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Belén

en Sexo con maduras

-¿Belén? ¡Hola! Soy yo. Mira es que quería hablar contigo...-.

-¡Hola! Pues tú dirás-.

-¿Puedes venir al despacho?-.

-Sí, claro-.

-¿Y puedes venir sin bragas?-.

-¡¿Qué?!-.

-Eso, que vengas sin bragas. Te pediría también que compres una caja de condones, ¿te parece?-.

-¡Oye! En serio, ¿seguro que me llamas a mí? ¿No te has confundido de Belén?-

-No, claro que no-.

-¡Pero entonces es que estás chalado!-.

-No, chalado no. Pero sí que me muero por echarte un polvo, ¿tú no?-.

-¡Nooo! ¡Joder! Me estás poniendo nerviosa. ¿Qué querías?-.

-Ya te lo he dicho: echarte un polvo-.

-Si es una broma, no tiene ni puta gracia. Se lo voy a decir a mis hermanos-.

-Son ellos los que me han dicho que te llame...-.

-¡¿Qué?!-.

-Sí, dicen que ellos no tienen para pagarme, pero que tú sí-.

-¡¿Yo?! ¡¿Con qué?!-.

-Pues eso, Belén. Que vengas sin bragas y con una caja de condones. Luego te la pago-.

No me creo que vaya a venir. De hecho, he sido lo más borde y asqueroso que he podido con ánimo de alejarla, de acojonarla o de enfurecerla lo suficiente como para que les ponga las pilas a los cabrones de sus hermanos. Porque si viene, va a ser el polvo más caro de la historia. Aunque claro, si pretenden pagarme en especie, me follo a las dos hermanas.

A la hora de haber llamado a Belén, más o menos, mi secretaria me dice que está esperando en la salita. ¡Joder! Se me pone como una barra, imaginando a la tipa ahí, de comando y toqueteando nerviosa la caja de condones. Que pase, digo, y no me pases llamadas hasta que acabe.

-Hola, Belén-. ¡Hostias! Me sorprende verla así, porque viene hasta maquillada. Me como las piernas que asoman por debajo de una falda corta. Es que estoy convencido de que ha venido tal y como le he pedido. –Siéntate-. La mujer obedece con toda la mala leche del mundo pintada en la cara, y sin decir ni pío. Ya sentada, se quita la chupa de cuero. No es que tenga mucho gusto en el vestir... -¿Has traído lo que te pedí?-.

-En el bolso-, contesta ella. No sé si dar palmas con las orejas o echarme a llorar. -¿Vamos a hacerlo aquí?-, pregunta, mirando el suelo de mi despacho.

-De momento, sí... no creía que accedieras a “esto”-, confirmo.

-No accedo, tío, es que no me quedan más cojones-. Belén tiene una buena figura, y eso que ha parido dos veces. Es una de esas mujeres que destilan erotismo, y en cuanto lo suyo empezó a aclararse, comencé a mirarla con otros ojos. –Bueno, ¿qué? ¿Empezamos? No tengo todo el día...-. Resulta un poco frío, pero bueno. Ya caldearemos el ambiente.

-Antes de nada... déjame aclararte un par de puntos-. La miro con codicia, ahora que está aquí y que está dispuesta a dejarse follar. –Con esto no se salda mi cuenta-.

-¿Ah, no?-. Belén me mira sorprendida mientras niego con la cabeza.

-No. Sería un polvo carísimo, así que, antes de que decidas hacer nada conmigo, quiero que tengas claro que esto no lo arreglamos con un casquete-. Belén acomoda la espalda contra el respaldo de la silla.

-No, si ya me parecía a mí... ¿Y cómo lo arreglamos?-.

-Bueno, una parte la pagarás tú, claro...-.

-¿Y la otra?-.

-Bueno, creo que cada uno tendrá que saldar un poco, ¿no?-. Belén entorna los ojos, suspicaz. –Son más de mil pavos los que me debéis cada uno, así que ya se me irán ocurriendo cosas. Pero quiero que sepas, y también se lo diré a tus hermanos, que cada uno me va a pagar su parte-.

-Quieres tirarte a mi hermana-, dice Belén. No es una pregunta, ni una sugerencia ni nada por el estilo. Es una afirmación rotunda.

-Sí, y espero que me ayudes a convencerla-.

-¡Tú estás mal de la cabeza!-, explota Belén.

-Bueno, si tiene mil euros a mano...-.

-¡Eres un hijo de puta!-. La mujer aprieta los puños hasta que los nudillos se le ponen blancos.

-Sí, un poco. Entonces me ayudarás, ¿no?-. Belén boquea, tan indignada que no le salen los insultos por la boca. –Y ahora, enséñame el peluche. Creo que vienes sin bragas...-.

Efectivamente, ha venido sin ropa interior. Belén tiene un coño negro, acogedor y que se moja con facilidad, a pesar del rechazo que le produzco. Su cuerpo reacciona con rapidez a mis caricias, y eso que ella no dejaba de murmurar que soy un cabrón, y un hijoputa y un desgraciado. Cuando le enseñé la polla, quiso reírse, y mi satisfacción fue enorme porque sé que le sorprendió el tamaño. No le entraba entera en la boca, pero sí que la acogió cómodamente entre las piernas. Creo que la hice gozar, aunque ella jura que todo fue fingido. No fue un polvo memorable, pero sí fue un buen primer paso.

El segundo pago me lo cobré en su casa, una mañana, cuando sus chicos estaban en el instituto. Me dí el gusto de follármela en su cama y de correrme encima de sus tetas. En ese segundo polvo, me reconoció que se había corrido, de ahí que soltara lo mío en su pecho, que no me iba a quedar con las ganas. El tercer pago vino ella a entregármelo, sin haber quedado ni nada. Se presentó en el despacho a última hora de la tarde, se bajó las bragas delante de mí y me las puso en la mano. Acto seguido, levantó la falda, apoyó las manos en mi mesa y se ofreció.

-Parece que te gusta pagarme-, digo, recién ordeñado. Belén se limpia el semen que le resbala desde el coño por los muslos.

-¡Joder, qué descarga! No es eso, es que quiero acabar pronto de pagar. Por cierto, ¿cuánto me queda?-.

-Depende. ¿Has hablado con tu hermana?-. Raquel, que es la hermana en discordia, presenta un problema, que tiene novio.

-No, todavía no sé... No sé cómo se lo va a tomar-.

-Pues mal, como tú-. Me limpio la polla lo mejor que puedo antes de guardarla.

-Estaba pensando... ¿Y si te pago otro plazo?-. Acabo de encerrar al monstruo, pero me quedo mirando a Belén. No se ha acabado de vestir, es más, separa levemente las piernas. Su pelo negro está apelmazado en algunas partes.

-Quítatelo todo-, digo. Belén no tarda ni medio minuto en quedarse como Dios la trajo al mundo. Tiene las tetas un pelín caídas, y estrías en las caderas. Y un culo de la hostia. –A ver ese culito...-.

-¿Quieres por ahí? ¿Quieres romperme el ojete?-. Belén se pone guarra. Abre las cachas con las piernas separadas para enseñarme el asterisco morenito de la puerta de atrás. Y veo goloso cómo se mete un dedo, preparando el orificio. –Eso son dos plazos...-, dice.

-¡Ni de coña!-, contradigo, acercándome a la hembra desnuda. Me acabo de correr, y tengo la picha tiesa como la de un adolescente. Hace bastante que no peto un ojal, y me mola que Belén se ponga tan sucia.

-¡Cuidado! Despacito, nene...-. Belén me agarra el cimbrel, guiándolo con mimo por toda la zona. Repasa los labios y el clítoris con la punta de mi capullo, extendiendo los fluidos propios y ajenos hasta el trasero. Se nota que tiene práctica, porque es ella la que se va empalando lentamente con mi polla.

-¡Ahhhh!-, suspira. Apenas ha desaparecido el capullo dentro de su culo, y se queda quieta, acomodando el estrecho conducto a la gorda invasión. -¡Mmmmm-, gime, machacándose el higo cuando el capullo se introduce por completo en su ojete. Noto que Belén aprovecha sus humedades para lubricarme el cipote. -¡Oooogggghhhh!-, masculla al dar un meneo y encajarse hasta media polla en el ojal. El camino está expedito, y empiezo a bombear despacio, arrancando grititos de la garganta de Belén con cada empujoncito. Un par de minutos después, la hembra acaricia la bamboleante bolsa de mis pelotas, animándome a joderla más rápido y más fuerte. La agarro de las caderas, moviendo las mías en círculos. Belén gime, casi inmovilizada y anestesiada con la verga que entra y sale de su culo.

-Vas a estar un par de días sin poder sentarte-, le digo, manteniendo el cimbrel dentro.

-¡Ufff! ¡Ufff! ¡Ya... ya lo... creo!-. Veo que sufre, pero que también disfruta. Ayudo colocando un par de dedos sobre su apelmazado bosque, buscando el clítoris. -¡Mmmmm! ¡Me matas!-. Eso sí que no, no pretendo ni matarla ni que se corra antes que yo, por eso refreno el movimiento de mis dedos. Belén, sin embargo, pone una mano sobre la que tengo en su almeja y me la mueve, presionando sobre mis dedos para que la toque bien. Noto el chocho húmedo, abierto y vibrante. Así que se va a correr. Otra vez, y sin esperarme. Pues vale, pienso. Aprieto la mano contra su vulva, apartando pelos en busca de la entrada, y cuando la encuentro, le meto dos dedos. La postura es un poco forzada, pero aprieto los dientes y percuto el trasero con la polla mientras le jodo el coño con dos dedos. Belén muge, mordiéndose los labios, y al cabo de un instante, grita. Intenta ahora apartar groseramente mi mano de su chichi y expulsar mi verga de su culo, todo al mismo tiempo. Siento las contracciones de su orgasmo recorrer el cuerpo de la polla enterrada, y me parece que como siga gritando, los vecinos me van a llamar la atención.

-Te has corrido bien, ¿eh, hijaputa?-, protesto al sacar la verga de su culo. Se lo he dejado enrojecido, y bastante más dilatado que cuando llegó al despacho. Belén no puede contestar. Ríe y llora, todo al mismo tiempo. Se le ha corrido el maquillaje, así que parece una mujer violada. Cuando la suelto, se deja caer al suelo. Le tiembla todo.

-¡Pero bien, cabronazo!-, responde al fin.

-Y ahora, ¿qué hacemos con esto?-, digo, meneándome el badajo cada vez más encima de ella.

-Dame un minuto-, solicita, mirando mi polla de reojo. -¡Dios! ¡Pensé que te correrías ahí!-.

-Es acogedor-, admito. –Volveré a entrar pronto-. Eso suena a amenaza.

-En cuanto me recupere. ¡Ouch! Ahora duele un poquito...-. Belén se pasa un dedo por el ojal, comprobando que está ileso. Dilatado, pero ileso. Ese gesto me pone brutote. –No voy a poder cagar hasta mañana...-.

-Oye, Belén... ¿te gusta el sabor del semen?-, pregunto. Estoy tan encima de ella que arqueo las piernas, acercando el tema a la cara de la hembra.

-¿Qué? ¡No, ni se te ocurra!-. Ya estamos con las protestas. No quería follar conmigo y mírala ahora...

-Abre la boca-, ordeno, arqueando más las piernas. Los huevos están para que saque la lengua y los lama.

-¡Que no, joder!-. Sí, sí, Belén protesta, pero no se aparta. Con la mano libre, la agarro por la nuca y la empujo contra el cipote, hasta rebozarle la cara con él.

-¡Que sí, coño!-, replico. Noto que Belén me chupa los huevos, por debajo, poniéndome la piel de gallina. Inspirado de repente por esa iniciativa, me suelto definitivamente el carajo, atrapando la cabeza de Belén con las dos manos, guiándola hacia detrás. Hacia mi propio ojete.

-¿Qué quieres, guarro?-, farfulla Belén cuando se da cuenta de dónde la llevo. -¿Quieres que te coma el culo?-. No la entiendo muy bien, porque tiene la boca pegada a mi perineo, y el cuello doblado en un ángulo que temo que se vaya a romper. Belén se escabulle de mis manos, colándose entre mis piernas. De pronto, recuperada de su orgasmo, la tengo a la espalda. Me abre las nalgas y escupe en mi raja. No es una sensación agradable. -¿Eso es lo que quieres?-. Escucho su tono de voz, lúbrico, salvaje. Sin tiempo para pensar, siento la lengua de Belén retozando en mi asterisco. ¡Joder, qué gloria!

-¡Sí, coño, qué bueno!-, murmuro, apoyándome en la pared. Belén lame mi raja de arriba abajo, entreteniéndose en la bolsa de los huevos y usando una mano para ordeñar mi cipote, sin parar de lamer el ojete. Siento que intenta meter la punta de la lengua en mi orificio, y casi me meo de gusto, empalmado y todo.

-¡Hijaputa, qué bien lo haces!-.

-A que sí, ¿eh? ¿Y esto? ¿Te gusta?-. ¡Uf! Pues no mucho, la verdad. Acaba de introducirme la primera falange de uno de sus dedos. Instintivamente, aprieto el culo. Ese es mi orificio de salida, no de entrada.

-No, eso no me gusta. Mejor me lo comes, anda-, digo, asomándome por encima del hombro. No veo nada. Se ve mucho más si miro hacia abajo y hacia atrás. Las tetas de Belén se bambolean al ritmo de sus lametones, y el peluche aparece y desaparece entre sus muslos cerrados. Y me mola que no veas el frote que le pega a la polla con toda la mano.

-¡Joder, Belén!-, gimo cuando entro en la recta final. Entre sobarme el cipote, apretarme los huevos y comerme el ojete, me voy a correr. Con gusto y gana. -¡Joder, Belén!-, repito. Tengo un mínimo pensamiento consciente, que es girarme, encajársela en la garganta y asfixiarla con mi lefa, pero es que estoy tan a gustito que el orgasmo me arrastra antes de que me de cuenta. Levanto la cabeza, aullando como un lobo a la luna. Siento los brazos y las piernas temblar, amenazando con dejar de sostenerme, y algo caliente se estrella contra mi vientre y mi pecho. Belén gorgotea de satisfacción con la boca pegada a mi culo, y su rumor reverbera por todo mi cuerpo. Me corro como un adolescente, y cuando agacho la cabeza, veo unos diminutos charquitos plateados bajo mi pecho, y entre mis piernas, la cara de diablillo de Belén, más satisfecha que la leche con el orgasmo provocado.

-Te has corrido bien, ¿eh, hijoputa?-.