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Rita Skeeter y el Torneo de los Cuatro Magos (II)

en Parodias

Rita despierta cansada pero satisfecha. Siente los músculos doloridos, como si se hubiera pasado la noche peleando, y en cierto sentido, así ha sido. Todavía no ha amanecido, aunque las primeras luces del alba recortan el perfil del horizonte. Rita se despereza con cuidado. A su lado, Victor Krum ronca levemente, tumbado boca abajo. Rita levanta las sábanas solo para darse el gusto de admirar la espalda y el culo de su amante. Sale de la cama, desnuda y sucia, se estira una vez más y se pone delante del espejo. Observa ciertas marcas en su cuello, y unos ligeros moratones que Victor le ha hecho en las tetas, muy cerca de los pezones, cuando empezó a chuparle las mamas como si quisiera sacarle leche. Ella sí que lo había ordeñado bien. Siente la tirantez de la lefa reseca del muchacho por todo el cuerpo, desde las mejillas hasta la parte interna de los muslos. Se da cuenta que no ha recogido ni una gota de semen de Victor. “Pero eso tiene fácil arreglo”, piensa, regresando a la cama.

Acaricia la fuerte espalda de Victor. Como el chico no reacciona, Rita recorre la piel desnuda, enredando sus dedos en el vello de los sobacos de Victor. Sigue oliendo fuerte, su aroma de macho la excita. Le va a comer la polla lentamente, dándole los buenos días con la boca llena de carne. Seguro que a Victor nunca le han despertado de esa manera, así que Rita se relame de gusto. Hace cosquillas en los costados de su amante, que por fin se mueve y con un resoplido, se gira hasta quedar boca arriba. Rita aparta la ropa de cama: la herramienta de Victor descansa, laxa, sobre su velludo bajo vientre. Rita siente que su coño empieza a despertarse. Se agacha sobre el pene de Victor y comienza a lamerlo, despacio. La carne está tan blandita que a Rita le dan ganas de morderla. Pero va ganando en presencia a medida que Rita redobla sus esfuerzos. Victor gime, ya casi entre el sueño y la vigilia. Con cuidado, Rita baja de la cama y vuelve a subir entre las piernas abiertas de Victor. Quiere que lo primero que vea su amante cuando abra los ojos sea la cabeza rubia de Skeeter moviéndose arriba y abajo. Se recoge el pelo en un rudimentario moño y se dispone a chuparla en condiciones. No se da cuenta del despertar hasta que el chaval coloca una mano en la nuca de Rita. La bruja alza la cabeza sin dejar de mamar y se encuentra la mirada excitada y somnolienta de Victor. Al parecer, el tío tiene energía para llenarle la boca de lefa y para echarle después un polvo en la ducha. Rita consigue sonreír incluso con la polla de Victor en la boca.

-Rápido, Rita. Debo marcharme antes de que me echen en falta-, dice Victor. Rita se siente un poco decepcionada, pero entiende los motivos de su amante. Además, no quiere contrariarlo. El chico tiene potencial. Si sabe manejarlo, lo convertirá en su empotrador. Rita acelera el ritmo de la mamada, sin importarle la posibilidad de engullir algún pelo en el proceso. El mugido que arranca en la garganta de Victor le anuncia la inminente corrida, así que la bruja se prepara para recibir el semen de su amante en la boca. Victor se corre, atrapando la cabeza de Rita entre sus fuertes manos, obligando a la periodista a seguir cabeceando hasta que la última gota de semen es expulsada. Sin decir palabra y con la boca bien cerrada, Rita se retira al baño, coge uno de sus tarritos especiales y derrama el contenido de su boca en el interior del bote. Luego lo guarda en su armario especial y se mete en la ducha. Cuando sale, Victor ya está vestido y preparado para marcharse.

-¿Nos volveremos a ver?-, pregunta Victor. Rita se acerca a él, le arregla el cuello del abrigo y le da un beso en la punta de la nariz.

-Sí, campeón, volveremos a vernos. Solo espera que te llame, ¿de acuerdo?-. El chico asiente, se demora un instante devorando el cuerpo desnudo de Rita, como si quisiera recordar cada detalle, y sale de la habitación. El sol ya despunta en el horizonte. Rita se sienta en la mesa, con un cigarrillo en la mano, mientras Victor, ya en la calle, se gira y saluda con una mano. El día promete.

Rita vuelve a Hogwarts, a retomar las entrevistas con los campeones. Después de los fríos saludos con McGonagall, en la habitación del torreón le espera la señorita Fleur Delacoeur, de Beauxbeatons, a la que su ayudante ya ha hecho unas cuantas fotos. Rita constata que la chica es un bellezón, algo parecido a la sensación que le provocó el dia anterior Cedric Diggory. Pero algo en Fleur le dice que los parecidos se limitan a esa extrema belleza exterior. Fleur es fría, altiva, como si fuera una reina entre plebeyos. Detrás de ella, su directora toma un té mirando por la ventana. Rita entrevista a la chica mientras su ayudante gasta carretes y carretes con Fleur. Sabe que está buscando algún resquicio en el vestuario de la chica, porque Fleur le está poniendo cachondo. De hecho, hay otro varón en la sala que se deshace por cumplir los deseos de Fleur. Rita lo entiende todo cuando indaga en su pasado y Fleur le revela que su abuela era una veela. Rita siente cierta animadversión contra Fleur. No es justo competir contra alguien que sale con ventaja desde la salida. Aunque bien mirado, ella no tiene que competir con Fleur, salvo que a la muchacha le de por ir detrás de Victor. Entonces sí que tendrían más que palabras.

El último campeón que entrevista Rita es el famoso Harry Potter. El chico aparece acompañado por McGonagall, que parece una gata defendiendo a su cachorro. No parece gran cosa. Es más joven que el resto de campeones, y se nota que aún no ha crecido lo suficiente. Está en esa fase en que no es niño ni es adulto. Parece desgarbado y tímido. La famosa cicatriz en forma de rayo de su frente, las gafas redondas y los ojos verdes son tal y como Rita imaginaba. Dedica algo más de tiempo con el muchacho, que evita las preguntas relativas a su pasado. Se le nota nervioso y algo asustado, y Rita se siente divinamente en ese ambiente de crispación que ha creado en torno al joven mago. McGonagall pone fin a la entrevista, llevándose a Potter de la habitación. Rita se lo ha pasado estupendamente con la entrevista a Harry, pero empieza a echar de menos la polla de Victor. Se asoma a la ventana. Desde allí, se ve el barco de Durmstrang, y Rita nota que se le mojan las braguitas con el simple hecho de ver el barco de su amante.

-Déjame ver las fotos que has hecho-, pide Rita a su ayudante. El hombre le pasa un montón de fotografías que se mueven. Descarta las de Potter y las de Fleur (sospechosamente escasas teniendo en cuenta la cantidad de “clics” que ha escuchado durante la entrevista) y las de Diggory. Selecciona las de Victor, un témpano de hielo que apenas se mueve en las fotografías. Ninguna le hace justicia, pero se guarda una en la que Victor mira a la cámara con sus ojos de pedernal.

Rita regresa a su habitación en Hogsmeade, bastante caliente a pesar de la sesión de sexo de la noche anterior. Tal y como la definió Dumbledore, Rita es una depredadora, y necesita mucha polla antes de saciarse. Para ella, lo de anoche fue poco más que un buen aperitivo, que más que saciarla, aumenta el hambre. Entra en su habitación, murmurando un hechizo para caldear la estancia. Le gusta trabajar desnuda. Deja la ropa sobre la cama y se queda en bragas. Enciende uno de sus largos cigarrillos antes de sacar la pluma y ponerse a redactar las entrevistas que enviará después a la redacción. Deja la foto de Victor sobre la mesa, cierra los ojos un instante y se deja llevar por los recuerdos de la noche anterior. Su entrepierna se humedece casi al instante. Le gusta que Victor la excite de esa manera. Le hace sentirse impura, sucia y vulgar, y eso le encanta. Piensa en Potter. Quizá dentro de unos meses el chico esté preparado para conocer a las mujeres, aunque de momento es bastante niño. Rita reconoce que le perturban ciertos comentarios sobre la precocidad de Potter, aunque no quiere darle crédito. Según esos rumores, el chico ya anda por ahí desvirgando chochitos. De Fleur piensa que no le gusta. No suele acostarse con mujeres, y desde luego, nunca lo haría con Fleur, aunque reconoce el atractivo que emana. Si fuera hombre, claro que le gustaría joder con Fleur. Y amasar el buen par de tetas que parece tener. Se la imagina con ropa interior blanca, virginal. Liguero a juego, claro está. El pubis depilado, porque sabe que de la zona de donde viene Fleur es costumbre llevarlo rasurado. Pero por más que lo intenta, no logra ponerle una cara excitada. No. Fleur no es para ella. En cuanto a Diggory... el muchacho es todo nobleza, además de un buen físico y una belleza clásica. A Rita le excita el hecho de corromperlo. Sonríe al imaginarse a Diggory empalmado, cubriéndose las partes con las manos mientras ella le rodea y le admira. Debe tener un buen trasero blanco. Rita fantasea con comerle la polla lentamente, mientras Diggory trata de escapar de la habitación. Quizá sea posible concertar un encuentro privado. A Victor lo convertirá en su violador personal. Y a Diggory le impulsará a cometer actos impuros. Seguro que roba otra virginidad. Sería divino. Apaga el pitillo en el cenicero, prepara la pluma y el papel y se dispone a trabajar.

A media tarde hace un descanso. Ya casi tiene listo el material, tan solo le falta rematar la parte de Victor, y eso, pensar en el campeón de Durmstrang, hace que la fiebre la vuelva a asaltar. Enciende un cigarrillo y se planta frente al espejo. Las marcas que tenía por la mañana alrededor de los pezones ya casi han desparecido. Rita repasa esa zona con dedos lánguidos, inflamando los pezones y erizando la piel, que parece electrificada. Siente el cosquilleo en los bajos, y duda si masturbarse o solo calentarse. No le parece conveniente quedar con Victor esa noche, sería demasiado sospechoso que el chaval se ausentase dos noches seguidas, pero por otro lado, quiere empezar a convertir a Krum en su semental. Se baja las bragas y las deja a medio muslo, apoyando el peso del cuerpo en una sola pierna. Se lleva el cigarrillo a los labios y se contempla en esa postura: una auténtica zorra, piensa con agrado. Murmura un hechizo acompañado de un floreo con la varita, y el espeso vello de su entrepierna se recorta y se define, dejando un matojito apetitoso, tal y como a ella le gusta. Rita es morena natural, y se tiñe el pelo desde hace tantos años que nadie diría que su color natural es el negro. Todos, salvo las decenas (o cientos) de amantes que la han visto desnuda, claro está. Admira la curva de sus caderas, la fortaleza de sus muslos, su vientre plano y sus tetas orgullosas. ¿Qué hombre no querría follársela?. Cierra las piernas y las braguitas caen a sus tobillos. Cierra los ojos. Imagina que Victor y ella se encuentran a solas en el despacho de Dumbledore. La estancia sigue abarrotada de chismes, pero la mesa está limpia de papeles. Victor la coge por los hombros, pega sus labios a los suyos. Su incipiente barba le provoca pinchazos de dolor alrededor de la boca. Victor, sin dejar de comerle los labios, le levanta la falda hasta dejarla arrollada en torno a su cintura. Rita imagina a un Victor seguro de sí mismo, sin las ñoñerías ni las timideces de la noche anterior. Su Victor pone la mano fuerte sobre su monte de Venus, arrugando las bragas al tiempo que escarba en su coño. Victor no es considerado. Hunde dos dedos de golpe dentro de su vagina, comienza a joderla con esos dedos largos y fuertes. Rita se agarra al borde de la mesa, con las piernas un tanto separadas, buscando los labios del hombre. En un momento dado, es ella la que se aparta, se gira y se dobla, ofreciendo sus nalgas al macho. Desea que la monte, como si fueran animales. El Victor de su imaginación baja las bragas hasta los tobillos, le frota la raja con grosería para lubricarla bien y le mete un pollazo sin miramientos. Rita se siente invadida y casi rota. Gime, jadea y pide más. Una mano grande le tapa la boca. Los dedos de Victor buscan la lengua en su interior, y la otra mano le agarra del pelo, tirando hacia atrás. En ningún momento deja de empujar. Las tetas, sueltas bajo la blusa, rebotan una contra la otra. Victor la alza, sin salir de ella, y la lleva contra la pared. Rita puede sentir la madera pulida contra su mejilla. Tiene la respiración agitada y el chichi colmado de carne. No puede separar demasiado las piernas porque las bragas siguen en los tobillos, de modo que su conejo permanece estrechado, abrazando la polla invasora en toda su extensión. Las manos de su amante se cierran sobre sus tetas, apretando y estrujando. Le hace daño en los pezones. Ella grita y Victor vuelve a bombear. Las manos que la soban descienden hasta el conejo, hurgando hasta que encuentran su clítoris. Rita está a punto de llegar, de correrse con la polla de Victor partiéndola en dos. Cuando lo haga, cuando desfallezca y caiga de rodillas, su amante le pondrá el rabo delante de la cara, pajeándose, agarrándola del pelo para que mire bien cómo se corre en su cara, sobre sus gafas, hundiendo la polla en su boca para que Rita deguste las últimas gotas de la hombría de su macho... El orgasmo de la Rita real la rompe en dos, tirada en la cama, con una almohada entre las piernas mientras muerde la ropa de cama para no gritar demasiado fuerte. No sabe en qué momento ha empezado a hacerse ese dedo, pero le resulta de lo más satisfactorio, como un adelanto de lo que le espera un poco más adelante. Sopesa llamar a Victor. Pero no. Mejor que no. Debe conformarse con ese fantástico orgasmo provocado por su Victor imaginario, su Victor fuerte y mandón, antes que encontrarse con el Victor real al que tiene que provocar para que actúe. Hay que llevar las cosas con calma para conseguir que su amante se convierta en lo que ella quiere. Tiempo al tiempo.

La fiebre no baja. Es más, la masturbación solo ha encendido su pasión. ¡Qué bien parece conocerla el viejo Dumbledore! Necesita más. Aún es pronto. Quizá pueda acercarse a las Tres Escobas en busca de un hombre, aunque lo que ha visto hasta ahora no promete demasiado. Le han hablado de otro garito, más escondido y menos recomendable, y duda si asomarse por allí o no. No quiere que la relacionen con según qué clase de gente, pero su chochito la anima a buscar una polla que la joda bien jodida. O, mejor aún, un par de rabos, solo para ella. Piensa en los gemelos Weasley, y los descarta al momento. Estudiantes de Hogwarts bajo el paraguas de Dumbledore. “¡Piensa, Rita, piensa!”. ¿Karkarov? Desde luego, lo tendría fácil con el director de Durmstrang. No tiene que dar cuentas a nadie y sabe que se la pone dura, pero ese hombre le resulta desagradable. Rita puede pasar por alto la suciedad y los olores corporales fuertes, de hecho, en determinados amantes, la excita. También puede lidiar con su aparente seguridad. La manera que tiene de desnudarla cada vez que se encuentran le gusta, es lo que busca cada vez que se viste, y no duda de que el mago pueda satisfacerla. Pero le desagrada. ¿Alguno de los profesores de Hogwarts? Demasiado apegados a Dumbledore, aunque tampoco habría muchos problemas. El director nada podría decir si alguno se folla a Rita, el problema es quién. Salvo el propio Dumbledore, y quizá, Snape, ninguno parece un hombre como es debido. ¡Mierda! ¿Y si llama a Victor? No, Krum no. Debe ser otro. Mira el reloj. Los chicos deben estar a punto de acabar sus clases. Quizá no sea mala idea dar una vuelta por Hogwarts. Por suerte, necesita un par de detalles para completar las entrevistas...

Rita se pone las primeras bragas que encuentra en el cajón, blancas. Se cubre las tetas con un sujetador negro y completa el atavío con unos leggins y unas sudadera. Los leggins le marcan la rajita, lo sabe perfectamente y por ello se los ha puesto. Y la sudadera permite el movimiento limitado de las tetas comprimidas, cosa que también busca. No se la puede tachar de atrevida, piensa satisfecha. Sin saber muy bien dónde acudir, se encamina hacia Hogwarts. Las luces del estadio de quidditch deciden por ella: debe haber entrenamiento, y eso significa chicos y chicas sudorosos, en movimiento, sanos y potentes. Solo desea una cosa. Que el entrenamiento no sea de Durmstrang.

Los que vuelan por el estadio visten de negro y amarillo, los colores de Hufflepuff. La Casa de Diggory, que también, cómo no, es el buscador de su equipo. Descubre a Diggory volando a toda velocidad, compitiendo con una chica para ver quién es más rápido. Por supuesto, Diggory llega antes a las porterías. Diggory es bueno en todo: buen estudiante, buen mago y buena persona. No es que haya buscado mucho, pero Rita duda que pueda encontrar a alguien que pueda decir algo malo de ese muchacho. Rita se sienta en las gradas, observando el entrenamiento. Hay más gente en el estadio haciendo lo mismo que ella, y justo enfrente, un pequeño grupo de admiradoras de Cedric exhibe una pancarta de apoyo a su ídolo. Rita sonríe. Seguro que todas ellas han fantaseado con acostarse con Cedric... sin saber muy bien en qué consiste acostarse con un hombre. ¿Tendrá Diggory un arcón repleto de ropa íntima de sus fans? No lo cree. El chico es tan remilgado que seguro que no sabría qué hacer con tantas bragas y sujetadores. Seguro que ni siquiera ha pensado en aprovechar su fama para llevarse a la cama a alguna de las chicas. ¿Le gustarán los chicos? Cedric empieza a convertirse en un pequeño misterio que a Rita le gustaría desvelar.

El entrenamiento llega a su fin cuando aparecen en el estadio las túnicas verde y plata de Slytherin. Cedric y los suyos recogen sus cosas y salen del estadio muy cerca de donde Rita se ha sentado. Escucha al azar la respuesta de Diggory a la pregunta de una de sus compañeras: ya se aseará más tarde, en el baño de prefectos. Ahora tiene cosas urgentes que hacer. Rita oculta una sonrisa de gata satisfecha. Ya sabe dónde tiene que ir.

Rita Skeeter es una animaga no inscrita en el Registro creado a tal efecto. No le conviene que se sepa que es capaz de convertirse en un insecto, tanto por el insecto en sí como por lo que ha conseguido gracias a su habilidad. Sus mejores exclusivas las ha obtenido escuchando conversaciones camuflada en su insecto. Así que Rita busca un lugar apartado, donde pueda esconder su ropa, y se transforma. Después vuela por el exterior del castillo, orientándose, hasta que encuentra la ventana que busca. Recurriendo a la magia, abre el pestillo, se cuela en el interior y se dispone a esperar. Cedric Diggory no tardará en llegar.

Antes que él, la gran sala de baños es utilizada por los prefectos de las Casas. Sorprendentemente, no hay distinción de sexos, y al parecer, tampoco hay ninguna prohibición especial. Rita ve a chicos y chicas en bañador, pero también los hay que prefieren la desnudez pura. Rita disfruta observando los cuerpos desnudos de los chicos, pero también con las chicas, aunque parece que todavía no se dedican mucho tiempo a ponerse guapas: entre las piernas de todos ellos hay una selva de vello púbico que en algunos casos, apenas permite ver los penes en reposo. Tampoco parece que haya parejas o romances. Todo es aséptico, educado, poco o nada sexual, salvo para la observadora, que se excita ejerciendo de mirona.

Los últimos prefectos salen del baño. La piscina se apaga por sí sola, y la oscuridad envuelve la sala. Rita aprovecha para transformarse y dar una vuelta a oscuras por el baño. Aparte de la sala de la piscina, hay un vestuario con taquillas y una pequeño gimnasio. Los privilegios de los prefectos llegan al punto de tener una sala de masajes para ellos. debe ser estupendo llegar a prefecto, piensa Rita, pero sobre todo por la posibilidad de mezclarse desnudos entre ellos. Le sorprende que en un ambiente tan conservador como Hogwarts se permitan estas cosas, pero hay tantas cosas sorprendente en el castillo... Las luces del vestuario se encienden mientras Rita sigue en el cuarto de masajes. ¡Por fin! Se acerca con cuidado a la puerta y mira por el ojo de la cerradura. Al principio no ve nada, y luego una sombra cruza su campo de visión. Atisba un destello de negro y amarillo. Seguro que es Diggory. Rita vuelve a transformarse y se cuela por debajo de la puerta cuando Diggory se está quitando la túnica del equipo. Se desnuda rápido, y Rita admira la blancura de la piel del joven. Tiene unas buenas proporciones. No es tan musculoso como Victor, pero tampoco desmerece mucho. Y tiene mucho menos pelo que su amante. Cedric apenas tiene unos pelos en el pecho y, para el disfrute de Rita, su sexo está completamente rasurado. Cedric posee una pollita linda, blanca, que reposa en medio de dos huevos arrugados y pegados a su nabo, por el frío. Rita fantasea en convertirlos en dos cojones grandes y pesados que cuelguen entre sus piernas como si fueran colmenas llenas de miel. Tampoco tiene pelo en las piernas, y al girarse para meter la ropa en la taquilla, Rita tiene la oportunidad de deleitarse con la espalda y el trasero de Cedric. Blanco como la leche, y fuerte como corresponde a un deportista. A pesar de estar en su fase de insecto, Rita se siente excitada, caliente, deseosa de poner esa pollita dura y empalarse en ella.

Cedric entra en la sala de la piscina. Los chorros empiezan a funcionar en cuanto el chico pone un pie en la sala. Rita se trasforma, recuperando su forma humana. Lo primero que nota es el calor que emana su chochito. Y la humedad. Se muerde los labios. Diggory no le parecía atractivo, y sin embargo, ahora se muere de ganas de que se la folle. Coge una toalla y se cubre el cuerpo, desde los pechos hasta por encima de las rodillas. Abre la puerta con cuidado y observa al muchacho, sentado en la piscina, junto al borde, los brazos apoyados en el borde y la cara tapada con una toalla pequeña. Escandalosamente atractivo. Rita entra en la sala sin hacer ruido.

-Hola, Cedric-, saluda, sin acercarse demasiado. El chico se asusta. La toalla cae a la piscina e inmediatamente, sus largos brazos se meten en el agua en dirección a su entrepierna. ¡Resulta tan mono!

-¡¿Eh?! ¿Quién...? ¡Señorita Skeeter! ¿Qué hace usted aquí?-. Cedric abre los ojos, sorprendido. Pensaba que podría disfrutar de un tiempo a solas, relajándose en el agua. Además, la periodista no tenía que estar aquí. ¿O tendría un permiso especial? ¡Y apenas va vestida! Diggory es de los que utilizan bañador en la piscina, y la desnudez le resulta chocante. Pero le gusta asearse tarde para disfrutar de la piscina a solas... y desnudo.

-Bueno, ha sido un dia largo, y la ducha de mi habitación se ha estropeado-. Como excusa, es una mierda, Rita lo sabe. Pero el chico parece admitirla sin más.

-Y, esto, ¿tiene permiso para venir aquí?-. Cedric apenas la mira. Busca desesperadamente algo con qué cubrirse. Hasta su pálida piel adquiere un poco de color.

-¡Oh, por supuesto! Claro que sí. El director ha tenido la amabilidad de permitirme usar estos baños. Claro que me indicó que viniera cuando vosotros ya os hubierais marchado-. Eso está mejor. Rita es una maestra en el arte de la mentira. Da un paso, acercándose a Cedric. El chico se encoge dentro del agua. –Tranquilo, que no muerdo-, dice Rita, sonriente. Se detiene y añade: -Pero si quieres, me marcho-. Señala hacia la puerta.

-¡No, no es necesario! Solo es que... bueno, pensé que estaría a solas-. Rita sabía que Cedric contestaría algo así. Es tan caballeroso que resulta predecible. Aunque Rita nota que a Cedric le gustaría estar en cualquier otro sitio en ese momento.

-Espero que no te moleste-, continúa Rita, girándose hasta dar la espalda al muchacho. –Pero yo también pensé que estaría sola, así que no he traído bañador-. La toalla cae al suelo. Rita mira por encima del hombro la reacción del chaval. Se ha puesto colorado como un tomate, y por mucho que gire la cabeza, no deja de mirarle el trasero de reojo.

-Yo... esto... no... ¡Por las barbas de Merlín!-, acierta a jurar. Está completamente descolocado. Rita vuelve a girar, mostrándose escandalosamente desnuda, sensual y voluptuosa. Cedric cierra la boca, mirando cualquier cosa que no sea la desnudez de Rita. Sus brazos se hunden con más fuerza en el agua.

-¿No has visto antes a una mujer desnuda?-, pregunta Rita con inocencia fingida. Da un paso más. Mete un pie en el agua. Está caliente, aunque soportable. Cedric no contesta.

-En mis tiempos, se decía que los prefectos se bañaban juntos y desnudos. Chicos y chicas, quiero decir-, vuelve a mentir Rita. -¿Ya no es así?-. Entra en el agua, sintiéndola adorablemente cálida. Se sienta frente a Diggory, que permanece callado y mirando hacia abajo. Rita sabe que está empalmado, así que tiene un poco de tiempo antes de que reúna el valor necesario para salir del agua desnudo ante ella.

-¿Te pasa algo, Cedric? Pareces... alterado-. Rita se divierte enormemente picando al muchacho. Hasta ahora, se convence, no ha hecho nada de lo que pueda arrepentirse. Bueno, a lo mejor, colarse en el castillo sea algo censurable, pero Dumbledore no le ha prohibido el acceso a Hogwarts. Siendo fría, reconoce que la situación es difícil de explicar en caso de que alguien los descubra, pero en otro caso... de momento no ha transgredido las reglas del director.

-Eh... no, nada, nada. Estoy bien-. Cedric traga saliva al terminar de contestar, porque ha levantado la cabeza y se ha encontrado con las tetas de Rita mirándole a los ojos. La bruja ha abierto los brazos, relajada, tal y como él mismo estaba hacía un minuto. ¡Qué peras tan soberbias tiene!

-¿Y por qué no me miras? Es de muy mala educación...-, señala Rita. No hay reproche en su voz. Hay una nota de diversión que a Cedric no le pasa desapercibida.

-Porque está usted desnuda-, responde llanamente. Rita suelta una animosa carcajada-.

-¿Y eso te incomoda? ¡Vamos, Diggory! Pensé que ya habías superado la fase de timidez. Pareces todo un hombre-, remata Rita, rebajando el tono de voz hasta convertirlo en un murmullo al final de la frase. Cedric escucha el halago y se siente ridículamente niño. No, realmente no ha superado su timidez. Y no cree que lo haga en los próximos minutos. Se siente vulnerable y excitado, no lo puede negar. Y siente miedo. –Pero si te sientes mejor, me hundiré un poco-. Uniendo palabra y acción, Rita se sumerge en el agua hasta el cuello. Los senos acusadores desaparecen, y solo la cabeza y la melena recogida en un moño sobresalen de la superficie. Cedric se relaja, pero solo un poco.

-Esto me resulta muy incómodo, señorita Skeeter-.

-Llámame Rita-.

-Sí, esto, claro-. Rita mete la cabeza debajo del agua con los ojos cerrados, que abre inmediatamente bajo el agua. Las manos de Diggory cubren su sexo depilado, o al menos lo intentan. Se le ha puesto tan grande que no puede esconder todo con solo dos manos. El capullo asoma entre los dedos del muchacho, que hace esfuerzos por tapar los huevos y la polla. Rita cierra los ojos antes de salir a la superficie, abriéndolos y quitándose el agua de ellos, como si no supiera ver bajo el agua. El rostro crispado de Diggory se relaja al verla hacer esto. Bien, le ha engañado. Lo malo es que Rita se ha calentado con la polla del chico. Mamar una polla imberbe es de lo mejor que hay, porque no corres el riesgo de tragarte un pelo, y puedes comerle los huevos, y jugar con ellos. Además, la herramienta parece más grande. Todo son ventajas. Rita ya sabe que se la va a chupar, por mucho que eso sí que constituya una infracción a las normas de Dumbledore.

-No es mi intención incomodarte, Cedric-, murmura Rita, acercándose. –Es más, me encantaría que te pusieras cómodo conmigo-, invita. De nuevo, al igual que le ocurrió con Victor, Cedric no reconoce las señales que Rita está enviando. Por un lado, le gusta ese desconocimiento, vuelve a los chicos más manejables, pero en ocasiones la desespera. Ahora es el momento en que Diggory debería ponerse en pie, con la polla imberbe luciendo orgullosa y chorreante de agua entre las piernas. Sin embargo, Cedric parece dispuesto a salir corriendo, en pelotas, para alejarse de Rita.

-¿No te gusto, Cedric?-, pregunta Rita, sentándose junto al chico. Rita roza su rodilla contra la de Diggory, y el muchacho casi salta, como si le hubieran dado una descarga eléctrica.

-Esto, yo...-.

-¡Vamos, muchacho! ¡Responde a una sola de mis preguntas! ¡No es tan difícil! ¿O es que solo sabes balbucear?-.

-¡Claro que me gusta! ¿O es que piensa que no tengo ojos?-, por fin el chico reacciona. Rita sonríe y vuelve a sentarse al lado de Cedric. En su arrebato, casi se había puesto en pie. Casi.

-Bien, y entonces, ¿porqué te sientes incómodo?-.

-¡Porque no sé qué pretende! ¡Y esta situación es del todo irregular! Si entrara alguien...-.

-Pero no va a entrar nadie, Cedric-. Rita coloca su mano sobre el muslo del muchacho. Siente una reacción instintiva de esquiva, pero se mantiene en su sitio. Diggory ya no rehuye su contacto. –Y me parece que lo que pretendo está bastante claro, ¿no?-. La mano de Rita asciende lentamente. Está casi, casi rozando los huevos del chaval. Cedric traga saliva. Mantiene sus manos como última barrera contra el ataque de Rita.

-Pero no está bien, señorita Skeeter-, protesta Cedric. El miedo y la vergüenza aún le dominan, aunque otro sentimiento va ganado presencia. No es la primera vez que está con una chica, él ya tiene cierta experiencia. Ha salido con un par de compañeras de Hufflepuf, y una de ellas, al despedirse en la sala común, lo llevó a un rincón más oscuro. Allí se besaron, y la chica tomó una mano de Cedric, que posó sobre el bulto de su pecho. Cedric notó la blandura de aquella parte de la anatomía femenina, aunque estuviera cubierta por sujetador, blusa y jersey, y casi se corre cuando la mano de la chica acarició por encima de los pantalones la polla del chico. El fregao duró unos minutos, hasta que otros compañeros los interrumpieron, y Cedric, con muchísimos remordimientos, tuvo que encerrarse en el baño y machacársela. Por supuesto, ha visto a algunas de sus compañeras prefectas en los baños, desnudas tal y como vinieron al mundo, y claro que les ha mirado las tetas y el coño, pero nada más. Y la señorita Skeeter, allí presente, no era una chica. Era una mujer hecha y derecha, con todo tan bien puesto que no parecía natural. Sus tetas eran soberbias, mejores que ningunas de las que él había visto. Y su entrepierna... su coño, que había vislumbrado durante una fracción de segundo, no era el matojo que sus compañeras tenían. Se veía cuidado, arreglado, preparado. Y la piel, las piernas, el culo... Skeeter no era una muchacha tímida como las fans que le tiraban bragas y sujetadores y hacían promesas que no podían cumplir. La señorita Skeeter, de hecho, no le había prometido nada, y sin embargo, le ofrecía todo.

-¿No está bien?-, repite Rita, un murmullo junto a su oreja colorada. La mano de Rita roza contra el dorso de una de las manos muralla de Cedric. -¿Esto no está bien?-. Lentamente, Rita deshace el nudo de las manos de Diggory. El chico suspira, rendido, y se deja hacer. La bruja sabe que es un mar de confusión, de dudas y temores. El instinto y la razón pelean en su cabeza, y parece que el instinto se va imponiendo, apoyado por los manejos de Rita. –No parece que a tu amigo le parezca mal-, susurra Rita al oido de Cedric, pasando la uña de un dedo por el endurecido tallo del miembro. Cedric traga saliva. De su garganta se escapa un gemido. Rita toma una de las manos de Diggory y enlaza sus dedos con los suyos. Sabe que la polla del muchacho está temblando debajo del agua, ansiando más caricias. Rita se acerca las manos a la boca. Putísima, lame cada uno de los dedos del joven, mirándole a los ojos abiertos, alucinados. Cedric está a puntito de caramelo, seguramente no le aguante ni una embestida. Rita está disfrutando enormemente, pero su chochito le recuerda que tiene hambre. Se pregunta si no será mejor dejar que Cedric se corra para que después le aguante un buen rato taladrándola.

-Cedric, tenemos tiempo, dime qué es lo que te gusta-, rononea Rita. El muchacho parece incapaz de contestar, hipnotizado por la brillante saliva que forma puentes entre sus dedos. La mano de Cedric, guiada por Rita, desciende por el cuello de la hembra, roza sus hombros y se mete debajo del agua. Cedric nota la blandura del pecho, más ligero por el efecto del agua, y se tropieza con la protuberancia del pezón. Tiene la boca abierta, y no puede apartar las pupilas de la boca de Rita. La mano sigue descendiendo, hasta que algo le hace cosquillas en la punta de los dedos. Ha llegado al pelo del chumino de Rita. Allí, la bruja separa lentamente sus manos. Gime, invitándole a tomar la iniciativa, acariciando el brazo del muchacho con la misma uña que le ha rozado la polla. Cedric se arriesga: acaricia el cuidado jardín de la entrepierna de Rita, notándolo oleaginoso, viscoso, resbaladizo. Sus dedos dejan de tocar pelo para encontrarse con la piel suave del sexo de la bruja. Se nota más calidez allí, pese al agua caliente que los envuelve. Rita suspira, cerrando los ojos, como si estuviera disfrutando de la habilidad de Cedric. El chico piensa que lo está haciendo bien, y gana un poco de seguridad.

-¡Así, bien, muy bien!-, anima Rita. Se mueve. Apoya la espalda contra la pared de la piscina y separa un poco las piernas. Facilita el camino de la mano de Diggory, que por su parte, alucina con lo que está haciendo. –Ahora, ábrelo un poquito-. Cedric hace lo que le pide Rita, separando los labios de la rajita. Observa fascinado los gestos de la cara de la bruja, que se muerde los labios, gozando. -¡Muy bien, Cedric! Intenta meter un dedo, por favor-. Rita abre los ojos al hacer la petición, casi suplicante. Sabe muy bien cómo calentar a los hombres, y también cómo evitar que se asusten. Con Diggory tiene que ser como una mujer en apuros, una princesa necesitada de su caballero andante. Por eso le pide las cosas por favor, como si los dedos de Cedric fueran los primeros en proporcionarle placer. Enardecido, Cedric busca torpemente la entrada de la cueva de la mujer. Con cada intento, Rita suelta un gritito de placer, como si lo estuviera haciendo de miedo. -¡No me hagas sufrir más! ¡Mételo, por favor!-, suplica Rita, meneando las caderas hasta que su coñito encuentra el dedo de Diggory. El chico siente que triunfa. Su dedo se cuela en el interior de Rita, un interior cálido que se aprieta contra el dedo. Alucina, una vez más. Empieza a follarla así, despacio, tratando de no hacerle daño. Rita se retuerce, aunque la masturbación sea simple. Quiere poner al muchacho tan caliente que no pueda negarse a nada de lo que ella le pida después. Así que interpreta su papel, que sin dejar de ser placentero, no es lo que está buscando.

-¡Sí, Cedric, sí! ¡Así, no pares! ¡OOOOOOH, POR LAS BARBAS DE MERLIIIIIIIIIÍN!-, chilla Rita, cerrando las piernas y aprisionando el dedo de Cedric en su interior. Simula un orgasmo, y deja que sus brazos parezcan de repente sin fuerza. Diggory, sospechando que ha logrado que la bruja se corra, se queda quieto, concentrado en notar los espasmos de la vagina de Rita en su dedo, halagado en su vanidad, y caliente como un burro. Rita empuja la mano del muchacho hasta liberar el dedo. Sonríe, como una gatita mimosa, y jadea recuperando el aliento.

-Eso ha sido... ¡Oh, Cedric! ¡Ha sido fantástico!-. Rita apoya la cabeza contra el borde la piscina. Sus tetas quedan expuestas a la mirada del muchacho. Rita cierra los ojos, pensando en cuánto tiempo tardará Diggory en tratar de tocarlas. Apenas unos segundos. Rita nota la suave caricia de las manos de Cedric en torno a uno de sus pezones. -¡Oh! ¡No seas malo!-, protesta Rita, separándose un poco. Cedric parece desconcertado. –Ahora mismo estoy supersensible, querido-, Rita sonríe. –Eres adorable. Muchas gracias, Cedric, ha sido el mejor baño de mi vida-, dice Rita, plantando un beso en la mejilla del muchacho. Su desconcierto se refleja en sus pupilas, constata Rita, divertida. –Y ahora, será mejor que me vaya-. Rita se separa. Cedric alza las manos.

-¡Pero... pero yo...! ¡Señorita Skeeter!-, protesta el joven. No sabe cómo expresarlo educadamente, pero no se puede largar dejándole así. Está tan caliente que se le pasa por la cabeza asaltarla. Rita lo mira extrañada.

-¿Qué?-, pregunta sorprendida. Su actuación merece un premio.

-Yo, esto..., me gustaría...-.

-¿Vas a empezar a balbucear otra vez, querido?-. Envalentonado por el calentón, Diggory responde.

-No me puede dejar así. No es justo-.

-¿Así, cómo?-.

-Bien sabe usted cómo estoy-.

-Llámame Rita. Y dime cómo estás-. Diggory se pone en pie, provocando una lluvia de gotas que caen a su alrededor. El miembro enhiesto queda a centímetros de la nariz de Rita. Ya no es blanco, sino rosado, y el capullo amoratado concentra gran cantidad de sangre del muchacho. Cedric se señala la polla con ambas manos.

-¡Así es como estoy!-.

-¿Y qué puedo hacer yo?-. Rita vuelve a divertirse enormemente, aunque le cuesta controlarse. Casi, casi, se abalanza sobre la polla de Cedric cuando la sacó del agua. Su chichi da saltos de alegría.

-¡No lo sé! ¡Usted es la experta!-.

-Sí lo sabes, muchacho-, se defiende Rita. –Y hasta que no lo pidas, no haré nada-, ataca. Cedric no se atreve a poner en palabras lo que está pensando. Cree que si lo dice, la bruja se reirá de él. Pero está demasiado alterado como para pensar demasiado.

-Métasela en la boca-, pide por fin. Rita sonríe, se pasa la lengua por los labios y acerca una mano a la base del miembro.

-Pensé que nunca lo pedirías, querido-. Saca la lengua y repasa el capullo amoratado, entreteniéndose en los pliegues de la piel del prepucio. A Cedric le flaquean las piernas. Se sostiene apoyando la mano en la cabeza de Rita. La bruja abre la boca y se mete el capullo, presionando con los labios mientras engulle más y más carne. Siente el bombeo del corazón de Cedric a través de las venas del miembro, rápido, intenso y potente. Juguetea con los cojones de Cedric y empieza a cabecear, arriba y abajo, cada vez más rápido. La hunde hasta que la siente en la garganta. Gorgotea, abriendo la boca al máximo. Si pudiera, le comería los huevos al mismo tiempo. Rita se concentra en su propio placer, mamando la verga imberbe con pasión. Hace tiempo que no tiene un rabo sin pelo, y quiere aprovechar la ocasión. Es una delicia metérsela hasta la garganta sin correr el riesgo de atragantarse con un puto pelo. Cedric gimotea, extasiado, absorbido, succionado por los labios de Rita. La bruja escupe el miembro, y lo reboza contra su cara, llenándose de sus propias babas. Unas lágrimas corren por sus mejillas. Toma aire rápidamente un par de veces, lame los huevos del muchacho al tiempo que pajea la polla y vuelve a metérsela en la boca. Rápido, más rápido, con un mugido que nace en la garganta de Rita y reverbera por el tallo de Cedric. El muchacho se aferra al pelo de Rita, avisando que está a punto de correrse, tratando de separar los labios de Rita de su verga porque le parece muy sucio soltar su semen en la boca de la hembra. Pero Rita se resiste. Mama con más vigor. Cedric aprieta las nalgas para retrasar el orgasmo, y lo único que consigue es que éste sea más intenso. Se derrama sin control dentro de los labios de Rita, que se ve sorprendida por el primer lechurrazo. Se atraganta, pero controla la situación al tercer disparo. El semen cálido de Cedric resbala por su mentón mientras el chico se sigue corriendo, gritando de puro placer, moviendo las piernas y las caderas instintivamente, como si se estuviera follando la boca de Rita. La bruja traga sin sacarla de la boca, y sigue tragando, hasta que Cedric se dobla en dos sobre ella, agarrándose la base del miembro. Rita lo deja salir, apretando los labios contra la polla para escurrir todos los restos de semen de Diggory. Traga por última vez mirando a los ojos del alucinado joven. Tiene pinta de hembra violada, piensa Cedric, observando las lágrimas que nacen en los ojos de Rita, pero no le importa demasiado. Ha sido, sin dudarlo, la mejor experiencia de toda su vida.

Rita permite que el joven se recupere. Entre tanto, va a la parte más profunda de la piscina y allí se hunde por completo bajo el agua, eliminando los pocos restos que quedan del semen de Cedric. Sigue caliente como una estufa, pero ahora ya no tiene dudas de que el chaval será capaz de apagar un poco su fuego. Vuelve al lado de Diggory. El chico tiene una sonrisa que le parte la cara en dos mitades. Rita se pone en pie, dejando que el agua resbale por la gloria que es su cuerpo desnudo, llevándose las manos a la cabeza para recogerse el cabello. Sabe que así, con esa pose, está buena de romperse. El miembro de Cedric está de acuerdo con ella. Vuelve a estar duro. Ya no es tiempo de juegos. Rita coge a Cedric de la mano. Salen del agua. El chico es más alto de lo que creía: al pegarse a su pecho, el miembro se pega a su vientre. Lo nota húmedo y frío, pero también palpita. Vuelve a rezumar líquido, a pesar de haberlo exprimido hace nada. A Rita le encanta ese feroz vigor juvenil. Parece que no se cansan nunca, siempre dispuestos para la batalla. Los labios de Cedric la buscan, con algo de torpeza, pero con decisión. Ella lo encuentra, dejándose saborear. Cedric se muestra dulce, tiene los ojos cerrados, vuelve a ser el príncipe del cuento. Rita decide ser la mala. Ya no hay princesa. Rita es una bruja. Pega las tetas contra el pecho de Cedric, agarra las nalgas del chico. Lo enardece, lo calienta, y empieza a musitarle guarradas al oido. Cedric deja de besarla, al parecer conmocionado. El estado le dura poco tiempo. Rita se gira, pegando su culo a la polla de Cedric, frotándose contra ella. Se abre las cachas para que Cedric encajone el miembro entre ellas. Cuando siente el cuerpo del rabo encima de su ojete, Rita suelta las nalgas, aprisionando el cipote allí. Menea las caderas adelante y atrás, mirando por encima del hombro la cara colorada y hambrienta de Cedric. Ya no se parece tanto al caballero andante. Menos aún cuando echa mano a las cachas de la bruja, palmeándolas hasta que empiezan a ponerse coloradas. Rita lo anima con gemidos y súplicas, sin parar de moverse adelante y atrás. El pene roza toda la raja del culo, y Rita se lleva una mano al conejo, estimulándose el clítoris.

Cedric escapa de las prisión de las cachas de Rita, jadeando rápidamente, Rita ve cómo cierra los ojos, concentrándose. Sabe porqué: está a punto de correrse nuevamente. El chico se apoya contra la pared. Rita se pega a su espalda, acariciando las tetillas del chico. Besa la piel desnuda. Tiene el coño ardiendo, así que le da un minuto para que se reponga. Después, Rita apoya las manos contra la pared, arquea la espalda y abre las piernas. Se ofrece a Diggory, pero esta vez no espera roces contra su ojete.

-¡Fóllame!-, pide, mirando a Cedric por encima del hombro. El chico se acerca, amarrando la base del cipote con una mano. Busca con torpeza la entrada del chichi de Rita, con poco acierto.

-Cedric, cariño, ¿es tu primera vez?-, pregunta Rita, al tiempo que lleva la mano entre las piernas, en busca del miembro del chico. Cedric asiente, turbado y algo mareado. –Está bien, no te preocupes. Tú déjate llevar... asiiiiiiií-. Rita hace de mamporrera y se mete el ciruelo. Coloca la punta a la entrada de su vagina y echa el culo para atrás, sintiendo la entrada de la polla de Cedric en su templo. Tiene un tamaño respetable, sin llegar a ser una enormidad. Pero le vale. La siente rellenar su chochito, tocando todas las paredes sin llegar al útero. Pero es cierto que todavía no se la ha metido entera. Rita da un par de meneos hasta que Cedric le pilla el tranquillo al asunto. El chico comienza a moverse, bombeando despacio, concentrado en ese océano de sensaciones nuevas y excitantes. Rita apoya ambas manos nuevamente en la pared. Sus tetas se mueven, libres, al ritmo de los empujones de Cedric.

-¡Déjate llevar, cielo, no pienses!-, ordena Rita. El chico sale de su estado de concentración. Planta las manos en las caderas de Rita y se la folla con fuerza. Uno, dos, tres empujones rápidos y uno, dos, tres más lentos. Es una técnica aceptable, pero Rita quiere polla, así que menea las caderas, enroscando el cipote de Cedric, entorpeciendo su técnica. -¡Métela hasta el fondo, fuerte!-, pide Rita. Cedric muge y empuja, empotrando a Rita contra la pared. Casi se caen del impulso del chaval, y Rita chilla, empalada, traspasada por fin. Las pelotas de Cedric le han golpeado las nalgas, y el capullo ha empujado el útero. Se la ha clavado bien. Y Cedric continúa, ahora a un ritmo salvaje, desatado, sin miedo a correrse, casi buscando el éxtasis. Agarra las bamboleantes tetas de Rita, pellizcando los pezones. Muerde el cuello expuesto. Jadea, ronronea, muge y contiene sus gritos. Rita está gozando como una perra, ahora sí, con las fuertes embestidas de Cedric. Ahora sí se parece al empotrador que busca. El cosquilleo de la entrepierna la avisa de que está a punto de llegar al orgasmo. -¡Tócame, Cedric! ¡¡Mi coño, bastardo, tócame el coño!!-. Rita jadea, descompuesta por los pollazos de Cedric. Siente la mano, rápida, escarbando entre sus piernas. Cedric no acierta a la primera, pero enseguida encuentra el botón mágico. Las oleadas de placer la inundan, mientras no para de gritar “¡¡OH!! ¡¡OH!! ¡¡OOOOOHHHHHHMMMMMM!!”. Rita se corre y Cedric no para de joderla. El chico sigue a lo suyo, al parecer superado el riesgo de eyaculación precoz. La está matando, pero Rita no quiere que el chaval pare. No le advierte que ha experimentado el éxtasis, sino que aprieta los dientes, notando el miembro de Cedric en su vagina mil veces más intensamente que antes, y sintiendo sus fluidos resbalando por los muslos. Los golpes de los muslos de Cedric contra sus propias nalgas parecen aplausos. Rita no puede más. Frena las acometidas del chaval, lo saca de ella y se gira. Se siente mareada y estupenda. Cedric no parece entender qué está pasando, pero se deja llevar por Rita. Hasta ahora, no le ha ido nada mal. Rita recupera un poco de aliento, le echa las manos al cuello y le dice:

-Al agua, Cedric-. Rita empuja al chico con cuidado hasta el borde de la piscina y de un salto, caen los dos al agua. Rita se agarra al cuello de Cedric y mientras le come la boca, enrosca las piernas en torno a la cintura del muchacho. Cedric agarra las cachas de Rita, buscando la entrada del chumino con el rabo. Rita ayuda, meneándose sin dejar de comerle la boca, hasta que el rabo del chico entra otra vez en su templo. Rita gime al notar la presencia del cuerpo, y se deja llevar por los movimientos de Cedric. Dentro del agua es tan liviana que puede hacer con ella lo que quiera. Rita se suelta del cuello, exponiendo las tetas al chaval. Una tortura, porque no puede soltar el culo para amasar los melones, así que Cedric se concentra en devorar esas maravillas mientras penetra sin descanso, hasta que siente “esa” sensación, que nace entre las piernas y se va extendiendo por su cuerpo.

-¡Rita, estoy cerca!-, anuncia, deteniendo un poco su empuje. Quiere acabar, y no quiere acabar.

-¡Por fin! ¡Córrete, no te preocupes por nada!-, exclama Rita. Flotando en el agua se siente a merced de Cedric.

-¡Pero...!-.

-¡No hay peros, Cedric! ¡Córrete de una puta vez!-. Rita hace un rato que ha entrado en una fase de orgasmos continuos, o de un orgasmo eterno, que no acaba nunca, y cada meneo que le mete el muchacho es como un minirayo que la rompe. Así que está más que dispuesta a frenar esa orgía de sensaciones. El chico aprieta los dientes, empuja fuerte contra la pelvis abierta delante de él y suelta su carga en uno, dos, tres disparos copiosos que llenan el coño de Rita. La bruja se contorsiona hasta que se alza ante Cedric, meneando las tetas a medida que el chico se derrama.

-¡Así, amor, muy bien, lléname de leche!-. Rita siente las contracciones de la polla de Cedric, expulsando todo el semen que ha acumulado. Le sorprende la cantidad, dado que apenas hace unos minutos que se ha corrido copiosamente. Pero es lo que tiene la juventud. Las hormonas de Diggory están tan alborotadas como las del resto de adolescentes que pueblan el castillo, aunque el muchacho quiera parecer el más beato de los chicos. Rita degusta los últimos espasmos. Cedric ya está pensando que ha cometido un terrible error dejándose llevar por sus pasiones.

Rita deja salir el miembro de Cedric de su vagina. El chico ya no está eufórico, sino que parece abatido. Rita levanta la barbilla del muchacho, besando suavemente las mejillas y la punta de la nariz.

-Sé lo que estás pensando, querido, pero es mejor que te quites esos pensamientos de la cabeza. Nadie se enterará, te lo prometo-. Cedric asiente con la cabeza. Es un poco de consuelo, aunque viniendo de una periodista como Rita, no sabe si creerla del todo. Supone que para ella también resulta un riesgo que se sepa que ha seducido a un joven estudiante de Hogwarts. Sin embargo, él se juega la expulsión, del colegio y del torneo. Además, se siente sucio. No puede negar que ha sido acojonantemente bueno, mucho mejor de lo que nunca haya imaginado. Pero no esperaba perder la virginidad con una mujer como Skeeter. No sabe qué pensar.

-¿Volveré a verte?-. Cedric se sorprende al hacer la pregunta. Rita sonríe. Vuelve a parecer la princesa asustada.

-Quizá. Depende de ti, querido-. Rita se hunde una vez más, ocultándose de la vista de Cedric. Cuando reaparece, se tapa los pechos con los brazos. -¿Me acercas la toalla, por favor?-.