de rodillas y le ayudé a frotarse la vagina a través de la lycra. Estaba completamente empapada, y no era por mi sudor sólamente. Levaté su camiseta azul y sus pezones erectos me dieron la bienvenida. Entonces la ayudé a bajarse mis mallas y sentí que su marido colaboraba, haciéndolo todo más fácil. Una mirada de reojo a su paquete me reveló que tenía una buena erección, como yo. Decidí dejarme un poco más las mallas puestas, y me dediqué a masturbarla con mis dedos, mientras su tanga se reducía a un hilito que no estorbaba nada. Entonces caí en la cuenta de que yo también llevaba tanga, pero fué tarde. Él me cogió del borde de las mallas y me dijo:

 

- Vamos, desnúdate tú también, como ella.

 

Al bajarme las mallas, se quedó perplejo:

 

- Joder macho, ¿y este tanga?.

 

Yo miré con malicia, y luego volví a mi tarea de masajear el clítoris de la chica. Mientras lo hacía, sentí la mano del tío juguetear con mi tanga, hasta que pasó lo que tenía que pasar. A mis espaldas oí:

 

- Pero ¿qué coño es esto que llevas metido?. ¡Pero si es un consolador!.

 

Ella estaba muy caliente, y mirándome a los ojos me suplicaba que la penetrase. Estoy seguro que no hacía caso a su marido, estaba como ida. Yo le ignoré y me metí entre sus piernas, clavando mi pene hasta el fondo de su vagina perfectamente lubricada. Inicié un ritmo en el que sentía cómo mi polla se iba hinchando hasta alcanzar el fondo de la mujer. Mientras la embestía, sentí cómo el chico me sacaba el consolador, provocandome una sensación muy placentera. Como absorto mirando la sorpresa que se acababa de encontrar, la llevó hasta la boca de su mujer, y se la metió hasta dentro, mientras yo no dejaba de follármela. Parecía estar acostumbrada a tragar cosas así, porque lo hacía con gran maestría. Yo seguía esforzándome por no correrme, aunque la situación era muy dura.

 

La mujer estaba cerca del orgasmo, y ahora su marido le había metido el consolador por el culito, y no dejaba de gemir, sintiendo sus dos agujeritos llenos. Yo me esforzaba en acelerar para dar todo de sí, cuando sentí algo apoyarse en mi agujerito, dilatado y lubricado por la vaselina...

 

Dos manos se apoyaron en mi culito, como facilitando que se abriese bien, y ante mi asombro, el pene del chico entró hasta el fondo de mi, sustituyendo perfectamente al buttplug que me había acompañado toda la tarde. No pude hacer otra cosa que evadirme y entregar dócil el precio que valía aquella experiencia, mientras me concentraba en la preciosidad a la que me estaba follando...

 

(continuará, creo. de momento vamos a calmarnos un poco...)