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Madre e hijo. Al servicio de sus caprichos.

en Amor filial

Hay cosas que nunca me había planteado hasta que empezaron a ocurrir. No pensaba ya en ello, simplemente ocurrían y dada la corriente de confianza sin paliativos, sincera, sabiendo que nunca nos haríamos mal, poco a poco íbamos explorando nuestros propios límites.

Hablábamos mucho, desde luego, y Víctor me comentaba todo lo que le pasaba en la universidad. En una de estas me habló de la fiesta a la que fue con unos amigos, Óscar y Gustavo, y allí vieron que en una habitación estaban haciendo una fiesta de otro tipo, en la que varios chicos practicaban sexo con varias chicas, todos a la vez. O sea, una orgía de toda la vida.

Yo le comenté que era algo que había visto también y que una vez incluso me invitaron a una. Me pidió que se lo contara y aunque era más anecdótico que otra cosa le relaté la historieta de mis años mozos en los que en un botellón acabamos en la casa de campo de un chico, creo que se llamaba Martín o algo así, y follamos en público. Insistió en que le contara los pormenores de lo que hicimos, y como se mostraba insistente, lo hice. Víctor, mientras yo se lo contaba, se sentó a mi lado, me quitó los pantaloncitos del pijama y me empezó a masturbar primero, mientras le relataba cómo el tal Martín —creo— me hizo primero chupársela. De hecho éramos tres parejas y las tres chicas hicimos lo mismo. Nos sonreíamos entre nosotras mientras nos ocupábamos de las pollas de nuestros hombres. Luego pasamos a ponernos a horcajadas sobre ellos y follamos. No hubo mucho más pero me excitó mucho, sobre todo porque nosotras estábamos totalmente desnudas y ellos vestidos y aquello me encendió en ese momento. Conforme le contaba a Víctor cómo me ponía a horcajadas sobre Martín y su polla se me clavaba, él bajó y empezó a darme largas lamidas en el coño, a chuparme el clítoris, separando mucho los labios mayores y recorriendo todo mi coño con la lengua hasta el punto de hacer que me corriera en su boca cuando acabé de relatárselo. Se apartó, limpiándose con el dorso de la mano y me besó, para que tuviera mi propio sabor en la lengua.

Fue ese fin de semana cuando pasó. Víctor había ido a jugar al baloncesto con Óscar y Gus, y yo estaba en casa acabando de escribir una novela corta que tenía pendiente. Estaba como siempre, solo con una camiseta y unos shorts cómodos, descalza, enfrascada escribiendo cuando escuché la puerta.

—Mamá, soy yo. Vengo con Óscar y Gustavo, que a lo mejor salimos más tarde y se van a duchar —dijo la voz de Víctor desde el pasillo.

—¡Vale! ¡Hola Gus, hola Óscar! —dije

Los conocía desde niños ya que eran compañeros de Víctor en cole, luego en el insti y aunque estudiaban carreras distintas, se veían todas las semanas para ir al cine, jugar a basket o salir de farra. Eran inseparables.

No era la primera vez que tenían ese plan así que ni me preocupé, me limité a seguir escribiendo. Mientras escuchaba el trasiego en la ducha y los cuchicheos de los chicos fui a la cocina a servirme otro té. Al volver me tropecé a Gus, alto, moreno, con sonrisa de truhán y mandíbula fuerte, que estaba solo con los pantalones. Estaba muy marcado y trasteaba con el móvil en el pasillo.

Él me sonrió y yo también, entrando de nuevo en mi habitación/despacho. Me miró las tetas, puesto que se me habían endurecido los pezones y pude sentir su deseo como si lo llevara pintado en la cara. ¿Les habría contado algo Víctor?

Aquello quedó respondido cuando a los veinte minutos mientras yo estaba ensimismada escribiendo una escena, sentí a Víctor detrás de mí. Me abrazó, cogiéndome las tetas y me besó el cuello.

—¡Vic! ¡Que  están tus amigos!

Ese fue el comienzo de aquel fin de semana.

—Ya lo sé que nos están mirando. Les he invitado yo a mirar… y a participar si quieren.

—¿Qué? —fui a levantarme pero me mareé ante las palabras de Víctor.

—Escucha… Dijiste que harías lo que quisiera. Quiero esto. Quiero compartirte con ellos. Quiero demostrarles que mi madre es única, que es no solo muy sensual sino muy puta, qué es lo que me atrae de ti, qué es lo que eres capaz de despertar. Quiero ofrecerte a ellos —me susurró al oído.

Yo empecé a sentirme como si estuviera borracha, pero no era negación, no era miedo… era excitación. Miré de reojo y ahí estaban los dos, el truhán de Gus y Óscar, con su cara de buen chico, rubiales y de ojos azules y chispeantes, los dos en calzoncillos.

Víctor tiró de mi camiseta y obediente —y zorra— mente me dejé desnudar. Mi camiseta cayó al suelo, así como los shorts, y los chicos pudieron ver mi cuerpo desnudo mientras Víctor se frotaba contra mi trasero. Mis tetas, grandes y pesadas, los pezones duros, la areola ligeramente arrugada de la excitación, mi vientre solo un poco abultado y la raja de mi coño, el nido del deseo oscuro que sentían.

Mi hijo me cogió los pechos con ambas manos, las estrujó, haciéndome gemir como una zorra, y empecé a respirar profundamente. Las erecciones de Gus y Óscar eran más que patentes. Fue este último el primero en acercarse, quitándose los calzoncillos. Tenía una buena polla, dura, arrogante, descapullada y con el glande rosado, las venas marcadas. Algo más fina que la de mi hijo. Por su parte Gus, al quitarse el calzón, dejó ver una erección tremebunda, dura pero cabezona, colgándole hacia abajo, era gruesa, bastante gruesa, venosa y con el glande rosa claro. Óscar, sin timidez alguna, tomó el pecho derecho que Víctor le ofrecía. Mi hijo, ofreciéndome a sus amigos, y yo, su madre, su puta, para complacerlos. Fue él el que me empujó a arrodillarme y atender esas tres pollas que me producían una sensación mareante. Óscar sabía fresco, limpio. Su polla estaba caliente y me palpitó un par de veces dentro de la boca mientras me la introducía casi entera. Gus tenía un rabo con un sabor más especiado, la piel algo más gruesa y su glande me ocupaba casi toda la boca hasta que pude tragarlo un poco más. Los masturbaba mientras atendía una de las pollas, acariciabas sus testículos y gemía con sus pollas dentro de la boca haciendo que se estremecieran. Cuando ya estuvieron bien ensalivadas, me levanté para ir a la cama. Me tumbé en el borde, y allí, Víctor fue por el lado contrario para poder disponer de mi boca a gusto. Me metió la polla en profundidad para después pasar los huevos por ella y hacer que le lamiera el ano. Gus se arrodilló al pie de la cama, me abrió de piernas y empezó a comerme el coño. Ufff… me estaba poniendo mala. Y encima Óscar se puso a horcajadas sobre mí, me juntó los pechos y puso su polla en medio para masturbarse. Ahora sí que era un objeto de placer para los tres. Tres pollas: en mi boca, en mis tetas y enseguida tuve la de Gus en mi coño, penetrándome despacio al principio pero cogiendo fuerza después, reclamando su placer dentro de mi vagina. Tres hombres para mí… Notaba la polla de Gus entrando, reclamando. Los huevos de Óscar me rozaban el pecho mientras su polla des deslizaba entre mis tetas que no paraba de amasar y de tirarme de los pezones. Mientras, mi boca era ocupada por la polla de mi hijo y sus huevos… Hasta que cambiaron. Víctor relevó a Gus y me penetró, follándose a su madre de nuevo, mientras Gus ponía su polla con olor a mi coño entre mis tetas y Óscar me la metía en la boca. Así estuvieron, matándome de gusto, usándome para el suyo, bastante rato, turnándose dos o tres veces. Cuando me quise dar cuenta, estaba tumbada sobre Gus cuya polla estaba alojada dentro de mi culo mientras Óscar me penetraba la el coño a placer. Los dos se sincronizaron y empezaron a follarme doblemente. Víctor a su vez me ofrecía su polla para que se la chupara cosa que hacía casi perdiendo el contacto con la realidad.

Pasó un buen rato, no paraba de correrme. Había tenido varios orgasmos pero los chicos parecían reservarse. De vez en cuando alguno de ellos paraba, se sentaba en mi escritorio y bebía algo mientras los demás me follaban.

Víctor me estaba follando por el culo, yo puesta a cuatro patas y tratando de conservar la cordura cuando llegó la chica de un tiempo antes había compartido habitación con Víctor, la tal Amanda. Entró sonriendo mientras yo era tomada por todos mis agujeros a la vez.

—Ufff… yo quiero de eso —dijo, desnudándose—; ahora entiendo por qué me has invitado, Vic… —informó.

Amanda tenía el cuerpo atlético, los pezones ligeramente claros con respecto a su piel y unos pechos hermosos y lozanos. Víctor le indicó que se pusiera encima de Gus. Así yo podría comerle las tetas mientras me penetraban doblemente y Gus ocupar su boca en el placentero menester de comerle el coño… Estaba tan excitada que empecé a lamerle y chuparle los pezones después de un profundo beso con lengua. Aquello había acabado por convertirse en una orgía de todas, todas.

No tardamos en estar las dos mujeres tumbadas con los orificios atendidos por los tres chicos. Amanda era una folladora activa y rápida que tampoco me desatendió. Mientras nos follábamos compartíamos besos o la polla de quien no estuviera ocupado.

Al parecer el plan de los tres había sido ese, disfrutar de un fin de semana con nosotras dos.

Y entonces, se organizaron. Los tres hicieron lo mismo empezaron a follarnos con más fuerza pero solo se corrieron en el coño de Amanda. Los tres. Yo me sentía frustrada, me quejé, me crucé de brazos, quería también mi dosis de semen… pero entonces Amanda se levantó, se puso a horcajadas sobre mi cara, me dijo, en tono de orden, que abriera la boca, me tiró del pelo para pegarme a su coño y lo dejó fluir hasta mí. El semen de los tres, juntos en mi boca de una sola vez, desde el coño de esa chica. Yo no podía dejar de tragar, de meterle la lengua dentro del coño para sacar hasta la última gota. Víctor me empezó a comer el coño una última vez y no tardé ni tres minutos en correrme en su boca mientras terminaba de lamerle el coño a Amanda, que de paso, se corrió en la mía.

A la mañana siguiente, en cuanto me levanté, lo primero que noté fue una erección contra mi espalda. Estaba cansada de la noche anterior (estuvimos hasta cerca de las 3 de la madrugada) pero de inmediato algo en mí se reactivó. Fueron las palabras de Víctor. «Quiero ofrecerte a ellos». No sabía quién de los tres era y quizás eso era lo que más me excitaba. Cerré los ojos. Me besaron el cuello, accedieron a mis pechos. Me desnudé, sin dejar de cerrar los ojos. Una mano exigente me tiró de los pezones que estaban sensibles y se erizaron enseguida. De pronto la mano bajó, llegó a mi entrepierna y se la ofrecí moviéndome. Unos dedos se adentraron en mi humedad matutina, me acariciaron, me penetraron. De costado, me separaron las nalgas, accedieron al agujero de mi vagina y me penetró. ¿Quién? No lo sé. Nos empezamos a mover, sincronizados. Sus gemidos en mi oreja, sus manos en mis pechos, mis propias manos masturbándome. Me corrí, me chupé los dedos, se los ofrecí y los aceptó. De pronto sentí una descarga. Me penetró profundamente, hasta el fondo, me dolió un poco, y sentí la palpitación de ese pene y el semen derramándose en mi interior. Ufff… follada de buena mañana y… Se levantó y cuando fui a darme la vuelta, una mano me mantuvo en la misma posición, de costado. Otro de los chicos le había tomado el relevo. Mi coño rezumaba semen pero no pareció importarle y me penetró igualmente. Fue un goce propio y egoísta pero el hecho de estar siendo usada me encendía y volví a masturbarme mientras me follaba. Una polla apareció ante mi boca. La olí, y olía a mi coño. ¿La que me acababa de follar? Me cubrí la cara con la camiseta del pijama para no ver y abrí la boca. La polla entró y supe que mi trabajo, mientras me follaban, era limpiarla, así que la chupé despacio, con delicadeza y hasta el fondo para eliminar todo rastro de sabor a coño y a semen. Y de nuevo se corrieron en mi interior. Ya sabía lo que me esperaba: la tercera. Tardó un poco más, nadie decía nada, y la tercera polla, finalmente, compareció y entró en mi coño lleno de semen. Me folló, fue rápido, intenso separándome más las nalgas. Yo me apliqué a limpiar la segunda polla con la boca me pareció deliciosa, densa, sabrosa, untuosa y demasiado rica… El tercero se corrió en mi interior y yo ya no aguantaba más, culminando con un orgasmo vaginal increíble mientras me amasaba los pechos. La polla apareció en mi boca y la limpié, haciendo esfuerzos por no reconocer ninguna. Cuando abrí los ojos no había nadie en la habitación. Me levanté pasados unos minutos y fui al cuarto de baño mientras escuchaba a los chicos y a Amanda en el comedor, desayunando. Olía a café, tostadas, huevos y chistorra, uno de mis desayunos favoritos, cosa que mi hijo sabía. Al entrar les di los buenos días y los cuatro me sonrieron. En la mesa iban vestidos, pantalones y camisetas, no acepto a nadie sin camiseta en mi mesa. Amanda llevaba un vestido holgado blanco que no dejaba nada a la imaginación, totalmente transparente,  y sus picudos pechos jóvenes y antigravitatorios desafiaban la mirada.

Me senté y Víctor me sirvió café mientras Óscar, con una tostada de paté en la boca, me acercaba la fuente de huevos revueltos.

Hacía un día bastante bueno y los chicos me ayudaron a poner algo de orden en la casa, a cambiar sábanas de mi cuarto, que olía a cubil zorresco y poner la casa a ventilar pese al día que estaba ligeramente tempestuoso. Cerca del mediodía se aclaró, y ofrecí hacer una comida en la terraza. Vivimos en un ático y tenemos una amplia y hermosa terraza, más alta que la mayoría de edificios circundantes, así que me puse manos a la obra. Amanda me acompañó mientras los chicos bajaban a comprar. Ella propuso para la tarde hacer una sesión de cine y lo que fuera surgiendo.

Cuando estábamos solas en la cocina, mientras yo iba sacando y picando verduras y ella las lavaba para prepararlas para la parrilla me preguntó que qué tal me había levantado.

—Cansada… aunque tampoco me han dado mucho margen —le confesé.

—¿También te han follado los tres de buena mañana?

La miré con los ojos muy abiertos.

—Pues sí. Vaya, vaya… los tres te habrán dejado…

—No, no, qué va —dijo Amanda, quitándole importancia con una mano—: no se corrieron…

—Entonces lo hicieron en mí, los tres… gorrinos…

Nos reímos quedamente entre nosotras, complicidad femenina sin competencias de ningún tipo.

Un buen rato después, tras comer, de rodillas a cada lado de las piernas de Víctor, le chupábamos la polla a mi hijo, compartiéndola, lamiendo, succionando, reclamando el semen de su joven rabo y deseando más. Su polla, dura y lujuriosa, hacía que coincidieran nuestros labios, que nos besáramos al encontrarnos en el glande de Víctor, intercambiar algunos lengüetazos.

Me di cuenta de que el sexo con ese grupo surgía de forma casual, sin imposiciones, natural y limpio. Lo que no eximía de que de vez en cuando hubiera cierta dureza pero que esta también aparecía de forma espontánea, llevando un horizonte de sexo al sexo más duro o más pervertido de forma orgánica.

Al cabo, Víctor estaba tumbado, bien abierto de piernas disfrutando de las atenciones que le dábamos Amanda y yo en su ano, sus huevos y su durísima polla mientras Gus y Óscar se ocupaban de nuestros traseros uno al lado del otro, con nuestras alzadas grupas a su disposición para que alternaran agujeros. Compartí con Amanda la eyaculación de mi hijo en nuestras bocas y nuestras caras pues cuando Víctor estalló, convergimos en él para compartir ese semen delicioso y cálido. Los dos muchachos eyacularon también, Óscar en mi culo y Gus en las nalgas de Amanda, cosa que aproveché para recolectarlo, lamer todo ese semen y mientras Víctor me follaba y sus amigos descansaban, probar de nuevo el coño de la muchacha que se abrió de piernas para mí como una flor carnosa y extremadamente húmeda. Se corrió en mi boca, eyaculando un poco y haciendo que le clavara la lengua bien profundamente. Víctor acabó sobre sus pechos, así que también tuve que lamerlo todo de ahí, de nuevo, excitándola, pero haciendo esta vez que fuera ella quien se ocupara de mis pechos y mi coño para mi disfrute.

Ni que decir tiene que acabamos dormidos en las tumbonas de la terraza hasta que empezó a refrescar y fuimos al salón, duchándonos previamente y viendo un par de películas hasta entrada la noche.

El domingo se fueron pronto. Yo estaba agotada de tanto sexo y Víctor también andaba cansado. Me había encantado tener a esas dos jóvenes pollas también en mi casa y trasegando mis orificios. Amanda se quedó a dormir y tras una rica cena de tallarines de pasta fresca con setas salteadas, volvimos a ver algo en la tele hasta que a mí el olor de Víctor me distrajo y empecé a besar el cuello de mi hijo.

Él se había acostumbrado a esa llamada y su polla, independientemente de lo cansado que estuviera él, reaccionó. Amanda, al otro lado de Víctor, sonrió.

—No tienes suficiente de tu hijo, ¿eh? —me dijo sonriendo, malvada.

—Imposible —le respondí mientras lo empezaba a masturbar—. Mi hijo es mi hombre y si me tiene que preñar, que me preñe… solo quiero que me folle y me haga su puta una y otra vez —las palabras salieron de mi boca como si fueran lo más natural del mundo.

Decidimos ir hasta mi cama.

—Ven, te voy a enseñar algo —le dije a Amanda.

Volví a coger el plug anal negro, lo lubriqué y se lo coloqué a mi hijo bien dentro de su culo, después de ponerle la abrazadera metálica.

Amanda abrió mucho los ojos.

—¡Vaya tranca se le ha puesto! —dijo.

Víctor estaba tumbado en mi cama, con la polla preciosa, dura, tremendamente venosa. Mientras, yo me coloqué detrás de Amanda y le empecé a besar el cuello, a tocarle los pechos y pellizcárselos mientras sentía los míos pegados a su espalda. Sus pezones eran sensibles, más que los míos, pero aun y así se los pellizqué con fuerza, y, cuando abrió la boca, le metí toda la lengua, exigiéndole.

Le separé los bonitos labios del coño y accedí a su humedad sin dejar de sobarla, pellizcarla y hacerla gemir. Mis dedos acariciaron un duro clítoris y una tremenda humedad. Víctor nos miraba meneándosela despacio. Le metí los dedos en profundidad. Un coño joven, prieto, que se acoplaba de inmediato a mí… ¡qué no haría con una polla! La masturbé un rato y cuando sentí que latía en mis manos, la empujé despacio para que fuera hasta Víctor. La hice ponerse de rodillas y meterse la polla de mi hijo. La probaba y luego se la daba. Chupar una polla que está congestionada con un aro es otra experiencia. La notas más dura, los relieves de las venas pasan por tus labios, excitándolos. Yo empujaba la cabeza sin mucha piedad sabiendo que la niña tragaba. Se la sacaba, su saliva formaba hilos en torno a la polla de mi hijo, le hacía lamerle las pelotas y yo seguía con la polla para tirar de su cabello y que se uniera a mí en la punta después. La miré, le hice abrir la boca y escupí dentro, y ella gimió. Era sumisita la muy puta.

—Vamos, hay que meterte toda esa tranca en el coño.

—Sssí…

—Sí, ¿qué? —le exigí.

Ella respiró más rápido, profundamente. Bajó la cabeza.

—Sí, mamá —respondió ella, entrando, sumergiéndose en el juego.

La miré cuando levantó el rostro y le di una bofetada.

—Venga, niñata descarada, clávate la tranca de mi hijo —le dije yendo hasta el otro extremo.

Me abrí de piernas y empecé a bajar para pasarle a mi hijo mi propio coño por la cara mientras veía a Amanda agarrar la polla y clavársela bien dentro del primer embiste. Después empezó a subir y bajar amasándose los pechos mientras yo sentía la lengua de mi hijo pasar por mi coño que estaba empapado e hinchado, como siempre pasa cuando te lo comen en esa postura. Su lengua entraba en mi interior, reclamaba todo mi flujo y pasaba aterciopelada, empapada, por mi clítoris arrancándome gemidos.

—¿Puedo correrme, mamá? —me pidió Amanda pellizcándose de los pezones.

—No. No hasta que lo haga él. No seas puta.

—Por… favor… lo… lo necesito…

—No hasta que Víctor se corra.

Empezó a gemir más y más alto, convulsionando en un titánico esfuerzo por contener sus orgasmos que se apelotonaban por estallar volviéndola extremadamente sensible.

Yo me corrí dos veces mirándola y ella tenía lágrimas en los ojos, se mordía los dedos.

Me aparté y tras besar a mi hijo profundamente y lamer su cuerpo hasta la raíz de su polla, lamiendo después, malvadamente, el clítoris de la chica, la agarré por detrás, le metí un dedo por el culo mientras le acariciaba los pechos.

—Vamos, Víctor, derrámate en ella. Préñala. Llénala de semen, que es la zorra de tu hermana y va a morirse si no se corre.

Víctor, como llamado por la providencia gritó, cabeceó y su orgasmo surgió a presión como una fuente pública en una rotonda. Chorros y chorros de semen que se compaginaron con el orgasmo de Amanda que la sacudió hasta hacerla perder el conocimiento totalmente por la cantidad de excitación que había estado sintiendo.

Yo no la dejé ahí, me dediqué a sacarle el semen del coño con mi lengua para, después de tragármelo, besar a mi hijo que estaba apenas consciente disfrutar de todo ese sexo que se espesaba a nuestro alrededor.

Creo que iba a tener un bonito y nuevo juguete en Amanda…