miprimita.com

Matrimonio Obligado I: Compartiendo noche de Bodas

en Orgías

—Matrimonio de conveniencia—

Los matrimonios de conveniencia, en teoría, se extinguieron de nuestras prácticas con los tiempos modernos. Claro que eso es lo que dice la teoría. Por desgracia yo fui prácticamente vendida para ese fin… pero, no adelantemos acontecimientos. Os cuento rápidamente.

Me llamo Alicia, aunque desde pequeña todos me llaman Alice; soy una mujer de veintisiete años, y según mi propio punto de vista, y por lo que he podido comprobar, el de los demás, estoy bastante buena. Mido 1,70, tengo unos buenos pechos, de pezones apuntados y levantados, cuyo color apenas de distinguen de la piel. Caderas anchas, piernas esbeltas y vientre machacado en el gimnasio. Soy pelirroja, de un vivo tono fuego, y algo pecosa en las mejillas, bajo mis ojos verdes con motas doradas. Vamos, que me miro a un espejo y me pongo a mí misma… y no sería la primera vez que me deleito conmigo y dejo volar mis dedos...

Mis padres pertenecen a una poderosa familia de banqueros. Apenas tengo relación con ellos, puesto que me independicé muy pronto y abrí, tras los estudios pertinentes, y sin pedirles un céntimo, mi propio negocio que al poco tiempo triunfó y empezó a darme generosos dividendos.

Pero todo se torció una tarde noviembre. Había ido a ver a mi madre. Me llamó, muy alterada, diciendo que a padre le había pasado algo. Le habían atacado. ¿Atacado? Allá donde fuere siempre iba acompañado de Luis y Raoul, exmilitares de toda nuestra confianza. Incluso a mí me vigilaban de lejos hombres suyos… Llegué en mi BMW a toda velocidad hasta la casona, como llamaba a la mansión de mis padres, a las afueras de la ciudad. Desde allí se podía ver toda Barcelona como un mapa de luces, a esas horas.

Entré en casa, cruzando las grandes puertas donde vi a hombres fuertemente armados. ¿Qué pasaba? ¿Por qué no estaba allí la policía? Jamás había visto semejante armamento, armas automáticas, negras y ominosas, colgando del pecho de hombres que no conocía y que se comunicaban con equipos avanzados sublinguales, que ceñían sus gargantas. Clara, una de mis hermanas menores salió a recibirme y se estampó contra mí, abrazándome con fuerza. Tenía el cabello igual que yo, rojo e indomable, a su edad, y la escuché sollozar con fuerza. Tenía trece años, y nos queríamos muchísimo, hablando todos los días por teléfono.

— ¿Clara, qué ha pasado? —pregunté mientras entraba en el interior de la amplia entrada de la casa.

—Han… han disparado a papá… —sollozó contra mi pecho.

—Vale, vale, Clara. Vamos a ver. ¿Y mamá?

—En la habitación de papá…

Subimos por las amplias escaleras alfombradas hasta la habitación principal de la planta noble. Allí encontré a mi padre blasfemando mientras un doctor le curaba el brazo, blanco y lleno de sangre. Me mantuve fría ante el espectáculo, haciendo acopio de voluntad, y le pregunté a mi madre, que estaba sentado mirando con ojos brillantes la escena, desde un sofá de orejas, silenciosa y con aspecto resentido. Antes de que pronunciara palabra ya sabía que estaba enfadadísima.

—Mamá… ¿Qué…?

—Pregúntale a tu padre —espetó, con un despreciativo gesto del mentón. Sabía que mamá llevaba tiempo enfadada con él, que no estaban en su mejor momento… desde hace tres años. Pero no que la cosa iba tan dura…

Mi padre me miró y vi culpa en sus ojos.

—Alice… tenemos que hablar… de ti.

*

Estaba en shock. No sólo me había enterado de que mi padre había trabajado para varias mafias, sino que además la cosa había ido a una escalada tan brutal como que tenía que responder ahora ante una de ellas. Al parecer unas operaciones oscuras habían afectado al banco y al patrimonio de una poderosa mafia, pequeña, pero muy respetada y de muy mala fama. Y ahora debía responder por ello.

El ataque de aquella tarde había sido una represalia, una advertencia. Pero dada su forma de hacer las cosas, ahora querían algo en compensación, o nos matarían a todos. Y ese algo… era yo.

Así, simplemente.

Habían propuesto como medida para tener a mi padre controlado, que yo me casara con uno de sus miembros; así hacían las cosas, y así lo habían demandado. Y ahora, para salvar a la familia yo debía… ceder. Abandonar mis sueños, mi independencia, mi negocio, todo para desposarme con un capullo de pelo aceitoso, un violento capo que seguramente sería más putero que un político corrupto.

Y si no lo hacía, nos matarían a todos. Y mis hermanas y hermanos (éramos cinco), lo éramos todo los unos para los otros.

Odiaba a mi padre.

*

No recuerdo apenas nada del día de la boda, salvo el momento en que vi a Armand. Todo había sido rápido, confuso, extraño. Me sentía fuera de mi cuerpo, extraña, apenas una espectadora. Pero de pronto, en el momento en que llegué al altar, lo vi. Era alto, más que yo, fornido, de rostro atractivo, oscuramente atractivo. De cabello castaño, a la moda, y mirada afilada. Algo se agitaba en el fondo de sus ojos negros, sin que le pudiera distinguir la pupila. Poseía un carisma oscuro e hipnótico, y capté de él un olor que me volvió loca. No sabía por qué, si serían las feromonas, el estrés, el tiempo que llevaba sin una relación sexual, pero algo en él hizo que me mojara… y aquello me hizo sentir fatal.

Yo sonreí, como se supone debía hacer, y luego, las palabras del oficiante me llegaron huecas y vacías. Di el “Sí, quiero”, en automático, y después estalló una sorda algarabía que apenas me llegó. No recuerdo el banquete, ni si comí. Tampoco cómo llegamos a donde quiera que nos llevaron. Lo que sí recuerdo es lo que sucedió después. Lo que me llevó a descubrir varias cosas y a conocer un mundo desconocido que, poco a poco, os iré contando.

*

La noche había caído. Era muy tarde, y estábamos en una suite de lujo de un hotel francés, cerca de la Costa Azul. No guardo recuerdo de cómo llegué hasta allí, pues estaba demasiado preocupada pensando en mi futura violación. En mi mente había pasado de todo. Desde que me forzara hasta que me ofreciera incluso a sus guardias y me maltrataran y violaran en masa.

A ver, no soy ninguna mojigata, y había tenido una amplia y variada vida sexual hasta entonces. Había asistido a alguna orgía, me gustaban los tríos, adoraba el sexo. Había tenido un par de parejas fijas durante un tiempo. Había probado el sexo con mujeres, y me encantaba… pero ahora… mi vida sexual había terminado, estaba condenada, para salvar a mi familia, a lo que fuera que aquel degenerado tuviera preparado para mí…

Entramos en la habitación, que custodiaban dos guardias, vi la lujosa habitación que tenía un salón, una salita, dos habitaciones, la gran habitación, cocina y dos baños, uno de los cuales era moderno, amplio y tremendamente caro y decadente, con una bañera en el suelo que daba a un ventanal desde el que se veía una población cercana.

Yo temblaba. Me habían quitado el traje de novia y me habían endosado para el viaje un traje compuesto de chaqueta, blusa y falda, y unos zapatos de tacón medio, pero preciosos, eso tenía que reconocerlo.

Armand me cedió el paso, con una oscura sonrisa en la cara, y me condujo después hasta la habitación principal. Allí descubrí que tenía algo planeado, puesto que sobre la cama había un conjunto de noche no por caro menos… provocativo. Era un bustier —un corset de esos bajos que van de la cintura hasta el nacimiento de los pechos—, una bata larga de gasa negra casi transparente y unas medias con liguero. También había unas sandalias de tacón, negras, con un pompón negro.

No hacía falta que ningún genio me advirtiera de que debía complacer a mi… marido (la palabra me dolía como si escupiera magma), o todo podría tener consecuencias… Así que, sin una palabra, viendo que me dejaba en la habitación y él se iba hasta el salón, donde le escuché servirse una copa, hielo tintineando en el vaso, deduje que quería que me pusiera aquello.

Dios, qué humillada me sentía, parecía que habían sacado el conjunto de Putones de lujo Otoño – Invierno. Me cambié. El bustier me agobió al principio, extremadamente apretado, pero realzó aún más mis pechos. Vi que no había bragas ni tanga, así que mi pubis depilado quedaría al aire, bajo la bata. Eso sí, me negué en redondo a ponerme las sandalias. Una cosa era la colección Putón de lujo y otra la degradación total. Una vez vestida, como si me estuvieran vigilando, y tras maquillarme rápidamente —también habían dejado carmín y algo de sombra de ojos—, escuché la voz de Armand. Su matiz profundo llegó hasta mí como si estuviera al lado.

—Alice. Ven. Quédate en el umbral. Quiero verte.

Avancé, paso tras paso, en batalla conmigo misma. Pero al final se impuso un pensamiento: Nena, estás jodida; así que, saca provecho de todo… y trata de ver si puedes hasta divertirte. Tómalo como sexo con un desconocido. Una perversión más que siempre has querido hacer.

Me mentalicé en ello. Di varios pasos en actitud de quererme comer el mundo… y puede que algo más. Pensé en el tiempo que hacía que no me comía una buena polla, hinchada, venosa, caliente y que me llenara bien la boca. Me encantaba. Mantuve la esperanza en que al menos estuviera bien dotado…

Llegué al umbral y apoyé, seductoramente, un brazo en la jamba.

—¿Te gusta lo que ves, Armand?

Percibí su perplejidad. Sonreí. Sí, lo reconozco: puse cara de putón.

—Me gusta… pero esta primera noche vamos a tener mucho trajín: reserva fuerzas. Ahora, quítate la bata y ven a mí… pero no lo hagas de pie. Hazlo a cuatro patas.

Será cabrón… Joder, ¿cómo sabe que esto me excita…? Era verdad. En más de una ocasión había tenido algunos encuentros sadomasoquistas en los que yo adoptaba el papel de sumisa…  Me obligué a respirar profundamente. Dejé caer la bata. Me arrodillé. Mis pechos se agitaron. Apoyé las manos en el suelo y gateé, esforzándome por parecer sensual, hasta el sofá donde lo ubicaba. Sentía el coño y el culo al descubierto, y aquello me puso cachonda. No podía evitarlo. Me excitaba la situación, dentro de que era algo duro y amargo… Mis pechos, pesados, colgaban, y se me endurecieron los pezones. Llegué hasta donde estaba Armand. Vi que se había desnudado, y que tenía un cuerpo magnífico, sorpresivamente para mí. Se le notaban los abdominales, y era muy fibroso. Creí distinguir algunas irregularidades en su piel que más tarde vería con detenimiento.

Pasé las manos suavemente por las piernas de aquél desconocido, y noté su vello, pero también suavidad. Más irregularidades. Pero noté su olor. Y el olor de su sexo. Dios, menuda polla se gastaba el maridito. Era un bicho enhiesto de veinte centímetros, con dos pesados testículos y coronado por un prepucio redondeado y que me hizo salivar. No sabía por qué algunos hombres y escasas mujeres, por su mero olor, hacían que me pusiera cachonda, a veces hasta extremos inaguantables que me hacían querer follármelos casi por pura necesidad. Seguramente tenía algo escacharrado. Pero era así… y este desconocido me lo provocaba…

—Ya verás que no es tan malo —dijo—. Que tenemos mucho que descubrir el uno del otro. Que al final, te va a gustar… y no sabes las sorpresas que te esperan…

Respiré con fuerza. Mis pechos se agitaron. La verdad es que me moría de ganas por probar semejante miembro, por tenerlo dentro de la boca… por hacerlo mío y sentir cómo se corría para mí y, así, reclamar mi parcela de poder. Si tenía que “sufrir” aquello, al menos intentaría sacar el máximo placer posible.

Empecé, una vez pegada a él, de rodillas, besando sus piernas, probando esa piel caliente que sabía a cuero y sándalo. Sentí su vello hacerme cosquillas, y me deslicé por los muslos, para llegar hasta el premio gordo. Gordo y erecto. Le escuché suspirar. Me gustaba su olor. Su sabor. Dioses, cómo podía ser… Cállate y deja de pensar. Piensa que vas a follar con un desconocido, como aquella noche en la fiesta de Ibiza, donde lo hiciste con aquel tipo mayor en los asientos de la terraza, delante de todos. Bueno, todos follaban, pero te gustó, zorra. Sí…

Sonreí, y llevé mis manos hasta la columna de carne que palpitó cuando la así. Joder, casi no podía cerrar la mano. Latía suavemente. Ardía. Notaba las hinchadas venas que la surcaban. La masturbé suavemente, arriba y abajo, y noté la humedad de la punta, que rozó mis dedos. Acerqué la boca. El desconocido Armand entreabrió los labios en la sombra, y me limité a darle un beso en la punta del glande, pasando los labios, saboreando su fluido… joder, estaba extremadamente cachonda, y sentí cómo los fluidos me empezaban a caer poco a poco por mi muslo. De nuevo bajé los labios, sin dejar de masturbar ese enorme miembro, hasta su arrugado escroto. Amplié la lengua todo lo posible, y empecé a lamer. Me encantó que Armand se agitara al sentir el calor de mi lengua. Me metí uno de los grandes testículos en la boca y chupé, tensando suavemente la piel. Su polla palpitó un poco más y aumenté mi ritmo con la mano. Decidí al cabo de un rato de dedicación, que ya los tenía bastante ensalivados, y pasé al miembro. Me lo acerqué a los labios, y empecé a chupar, recorriendo primero el prepucio, blando y suave, solo con los labios, hasta que lo toqué con la lengua y aquello le hizo saltar; después, abrí bien la boca, y engullí todo lo que podía. No es por echarme flores, pero me han dicho varias veces que soy buena en el oral, y aprendí a meterme las pollas hasta el fondo, cosa que he comprobado que les encanta a los hombres. Y lo hice. Noté cómo Armand gimió, y su mano, cogió mi pelirroja cabellera para verme bien la cara mientras se la chupaba, no me molesta reconocer, que con hambre de hombre. Su sabor me impregnó entera, y una de mis manos se bajó a mi entrepierna, y empecé a masturbarme con ganas. Soy multiorgásmica, y tuve un par de orgasmos, gimiendo como una loca poseída mientras tenía todavía su polla en la boca, metida hasta el fondo. Aquello pareció gustarle, y trató de clavármela aún más profundo si cabe. Mi boca estaba tensa al máximo, y al sacarla lentamente, por su polla cayó abundante saliva. Supe que se estaba conteniendo como un campeón: no quiso correrse en mi boca pese a que yo lo intenté con todas mis ganas. Ya puesta a tener sexo con ese desconocido marido, que fuera con todas las consecuencias.

—Para —dijo secamente. Tiró sin piedad ninguna de mi pelo, haciéndome apartar mi boca de su polla de sopetón; vi que estaba totalmente teñida por mi pintalabios. Aquello me gustó. Lo había marcado—. Aún no vas a hacer que me corra. Antes de eso prefiero follarte. Quiero ver si mi mujer es capaz de aguantar mi ritmo.

Creído, dije mentalmente.

Pues no, no era un creído.

*

Me llevó del pelo hasta la cama, haciéndome ir a cuatro patas, como si fuera su perra. No quise oponer resistencia, por ser quien era, y por la reputación que me enteré que tenía su familia.

Vi su firme culo, y me asaltaron malas ideas. Pero las dejaría para más adelante. No me importa reconocer que soy bastante promiscua y que he tenido experiencias raras o exóticas, como queráis llamarlas, que se distinguían del sexo convencional. Y ese hombre, por extraño que pareciera, me empezaba a gustar a un nivel muy primitivo.

La cama era una king size, gigantesca. Las luces estaban graduadas al mínimo, pero pude apreciar unas sábanas de algodón egipcio y el cobertor, que había sido retirado.

—Sube —ordenó escuetamente. Y se notaba que estaba habituado a dar órdenes. Conforme subía a la cama, noté un susurro de tela, y algo cayó ante mis ojos, tapándome la vista—. En nuestra familia —noté que decía, mientras otra banda de tela me ataba las manos—, se comparte… todo.

JODER.

Pero no pude hacer nada. Iba a patalear. A oponer resistencia. Lo de la violación iba a ser verdad, me iban, me iban a… Pero algo en mi mente me susurró, quizás la parte de zorra que tenía tan enterrada y solo dejaba salir en ocasiones especiales. Disfrútalo. Ahora es sexo con más de un desconocido. Mi adrenalina se disparó, empecé a respirar rápido… joder, no sabía lo que me esperaba, no sabía lo que iba a pasarme…

Y de pronto todo pensamiento huyó de mi mente.

Tomé aire bruscamente: me habían quitado el bustier rápida y expertamente.

Me tumbaron boca arriba. Noté que me abrían las piernas. Eran las manos de Armand. No sabía cómo, pero lo sabía. Me acarició los muslos, me los besó, lamiendo el flujo que había derramado mientras se la chupaba, y justo cuando gemí profundamente al sentir el largo lametón que me propinó desde el ano hasta el clítoris, al abrir la boca… me la llenaron. Otra polla de buen tamaño me inundó la boca, me arquearon la cabeza, y no es que chupara, no, es que  me follaron la boca. La polla entraba y salía. Mis labios se hincharon, pero joder, me gustaba. Mientras me irrumaban de esa forma, mientras poseían mi boca, otro par de manos, más finas, apostaría que femeninas, me empezaron a sobarme los pechos. Me excitaron los pezones y los pellizcaron. No sé cómo sabían que me encantaban los pellizcos que subían de intensidad, y unos labios delicados pasaron a succionar y chupar, lamieron mis pechos sin descanso, los estrujaron, los cubrieron de saliva. Yo iba a perder el sentido, porque a todas estas sensaciones tenía que unir el hecho de que me estaban comiendo el coño de forma magistral. La lengua recorría mis pliegues, entraba en mi vagina suavemente, me lamió el clítoris y lo presionó con fuerza, alternándolo con una delicada y provocativa succión. Mis manos aprisionadas se pudieron mover lo suficiente para atrapar el escroto de quien me follaba la boca, y lo estimulé.

—Eh, Armand, a tu mujer le gusta… —dijo una voz grave y profunda.

—¡Shhhh! —reprendió mi marido brevemente.

Yo empecé a chupar la polla, sintiendo un sabor distinto al de Armand, más fuerte y denso. Y de pronto, noté que paraban de comerme el coño para pasar a poseerme. Armand se levantó y la punta de su grueso miembro pasó a acariciarme el clítoris. Escuché besos, succiones, el ruido de unos flujos de mujer. Dios qué era aquello… Cómo podía desatarse tanto vicio en una noche de bodas… Desconocidos todos para mí… Sólo de pensarlo mi entrepierna parecía una fuente, y me ardía. Y sentí la polla. Aquel tremendo miembro entró despacio en mí, y me estacó tras varios tientos suaves. Armand gruñó con satisfacción, y empezó a aumentar la cadencia. Parecía un pistón. Perdí la noción del tiempo. El pollón que tenía en la boca  empezó a palpitar. Un gruñido. Dos. Salió de mi boca y noté el espeso semen caer sobre mi cuerpo, mis pechos y mi vientre. Aquello hizo que me corriera sin pretenderlo, inopinadamente. Un latigazo en mi vientre y mi coño tuvo fuertes espasmos que atraparon con fuerza la polla de Armand en mi interior. Él empezó a bombear más fuerte, llenándome. La zorra que habita en mí empezó a hablar, pidiendo más, pidiendo su semen en mi interior, sin pensar en nada, ni consecuencias ni otras preocupaciones. Sólo quería más sexo.

La misma lengua que había estado lamiendo mis pechos pasó a recoger todo aquél semen, a recolectarlo y bebérselo como si fuera ambrosía. Yo latía entera, notando cómo mi interior reclamaba más y lanzando varias oleadas más de placer sobre mí y sobre el miembro de mí desconocido maridito. Cuando ya no quedó nada, noté movimientos en la cama. Un olor. A mujer. Dulce salado… joder, un coño. Encima de mí. Querían que se lo comiera… sentí dos piernas arrodilladas al lado de mi cabeza, dándole la espalda a Armand y el coño bajó despacio hasta que lo noté sobre mis labios. Instintivamente lancé la lengua. Esto era mejor que cualquier orgía a la que hubiera ido. Olvidé todo pensamiento y mi lengua probó aquel coño depilado. Sabía a gloria me encantaba, salado, dulce, profundo. El clítoris era grande, abultado, palpitaba, igual que su interior. Mis manos, estiradas sobre mí, notaron el peso de unos pechos, que empezaron a sobar y pellizcar. Lamí los pezones mientras seguía sintiendo los embates de aquella magnífica e incansable polla. Me vinieron dos orgasmos más, y la mujer desconocida se corrió en mi boca un par de veces, y noté un sabor más salado que el de los jugos de su coño. Debía habérsele escapado algo de orina… y no me importó. Sentí más excitación. Joder, qué guarra y pervertida me sentía. Casi culpable por estar disfrutando tanto.

Un último orgasmo que me recorrió de arriba abajo, haciéndome temblar y que se me endurecieran más fuerte los pezones. Agotada, di un último chupetón a aquel delicioso, salado y jugoso coño que de repente se apartó. Unos brazos fuertes me hicieron dar la vuelta en la cama y levantaron mis caderas, haciéndome ponerme a cuatro patas, aun con las manos atadas. Mi culo estaba expuesto. Había probado el sexo anal, sí, pero aquella polla fijo que me destrozaba si lo intentaba.

Unos dedos me acariciaron el ano mientras mi cabeza era atraída sin piedad sobre el coño, de nuevo, esta vez en otra postura. Pero ahora pensaba jugar. Levanté las manos, suplicando que me quitaran la atadura.

—Por… favor… —alcancé a musitar.

Me la quitaron. Y mis dedos buscaron con avidez aquel coño que me volví a comer, pero esta vez, hurgando el interior de aquella vagina. Cuando estuvieron bastante lubricados, jugueteé con el ano de la mujer, que abrió más las piernas, con un suspiro. Unos dedos gruesos entraron en mi esfínter despacio, pero progresivamente. Primero uno, luego dos, y me lo empezó a follar despacio mientras su miembro volvía a taladrarme sin piedad. Me sentía perra, pervertida, guarra… joder, me sentía bien, una puta diosa del sexo en ese momento. Escuché sonido de succión y supe que la mujer estaba comiéndose la otra polla casi con ansiedad. Lo que yo no sabía era cómo Armand estaba aguantando tanto sin correrse.

De pronto salió de mí y puso su pollón en la entrada de mi ano. Quise decir que no lo hiciera, que me lo iba a romper, que me haría daño… pero cuando toda aquella masa de carne entró, dejé todo pensamiento atrás. Empezó un bombeo leve, cauto, viendo cómo respondía mi culo… yo había tenido un par de orgasmos anales, y eran geniales, pero con consoladores y un pene mucho más pequeño. Aquel miembro no solo me sodomizó, sino que ocupó todo lo que mi culo tenía de superficie interior. Sentí que estaba tan dentro de mí que no cabía nada más, que no existía nada más. Poco a poco, mientras yo me entretenía dentro de la mujer, mi culo fue perforado más y más, más rápido, sin piedad ninguna. La mujer pasó a moverse despacio hasta ponerse debajo de mí. Pude besarla, notar sus labios, el sabor a polla de su lengua, y ese enorme falo que ella estaba comiendo pasó a ser de las dos. Ella lo movía para mí, para que me lo comiera, para compartirlo entre ambas. Nos besamos, nuestras lenguas se encontraron y cubrimos aquella polla de saliva entremezclada. Mi culo estaba abierto hasta extremos insospechados, y gemí, grité que me corría, y cuando lo hacía, la otra polla me taladraba la boca hasta ahogar mis gemidos, mientras mis tetas eran reclamadas y pellizcadas con fuerza.

—Alto —clamó la voz de Armand.

Y todo paró. Salió de mi culo, me movieron con presteza, me sentaron en la cama.

—Abre la boca.

Lo hice. Ya no pensaba. Sólo deseaba y sentía. La polla de Armand entró. En otras ocasiones habría gritado, habría dicho que aquello era una asquerosidad… pero no pude decir ni hacer nada más que, en ese trance, chuparla notando el sabor ácido y sorpresivo de mi culo…

—Traga, esposa, traga lo que es tuyo.

Noté su polla palpitar, agitarse, y de pronto, estalló. Su semen me inundó la boca y tragué los cálidos chorros, uno tras otro, todo lo que pude. Lo que me caía por la comisura me era lamido y retirado por la lengua de la mujer.

Sin esperar, el otro hombre se corrió también, en mis tetas, y la mujer volvió a limpiarlo todo, incluyendo el de mis labios, para después besarme. Joder, no se lo había tragado, y ahora me lo pasaba en la boca. Era la mayor perversión que había hecho hasta ese momento y me estaba encantando ese maldito vicio.

Caí, derrengada en la cama. Escuché los pasos de los otros dos, que se iban, y la puerta cerrarse.

Me retiraron la venda de los ojos y mantuve los ojos cerrados, pues sabía que habían encendido las luces. Mi cuerpo era un mar de hormonas, agitado y en paz a la vez, con el coño empapado y el ano irritado, pero ahora mismo no me importaba.

Al abrir los ojos pude ver a Armand de espaldas a mí, desnudo, gloriosamente desnudo, mirando por el gran ventanal, al lado de la bañera, llena de agua caliente.

—Levanta. Ven aquí. Bañémonos.

*

— ¿Qué locura es esta, Armand? —pregunté.

Ambos estábamos en la bañera, cada uno en un extremo. Era enorme, de dos por dos metros, casi como un jacuzzi. Había velas encendidas alrededor.

—Es la costumbre de mi familia. Sabes a qué nos dedicamos, y por qué te han casado conmigo. Mi familia es antigua, muy antigua. Y tiene prácticas ancestrales. El sexo es un pilar, y créeme, lo descubrirás: hay muy pocos tabúes entre nosotros. Y tendrás que aceptarlo. Lo quieras tú o no. Lo quiera yo o no. Es lo que hay si quieres que tu familia esté segura…

—Yo… ¿puedo contarte algo?

Él asintió, mirándome con los ojos oscuros, que me devolvía el brillo de las velas.

—Sé que mi familia está en peligro, que mi padre hizo algo que no debía, que soy poco más que un rehén o algo así… pero todo esto… —señalé a la cama. Mientras nos bañábamos una camarera de piso entró y cambió las sábanas—, joder, Armand, apenas te conozco, has sido el mejor polvo de mi vida… y esto me ha gustado.

Me puse roja, lo sé, lo noté, el rubor subiendo por mis mejillas como una carga de la caballería ligera de húsares, a toda velocidad. Me sumergí más en el agua.

Armand no dijo nada, sonrió oscuramente.

—Pues no sabes lo que te espera… Hay más, mucho más. Tenemos negocios, pero cuanto más follas en esta familia, cuantas más cosas hagas, más confían en ti… y es posible que… bueno, que hagamos cosas importantes, si tienes la disposición adecuada —dijo sonriendo y mostrando una perfecta dentadura.

*

Informe 8864

División de Crimen Organizado

Interpol

Bruselas

EXTRACTO

 

Familia Orsini-Ducovic

 

El Clan de los Tigres de Dalmacia, también conocido como los Orsini, son un grupo familiar dedicado al crimen organizado contra los que no se ha podido probar nada cierto ni capturar a miembro alguno, pese a las vigilancias.

Componen un grupo muy cerrado y receloso, más que los sicilianos.

En la actualidad se dedican presuntamente al tráfico de armas y blanqueo de capitales, inversiones inmobiliarias en distintos puntos y se sospecha que al robo y reventa de vehículos, además de disponer de un grupo de sicarios exmilitares de reconocida eficacia.

Varios testimonios de delatores (hallados muertos a las pocas horas), afirman que tienen una agencia especializada de asesinos a sueldo de élite, pero no disponemos de más información.

Se seguirá vigilando pertinentemente.

 

ACTUALIZACIÓN

Uno de los hijos principales de la familia dominante, los Orsini, acaba de casarse con la hija de un banquero catalán hace una semana. Mantener bajo vigilancia.

¿En serio? ¿Eso era todo? Carol no podía creérselo. Una de las más importantes agencias de investigación del mundo ¿y sólo se disponía de ese exiguo folio? ¿Qué se suponía que debía hacer ahora? ¿Detenerlos a todos? Menudo ascenso y traslado… aquello era un maldito regalo envenenado.