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Celia iii

en Amor filial

Me cuelo en el cuarto de baño, y paso el viejo tranquillo para que nadie me moleste. Creo que voy a vomitar, tengo ese rún rún en el estómago. Al mismo tiempo, noto el rabo clavarse contra mi bajo vientre, duro como una piedra y temblando, tan nervioso como yo. Todavía tengo las bragas rojas de Celia en la mano, y el corazón me da un vuelco cuando las despliego delante de mi cara y descubre un par de pelos claritos. Y la manchita de humedad allí donde el coño de mi tía las empapó.

Necesito descargar. Lo ideal sería que Celia me ayudase, pero se ha quedado en la terraza, vigilando el sueño de la abuela. También estará sonriendo, sabiendo dónde estoy y qué voy a hacer. Hiperventilo. Esto es mucho más raro que lo de por las noches. ¡Joder! ¡Se ha hecho un dedo delante de mi abuela! Me siento en la taza, sobando la prenda íntima de Celia. Trato de calmarme un poco. ¡Piensa, Dani, piensa! Mis padres estarán todavía durmiendo la siesta, igual que la abuela. Celia no me preocupa, más bien me desespera. Y en cuanto a la prima Nati... bueno, pues vete tú a saber dónde anda. Estás a solas contigo mismo, Dani, me digo, notando que el corazón ralentiza el ritmo y que las manos dejan de sudar un poco. Lo que no se relaja es mi entrepierna. El bulto soberano que adorna mis pantalones de deporte necesita atención.

Me bajo los pantalones y los calzoncillos, hasta los tobillos. El cuerpo me pide quedarme en pelota picada, pero no me atrevo. Sé que los gayumbos han secado las primeras gotas de líquido preliminar, y solo espero que mi madre no se fije en los lamparones amarillentos que quedarán ahí. Pero mi polla sigue dejando fluir líquido transparente. Se me ocurre una idea perversa, que también me parece bastante fuerte. Y sin darme cuenta, comienzo a acariciarme. Lento, suave, dejando que el cristalino líquido se extienda por el capullo a medida que me pajeo. Apenas llevo tres meneos y siento que estoy a punto de descargar. ¡Joder, qué bruto me pone Celia! Detengo el movimiento, y noto que el corazón se vuelve a acelerar, porque vuelvo a pensar en mi idea. Aunque no lo hago demasiado. A mi mente vuelven las potentes imágenes de Celia masturbándose, gimiendo mi nombre mientras se corre, y yo... ¡fap, fap, fap, fap!... envuelvo el cipote con las bragas rojas de Celia, justo cuando el cosquilleo del orgasmo me rompe en dos. ¡Agh! Jadeo. Estiro las piernas, fuera de mi control. Eyaculo con las bragas rojas de mi tía cubriéndome el cipote, así que las dejo hechas un asco. Sé que lo que estoy haciendo es una cerdada, pero mientras me corro me da igual. Me excita, me pone cachondo, hace que quiera salir del encierro para montar a Celia de todas las maneras que se me ocurren... hasta que el poderoso orgasmo pasa, dejándome desmadejado encima de la taza del váter. Tengo lefa en las manos, algo que se ha escapado por debajo de las bragas rojas que esconden la verga. Las alzo, sabiendo más o menos qué voy a encontrarme, pero me sorprende la cantidad de jugo que he soltado. Una enorme mancha se extiende por las bragas de Celia, y aún hay mucho semen que no se ha enjuagado y que corretea libre por la prenda. ¡Menuda asquerosidad! Sin embargo, sonrío, cachondo todavía. Veremos qué ocurre cuando ponga en marcha la segunda parte del plan.

¡Toc, toc!

-¿Hay alguién ahí?-. ¡Hostias! Voy de susto en susto.

-¡Sí! ¡Un momento!-, contesto, buscando un lugar donde esconder las pringosas bragas. Me pongo en pie, subiéndome los calzoncillos. ¿Dónde, dónde? Miro a un lado y a otro, mientras Nati sigue aporreando la puerta. Va a despertar a toda la casa, como siga así. Tampoco me ayuda a pensar, así que meto las bragas de Celia por debajo de la camiseta, entre la espalda y los pantalones de deporte. Noto el pringue en los lomos, aguanto una mueca de asco y abro el pestillo.

-¿Qué? ¿Afinando el instrumento, tarado?-. Nati es mi prima. Bueno, algo así como mi prima. El parentesco extraño que todavía existe en los pueblos. Nati es la hija de un primo segundo de mi padre, cosa que la convierte, a ojos de todo el pueblo, en mi prima. ¡Y una mierda! Reconozco que me pongo colorado por la acusación de Nati, porque es como si pudiera ver a través de las paredes.

-¡Déjame en paz!-, murmuro, colándome entre ella y el marco de la puerta. Al pasar a su lado, descubro un rastro del olor del sudor de Nati. Y también el profundo escote de su camiseta de tirantes. Menos mal que lleva sujetador, porque si no, esas dos ubres me aplastarían. La muy guarra ni siquiera cierra la puerta antes de sentarse, ni tiene la decencia de esperar a que desaparezca de su campo de visión antes de empezar a bajarse las bragas. Lo último que veo antes de enfilar el pasillo es el culo blanco de Nati, y las voces que me pega.

-¡Hala! ¡Para que puedas hacerte a gusto tus pajas, cerdito!-.

Otra vez con el corazón en un puño, atravieso el salón y salgo a la terraza. Tengo muy presente la levedad y la pringosidad de las bragas de Celia en mi espalda, y también el pandero blanco de Nati, con las voces que lo acompañan. Mi tía dormita en su tumbona, con el vestido recatadamente cubriendo sus piernas. El pecho sube y baja acompasadamente, y Celia lleva las gafas de sol, así que no sé si está despierta o dormida. Me saco su regalo de la espalda, y la escondo entre mi cuerpo y mi tumbona. Escucho el ruido de la cisterna cuando Nati acaba de hacer lo que quiera que estuviera haciendo, y temo que venga a la terraza. Pero no. Nati no es muy de juntarse con el resto de la familia. Menos mal, pienso. Porque Nati es una zorra de cuidado. No por mala, que también, sino por puta. Todos mis amigos del pueblo dicen habérsela tirado, y ella no discute los rumores, más bien parece enorgullecerse de la capacidad que tiene su higo para adaptarse a cualquier tamaño y medida. No es algo que salga de los círculos cerrados de la mozandad, claro, pero un pueblo es un pueblo...

Obviamente, mi relación con Nati no es buena. Es un par de años mayor que yo, lo que marca una diferencia abismal. Aunque eso no sea obstáculo para que Nati le tire los trastos a chavales de mi edad, e incluso más pequeños, siempre que tengan hombros anchos y le lleguen a las tetas. Lo que no es muy difícil teniendo en cuenta que Nati es más bien chaparrita. Y generosa en carnes y curvas. No se puede decir que Nati esté gorda. La he visto en bañador y en bikini, y sus redondeces resultan muy pero que muy apetecibles. Tiene un par de ubres de la hostia, y un trasero generoso. A decir de mis amigos, folla como una diosa. Pero claro, dada la experiencia que acumulan, hasta un perro folla como una diosa. Pero me da envidia. No puedo decir que tengo mis jueguecitos con Celia, así que soy el único imbécil del pueblo que, a mi edad, sigue virgen.

-Dani...-, murmura Celia, girando la cabeza. Sonríe satisfecha. –Me he quedado dormida-.

-Normal, Celia-, contesto, respondiendo a su sonrisa con otra.

-¿Dónde has estado?-. No he debido tardar más de diez minutos, pero me da vergüenza confesar. De repente, la prenda de Celia empieza a darme calor desde su escondite. -¿Has ido al baño?-, susurra, pícara y ensanchando la sonrisa. Me da fuerzas verla tan poco... molesta. Asiento. -¡Ay, qué mono!-.

-Celia, yo...-, digo, después de lanzarle una rápida mirada a la momia que dormita a nuestro lado.

-¿Sí?-. No sé qué decir, así que mejor, lo hago. Saco las bragas rojas de mi tía y en un movimiento rápido, se las entrego. Antes de que pueda decirme nada, ni siquiera que pueda descubrir el cochambroso estado en que las he dejado, huyo de la terraza a mi habitación.

“¡¿Pero qué cojones piensas, tarado?!”, me digo, a solas en mi habitación. Trato de no hacer ruido para no alertar a Nati ni despertar a mis padres. Pero tampoco puedo estarme quieto. Me había parecido una idea fantástica, además de cochina, pero ahora, después de tirarle las bragas a Celia, me parece lo más horroroso que he hecho en la vida. De ésta me mata, seguro. O como poco, deja de visitarme por las noches. Me siento en el borde de la cama a punto de llorar. ¡Menudo gilipollas! ¿Qué clase de demonio me poseyó?

-¿Dani?-. Pego un bote. No he escuchado a nadie acercarse a mi puerta, pero es obvio que Celia está al otro lado. Si estaba al borde del colapso, ahora mismo sería capaz de huir tirándome por la ventana. -¿Dani, estás ahí?-. Veo, como a cámara lenta, que la manija de la puerta se mueve. -¿Dani?-. Por la mínima rendija abierta, el verde ojo de Celia me descubre de pie, en mitad de la habitación. En cualquier otro momento, saltaría alborozado, bajándome los pantalones en el aire... -¿Por qué no contestas?-. Celia entra con cuidado de no hacer ruido. Descubro las bragas rojas hechas un gurruño, medio escondidas en su mano. Debería excitarme saber que debajo del vestido de Celia no hay nada.

Celia cruza la habitación. Me parece que sus labios tratan de sonreír, pero podría ser una jugada de mi subconsciente. Se sienta en la única silla del cuarto, después de dejar sobre la cama el montón de ropa que acumulo ahí.

-Ven-, ordena. Dudo. –Anda, ven, que no muerdo-, repite. Veo que extiende las bragas sobre sus rodillas. Parecen de dos colores, de un rojo más oscuro allí donde mi lefa se ha secado. -¿Esto es para ponerme más cachonda, Dani?-, pregunta a bocajarro. Asombrado, la miro a la cara. No parece excitada, pero tampoco enfadada. -¿Es tu venganza por lo de... hace un rato?-. No sé qué contestar.

-Yo... esto...-. Celia me mira a los ojos.

-Lo siento, Dani, pero no podía aguantarme-, confiesa Celia, apartando un momento la mirada. –No me veía con fuerzas para aguantar hasta esta noche-. Flipo. –De verdad que lo lamento-. Alucino. -¿Puedo hacer algo para... ayudarte?-. En esa última pregunta está toda la lascivia que he conocido en mi corta vida. Tengo la garganta seca, igual que los labios. mi cuerpo se niega a reaccionar, y hasta la polla se queda quieta, agazapada, esperando acontecimientos.

-Eh... yo...-. Mi cabeza es un torbellino de emociones, y no puedo decir que tenga pensamientos coherentes. Solo veo las tetas de Celia, y la boca de Celia, y el culo de Celia, y por encima de todo, sus dedos entrando y saliendo de su jugosa almeja. Ni siquiera me doy cuenta de que Celia se pone en pie, con las bragas bicolores en la mano, y se queda a dos centímetros de la punta de mi nariz.

-Si no puede ser ahora...-, oigo que dice, mirando el reloj de la muñeca, -espérame ésta noche-. Celia sella su promesa buscando mi lengua con la suya, levantando mis manos para dejarlas sobre sus tetas, manejándolas para que comprima sus pezones.

-Sí... Celia... ésta noche-, convengo. Celia sale con el mismo cuidado con el que entró en la habitación, dedicándome una mirada verde antes de cerrar.

Vuelvo a estar empalmado como un bellaco.