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Las Alegres Divorciadas

en Sexo con maduras

-Mira lo que me ha mandado Concha-, dice Teresa con el móvil en la mano. Se acerca hasta Mateo, que lee en el salón. Coge el móvil y casi se cae de la sorpresa. Llenando la pantalla, se ve una lengua rosada lamiendo un pedazo de carne peluda.

-¿Eso es lo que parece?-, pregunta Mateo, digiriendo la imagen. Sabe de qué se trata, porque la noche anterior le comió la almeja a la amiga de su casera, así que supone que esa es su lengua y lo otro, el chumino de Concha.

-Dímelo tú-, responde Teresa, sentándose en el sofá. –Dice que se lo pasó muy bien-. Mateo sonríe recordando la noche.

-Es lo que tiene andar repleto de hormonas-, concede, devolviéndole el móvil a Teresa. –Me parece que tú no tienes queja-. Ambos sonríen. Teresa tiene el chocho dolorido de la tralla que Mateo le dio anoche, después de llevar a Concha a su casa.

-No, la verdad es que no. Lo que me lleva a pensar que a Concha no te la tiraste, ¿o sí?-. Mateo asiente lentamente con una gran sonrisa en la cara.

-Sí, señora mía. Sí que me la tiré. Tenías que ver lo ansiosa de polla que andaba. Me puso las bragas en la mano y nos pasamos a la parte de atrás del coche-.

-¡Qué guarra! ¡Me dijo que no iba a pasar nada!-.

-Tonta tú, que te la creíste-. Mateo retoma la lectura. Y suena un ping.

-¡Mira! Otra foto... ¡Ah! No. Es un vídeo-. Mateo levanta la cabeza, simulando estar escandalizado.

-¡No será capaz!-. Teresa sonríe.

-Pues parece que sí. ¡Uy! ¡Qué meneo!-, apunta, alzando las cejas. –Mira, me había imaginado que ella te había montado... y parece que no-.

-No, se me abrió de piernas en el asiento de atrás. No sabía que su coche fuera así de amplio-.

-¡Joder, qué pollazos! ¿A mí me la metes así? Una no se da cuenta, pero al verlo... ¡madre mía! ¡Si le estás metiendo hasta los huevos! ¡Vaya! Qué corto-.

-¿Qué querías? ¿Una peli porno?-.

-No, hombre... Pero sí me hubiera gustado verle la cara...-.

-No te hagas ilusiones. Me corrí dentro-.

-¿Ah, sí? ¿Sin condón?-. Mateo asiente. -¡Bueno, bueno! Parece que has entrado en el club de los privilegiados. Que yo sepa, Concha solo se lo ha dejado hacer a su marido.

-Y ahora a mí, ¿qué te parece?-.

-Que le das lo que busca. No me extraña-.

-Por cierto, ¿qué me dices de Virginia?-. Teresa hace una mueca de desaprobación.

-¿Tú que quieres? ¿Convertirnos en tu harén?-. Mateo sonríe y levanta el pulgar.

-¡Correcto! No te preocupes, que para ti siempre me guardaré algo. Pero es que estáis las cuatro tan ricas...

-¿Virginia? ¿Rica? ¡Si es un palo! No digo que no sea maja y tal, pero... ¡no tiene tetas!-, Teresa enfatiza sus palabras agarrándose sus propios melones.

-Ya, no hay comparación. Pero tiene unos labios de glotona...-

-La que mejor la chupa es Concha, te lo digo yo-.

-¿Ah, sí? Y tú, ¿Cómo sabes eso?-.

-Porque se la comí a su marido, y el muy imbécil me dijo que la mejor mamada del mundo se la hizo su mujer-.

-¡Anda! ¡Joder con la puritana!-.

-¡Eh! No te pases. Fue un día de borrachera, y además fue Concha la que me lo pidió. Ella no andaba con ganas de fiesta y yo tenía el chocho loco-. A Mateo se le encienden las orejas imaginándose la escena.

-¡Pues a ver cuando repetimos!-. Teresa le mira, sorprendida.

-¿Quieres hacer un trío? ¿Con Concha y conmigo?-.

-Bueno, si alguna más se apunta...-, dejar caer el muchacho. Teresa le mira con guasa.

-Muy macho te crees tú, ¿no? ¿Dónde vas tú con tres de nosotras? ¡Te devoraríamos!-.

-Esa es la idea. Pero no te desvíes. Virginia-.

-Ya, sí, Virginia... Pues no sé, si tu dices que tiene labios de mamona, será que la chupa bien. Igual te llevas un chasco, pero, sí, no creo que se resista demasiado. Que yo sepa, hace seis meses por lo menos que no le meten un buen palmo de polla-.

-Me encanta oirte hablar así-.

-¿Qué? Me gusta hablar así-.

-¿Y Pilar?-.

-Ya decía yo que tardabas mucho. ¿Sabes? Me estoy poniendo cachonda-. Teresa se quita la camiseta. Enseña su par de enormes globos de pezones endurecidos. Alza las piernas y los pantalones del pijama acompañan a la camiseta en el suelo. Separa las piernas, mostrando su coño peludo al joven. –Si quieres información, tendrás que pagar por ella-, añade, golosa, abriéndose el chumino. Mateo responde a la invitación poniéndose en pie y frotándose grosero la entrepierna. Tampoco él hace un espectáculo: los pantalones del pijama desaparecen de dos patadas, y el miembro vigoroso y juvenil, recién depilado, amenaza con destrozar a la hembra.

-No te voy a follar la boca, Tere, porque tienes que hablar-, dice, avanzando lentamente hacia el coño expuesto. Lo ve dispuesto. Se arrodilla delante de él, hasta que la punta del cipote queda a la altura idónea. –Pero más te vale empezar a hablar-, amenaza. Y sin avisos, ni caricias, le endilga a la señora medio palmo de polla caliente. Teresa grita, levantando la cabeza hacia el techo. -¡Habla!-.

-¡Pi... Pilar es... es un volcán!-, acierta a decir Teresa, sintiéndose colmada de polla. Después de tres empujones, su coño acoge el miembro del chaval hasta el útero. Mateo la saca, agarra las piernas de la mujer y las alza. Teresa se siente expuesta, y le encanta. Gorgotea de placer cuando siente la punta del miembro buscando su entrada, y de nuevo, con otro pollazo, la cruje. ¡Zas, zas, zas!. Sus tetas botan, libres de complejos, mientras Mateo la taladra.

-¿Un volcán? Explícate un poco más-, exige Mateo, extendiendo los brazos para que las piernas de Teresa se abran más y más. Palmea la parte interna de uno de sus muslos, muy cerca del chochito.

-Según ella, ¡Oh, joder!... necesita polla to... ¡Hostias!... todos los días. ¡Ay Mateo, me mataaaaaas!-.

-Shhhh-. Mateo aminora el ritmo, sacando la chorra de vez en cuando. La vuelve a introducir con maestría, como si el chocho loco de Teresa fuera la funda de su espada. -¿Y tiene quién se la de?-.

-¡Mmmmmm! Creo que... creo que sí... ¡No! ¡Por el culo no!-. Teresa canda las cachas al notar la punta del cipote de su amante rondando por la puerta de atrás. Mateo todavía no ha probado ese manjar, que Teresa se resiste en entregarle.

-¿Por qué no, Tere?-, tienta Mateo, cabronazo.

-Porque no, y punto. Vuelve a meterla en casita, andaaaaaaaahhhhgggg!!-. Mateo no deja que acabe la frase. Se la mete y siente que el conejo de Teresa le engulle el cipote, como si en vez de un aparato sexual tuviera un aparato succionador entre las piernas. Ahora se la endilga bien profundo, y bien fuerte, haciendo que los dientes de Teresa choquen con cada empellón.

-¿A Pilar le gusta que le rompan el ojete?-.

-¡Ay, yo qué sé! No me... hmmmpf... no me meto en... ¡ooohhhhmmm!... en su cama-. Mateo vuelve a frenarse, comenzando un metesaca suave y lento, al tiempo que deja resbalar la mano por la pierna despatarrada de Teresa, aproximándola al punto de unión de sus cuerpos. Pasa la mano por debajo de los huevos propios y de la raja ajena y se entretiene decorando el perineo y el ojete de la hembra con los fluidos que rebosan del chumino.

-¿Te gusta esto?-.

-¡Puto! ¡Cabrón! ¡Sabes que sí!-. Teresa pone los ojos en blanco al sentir las caricias de su amante. Engarfia los dedos de los pies, muertita de placer, y se aprieta los melones, clavando las uñas en ellos, intentando sujetar el orgasmo.

-Pues si tanto te gusta, ¿por qué no probamos con... un dedito?-. La mujer relincha como una yegua cuando Mateo profana la retaguardia con un dedo insolente. Sigue el dulce metesaca, al que acompañan las caricias del dedito en el ano. Teresa se muerde los labios. No puede aguantarse más. Está a punto de caramelo, y ya le duelen las tetas de tanto apretarlas.

-¡Ay, para, para! ¡Sácalo, no sigas! ¡Que me corro, gilipollas!-.

-¡Uy! ¿Ya vas a llegar?-, se burla Mateo. -¡Pues toma, toma y toma!-. El chico le mete tres pollazos secos, de los que le gustan a Teresa. Tres meneos de macho alfa, que la hacen gritar cada vez más alto. Mateo siente el cacharro aprisionado, envuelto por la musculatura de la vagina de Teresa, y se siente pletórico y potente. Un dios del Olimpo que se digna a tomar la flor de esa mortal que se retuerce debajo de él, con las tetas llenas de arañazos y el coño rezumando fluidos.

Mateo la saca con un líquido ruidito, palmea el chochito brillante y se sienta al lado de la mujer despatarrada que está que se cae del sofá. Teresa tiene los ojos cerrados y el pecho agitado. Mateo se limpia la polla de flujos con un pañuelo de papel. Una de las cosas que tiene esto de llevar el rabo pelado es que los fluidos, propios y extraños, resbalan sin encontrar resistencia hasta los huevos, y dependiendo de la postura, más abajo. Le mola sentir la polla lampiña, además de que parece más grande sin tanto estorbo alrededor. Una vez más o menos limpio, echa mano al conejo peludo que tiene a mano.

-¡Oye!-, exclama sorprendida Teresa al sentir la palma de la mano cubriendo su entrepierna.

-¡Ay, golfilla, golfilla!-, responde Mateo. No mueve un dedo, a pesar de que Teresa intenta expulsarlo de ahí. -¡Que todavía no me has dicho nada!-.

-¿Nada de qué? ¡Venga, hombre, dame un respiro!-. Teresa se revuelve hasta que se aparta del radio de alcance de los tentáculos de Mateo.

-¡Si has sido tú la que querías cachondeo!-, se queja el muchacho. –De Pilar, que no me has dicho nada de Pilar-.

-Es que tampoco sé mucho más...-.

-¡Venga ya! Sé que os contáis todo. Seguro que ahora mismo, las otras tres andan comentando el tamaño, forma, color y temperatura de mi picha-. Teresa echa mano al móvil, echa un vistazo y asiente.

-Pues sí, más o menos eso-.

-¿Eh? ¡Ahí lo tienes! O sea que ya estás cantando, o te violo otra vez-, amenaza Mateo. Teresa alza el dedo medio de la mano, con el ceño fruncido. –Sí, con ese mismo, el que te gusta que te meta por el culito-.

-¡Ay, calla, cochino!- Teresa vuelve a mirar el móvil, sonriendo a medida que lee los mensajes. -¡Hala, que bruta!-.

-¿Quién?-.

-Hablando de la reina de Roma...-.

-¿Qué dice?-.

-Nada...-

-¡Venga!-.

-Nada, en serio...-.

-Tere...-, avisa Mateo. -¿A que te dejo en ayunas una semana?-.

-¡Uy! ¡Qué malo!-, se burla Teresa, sin levantar los ojos del móvil. Mientras estaban follando, se ha montado una conversación cada vez más subida de tono, a propósito de las fotos y el vídeo que ha mandado Concha. Virginia, Pilar y ella han mandado casi cien mensajes, y los últimos ya preguntaban por Teresa. -¡Ponte ahí, que te voy a sacar una foto!-. Teresa apunta con el móvil al chaval, que se cubre como puede y lanza un cojín a la casera.

-¡No! Ni hablar-.

-¡Vaya! ¿Pero tú no querías calentar a Pili y a Virginia? Pues qué mejor manera...-.

-¡Y una mierda! Ya han visto bastante en el vídeo. Si quieren un primer plano, que vengan a por él-.

-¡Hostia, esa sí que es buena!-. Los dedos de Teresa arañan la pantalla de su movil. –“Hola, chicas. Perdonad que no haya contestado, tenía la verga de Mateo entre las piernas, jajaja”-, lee.

-Estás pirada-, comenta Mateo.

-Y dice Mateo que si queréis un primer plano...-

-¡Oye! ¡Ni se te ocurra!-, protesta el chico.

-...que vengáis a por él-. Teresa sonríe golosa, y al momento, el móvil pita como un descosido. -¡Hala, que locura! ¡Mira ésta! Pili dice que a qué hora y dónde... Y Virginia dice que me deje de tonterías. Puta envidiosa... Concha manda caritas asombradas... seguro que no se creen que acabas de echarme un polvo-. Mateo alza una ceja.

-Oye, que no me he corrido. ¿Y si me haces una mamadita y te grabo?-.

-No seas cerdo-, contesta Teresa. Pero con la boca chica.

-Vaaaale. Pues te hago una foto con la polla en la boca-. Teresa lo mira, como si no creyera que se lo esté diciendo en serio.

-¿Qué? Así las sacas de dudas-.

-Ya, y tú acabas satisfecho, ¿no?-.

-Bueno, a ti te he dejado bien servida. Lo justo es que me correspondas-, se defiende el chaval. La verdad es que sigue en pie de guerra, y razón no le falta. -¡Anda, trae el móvil! ¡De rodillas! ¡Chupa!-.

-Mateo, no te pases-, regaña Teresa ante la descripción demasiado gráfica que hace el chico. No hace falta ser tan explícito... Pero Mateo se pone en pie, con las piernas algo arqueadas. Se balancea el miembro, orgullosamente erguido. Asombrada, Teresa se fija en que, a pesar de tenerlo empuñado por la parte de abajo, le sobra un buen trozo de carne hasta llegar al amoratado capullo. La hembra se acerca a él, le entrega el móvil y se arrodilla.

-¡Oh, dios, qué gozada!-, exclama Mateo, empezando con la sesión fotográfica.

La primera es de Teresa arrodillada con la boca abierta y las manos en el regazo. En la segunda, la señora aparece lamiendo con la punta de la lengua el tallo. En la tercera, Teresa engulle todo el rabo que puede, con las fosas nasales bien dilatadas. Teresa absorbiendo un huevo, con ojos llorosos; Teresa mamando con fruición el capullo de fresa; Teresa con los ojos cerrados y succionando el cacharro; Teresa midiendo el tamaño de la verga con su cara... Cuando está cerquita de correrse, Mateo cambia a vídeo, y reclama de Teresa más brío.

-Tere, prepárate, que voy, que estoy ahí, que ya sale... ¡toma, Tere, tómalo!-, gime Mateo, sacando la polla de la boca de Teresa y pajeándola con energía delante de su cara. En el último momento, apunta hacia las tetas, que Teresa aprieta para que el chaval las riegue, y suelta el cargamento sobre los melones, aunque mucha de la lefa que expulsa en densos churretones acaba en la cara y el pelo de la hembra. Después, se deja caer en el sofá, concluyendo la grabación con un primer plano de su semen goteando por la cara de Teresa.

-¡Hostia, qué bien! A ver cómo ha quedado...-

-¿Has hecho un vídeo?-, pregunta Teresa, un poco mosca. Coge unos pañuelos para limpiarse la cara. Tendrán que meterse en la ducha...

-Sí, señora. Y creo que he cogido bien todo... a ver... bueno, parece que sí-.

-Déjame ver-. Teresa se sienta al lado de Mateo. Siente un poco de vergüenza al verse así, de rodillas, con la boca abierta y apretándose las tetas. Parece una golfa del porno de internet. La cámara se menea, alocada, desenfocando la imagen, durante el pajote de Mateo, pero vuelve a centrarse cuando apunta. La primera descarga se ve de cine, la segunda un poco movida y el resto está fielmente reproducida, hasta el primer plano del semen goteando.

-No está mal, ¿eh? Tienes por aquí... déjame-. Mateo limpia restos de lefa de la mandíbula de Teresa con el pañuelo que le quita de las manos.

-Es una guarrada-, determina Teresa, mojando el chichi.

-Ya, pero se la vas a mandar, ¿a que sí?-. Teresa, sin quitar ojo de la pantalla del móvil, sonríe como una niña pillada en una divertida trastada.

-Se mueren de envidia si lo mando...-.

-¡Uy! ¡Qué problema! Si lo estás deseando-.

-El vídeo, no, pero un par de fotos... ésta, y ésta, y ésta...- Teresa manipula el móvil. Hay varias decenas de mensajes por leer, pero Teresa se regodea con las imágenes que envía. Ella de rodillas con la boca abierta, otra metiéndosela hasta la garganta y una más lamiendo los huevos de Mateo. Espera un instante las reacciones de sus amigas. Aparecen al momento. Desde caritas de asombro hasta “¡Guarra!” y “Puta” que la hacen sonreír. Efectivamente, sus amigas se mueren de envidia.

-¡Venga, chaval, a la ducha! Que me vas a dejar el sofá hecho un asco-, ordena Teresa. Elige una foto más, en la que se ve el tamaño del miembro de Mateo en comparación con su cara de golosa. “Enviar”. Pilar contesta inmediatamente con un “Mmmmmm” muy descriptivo. Virginia, que parece escandalizada, tarda un poco más en contestar. Mateo se va al cuarto de baño, en porretas, alardeando de juvenil cuerpo, cuando contesta Virginia. “Se os va la pinza, chicas”. Ya, claro, y a ti no, ¿verdad? Pilar da en el clavo: “¿Te estás haciendo un dedo, Vir?”. Seguro que sí. Por eso tarda en contestar. Anda, que si manda el vídeo... Concha debe andar liada, porque no dice nada. Y ella no es precisamente de las que se callan las cosas. Teresa deja el móvil en el sofá, se deja caer hacia atrás y suspira, satisfecha. ¡Y pensar que había aceptado a Mateo como pupilo por el dinero!

-¡¡TERE!! ¿Vienes a la ducha?-. ¡Qué potencia! Teresa está maravillada. Este tío no se conforma con un polvo. Es insaciable. No recuerda una sesión de un único orgasmo. Mateo suelta lo suyo y en diez minutos está listo para otro round. Es una máquina. Lo cual le viene de maravilla. Antes de Mateo, de vez en cuando encontraba un ligue que acababa en su cama, pero muuuuy de vez en cuando. Pilar y Concha tienen más facilidad para conocer hombres, aunque Concha no suele culminar. En el fondo, sigue queriendo al gilipollas de su marido, y por eso elige con cuidado a quién se folla. Pili es más puta. A ella le mola bajarse las bragas en los aseos de los bares y dejar que se la emplumen. Y le encanta contarlo nada más salir, cuchicheando con ellas como si acabara de enrollarse con el tío bueno de la clase. Pili no tiene filtro: le da lo mismo tirarse al fontanero sudado que al cliente insatisfecho. Seguro que después de los mensajitos de esa mañana, Pili viene para tirarse a Mateo. Seguro que hasta viene sin bragas, la muy cerda. En fin. Mientras al chico le dure esa potencia que se gasta, a Teresa le importa poco a quién se folle, siempre que tenga tiempo para ella. Es como vivir una segunda juventud. O, en su caso, como vivir la juventud, porque Teresa se casó bien joven con un tipo al que apenas conocía y que le sacaba quince años. Clásico en el sexo, resultó ser estéril. Teresa lo quiso, aunque de ahí a estar enamorada de él iba un trecho. Era amable y un buen marido, que nunca le dio motivos de sospecha. Él si que estaba enamorado. Le dejó el riñón bien cubierto, pero Teresa no había vivido la juventud. Y ahora, con Mateo en casa, era como estar recién casada. Se levantaba con ardores, que solo calmaba la manguera de Mateo. Y es que además el chaval la buscaba. Al principio, con cierta torpeza. Después de la primera noche, casi con desesperación. Era una maravilla sentirse tan deseada. Mateo le preguntaba qué bragas llevaba puestas, y notaba que se empalmaba cuando se las enseñaba. Y cuando no llevaba... pues se la follaba allí donde pillase: en la cocina, el pasillo, el salón... Teresa se excitaba, y se excita, qué coño, eligiendo la ropa interior que se va a poner en el día. De hecho, ya tiene pensado bajar el lunes a comprar lencería, pero cosas super guarras, de putón, putón. Ligueros, tangas, transparencias y aberturas. Piensa dejarse una pasta para que Mateo se deje los ojos deseándola.

-¡TERE, ¿Vienes o qué?-.

-¡Sí, ya voy! ¿Qué pasa? ¿No sabes ducharte solo?-. Teresa regaña al chaval, pero en el fondo le encanta que la busque.