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Matrimonio Obligado V. Negocios: Carmilla

en Trios

Para poneros al día de la saga, os dejo los enlaces a los otros capítulos

Matrimonio Obligado I: http://todorelatos.com/relato/123299/

Matrimonio Obligado II: http://todorelatos.com/relato/123775/

Matrimonio Obligado III: http://todorelatos.com/relato/128994/

Matrimonio Obligado Interludio: http://todorelatos.com/relato/129145/

Matrimonio Obligado IV: http://todorelatos.com/relato/129265/

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Matrimonio Obligado V

Negocios: Carmilla

 

Se llamaba Carmilla. En serio. Y todo acompañaba.

Nos recibió en su dominio de Hungría, una gran casona cercana a la frontera rumana. Una mansión muy antigua, vetusta, pero bien conservada. Donde antaño habría guardias armados, de librea, pertrechados, ahora había comandos con armas automáticas y perros que aparecían y desaparecían entre los oscuros arbustos apenas iluminados por aquel cielo nublado.

Carmilla era la rama más al este de los negocios Orsini-Ducovic, olvidada por la familia y en eterna liza con las mafias más agresivas y duras, como la rusa y la albana. Pero sobrevivía. Mantenía los negocios, si bien con ciertas perdidas, pero pérdidas aceptables que aún la configuraban como uno de los puntales claves de los negocios y una barrera de contención que hasta los propios rusos temían. Carmilla no manejaba grandes cuentas, por así decir, pero era muy temida y respetada, y su negocio, intocable.

Armand y yo salimos hacia la propiedad de Carmilla con un grupo pequeño pero fuertemente protegido, llegando en avión privado al aeropuerto de Budapest y desplazándonos en una limusina blindada con coches de escolta. En Hungría anidan oscuras fuerzas, y mafias antiguas y posesivas.

Las verjas metálicas en forma de telaraña se abrieron, y los hombres armados y con los rostros cubiertos por máscaras antigás (detalle que me incomodó y resultó chocante) nos miraron impertérritos con las manos sobre las armas. Carmilla estaba extremadamente bien protegida.

La propiedad era grande, no solo la casona, sino además las tierras que la rodeaban. Sus satélites y validos estaban por toda Hungría, sus agentes se distribuían por las fronteras, los aeropuertos y las carreteras, dentro incluso de las agentes de la ley.

*

 Carmilla nos esperaba en la entrada. Era alta, delgada y de tez blanca y cabello negro. Casi me recordaba a Morticia Addams. Con un elegante vestido negro de corte italiano, un largo collar de perlas y un pequeño medio velo sobre la cara (viuda desde hacía dos años, me explicó Armand, cuando su marido Piotr fue asesinado por la Bratvá, la mafia rusa, cosa que no quedó así, y Carmilla masacró a toda la representación de ésta en sus dominios con una fuerza letal y efectiva el mismo día del entierro en un golpe tal letal como cruel).

Nos recibió con una afilada sonrisa de carmín impoluto y un gesto abierto. A esas alturas yo ya hablaba varios idiomas gracias a mis largas horas de aprendizaje con varios tutores y con los negocios familiares. Pero Carmilla nos habló en inglés como deferencia.

—Bienvenida prima, a la familia —dijo con su fuerte acento, acercándose y dándome un solo beso en los labios, un segundo más intenso de lo necesario—. Armand, caro, has conseguido una buena una bella mujer que esté a tu lado… es hermosa…

—E inteligente —respondió mi marido sosteniéndome la mano—. Me está ayudando mucho.

—Venid, queridos míos, venid, dejad un poco de vuestra felicidad en estos muros, y del mundo exterior. Estoy impaciente por escuchar las novedades…

Dicho esto nos llevó a uno de los amplios salones, recargados, de un estilo más eduardiano que húngaro, donde nos dio de comer (ella no lo hizo), y hablamos hasta muy tarde en la noche.

Armand, Carmilla y yo teníamos mucho de lo que hablar, que planear. Varios aspectos de los negocios de la familia habían estado desarrollándose de forma extraña y debíamos investigarlos. Perdíamos terreno en varios puntos, y eso no podía consentirse: debíamos recuperarlo o la familia se vería muy afectada por la competencia. Y Carmilla sabía mucho, puesto que sus agentes estaban en toda Hungría y en muchos puntos de Europa, y podía averiguar mucha información. De hecho Carmilla no se limitaba a los negocios dentro de su país: era un concentrador de información que se había visto relegada por la actual dirección del negocio… y que, tras hablarme de ella, yo no pensaba dejar de lado. Era una poderosa aliada desperdiciada por Mircea, que se concentraba en los nuevos negocios antes de asentar los viejos ante las mareas crecientes de las mafias extranjeras que empezaban a golpear fuerte.

Anocheció, y nos retiramos a nuestras habitaciones.

Ahí se fraguó nuestra alianza.

*

Armand se estaba duchando. Yo acaba de salir de ella y me había puesto algo de lencería: un bustier rojo y negro, medias, y unos brazaletes ceñidos. Quería provocarlo, que la tomara…

De pronto se abrió la puerta de la habitación. Carmilla estaba ahí. Claro. Por supuesto. Era muy probable que quisiera unirse, dadas las costumbres de la familia… y yo necesitaba que ella estuviera a bien con nosotros. Y lo que veía me gustaba.

Estaba muuucho mejor de lo que me había parecido en un primer momento. Creía que era delgada, pero era sólo el efecto de su vestimenta holgada y gótica. Sin embargo resultó tener un cuerpo mucho más voluptuoso de lo que en un primer momento dejaba entrever. Era poco menos que una Mónica Belucci: caderas amplias, pechos llenos, labios voluptuosos y una mirada acechante y enigmática. Vestía de negro, cómo no, con una bata negra transparente y tan solo una cadena de metal negro en las caderas de la que pendía una cadenita con una calavera.  Dos anchas tiras de cuero negro ceñían sus muslos, y un brazalete con forma de serpiente en el bíceps.

La miré largamente. Ella calzaba unas mulé que dejó en la entrada, descendiendo de las alturas de los tacones, y mostrando unos bellos pies perfectos y más blancos que rosados.

Su bata cayó al suelo, y sentí que mi vientre se humedecía: aquello me estaba empezando a gustar, y mucho, y realmente tenía ganas de probar a la prima gótica y húngara, con ese aire melancólico, duro y agudo. Se acercó a mí con un contoneo de caderas y su sonrisa sangrienta se centró en mí. Por un momento me pareció que tenía los colmillos más largos de lo normal… pero eran imaginaciones mías.

Se acercó. Olí su perfume de flores exóticas, el picante aroma del deseo. Nuestros labios se unieron como por imanes. Los suyos eran llenos y jugosos, su lengua, maliciosa, que acariciaba mis comisuras con hambre, por debajo de los labios, lo que me dio un escalofrío de placer. Sus larguísimas uñas afiladas, lacadas de un morado oscuro, me recorrió la espina dorsal. Yo besé su cuello, largo, marfileño, lo recorrí con la lengua, desde su barbilla a las clavículas. Toqué sus pechos llenos, que ella me ofreció arqueando su cuerpo. Eran pesados, apetitosos, con unas grandes areolas del mismo color que la piel, y un pequeño pezón que mordisqueé. Ella atrajo con fuerza mi cabeza, y me instó a morder. Lo hice, y gimió. A esas alturas nuestros dedos buscaban nuestras hendiduras ávidamente, perdiéndose en la humedad de su entrepierna, apretada, deliciosa, los suyos de pliegues delicados, algo largos y prominentes, pero ardientes. Nos besamos con profundidad, lengua con lengua, y la recosté despacio en nuestra cama. Abrí sus piernas bien para contemplar ese coño pálido y rosado, de largos labios que chupé y besé. El clítoris era grande, y lo lamí, jugué con él, sintiendo sus manos en mi cabeza deseando más.

Sentí en ese momento la presencia de Armand tras de mí. Había salido desnudo, sentía su calor, y cómo abrió mis nalgas para lamer mi ano, que pulsó con la primera lamida que me dio. Gemí. Gemí en el coño de Carmilla, comiéndoselo mientras Armand me lo comía a mí. Carmilla y yo nos corrimos a la vez, con fuertes espasmos. Levanté la cabeza y sonreí a la prima húngara. Me devolvió la sonrisa afilada y miró detrás de mí, a Armand. Ambas nos movimos para arrodillarnos ante su solemne polla. Yo se la presenté. La cogí, apretándola para que se congestionara más. Acaricié sus testículos, pesados, y acaricié sus venas.

—Ven prima… pruébala… es deliciosa y bastante grande…

Carmilla murmuró algo en húngaro, y la acercó a su boca para introducírsela con la avidez de una famélica mujer que no ha probado bocado en años. Chupó con intensidad, metiéndosela casi entera y cubriéndola bien de saliva. Se la sacó y la movió, bien empuñada hacia mi boca, donde la recibí con ansia. Chupé lentamente su prepucio mientras Carmilla bajaba un poco y se dedicaba a sus testículos, metiéndoselos progresivametne en la boca y chupándolos, estirando suavemente para provocarlo más. Nos turnamos, chupamos a la vez el miembro, labio con labio, sonriéndonos, compartiendo en nuestras bocas la saliva y el flujo que emanaba su polla en pequeños rosarios perlados que lamíamos de los labios de la otra.

—¿Quieres probar más, prima Carmilla? ¿Quieres probarnos? —le dije, levantándome y poniendo mi barbilla sobre el hombro de Armand, sin dejar de agarrarle la polla y tendiéndosela, bien apretada y congestionada. Ella seguía arrodillada.

Carmilla se levantó, también acarició la polla y mi mano, y besó a Armand, metiendo la lengua profundamente en ambas bocas, compartiendo un beso húmedo y lujurioso. Los dos respondimos, devolvimos ese beso, lamimos el cuerpo entero de la prima y la arrojamos a la cama.

Llegado un punto, Armand se afanaba entre sus piernas con decisión, con su polla entrando y ensanchando ese coño delicioso que yo ya había probado. En cuanto a mí, había dedicado un buen rato de la follada de mi marido a chupar sus tetas, a masturbarla con la lengua mientras ella hacía lo propio con mi coño; yo pasaba la lengua por la polla de mi marido que bombeaba en su interior conforme salía, hasta que un tercer orgasmo me sacudió, y me dediqué a besarla y masturbarla con haciendo que se corriera. Vi que Armand estaba listo, que se iba a correr, conforme se volvía más impertérrito y se tensaba.

Hice que Carmilla se incorporaba mientras sacaba la polla de mi marido de ella, la chupé con fuerza, notando el sabor del coño en la piel húmeda de él, y lo masturbé con fuerza hasta que se corrió en los pechos blancos de la húngara, que gimió y se corrió, sin dejar de tocarse. Mientras Armand se retiraba, Carmilla tenía un segundo orgasmo al verme lamer todo ese semen de su piel y dárselo a probar de mi lengua.

*

Estaba atada por las muñecas. Al parecer la habitación estaba llena de pequeños detalles para la dominación y la sumisión. En un punto de la noche Armand me puso mi collar, mi lindo y precioso collar, y tensó unas cuerdas en mis muñecas en una argolla alta con un gancho. Me había puesto un bondage de pecho que me congestionaba las tetas y unas pinzas con pesos tiraban de mis pezones y otras mis labios inferiores. Armand había conseguido un flogger y me azotó hasta congestionarme toda la piel, de la espalda y del culo, culo que había sido ocupado por un precioso plug metálico con una joya en el extremo.

Quería agradecérselo, decirle a mi Amo y Señor que agradecía ese castigo y esas fuertes emociones que me daba el someterme a él, pero no podía: una mordaza de bola me sellaba la boca.

Vi entrar a Carmilla. Se había cambiado. Llevaba un corset negro y unas medias altas y oscuras con ligero, acabando en unos zapatos de tacón con la puntera abierta y un amplio lazo en el empeine. Llevaba una mano rematada en zarpas de metal aguzadas, una rejilla de luto le tapaba el rostro y un alto moño con largos palillos metálicos cruzados remataba su indumentaria.

Me miró, y acarició mis congestionados pechos con la garra metálica. Dolió. Salieron puntitos rojos, sangre, un pequeño reguero, y la lamió de ellos, sintiendo su lengua ardiente, pues al congestionarse se enfriaban ligeramente. Gemí. Armand me alzó de los muslos, y me penetró con fuerza, sintiendo cómo mi culo se estimulaba al rozar su polla el gran plug de metal a través de la pared que dividía ambas partes. Carmilla me miró con ojos perversos. Una de sus garras acarició mi barbilla desde la mandíbula hasta llegar al labio. Sus ojos eran de un profundo color violeta, casi imposible. Su mano izquierda, libre de garras me abofeteó una vez, con fuerza. Yo estaba perdida en las sensaciones, en las que me provocaba mi marido usándome y en la humillación de la bofetada de ella… Me bajó la mordaza. Me metió un dedo en la boca y me ordenó que lo chupara. Mi lengua jugueteó con él y lo tomó con avidez. Armand seguía follándome. También sentía su fuerza al alzarme en vilo y ello me excitaba aún más.

Carmilla se alejó un momento y se colocó un strap-on con un gran miembro negro de silicona y se dirigió hacia mí. Arman la vio, y me sacó el plug, para metérmelo en la boca.

—No lo sueltes, fena —dijo, llamándome “puta” en su idioma. Me ponía muchísimo que hiciera eso.

Mordí el plug mientras sentía cómo su miembro entraba en mi dilatado ano y cómo Carmilla me penetraba por delante con el miembro sintético. Ambos me follaron, con fuerza e implacabilidad, sin importar las veces que me corrí. Armand me descolgó. Me hormigueaban los brazos. Entonces vi lo que iban a hacer. Carmilla empezó a chupársela delante de mí, conociendo mi sabor, a masturbarlo. Luego él empezó a masturbarse al igual que ella. Armand no tardó en correrse, llenando mis atados pechos de su semen ardiente, y Carmilla al verlo tuvo un brutal orgasmo que la hizo eyacular también sobre mí.

Me sentí usada, sucia por sus fluidos, pero tuve un orgasmo tan potente que sentí latir todo mi cuerpo, desde las sientes a mi entrepierna y los dedos de mis pies, sintiendo por último el golpe sordo de mi cuerpo en el suelo.

*

 Cuando amaneció, vi a Carmilla irse de la habitación. Follamos durante un buen rato más aquella noche, después de que yo me repusiera de la fuerte impresión que me provocó el orgasmo compartido. Tanto en sumisión como libremente, gozamos de nuestros cuerpos con intensidad y hambre, hasta que cerca del alba nos dormimos.

 Me di la vuelta y me apreté contra la ancha espalda de Armand, que me tapó el rayo de sol que entraba y me dormí profundamente.

Horas más tarde nos levantamos y bajamos a desayunar. Allí, lejana e impertérrita, en una gran silla, estaba Carmilla, en la gran mesa.

—Buenos días —saludé acercándome a ella y dándole un beso en los labios. Creo que eso la descolocó, porque hasta sonrió.

—Buenos días —respondió.

Sirvieron un copioso desayuno y seguimos hablando.

Llegamos al acuerdo: usaríamos información de las fuentes de Carmilla, a cambio le proporcionaríamos más hombres, como tendrían que haber hecho desde el principio, y un puesto en el consejo, dado que lo que estábamos planeando Armand y yo, ni más ni menos era hacernos con el poder de la familia.

Mircea estaba perdiendo el interés y le íbamos a ofrecer en su momento una salida, y por ello estábamos absorbiendo ramas de la familia y disponiendo nuestras propias piezas en aquél ajedrez.

Y para ello, entre otras cosas, nos estábamos preparando con varios movimientos importantes. Incluyendo a Carol.

Informe de Interpol. Canal privado. Verificación 88-52, agente encubierto.

Nos encontramos en Hungría. Se ha producido un encuentro inesperado con la rama más oriental de la familia, la conocida Carmilla Ducovic-Danesti, que nunca habíamos podido relacionar con la rama Orsini. 

Intentaré enterarme del fruto de las reuniones, dado que es altamente peligroso que me descubran.

Pero es muy posible que el equilibrio en el seno de la familia cambie, y con ello se produzca algo parecido a un “golpe interno”, y la sangre puede correr…

 

Lo que no contó Carol en el informe fue cómo se tropezó con Carmilla al salir ésta de madrugada de la habitación. Cómo ésta la miró y le hizo un gesto con un dedo armado de una garra, y Carol, seducida por aquella diosa oscura la siguió hasta sus habitaciones.

Allí Carol sufrió. Y también se deleitó. Conoció del dolor y el éxtasis en manos de aquella mujer que la esclavizó durante una noche, que la hizo suya, que la besó como el regalo más precioso que jamás hubiera recibido. La azotó, la tomó, y le enseñó a darle placer y lo recibió a cambio. Carol jamás llegó a pensar que aquello podría gustarle… y lo escribió puntillosamente en el diario que guardaba en la nube, en un punto inaccesible de la Red.

Lo que no contó, era cómo los límites entre el bien y el mal se empezaban a desvanecer y empezaba a simpatizar con aquellos seres que antes había detestado desde su despacho… y que poco a poco empezaba a querer proteger. Quizás fuera por un extraño síndrome de Estocolmo pero veía cómo la central de Interpol tardaba cada vez más en responder y en proporcionarle lo que necesitaba. Y ya sabía lo que era eso, pensó mientras yacía desnuda en la cama de Carmilla y ella le acariciaba con la garra de metal: poco a poco la dejarían sola, la abandonarían, y harían que se ahogara, o, peor. La delatarían. No era la primera vez que lo veía. Y sabía que pasaría. Creía que era cosa de infiltrados corruptos, pero empezaba a entenderlo: las mafias también tenían sus infiltrados…

Así que tomó la delantera. Sabía que Carmilla era especialmente cruel. Mató a una mafia entera, familias incluidas sin despeinarse. Así que ella sería su suprema valedora si le revelaba la verdad y era sincera, si conseguía convencerla. Al menos elegiría caer por todo lo alto, si ello se producía.

Y allí, desnuda, lo hizo: se confesó ante aquella vampira que la azotó, le pegó, la sodomizó y le arrancó cada uno de sus secretos con sus garras de metal, y a la que juró obedecer: porque al menos ella sí sería honesta. Y si la iba a entregar o a matar, la vampira se lo diría. Carmilla la Cruel, quien hasta en la mafia rusa creó la emoción del miedo.