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Parodias la rueda del tiempo

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Rand observó la habitación, jadeando. La suave brisa que entraba por la puerta de la terraza no bastaba para expulsar el calor sofocante que sentía, ni para eliminar el pútrido olor provocado por los cuerpos muertos que yacían a sus pies. Miró la mano que sujetaba la espada, tirándola a la cama deshecha como si no supiera porqué la tenía empuñada. ¿Cómo habían podido llegar hasta él aquellos dos hombres? Mirándolos con atención, se percató en lo anodino de sus rostros y sus ropas. Dos hombres que pasarían desapercibidos entre un grupo de gente, pero que habían entrado en sus habitaciones, custodiadas por Defensores y por Aiel. Que los Defensores no los hubieran visto tenía un pase, pero, ¿los Aiel? A Rand se le escapaba cómo podían haberlos evitado. Pero tampoco quería alertarlos ahora. No. Nadie debía enterarse del intento de asesinato. Quizá si lo mantenía en secreto, la mano que les pagó se delataría. Tejiendo un hilo de energía, levantó los cadáveres y los depositó en el amplio lecho de la chimenea señorial, añadió un poco de fuego, lo alimentó con aire y las llamas, blancas por la potencia, consumieron los cuerpos dejando tan solo un montoncito de cenizas que Rand hizo que se convirtieran en diamantes. Dos piedras del tamaño de la uña de su dedo meñique era lo que quedaba de los asesinos enviados quién sabe por quién. Sin saber muy bien por qué, recogió las piedras preciosas, sosteniéndolas en la palma de la mano, admirando la manera en que recogían y multiplicaban la luz de los candelabros que iluminaban la habitación. “¿Tendrá algo que ver la Torre con esto?”, pensó. Inmediatamente descartó la idea. Moraine lo quería dominar, asi que lo necesitaba vivo. Como si el mero pensamiento la hubiera convocado, la Aes Sedai abrió la puerta, perfectamente acicalada y peinada como si hubiera pasado horas delante del espejo.

-Rand, ¿está todo bien?-, preguntó, al tiempo que paseaba la mirada por la habitación. Se demoró un instante en la espada tirada sobre la cama, pero no pareció encontrar nada extraño en el resto de la estancia. Por último, puso su atención en Rand, todavía acuclillado, al parecer, observando la palma de su mano.

-Sí, Moraine, todo está bien-. “Salvo que dos individuos se han colado en la habitación más vigilada del mundo para intentar matarme. Y nadie se ha dado cuenta”. El muchacho se irguió, levantando la nariz en dirección a la brisa que entraba por la terraza. Moraine dio dos pasos en dirección a Rand. –Dime, Moraine Sedai. ¿Podéis saber cuán poderoso soy? ¿O cuán poderoso llegaré a ser?-. La pregunta descolocó a la mujer, aunque puso todo su empeño en que no se notara.

-Lewis Therin Telamón fue el más poderoso varón del que se tiene conocimiento-, dijo, velando sus verdaderos conocimientos.

-Y si yo soy la reencarnación del Dragón, entonces yo seré el varón más poderoso de mi tiempo, ¿no es así?-. Rand se giró, encarándose a Moraine. –La duda que me corroe es ¿sería capaz de hacer frente a una Aes Sedai?-. El vello de los brazos de Moraine se encrespó, señal de que Rand estaba encauzando. Se abrió al instante a la Fuente, temiendo que Rand hubiera cortado su acceso a ella, pero el flujo de poder llegó a ella como siempre.

-¿Qué pretendes, Rand?-, preguntó Moraine. Aún no estaba alarmada, pero estaba a punto de llegar a alarmarse. Rand se encogió de hombros.

-Necesito saber hasta dónde puedo llegar, y no veo a nadie más que pueda encauzar en esta habitación-.

Moraine tejió un escudo a su alrededor, sin saber qué era lo que estaba dispuesto a hacer Rand. Como decían los escritos, las mujeres no podían ver los tejidos de los hombres, y lo mismo ocurría a la inversa. No era mucho consuelo, por eso se envolvió en el escudo más poderoso que conocía. Intuía que Rand estaba haciendo algo, pero no sabía qué, nada en la habitación estallaba o se rompía.

-Rand, ¿qué estás haciendo?-. Para su disgusto, notó un punto de histeria en su voz.

-¿No lo ves? ¿De verdad no puedes verlo?-, preguntó Rand, con una sonrisa aleteando en la comisura de los labios. Moraine lanzó unos hilos de Aire y Energía, intentando apresar a Rand, pero estos se diluyeron antes de llegar a una corta distancia de Rand. El muchacho giró la cabeza, como si hubiera notado lo que Moraine había hecho. Con un atisbo de temor, Moraine notó algo, un lento flujo que se pegaba a su vestido de seda. El flujo, como una serpiente sin prisa, fue ascendiendo desde el orillo del vestido azul, comprimiéndose un tanto a la altura de la cintura, ascendiendo sin parar. -¿Notas lo que estoy haciendo, Moraine?-. El tono de Rand había cambiado. Sin llegar a comprender cómo, Moraine notó que su escudo se desvanecía. La serpiente de poder pareció acelerar, hasta que escapó por sus hombros, lanzada hacia arriba por una fuerza invisible. Con el pecho agitado, Moraine sintió que Rand abandonaba el contacto con la Fuente.

-¿Qué ha sido eso?-, demandó Moraine, casi temblando. Por una vez, la apariencia de la Aes Sedai no era la de calma absoluta. Rand vió miedo en las pupilas de la mujer.

-Una prueba, nada más-, contestó Rand, antes de acercarse a ella para quedarse a un paso de la cara de Moraine. Ante el espanto de Moraine, Rand sopló y su vestido de seda azul se desintegró, así como las prendas íntimas que llevaba debajo. Rand devoró el cuerpo desnudo de la Aes Sedai, el tamaño de sus pechos y la pelambrera oscura de su entrepierna. Absolutamente desconcertada, Moraine llevó las manos al pecho y a la vagina, intentando taparse todo al mismo tiempo, para evidente regocijo de Rand.

-¡Estás loco, muchacho!-, gritó Moraine, dándose la vuelta. Le parecía algo más digno mostrarle la espalda y el trasero que la parte frontal de su anatomía. Era la primera vez que le pasaba algo así. Nunca nadie la había visto desnuda, y nunca nadie la había desnudado así. -¡Te arrepentirás de esto, maldito insensato! ¡¿Qué pretendes con esto?!-.

-¿Pretender?-, contestó Rand, como si Moraine no hubiera entendido nada. –No pretendo nada, Moraine. Debería preguntarme qué es lo que voy a hacer-. Las prendas de Rand desaparecieron igual que las de Moraine, dejando al joven totalmente desnudo. La herida del costado presentaba un color amoratado, y era la única mácula que Moraine encontró en la pálida piel de Rand cuando miró por encima del hombro. Se había desarrollado, pensó la Aes Sedai, apreciando el amplio pecho del joven, así como sus robustos brazos y potentes hombros. No es como Perrin, pero desde luego que se ha desarrollado. ¿Tendría que ver con el Poder? No sabía cómo podía estar pensando en aquellas cosas cuando Rand, “¡Por la Luz y la Fortuna, que polla tenía!”, estaba desnudo delante de ella, desnuda igualmente. –Te conservas bien, para ser una Aes Sedai-, comentó Rand, dando el paso que les separaba. El rabo enhiesto rozó las nalgas de Moraine. Las manos de Rand la tomaron por los hombros, intentando girarla. –Vamos, Moraine. Hazme feliz, dame lo que quiero-, animó ante los intentos de Moraine por defenderse. Moraine encauzó. El contacto con la fuente era posible, Rand no lo había cortado. Intentó sujetarlo con Aire, pero los hilos resbalaban sobre la piel desnuda de Rand. Intentó algo más potente, pero todos los intentos resbalaban o simplemente, se diluían. Las manos de Rand acariciaban la espalda de Moraine, demasiado cerca de las nalgas de la mujer como para que esta pudiera seguir prestando atención al poder. Al parecer, no podía hacer nada para detener a Rand.

-¿Y qué es lo que quieres?-, contestó la mujer. Buscaba ganar tiempo, evitar que Rand comenzara a penetrarla. Conocía el mundo lo suficiente como para saber lo que pasaba entre los hombres y las mujeres, pero nunca había hecho nada con los hombres. Salvo con Siuan, cuando eran Aceptadas de la Torre y pasaban alguna noche juntas. Entonces sí habían experimentado la una con el cuerpo de la otra, y Moraine se había reconocido íntimamente que le gustaba el tacto de las manos de Siuan cerrándose sobre sus pechos, y la lengua de Siuan enroscándose con la suya, el sabor del coño de Siuan y las sensaciones que despertaban los dedos y la lengua de la Amyrlin en su propia vagina. Recordando aquellos placeres, notó que se humedecía. –Está bien, Rand, te daré lo que buscas-. Ella misma se sorprendió al pronunciar las palabras. Girando el cuerpo, quedó frente al joven que seguía sujetándola con las manos en sus hombros. Rand volvió a devorarla con la mirada, deteniéndose en los pezones claros y erguidos de Moraine, las venas que se vislumbraban bajo la piel blanquísima del pecho de la Aes Sedai. También ella se recreó en el cuerpo del joven, en su amplio pecho y sobre todo, en el miembro largo y duro que asomaba entre una maraña de pelo rojo como el fuego. Tenía unos cojones grandes y pesados, a juego con la polla. Moraine pensó que no debía ser bueno tenerlos tan hinchados, aunque tampoco sabía si estaban muy hinchados o si ese era su estado natural. La única verga y los únicos huevos que había visto en acción eran los de Lan, cuando el Guardián se había follado a alguna pastora en las posadas y ella había sentido aquella urgencia en él, debido al vínculo establecido con su Gaidin. Con un sobresalto, pensó en si Lan se daría cuenta de lo que estaba a punto de pasar.

-Rand-. Moraine se sorprendió al notar el jadeo en su voz y la garganta seca. –Mi Gaidin...-

-¿Qué pasa con Lan?-, preguntó Rand, acariciando con la yema de un dedo el pecho de Moraine, disfrutando con el pezón endurecido de la Aes Sedai.

-El... vínculo...-, acertó a decir ella. Su propia mano había descendido hasta topar con el miembro del Dragón Renacido. Rand gorgoteó de placer cuando la mano de Moraine comenzó a hacerle una paja. –El vínculo que nos une, y que nos hace sentir lo que el otro siente-, terminó. Rand encauzó y exploró los alrededores. Se detuvo en las habitaciones de Moraine. Lan no estaba allí. Su hilo de búsqueda se trasladó a las habitaciones que habían adjudicado a Nynaeve, Egwene y Elayne. Las dos últimas estaban allí, pero no había rastro de Nynaeve. Rand sonrió.

-Creo que no debes preocuparte por el Guardián-. El hilo de búsqueda descendió hasta los baños. Allí percibió ondas de placer, y hasta sus fosas nasales llegaron los inconfundibles aromas de Nynaeve y de Lan. –Quizá si tú te concentraras, descubrirías que Lan está... ocupado-. Moraine empujó a Rand hacia la cama. El joven se tiró encima, presto para la batalla. Moraine arrugó el entrecejo, explorando su vínculo con el Guardián. Cerró los ojos y... las tetas de Nynaeve aparecieron ante ella, unas tetas morenas de pezones oscuros, botando al ritmo de las embestidas con las que el Gaidin recompensaba los esfuerzos de la antigua Zahorí por llevárselo al catre. Nynaeve gritaba, sujetándose con las manos al borde de la piscina donde ambos follaban como salvajes. El agua salpicaba por todos los lados, y Moraine tuvo la certeza de que Lan iba a correrse en unos instantes, dentro de Nynaeve. Concentrada como estaba en el vínculo, la explosión de Lan en el cuerpo de Nynaeve la sintió como si ella misma hubiese eyaculado, cosa imposible al ser mujer. Abrió los ojos, sorprendida de la intensidad del placer de Lan, y se miró extrañada la entrepierna, esperando encontrarse una polla tiesa y chorreante de lefa. Lo que vió también estaba chorreante, y entonces comprendió su deseo.

-Fóllame, Rand-. La Aes Sedai se aupó a la cama, entre las piernas del Dragón Renacido. Cerró los ojos para aspirar el aroma que desprendía la verga que tenía a escasos centímetro de la boca, y al cerrarlos, volvió a sentir el vínculo con el Gaidin. Nynaeve besaba la polla de Lan, todavía espasmódica, relamiendo los jugos expulsados. La lengua de la zahorí recorría el tallo, mientras sus manos masajeaban la bolsa de los huevos del Guardián. Como si fuera una alumna aventajada, Moraine aplicó la misma técnica a la polla de Rand, ensalivándola, engulléndola, masajeando el tallo y los enormes huevos del Rand. Chupaba como si la vida le fuera en ello, y se descubrió a sí misma disfrutando de la mamada con que obsequiaba al Dragón Renacido.

-Ni siquiera Berelain, con toda su experiencia, me come la polla tan bien, Moraine. ¿Estás segura de que nunca antes lo habías hecho?-. La comparación con la Principal llenó de orgullo a Moraine. “¡Ja! ¡Chúpate esa, Berelain! Bueno, mejor la chupo yo”. Moraine se sintió como una perdida, como una mujer de campamento... “como una puta, Moraine. A pesar de ser Aes Sedai, a pesar de toda esa dignidad, te gusta sentirte así, como una puta barata a merced de los deseos de tu cliente de turno”. Chupó con más ansia, recorriendo cada pliegue de la verga de Rand con la punta de la lengua, llevando una de sus manos al empapado conejo peludo. Quería sentir la polla de Rand dentro, quería experimentar en carne propia la explosión de placer que Lan le había hecho llegar. Sacó el rabo de la boca y se puso a horcajadas sobre Rand, dirigiendo el sexo masculino con la mano. Frotó la raja con la punta del capullo de Rand. El joven se arqueó gruñendo de placer. Moraine dudó. Aquella invasión le iba a hacer daño, lo sabía. Pero Rand no le dio tiempo a pensar. Plantó las manos en las caderas de Moraine y aunó dos movimientos: el de sus manos sujetando la grupa de la Aes Sedai y el de su pelvis empujando hacia arriba. El himen de Moraine se rompió con la fuerte presión de la polla de Rand, y ella gritó de dolor, como si le hubieran clavado un puñal en las entrañas, y no pudo comprender cómo le había estado gustando tanto lo que estaban haciendo. El dolor, como un río de fuego, se extendió por su vientre y sus riñones, y solo después de varias sacudidas, fue consciente de que Rand seguía follándose salvajemente su dolorido coño.

Moraine plantó las manos en el pecho de Rand, intentando que éste fuera un poco más gentil. Arañó el pecho al percatarse de que Rand no iba a para su ritmo, y al cabo de un momento, Moraine deseó que no lo hiciera. Las embestidas eran potentes, ella notaba cómo entraba y salía toda la extensión de la carne de Rand, que era mucha, y aguantaba la respiración cada vez que entraba, soltando el aire cuando salía. Los dos gemían, Rand mordisqueaba los pezones de Moraine, volviéndola loca.

-Moraine-, dijo Rand, rojo como una amapola, ebrio de placer. Ella lo miró a los ojos, perdida en su propio placer.

-¡¿Qué?!-, medio contestó, medio protestó.

-¡Me voy a correr!-. El joven cerró los ojos y giró la cabeza. Moraine vio cómo se tensaban los músculos de su cuello, amoratando más todavía la cara de Rand. El Dragón pegó dos embestidas finales, brutales, haciendo que las tetas de Moraine saltaran en su pecho, y después notó el chorro de semen de Rand golpeando en las paredes de su vagina, llenándola de orgullo, vanidad y placer. “Ni siquiera Berelain le da tanto placer”, acertó a pensar Moraine, antes de sentir su propio orgasmo, creciendo desde su entrepierna y extendiéndose por las piernas y la espalda. Se sorprendió de la intensidad de su propio orgasmo, como si una tormenta marina se desatara sobre un mal antes calmado, y ella estuviera dentro de un bote. Sin duda, pensó algo alocadamente, a Siuan le parecería correcta esa comparación. Después se preguntó porqué estaba pensando en Siuan cuando seguía sintiendo las olas llevándola de aquí hacia allá, sin que ella tuviera control alguno sobre su cuerpo. Algo más tarde, se abandonó sobre el pecho de Rand, todavía con la polla del Dragón sufriendo espasmos que expulsaban hasta la última gota de la simiente de Rand. El muchacho le pasó los brazos por la espalda, sintiendo la tensión de la Aes Sedai.

-¿No te ha gustado, Moraine? Serías la primera mujer que me lo dice-, señaló Rand, haciendo círculos con los dedos en la espalda de la mujer. Moraine, con los ojos abiertos como platos, respirando agitada y profundamente, no daba crédito a lo que acababa de experimentar. ¡Era casi tan bueno como sentirse henchida de Poder! Por un momento, casi envidió a las Verdes, de las que conocía a alguna que se había acostado con su Guardián. Y después, una comezón amenazó con destruir su bienestar. Ella nunca podría hacerlo con Lan. Sabía lo que sentía por la zahorí. Los celos la atacaron solo por un instante. Luego razonó, y casi sonrió al pensar en lo que tenía todavía metido entre las piernas. Rand se la acababa de follar y ella sintiendo celos de Nynaeve por hacer lo mismo con su Gaidin. No. Las cosas estaban mejor así. Pero tomó nota mental. Tenía que follar más a menudo. Le sentaba bien.

-Ha sido... fabuloso, Rand-, reconoció Moraine, moviéndose sobre el muchacho hasta que la polla salió de ella. El sentimiento de pérdida hizo que se mordiera los labios. Después, tan rápido como había llegado, el sentimiento desapareció. Rodó sobre el pecho de Rand hasta quedar boca arriba, tendida al lado del Dragón, intentando tranquilizar la agitada respiración de su pecho. Era consciente de su desnudez, pero no le importaba, pues era más consciente de las sensaciones que bullían por todo su cuerpo. Por primera vez en su vida, la fría mente de Moraine no era la que controlaba la situación, sino algo situado en su vientre, dentro de ella. También era muy consciente de la cercanía de Rand, de su miembro que empezaba a empequeñecerse, todavía pringoso de los fluidos de ambos, y de la tranquilidad que experimentaba el joven. Parecía... plácido, tranquilo, sin los agobios que su semblante reflejaba durante su presencia delante de los Grandes Señores.

-Esto te hace bien-, descubrió Moraine, sorprendida. Rand asintió, con los ojos cerrados. Moraine se mordió los labios. La comezón de su vagina se negaba a darse por satisfecha. Parecía que, al abrir la puerta al deseo, éste quisiera recuperar todos los años de negación en una sola noche. Dos corrientes de pensamiento se peleaban por captar su atención. Una, la fría constatación de que follar podía frenar la locura de Rand, y otra, su cuerpo pidiendo atención. Se sorprendió pensando en Lan, en Rand, incluso en Thom. Desechó esa línea de pensamientos, intentado concentrarse en el descubrimiento que acababa de realizar. Quizá... Moraine se apoyó en los codos para mirar a Rand.

-Rand, ¿lo haces con frecuencia?-. Así, mirando directamente la desnudez del joven, las pulsaciones de su vagina eran más que placenteras. El chico seguía con los ojos cerrados, pero su rostro se tensó un poco.

-Creo que sí, Moraine. Las Doncellas se turnan para pasar la noche conmigo. O al menos, un rato de cada noche-. Sonrió travieso. –Dicen que también debo descansar. Otro arrebato de celos llegó y se fue, tan rápido que Moraine dudó de haberlo sentido.

-¿Y Berelain?-. Moraine preguntó suavemente, como si realmente no le importara.

-Oh, no debes preocuparte por ella. Accede gustosamente a mis demandas, pero siempre busca algo más-, reconoció Rand, con ligereza. –Algo que nunca conseguirá de mí-, añadió, casi con aspereza. Abrió los ojos y miró a la Aes Sedai. –Tampoco a ti te daré lo que buscas, Moraine, no lo olvides-. La mujer sostuvo la mirada de Rand, impávida. La educación de Aes Sedai estaba tan arraigada que su rostro no dejaba traslucir los sentimientos que bullían dentro del pecho y la cabeza de Moraine, pero debía reconocerse que las palabras de Rand habían hecho mella. No, aquel nunca había sido una buena manera de atar a un hombre como Rand, aunque el sexo podía ser una rienda tan potente como cualquier otra. Pero no con hombres como Rand.

-No busco... guiarte... con esto-, Moraine señaló su cuerpo con la barbilla. De repente, su desnudez la incomodaba. –Prefiero darte consejos y hacerte ver lo que ocurrirá si no me haces caso-. La frialdad había vuelto. Su mente era la que controlaba de nuevo la situación, y la orden fue clara y perentoria. Debía vestirse. Se sentó en la cama, de espaldas a Rand, y buscó sus ropas con la mirada, acordándose entonces de que Rand las había hecho desaparecer. Sin que el joven la viera, un gesto de malestar crispó sus facciones. –Ahora debo irme. No sería bueno para nadie que me vieran... así, contigo-. Hablaba de espaldas a Rand. Incluso la comezón en la vagina era menos intensa ahora. Notó un cambió de peso en el colchón, y después, las caricias de Rand en su cadera.

-No te vayas aún, Moraine-. El tono de voz del pastor se había vuelto acariciador. –Apenas hemos empezado-. La mano había seguido su curso, y ahora, unos dedos hábiles tocaban los rizos morenos del vello de su vagina. La frialdad se retiró, y para su consternación, los muslos de Moraine se separaron, dejando franco el camino hasta el centro de sus placeres. Sintió otro desplazamiento de peso e inmediatamente, la humedad de los labios de Rand recorriendo la espalda de Moraine.

-Contigo, la sensación de paz al acabar es mucho mayor que con las demás-, reconoció Rand. –Quizá se deba al poder, o quizá no, pero las Doncellas no consiguen que encuentre tanta paz como contigo-. Rand estaba pegado a la espalda de Moraine. Ella podía sentir en pecho cálido del muchacho en contacto con su espalda, así como sus dedos hábiles: unos en la vagina, aumentando la comezón, y otros en sus pechos, provocando que las oleadas de placer recorrieran todo el ser de Moraine. Ella solo pudo suspirar, rendida a las atenciones del Dragón. Si tenía que ser así, así sería. Con un doble sentimiento, de placer y vergüenza, Moraine supo que sería una de las putas del Dragón Renacido.

Rand tuvo el juicio suficiente como para ser el primero en salir de sus habitaciones, llevándose consigo a las Aiel y a los Defensores que se suponía que tenían que protegerlo. Casi en un abrir y cerrar de ojos, el largo pasillo quedó vacío de gente, y Moraine pudo escabullirse vestida únicamente con la colcha de la cama de Rand. Por fortuna, no se cruzó con nadie de camino a sus propias habitaciones. Al cerrar las puertas, un quedo suspiro se escapó de sus labios, y dejando caer la colcha, quedó desnuda delante del espejo de cuerpo entero. Lo primero que vio fueron sus pechos, hinchados allí donde Rand había chupado con ansiedad. Los pezones seguían muy sensibles, Moraine lo constató al acariciarlos suavemente, recordando las manos y los labios del muchacho, con una sonrisa bailando en los labios. Lo segundo en lo que se fijó fue en los pequeños regueros de sangre que ya se habían secado en la parte interior de sus muslos. El Dragón había tomado su virginidad, a pesar de los años transcurridos desde que sangrara por primera vez. Y a su pesar, no le había disgustado, es más, había disfrutado una vez que el dolor se había ido desvaneciendo, sustituido por esa comezón que solo se apaciguaba con la polla de Rand. O quizá con cualquier otra polla. Moraine sólo se había acostado con el Dragón. Debería probar con algún otro hombre, menos peligroso que Rand, por supuesto, para ver si la comezón también menguaba.