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Parodias la rueda del tiempo (ii)

en Parodias

Borrando la sonrisa de sus labios, repasó su propio cuerpo con ojo crítico. Conocía las formas femeninas y había visto a muchas mujeres desnudas a lo largo de su vida. Era menuda, su origen cairhienino la hacía ser más baja que el resto de habitantes de Tear, eso hacía que la distancia entre sus pechos y su vagina fuera más corta que en otras mujeres. No tenía blanduras ni arrugas en el cuerpo, por lo que podía pasar por el cuerpo de una mujer mucho más joven. Sus pechos no eran tan grandes como los de la Principal de Mayene, pero tampoco tan exiguos como las de algunas sirvientas que parecían chicos de lo planas que eran. Se sabía bastante atractiva, sin llegar a ser un bellezón, y desde aquel día, sabía que podía hacer disfrutar a un hombre. Varias veces. Sonrió con complacencia al recordar las tres corridas de Rand, cuyos fluidos, ya secos, hacían que la piel del interior de los muslos, del vientre, de la parte baja de la espalda y de las nalgas estuviera tirante. Bien. Puede que no fuera Berelain, pero el propio Rand había reconocido que ella se la había chupado mejor que la Principal. Para ser su primera vez, no estaba mal del todo. Decidió que, aunque no intentara atar a Rand con su vagina, no estaría de más complacerlo alguna que otra noche. O quizá, al caer la tarde. O cuando él lo requiriera. Apartándose del espejo, tocó un campanilla, ordenando un baño de agua fría a la sirvienta que asomó la cabeza por la puerta.

-Y, por favor, haced venir a Egwene al´Vere-. La orden de la Aes Sedai había sido mucho más amable que las anteriores que había dado. Moraine se preguntó si su actual estado de ánimo tendría que ver con la sesión de sexo con Rand. Seguramente sí.

La bañera de porcelana llegó empujada por los fuertes brazos de tres sirvientes. Adecuadamente vestida, Moraine los observó como nunca antes lo había hecho. Los sopesó como hombres, incluso, como posibles amantes, disimulando las miradas que dirigió a sus entrepiernas y a sus brazos. Los calzones de los sirvientes eran demasiado amplios como para descubrir nada debajo de ellos, y solo sus brazos daban una idea de su fuerza. Claro está, que había hombres con esos brazos por doquier. No. Su amante debía ser algo más que brazos fuertes. Dejó que prepararan su baño, esperando en la terraza que daba a la ciudad de Tear y su agobiante calor, y una vez sola, se metió en el agua fría. Las reacciones de su cuerpo la alertaron. Estaba acostumbrada a que sus pezones se erizaran con el agua fría, pero seguían sensibles, así que el mismo contacto de tantas otras veces hizo que fuera consciente de la comezón. No es que la hubiera abandonado, sino que en ese momento, se dio cuenta de que seguía allí. Es más, sentía como si toda su piel estuviera electrificada, extremadamente sensible a cualquier contacto. Su mano se escurrió entre sus pechos, rozando el vientre, hasta descansar en el vello de la vagina, dudando si escarbar en el centro de sus placeres para aplacar la comezón o apartarla de allí por miedo a que alguien la descubriera masturbándose. Por fortuna para ella, llamaron a su puerta. Debía ser Egwene.

Seguía habiendo mucho de la muchacha que abandonó Dos Ríos tiempo atrás, pero también había algo más que había aparecido durante los viajes de Egwene en compañía de las Aes Sedai. Su largo pelo negro, que antaño peinaba en una dura trenza igual que Nynaeve, caía escandalosamente sobre su espalda, en una larga cascada de cabello liso, y el respeto que demostraba por la Aes Sedai había aumentado considerablemente. La muchacha quería ser una de ellas, y llevaba un buen camino. Ya era Aceptada de la Torre, y la mismísima Sede Amyrlin las había enviado en pos del Ajah Negro. Una muestra de confianza en ellas y en sus posibilidades.

-¿Me habéis mandado llamar, Moraine Sedai?-. Las manos de Egwene descansaban a ambos lados de su cuerpo. Miraba al frente, a un punto situado más allá de los campos que rodeaban Tear y que se podían ver a través de las ventanas abiertas que daban a la terraza. La muchacha tenía las mejillas sonrosadas. Moraine se percató de que su desnudez la incomodaba, aunque la espuma tapaba la mayor parte de su piel.

-Sí, pequeña-. La mujer miró en derredor, buscando las toallas que habían dejado las sirvientas en algún lugar. –Necesito hablar contigo, pero antes... ¿podrías acercar esas toallas? Me parece que no estás muy habituada a ver a otras personas desnudas-. No lo dijo como reproche, sino como la constatación de un hecho. En el fondo le divertía ver el azoramiento de la muchacha. Y de repente, se sorprendió estudiando la espalda y el culo de Egwene, mientras ésta cogía las toallas. Ella también manejaba el Poder... una fina línea de concentración surcó por un instante la frente de Moraine. “Habrá que hacer lo que haya que hacer”, pensó friamente. Esperó a que Egwene tuviera extendida la toalla para salir del baño y envolverse en ella. Después, tomaron asiento frente al ventanal abierto, con una copa de vino fresco en las manos.

-En Campo de Emond escuché que Rand y tú os arrodillaríais ante el Círculo de Mujeres algún día-, comenzó Moraine. Egwene asintió. Todo el mundo sabía que Rand y ella acabarían casados, cultivando tabaco, trasquilando ovejas y trayendo niños al mundo. O al menos, así había sido hasta que salieron escapando de los trollocs que atacaron Dos Ríos. Ahora dudaba que Rand pensara siquiera en ella como mujer. Lo peor era que tampoco ella pensaba en Rand como su hombre, no desde que fuera proclamado como Dragón Renacido. Una vocecita en su interior clamó: ni desde que conociste a Galad y a Gawyn... Volvió al presente. Moraine esperaba una respuesta.

-Sí, Moraine Sedai.

-Solo “Moraine”, Egwene. Recuerda que yo no puedo mentir, y la gente se extrañaría si tú me tratas con el título y yo no respondo de igual manera-. Egwene se sonrojó. Tanto ella como Nynaeve y Elayne se hacían pasar por Aes Sedai, aunque aún no lo fueran.

-Si... Moraine-. La muchacha alzó la cara. Era la viva estampa de la contrición. Moraine sonrió. El estar bien follada servía para estar de mejor humor, constató. Cruzó las piernas, con la piel todavía sensible. Animó a Egwene a seguir hablando con un gesto. –Todo el mundo lo daba por hecho, pero ahora...-.

-¿Mantuvisteis Rand y tú alguna... experiencia?-.

-No sé a qué os referís-. La chica parecía genuinamente confundida.

-Tutéame. Acostúmbrate a ello, Egwene. También yo tendré que acostumbrarme a llamarte por tu nombre, y no como a una “pequeña”-. Debería plantearlo de una manera más directa. –Me refiero a... si viste a Rand... desnudo-. Egwene abrió la boca, formando una “O” perfecta, y luego se llevó allí una mano. Los colores asomaron a sus mejillas. –Me parece que sí-, sonrió Moraine.

-Bueno, fue la noche del Día Solar-, reconoció Egwene tras un momento de duda. –Rand, Mat y Perrin habían bebido sidra de manzana y un poco de vino-. Bajando la mirada, casi musitó: -Y yo también, con otras chicas del pueblo. Bailamos y pasamos todo el día juntos, en grupo. Al caer la tarde, creo que fue Mat quien propuso darnos un baño en la charca del Bosque de las Aguas-. La muchacha alzó la mirada, evocando el recuerdo con una sonrisa en la que se mezclaba la tristeza y la picardía. –En aquel momento nos pareció una gran idea a todos, así que nos fuimos para allá riendo y gastando bromas, un poco subidas de tono. Si Nynaeve se hubiera enterado, nos hubiera castigado a todos solo por las cosas que dijimos. En la charca, Mat fue el primero en meterse en el agua. nadie vio cómo o dónde se desnudaba. Lo único que recuerdo fue un borrón claro pasando por mi lado, y después, el agua salpicando y a Mat riendo y gritando lo buena que estaba. Rand me miró. Además del brillo del alcohol, había algo más que no pude identificar. Luego se desnudó delante de todas nosotras y se metió en el agua-. Egwene volvió a enrojecer al recordar el trasero blanco del muchacho, y la cosa que le colgaba entre las piernas. –Hasta Perrin se metió desnudo en el agua-. Moraine asentía, dejando que la chica siguiera el curso de sus recuerdos. Iba diseccionando el relato a medida que Egwene lo narraba.

-Nosotras nos miramos, con las mejillas coloradas, y no solo por la sidra. Habíamos escuchado a nuestras madres hablar de las cosas que le colgaban a los hombres, y en la cantidad de veces que lo utilizaban para pensar. Yo notaba humedad en... bueno, ahí, ya sabéis. Y de repente, me sentí obligada a entrar en el agua. Fue como si alguien lo decidiera por mí, más que una decisión voluntaria. Y lo mismo puedo decir de las otras chicas. El caso es que me escondí detrás de un matorral para quitarme la ropa, y luego, me tiré a la charca. Rand me abrazó cuando salí del agua, y al hacerlo, noté una dureza pegada a mi muslo-. La muchacha bajó la cabeza. El recuerdo debía ser grato. Moraine pensó que se le iba a incendiar el cabello.

-Ta´veren-, explicó la Aes Sedai. –No me extraña que hicierais eso, habiendo tres ta´veren achispados tirando de vosotras-. Egwene asintió. Al menos, era la única explicación que encontraba para hacer lo que hizo.

-Cuando salimos del agua, Mat se había llevado a Elsa detrás de un matorral. A Mat siempre le han atraído los pechos grandes, y Elsa era la que las tenía más grandes. Podíamos escucharles desde donde estábamos Rand y yo. Perrin se había ido con Amra y Aselia. Por lo menos a ellos y a sus ropas no se les veía por ningún lado. Y, bueno... Rand tenía su... cosa... grande y colorada. Hasta sus... bolas... parecían más grandes. Respiraba casi con dificultad y no apartaba los ojos de mí. Me sentí... especial-.

-¿Y entonces?-, animó suavemente la Aes Sedai. Egwene alzó el rostro. Parecía casi ofendida.

-Prefiero guardarlo para mí, Moraine-, pronunció el nombre con un deje de obstinación que no pegaba en nada con el trato que Moraine había recibido de la muchacha desde que abandonaron Dos Ríos. La mujer asintió, pensativa.

-Verás, necesito comprobar ciertas... averiguaciones que he hecho con respecto a Rand-.

-¿Y qué tiene que ver mi... experiencia con Rand en esas averiguaciones?-, demandó Egwene. Moraine encogió los hombros.

-No lo sé. Y no lo sabré hasta que pueda comprobarlas, pero... si no quieres ayudarme, lo entenderé. Tendré que entenderlo-. Egwene transformó el gesto. Volvía a ser la misma de antes.

-Rand me pidió que... lo tocara-, continuó casi en un susurro. –Y eso hice, Moraine. Toqué su cosa tal y como él me dijo que lo hiciera, con suavidad. De arriba abajo. Hasta que acabó.

-Entiendo. ¿Fue tu primera vez?-. Egwene pareció volverse hostil.

-Y única, Moraine. Después de aquella vez, Rand y yo estábamos demasiado avergonzados como para repetirlo o hablar de ello. No como Mat, la Luz lo confunda. Se pasó dos semanas hablando de ello a quien quisiera escucharle. ¡Y Elsa desparecía con Mat cada vez que este se lo pedía!-. Moraine no sabía qué era lo que más escandalizaba a Egwene, si el comportamiento de Mat o la desvergüenza de la tal Elsa.

-¿Qué sentiste cuando Rand se co... derramó?-. Consiguió corregirse justo a tiempo. Parecía que a Egwene le escandalizaba todo lo tocante al sexo. Pensó que ella había sido igual. Quizá una conversación seria con la muchacha le haría mucho bien. Y si su idea era correcta, quizá debiera convencerla para que retomara sus relaciones con Rand. Egwene se sonrojó al recordar.

-Su... líquido me salpicó el pecho, y un poco el vientre. Menos mal que no estaba vestida, porque la mancha hubiera sido escandalosa. También resbaló por mis dedos. Después, Rand fue todo atenciones. Trajo mi vestido mientras yo me aseaba un poco, y nos sentamos apoyados en un tronco, abrazados. Rand me contó muchas cosas. Parecía... tranquilo, bueno, mucho más tranquilo de lo que era normalmente-. Moraine asintió. Aquello iba en la línea de sus sospechas. Suponía que era bueno, pero debía asegurarse.

-¿Eres virgen?-, preguntó Moraine. Se veía reflejada en Egwene, en tantos aspectos que era como mirar por una ventana abierta al pasado. La muchacha asintió, después de casi atragantarse con el vino. –Entiendo. Y ahora, después de todo lo que ha pasado, ¿qué sientes por Rand?-. Una buena pregunta, a la que Egwene no podía responder con seguridad. A veces odiaba a Rand, por cómo se comportaba con Moraine, o con Mat o con Perrin, o con tantos otros que habían hecho tanto por él. Otras veces, el cariño que había sentido por él desde pequeños, se abría un hueco por el que se colaba la ternura. Entonces creía que Rand podía ser el hombre con quien pasar el resto de su vida. Pero había conocido a los hermanos de Elayne, Galad y Gawyn, y eran estos quienes hacían que perdiera horas de sueño y humedecían su entrepierna. Cuando pensaba en cualquiera de ellos, Rand era poco menos que un extraño.

-No lo sé, Moraine, de verdad que no lo sé-, reconoció, suspirando casi con fastidio.

-¿Sería muy duro para ti si te pidiera que... bueno... que ahondaras un poco en tu antigua relación?-. Moraine iba con mucho tiento, pero tampoco tenía muy claro si Egwene la iba a entender.

-¿A qué te refieres?-, A veces, las Aes Sedai se expresaban de una manera tan extraña... Egwene pensó en que tenía que aprender a hablar así. Moraine frunció el ceño, sopesando pros y contras.

-Mira, Egwene. Accidentalmente, he descubierto que Rand se muestra más tranquilo después de haber yacido con una mujer-. Si Egwene estaba escandalizada, lo disimulaba tan bien como una Aes Sedai. O eso, o no estaba prestando atención. –Y creo que esa paz que encuentra es mayor si la mujer en cuestión puede encauzar-. El Primer Juramento la obligaba a decir la verdad, y no había otra manera mejor para hacerlo. En puridad, Moraine no había mentido.

Egwene recibió la noticia como si alguien le tirara una jarro de agua helada sobre la nuca. “Después de haber yacido con una mujer”. Así que en eso ocupaba Rand sus horas, en yacer con mujeres. Un nombre acudió a su cabeza inmediatamente: Berelain. Aquella... mujer, con sus... vestidos, si es que podía llamarse vestidos a las telas que la mujer ponía sobre sus hombros. Seguro que era ella. ¡Luz! ¿Tendría que decírselo a Elayne? Rand yacía con otras mujeres... ¡Luz! Quizá Nynaeve sabría cómo afrontar el asunto. Berelain y Rand. Un instante después, cayó en la cuenta de lo que había dicho Moraine al final: “mujeres que pueden encauzar”. ¿A qué se refería? Y sobre todo, ¿por qué tendría ella esa sospecha? Intentando que la sorpresa y la indignación no trascendiera a su rostro, se guardó su sospecha: ¿Moraine había yacido con Rand?

-¡Egwene!-. Moraine la sacudía del brazo, intentando llamar su atención. Lentamente, enfocó la vista en el rostro intemporal de la Aes Sedai, tratando de convencerse de lo imposible de sus elucubraciones. ¿Moraine y Rand? Nunca. Imposible. Sólo había que verlos discutir para que esas ideas parecieran un chiste malo. Sin quererlo, Egwne bajó la vista a los pechos de Moraine, que se veían por el hueco abierto de su batín de seda. Eran bonitos, incluso ella tenía que admitirlo. Un hombre los encontraría deseables, pero no Rand. ¿O sí? Sin poder contenerse, sin pensar antes de hablar, espetó:

-¿Habéis yacido con Rand? ¿Sois vos una de las “mujeres que pueden encauzar”? Porque no conozco muchas más que puedan hacerlo y que estén cerca de Rand. Y las que conozco nunca harían algo así-. Al momento de acabar de pronunciar la última palabra, Egwene se arrepintió de haber hablado. Moraine era una estatua de hielo, de labios apretados y sin embargo, sus pupilas brillaban con furia. Si no fuera Aes Sedai, hubiera estallado de ira. ¿Quién era Egwene al´Vere para interrogar a una Aes Sedai? “La prometida de Rand, al menos, hasta que el Círculo de Mujeres de Campo de Emond no diga otra cosa”, contestó una vocecita en el interior de su cabeza. Pero no pidió disculpas. Es más, se mantuvo erguida, en espera de una respuesta. Al cabo de unos momentos, en los que la ira de Moraine se fue desvaneciendo, la mujer se dignó a responder:

-Hay que hacer lo que hay que hacer. Si es cierto lo que sospecho, el Dragón tiene que tenernos cerca, Egwene, y no solo para aconsejarle-.

-¿Qué queréis decir, Moraine?-.

-Creo que debemos encontrar a más mujeres capaces de encauzar, y que estén dispuestas a sacrificarse en pos de una meta mayor-. Realmente, el verbo “sacrificarse” no era el más correcto, pensó Moraine. Pero no estaba de más que Egwene lo viera más como un deber que como otra cosa. La Aes Sedai, bien lo sabían todos, haría cualquier cosa por mantener al Dragón con vida, y si estaba en sus manos hacerlo, lograría un harén de Aes Sedai para Rand al´Thor. Aes Sedai o Aceptadas. Cualquier mujer capaz de encauzar.

-Entonces, es cierto, ¿no es así? ¡Os habéis acostado con Rand!-. Egwene lo dijo como si fuera una acusación, aunque para ella lo era. Moraine la miró, y dio un sorbo al vino antes de contestar.

-Sí, hace menos de una hora, muchacha. Y volveré a hacerlo, siempre que él lo necesite-. Una sonrisa acudió a sus labios al recordar los momentos con Rand. –Y lo que te pido es que tú hagas lo mismo, y si puedes convencer a Elayne y a la testaruda de Nynaeve de que hagan otro tanto, te estaré agradecida-. Ahora sí. La estupefacción había dejado a Egwene con la boca abierta. El vino se había derramado encima de su vestido, pero la muchacha no parecía ser consciente de ello.

-¡Acostarme con Rand! ¡No puedo, Moraine! Yo... no puedo. Elayne...-.

-Sí, ya sé que es... complicado. Pero no me cabe la menor duda de que Elayne quiere lo mejor para Rand, si es que está tan enamorada de él. ¿Y si te dijera que esto puede retrasar la locura? Creo que sí, sinceramente, y creo que Rand necesitará mujeres con mayor frecuencia cada día que pase. ¿Crees que Elayne estará siempre dispuesta a satisfacer las necesidades del Dragón? ¿Y qué pasaría si ella no está cerca cuando lo necesite? Quizá vuestra búsqueda os lleve lejos de Rand. ¿Preferiría Elayne renunciar a sus obligaciones para quedarse con Rand? No lo creo. Francamente, Egwene, creo que mi solución es mejor que cualquiera que podáis pergeñar vosotras-. Así planteado, tan fríamente, Egwene vio que Moraine tenía razón, lo cual no era obstáculo para que la idea le pareciera repelente. ¿Acostarse con Rand? ¿Ella? ¡Y no solo ella! ¡Luz! ¿Cómo se lo tomaría la heredera? Porque en ningún momento Egwene pensó en que su amiga fuera a renunciar a la caza del Ajah Negro, pero esto... esto ponía en jaque todo lo que habían hablado sobre los sentimientos de la una y la otra con respecto a Rand. ¡Luz, si ya casi estaba aceptando... yacer con él! Sintiendo que se rendía, Egwne dijo:

-Os ayudaré, Moraine, pero seréis vos quién se lo diga a Elayne. Yo no me veo capaz de enfrentarme a ella-.

-¡Oh, claro que se lo diré! Y También a Nynaeve. Todas tendremos que ayudar al Dragón, le pese a quién le pese-. Por un instante, pensó en Lan, y en su pétreo corazón ablandado por la Zahorí. Reprimió su sentimiento de culpa, pensando siempre en lo mejor para el Dragón Renacido.