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De vuelta a casa

en Trios

Bárbara tenía unas ganas locas de llegar a casa, para quitarse esos tacones. Volvía de una fiesta con su novio, una de esas en las que las chicas van de punta en blanco, todas muy puestas. Ella se había puesto una minifalda gris de tablas supercorta y una blusa negra con bordados, cuidándose de dejar abiertos los botones necesarios para exhibir un generoso escote. Su novio solía fijarse en el tipo de chicas que iban a ir a esa fiesta, así que se esmeró en ponérselo difícil. Se había ido a una tienda de lencería de alto nivel y se había comprado unos pantys que a la altura del muslo se convertían en toda una tentación, con imitación a medias con liguero. Además brillaban mucho, cosa que sabía que a su novio le ponía a cien. La minifalda era tan corta que con el abrigo puesto no se sabía si llevaba algo o era todo piernas.

 

Durante la fiesta no sólo su chico no se había girado a mirar a ninguna otra, sino que ella misma había sido la atracción de todas las miradas, al principio discretas, y a medida que avanzaba la noche más directas, sobre todo cuando se sentaba y cruzaba las piernas. Bárbara estaba acostumbrada a provocar, siempre sutilmente, pero le encantaba. Y sabía que su novio apreciaba esos detalles, sabía que le daba cierto morbo. La fiesta había tenido lugar en el chalet de una amiga de Bárbara, hija de un empresario forrado, y no había faltado nada. Durante la fiesta, ya en la fase de las copas, alguna pareja había desaparecido temporalmente, y Bárbara y su novio llevaban un rato pasando de los besos a las caricias disimuladas, sobre todo él, que ya había metido la mano bajo su minifalda varias veces. Con la confianza que Bárbara tenía con la dueña de la casa, le pidió alojamiento urgente, cuando vió que ya no podía contenerle más.

 

Su amiga les ofreció una habitación al fondo del pasillo, y les dijo que se lo tomasen con calma. Sin embargo Bárbara y su novio ni siquiera deshicieron la cama, echaron un polvo rápido y lo que les llevó más tiempo fueron las tareas de limpieza, porque en el fragor de la batalla, y cuidando de no correrse sobre Bárbara, su novio salpicó sin quererlo el edredón de la cama, y un poco de la alfombra. Mientras su novio se limpiaba en el cuerto de baño, Bárbara, con las bragas y los pantys a medio muslo, arrodillada sobre la alfombra, limpiaba una salpicadura de semen de su novio. Justo en ese momento, una pareja entró en la habitación y la pillaron con el culito en pompa, y la minifalda subida sobre la espalda. Inmediatamente se disculparon y se fueron, mientras Bárbara pensaba que no le importaba que hubiesen cogido el relevo de su novio, quien se había corrido precipitadamente, por las prisas.

 

Los dos se arreglaron y volvieron a hacer acto de presencia a la fiesta, con la intención de irse pronto. Bárbara aún vivía en su propio apartaamento, un elegante piso heredado de su abuela en pleno centro, hoy zona de botellón. Le gustaba vivir ahí, aunque lo odiaba los fines de semana por la noche, porque se ponían todos los jóvenes a beber casi en su puerta. Su novio la acercó casi hasta el portal, pero no pudo acercarse mucho porque la plaza estaba llena. Paró su deportivo gris en frente del edificio, al otro lado de la plaza, y mientras se despedían, cada grupo de jóvenes que pasaba clavaba la vista en las piernas de Bárbara, completamente expuestas a cualquier mirada, incluyendo una escasa intimidad de sus braguitas, en esa posición y con tan corta minifalda. Constantemente se oían comentarios del estilo de: "¡Vaya tetas, colega!", o "¡Joder, le he visto las bragas a la rubia!".

 

Bárbara se despidió de su novio y salió del coche, emprendiendo el trayecto a su portal, consciente de que todas las miradas se estaban clavando en sus piernas. Desde el coche, él la contemplaba, con un discreto orgullo, por semejante belleza. Unos chicos le dijeron: "¡Pero qué buena que estás, hija, vaya tetas!", mientras se la quedaban mirando con descaro. Eso hizo que Bárbara, al sacar las llaves se pusiera nerviosa y se le cayeran al suelo, "¡Mierda, lo que faltaba!", pensó. No tuvo más remedio que agacharse a cogerlas y entonces reveló una panorámica perfecta de sus piernas en todo su esplendor, desde los tacones hasta el culito. Dos chicos que estaban sentados casi en el portal, disfrutaron de la vista, casi en su cara, del dibujo de los pantys, y el rombo casi amenazante de la nerviosa de Bárbara, que sólo quería entrar al portal cuanto antes. Al hacerlo, no se dió cuenta de que alguien sostuvo la puerta del portal, y mientras esperaba el ascensor, aparecieron tres personas a su lado. Eran tres jóvenes, dos chicos y una chica, ella parecía llevar un buen pedo, y aunque sospechó que no eran vecinos, no dijo nada por cautela. Entraron al ascensor y entonces Bárbara preguntó a qué piso iban. Uno de los chicos le dijo:

 

- "Al mismo que tú, preciosa".

 

Bárbara se asustó pero ya estaban cerrados y el otro chico le dijo con voz tranquilizadora:

 

- "Mira, necesitamos un baño para que eche la pota, ya vez cómo está, haznos el favor y nos vamos".

 

Bárbara estaba muy asustada, pero no quería llevarles la contraria, así que mirando a la chica les dijo:

 

- "Os lo digo en serio, en cuanto ella vomite, os vais".

 

Ellos asintieron y entonces Bárbara abrió la puerta. Al entrar los tres se quedaron mirando la casa:

 

- "Pedazo de casa, colega, vaya con la pija".

 

Bárbara les fulminó con la mirada, e indicándoles el servicio, les dijo:

 

- "Vamos, niñatos, a lo vuestro que estoy hecha polvo...".

 

Ella les trataba como a adolescentes como imponiendo respeto, y se metió a su cuarto para cambiarse rápidamente, mientras escuchaba sigilosamente. Se había bajado la minifalda, y cuando se disponía a bajarse los pantys, apareció la chica en su cuarto. No tenía pinta de estar borracha, sino todo lo contrario, muy despierta. Llevaba un pantaloncito muy corto vaquero, leggins negros, y una camiseta gris. Se la quedó mirando de arriba a abajo, y con voz suave dijo:

 

- "Chicos, ¿quién va a ser el primero en follarse a este bomboncito?...".

 

Bárbara se quedó de piedra, mientras trataba de detener a la chica que se acercaba a ella con toda naturalidad, vió entrar a los dos chicos completamente desnudos masajeándose la polla. Les pidió que la dejasen en paz, pero al tropezar cayó tendida sobre la cama y la chica la atrapó con las piernas, mientras le cogía la cabezasuavemente con las manos y metía su lengua en su boca. Luego empezó a desabrocharle la blusa y le dijo muy bajito:

 

- "Estás muy buena, yo creo que estos dos se van a correr muy rápido".

 

Bárbara notaba que la chica tenía mucha fuerza, y sus intentos por escaparse eran inútiles. Además, la chica era cada vez más delicada en sus caricias, ahora centradas en sus pechos. Luego deslizó su mano a su entrepierna, frotando la lycra de sus pantys hasta que Bárbara cayó en un estado de excitación que le impedía hacer otra cosa que retorcerse de placer con la mirada perdida. La chica sabía como mantenerla calmada, y después de hacer un agujerito en el rombo de sus pantys, inició una penetración, primero con un dedo y luego con dos y tres, haciendo brotar sus fluidos vaginales, cálidos y abundantes. Bárbara sintió que le sujetaban las muñecas, y le ataban a la cama con sus propias medias, sacadas de un cajón. Luego le vendaron los ojos con unos pantys negros que había sobre una silla y entonces perdió la consciencia de la situación en la que se encontraba. 

 

Mientras una polla se abría paso entre sus piernas, obviando sus pantys y su braguita, la otra entraba en su boca sin pedir permiso, y sus pechos eran juguetes en manos de las manos más delicadas. A los pocos minutos sentía cómo la polla entraba hasta el fondo de su ser, y pudo gemir al liberarse su boca. Sin embargo sintió a un chico colocarse debajo suyo y centrarse en conseguir penetrarla analmente, algo que ella nunca había consentido. Cuando quiso protestar, la boca de la chica ahogó sus lamentos, y sintió un placer único mientras esa lengua femenina deshacía sus argumentos, y los labios se fundían a cada movimiento. Bárbara no pudo hacer otra cosa que abandonarse al placer que estaba experimentando, y mientras devolvía a la chica cada beso con desesperación, sentía cómo su culito se iba relajando y daba cabida a una polla que empezaba a tocarse con la otra en el fondo de su entrepierna. Bárbara estaba a cien. Ni siquiera le habían quitado los pantys ni las bragas, tenía la sensación de estar siendo follada vestida, de no ser porque sus pechos se bamboleaban a cada embestida. Cuando se entregó a fondo a sus tres visitantes, la chica le quitó la venda de los ojos y se vió en medio de tres jóvenes con la líbido en su máximo nivel, disfrutando de unos movimientos que llenaban cada uno de sus agujeros de una forma rítmica y placentera. Cuando los dos chicos empezaron a jadear, la chica dirigió sus dedos a la entrada de la vagina de Bárbara y se hizo un hueco para masajearla el clítoris, lo que provocó que le sobreviniese un orgasmo tan intenso que se agarró a las piernas de la chica como a una tabla de salvación, sintiendo el tacto de la lycra negra como el detonante que le hizo gritar al sentir cómo se corría. Justo en ese momento, las pollas salieron de su cueva, y sintió cómo su boca abierta de par en par recibía varios chorros de esperma caliente, que la chica se ocupó de encauzar dentro de su boca.

 

Cuando ellos soltaron todo lo que llevaban dentro en la boca de Bárbara, la chica selló sus labios con su boca y tras hacer un amago de compartir tanta leche, la sujetó la boca y le dijo al oído:

 

- "Vamos, trágatelo todo, cielo...".