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Celia iv

en Amor filial

-¡Eh, pajillero! Me voy al jardín, a tomar el sol...-, dice la cabeza de Nati, asomada al quicio de la puerta. La muy hijadeputa tiene la mala costumbre de no llamar, así que creo que me ha visto la tienda de campaña montada. –Ni se te ocurra mirar, que estaré vigilando-, me advierte la cabrona, cerrando detrás de ella. Creo que la escucho reír por el pasillo.

¡Mierda puta! Después del fregao que se ha dado Celia conmigo, y que las imágenes de su dedo y de sus bragas no se esfuman de mi cabeza, me he quedado empalmado como un bellaco, tumbado en la cama y mirando al techo, hasta que llegue la hora de salir con mis amigos a dar una vuelta en bici. Se me ha pasado por la cabeza relajarme, pero la proximidad de la habitación de Nati, y la de mis padres, me cortan bastante. Así que ahí estaba yo, con todo lo mío en pie de guerra, cuando la hija de puta se asomó. Seguro que ha mirado. Me siento fatal.

Pero, ¿porqué me advierte? Es como si quisiera que me asomara al balcón, cosa que ya he hecho otras veces, pensando que Nati no sabía que la espiaba. Que no nos llevemos bien no significa que no la desnude con los ojos, porque la chica es... voluptuosa. No se me ocurre otra palabra mejor para definir a Nati. Miro al balcón, temeroso, suponiendo que si me asomo, me encontraré con la arpía devolviéndome la mirada para después chivarse a mi madre y a mi abuela de que el tarado pajillero la espía cuando toma el sol. Bueno, a lo mejor resume los insultos en “imbécil”, que es como le gusta llamarme.

Como el que no quiere la cosa, empiezo a ordenar el cuarto. Mis padres van a ir a la ciudad por la tarde, y me traerán la videoconsola, así que me parece lógico que encuentren la habitación ordenada. En el fondo, estoy buscando una excusa que me permita acercarme al balcón. Aprovecho que Celia dejó la ropa que amontono en la silla sobre la cama para empezar a doblarla. Retiro la montaña de libros que tengo en la mesilla y los coloco en la mesa de estudio, muy cerca del balcón. Sitúo la silla en su sitio, y una vez hecho todo esto, suelto el aire que estaba aguantando y me pego contra la pared, como un ninja silencioso. ¡Gilipollas!, me digo. No hay nadie que me vea, así que no hace falta ser tan imbécil. Con cuidado, notando el corazón como un timbal, me voy asomando al balcón...

¡Hostia puta, qué tetas! Alucino, aguanto un segundo y vuelvo a esconderme. Esto es nuevo, pienso, cachondo como un mulo. ¡La hijaputa quería que mirara! Ya no tengo dudas. Me pego a la pared, con el corazón latiendo a mil por hora, inyectando veloz toda la sangre que puede en el cuerpo cavernoso. No puedo pensar bien, como hace un rato cuando Celia se pegó a mí. ¡Qué tetas! Si ya sabía yo que las tenía grandes, pero no tanto. ¡Madre del amor hermoso! Vuelvo a asomar la nariz. ¡Cagüenlaputa! ¡Vaya melonar! Nati tiene los ojos cerrados, lo que puede ser una trampa, y los brazos a ambos lados del cuerpo. Cubre su completa desnudez la braguita de un bikini azul eléctrico, pero lo que me tiene extasiado son las domingas de Nati, que ofendiendo las teorías de sir Isaac Newton, no se desparraman como uno supondría, sino que se mantienen bastante juntas, coronadas por unos pezones oscuros rodeados por una aureola igual de oscura. Desde donde estoy no acierto a distinguir si los tiene hinchados o no, pero me da igual. Devoro esas manchas oscuras, y esas masas de carne, y me imagino amasándolas y hartándome de chuparlas... ¡Hija de puta!

¿Me habrá visto? No sé, no tengo argumentos. Nati no lleva gafas de sol, y parece escuchar música plácidamente, pero podría estar vigilando mi balcón con los ojos entrecerrados. Si es así, habrá visto mi cara de salido y alucinado. El corazón me vuelve a retumbar. ¿Por qué coño no pensaré antes en las consecuencias? Otra vez estoy frenético. Me muerdo el labio. Seguro que me ha visto... así que si me vuelvo a asomar, no habrá mucha novedad, ¿no? Además, Nati me avisó para que la espiara, de eso estoy seguro. La pérfida mente de la chica, y sus sucios pensamientos, escapan a mi comprensión. ¿Me asomo? ¿O no me asomo? ¡A tomar por culo! Creo que es mi nabo el que piensa por mí. Total, tiene más sangre que yo en la cabeza...

-Aaaayyyy...-, gimo, con medio ojo viendo a Nati frotarse las tetas vigorosamente con la crema solar. Me cuelo dentro, porque ahora sí que tiene los ojos abiertos, la cabrona, pero no puedo esperar mucho. Nati se echa crema en los brazos. Sus tetas se menean, como dos enormes flanes, al ritmo de sus sacudidas. No mira al balcón, así que me siento un pelín más seguro. Aunque no tanto como para asomar el otro ojo... Nati pasa al vientre, luego las piernas, los muslos y por último, abre las piernas para echarse un poco de crema en las ingles, allí donde es muy difícil que el sol llegue... pero ella frota con energía, tanta, que la braga del bikini se desplaza, lo justo como para que asome una sombra oscura. Abro la boca, extasiado, obnubilado e hipnotizado por los manejos de Nati. Me voy a hacer un pajote de aúpa, a la salud de las mamas de Nati, lo tengo clarísimo... y entonces, la hija de la gran puta alza la cabeza, tan segura de que estoy mirando que no se sorprende al descubrir una oreja, un ojo y media cara sorprendida en el balcón. Grito, como si la mirada de Nati tuviera fuerza por sí misma y hubiera impactado contra mi frente, y me veo de repente en mitad del suelo de la habitación. ¡Me ha pillado! ¡Dios! ¡Me va a caer la del pulpo!

-¡Dani! ¡Daniiii!-. Nati grita desde el jardí, ¡Joder! Seguro que despierta a la abuela. Y seguro que Celia se presenta para ver qué pasa. -¡Eh! ¡Imbécil! ¡Asoma el careto!-. Más preocupado por mi tía y mi abuela que por Nati, me asomo al balcón, de cuerpo entero. Y me quedo pasmado.

-Fíjate bien. Para tus largas noches, ¡ja, ja, ja, ja!-. Nati se descojona en mi cara, pero no me entero bien. Solo tengo ojos para el chichi de la guarra, porque la cabrona se ha apartado la braga y me enseña el peluche en casi todo su esplendor. Ni siquiera puedo fijarme en sus melones brillantes, solo en la pelambre que adorna sus bajos. Hasta que cae el telón.

-¡Ja, ja, ja, ja! ¿Te ha gustado, imbécil?-. No contesto porque no puedo. Que Nati está mal de la olla es cosa reconocida por todo el pueblo. Que es una calientapollas, también, al menos, en los círculos en los que me muevo. Pero que me muero por meterla entre esa pelambre, aunque no sea conocido por nadie más que por mí, también es cierto. Nati alza el dedo medio de su mano derecha, apuntándome con el nudillo de ese dedo. -¡Esto también es para ti, puto pajillero!-. Vuelvo a la habitación colorado como un tomate. Aunque no sé si es por vergüenza o excitación. La pillada de Nati me la había bajado un poco, pero sus revelaciones me la han vuelto a poner dura.

Todavía estoy pensando en cómo digerir lo que acaba de hacer Nati cuando siento que alguien sube las escaleras. No puede ser mi tía, por ese camino solo puede ser una persona. Sin tiempo a hacer nada, miro a la puerta, un segundo antes de que se abra de golpe.

-¿Te ha gustado, pajillero?-. Nati tiene la decencia de presentarse en mi habitación con el bikini completo. Su piel brilla embadurnada en crema, y sus pezones erizados abultan debajo de la tela. -¿Y si se lo cuento a tu padre?-. La guarra entra en la habitación, cerrando la puerta con cuidado.

-¿Contarle qué?-. ¡Vaya! No tartamudeo.

-Que me espías, cerdito, que me miras las tetas mientras tomo el sol-. Que Nati sea tan explícita me pone cachondo. Pero también me asusta. ¿Cómo se lo tomaría mi viejo?

-¡No te espío!-, protesto, sin mucha convicción. Nati se pone en jarras, muy segura de sí misma.

-¿Ah, no? ¿Y qué ha pasado hace un minuto?-, pregunta, señalando el balcón con el mentón. ¿Qué contestar a eso? Noto que me pongo colorado, y eso me enfada. Pero no lo suficiente. –No contestas, ¿eh?-. Nati está disfrutando, se le nota un montón. Ojalá tuviera un poco de valor para decirle cuatro verdades, como por ejemplo, que ha sido ella quién se ha quedado en pelotas delante de mí, sin que hubiera necesidad. ¡Coño, que no estaba desnuda en la ducha! Pero... no me atrevo.

-Por lo menos te habrá gustado, ¿eh, pajillero?-. Me jode que sea tan pesada con el insultito. Y sí, claro que me ha gustado. -¿Y qué te ha gustado más, cabroncete? ¿Las tetas o el chumino?-. ¡Que se me ha comido la lengua el gato, leche! ¿No se dará cuenta?.

-El ch... las t...-. No me atrevo a completar las palabras delante de ella, y tampoco sé qué me ha gustado más. Nati se descojona.

-¡Ay, el bebé, que no sabe hablar!-. No como ella, que no para.

-Déjame en paz, ¿quieres?-, consigo articular, dejándome caer sobre la cama. Veo que Nati alza las cejas.

-¿O qué?-. Se toma mi petición como una amenaza, y cruza los brazos por debajo de los pechos, elevándolos. Jodeeer... pienso, tratando de no mirarlos.

-O nada, Natalia. Tan solo déjame en paz-.

-¡Pero que bobo eres!-, continúa Nati, algo exasperada. No entiendo ni jota.

-¿Porqué me insultas todo el rato?-, pregunto, un poco picado.

-¡Porque eres tonto, Daniel! ¡Y si no lo entiendes, no esperes que te lo explique!- Con eso sí que parece que da por acabada la visita. Nati me fulmina con la mirada una última vez y sale de la habitación con sus vigorosos ademanes. Lo último que veo es parte de la raja del culo de Nati asomando por encima de la braga azul. Me dejo caer de espaldas sobre la cama, soltando un profundo suspiro que no sabía que tenía guardado. Pero la tranquilidad no acaba de aposentarse en mi pecho cuando la puerta vuelve a abrirse.

-¡Solo espero que te la machaques a gusto a mi salud, pajillero!-. ¡Blam! Nati da un portazo dejándome asustado y desconcertado. ¿Pero qué cojones...?