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Fantasía bien cumplida

en Fetichismo

Esta historia me ocurrió hace un par de años. Debo confesar que siento debilidad por las mujeres, de cualquier edad, la verdad es que tanto jóvenes como más maduritas me atraen por igual. Siempre que cumplan una leve condición, normalmente asequible a cualquier fémina: que lleven pantys y falda. Quiero decir, que la belleza de sus piernas lo dice todo para mi, porque he descubierto que incluso la tía más borde y antipática de la oficina tiene un encanto especial el día que viene con las piernas cubiertas por esa maravilla de lycra.

 

Nadie conoce mi fetiche secreto, excepto una persona. Y es porque a través de Internet es más fácil desinhibirse y desvelar tus secretos, sobre todo a gente que sabe escuchar. Por aquella época yo tenía un blog en el que contaba que una de mis fantasías secretas era conocer a una pareja que me adoptase para una amistad sexual muy especial. Me encantaba seguir por la calle las piernas de mujeres que para otros hombres hubiesen pasado desapercibidas, pero para mi eran todo deseo. Me refiero a esas mujeres normales, seguramente amas de casa que salían con su marido a pasear, con su falda y sus pantys marrones con algo de brillo en las mañanas de otoño. Estaba seguro que a medida que el borde de la falda se deslizase hacia arriba, la atracción de cualquier hombre por ellas subiría al ritmo de su miembro, por mucho que su cara y sus curvas fuesen tan normales. Había visto mujeres con botas altas y minifalda atraer miradas, y sabía que no sería lo mismo si llevasen pantalones holgados. Así que cuando me cruzaba con una mujer así, siempre imaginaba que mis manos se adentraban bajo su falda y casi podía sentir la caricia que recorría sus piernas, pasando por sus caderas, hasta acabar en el elástico de la cintura de sus pantys, era algo muy excitante.

 

En mi fantasía, conocía a una pareja que me llevaba a su casa y allí me permitían jugar con todas las prendas íntimas de ella, como si fuesen mis juguetes. Me sentía tan a gusto entre braguitas, pantys y medias, que me desnudaba y me probaba yo mismo sus prendas, llegando a sentirme muy femenina. La escena ponía a cien a la pareja, que sin decir una palabra acababa haciendo el amor sobre la cama después de contemplar mis travesuras. Yo acababa masturbándome sobre la alfombra, vestido con su ropa, mientras me hacía con las bragas que acababa de quitarse y las olía profundamente, lo que me producía una excitación indescriptible.

 

La persona que leyó mi historia era un hombre casado, que buscaba reactivar su vida sexual en pareja. Estaba claro que su mujer y él necesitaban un puntito de erotismo que mejorase su vida sexual. En definitiva, mi fantasía le sedujo, según me dijo, porque suponía un elogio al erotismo y la sensualidad de su mujer, algo que él había empezado a olvidar. Después de mucho hablar, me dijo que le apetecía que visitase su casa, aprovechando que su mujer estaba de viaje. No sabía muy bien qué necesitaba, pero sí que le ponía a mil eso de que otro tío se masturbase con su ropa íntima. Yo tuve mis dudas, sobre todo porque no tenía ni idea si me iba a meter en un problema, pero algo me dijo que era un tipo de fiar, y sobre todo que iba a hacer realidad mi fantasía.

 

Hasta entonces lo más que había podido hacer era, en alguna visita a casa de alguna conocida, echar un vistazo al cesto de la ropa de lavar o al cajón de la ropa íntima, y con eso una muy rápida. Sólo un par de veces había tenido tiempo de sobra, en casa de una vecina, para incluso ponerme sus pantys y autosatisfacerme a su salud hasta acabar exhausto. Pero esto iba a ser diferente. Además con el factor sorpresa de que no sabía lo que me iba a encontrar, así que estaba muy excitado.

 

Llegó el día y quedamos en una esquina, donde se me acercó un tipo muy agradable, que me trató como si fuésemos amigos de toda la vida. Creo que estaba más nervioso él que yo, así que subimos rápidamente a su casa. Abrió la puerta dando dos vueltas a la llave. Bien. Según entramos, y tal como habíamos acordado, él se fué al salón y con la luz apagada, se quedó en silencio. Yo tenía dos objetivos muy claros, que eran el cuarto de baño y el dormitorio. Empecé por el servicio. Al encender la luz descubrí en un rincón un cesto de plástico rosa, y con un ansia mal contenida lo abrí y lo volqué sobre las baldosas. Ante mí se desprendieron, entre la ropa, varias bragas usadas, dos pares de pantys y un sujetador. Extendí los pantys, unos eran azulados muy finos y los otros eran negros de esos opacos. Me los acerqué a la boca y sentí la caricia de la lycra, imaginándome a su dueña por unos segundos. Luego cogí unas braguitas negras de encaje y me las acerqué a la nariz. Inmediatamente un olor penetrante me invadió por completo, y sentí cómo mi pene se ponía en marcha.

 

Mi siguiente visita fué al dormitorio principal, donde abrí 4 cajones hasta dar con el que contenía la ropa interior de ella. Una multitud de colores y texturas me hizo imaginar a quien tenía delante en una foto, luciendo cada uno de esos modelitos. Era guapa, y tenía un cuerpo sexy, normal pero sexy. En el armario había varios vestidos, y una amplia colección de zapatos de tacón. de reojo miré el número: 38. Sería demasiado pedir que me entrasen sus zapatos. Sentía mi entrepierna abultada, y traté de calmarme, para poder disfrutar de mi visita. Me movía por la casa como si estuviese sólo, y volví al cuarto de baño. Allí me desnudé por completo y me puse un tanga negro, que me quedaba un poco ajustado, pero conseguía tapar mi paquete. Luego me puse sus pantys azulados, y al subirlos por mis piernas sentí un calor y una sensación intensamente agradable, que me hizo excitarme de nuevo. Afortunadamente, los pantys sujetaron mi cuerpo, conteniendo mis partes más excitables, y moldeando mi figura. Cogí un par de braguitas y un sujetador y me fui a la habitación.

 

Allí me puse el sujetador, que era de esos que llevan las copas abultadas, para realzar el busto, y que me hicieron sentir mi pecho casi como el de una mujer. Encima me puse una camiseta rosa como elástica de canalé, que me cubrió hasta las caderas, y con el sujetador debajo me hizo una figura más digna de una mujer que de mi mismo. Él no hacía ningún ruido, y yo me preguntaba si estaría mirándome desde la oscuridad del salón. Seguro que sí. Sólo había traído una cosa conmigo: una peluca con una corta melena rubia. Me la puse en ese momento y me miré al espejo. Me estaba poniendo cachondo yo mismo con semejante aspecto. Necesitaba un vestido.

 

 

Ella tenía muy buen gusto, y al final me decidí por un vestido de fiesta de una sóla pieza, que tenía como brillos y era ajustado, una especie de lana brillante, con minifalda ajustada y corta. Por arriba ajustado y con el cuello alto. Al moverme la lana se deslizaba sobre la lycra de los pantys y la sensación era increíble. Eché un vistazo rápido a los zapatos y vi unas sandalias de tacón, abiertas por delante y probé con ellas. Para mi sorpresa, mis dos dedos salieron por delante lo justo para que pudiese cerrar la hebilla en el tobillo, y en ese momento la sensación fué de ser toda una mujer.

 

Cuando me sentí más femenina que nunca, me dediqué un rato a contonearme frente al espejo, deslizándome la falda hacia arriba hasta verme la entrepierna, y luego rozándome las piernas entre sí, deleitándome con el siseo de la lycra al rozar. Me faltaba algo, así que me fui al servicio. Allí tenía su neceser, y dentro un pintalabios rosa, con el que me retoqué los labios, y ya puestos, me di un poco de sombra de ojos. No tenía ni idea de cómo se hacían estas cosas, pero en un momento me hice unos retoques. Cuando me volví a poner frente al espejo, me puse a mil. Sentía mi pene debajo de la ropa pugnando por abrirse paso. En ese momento me hubiese hecho la paja del año, frente al espejo, pero quería disfrutarlo un poco más. Me tumbé sobre la cama y al flexionar las piernas el vestido se me subió casi hasta la cintura. Entonces dirigí mi mano derecha hacia mi entrepierna y me empecé a acariciar como si fuese una mujer. Como si fuese ella misma, a solas en su casa, vestida con su ropa.

 

Sentía la necesidad de abrir un agujero en los pantys y dejarme ir, pero no quería romper nada, estaba en un lugar extraño para mi, pero cada vez más a gusto. Con los ojos cerrados ahogaba mis gemidos, mientras mi pene latía con fuerza bajo los pantys. Al volverme hacia un lado, descubrí algo sobre la mesilla de noche. No me había fijado antes, pero allí encima había un tubo de vaselina y un consolador rosa no muy ancho pero sí largo. Mientras deducía que eso estaba ahí para mi, una voz femenina me despertó de mi éxtasis, para decirme:

 

- "No te muevas, tranquilo".

 

Y a continuación sentí algo frío recorrer mi entrepierna, y al momento el frescor del aire  penetró entre mis piernas. Alguien me acababa de hacer un agujero en los pantys, y a continuación sentí una venda en los ojos. Una venda de lycra, tan suave como unas medias. Inmediatamente mis muñecas fueron atadas al cabecero de la cama, también con unas medias. Me entró un pánico increíble, pero a la vez sentía un pico de morbo y curiosidad inmenso. Parecía que él y yo no estábamos solos, pero en ese punto me daba igual. Si era su mujer, me sentía en el paraíso. Una mano femenina se posó en mi entrepierna, y me untó con vaselina la entrada de mi culito, para luego introducir dos dedos empapados. Sentía sus piernas rozar contra las mías, seguramente llevase medias, y entonces pregunté:

 

- "¿Eres su mujer?".

 

Ella no me respondió, pero se notó que se aguantaba la risa. Su única respuesta fué lo que sentí a continuación: a la entrada de mi agujerito empezó a presionar cada vez más algo suave y cálido. Cuando me quise dar cuenta, me había metido el consolador hasta el fondo, mientras yo me retorcía de gusto sobre la cama. A cada movimiento acompañaba con caricias en mis piernas, roces en mi entrepierna, y entonces mi pene por fin se liberó, a través del agujero de los pantys, dejando a un lado el tanga, ya empapado. Cuando el consolador entró hasta el fondo, sentí alrededor de mi glande un calor inmenso, y entonces entendí que ella me estaba haciendo una mamada increíble. Estuve a punto de correrme, pero hice un esfuerzo inhumano para contenerme. Durante unos minutos me hizo visitar el paraíso, mientras mis piernas se retorcían, y entonces se dió la vuelta y volvió a hacerse con mi miembro, mientras yo sentía un calor húmedo acercarse a mi boca. Me estaba haciendo un 69, y yo estaba en la gloria. Me esforcé en darle placer con mi lengua en su vagina húmeda y agradable, mientras el consolador iba saliendo de mi interior.

 

Por momentos sentía sobrevenir el orgasmo, y no ayudaban nada sus jadeos, cada vez que sacaba mi pene de su boca. Entonces, mientras estaba concentrado en comerme su vagina y en aguantar lo más posible, de repente sentí que algo entraba de nuevo en mi culito, pero no parecía un consolador. Imaginé lo que podía ser, pero preferí concentrarme en lo que estaba haciendo y en disfrutar del placer que sentía en ese momento. En unos minutos sentía bombear dentro de mi, al ritmo de los movimientos de ella, y entonces a los gemidos de ella se sumaron unos jadeos que no eran de una mujer. En un ritmo imparable, el matrimonio me estaba llevando a la gloria, y yo me dejaba hacer, deseando que aquello durase sólo un poco más.

 

Cuando me sobrevino el orgasmo, gemí sin contenerme, y sentí cómo su boca se llenaba de mi semen, desbordando sobre mi pubis, y entonces se separo de mi, y en el momento en que se vació mi agujerito, oí de nuevo sus jadeos, adivinando que su marido se estaba corriendo también en su garganta. Tras el orgasmo casi simultáneo, ella se bajó de encima mío y su lengua recorrió cada rincón de mi entrepierna, limpiando cualquier resto de semen de los dos.

 

Se hizo de nuevo el silencio y sentí cómo me desataban de la cama. Mantuve los ojos cerrados porque entendí que no debía abrirlos en ese momento. Esperé un poco más y cuando me recuperé, me desnudé de nuevo, dejando cada una de sus prendas en su sitio, excepto sus pantys, que me llevé de recuerdo, aunque rotos por la entrepierna. Me vestí y salí de su casa sin hacer ruido...