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Pareja muy compenetrada (1)

en Fetichismo

No sé muy bien desde cuando me viene la afición por la ropa interior de mujer. La verdad es que siempre me ha gustado, aunque antes era de otra manera, que ha ido evolucionando hasta el momento actual, en el que podría resumir mis gustos en que me gusta tanto una mujer con ropa interior sexy como el hecho de ser yo mismo ese bomboncito...

 

Empiezo por el principio. Desde muy joven me atrajeron las mujeres, y sobre todo esos momentos o escenas más íntimas como ver a una mujer vistiéndose en una película, fijarme en un cruce de piernas para desvelar el color de sus braguitas o clavar la mirada en un escaparate de una lencería cuando iba sólo, para imaginarme que esas piernas o ese cuerpo cobraban vida y me dejaban jugar con ellos. Con el tiempo mis gustos fueron derivando hacia ciertas prendas que me resultaban más sexys, como las medias o los pantys. Su capacidad de recubrir el cuerpo femenino sin ocultar prácticamente nada, sino al contrario, realzando la belleza era algo que me tenía loco.

 

Además, la cualidad más sexy de los pantys era ese brillo que añaden a las piernas femeninas, dándoles una aureola de deseo que en el caso de pantys de colores me obligaban a mirar con deseo e incluso insistencia. O los dibujos que algunos pantys de fantasía atraían mi atención inevitablemente. Siempre respetando a la mujer para no incomodarla, me centraba en las piernas más sexys que veía por la calle, y curiosamente no coincidían con las chicas más jóvenes y guapas, sino que en ocasiones las piernas más bonitas correspondían a mujeres normales, algunas guapas y otras no, algunas jóvenes y otras mayores... Esa fina prenda de lycra me atraía hasta el punto de no poder resistirme cuando mis sentidos reconocían un anuncio de Golden Lady por la tele, por poner un ejemplo. Era superior a mi, y el hecho de que algunas de esas modelos o no tan modelos utilizasen zapatos de tacón de aguja o descaradísimas minifaldas mientras lucían sus pantys, no ayudaba a calmar el deseo.

 

No digo más que los catálogos de lencería eran mi desahogo, cuando identificaba la sección de ropa interior, ya que me atraía sin buscarlo. Tanto fue así que con el tiempo eso de ver piernas cubiertas de lycra dio paso a la experiencia de sentirlas en mi propia piel, para poder dedicarme caricias como esperaría que lo hiciese un hombre si yo fuese una mujer. Y ahí estaba la clave: necesitaba sentir la caricia de la lycra en mi propia piel, porque eso me hacía sentir algo que en realidad no podía alcanzar: me hacía sentir femenina.

 

Al principio me ponía pantys que compraba como si fuesen para mi pareja, y poco a poco me fui haciendo una pequeña colección particular. Sin ostentaciones ni recurrencia obsesiva, me convertí en una persona que disfrutaba en la intimidad del placer de vestir prendas de mujer: me convertí en travesti de closet. Ninguna de las dos partes de esa expresión me gustaba demasiado, pero entiendo que era precísamente lo que yo era: una travesti que guardaba sus "travesuras" para sus propios momentos íntimos. Las medias y los pantys me hacían sentir placer, aunque nunca llegué a considerarme otra cosa que heterosexual, porque una cosa tenía clara: me encantaban las mujeres.

 

No sólo eso, sino que posiblemente la escena más sexy que se me ocurría era la de una madre que, superados los 40 años, hiciese un cruce de piernas con falda y pantys beiges que me dejase con la boca abierta al enseñarme durante medio segundo el diminuto triángulo blanco de sus bragas transparentándose bajo los pantys. Aunque había otras escenas que me ponían a mil también, como la de algunas de esas transexuales perfectas que sólo existen en Internet. Ellas sí que eran perfectas, con esos cuerpos tan femeninos capaces además de sentir cómo bajo sus braguitas crecía su pene hasta descargar toda su pasión... sencilamente me daban envidia y me excitaban.

 

Nunca me había planteado la posibilidad de contarle a mi pareja todo aquello, ya que cada vez que se me venía a la cabeza llegaba a la conclusión de que era absurdo de explicar a una mujer. No por nada, sino porque para una mujer las medias eran una prenda de ropa más, y punto. Supongo que tiene que ver con el hecho de que ellas llevan vistiéndola desde pequeñas, y por eso no le dan mayor importancia. Yo me subo unos pantys y ya se me acelera el corazón, ellas no. Yo siento el elástico de los pantys en mi cintura y mi pene aprisionado bajo la lycra y sólo quiero acariciarme. Ellas sencillamente no sienten nada de eso. Creo.

 

Así que me limitaba a mantener mi afición secreta lo más secreta posible y a limitar mi disfrute a la intimidad más absoluta, aunque siendo consciente de que había otros hombres como yo. Precísamente siguiendo por Internet a algunas travestis como yo, sentí la necesidad de no limitar mi disfrute a los pantys y las medias, ni incluso a las bragas, que en alguna ocasión conseguí usadas en préstamo en casa de alguna amiga o vecina. Empecé a probarme minifaldas, sujetadores y vestidos y entonces fué cuando me sentí una travesti en toda regla. Sobre todo cuando me puse mis primeros zapatos de tacón, y alcancé el orgasmo con la mayor facilidad que hubiese podido imaginar. Vestida así no sólo me sentía una mujer hasta el punto de excitarme yo misma, sino que empecé a sentir cosas nuevas, como el deseo de provocar.

 

Se me pasaban ideas por la cabeza como pasear por una calle vestida así y ser consciente de que algún hombre como yo me viese y su imaginación le llevase a hacerse una paja... conmigo!. Era tan mujer que provocaría en los hombres eso mismo que provocaban ellas. Pensando en eso entendí el porqué del éxito de algunas travestis profesionales, no las transexuales, sino esos tíos que se visten de mujer y se van con otros tíos. En todo caso a mí en el fondo de todo lo que me excitaban eran las mujeres, y si me viese involucrado en un trío y el tío se acercase a mi, tenía muy claro que lo que daría a cambio sería siempre por conseguir follarme a su mujer. Quiero decir que la mujer me atrae aunque en casa no esté más que el marido, porque lo que guarda en sus cajones es su ropa interior, o en el cuarto de la lavadora esa misma pero usada...

 

A propósito de lo anterior, no me hice pocas pajas en el cuarto de baño de mi vecina, oliendo sus bragas o incluso con más tiempo, vestido con su ropa, fantaseando con ella, y con su cuerpo...

 

Mi pareja no sabía nada, y así era mejor. Al menos no sabía nada hasta que un día apareció en casa con una bolsa rosa de una conocida cadena de lencerías. Yo tenía una especie de radar para detectar esas cosas, así que disimulando me imaginé que iba a disfrutar de un nuevo modelito en sus piernas. No dije nada, pero ella sí que lo dijo. Mi cuerpo se estremeció cuando se dirigió a mi, señalando el paquete:

 

- "¿No vas a abrir tu regalo?".

 

Yo me hice el extrañado y entonces caí en la cuenta de que serían unos calcetines, o unos calzoncillos, aunque no me encajaba del todo.

 

Al abrir la bolsa, descubrí un paquete de medias negras, de esas como de encaje. La miré como si estuviese de broma, pero ella se me acercó y me dijo:

 

- "Vamos, hoy me apetece hacerlo contigo, guapa, hoy seré un poco bollo".

 

Yo no supe qué decir, me había dejado fuera de juego. No sabía si es que ella tenía una fantasía o me había pillado, así que me la jugué con lo primero:

 

- "¿Qué pretendes?, ¿que me ponga yo ropa de mujer?".

 

Ella me miró con cara provocadora y sacando del bolso otro paquete me respondió:

 

- "Yo también me pondré unas, aunque creo que no me sentarán tan bien como a tí".

 

Evidentemente me había pillado, no sabía cómo pero lo había averiguado. Estaba convencido de que era discreto, pero ella era muy lista. Así que no tuve más remedio que seguirle el juego y darme por vencido:

 

- "Pero ¿tú de qué sabes mis gustos?...".

 

Ella me respondió de forma muy convincente:

 

- "Soy tu pareja".

 

Así que me di por vencido y le dije:

 

- "Cariño, tú primero, por favor...".

 

Ella se fué a la habitación y yo me quedé en el salón, sentado en el sofá, desenvolviendo las medias, y deleitándome con el tacto de la lycra entre mis dedos. No podía quitarme de la cara una sonrisa que reflejaba mi perplejidad por todo esto. Al cabo de un rato mi chica se presentó delante mio despampanante como nunca. Llevaba una minifalda negra de vuelo medio transparente y debajo las medias con un liguero. Encima una camiseta blanca ajustada y unos zapatos de tacón de aguja. Casi podía adivinar perfectamente la silueta de sus pechos bajo la camiseta, y no me costaba ver su liguero, estaba buenísima.

 

Entonces me dijo:

 

- "Vamos cariño, ahora te toca a tí".

 

Al pasar junto a ella le toqué el culo y sentí el roce de su ropa, que me puso a cien. Me metí en la habitación y decidí emplearme a fondo. saqué de mi escondite mi pequeña colección y me tomé mi tiempo. Primero me desnudé completamente, y me puse un tanga negro diminuto, que por delante casi tapaba mi pene por completo. Después me puse los pantys más finos que tenía, de un tono beige que me hacían unos brillos super sexys. Entonces desenvolví las medias y me las subí hasta lo alto de los muslos, sintiendo la superposición de ambas capas, que hacía crecer mi pene. Menos mal que ya estaba atrapado bajo los pantys, aunque con dificultad.

 

Luego me enfundé un vestido negro de esos que las tías llevan en nochevieja, con elástico en la parte baja y una cadena plateada en el cuello, no sin antes ajustarme un sujetador de copas, que me sacaba un poco de pecho. No me podía creer lo que estaba haciendo, pero decidí completar mi modelito con una peluca plateada, y al mirarme en el espejo, mientras me colocaba mis tacones rosas, sentía mi corazón a mil, y mi pene a punto de estallar.

 

En ese momento me sentí toda una mujer, y sólo imaginaba ser la protagonista de una de esas películas porno en las que ahora aparecía el tío en bolas y empezaba a desnudarla para acabar follándosela sobre la cama. Pero yo lo que quería no era ser follada sino follarme a mi chica, marcándome antes un numerito evidentemente muy lésbico...