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Rita Skeeter y el Torneo de los Cuatro Magos (IV)

en Parodias

Rita está un poco perjudicada. Nota la lengua gorda y la boca pastosa, aunque se lo está pasando fenomenalmente con sus nuevos amigos, los gemelos Weasley. Rita no es tonta y sabe muy bien lo que quieren los chicos, pero como ignoran la manera de llevársela a la cama, Rita se divierte con ellos. Los chicos han realizado algunos avances indiscretos, que a Rita le gustan pero que ha cortado por lo sano: uno de ellos, no tiene claro cuál, ha osado plantarle una mano en la parte baja de la espalda, muy cerquita del culo. Rita ha apartado la mano traviesa con gesto amable pero firme. O todo lo firme que el alcohol le permite. Descubre el brillo de la lujuria en las pupilas de los gemelos, y por un instante, se plantea follar con ambos. Hace tiempo que no se lo monta con dos tíos, y nunca con gemelos. Nota que se le empieza a mojar el chochito, que hoy se ha levantado mimoso después del maltrato nocturno que se ha dado. La polla de Snape la taladró ya hace días, y empieza a necesitar rabo. Y mira que esta tarde no se ha vestido de putón. Ha elegido los vaqueros de cintura baja que permiten que asome el borde de las bragas negras y una camiseta blanca que le dibuja el sujetador negro, con una inscripción graciosa. “I´m a witch”. Sabe que con eso está para comérsela, pero no va pidiendo guerra.

Los chavales piden otra ronda de cervezas de mantequilla. Ella añade un chupitín de whisky de fuego, y mientras viene la bebida, se deja manosear un poco por los gemelos. Nada serio, sus manos no pasan de la espalda o de las rodillas, pero la calientan. Claro que ellos se llevan la peor parte. Como buenos sacos de hormonas que son, seguro que llevan empalmados un buen rato. Rita se sonríe, lasciva y casquivana, pensando en los hermosos nabos gemelos, duros como piedras, dispuestos para ser ordeñados. ¡Uf, qué calor!

La señora Rosmerta es persona trae las bebidas. No es la primera vez que Rita la observa: se mueve como pez en el agua entre los adolescentes, que no se atreven a alargar la mano, como hacen con las camareras. Rosmerta no necesita ponerse seria, ni mirar mal. Basta con una sonrisa amable para que el truhán de turno se ponga colorado como un tomate y le pida perdón. Rita no sabe si Rosmerta es consciente de los sentimientos que despierta entre los mozos. Según los Weasley, Rosmerta está en el top ten de las hembras más deseadas de Hogwarts y alrededores.

-¿Ah, sí?-, pregunta Rita, inocente. -¿Y quién es la primera?-. Sabe la respuesta, claro, pero le gusta escucharla de labios de los chavales.

-Pues depende-, responde el que tiene a su izquierda. Rita frunce el ceño. No es lo que esperaba oír. –Para nosotros, sin duda alguna, la más deseada eres tú-. El que está a su derecha casi se abalanza sobre su oreja. Planta la mano en el muslo de Rita y susurra al oído. –Lo que quiere decir mi hermano el educado, es que la más follable eres tú-. Eso le gusta más. Pero se hace la ofendida, claro.

-¡Niño! ¿Qué manera de hablar es esa?-, regaña Rita. Pero atrapa la mano del chico cuando empezaba su retirada. La sube un par de dedos. La cara del gemelo se congestiona un poquito más. Rita está exultante. Su chochito, más. Es una pena que las advertencias de Dumbledore estén siempre tan presentes, porque ahora mismo, Rita se llevaría a los chicos al baño, y les haría una mamada que les dejaría los huevos secos. Para seguir calentándolos hasta que no pudieran más y se atrevieran a violarla. Lo dicho. Una pena. Rita nota unos dedos casi escarbando en su entrepierna. ¡Uy! -¡Quieto, galán! Esas manitas están muy bien ahí-, dice, colocando la mano otra vez sobre el muslo.

-Perdona, Rita, pero es que...-

-¿Qué?-.

-Que me pones muy bruto-, dice el gemelo. Su hermano, que debe haber descubierto dónde tiene la mano colocada el otro, pone sus propios dedos casi a la altura del conejo. Rita siente el calor que emanan las palmas de las manos de los chicos sobre sus muslos. Tiene las bragas empapadas, y unas ganas locas de bailar desnuda encima de la mesa. Menos mal que están en un rincón bastante discreto, porque ahora sí que se arriesga a una llamada de atención desde el despacho de Dumbledore. Hasta Rita tiene que reconocer que no es muy normal estar bebiendo con los Weasley.

-A mí me la llevas poniendo dura desde que te ví entrar en el colegio-, reconoce la boca que tiene a su derecha. Rita casi desfallece. Es el mejor piropo que ha recibido en días.

-Chicos...-, susurra con un hilito de voz. Las manos ascienden por los muslos, y Rita no se siente con ganas de frenarlos. Los dedos se topan contra el vaquero, justo encima de su raja. -¡Chicos!-, repite, agarrando las muñecas. Pero no separa las manos de allí. Envalentonados, los gemelos hacen fuerza. Hacia arriba. Hacia el coño de Rita. Siente unos labios en su cuello, y una mano en el culo. Del que tiene a la izquierda. Rita se muerde los labios. Debe frenar esto a tiempo, antes de que el alcohol la ofusque demasiado. Casi, casi está por rendirse cuando unos movimientos bruscos hacen que abra los ojos. Con el fregao, las gafas se han movido de su sitio, y Rita tarda un segundo en recolocarlas. E inmediatamente se entera del origen de aquel brusco frenazo a las hormonas juveniles. Dumbledore acaba de entrar en el bar. Fred y George, colorados como buenos Weasley, se han sentado muy educados. Siguen lanzando miradas cargadas de intención a Rita, y seguro que tienen las pollas tiesas. Ella misma respira demasiado rápido, y siente demasiado calor en los bajos. Le parece que se ha meado encima.

-Justo a tiempo-, dice Rita, sonriendo a los hermanos. Descomponen el gesto.

-¡No me jodas!-.

-¡Qué oportuno!-.

-Para mí sí-, replica Rita. –Estábais a punto de forzar mi virtud-.

-¿Y te hubiera gustado?-, pregunta el de la izquierda. Rita observa, antes de contestar, como el chico se frota disimuladamente el paquete. Descubre una nota de ansia en su voz.

-Créeme, os hubiera gustado mucho más a vosotros-. Rita se levanta entre las protestas de los gemelos, pero los tres saben que es mejor que Dumbledore no los vea juntos. Quizá para ellos se arregle todo con un castigo leve, pero ella se arriesga a que el viejo cabrón la expulse de los terrenos de Hogwarts.

Rita se tambalea un poco de camino a la barra. Rebusca en sus bolsillos, empinándose un poco. Las tetas casi se le salen del sujetador, y la inscripción de la camiseta brilla por sí sola. Dumbledore se gira en ese instante. Rita se siente traspasada por los ojos azules del viejo. Tarda un segundo en hacer acopio de valor. Está borracha, un poco, pero de eso no se dijo nada, ¿verdad?

-Albus-, saluda Rita, acodándose junto al director. Tiene un chupito de whisky de fuego delante de él. Rita alza las cejas, sorprendida. -¿Puedo invitarte a otro?-.

-Rita-, devuelve el saludo Dumbledore. Coge el chupito y se lo bebe de un trago, sin que una mueca cruce su rostro. -¡Dos, Rosmerta!-, pide alzando dos dedos de la diestra. Rita observa esa mano y piensa, no por primera vez, que quiere esa palma cubriendo su chochito, y esos dos dedos en concreto, metiéndose en él. Son dedos fuertes y largos, dos pollas diminutas que podrían perforarla perfectamente. –Rita, no se si te acuerdas, pero algo sé de legeremancia-, dice Dumbledore, bajando la mano. Rita se pone colorada. ¡Estúpida! ¡Tonta y estúpida! ¿Cómo ha podido bajar así sus defensas? ¡Y en presencia de Dumbledore! Todavía se castiga un poco más, mientras Dumbledore sonríe benevolente y Rosmerta se acerca con los chupitos. Rita levanta sus barreras, aunque le parece que con el viejo cabrón son completamente inútiles.

-Gracias, Ros-. Dumbledore guiña un ojo a la camarera, que le devuelve el gesto. Estos dos se traen algo entre manos, piensa una vez más Rita. –Con que “viejo cabrón”, ¿eh, Rita?-. Dumbledore le acerca un vaso, alzando el propio en un brindis. Rita, por primera vez en mucho tiempo, se queda sin palabras. Bueno, sin palabras en la boca. en su cabeza, revolotean sin sentido, aunque las que dominan el caos son “tonta”, “estúpida” y “fóllame”.

-No es con maldad, Albus-, se disculpa Rita. Ambos saben que es mentira. Chocan sus vasos y dan un trago. –Bueno, no con mucha maldad-. Dumbledore sonríe. Esta vez sí ha compuesto una ligera mueca.

-He de reconocer que te estás comportando mejor de lo que esperaba, Rita-, dice Dumbledore. Está amistoso. Una vocecita advierte a Rita que debería desconfiar de ese nuevo Albus Dumbledore. Pero el picorcito de entre las piernas acalla a la vocecita de la cabeza.

-¿Ah, sí? ¿Y qué esperabas?-.

-Después de nuestra... charla, temía que mis palabras solo fueran un acicate para tus... necesidades-. Dumbledore se gira, de modo que queda enfrentado a Rita. La mujer se descompone. ¿Sabrá el mago lo que provoca cuando se alza en toda su estatura? Intimida, sí, pero a una le dan unas ganas de ponerse de rodillas y abrir la boca... Rita se da cuenta de que Dumbledore le está mirando las tetas. Alucina. –Interesante inscripción-, dice. Rita se siente estúpida. No le miraba las tetas. Leía la camiseta. Bueno, pero las letras están justo encima de las tetas, ¿no? ¡Por las barbas de Merlín! Muy pocos hombres, poquísimos, consiguen que Rita se ponga a la defensiva. Dumbledore es uno de ellos, pero es que además es el único al que ansía tener dentro de ella. Mala combinación.

-Mis necesidades están bien atendidas, gracias-, responde Rita sin pensar. Se muerde la lengua demasiado tarde.

-Sí, Karkarov me ha contado las extrañas ausencias de su campeón. Y Snape... en fin, digamos que Severus me cuenta casi todo lo que pasa en su mazmorra-. Rita enmudece, pillada como una niña haciendo una trastada. Pero Dumbledore no parece molesto, sino... no sabe definirlo, pero le parece que hay un poco de... ¿envidia? Y respira cuando Dumbledore no menciona a Diggory. El chico es todo un caballero. Menos mal. –No puedo decir que apruebe tus relaciones, Rita, pero tampoco debo censurarlas. Si Karkarov no presenta ninguna queja, estoy atado de pies y manos-, Una imagen brutal se cuela en el pensamiento de Rita: Albus Dumbledore, desnudo, atado, con su vigorosa polla apuntando al cielo, y ella dominando la escena con un tanga y un corpiño negros. –En cuanto a Severus, ya es mayorcito para saber a quién se tira-. La fantasía desaparece mientras Dumbledore sigue hablando. Rita lo mira. Fijamente. En su última frase hay envidia. Sin duda. A Rita se le hace la boca agua. Acaba de descubrir una posibilidad. Rita alza dos dedos y pide un par de chupitos más.

-Albus, querido, no sabes el peso que me quitas de encima-, dice Rita, sorbiendo el borde del vaso.

-¿Ah, sí? Yo pensaba que te gusta sentir peso encima-. Una sonrisa traviesa aletea en las comisuras de los labios de Dumbledore. A Rita le da un vuelco el corazón. Si no llevara pantalones, sus fluidos correrían libremente por sus muslos.

-También me gusta que me aprieten los pezones-, comenta, con la boca seca. Dumbledore no dice nada. Solo la mira. Intensamente. Rita siente que el corazón se le va a salir por la boca. Solo quiere que Dumbledore le meta el rabo hasta la garganta para que el órgano vital se quede en su sitio. –Y que me metan un buen palmo de polla-, continúa, expectante. Dumbledore se toma el chupito de un golpe. El corazón de Rita parece detenerse. Ahora es el momento en que el macho le tapa la boca con un muerdo salvaje, forzando los labios y enroscando la lengua. Sus manos amasan las nalgas de la hembra, separando las cachas, abriendo el culo y el coño. Su polla se pega al vientre femenino, aún por encima de la ropa, y Rita se da cuenta de que el capullo de Dumbledore le rozaría la parte baja de las tetas. ¡Vamos, Albus, viejo cabrón!

Pero, no. Dumbledore pide un par de chupitos. Rita sonríe, decepcionada, caliente como una perra. Su sonrisa vacía no pasa desapercibida para Dumbledore. El director sabe lo que quiere la rubia, y por la verga de Merlín, que se lo daría si no hubiera tanta gente en el bar. Para empezar, Rosmerta se tiraría una buena temporada sin hablarle, y ese es un precio que no está dispuesto a pagar. Pero, ¡por los huevos del Minotauro!, que hacía tiempo que no sentía tantas ganas de follarse a una hembra. Le había pasado pocas veces. Casi siempre ha preferido la compañía de otros hombres, pero no es sencillo encontrar a alguien que esté dispuesto a acostarse con él, y no con el mago famoso. Con Albus, no con Dumbledore. Otro chupito desaparece por su gaznate antes de decir nada. El whisky de fuego le calienta el pecho. Los bajos ya están demasiado calientes.

-Voy al baño, un momentito-, escucha que dice Rita. Asiente, y la mira mientras desfila tambaleante entre las mesas repletas de estudiantes que les llevan vigilando discretamente desde que Rita se acercó a él. Otro motivo para estarse quietecito. ¡Qué dirían los chavales si el director se lía con Rita Skeeter! La verdad es que la tía está buena de cojones. Dumbledore admira el pandero de la hembra, y no puede olvidar el volumen de sus pechos. De sus tetas, piensa malévolo. Lleva demasiado tiempo siendo educado y políticamente correcto. Esa noche le apetece ser Albus, el amigo de Grindelwald, el osado joven que desafió los límites de la magia solo por entretenimiento. ¡Cuánto le gustaba llegar a los bordes de lo permitido! Como follar con Grindelwald. Nadie sabría nunca lo íntima que fue su amistad, y no solo en cuanto al sexo. Entregarse a Grindelwald, y saber que él ponía todo su ser en sus manos, eso era algo impagable. Pero eso se había acabado. Desde entonces, otros hombres habían pasado por su cama, y también alguna mujer, pero todos ellos querían probar la polla de Dumbledore, no entregarse a Albus. Hace mucho, viejo, mucho tiempo, piensa Dumbledore, pidiendo un par de cervezas de mantequilla. Siente un ligero mareo, y no quiere acabar borracho. Esta noche, Minerva no tendrá que hacer uso de su especialidad para exprimir a Albus. Rosmerta rompe su hilo de pensamientos al acercarse. Albus se percata de que solo ve las menudas tetas de su amiga asomando por encima de la blusa. Debe estar más borracho de lo que pensaba.

-Albus, no me importa, de verdad. Pero aquí, no-, escucha que le dice Rosmerta, tirando hacia arriba del borde de la blusa.

-Ros, tienes las tetas más apetecibles de todo Hogsmeade-, dice Albus. La posadera sonríe. –Y tu secreto está a salvo conmigo, querida-.

-Eso espero, Albus, eso espero-. Rosmerta mira por encima del hombro de Albus. El director sabe que Rita regresa. Por un momento, piensa en comerle los morros de sopetón. Luego cae en el público presente. Rita se sienta en el taburete, muy cerca de él. Albus le acerca el botellín.

-Por tus curvas, Rita-, brinda. –Que van a ser mías-, añade, mirando a los ojos de Rita. La bruja se queda sin habla. Rita ha pensado en masturbarse en el baño, pero ella quiere algo más que su dedo entrando y saliendo de su vagina. Quiere las manos de Dumbledore amasando sus tetas, mientras su polla se abre camino entre las estrecheces de su conejo. Quiere la boca y los labios de Dumbledore, y quiere que se corra en su cara, en sus tetas y en su coño. ¡Y ahora el viejo le viene con éstas! ¡Pues que las coja de una vez, joder!

-Voy a salir por la puerta, Rita-, dice Dumbledore. –Espera tres minutos y sal por la puerta de atrás. No es bueno que nos vean salir juntos-.

-Aunque todos sumarán dos y dos-, interrumpe Rita. De nuevo se regaña a sí misma. Quiere que el viejo la rompa a pollazos, no espantarlo. Dumbledore sonríe.

-¡Pues que hablen!-, jura, alzando el botellín. –Pero, por la verga del Minotauro, que deseo follarte hasta que me pidas tregua, Rita-. La mirada que Dumbledore deja resbalar por el cuerpo de Rita es como unas manos recias desnudándola. Cuando el viejo detiene el repaso entre las piernas de Rita, la bruja separa los muslos, casi esperando que la verga del viejo la penetre allí mismo. Se siente desfallecer. Dumbledore se levanta y sale por la puerta. Rita bebe el chupito de un trago, y empieza con la cerveza a sorbos cortos. Intenta controlar la respiración. Se gira para mirar la sala. Muchas cabezas se esconden en los hombros. Otras, como las de los gemelos Weasley, esperan una invitación para unirse a ella, ahora que Dumbledore se ha marchado. “Gracias, chicos, pero tengo un plan mejor”. Rita mira sin ver al resto del bar. Calcula que ya ha pasado el tiempo suficiente. Deja su abrigo y se encamina a los baños. Pasa de largo la puerta del servicio de chicas, se cruza con una de las camareras que vuelve de la cocina y encuentra la puerta trasera. Sale a la noche. El contraste de temperatura hace que sus pezones se inflen. Está tan excitada que el roce de las copas del sujetador le hace daño. Nota la humedad que no ha dejado de rezumar de su coño. La cabeza le da vueltas. Daría un dedo por un cigarrillo. Da unos pasos, sin saber hacia donde dirigirse, y de repente, al entrar en la oscuridad, siente que una mano le cierra la boca. solo puede respirar por la nariz. Se asusta. Mucho. Porque se siente empujada, trasladada, como si tiraran de un gancho colgado de su ombligo. Una luz fuerte la ciega, y un momento después, está a cuatro patas, recuperando el aliento. Ya no hace frío. Recupera poco a poco la visión. Reconoce el despacho de Dumbledore. Gira la cabeza y contiene el aliento. Dumbledore está sentado en su silla, la de director. Los cuadros de las paredes están extrañamente vacíos, incluso Fawkes está ausente. El despacho está tenuemente iluminado por una luz azul, fantasmagórica, que al parecer nace de una enorme pila bautismal. La escasa luz solo acierta a iluminar un lado de Dumbledore. Totalmente desnudo, el director se pajea un enorme miembro con la mano que no recibe la luz. Fascinada, Rita observa el capullo rojo de Dumbledore, asomándose y escondiéndose al ritmo de la lenta masturbación. Rita se acerca al miembro, hipnotizada, como si fuera una gatita en celo. Ronronea de gusto. Se va a merendar, por fin, el rabo de Dumbledore.

-¿De verdad eres una bruja?-. La voz de Dumbledore retumba en el despacho. -¿O una zorra?-. Rita tarda un momento en darse cuenta de lo que dice Dumbledore. El juego de palabras de su camiseta, claro.

-¿Qué quieres que sea?-, responde Rita, deteniéndose. Se sienta sobre sus piernas, exponiendo el pecho. Quiere ser la puta de Dumbledore, al menos por esta noche. El director se encoge de hombros, sin parar de meneársela. Rita se quita lentamente la camiseta. Albus devora cada centímetro de piel que la bruja va descubriendo: el hoyuelo de su ombligo, la lisura de su vientre, la blancura de su piel. Una gota de líquido preseminal asoma por el ojo de su verga. Rita se relame al ver la perla líquida. Dumbledore la recoge con un dedo, y lentamente, se la ofrece. Rita ronronea. Tira la camiseta, y a cuatro patas, acerca la boca golosa al dedo ofrecido. Lame la perla, y el dedo que la acompaña. Sorbiendo, regodeándose con el apéndice de Dumbledore. El director ofrece un segundo dedo, y Rita lo acepta, forzando la boca para admitir aquellas dos porras. La mano de Dumbledore ahoga el rostro de la bruja, y Rita nota los espasmos de un orgasmo inminente. Le sorprende, pero no le importa. Lleva tal calentón que lo extraño es no haberse corrido con la charla anterior. Le gustan los dedos fuertes de Dumbledore, las manos poderosas, y le gusta chuparlos como si fueran pollas, lubricarlos para que se introduzcan en su cuerpo, por donde quieran hacerlo. Se siente muy, muy puta. Mama los dedos como si fueran vergas mientras el orgasmo, el primero de la noche, la atraviesa de parte a parte. Jadea, gozosa, sintiendo chorrear su conejo, y casi muerde los dedos con el punto álgido del orgasmo. Dumbledore no le da tregua. Quizá no sepa que Rita se ha corrido, pero el mago atrae la cara de Rita hacia su entrepierna. La barbilla de Rita topa contra los grandes huevos, casi lampiños del director.

-Buena chica-, murmura Dumbledore. –Huelo tu orgasmo, Rita-. Rita siente la fuerte mano de Dumbledore en su nuca, apretando la cara contra los cojones cargados de semen y la polla nervuda. El mago reboza la cara de Rita con el miembro, dejando a su paso un reguero de líquido preseminal. Rita aporta su saliva, mojando los huevos y el aparato. Escucha el suspiro de satisfacción de Dumbledore, antes incluso de que la mano guíe la cabeza de Rita hacia arriba, hacia la cabeza colorada, hinchada, lisa y brillante. Rita atrapa los grandes huevos, con las dos manos, manoseándolos, sopesándolos, gozándolos. ¡Cuanta lefa debe haber ahí! Semen tibio que quiere para su colección. Rita abre la boca, dispuesta a desencajar la mandíbula para que la verga de Dumbledore se encaje en su garganta. Los labios de Rita rozan el capullo, rebasan el pliegue de piel y abrazan con fuerza el cuerpo de la polla. Comienza a mamársela, con los fuertes dedos del director enredados en su pelo. Esas manos pasan a la nuca, y al cuello. Rita nota que desabrochan el cierre del sujetador e inmediatamente, sus tetas cuelgan libres de mordazas. Rita se saca el miembro de la boca y lame los huevos. Huele el sexo del hombre, duro y pegado al vientre. Quiere tantas cosas que no sabe por dónde continuar. Menos mal que Dumbledore toma la iniciativa, pasando ambas manos por la espalda de Rita hasta que sus dedos acarician la cinturilla de sus bragas, que estira suavemente, arrancando gemidos de placer de Rita cuando la tela se le clava en la raja. “¡Sí, cabrón, así! “¡Fóllame con las bragas, hijoputa!”

Dumbledore le alza la cara. La bruja se deja mirar con la boca entreabierta, deseando sentir las barbas de Dumbledore rozándole las mejillas. El director la obliga a ponerse en pie. Él mismo se levanta de la silla, rodeando, admirando las rotundas formas de la periodista. Acaricia los hombros, y la espalda. Rita se percata de que aún no le ha hecho ningún caso a sus glorias, que permanecen en estado de alerta y huérfanas de caricias. Rita deja los brazos caídos a los costados. Respira con cierta agitación, y todavía tiene el sabor de la polla de Albus en el paladar, hasta en el principio de la garganta. Degusta ese sabor, salado y potente. Nota el calor del cuerpo detrás de ella. Las manos de Dumbledore rodean su cintura. Instintivamente, Rita echa el culo para atrás, para sentir el volumen del nabo de su amante en las nalgas. Separa los brazos del cuerpo, facilitando los manejos del director. Y de repente, la diestra toma posesión de su coño. Rita expele un gemido, un “¡ufff!” que la dobla en dos. La mano escarba sobre los vaqueros, grosera, sucia y fuerte. Nota el rabo de Dumbledore pegado a su culo, y quiere que le baje los pantalones de una vez. Rita se acerca al borde de la mesa. Está por desfallecer, y necesita apoyarse en algo. Otra mano se cierra sobre el pecho, amasando la carne tibia y jugueteando con el pezón. Sus manos se agarran al borde de la mesa del director, que la ha soltado. Por encima del hombro, con pupilas febriles, Rita observa a su amante. No puede creer lo que está pasando. El tercer ojo de Dumbledore apunta directamente a su cara.

Albus nota las sacudidas de su viejo corazón retumbando en el pecho. Tiene la boca seca, y el culo de Rita parece invitarlo. Nunca ha sido muy de tetas, pero debe reconocer que las de Rita están muy bien. Snape le contó pocos detalles, pero casi todos tenían que ver con la suavidad de los melones de la periodista. Está cachondo como un mulo. Se acerca despacio, otra vez, a la mujer ofrecida, doblada en dos con el culo en pompa. La cinturilla de las bragas asoma por encima del borde del pantalón. Albus se pasa la lengua seca por los labios resecos, tironeando del vaquero. La prenda exterior arrastra la interior, y cuando el vaquero rebasa las caderas de la bruja, las bragas se quedan hechas un gurruño deforme. Albus las recoloca con cuidado, escuchando los suspiros de Rita. Constata la humedad de la hembra con el dedo índice. Rita grita de placer al sentir el solitario dígito repasando su raja. Trata de separar los muslos, pero el vaquero se lo impide. Está fuera de sí. Apoya el peso en las manos y se eleva. Sus elásticas chicas se menean contentas. Quieren atenciones. Dumbledore se agacha ante el culo de Rita. Huele las bragas. Rita nota la ganchuda nariz del viejo en su punto sensible, y loca de placer, agarra la cabeza de Albus, empujándola, forzándola a pegarse contra el conejo. Albus se deja arrastrar. Planta las manos en las cachas de Rita, abriéndolas. La lengua seca se humedece con los fluidos que Rita le ofrece generosamente. El mago agarra la prenda íntima, arrugándola, convirtiéndola en un tanga del que aparta la tira para exponer la rajita rosada y brillante de flujo. Rita chilla cuando Dumbledore se la bebe primero y la devora después. Le mete la lengua en el coño. Muerde el clítoris. Se la folla con un dedo gordo como el rabo de un adolescente. Las tetas rebotan una contra la otra, tan ebrias de placer como su dueña, aplaudiendo las atenciones de Albus. ¡El viejo cabrón es mejor que Snape con la lengua! Rita se muerde los labios cuando Albus concentra sus lamidas en el ojo del culo. Suelta la cabeza del director y se lleva ambas manos a las nalgas, abriéndolas, ofreciendo la puerta de atrás todo lo que puede. Albus lubrica el ojete con saliva y con fluidos de Rita que arrastra con la lengua plana desde la raja hasta el ojete. Y todo eso, sin dejar de joderle el chumino con un dedo enorme. Sin poder contenerse, Rita chilla, traspasada por un nuevo orgasmo. Sus piernas flaquean, incapaces de sostener el peso de su cuerpo. Albus la sujeta. Impide que se caiga atrapándola por la cintura. Rita se siente volar cuando Albus la gira y la deposita boca arriba sobre la mesa del despacho. Se encuentra en la gloria. Inopinadamente, descubre un rostro en un cuadro. Un rostro que le devora las tetas con las manos escondidas por debajo del marco. Rita comprende que el antiguo directos, sea el que sea, se la está machacando a su salud. ¡Pues que goce!

Albus no tiene paciencia. Sabe que Rita se ha corrido, disfrutando de su lengua y de sus dedos. Grindelwald decía que lo mejor de Albus eran sus dedos. Arranca los zapatos de Rita, suelta los botones de la bragueta del vaquero y los saca de las piernas de Rita con fuertes tirones. La bruja se deja hacer, todavía disfrutando del orgasmo, casi ajena a lo que Albus hace. Solo es consciente de lo fría que está la madera de la mesa en contacto con la piel de la espalda y de las nalgas. Rita siente que Albus le separa las rodillas y le eleva las piernas, hasta que los tobillos de Rita descansan en los hombros de Dumbledore. La bruja se lleva las manos a las tetas y detiene su alocado bamboleo. Descubre el enorme falo de Dumbledore asomando justo por encima de sus bragas, amontonadas sobre el precioso jardín moreno de su chochito. Albus jadea. La tenue luz azul dota a su cara de un color morado. El pelo se le ha alborotado un tanto, y parece que un halo azul rodea su cabeza. Rita alza las caderas, invitando a Albus.

-¡Bájame las bragas!-, pide, jadeante. Con una mano, Albus tira de ellas, descubriendo el matojito, la raja y los fluidos que la empapan. –Soy tuya, Albus, esta noche soy tuya-, declara Rita, con los ojos entornados. Dumbledore la mira. No duda de la veracidad de sus palabras, que le recuerdan la entrega de Grindelwald y la suya propia. Deja las bragas en los muslos de Rita, interponiéndose entre su pecho y el coñito de la bruja. La hembra suelta las tetas, que se desparraman sobre su pecho. Las lleva hasta las nalgas, y con dedos hábiles, abre la cueva rosada, invitando al erecto y poderoso miembro a entrar. Dumbledore se agarra el aparato. Lo coloca sobre el chumino abierto. El cuerpo del nabo se calienta y humedece al contacto con el chochito ofrecido. Reboza la polla por toda la raja. Rita, que no se ha recuperado del todo del orgasmo, gime entre le placer y el dolor. Todavía no ha empezado a joderla y se ha corrido dos veces. El roce se acelera, obligando a Rita a crispar los dedos. Se abre más la raja, meneando las caderas, invitando al macho a poseerla, a romperla a pollazos, a inseminarla con semen tibio. Rita abre los ojos, implorando carne con la mirada. Con un gesto rápido y hábil, Dumbledore hunde la polla en el coño de Rita. La hembra muge, invadida, poseída, traspasada. Dumbledore se la folla con embestidas fuertes y cada vez más profundas. No se parece a la lenta invasión de Snape en su culo. Es más como si le forzaran el coño, cuando estaba preparada para recibir el miembro entero de un solo arreón. Pero le gusta. Le encanta la forma que tiene Albus de darle polla. Cada vez más, obligándola a gemir con cada nuevo envite. Con los tobillos en los hombros apenas puede moverse, y eso le gusta. Se siente como si fuera el juguete de su macho.

Dumbledore acelera el ritmo, y le encaja la polla hasta el fondo con un fuerte meneo de caderas. Rita chilla, y esta vez, Albus reconoce el dolor en el grito. Pero la hembra sigue abriéndose la raja. Aguanta el ritmo. Albus coge las bragas sin dejar de bombear entre las piernas de Rita. Las saca por turnos, alzando un tobillo y luego el otro. Liberada, la bruja separa las piernas todo lo que puede, ayudándose de las manos que apoya en la parte interna de los muslos. Albus nota su miembro más pegado a las paredes del coño de Rita. La bruja lo mira suplicante, como si quisiera que se la metiera más, o más rápido. Ve la saliva que se escapa de las comisuras de los labios de la hembra, y las tetas que flanean sobre el pecho al ritmo de las caderas del mago. Acelera más el ritmo. Rita está tan cachonda que sus fluidos le salpican el bajo vientre cada vez que le encaja un nuevo pollazo. Le mete las bragas en la boca. Albus está cerca de correrse. Rita muerde la tela empapada. La mordaza acalla momentáneamente sus gemidos. Un instante después, los músculos del cuello de Rita se contraen. Albus escucha los chillidos amordazados. Le amasa las tetas, retorciendo los pezones, provocando que unas lágrimas broten de los ojos de la hembra. Rita alza los brazos, sujetándose al borde de la mesa que tiene por encima de la cabeza. Se deja maltratar los pezones hipersensibilizados. Se deja hacer todo lo que el viejo quiera. Se ha corrido una vez más al notar su sabor salado en las bragas que la amordazan, y ya no tiene sentido tratar de ser discreta. Rita araña la madera, dejándose llevar por las olas del mar tempestuoso que es su cuerpo, estremecido por un orgasmo tras otro, derrotada y vencida por el macho que la taladra inmisericorde. Jadea, ahogada y colmada de polla, sintiendo las acometidas cada vez más hondas y más veloces de Albus en su vagina. Le está destrozando el coño, y eso es algo que Rita llevaba esperando desde la primera entrevista con el director. Albus suelta los pezones, que ha dejado enrojecidos, y planta sus fuertes palmas en los muslos abiertos de Rita. Los abre, más y más, frenando el ritmo de bombeo. Rita lo nota, pero le da lo mismo. Tiene la sensación de que cada penetración le provoca un nuevo orgasmo. Se siente débil, satisfecha, con ganas de más rabo y al mismo tiempo, con ganas de que acabe. Albus sale de ella. Rita abre los ojos y lo mira, extrañada. Constata que la respiración del mago está tan acelerada como la suya propia. Fascinada, observa la lenta masturbación que Dumbledore le ofrece. Los cojones suben y bajan al ritmo que marca la mano. La otra mano de Dumbledore se coloca en el chochito abierto de Rita, que gime al sentir la palma cubriendo, una vez más, toda su almeja, y esta vez, sin tela que interrumpa el íntimo contacto. El pulgar de Dumbledore entra suavemente en la cueva. Rita se ahoga, de placer puro, pero no puede apartar la vista de la hermosa polla de Albus. El dedo gordo sale del chichi y avanza hacia el sur. Rita relaja el ojete. Sabe exactamente dónde va a acabar esa exploración. El dedo hurga en el ano, casi pidiendo permiso para entrar. La bruja apoya los talones en la mesa, relajando así el perineo y el trasero. Albus vuelve a repasar la lubricada raja de Rita, empapándose el miembro, camino al sur. Rita siente el capullo pasando por encima de su clítoris, separando los labios mayores, resiguiendo el río de sus propios fluidos hasta que queda a las puertas del ojete. No puede más. Se abre. Totalmente. Separa las piernas y mete las manos por debajo del trasero, separando nuevamente las cachas. Menea las caderas hasta que siente la punta del capullo rozando su esfínter. Poco a poco, conteniendo el aliento e hinchando los carrillos, deja que el miembro del director la taladre, hasta que acoge toda la extensión y gordura del rabo de su macho en el trasero. Le quema, pero adora ese ardor. Cuando Dumbledore comienza a joderla, bombeando con suavidad, Rita solo puede pensar que quiere más ritmo, que quiere sentir la polla de Dumbledore metida hasta la garganta. Albus acelera, perfectamente encajado en las entrañas de Rita. Es un placer que no había disfrutado en años, poseer un culo femenino. Se imagina que es el culo de un hombre, y se da cuenta de que en ese momento, no quiere a ningún hombre debajo de él. Quiere exactamente lo que hay: a Rita Skeeter sofocada, jadeando, conteniendo el aliento cada vez que Albus entra y expeliendo un quejido cada vez que sale. La melodía de mugidos, jadeos y gemidos se acelera, le calienta la sangre. Siente los primeros avisos del orgasmo, y se llena de lujuria. Cierra las piernas de Rita, estrechando el culo, haciéndolo más sensible. Rita grita, rota, violada, empalada, y el grito de la hembra excita al macho de tal manera que el orgasmo le rompe en dos. Inunda el trasero de la bruja, sin para de bombear, gritando él mismo al techo del despacho. Los cuadros se van llenando de rostros que se asoman con disimulo, observando al director eyacular dentro de la hembra que chilla y se aprieta los soberbios melones hasta dejarse marcas en ellos. Albus suelta las piernas, que se abren, y se deja caer entre ellas, todavía con el miembro encajado en el trasero de Rita. Los espasmos de uno se sincopan con los del otro. Rita está convencida de que Albus le ha roto el culo, y no le importa lo más mínimo. Si la polla de Snape la hizo sentirse viva, la de Dumbledore le hace odiar los momentos en que no la tenga dentro de sí.

-¡Oh, joder, Albus, ha sido...Mmmmm!-, gime Rita, sintiendo un nuevo destello de placer cuando Dumbledore saca la chorreante estaca de su culo. El cuerpo, hiperestimulado, se convulsiona, ajeno a los intentos de controlarlo de Rita. Albus se arrodilla entre sus piernas y comienza a lamerla, de arriba abajo, limpiando los restos propios y ajenos que se han acumulado entre las piernas de Rita. La bruja alucina. -¡Joder, Albus, ni tienes que...! ¡No sigas, cabrón!-. Rita intenta apartar la cabeza de Dumbledore, pero el viejo le atrapa las muñecas y la inmoviliza, siguiendo a lo suyo. Rita no se puede contener. Gimiendo y llorando, se corre en las narices de Dumbledore, regando la cara del director con una nueva marea de perlas brillantes. Siente que Albus absorbe su esencia, lamiendo una vez más el conejo de la bruja, hasta que suelta las muñecas y se eleva en toda su altura. Rita está derrotada. Satisfecha pero muerta. El sexo la ha dejado al borde del precipicio, y el alcohol no ayuda a mantenerse despierta. Agotada como no se ha sentido en años, Rita se queda dormida encima de la mesa del director, desnuda, sucia y bien follada.