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Más confesiones de un cornudo

en Trios

Que mi mujer me pone los cuernos es algo que ya sé. Que me pone como una moto, o dos, es algo con lo que vivimos. Sí, lo sé. Soy un cornudo y un consentido. Y no me importa lo más mínimo. Nos casamos hace cinco años y ya de novios veía cómo a veces se enrollaba con alguien en un bar, pegada a la mesa de billar (para hacer esas cosas nos íbamos a la otra punta de la ciudad, normalmente), y mientras yo me la tocaba debajo de la mesa. Luego se salían al callejón, por ejemplo, como en aquella noche en cuestión. Yo me quedaba, pagando las consumiciones, como buen cornudo. Y, excitadísimo, daba la vuelta. Desde la verja veía cómo se la follaba contra la pared, cómo venía un colega y se la metía en la boca mientras el otro la embestía sin mucha consideración. Dos agujeros llenos a la vez y ninguna de las pollas era la mía. La mía, en cuestión, estaba enfundada en los pantalones y desde algún ángulo muerto me limitaba a mirar hasta que se me encharcaban los calzoncillos.

—¿Te has excitado, eh, cerdo? —me decía en casa, cuando me desnudaba y echaba los calzones en la cesta de la ropa.

—Sí.

—¿Viste cómo me follaron los dos? Joder, todavía me duele la boca. ¿Te la meneaste?

—No. Podían verme —repuse, agachando la cabeza.

En ese momento empezó a crecerme la erección. ¿Sabéis por qué no lo hice? Porque me dolía. Porque la muy puta me había atado los huevos y la polla con un cordón negro y lo tenía constreñidísimo. Podría habérmelo quitado, sí, pero, ¿dónde estaría la gracia? Ahora sin embargo me empezaba a doler más y la polla me crecía con fuertes latidos.

—Dios, qué bien les sabían las pollas. Cuando se turnaron en mi coño y probé mi propio sabor en el aparato del rubio, ufff… me corrí dos veces —me confesó.

Estaba de pie, desvistiéndose despacio. Tenía las bragas empapadas de flujo, sudor y semen de los otros dos. Se las quitó y apareció una sonrisa de maldad en su rostro.

—Vamos a hacer una cosa. Te lo desato y te la chupo hasta que te corras, si te pones mis bragas sucias en la cabeza.

No tardé ni dos segundos en quitárselas entre sus risas burlonas. Cumplió su palabra. Solo con las medias negras puestas se arrodilló y me quitó el atado, para después hacerme una mamada con esa boca donde habían estado dos pollas aquella noche, antes que la mía. En esa boca usa. En esa lengua lasciva. Entre esos labios hinchados de chupar otros miembros. Y eso hacía que me excitara más todavía.

Se aplicó, cumpliendo su palabra. Siempre cumplía su palabra. Ya fuera para decirme que me la iba a chupar o que se iba a tirar a cuatro en una noche y que luego me pondría el coño en la cara. Era mujer de palabra.

Viernes.

 En realidad no soy nada sumiso. Es solo que me excita verla decir y hacer guarrerías. No es mi ama, ni señora, ni domina ni hostias. Solo es la guarra de mi mujer. Es una persona extremadamente especial para mí con la que comparto una mentalidad liberal y un amor extremo del morbo. No estamos siempre y todos los días con el mismo rollo. Lo dejamos para cuando apetece, realmente. Pero me encanta ver cómo escoge siempre a tíos buenísimos y fuertes que a mi lado, un oficinista que gusta del ciclismo, lo que me hace aún más esmirriado por pura constitución física.

No os voy a aturdir con verborrea sobre cuánto me ponen mis compañeras de oficina. Ni las nuevas que entran, jovencitas, pipiolas y parlanchinas, ni alguna madurita que tiene que atesorar un buen currículum en la entrepierna y otros sitios, a juzgar por lo que se oye.

La cuestión es que ese viernes, hastiado de una semana asquerosa repleta de dosieres, informes, papeleo y burocracia gris y pesada como el plomo, llego a casa. Nada más entrar escucho trajín. Vivimos en una urbanización donde solo un tercio vivimos allí y el resto la tiene para las vacaciones, en una localidad levantina (nosotros huimos al norte). Así que ese trajín no es normal, y me encuentro con que mi mujer, que ha llegado antes de trabajar, está arreglando no sé qué de la casa. Ese día le tengo ganas, después de una semana de hacerme sufrir. La pillo por sorpresa, y mientras está agachada en el salón buscando algo en el sofá, le levanto la falda y le bajo las bragas.

—¿Pero qué haces cabrón? —me espeta.

Es escuchar el insulto y se me pone la polla dura como el mármol. Le meto los dedos sin miramiento ninguno y ella gime.

—Estás mojada, puerca. ¿Ya te has estado tirando a alguien en tu despacho? —le replico.

—Si lo hubiera hecho te habría mandado fotos de cómo me follan o me lo follo, capullo. Y ahora a ver qué eres capaz de hacer… joooooder —impreca cuando se la meto de un tirón. Está tan empapada que me entra hasta la empuñadura. Mis huevos chocan con su vulva pegajosa—, ya tenías ganas, ya —me dice mientras siente cómo su coño se agarra a mi miembro venoso y durísimo.

—Me has estado torturando toda la semana, so puta, así que ahí tienes. Te follarás a muchos pero esta es la polla de tu marido.

Le sale una risa gutural y excitada. Le arranco la ropa como puedo para que quede desnuda pero a cuatro patas en el sofá. Quiero que se sienta follada y usada como un animal creado exclusivamente para follar —cosa que casi es, y son sus propias palabras—. La embisto una y otra vez sin muchos miramientos ni cariño, casi con rabia. Si estaba tan mojada es que estaba pensando alguna maldad, ya la conozco, joder. Mi polla entra y sale con fuerza, y le agarro las anchas caderas. Su culo se abre y cierra. Tiene las nalgas grandes y perfectas para agarrar y un asterisco de carne, el ano, rosado y apetitoso, jodidamente bien dispuesto siempre para ser penetrado. Su piel es suave y rosada y sus pechos redondos y firmes. Lleva una cola de caballo que sujeta con una coleta. Tiro de ella para levantarla un poco y hacer que grite. Le agarro posesivamente una de sus grandes tetas y le estrujo el pezón, se lo retuerzo, le hago saber que la estoy usando. Ella aprovecha la postura para tocarse y se masturba como si se quisiera borrar el clítoris con el dedo. Le mordisqueo la nuca, la huelo, su sudor me enciende, me excita, la turgencia de su teta; le meto los dedos en la boca y los chupa entre sus labios gruesos y rosados que tantas pollas ha mamado, entre ellas la mía, hasta vaciarme directo en su garganta. Pego mi cabeza a su hombro, se acerca mi orgasmo. Ella ya se ha corrido tres veces, la muy puta. Mientras me corro y la lleno se semen se lo digo, le digo al oído lo puta que es, lo cabrona, lo que me gusta y lo que me enciende. Mi corrida es como un estallido, como si una cuerda invisible hubiera estado sujetándome las pelotas sin dejar que saliera nada y la siento como un manguerazo. Siento que ella se corre otra vez, grita, gira la cabeza y me besa.

—Besa a tu zorra, cornudo.

Le sujeto la cara, le mordisqueo los labios.

—MI zorra chupapollas.

Ríe otra vez, pone los ojos en blanco, sé lo que viene ahora, y le agarro las dos tetas con  tanta fuerza que temo que le vayan a salir morados. Pero esos orgasmos que le vienen de vez en cuando que ella dice que son completos, que se corre con todo el cuerpo, hace que se desmaye de placer. Su culo se corre, su coño, vagina y cérvix, su clítoris y hasta con los pezones se corre la muy guarra. Ha nacido para esto.

Se despierta en mi regazo. Estamos desnudos en el sofá. Ella con la cara mirando a mi vientre.

—¿Llevo mucho dormida?

Después del orgasmo, efectivamente, se ha desmayado y tras recuperar la consciencia se ha dormido.

—Veinte minutos —le digo, mientras sigo acariciándole suavemente el cuerpo.

—Mmmm… quéagusto —murmura.

No sé qué es, quizás su aliento o su respiración, pero siento cómo vuelvo a tener otra erección. Ella me mira, hacia arriba, sonríe, y no espera a que se me ponga dura del todo: se la mete en la boca y me hace una mama despacio, parsimoniosa. Mis huevos quedan cubiertos de su saliva, me palpita la polla, me corro en su boca y ella traga todo mi semen. Me quedo con la cabeza apoyada en el respaldo del sofá y el miembro palpitando mientras ella lame las últimas gotas de mi eyaculación.

—Esta noche viene David —sentencia, más que informa.

Genial. David. El amante musculoso de mi mujer… y también mío, a ratos. Pero sobre todo porque ella me obliga a hacer cosas con él delante suya… Cosas de ser un cornudo y que además me guste.

*

—No es que no me guste follar contigo, maridito cornudo —me dijo, vestida solo con lencería, un camisón transparente y medias, sin bragas, con los grandes pezones duros como esquirlas de diamante, mientras yo permanecía sentado en la butaca de nuestra habitación—, es que necesito y me voy a comer y follar más pollas que la tuya.

Era una sentencia, sin ambages, sin engaños. Y acto seguido se puso de rodillas a los pies de la cama donde David estaba sentado y desnudo. Ese jodido atleta griego estaba empalmado por encima de la línea de flotación de su ombligo, en medio de sus putos abdominales de pila de lavar ropa, y, golosa, Alicia la cogió, la movió despacio de arriba abajo. Joder, la tenía durísima y a mí se me estaba poniendo igual. Ya transparentaban varias gotas de presemen en la punta de mi miembro.

Alicia le dedicó su afán, su devoción. Le encantaba aquella polla. Es más, le encantaba comérsela delante de mí. Por eso estaba en el lado de la cama donde podía mirarme a los ojos cuando David se tumbó a disfrutar de las atenciones que mi mujer le prodigaba mientras yo estaba sentado y quieto, mirando, con los ojos brillando en la penumbra de la habitación.

Tras reconocer el terreno con las manos, acariciarle el escroto con sus manos cálidas —el mío se encogió por reflejo—, sacó la lengua. David ya se había tumbado y Alicia me clavó la mirada mientras su larga lengua recorría todas aquellas venas y la piel cálida despacio, hacia los testículos. El cabrón depilado suspiró del gusto. Alicia siguió lentamente hasta los testículos y se los chupó, primero el izquierdo, luego el derecho. Los llenó de saliva, dejándola caer en hilos transparentes. La recogió con la lengua y la repartió por aquellos huevazos. Siguió más abajo y lamió el perineo de David. Gentilmente abrió más las piernas y la cabrona de mi mujer le hizo un beso negro, un rimjob, le lamió el ojete, para entendernos, y el otro más lo disfrutaba. Ahí estaba la puta de mi mujer, aquella con la que me casé en un castillo al atardecer, comiéndole el culo a un doríforo, para después subir de nuevo, pasando por los testículos, mordisqueando suavemente el escroto. No me quitó ojo. Me miró muy fijamente. Abrió la boca todo lo que pudo, enristró en su mano la polla y se la metió centímetro a centímetro en la boca todo lo que le cupo, haciéndome saber, ver y experimentar que se la estaba chupando a otro hombre, delante de mí, en nuestra cama, en nuestra casa. Y se afanó. Mucho. Chupó largamente, recorrió todo lo que le cabía en la boca de ese miembro, y dejó caer la cabeza una y otra vez, con los labios rosados estirados para abarcar toda esa carne venosa. Sacaba levemente la lengua por encima del labio inferior. A esas alturas su coño debía de ser poco menos que una catarata. Una catarata que David se iba a follar delante de mí.

Pasó un buen rato en la felación, deleitándose, haciendo suspirar a míster pectorales, y yo no podía quitar ojo. Lo estábamos grabando, claro: a veces nos gustaba follar insultándonos con los videos de fondo, indicándonos cuán cornudo era yo y cuán puta ella.

David se incorporó lentamente. Alicia se puso de rodillas en la cama, arrancándose el vestido. El musculado hombre le magreó y besó las tetas, le chupó los pezones con fuerza, mordiéndolos cada vez que ella se lo decía pues a Alicia le gusta duro, le gusta que se los muerdan y tiren de ellos. Es capaz de correrse solo con eso.

Mientras le comía y amasaba las tetas, sujetándole ella la cabeza, enredando los blancos dedos en el cabello corto, rubio y rizado por arriba, vi que levantaba las caderas. Se movieron un poco y pude ver cómo Alicia se clavaba toda la polla en el coño y empezaba a moverse, imponiendo su ritmo. Podía escuchar la succión que hacía su coño bien prieto y lubricado alrededor del miembro de David mientras él le comía las tetas y yo los miraba, sentado, sin moverme.

—Dioooos… joder, qué buena polla tienes, nene —decía mirándome a mí directamente—. Qué rico follas y qué hondo llegas… ufff… ufffffff… Podría tirarme todo el día encima de esta polla…

—Bah —dijo David separando los labios de sus pezones—. Pues ahora vas a ver, zorra.

Acto seguido se levantó con ella en brazos —puto gimnasio— y la colocó en la cama. Le dio la vuelta, levantó sus caderas y la embistió. Empezó a tronar contra sus nalgas con fuertes golpes de cadera mientras se le marcaban las venas de todo el bajo vientre, como si fueran las raíces de la polla. Alicia entrecerraba los ojos, casi no podía enfocarme de cómo se la estaba follando, de cómo ese tremendo ariete le estaba perforando. Sus tetas se mecían a cada embate y vi en sus labios cómo se sucedían orgasmos, uno detrás del otro. Conté no menos de cinco. Y entonces David agarró con fuerza las caderas de Alicia, los nudillos blancos, y empezó a embestir con más fuerza, en busca de su propio orgasmo, dilatado ya mucho el tiempo del placer de mi mujer.

—De… esta… te… preño… putaaaaa —bramó mientras se corría. Luego lo comprobé: cuando David se corre, no sé con qué mierdas se alimenta, suelta un manguerazo increíble, digno de deshidratarse.

David se separó del coño de Alicia y se sentó en una silla junto a la pared, respirando agitadamente. La puta de mi esposa se dio la vuelta, puso su coño mirando en mi dirección y empezó a masturbarse, con el culo bien alto, tocándose, diciéndome que mirara cuánto semen había en su coño y que era de otro hombre. Su vagina palpitó con fuerza mientras un orgasmo brutal le llegaba y hacía salir más de ese semen blanco y caliente.

 No fue el único asalto.

—Tú, mamporrero —me dijo David, meneándosela otra vez al cabo de veinte minutos. Mi mujer ni siquiera había ido a lavarse, aún tenía bastante semen del tipo en su interior y rio cruelmente cuando lo escuchó llamarme por ese apelativo—. Ahora te voy a hacer un hombre, cornudo de mierda. Voy a volver a follarme a tu mujer. Esta vez por el coño y por el culo. Y tú vas a limpiar ese coño y a lubricar bien ese culo para que yo se la meta. Y si te portas bien a lo mejor te dejo catar algo.

Me sentí humillado al oír a ese veinteañero de mierda hablarme así y las carcajadas de mi mujer. Me acerqué a ella, que se abrió gentilmente de piernas.

—Y no dejes ni una gota, cornudo —me dijo Alicia aplastándome la cara en su coño.

Lamí y chupé, humillado y con la erección más tremenda que recordaba. Mi polla entera me pedía a gritos que la usara pero mi interior masoquista y morboso decía que no, que era el otro el que tenía que disfrutar de ella, que tenía que ver cada cara de placer que ponían los dos en mi cama mientras follaban y yo solo mirar. Y ya me pajearía en la ducha.

El semen sabía al principio agrio y luego más dulzón. Lamí toda la vulva de Alicia, que se corrió dos veces más sin dejar de apretarme la cabeza contra su carnoso coño. Metí la lengua en su interior y ella contrajo los músculos vaginales, haciendo salir el semen con fuerza, lanzándomelo a la cara con un blups suave. Dios, cómo me puso esa humillación de la muy puta. Luego le empecé a lamer el culo, le metí también la lengua para dilatarlo un poco y humedecer todo lo posible. Su culo es muy agradecido y prácticamente palpitaba pidiendo guerra.

Entonces pasó. David me tiró del pelo para apartarme. Creía que haría solo eso, que me quitaría de en medio para volver a cornear a mi mujer y de pronto me encontré con su enorme pollón en la boca.

—Lubrícamela bien, puto, y más te vale que me guste. Que todavía me llevo a tu mujer de tu casa, cornudo de mierda.

Humillado, hice lo que me pedía, increíblemente excitado. La polla sabía a su semen pero también al coño de Alicia.

—¿Ves? Sabía que eras maricón y chupapollas —dijo ella, sabiendo que no lo era, que aquello era solo… joder. Me gustó.

Chupé aquella magnífica polla. No lo había hecho antes, ni lo había imaginado ni fantaseado, pero el amante que le busqué a mi mujer —eso es otra historia, la de cómo conocí/mos a David, y nuestro trato de cama; todo lo demás era muy cordial, era casi un buen amigo nuestro— desató algo en mí desde entonces. Y me la comí con ganas, reconociendo el sabor del coño de mi mujer en su piel ardiente.

Al rato la sacó.

—No está mal, cabrón —dijo.

Y me pegó en la cara con la polla. La restregó por toda mi cara.

—Ahora por fin hueles a macho. Y ahora mira. Alicia y yo vamos a follar de lo lindo, la voy a sodomizar —«oh, dios, sí, David, por favor, rómpeme el culo», dijo la salida de Alicia, metiéndose dos dedos en el coño, masturbándose—, y luego veremos qué hacemos contigo.

Y vaya si lo hicieron.

Primero empezó follándole la boca. No chupándosela ella, no: la cogió del pelo, le puso la polla delante de la boca y cuando la abrió, se la metió tan hondo que le salieron lágrimas y tuvo arcadas. Ella se agarró a las caderas de David. No para retirarlo: quería que la tratara así más. Y la irrumó. A conciencia. Escuchaba sus glogloteos, sus arcadas, la saliva manaba profusamente, espesa, y respiraba agitadamente cuando le sacaba la polla unos segundos. Yo miraba y me relamía los labios.

Al cabo, puso a Alicia a cuatro patas de nuevo. Ella se tironeó de los pezones antes, y se puso en la postura adecuada después, mirándome, con los ojos hinchados y los ojos llorosos, varias lágrimas de esfuerzo corriendo por sus mejillas, saliva espesa cayéndole sobre las tetas, derramándose de sus hinchadísimos labios.

David entró en su coño para lubricarse y escupió en el ano de Alicia para, minutos después, mientras ella se apoyaba con el pecho en la cama y separaba bien las nalgas, apontocar la punta del capullo en su esfínter goloso y meterla despacio hasta que se la clavó entera. Alicia gritaba de puro placer, escandalosa, lujuriosa, puta. Yo veía cómo ese tío estaba reventándole el culo, como el ano de mi mujer se dilataba y subía y bajaba con su polla, como si no quisiera que se saliera de allí.

Yo iba a empezar a meneármela, y David negó con la cabeza.

—Aún no, cabrón. Tengo algo preparado para ti. Por ahora disfruta de las vistas.

Y empezó a follarse el culo de mi mujer a velocidad bestial, estampando su pubis contra las nalgas entreabiertas de ella que gemía a cada embestida, con cada vez que la sacaba, con cada orgasmo que le sucedía, perdiendo prácticamente la conciencia, vistas las babas que le caían de la boca. David se corrió al cabo de media hora de percusión carnal en el culo de mi mujer, llenándole el culo de semen olímpico.

—Ahora ven, cornudo —me dijo. Increíblemente su polla no se había bajado en absoluto. Tumbó bocarriba a mi mujer—. Fóllatela, que sé que lo estás deseando. Pero ya sabes que la he usado yo  primero, que su coño me pertenece y que seguramente tu polla nadará entre mi esperma ahí dentro.

No sabía qué estaba sintiendo, sinceramente: me limité a coger mi palpitante polla y meterla en la carne tibia de mi mujer. Humillantemente su coño parecía estar más dilatado de la cuenta, presto para recibir al pollón olímpico en lugar de mi miembro de tamaño medio.

—Casi no la siento, cornudo —murmuró Alicia abrazándose las tetas y jugando con sus pezones, entre risitas malvadas.

Empecé a clavársela con toda mi rabia, con toda la excitación acumulada, con los huevos morados. Apoyé mis manos en la cama y cuando estaba en mitad de la faena, lo sentí. De pronto dos manos apartaron mis nalgas.

—Ni se te ocurra moverte, cornudo. Me voy a follar a tu mujer a través de ti. No vas a servir ni para follarla, vas a ser una mera extensión de mi polla. Decepcionante, pero útil —dijo el pérfido gimnasta de los cojones.

Y lo hizo. Me la metió por el culo. Se había lubricado con algo que me quemó el ano un poco, durante un momento, y con un soberano empujón entró entera. Yo creía que me dolería o algo, que me desgarraría, pero no, mi ano traidor se expandió, abrazó la polla de David y de pronto me estaba follando a mi mujer como una marioneta, al son que él me marcaba, con los embistes delegados por su obra y gracia percusiva. Me agarró de los hombros y empezó a reventarme el culo con rabia y yo a esforzarme por seguir ese ritmo. Alicia se corrió una y otra vez. No sé si eyaculó o perdió el control de su esfínter, solo sé que cuando David se corrió en mi interior y yo, increíblemente, en el de ella, Alicia había empapado toda la cama —que tuve que limpiar yo—, y me había mojado a mí de sus fluidos.

Sí, lo estáis adivinando, aún con el semen de David en mi culo, tuve que limpiar de nuevo el coño de mi mujer y su culo —se puso en cuclillas sobre mi pecho primero para regarme de semen anal—, mientras el olímpico de los cojones sacaba dinero de mi cartera y pagaba al repartidor las pizzas que había pedido para todos.

Al menos no lo invitó a follarse a mi mujer. Esta vez.