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Rita Skeeter y el Torneo de los Cuatro Magos (III)

en Parodias

Rita abre el ojo cuando el sol aún no ha despuntado sobre el horizonte. Está de mal humor, y eso no le gusta nada, no pega con ella. Aparta la ropa de cama de un tirón y siente el frío de la madrugada. El fuego de la chimenea se ha apagado durante la noche y su hechizo calentador también se ha disipado. Rita coloca la espalda recta sobre el colchón, notando, entre el sueño y la vigilia, que sus pezones se erizan con el cambio de temperatura. Está hipersensible. Lleva días sin follar. Y por eso está de malhumorada.

Los dedos ya no la calman, así que también lleva unos días sin masturbarse. Ni siquiera el consolador que guarda en la mesilla de noche aplaca sus ansias. Anoche, antes de dormir, jugó con él, pero no era lo mismo meterse un pedazo de plástico que un buen palmo de polla. Así que lo guardó en su sitio y se echó a dormir. Lo único bueno que tiene ese estado de calentura es que Rita sueña. Sueños húmedos, calientes, en los que no hay nada prohibido y Rita se siente empalada por la enorme serpiente de Dumbledore, mezclándose con los rabos gemelos de los Weasley, que se pajean lentamente esperando su turno para joderla. En sus sueños no hay tregua: Dumbledore se corre en su cara, sobre sus gafas, y los gemelos ya le están perforando los agujeros, uno por delante y otro por detrás. Rita sueña, pero lo malo de estos sueños es el despertar: hay fuego en sus bajos, y ninguna manguera a mano para sofocarlo.

Se levanta, y como está enfadada, ni siquiera se mira en el espejo. Eso solo la pondría peor, porque se miraría, y se diría, como siempre, que si fuera un tío se follaría a sí misma. Tal y como está, no es buena idea darse ánimos. Lo que quiere darse es un buen homenaje, y el maldito Dumbledore se lo pone muy difícil. Tiene a los alumnos casi recluidos en el castillo. Rita teme que se haya enterado de sus aventuras con Krum y Diggory, y por eso ha ordenado las restricciones horarias. Quizá solo haya escuchado rumores, porque a Rita no le ha prohibido el acceso a Hogwarts, pero el viejo cabrón es muy listo, y aunque no tenga pruebas, le pone palos en las ruedas para que no se quede a solas con ningún estudiante. Y lo está consiguiendo. Además, todavía quedan varias semanas para que se celebre la primera prueba del Torneo, así que la cosa no es que esté muy emocionante, la verdad. Rita se muere del asco. En días como estos, no recuerda por qué se hizo periodista. Con un suspiro de hastío, se mete en la ducha. Hoy irá al castillo, para ver si hay alguna novedad, como todos los días, y se calentará mirando a los muchachos jóvenes y atléticos que pululan por allí, sin poder catarlos. Va a mojar unas bragas para nada. Pero el trabajo es el trabajo.

El castillo está casi vacío de alumnos cuando Rita entra en el vestíbulo. Filch está en su cuarto, y su gata vigila la entrada con su mirada feroz. Rita saluda al squib, porque sabe que lo pone nervioso. Ese nerviosismo se debe a que Filch seguro que se la machaca a su salud, pero no se atreve a cruzar ni medio saludo con Rita, porque ella es maga y él no, y porque Rita está buena de romperse y Filch es un jodido viejo jorobado. Así que Rita sonríe cuando el azorado conserje le devuelve un conato de saludo. Nota sus ojos pegados a su culo, y zorra, deja caer un bolígrafo al suelo, solo para doblarse ágilmente y enseñarle el precioso pandero que nunca catará. ¡Ah! ¡Esto está mejor! Rita se siente mejor después de ponérsela dura al conserje, aunque esta sensación no durará demasiado. Camina sin rumbo, casi esperando que la noticia salte a su regazo, cuando al fondo del pasillo ve a Severus Snape. Acompaña a un alumno de Gryffindorf, al que tiene agarrado por una oreja. Típico de Severus, piensa Rita. Snape le dirige un leve movimiento de cabeza al pasar junto a ella, y Rita se molesta. Ni siquiera le ha mirado las tetas. Y eso que se ha vestido para matar: falda negra cortita, tan cortita que si se agacha, tal y como ha hecho antes, enseña el tanga blanco que ha elegido. Blusa blanca, ceñida a los costados para que eleve y destaque el busto, sin mangas y cerrada hasta el cuello, y chaqueta a juego con la falda. Por supuesto, sus medias negras sujetas con liguero. Y sin sostén. La blusa es lo bastante apretada como para impedir el bamboleo de sus melones, y así, se le marcan los pezones. Como debe ser. Dumbledore le habrá prohibido intentar tirarse a los alumnos, pero nada ha dicho de calentarlos. Así que, un poco por la molestia causada por Severus, un poco por curiosidad y un poco por aburrimiento, la bruja se da media vuelta y sigue el vuelo de la sotana de Snape. ¡Qué poco gusto tiene ese hombre para vestir! ¡Siempre de negro, y siempre con esas túnicas! Rita ha visto esa misma vestimenta en los sacerdotes muggles, y salvo la posibilidad de que no lleve nada debajo de la sotana, no encuentra ningún atractivo en ella. Conoce a Severus desde hace años, y si se para a pensarlo, nunca lo ha visto vestido con otra cosa. ¡Ni siquiera lo ha visto relajado!

Tal y como era previsible, Severus se detiene ante la puerta del despacho de McGonagall, la jefa de la Casa Gryffindorf. Empuja al alumno por delante y la puerta se cierra. Después de unos minutos, Snape vuelve al pasillo. Rita lo nota casi contento, con un asomo de sonrisa aleteando en la comisura de los labios. Sin pensarlo dos veces, Rita lo aborda.

-Buenos días, Severus-, saluda, levantándose del banco donde ha estado esperando. La sonrisa desaparece. Severus parece molesto.

-¿Qué hace aquí, señorita Skeeter? ¿Me ha seguido?-. Rita nota que a Severus no le gusta que le pisen los talones. Tampoco ha intentado pasar desapercibida. Rita encoge los hombros, y con ello, sus pechos se elevan. Snape ni siquiera parpadea.

-Un poco, Severus. Esto está bastante tranquilo-, contesta Rita. Se coloca su mejor sonrisa en los labios. Severus aprieta los suyos en una delgada línea.

-No debería rondar por aquí, señorita Skeeter-, Snape tiene un tono de voz profundo, casi ronco, y nunca levanta la voz, salvo cuando está enfadado. –Debo decirle que el profesor Dumbledore ya me ha advertido sobre usted-.

-¿Necesitabas alguna advertencia?-, pregunta Rita. -¡Vamos, Severus, nos conocemos desde hace años! Sabes bien cómo soy-.

-Sé bien cómo eras, Rita. Pero ha pasado mucho tiempo-.

-Ya, claro, tienes razón. Tú has cambiado poco-. Rita echa una elocuente mirada a la sotana de Severus.

-Tú, en cambio, no pareces la misma-. Severus responde alzando las cejas en dirección a sus tetas. ¡Vaya, pues si me ha mirado!, piensa Rita.

-¿Y te gusta el cambio?-, pregunta Rita, coqueteando un poco. Cimbrea las caderas. Sus melones se menean bajo la blusa blanca. Severus ni pestañea.

-Ni me agrada ni me disgusta, Rita-, responde Snape, empezando a andar. –Y ahora, si me disculpas, tengo una jauría de magos a los que educar. Buenos días-. Severus avanza pasillo adelante, con seguridad y sin mirar atrás. Rita pasa de la molestia al enfado. No es difícil. Ha enseñado un poco la patita y el muy cerdo la ha desdeñado. Rita siempre ha pensado que Severus había bebido los vientos por ella, años atrás, y aunque nunca pasó nada, podía darse la oportunidad de acostarse de una buena vez. Seguro que a Snape le gustaría. Y el muy capullo pasa de ella. Rita es consciente de que Snape sabe leer las señales, porque Severus, pese a su respetable posición de maestro en Hogwarts, tiene mucho mundo. Muchísimo. Sin saber muy bien porqué, Rita comienza a andar en dirección a la mazmorra donde Severus imparte sus clases.

Desde el pasillo no se escucha ni un ruido. Las paredes de la mazmorra son gruesas, y la puerta, de roble con remaches y bandas de hierro. Rita pega la oreja junto al ojo de la cerradura. Por allí se escapa un rumor profundo, que no es otra cosa que la voz de Snape. Debe faltar poco para que finalice la clase, así que Rita busca un sitio poco visible y se dispone a esperar. Puede que Dumbledore no le deje intimar con los estudiantes, pero de los profesores no se ha dicho nada. ¡Qué desesperada está para pensar en Severus Snape! En cualquier otra circunstancia, el profesor estaría bastante atrás en la fila de hombres a los que se tiraría. Tan lejos que es probable que no lo viera. Y sin embargo, nota el picorcito entre las piernas al sentarse en el alféizar de una ventana ciega. El frío de la piedra le muerde la parte trasera de los muslos. Eso no está mal. El frío de la piedra contrasta con el calor que le sube desde el conejo. Le servirá para mantener la cabeza un poco fría.

De repente, la puerta se abre y los alumnos empiezan a desfilar en dirección opuesta de donde se encuentra Rita. Slytehrin y Gryffindorf salen del aula, tratando de no mezclarse entre ellos. Ve a Harry Potter, escoltado por Weasley y Granger, y también reconoce el pelo platino de Draco Malfoy junto a las moles de sus gorilas. La última en salir es la novia de Draco, la escuálida Pansy Parkinson. Cuando los chicos desaparecen del pasillo, Rita se asoma a la puerta. Debe hacer algún ruido, porque Snape la invita a pasar.

-Adelante, querida. Ya sabía que volverías-. El tono de Severus es radicalmente diferente al que ha empleado hace solo unos minutos. Parece... amistoso. El profesor parece concentrado en algo, algo que Rita no ve porque Snape se interpone entre ella y esa cosa que le tiene atrapado. Rita observa el movimiento de los brazos de Severus, intrigada. –Cierra la puerta, por favor-. Rita obedece. Allí pasa algo raro. Su calentura se desvanece un poco, dejando paso al interés por saber qué pasa en la mazmorra de Snape cuando acaban las clases. Porque de una cosa está segura: Severus piensa que quién está con él en el aula no es Rita Skeeter. –No tardo nada, querida-, sigue hablando Snape. Rita alza las cejas verdaderamente sorprendida. “¿Querida?”. –Y quítate el jersey y el sujetador, por favor. Ya sabes que no me gusta mancharte-. Severus sigue a lo suyo. Rita alucina. Sin decir nada, deja la chaqueta en el respaldo de una silla, y la blusa perfectamente doblada en el asiento. En la mazmorra hace frio, así que sus pezones se endurecen. Rita pone las manos sobre el regazo, como si fuera una niña esperando su reprimenda. La calentura vuelve a su entrepierna. –Ya está-. Severus levanta delante de sí una botellita, la menea a contraluz y asiente satisfecho. La deja sobre la mesa, en una esquina de la despejada superficie, y se gira, con la cabeza mirando hacia abajo. Rita observa que se está desabotonando la túnica a la altura de la polla. Sonríe, golosa. Ya eres mío, Severus.

-¿Te ayudo?-, pregunta Rita dando un paso adelante. Escucha el potente sonido de sus tacones repicando contra el suelo y nota el bamboleo de sus pechos. Snape alza la cara, desencajada, de sorpresa y miedo. Sus pupilas registran cada detalle de los melones desnudos que tiene delante, así como la lisura de la piel blanca y el hoyuelo del ombligo. Y por último, el pelo rubio y las gafas de Rita Skeeter, medio en bolas en su aula. Rita tiene medio segundo para descubrir entre las manos de Snape la herramienta morcillona, pálida, antes de que el profesor se la guarde bajo la túnica.

-¡Tú! ¿Qué haces aquí? ¿Y... así...?-. Snape está confuso. Esperaba a otra persona. Mira por encima del hombro, hacia la puerta, nervioso.

-Solo obedecía-, responde Rita, coqueta, meneando los pechos delante de Snape. El profesor ha perdido el control, y Rita ve que está luchando por recuperarlo. Le encanta provocar eso en los hombres, hasta en los de hielo, como Severus. -¡Por las barbas de Merlín, tápate, mujer!-. Snape ordena, pero Rita no quiere obedecer. Sabe que hay una polla dura cerca, tiene las armas necesarias y no quiere dejar escapara a su presa. Niega con la cabeza, asumiendo el papel de alumna traviesa.

-¿Y si no quiero? ¿Me castigarás?-. Rita avanza un paso más. Snape casi se refugia tras la mesa. -¿O es que esperabas a alguien más... interesante?-. Rita sabe que da en el clavo, pero no era difícil. Lo complicado es saber quién, no qué. Recuerda que la última en salir fue Parkinson, la escuálida novia de Draco Malfoy. -¿Estás siendo un chico malo, Severus?-, el tono meloso de Rita pone aún más nervioso a Snape. Saca la varita, hace un floreo y Rita siente la reverberación en el aire cuando el hechizo lanzado pasa junto a ella. escucha el “clic” del pestillo de la puerta. Rita sonríe, malévola. –Y ahora me encierras. ¿Qué querrá hacerme el maestro?-. Apoya las manos sobre el tablero, inclinándose un poco, de tal manera que las tetas se bambolean rítmicamente. Severus las mira. Con deseo. Pero también hay miedo. -¿Qué, Severus? ¿Tan acojonado te tiene Dumbledore que no te atreves a follar con una mujer de verdad?-. Rita cambia el tono, de meloso a duro. Advierte las dudas en el rostro de Snape. Lo cierto es que el joven Severus se saltaba las normas con una facilidad pasmosa. Si quería algo, lo tomaba. Y punto. Y ahora, en ese preciso momento, deseaba joder a Rita Skeeter. De cualquier manera. Y se sentía cohibido. Sabía que Skeeter tenía razón. Dumbledore lo había capado.

Rita escucha unos toques en la puerta. “Toc, toc, toc”. Una voz joven pregunta si hay alguien. A los pocos segundos se repite la misma historia. Rita mira a Severus. Severus mira a la puerta. La sangre ha huido de su cara. Rita mueve los labios sin emitir sonido alguno. ¿Parkinson?, pregunta sin voz. Severus la manda callar colocando un dedo en sus labios. La varita de Rita aparece entre sus dedos. Sabiéndose cabrona, dibuja con los labios la palabra “Alohomora”, al tiempo que hace una seña con las cejas en dirección a la entrepierna de Snape. El profesor abre los ojos. Rita no sabe si está indignado o sorprendido. Pero ve cómo se rinde. Lentamente, abre el hueco entre los botones abiertos y, dudando, mete la diestra. Rita baja la varita. Snape saca la polla, pálida y a medio hacer. El prepucio aún cubre su capullo, pero eso tiene fácil remedio. La mano de Snape hace un último movimiento hasta que aparecen los grandes huevos de Severus. El sexo pálido del hombre contrasta con el negro de su vestimenta, de manera que la polla y los huevos parecen estar en un tenebroso escenario. Rita se pasa la lengua por los labios. Su chocho se empapa. Parece que el día se arregla.

-¿Quién está siendo un chico malo?-, pregunta la rubia, rodeando la mesa. Sus tetas sueltas bailan con los pezones erizados, hipnotizando a Severus. El mago da unos pasos tímidos hacia atrás. Ambos escuchan el roce de unos zapatos alejándose de la puerta cerrada. Parece que Severus respira un poco más tranquilo. Rita piensa que su respiración se va a acelerar en breve. Apoya el trasero en el borde de la mesa y separa un tanto los muslos. Sabe que así, Snape tendrá una bonita vista de su tanguita blanco enmarcado en sus medias negras. La polla de Snape gana prestancia, aunque el mago se lleva las manos a la entrepierna para cubrirse. Rita ríe, bajito. Le encanta provocar.

-¡Rita, esto es inaceptable!-, murmura Severus. La periodista nota que el hombre se muere de ganas por guardarse la herramienta y salir de allí.

-Desde luego que lo es, Severus-, responde la rubia. Se deja caer hacia atrás, apoyando la espalda en la mesa y alzando las piernas abiertas. Con una mano, comienza a acariciarse el chochito por encima de la prenda íntima. –Tener a una hembra así encima de la mesa y no joderla es inaceptable-. Rita dobla el cuello, para ver al inmóvil Snape. No quita ojo de sus bajos. Rita separa un tanto la tira de tela, lo justo para que sus labios asomen tras el tanga. Severus se moja los labios. -¿Hace cuánto que no follas, Severus?-, pregunta Rita, melosa. Snape parpadea, confuso. Lo cierto es que hace meses que no la mete en caliente. Sus escarceos con Parkinson son casi una obligación, y al hombre no le acaba de agradar ver la cara de asco de la chica después de las felaciones. Se dice que es necesario, una tradición impuesta por el mismísimo Salazar Slytherin y que todos los jefes de la Casa han cumplido. Además, el semen es un ingrediente indispensable para sus pociones y venenos. Pero follar, lo que se dice follar... hace meses que nada. Severus nota crecer la tranca escondida tras sus manos. Y los huevos rellenos. Esperaba una mamada de Pansy y se encuentra con el coño moreno de Skeeter abierto y rezumando jugos. Como si le leyera el pensamiento, Rita separa más la tira, hasta que el ojete queda expuesto. La exquisita raja brilla, y el jardín moreno se asoma entre la tela blanca. Los tacones de Rita se apoyan sobre el tablero de la mesa. La muy zorra se mete uno, no, dos dedos en el chichi, lentamente, expeliendo gemidos con cada gesto. Severus empieza a perder el norte. Da un paso en dirección al coño, a las piernas enfundadas en seda, a las promesas de los turgentes pechos de la bruja.

Rita se sabe vencedora. Y eso la excita más. Observa a Snape, avanzando hacia ella, los ojos prendidos en sus dedos y en su chichi. Está empapada: siente su calidez resbalando entre las nalgas, humedeciendo su agujero negro. Snape se arrodilla entre sus piernas. Rita cierra los ojos. Escucha. Snape acerca la nariz a su raja. El muy cerdo la huele, y Rita tiene que morderse los labios para no gritar. De repente, la boca de Severus se pega a su vulva, mordiendo y lamiendo. Entonces Rita no puede reprimir un grito de sorpresa y gozo. Severus se está merendando literalmente su coño, con dientes, lengua y labios. No sabe donde tiene las manos, aunque supone que se estará pajeando. ¡Qué bien lo come, el hijoputa! Rita nota la lengua hurgar en su interior, mientras la nariz le hace cosquillas en el clítoris. Se imagina la barbilla brillante de Severus cuando alce la cara. Gime de gusto... y siente un dedo dentro de su ano. Grita nuevamente de sorpresa. Alza la cara y solo ve la melena negra de Severus moviéndose frenéticamente entre sus piernas. Nota la húmeda y caliente lengua del profesor a lo largo de su sexo, bebiendo sus propias calenturas. Rita cierra las piernas, tratando de frenar el ritmo salvaje de Snape, porque está cerca de correrse. Y Rita quiere rabo. El dedo del culo la viola suavemente, entrando cada vez más, ensanchando la puerta de atrás. Rita intenta apretar las piernas y relajar las nalgas al mismo tiempo. Imposible. Así que cede y vuelve a abrir los muslos. Snape le escupe en el coño, alzándose poderoso ante ella. Rita, agitadísima, constata el brillo que ilumina toda la cara de Snape. Está diferente. Cachondo. Furioso. Bruto. La mira como si fuera el origen de todos los males, y Rita le devuelve una mirada desafiante. Sus tetas se bambolean, desparramadas, al ritmo de su respiración. Snape, sin decir nada, rodea la mesa mientras se desabotona la sotana. Arrastra a Rita. Se coloca de tal manera que la cabeza de la periodista queda justo debajo de sus huevos.

-Lame, zorra-, ordena el cachondo profesor. Rita no se hace de rogar. Saca la lengua y recorre las rugosidades de la bolsa de Snape. Tiene los huevos grandes y pesados, y su nabo le golpea sobre la cara. Mientras ella comprueba el sabor de sus cojones, Snape se quita la túnica y los pantalones. No lleva nada más. La desnudez del hombre llama la atención de Rita. No está mal, para su edad. No hay músculos definidos, pero tampoco hay blanduras. Las manos de Severus se cierran sobre las tetas desparramadas, pellizcando los pezones hasta que Rita protesta. -¿No es esto lo que querías, Rita?-, pregunta Snape, con su voz ronca, volviendo a apretar los sensibles botones. La bruja se contorsiona, como si quisiera escapar de la presión de los dedos de Severus, pero en el fondo le encanta. Hasta cierto punto, al menos. En respuesta, Rita se mete un huevo en la boca, succionando como una posesa, atrapando el falo de Severus y comenzando una paja larga. El profesor muge y suelta las tetas. Se aparta de la mesa y de la boca de Rita, tomando aliento.

-¿Ya te vas a correr, Severus?-, pregunta Rita, intentando girarse. Severus se abalanza sobre ella, inmovilizándola. Aprieta sus hombros contra el tablero. Luego, se coge la polla y apunta a la boca de la periodista.

-¿Hasta dónde puedes tragar?-, pregunta, lascivo. Rita sonríe.

-Prueba-. Y abre la boca, de modo que la garganta queda alineada con la cavidad bucal. Snape entra en ella, sintiendo la lengua aplastada contra el rabo, atravesando la estrechez de la campanilla, hasta que sus huevos se topan con la frente de Skeeter. Y la bruja parece querer seguir tragando. Snape alucina. Las mamadas de Pansy son básicas. Excitantes, sí, pero también muy simples. La periodista lo anima a moverse con golpecitos en los muslos. Snape alucina. Pero empieza a moverse. A follarse la boca y la garganta de la hembra que tiene debajo. Sus cojones rozan la frente mientras Skeeter dirige sus movimientos con las manos colocadas en los muslos. Severus amasa los melones. Los gemidos de la bruja lo enardecen. ¡Es brutal! Acelera el ritmo. Rita fuerza las narinas, expandiéndolas todo lo posible porque se siente asfixiada por la carne que le llena la boca. La polla de Snape es respetable, pero no una monstruosidad, así que no tiene demasiados problemas a la hora de metérsela hasta el fondo de la garganta. Se siente sucia, expuesta, sobre todo cuando Snape se la mete hasta que sus cojones la ciegan y su miembro la ahoga. Y sus manos la soban, azotando las tetas y hurgando por debajo del tanga. Snape sale un poco, lo justo para que Rita tome aire, y vuelve a penetrarla. Rápidamente, Rita nota un dedo fuerte entrando en su cueva, grosero y curioso. Se siente follada por la boca y el coño. Se vuelve loca de placer. Escucha el ruido de su tanga recuperando su sitio justo antes de que Snape salga de su garganta. Rita tose. Nota su propia saliva en la cara, resbalando por las mejillas y confundiéndose con las lágrimas que brotan de sus ojos. Y sin tiempo de recuperación, nota que el profesor vuelve a tirar de ella, hasta dejarle la cabeza colgando por el borde de la mesa. Snape escupe entre sus tetas. Cuando Rita abre los ojos, lo que ve es el culo lampiño de Severus, al mismo tiempo que nota la polla de Severus entre sus tetas, apretadas por las fuertes manos de Severus. El traquetreo comienza inmediatamente, casi obligando a Rita a cogerse de las piernas abiertas de Snape para mentener cierto ritmo. Le folla las tetas con fiereza. Seguro que mañana no podrá lucir escote. El muy cabrón se lo va a dejar hecho un desastre. Pero Rita no se queja. En el fondo, es lo que buscaba: un hombre que la usara, que hiciera con ella lo que quisiera, siempre que le diera polla. Y Severus está haciendo exactamente eso. Usarla. Rita saca la lengua, acompasa su ritmo al de la follada de Snape y se aplica en comerle el culo. Snape ruge de placer al sentir la punta de la lengua de la bruja husmeando en su ojete. Frena un tanto el ritmo, para disfrutar de esa sensación, y Rita aprovecha para hundir la lengua afilada todo lo que puede en el trasero de Snape. El profesor brama, excitado como un toro, y casi para escapar de la placentera sensación, acomete entre los melones de Rita, hasta hacerla jadear y gritar. Severus escapa de allí casi con la lefa asomando por su tercer ojo. Jadean, asombrados el uno con el otro. Ahora sí, Rita se alza y se gira, apoyándose en los codos. El maquillaje se le ha corrido, y unos oscuros regueros nacen bajo sus ojos hasta su barbilla. Observa el miembro erecto de Severus, palpitando, adornado con una brillante gota en la cima.

-¿Vas a follarme hoy o vamos a seguir jugando?-, pregunta Rita, entre jadeos.

-No, no voy a follarte, Rita-, contesta Severus, esparciendo la brillante gotita por todo su capullo. Rodea la mesa. La bruja lo observa por encima del hombro, hasta que el mago se sitúa justo detrás de ella. Severus vuelve a separarle las piernas. El tanga blanco está movido, aunque la tira sigue hundiéndose entre sus nalgas, provocativa. Severus planta una mano en cada cacha de Rita, con un azote fuerte que hace que Rita chille. Severus pasa el canto de la mano por allí, rozando grosero tanto el coño como el ojete. Esparce los fluidos de la bruja hasta el culo. –Te voy a partir en dos, zorra-, amenaza, agachándose ante el culo de la bruja. Rita siente los tirones de Severus, arrancando la prenda íntima. Es muy difícil romperla, pero se la baja a tirones, hasta que coño y culo quedan a la vista. Severus hunde la cara entre las cachas de Rita, ensalivando el ojete. Rita no puede evitarlo. Gime, alzando las nalgas, facilitando el trabajo de Severus. Agarra la melena del profesor, obligándolo a llegar más profundo, a colmar su ojete de lengua. Odia el tanga porque la impide abrirse todo lo que ella quisiera. Los dedos de Snape ocupan el lugar de su lengua, forzando la entrada con cierta suavidad. Un dedo la folla, y al poco, un segundo dedo hace compañía al primero. Rita lagrimea, se muerde los labios. Mueve las piernas. Incita al macho a que la viole, que la penetre bien profundo. Que la parta en dos. Y entonces, en un movimiento fluido, Snape se alza, dejando que su polla se reboce contra el coño de Rita, empapándose de fluidos, y la periodista siente el fuego entrando por su culo. Trata de relajar las nalgas mientras las separa con las manos. Contiene el aliento, hinchando los carrillos, mientras Severus la coge por las caderas y va hundiendo el ariete en su ojete, lento pero constante. No hay bombeo. Es una invasión en toda regla. Rita deja escapar el aire contenido en un grito desgarrador, soltando las nalgas para aferrarse al borde de la mesa. ¡Menos mal que Severus no tiene una serpiente entre las piernas! El brujo detiene la invasión. media polla está en el culo de Rita. Se agacha y murmura al oido de la bruja: -¿Te gusta esto?-. Rita advierte un tono de superioridad, de orgullo, en la voz de Snape. Tiene que reconocer que tiene que estarlo. A Rita le tiemblan las piernas, las lágrimas se le escapan y no respira con normalidad. La polla invasora la llena de tal manera que se siente humillada. Solo falta que Snape empiece a bombear para que cumpla sus deseos de la mañana. Y si la empotra contra una pared, Rita se correra una y mil veces. Y el culmen será cuando Snape, harto de romperle el ojete, se corra sobre la cara de una Rita derrotada, desnuda y humillada ente Snape. Rita abre los ojos cuando siente el movimiento del mago. Acompaña las embestidas con jadeos. Se agarra con fuerza al borde de la mesa. Casi se desvanece cuando Severus le mete toda la tranca en el trasero. El vientre del mago empieza a chocar contra sus nalgas, aplaud¡endo la sodomización. Snape clava las uñas en las caderas de la bruja. Los dos gimen, mugen, braman, jadeas y se insultan. Snape acelera el ritmo, aumentando el volumen de los gritos de Rita. Está a punto de correrse, piensa Rita, desesperada y al borde del colapso orgásmico. Snape le azota las nalgas, hasta ponerlas coloradas. Rita se corre, con los dedos de la diestra jodiéndose el coño, fuera de sí, clavándose el tanga en los muslos porque quiere abrirse en dos, y entonces, el fuego que siente en el culo se transforma en lava líquida que la abrasa. Las paredes de la mazmorra se hacen eco del grito de Snape al correrse, empotrando a Rita contra la mesa, clavándosela hasta el fondo una, dos y tres veces, llenando el culo de la bruja de semen ardiente. Rita arquea la espalda, tratando de escapar de la firme presa de Snape. Ahora está sufriendo, la polla la empala, la traspasa. Pero dentro de un instante, cuando Severus la saque de su culo y la lefa corra libre por sus muslos, gozará de su orgasmo con el ano dilatado y los dedos metidos en su chichi.

Rita nota salir el rabo de Snape, y antes de que pueda decir nada, el maestro la agarra de los hombros y la deja caer al suelo. Sorprendida, Rita abre los ojos para encontrarse con la pringosa polla de Severus delante de su nariz.

-Límpiala-, ordena Snape. Todavía presa del dolor del culo, pero empezando a experimentar el placer del sexo, Rita obedece. Lame el tallo del miembro cuidadosamente, entreteniéndose en los pliegues que rodean el capullo amoratado, y también las arrugas de la bolsa de Snape. Se ha corrido tanto que la lefa le ha pringado todo. Además, están los propios fluidos de Rita. La bruja degusta esos sabores, sintiendo ya unas leves pulsaciones en el ano. El placer, ubicado en su coño, se va imponiendo.

-Severus...-, lamida, -no sabía-, lamida, -que te gustara-, degustación de capullito, -romper culitos-. Rita levanta el cipote de Severus, repasando los huevos del hombre. Hay regueros brillantes que se meten entre sus piernas, y Rita los sigue, decidida a dejar bien limpio a Snape. Su lengua se va colando entre las piernas, por debajo de los huevos, forzando el cuello para limpiar el ojete de Snape. Al mago le tiemblan las piernas cuando Rita lame el ano. El miembro no desfallece, como Rita había esperado. -¿Está bien limpia, señor?-, pregunta Rita, arrodillada entre las piernas del hombre. Severus se aparta de ella, recogiendo sus ropas. Parece confuso.

-¿No te ha gustado, Severus?-, pregunta Rita, apoyando la espalda contra la pared. Aprovecha para quitarse el tanga. está tan dado de sí que si se lo coloca, probablemente se le caerá al caminar. “Y con lo corta que es la falda, seguro que Dumbledore me echa la bronca”. Snape no contesta. Rita lo ve enfundarse los pantalones y echarse la túnica por encima. De espaldas a ella, maniobra con los botones hasta cerrarlos. -¡Eh, Severus! Es de mala educación no contestar una pregunta-.

-¡Calla, impúdica!-, sisea Severus, girándose de golpe. -¡Y vístete de una puta vez!-, añade. Rita parece una hembra violentada. En algún momento se ha hecho un par de carreras en las medias. Su maquillaje se ha corrido, de manera que un par de regueros negros le afean la cara. La falda, corta de por sí, está arrollada en torno a la cintura, dejando ver el peludo de la hembra, y también los restos de semen y fluidos que se acumulan en el suelo. Y las tetas, coloradas, maltratadas, con marcas de sus manos y sus dientes. Snape casi se avergüenza de lo que ha hecho, y se consuela pensando en que realmente ha sido la bruja quién quiso que la cosa fuera así.

-¡Vamos, Severus! Te ha gustado tanto como a mí-, dice Rita, levantándose. Camina hacia la silla donde están sus ropas. Snape observa los restos de su lefa brillante en el culo de la hembra, y pese a todo, nota que se le pone dura. Rita saca su varita, musita unas palabras y sus medias se arreglan. Podría hacer lo mismo con el desastre de fluidos, pero, golfa, decide dejarlo tal y como está. Ya se limpiará más tarde, con un buen baño de agua caliente.

-Si Dumbledore se entera...-, dice Snape, a su espalda.

-¡Bah! ¡No se enterará! Al menos, no lo hará por mí. Y seguro que tienes secretos más secretos, ¿no?-. Rita mira a Snape por encima del hombro. El brujo parece estar pensando.

-Rita, no sé que es lo que crees saber, pero ambos sabemos a quién creerá Dumbledore si vas con según qué cuentos-.

-¿Eso es una amenaza?-. Rita se baja la falda, meneando las caderas. Se coloca la chaqueta y hace un floreo con la varita. Al volverse y quedar frente a Snape, su maquillaje ha vuelto a quedar perfecto.

-Una advertencia, más bien-.

-No tienes que “advertirme”-, replica Rita. Camina hasta quedar a dos palmos del profesor. –Siempre y cuando me folles tan bien...-. Rita coloca su mano sobre el paquete de Severus. El mago da un respingo. Rita abre los ojos. -¡Vaya! ¿Tu amiguito no ha tenido bastante?-.

-¡Ya está bien, Skeeter! ¡Haz el favor y márchate!-. Con un floreo de la varita, Severus descorre el pestillo de la puerta.

-Creía que ya te había hecho el favor. Pero bueno-. Rita saca uno de sus largos cigarrillos. –Si en algún momento necesitas meter en caliente, ya sabes donde encontrarme-. Lo último que escucha Rita antes de salir de la mazmorra de Snape es el chirrido de sus dientes. La periodista sonríe, satisfecha, bien follada y con unas ganas enormes de encenderse el pitillo.