miprimita.com

Las Alegres Divorciadas (II)

en Sexo con maduras

Las Alegres Divorciadas llegan después de comer a casa de Teresa, como todos los domingos. Virginia se ha caído de la convocatoria, y Teresa está convencida de que su ausencia se debe a lo gazmoña que es: le encantaría que Mateo le metiera esa pollón, pero tiene que mantener una imagen. Seguro que acabará intentando quedar a solas con el chico para seducirlo. Porque Virginia no tontea: ella seduce. Virginia no se rebaja como una perra: coquetea. Virginia no chupa pollas: hace felaciones. Y por supuesto, Virginia no folla: le hacen el amor. A pesar de todas sus chuminadas, es buena chica, y cuando se suelta, resulta divertidísima. Pili llega vestida para matar, como no podía ser de otra forma. Un vestido ajustado, muy poco apropiado para una reunión de té y pastas entre amigas maduritas, mucho más lógico si lo que busca es pillar cacho en un bar, pero Teresa sabe que si le ofrece entrar en la habitación donde Mateo repara fuerzas, Pili le tiraría las bragas empapadas a la cara y entraría con todas sus armas a punto.

-Hola, querida-, Pilar la saluda con dos besos en las mejillas. Luego la mira a los ojos, tomándole las manos. –Dime, ¿dónde está el semental?-. Directa al grano. Teresa sonríe.

-En la cama, descansando-. Pilar simula derretirse.

-¡Qué suerte tienes, zorrona! ¡Quién pillara un chavalote así!-.

-¡Anda, Pili! ¡Mírate! ¿Tú te crees que me chupo el dedo?-. Pilar se yergue, coquetona.

-No, ya he visto que chupas otras cosas...-.

-¡Cochina!-, insulta Teresa, encantada de la vida. Sabe que Pilar se alegra por el nuevo status quo.

-¡Golfa!-, responde rápida Pilar, suavizando el insulto con una amplia sonrisa. -¡Es que no es justo!-, se queja Pilar, entrando en el salón y dejando el abrigo en una silla. –Las dos os lo habéis tirado y yo aquí, en ayunas-.

-¡Uy, qué dramática!-. Teresa no se deja engañar. –Dime una cosa: ¿llevas bragas?-. Pilar se hace la indignada. Un segundo. Después se levanta la falda cortita ayudándose con unos meneos de la cadera y le muestra a Teresa su chochito pelado.

-Ni braguitas ni pelitos-, contesta Pilar, mirando en dirección a la puerta de la habitación de Mateo. –Me lo he pelado ésta mañana, después de ver que la suya es lampiña. ¡Qué morbo, tía!-.

-Virginia no viene-, informa Teresa. Ambas toman asiento. Desde la posición de Teresa, puede ver el túnel que se forma entre las piernas de Pilar.

-Ya, peor para ella. A más tocamos-, contesta Pilar. –Oye, una cosa, Tere. No te importa que... bueno, que le tire los trastos-, confiesa, señalando con el pulgar a su espalda. Teresa niega con la cabeza.

-¿De verdad? No. Porque me ha prometido que siempre tendrá tiempo para mí, por mucho que ande “liado”-.

-¡Jolín, que encanto! Pero te advierto. Si me lo calzo, igual no le quedan muchas fuerzas para cumplir contigo...-

-¡Uf! Ya veremos. Yo tengo el chocho destrozado, ¿eh? Es que no hay manera, cada vez que me pilla, me monta dos o tres veces-, confiesa Teresa. Pilar aprieta los muslos.

-No me pongas el dulce en la boca, anda-. Pilar mira de reojo a la habitación. Suena el timbre. Concha estará esperando para entrar. Teresa deja la puerta abierta y vuelve al salón. Pilar curiosea, justo en el lugar donde Mateo le hizo las fotos esa mañana.

-Aquí hay restos de lujuria y de pasión, golfa-, dictamina, pasando un dedo por encima de la tapicería del sofá.

-Sí. Y ahí-, señala con el dedo, -y ahí, y ahí. Y seguro que ahí también-. Teresa acaba señalando toda la casa.

-¡Jopé! ¿Y cuanto tiempo lleva en casa?-.

-Desde finales de Agosto. Follando como animales, tres semanas. A diario, Pili, a diario-, confiesa Teresa, sabiendo que Pilar alucina.

-¿Qué pasa a diario?-, Concha entra por la puerta, mucho más recatada que Pilar. -¡Lo sabía! Estaba por apostar algo a que venías vestida como un zorrón-. Concha y Pilar se dan dos besos.

-Yo también me alegro de verte, Conchi. Y sí, ¿qué pasa? Ya se lo he dicho a Tere. Estoy en desventaja-. Las tres se ríen. Teresa saca la bandeja y la cafetera, mientras Concha deja el paquete con los pastelitos encima de la mesa y Pilar abre el armario donde Teresa guarda los lingotazos.

-Viene sin bragas-, señala Teresa, informando a Concha.

-¡Si es que lo sabía!-.

-Y se ha depilado el tema-.

-¡Anda! Eso sí que no me lo esperaba. ¿Qué tal se ve?-, pregunta Concha a Pilar.

-Pues muy lindo, en serio. Me gusta. Además, es más... sensitivo. No sé si es por llevarlo pelado o por los mensajes de esta mañana, pero llevo un día... no me he follado al perro del vecino porque no sé cómo ponerme a su altura-.

-¡Hala! ¡Bruta!-, responden las otras dos.

-Enséñamelo, anda-, pide Concha. Pilar no se hace de rogar. Vuelve a mirar a la puerta de la habitación de Mateo, pero Concha y Teresa saben que no es por mojigatería, sino todo lo contrario. A Pilar le encantaría que el chaval abriera la puerta justo en ese momento, mientras Pilar le enseña el conejo a sus amigas.

-La verdad es que es más... femenino-, opina Concha, sentándose frente al chocho expuesto de Pilar. -¿Puedo?-.

-¡Claro, claro! Toca lo que quieras, pero ten cuidado, que estoy cachonda como una perra en celo-.

-Ya se nota, tía. ¡Estás empapada!-, exclama Concha, retirando el dedo pringoso que ha pasado por la vulva de su amiga.

-¡Pues no te lo estoy diciendo! Además, las manos no tienes sexo...-

-Ni las bocas-, coincide Teresa. Pilar gira la cara hacia ella.

-¿Qué? ¿Me lo quieres comer?-.

-Joder como estamos-, refunfuña Concha

-Bueno, y vosotras ¿qué? ¿Tú te has hecho algo?-, pregunta Pilar a Teresa.

-Pues no. Creo que le gusta mi conejo tal y como está. Pero eso sí, de tanto frote, tengo menos vello en las ingles-, confiesa.

-¡Uy, qué golfa!-, contesta Pilar. –No sabes la envidia que me dáis. ¿Y tú?-.

-¡Oye, que yo solo me lo he tirado una vez!-.

-Sí, pero veo en tus ojos que quieres repetir. ¿Te has hecho algo o no?-. Pilar se vuelve un perro de presa.

-No-.

-¿Y piensas hacerte algo?-. Concha se sonroja levemente. Pilar sonríe triunfante. -¡Ja! ¡ Te pillé! ¿Qué has pensado?-.

-No sé... una franjita, así, de arriba abajo, suave y definida-.

-A la brasileña. Como las guarras del porno-, dice Pilar.

-Las guarras del porno lo llevan pelado. Como tú-, responde Concha.

-Y las mujeres de verdad lo tenemos peludo-, añade Teresa. Las tres se ríen, cachondas y desinhibidas. Es lo que tiene compartirlo todo durante un montón de años.

-¿Y Virginia? ¿Cómo lo tendrá?-, se pregunta Concha.

-Seco-, contesta rápidamente Pilar.

-No seas borde, Pili. Reconoce que está muy bien-.

-Sí, sí, está muy bien. Y seguro que “hace el amor” más que nosotras... bueno, que tú, no-, se corrige, mirando a Teresa. –Yo creo que lo lleva depilado. Como el de una niña. Y se da cremitas, y le habla con mimo y lo cuida a diario como si fuera el jardín de su casa. Ahí no entra cualquiera, eso seguro-.

-Creo que tienes razón. Le pega llevarlo así-, coincide Concha.

-Oye, tu galán es un poco dormilón, ¿no?-, dice Pilar cambiando de tema.

-No suele, pero claro, es que entre anoche y esta mañana...-

-¡Malditas perras!-.

-Tranquila, que sé de buena tinta que te tiene ganas-, revela Teresa, sirviéndose el primer chupito. Antes de que Pilar se haya repuesto de la sorpresa y empiece a babear, continúa: -¿A que no sabéis que la primera noche que me hizo... algo... estaba borracha como una cuba?-. Las dos amigas la miraron, curiosas. Empezaban los secretitos. La mejor parte de la tarde. O la segunda mejor parte.

-¿Ah, sí? Cuenta, cuenta...-.

-Fue el día que te acercó a casa, Conchi-.

-Sí, me acuerdo. Nos agarramos una buena-.

-Lo sentí abrir la puerta, y la verdad es que estaba esperándolo. Entre unas cosas y otras estaba más caliente que Pilar hoy-.

-Graciosa-.

-Pero me quedé dormida. Me despertó un poco el ruido de la puerta, y sé que luego me llevó a la cama-.

-¿Y te folló dormida?-, pregunta Concha.

-No, fue más caballeroso. Me fue desnudando. Me hice un poco la dormida mientras me metía mano-.

-¡Aaaayyyy, qué golfa!-.

-¡Ojalá me meta mano a mí!-.

-Me quitó todo, y me colocó como si estuviera en un aspa, con los brazos abiertos y las piernas separadas-.

-Déjame una toalla que te empapo el sofá-, comenta Pilar.

-Pensé que me la iba a meter. Es más. Quería que me la metiera-.

-¿Y quién no?-.

-Yo hubiera abierto los ojos y me lo hubiera devorado-, tercia Concha, relamiéndose los labios.

-Iba a hacer eso, ¿sabes? Pero me moví demasiado rápido. Creo que lo asusté. No estaba preparado-.

-Pues qué pena, chica. ¡Menudo calentón para nada!

-¡Puf! ¡Dímelo a mí! Mira que estaba pedo como hacía años, y aún así me hice un dedo. Bueno, usé el regalo que me hiciste-, dice Teresa señalando con su copa recién servida a Concha.

-¿Y la primera vez...? ¿Cómo fue?-, pregunta Concha, sirviéndose un lingotazo generoso.

-A lo tonto, como suelen pasar estas cosas-, contesta Pilar. –Fue el día que me vine a casa con el tío del banco-.

-¡Ah, ése!-. Concha lo recuerda porque las tres se apostaron una cena a ver quién se lo llevaba a la cama. -¿Y cómo coño acabas tirándote a un chaval con ese pedazo de hombre en la cama?-.

-A eso voy, porque no fue capaz ni de empezar-. Caras de asombro entre sus amigas. –Que si estoy un poco borracho, que si yo creía, que si le doy un minuto, y dos, y quince... total, que acabamos dejándolo para otro rato. El hombre se fue un poco bajo, la verdad, pero yo estaba como...-.

-Ni se te ocurra, guarra-.

-Bueno, pues así estaba yo. Ví luz en la habitación de Mateo, y pensé ¿por qué no?-.

-Y entraste en pelota picada y el chaval no se vió en otra mejor-.

-¡Ay, putilla!-.

-¡Que no! No fue así. Me dio vergüenza al darme cuenta que tenía que haberlo escuchado todo-.

-Pero si no era el primer hombre que traías a casa...-, apuntó Pilar.

-Precisamente. ¿Os imagináis que ha debido pensar con cada tipo que ha venido?-. Las tres amigas comparten un silencio en el que cada una reflexiona. Todas coinciden. Seguro que Mateo no lo debió pasar bien.

-Repito: ¿y cómo acabaste empalada en la vigorosa polla de Mateo?-. Pilar no está dispuesta a que la tarde se amustie.

-¡Qué bruta eres, hija!-, protesta Concha.

-Con “P”, querida: Puta. “Qué puta eres” es la expresión correcta-.

-Dejando la puerta de mi habitación abierta y empezando a jugar con la polla de plástico-, resume Teresa, recuperando la atención de sus amigas. –Es que Mateo me espiaba mientras follaba, ¿sabéis? Y me ponía cachondísima-. Pilar y Concha boquean como peces fuera del agua. –Sí, majas. Lo descubrí casi con el primer tío. Esta casa suena mucho, sí, pero yo ya conozco cada ruido. Y los que escuché detrás de la puerta cuando Aníbal me montaba (creo que se llamaba Aníbal), no eran de mi casa. Con el segundo, creo que era Pedro, no me quedó ninguna duda. Dejé la puerta un poco abierta, y descubrí la sombra de Mateo cruzándola. Me corrí al verlo. Pedro se creyó que había sido por él-.

-¡Madre mía!-.

-¡Qué puntazo!-.

-Y la noche que el del banco me dejó a medias...-.

-¡Ni eso, querida!-.

-...dejé la puerta abierta. Estaba enfadada y cachonda. Pensé en entrar en la habitación de Mateo con toda la mercancía al aire, como decías tú, pero también me daba un poco de cosa. No sé... ¿y si el chaval no nos había oído? ¿O si se había quedado dormido con la luz encendida?-.

-Ya, sí, te entiendo-.

-El caso es que me volví a la habitación, caliente como una perra y nerviosa como una chiquilla. Y se me ocurrió lo del consolador. Dejé la puerta abierta, un poco más que otras veces...-

-¡Mala!-.

-¡Calla, deja que siga!-.

-¿Estás mojando las braguitas?-.

-¡Sí! Y tú estarás empapando la tapicería, Pili-.

-...y encendí la lamparita de noche. Luego me puse a... ya sabéis, a jugar-.

-¡Y gemiste!-.

-Un poquito más alto de lo normal-, confirma Teresa.

-¡Uy, que zorrón! Y Mateo asomó la cabeza-, adelanta Pilar. Teresa asiente.

-A los cinco minutos, tiempo que pensé que el cacho de plástico era la polla de Mateo, así que cuando lo descubrí mirando, me salió natural decirle que viniera-

-¿Y vino así, sin más?-. Concha parece asombrada.

-Le costó un poco, pero tampoco se apartaba de la puerta-.

-¡Y tú seguro que seguías dale que dale!-, interviene Pilar, moviendo las manos entre las piernas como si se estuviera metiendo un consolador. El orillo de su corta falda se levanta un poco más, y casi asoma el chochete de la señora.

-Claro-, confirma Teresa. –Hasta que la lujuria le pudo. Entró en la habitación colorado como un tomate-.

-Sería vergüenza-, dice Concha.

-Sí, vergüenza y ganas de joder-, tercia Pilar, dándole un buen trago a su copa.

-Yo seguía metiéndome el consolador, lento y profundo, y le pedí que se sentara a mi lado. Luego tomó la iniciativa, ¿sabéis? Agarró el juguete y empezó a follarme con él-.

-¡Vaya con el mojigato!-.

-Pero, ¿te la metió?-. Pilar se echa hacia delante, esperando la respuesta de su amiga. Teresa, con una sonrisa de gata satisfecha, confirma con la cabeza.

-Sí, hija, sí. ¡Vaya que me la metió! Se notaba que era la primera vez, por eso no aguantó mucho. ¡Pero menuda tranca! La coloqué a la puerta y le dije que entrara despacio. ¡Eso no parecía acabar de entrar nunca! Estaba colorado como una amapola, pero ahí sí que era de excitación. Me miraba las tetas, y menos mal, porque creo que no se dio cuenta de que me estaba haciendo daño. Y a los tres o cuatro meneos, se salió. ¡Y se corrió encima de mi tripa!-.

-Vaya, pues qué decepcionante-, señala Pilar.

-Es que ése solo fue el primero-, responde Teresa. Sus amigas la vuelven a prestar toda su atención. –Se limpió un poquito, y a los tres minutos estaba de nuevo dispuesto...

-¡Qué máquina!-, exclama Concha.

-Echamos otros dos polvos. Y en los dos logró que me corriera-, rememora Teresa. –Y desde entonces, todos los días tengo mambo-.

-¡Jopé, qué suerte!-, dice Pilar

-Y no veas lo que ha aprendido el chico. Ya no es nada torpe. Ahora es él el que me folla, cuando antes tenía que hacer yo casi todo... Bueno, ya lo habéis visto. Esta mañana dirigió él la sesión-.

-Me muero de ganas de tener esa polla entre las manos-, sentencia Pilar, mirando una vez más a la puerta de la habitación. -¿Tú estás segura de que todavía duerme?-.

-¿Quieres ir a despertarlo?-. Pilar se relame ante el ofrecimiento de Teresa.

-Sí, creo que sí-, contesta, con voz ronca. Deja la copa sobre la mesa, se ajusta y recoloca el vestido y da un par de pasos. –Oye, ¿le has despertado alguna vez con una buena mamada?-. Teresa piensa un instante.

-Pues no. Me suele despertar él, ya sabes-. Concha y Pilar se ríen, cachondas. –Oye, Pili, deja que duerma un poco más. Te prometo que la primera en darle dos besos serás tú-. Pilar se queda a medio camino, dudando. Por un lado, le tira entrar en la habitación del chico y meterse su pedazo de chicha en la boca. Moja aún más el chumino al pensar en el sabor del miembro lampiño. Por otro lado, puede ser un poco violento para Mateo, aunque Pilar piensa que el chico está de sobras preparado para despertarse y echarle un clavo. Suspira y decide que Teresa tiene razón.

-Vale, pero yo voy primero. Que vosotras ya lo habéis disfrutado-. Pilar se sienta al lado de Concha, cogiendo el vaso de licor.

-Esta mañana me ha comentado que no le importaría hacer un trío-, revela Teresa. Concha y Pilar se miran entre sí, relamiéndose.

-¡Pues sí que va adelantado! Hace un mes no había mojado el pizarrín y míralo ahora...-, dice Concha.

-Es que tiene buena maestra...-. Teresa se siente un poco orgullosa de los avances de Mateo en el terreno sexual.

-¡Pues espera que empiecen con él las profesoras de apoyo!-, dice Pilar. Las tres hembras vuelven a reír, un poco achispadas por el alcohol y muy calientes después de la confesión de Teresa. Concha se imagina a Mateo jodiéndola en la piscina de su chalé, con la braga del bañador bajada lo suficiente como para que el chaval pueda empalarla con esa polla de dos palmos que se gasta. Pilar se relame de gusto pensando en la verga del chavalote encajada en su garganta. Desde hace unos años, disfruta muchísimo viendo la cara de sus amantes cuando ella se la traga hasta el fondo. Por supuesto que le gusta que se la follen, pero ya no es tan ágil en la cama como antes, y goza mucho más arrodillada, comiendo polla y tragando leche mientras se masturba con dos manos. A Teresa le pone ver la mirada de golfas hambrientas que tienen sus dos amigas en esos momentos, porque realmente, ella está bien servida. Seguro que a lo largo de la tarde le va a apetecer abrirse de piernas para Mateo, pero no le importa que sean sus amigas las que se follen a su juguete.

-Buenas tardes, señoras-, saluda Mateo, vestido con un pantalón de deporte largo y muy suelto. Se le nota la polla morcillona formando un bulto nada sospechoso. Pilar, sin cortarse un pelo, saluda a ese paquetón sin mirar a la cara de Mateo.

-Pero que muy buenas, Mateo-, responde Pilar. ¡Qué piernas! ¡Qué bultaco! Su conejo empieza a segregar fluidos. El chico hace un gesto de reconocimiento especial a Concha. La mujer se lo devuelve.

-Hola, Mateo-, contesta, poniendo un toque de seducción en la voz.

-¿Quieres un café?-, ofrece Teresa.

-Con bollo-, murmura Pilar muy bajito. Concha sonríe.

-Ahora, sí. Pero primero deja que vaya al baño. La tengo a reventar-, dice, sonriendo. Concha y Pilar casi se atragantan con sus copas.

-¡Qué hijoputa! Encima se cachondea-.

-Debe ser digno de ver ese chorro de pis-, apunta Pilar. -¡Eh! Recordad que yo voy primero-, añade, levantándose y colocándose a la entrada del salón. Desde allí ve que Mateo no ha cerrado la puerta del baño, y escucha el ruido de la orina de Mateo rompiéndose contra la loza de la taza. Suena potente. “Pues sí que tiene que ser digno de ver”.

-¡Anda, Pili, no seas chiquilla! Ven aquí, que lo vas a asustar-, dice Concha. Justo en ese momento, Mateo sale del baño, recolocando el pantalón. Hay una manchita de humedad allí donde la última gota se ha enjuagado en el pantalón. Bien abajo. ¡Menudo miembro! Mateo saluda a Pilar con un gesto de la cabeza. La mujer avanza.

-Perdona, también tengo que mear-, dice, dejando la mano tonta que se roza “involuntariamente” contra la cintura de Mateo. Se muerde la lengua antes de añadir “¿Entras conmigo?”, porque no quiere acelerar el momento de degustar al pastelito que tiene delante. Pero se plantea seriamente hacerse un dedo mientras se sienta en la taza. Está más caliente que el pico de una plancha. Regresa al salón sin que Mateo esté a la vista.

-¿Y mi macho?-, pregunta.

-Poniéndose algo, ha dicho-, contesta Teresa.

-¡No! ¿por qué? Si así estaba muy bien-.

-Pero que muy bien, Pili-. Mateo abre la puerta de la habitación. Obviamente, ha escuchado las quejas de la señora a la que ahora ve de espaldas. Está muy bien, pero eso ya lo sabía. Admira el trasero bien puesto de Pilar, y su vestidito corto, demasiado vistoso para una visita a casa de una amiga. Se relame, sabiendo que vienen a buscarle. Se había quedado dormido imaginándose un trío con Concha y Teresa, sus dos chochos conocidos, pero parece que hay un tercero en discordia.

-¿Qué? ¿Pasando la tarde?-, pregunta Mateo, entrando en el salón y repitiendo la caricia que le hizo Pilar en la cintura. Se ha puesto una camiseta, y mantiene el holgado pantalón.

-No, yo he venido a por mi primer plano-, responde Pilar. Concha y Teresa disimulan una sonrisa. ¡Pero mira que es bruta! Mateo tarda un segundo en darse cuenta de a qué se refiere. Luego sonríe.

-Bueno, deja que me tome un café, ¿no?-. Pilar se sienta enfrente del chico, con las piernas bien cerradas.

-Pues venga, deprisita, que me muero de ganas-.

-¡Pili! Tranquila, si tenemos toda la tarde-, dice Concha, mirando a Mateo con ojos ensoñadores por encima del borde de la copa.

-Así que ya está todo hablado, ¿no?-, dice Mateo.

-Oye, que has sido tú el que lo ha preparado-, contesta Teresa.

-¿Yo?-. Mateo sonríe pícaro.

-¡Hombre! Tú verás. Después de la sesión de esta mañana, ¿qué vamos a pensar?-, responde Pilar. Ha separado un poquito las rodillas sin darse cuenta. Mateo deja que sus ojos se pierdan en las profundidades.

-¿Quién dice que ese era yo?-.

-Yo, Mateo-, dice Teresa, mirando al punto donde se dirigen las miradas del chico. –Ya les he contado tus intenciones-.

-¿Cuáles?-.

-Ya sabes... Has preguntado por Pili esta mañana...-

-Y me has dicho que necesita rabo todos los días... ¿te lo han dado hoy?-, pregunta Mateo directamente a Pilar. La mujer separa un poquito más los muslos. Un poco más y enseñará la raja.

-Pues no, por eso vengo a por ello-, responde Pilar con la voz ronca. Mateo deja la taza en la mesilla, se acomoda en el sofá y se rasca el paquete. Grosero. Impúdico. Concha y Pilar adelantan sus cuerpos involuntariamente. Teresa también nota un calorcillo entre las piernas, pero se contiene, aunque mira igualmente las maniobras de Mateo. El chico da un sorbo al café, mirando a Pilar. Concha y Teresa intercambian una mirada llena de complicidad.

-Oye, Tere, ¿te importa si meto a esta mujer en tu habitación?-. Pilar se pone en pie, meneando el trasero para ajustar el vestido.

-¿Y qué pasa conmigo?-, pregunta Concha.

-Tú ya los has disfrutado-, responde Pilar, devorando con descaro el bulto que ha crecido mientras se miraban. Ahora se dibuja un plátano de Canarias bajo la suave tela.

-¿Ah, tú también...? No te preocupes. Creo que tendré para las dos-. Mateo gira el cuello hacia Teresa. –Y para ti también-, promete, seguro de sí mismo.

-¡Bueno! ¿Vamos o qué?-, interrumpe Pilar. Nota el corazón acelerado, y el chocho a punto de correrse por sí solo. Mateo da un último trago y se pone en pie. extiende una mano, que Pilar toma y, rápidamente, se la lleva al paquete.

-¡Oh! ¡Descarado!-, exclama Pilar, empezando a frotar el miembro. Concha suelta una risotada. Mateo planta la manaza en las nalgas de la hembra.

-Tere, ¿puedo..?-.

-Sí, sí, adelante-.

Los amantes salen del salón. Mateo se coloca a la espalda de Pilar para engancharle las tetas por detrás. Grita escandalizada y caliente. Concha y Teresa se miran y se meten un lingotazo para el cuerpo.

-¿Tú crees que aguantará?-, pregunta Concha.

-¿Quién? ¿Mateo o Pili?-.

-Mateo, mujer. Sí, ya sé que dices que tiene mucho aguante. Anoche no se le bajó...-

-Sí, ya me ha contado. ¿Cómo es que le dejaste... ya sabes?-.

-¡Ay, hija! Es que me lo hizo de puta madre-.

-Pues él me ha dicho que le pusiste las bragas en la mano...-.

-Sí, eso también-. Concha asiente, seria. –Pero no quita lo uno para lo otro. Normalmente, ya no se bajan al pilón, ya sabes, y también sabes cómo mueve la lengua. Se merecía una recompensa-, explica. –¿Y tú? ¿Dejas que te llene el depósito?-.

-Al principio no, por pudor, creo. No sé, me resultaba raro. Desde que murió Juan, nunca he follado sin condón. Y, bueno, esa primera noche no se corrió dentro porque era él el que la sacaba-.

-¿Pero le hubieras dejado?-. Teresa lo piensa. Estaba muy borracha, aunque otras veces también se había pasado y, después de unos cuantos meneos, le decía al hombre de turno que se pusiera el chubasquero.

-No, creo que no. Tampoco esperaba que se corriera tan rápido la primera vez, pero bueno, el chico se comportó-. Desde la habitación escuchan un potente “¡Ay, Dios!” que las hace girarse en dirección a la exclamación.

-Mira, ya se la ha visto-, comenta Teresa.

-Es que la tiene grande...-, dice Concha.

-Sí, sí-, coincide Teresa. –Pues te decía, que las primeras veces no llegó dentro, pero un día, en la ducha, no pudimos evitarlo-.

-¿En la ducha?-.

-Sí, en la ducha, por la mañana, antes de que fuera a la facultad. Me tenía agarrada por la corva, ¿sabes?, y también estaba apoyada contra la pared. Ya ves que la ducha es pequeñita, así que estábamos encajonados. Total, que noté que iba a correrse, porque empezó a moverse raro, como para sacarla, y es que me pudo... o sea, que no pude contenerme. ¡Hacía tanto que no sentía un chorro caliente llenándome!-.

-¡Chica, qué arte tienes contándolo! Parece que me está jodiendo a mí...-.

-Le dije que no se preocupara. Y al instante cerró los ojos y lo noté. Sabe cómo follarme, pero esa vez gané yo-, remata Teresa, triunfante. –Tía, casi no me acordaba de lo que es tener el coño lleno de lefa. ¡Me chorreaba piernas abajo!-.

-Eso era el agua de la ducha...-.

-También el agua, pero... ¡qué polvazo!-.

-¿Hay algún sitio de esta casa que no hayáis mancillado?-, pregunta Concha, mirando en derredor.

-Mmmm, me parece que no-.

-Tienes que decirme dónde conseguir un pupilo-.

-Pues hija, en tu casa no creo que tuvieras muchas oportunidades...-.

-Todo es cuestión de montárselo bien-. Escuchan jadeos que van subiendo de tono. Pilar empieza a gemir escandalosamente.

-Me parece que la que no va a aguantar es Pilar...

Nada más entrar en la habitación, Mateo levanta el vestido de Pilar, descubriendo que la hembra no lleva bragas. Supone que tampoco lleva sujetador, por la escandalosa manera en que se le marcan los pezones.

-Mmmm, cochino, ¿quieres verme el culo? ¿Eh, cabrón?-. Pilar aprieta las nalgas contra el muchacho, sintiendo la dureza clavándose sobre su trasero. El chico le manosea las tetas por encima de la ropa.

-Claro que sí, golfa. Y las tetas, también quiero verte las tetas-, dice, sacando una del vestido. Como las de Teresa, son naturales, aunque no tan redondas. Los pezones son igualmente granulados, pero Pilar los tiene más claritos. Aprieta uno de ellos con fuerza.

-¡Eh! ¡Trátalos con cuidado, que son muy sensibles!-.

-Ya veo. A Tere le encanta que juegue con ellos-.

-¿Ah, sí? ¿Y qué más cositas le gustan a Tere?-, pregunta, mimosa. Ansía el momento en que el chico le lleve la mano al coño y lo encuentre limpio. ¡Menuda sorpresa se va a llevar!

-Secretos de alcoba, Pilar. Y un caballero no revela esos secretos-. La otra teta sale del vestido, de manera que la prenda aprieta una contra la otra. Se le dibuja un estupendo canal de piel y carne blancas.

-Un caballero hace el amor, y yo quiero que me folles, canalla-, dice Pilar, echando una mano hacia atrás, en busca de la chicha. Entonces sí, con un movimiento rápido, Mateo se enseñorea con los bajos de la hembra.

-¡Hostias, Pilar! ¿Y esto?-, pregunta, palpando el coño húmedo. Pilar sonríe orgullosa.

-Un regalito. ¿No te gusta?-.

-¡Mola! Un chochito depilado... tú quieres que te lo coma, ¿eh? ¿Te han dado envidia las fotos?-.

-¡Uf, no sabes cuánta!-. Pilar se gira, quedando frente a Mateo. Le mira a los ojos, sacando la lengua como una buscona. Ambas manos frotan el miembro por encima del pantalón.

-Va siendo hora, niña-, dice Mateo. Baja los pantalones hasta las rodillas, dejando su vigorosa herramienta al aire. Pilar se resiste a bajar la mirada. Sus manos recorren el cuerpo de la polla, y sus ojos se abren más y más. Con el pantalón puesto no la notaba tan... hermosa. –De rodillas-, ordena Mateo suavemente. A Pilar no le gusta demasiado que le den órdenes, pero el chico lo hace bien. La mujer se deja llevar, mirando a los ojos del chaval mientras dobla las rodillas y la punta del cipote le toca la barbilla.

-¡Ay, Dios!-, se le escapa al ver el aparato. Debía estar prevenida, ya había visto el tamaño de lo de Mateo en la foto que envió Teresa. Pero el directo es mejor que la copia. El chumino de pilar salta de alegría: el pollaco de Mateo le va de la barbilla hasta la raíz del pelo. Y sus huevos llenos le cuelgan como los cocos del árbol. Pilar aspira el aroma del macho, dejándose envolver por él, distinguiendo un leve toque de sudor. Es maravillosamente lampiña, Teresa ha hecho un buen trabajo depilándolo.

-¿Te dolió?-, pregunta Pilar, empezando a toquetear todo lo que tiene delante.

-¿El qué?-.

-Que te depilara-. Mateo piensa un instante, recordando un par de tardes atrás.

-No demasiado. La crema esa es cojonuda-.

-Seguro que es la misma que uso yo-, dice Pilar, abriendo la boca todo lo que puede para meterse esa tranca hasta la garganta. Aplasta la lengua contra el suelo de la boca, ingiriendo el producto poco a poco. Despacio. Es una experta mamona, y sabe que hay que tomarse un tiempo. Mateo la deja hacer, colocando una mano suave en su cabeza. Enreda los dedos en el cabello, sin forzarla, más una caricia que una petición. Nota la punta en la campanilla. Todo va bien. Juguetea con las manos libres, una en el chumino propio que reclama atenciones y otra sobre los huevos del muchacho, que rebullen en su bolsa, adivinando que van a tener que trabajar.

-Sí, sigue, así-, anima Mateo, quieto como una estatua. Teresa la chupa de maravilla, pero no le pone la paciencia que Pilar está demostrando. Siente la polla rodeada de saliva, y mira fascinado cómo Pilar le va engullendo el rabo, sacando los labios hacia delante para capturar más y más carne. de vez en cuando, la mujer le mira a los ojos, y Mateo ve el brillo de la lujuria en ellos. le pone muy cachondo.

Pilar saca el rabo de golpe, tosiendo un poco. Mira la marca que le ha dejado con el pintalabios en el cuerpo de la polla. Y se siente orgullosa al comprobar cuánto ha sido capaz de tragar. Encajarla entera es imposible, pero no está nada mal lo que ha conseguido.

-Tere tiene razón, hijo. Menuda polla gastas-, alaba, meneando el cacharro delante de su cara. Se pone en pie con cierta dificultad. Ya no es tan ágil... Mateo la ayuda metiendo las manos bajo los sobacos. La alza y le come la boca antes de que Pilar pueda decir nada. Siente una mano escarbando en su chochito, y la otra apretándole las nalgas.

-¡Joder, Pilar, qué buenorra que estás, hijaputa!-. ¡Qué alegría escuchar eso de unos labios tan jóvenes! Pilar se deja manosear. De hecho, está dispuesta a dejarse hacer lo que el muchacho quiera.

-¡Sí, cariño! ¿A que no te esperabas follarte a un mujerón como yo?-. Pilar lo enardece enroscándose a él, pasando las manos por su pelo y apretándole el culo. La que no se esperaba esto era ella, al menos, no así. No tan... caliente. Mateo le come el cuello, bajando por el pecho, y le devore las tetas, primero una y luego la otra. Las deja llenas de saliva y de marquitas de mordiscos en torno a los pezones. Pilar grita, sintiendo el rabo del chico firmemente colocado en el punto exacto. El cuerpo de la polla se abre paso entre los labios de su chocho, rozándose contra el clítoris. La mujer, excitadísima, abre las piernas, queriendo ya la polla dentro.

-¡Joder, Mateo, qué bien, no pares!-. El chico la empuja. La lleva hasta la cama. La tira encima de la cama. Jadea cuando Pilar lo mira quitándose los pantalones y la camiseta. Tiene la cara llena de deseo y de lujuria. Está colorado, y la verga le palpita. Pilar se baja los tirantes del vestido, porque las costuras le están haciendo daño en los melones. Alza más el vestido, que queda hecho un cinturón ancho en torno a su cintura. Exhibe el coño depilado delante de Mateo.

-¡Ábrelo!-, muge Mateo. Dirigiendo sus pupilas a la entrepierna de Pilar. La hembra sonríe orgullosa. Lleva las manos a la vagina y separa los labios con sus dedos anillados. Observa la reacción de Mateo. El chico se pasa la lengua por los labios. Pilar nota que podría correrse con esa mirada.

-¡Cómetelo, niño!-, pide Pilar, masturbándose, sin poder evitarlo. Mateo pierde la concentración. Sonríe travieso y salta sobre la cama, al lado de Pilar. Queda de rodillas. Su miembro es como un poste que divide en dos la distancia que los separa.

-¡Ah, no! Esto no va así-, replica Mateo. Pasa una pierna sobre el pecho de Pilar. -¿No querías un primer plano? Pues te vas a hartar-, remata, colocándose en la posición del 69. -¡Y tú no mandas!-. Mateo aparta las manos de Pilar y mete la lengua en la raja de la señora, provocando que ésta gima de placer. Aplica la lengua a toda la extensión de la vagina, mordisqueando los labios mayores y el botón mágico, al tiempo que estimula el perineo y el ojete con dedos ensalivados. Pilar se siente prisionera, porque le ha sorprendido con los brazos abajo y ahora no puede moverlos como a ella le gustaría. Además, el hijoputa tiene una lengua soberbia. Se nota que ha pasado horas experimentando con Teresa, y Pilar, aunque quiere, no puede merendarse la polla que se menea a centímetros de su cara. Se limita a lamer los huevos colgantes y a soltar grititos cada vez que Mateo le muerde el coño o el hunde un dedito en el culo. Sorprendida, siente que se va a correr.

-¡Mateo, déjame!-, suplica. -¡Suéltame!-.

-No, no-, farfulla el joven con la boca llena de chichi. Lame y muerde y come y frota la barbilla contra las carnes de la hembra, que irremediablemente, se corre chiilando como una loca.

-¡DIOSSSSSSSSS!-. Con el cuerpo totalmente en tensión, gozando del orgasmo, acierta a notar que Mateo cambia de posición, colándose entre sus piernas abiertas. Loca de placer, siente que el chico le agarra ambas muñecas con una de sus manazas, apartándolas del conejo palpitante. Y comprende lo que Mateo pretende hacer a continuación.

-¡No! ¡Ni se te ocurra! ¡¿No ves qué...?! ¡TU PUTA MADREEEEE!-, chilla cuando Mateo le endilga un pollazo en el hipersensible conejo. Pilar no puede para de gritar, ni de gemir, ni de suplicar que pare, pero el chaval no se apiada. La taladra con fuerza, ¡bum, bum, bum! Forzando la resistencia de su coño con sus potentes empellones. Pilar engarfia los dedos de los pies, intenta escapar de esa tortura, pero el chaval la tiene bien agarrada. Se siente poseída, violentada, y entonces... entonces va regresando el placer, el gustito, las ganas, sobreponiéndose al orgasmo, impidiendo que se vaya del todo. Loca, Pilar abre los ojos y mira a su empotrador, que goza viéndola gozar, que sabe llevarla a límites donde hace años que no ha estado. Mateo suelta las muñecas de Pilar, que alza las manos libres sobre la cabeza, dejándose follar una y todas las veces que el chaval disponga, sintiéndose putísima y deseadísima. No puede parar de gritar.

-Te gusta, ¿eh? Dime que te gusta, Pili-, dice Mateo, dejándose caer sobre ella, hincándole la polla hasta el estómago. Pilar explota en un gemido que le hincha la vena del cuello.

-¡Uf! ¡Me.. me enc.. me encanta, cabrón!-.

Desde el salón, las amigas escuchan los gritos de Pilar después de su expresivo y divino orgasmo. Concha parece un poco asustada. Teresa no. Ella ya ha pasado por eso. Es un poco incómodo al principio, como unas tremendas cosquillas que no te puedes rascar, pero pronto se pasa. Y la sensación es... bueno, no hay palabras para describirla. Pilar lo está experimentando ahora mismo.

-¿Qué le está haciendo?-, pregunta Concha, mirando al pasillo. La mata la curiosidad.

-Una cosa fabulosa. Pero que no todas soportan-, explica Teresa.

-¿Eh? Cuenta, cuenta. ¡Yo quiero probar!-. Teresa sonríe.

-Seguro que le ha comido el coño hasta que se ha corrido-.

-Compro la idea-.

-Y se la ha empezado a follar sin dejarla descansar-, termina de explicar Teresa.

-¡Hostias! Yo no sé si aguantaría-, dice Concha, pero se relame de gusto. –Oye, ¿y si echamos un vistazo? No sé tú, pero yo quiero mirar-. Concha deja la copa en la mesa y se levanta. La sinfonía de gritos, gemidos y suspiros nada discretos de Pilar ocultan cualquier ruido que pudieran hacer las dos mujeres.

-¡Fíjate! Ni siquiera han cerrado la puerta-, dice Concha.

-Mejor, ¿no?-.

-Pues sí-.

Ambas mujeres se asoman intentando ser discretas. Mateo ha colocado la almohada debajo de las nalgas de Pilar, que está boca arriba, con las rodillas dobladas y las plantas de los pies firmemente apoyadas en el colchón. Tiene las manos contra el cabecero de la cama, porque las embestidas de Mateo amenazan con empotrarla contra la pared. El chico bombea con todas sus fuerzas entre las piernas, con las manos apoyadas en las rodillas elevadas de Pilar. La mujer parece estar en un orgasmo continuado: le caen las babas por la comisura de los labios y no es capaz de verbalizar ni media palabra. Solo grita y gime. Se menea, como si intentara escapar de los empellones de Mateo, que tiene la cara colorada y un gesto de lujuriosa y concentrada satisfacción.

-¡Toma, Pili! ¿No querías polla? ¡Pues toma polla!-. Mateo empuja una, dos, tres veces, con fuerza y la saca. Rápidamente se coloca sobre el vientre de Pilar, que acierta a mirarle, aunque parece que está mareada. “¡No me extraña!”, piensa Concha, viendo el maltrato que está gozando. Tiene las bragas empapadas. Absorbe cada detalle de la imagen: Mateo a horcajadas, sobre el vientre de Pilar, una mano empuñando la pitón y otra acercando la cara de Pilar, que se contorsiona tratando de ayudar al chaval en sus manejos. Antes de que tenga la boca cerca, Mateo suelta un mugido y se le escapa la leche, que golpea contra el rostro de Pilar, manchando el pelo y el pecho. Mateo se pajea bruscamente, soltando su cargamento por todo el cuerpo de la mujer que tiene debajo, hasta que Pilar parece volver en sí y se lanza, como puede, sobre la manguera que escupe el caldo. La engulle, la mama, se agarra a ella como si quisiera alimentarse. Mateo suelta la cabeza y el rabo, dejando los brazos muertos a los costados, alzando la cabeza para gozar del último lefazo que se traga Pilar. Concha vuelve a respirar con un hipido. Nota unos dedos tocándole el chumino, y cae en que son los suyos. Se aparta antes de que Mateo o Pilar se den cuenta de que los están espiando.

-¡Menudo polvo, ¿eh?!-, dice Teresa, cuando vuelven al salón. Concha está impactada. Nunca había visto a Pilar así, tan... rendida.

-¡Vaya!-, acierta a decir. no se le quita de la retina la imagen de Pilar amarrada a la verga de Mateo. Le pone cachondísima. Escuchan los jadeos de los amantes recuperando el resuello. Sus bragas se mojan aún más.

-Joder, tía, como sigamos así, te voy a tener que pedir unas bragas para irme a casa-, reconoce. Mira el reloj de la pared del salón. -¡Y sólo son las seis!-.

-Yo me las voy a quitar-, coincide Teresa. –Mira que tengo el bollito dolorido, pero me está poniendo bruta, bruta...-.

-¿A ti te ha follado así?-

-Te ha dejado de piedra, ¿eh?-.

-¡Pues sí, tía! ¡Qué manera de romperla!-.

-Anoche no le diste tiempo-, señala Teresa, -si no, te lo habría hecho pasar igual de bien. ¡Bueno! ¡Parece que no ha ido mal, ¿eh, Pili?!-. Pilar aparece en el salón medio desnuda y con la mirada perdida. El vestido sigue casi arrollado a su cintura, porque se ha intentado tapar un pecho antes de salir. Sin mucho éxito. Regueros de semen brillan en su cara y entre las glorias. Le tiemblan las piernas. De hecho, Pilar nota el chichi sobre excitado, como si todavía estuviera experimentando un orgasmo.

-¡Jesús! Necesito un cigarro. ¡Vaya semental!-, dice, rebuscando el paquete en su bolso. Mateo aparece un segundo después, con los pantalones puestos pero sin camiseta. El rabo ha pedido algo de consistencia, pero sigue ahí, a medio gas, casi esperando un nuevo contrincante.

-Pili, golfilla, ¿te ha gustado?-, pregunta, atrapando a la doblada mujer y sopesando el pecho suelto.

-¡No me toques!-, grita Pilar. –¡Dame un respiro, niño!-. Pero el niño está guasón, y no se aparta de las tetas de Pilar.

-Todavía tengo que follarme estas maravillas-, dice, aguantando los empujones de Pilar, que en el fondo, está encantada del polvo que le ha echado el mozalbete.

-Si quieres unas buenas tetas para meter ese cacharro, aquí están las mías-, ofrece Concha, agarrándose los pechotes. Mateo deja escapar a Pilar, que se enciende el cigarrillo al lado de la ventana. Todavía tiembla.

-Pero es que me ha dicho un pajarito que las tuyas son de goma-, contesta Mateo, acercándose a Concha.

-¡Envidiosas!-, acusa la mujer morena.

-¡Eh! Que no quiero decir que no sean bonitas. Ayer me quedé con ganas de más-, susurra Mateo a la oreja de Concha, al tiempo que acerca una mano a la blusa de la mujer.

-Hostia puta! ¡No puedo sentarme!-, exclama Pilar, mirándose la entrepierna. Todos se ríen, menos ella, que frunce un poco el ceño.