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Madre e hijo. El principio.

en Amor filial

Quizás no debía haberlo hecho. A lo mejor fueron las noches de soledad masturbándome sola, delante de la tele, o puede que no haber tenido un buen hombre —o sea, polla— e incluso mujer, que a estas alturas de mi vida yo ya voy a lo que me apetece y más placer me da, ignorando las etiquetas y otras soplapolleces. Noches de soledad, o s decía, ginebra con lima y lecturas diversas hasta altas horas, encerrada en mi casa (trabajo en casa, sí. Debería buscarme un coworking o algo así pero para una escritora… ufff… qué pereza).

Vivo con mi hijo, Víctor, 23 lozanos años y acabando la universidad. Juega al baloncesto y es listo, muy listo. Está en programas de alto rendimiento. Es mi orgullo. Y… bueno, a él me refería con lo de “no debía”. No le conozco pareja, pero sé que tiene vida sexual, eso lo tengo más que claro. Alguna vez le he comprado condones.

Yo por mi parte tengo 46 muy bien puestos, lo tuve al final de mi carrera de Historia del Arte y su padre se desentendió y luego se mató en un accidente de coche. En este orden. A mis años estoy bastante bien. Soy rubia –teñida de mi castaño claro, seamos honestos–, pero no lo podréis comprobar porque me lo depilo. Tengo una boca bonita, los ojos verdes y grandes, mis tetas son mis dos maravillas que, aunque el tiempo les ha quitado la arrogancia antigravitatoria que tuve hasta el embarazo, siguen siendo bonitas, pesadas, de buen tamaño (no me caben en las manos pero sin exagerar) y aunque algo más caídas –sniff– siguen siendo dos beldades de pezón granate y areola ancha. Me mantengo en forma y me cuido mi piel clarita, mucho ejercicio de piernas que las mantienen tonificadas y el trasero duro, caderas anchas y pies pequeños de tobillos finos.

Era de noche, un fin de septiembre en el que el aire de la tramontana ya te hace cerrar la hoja de la terraza porque a eso de las dos de la mañana te da repelús. Me había quedado dormida en el sofá, debajo de mi manta favorita y tenía en la mano mi consolador favorito. Así de triste. Me dormí después de masturbarme viendo una mierda de serie victoriana, cayendo presa de mis fantasías, despatarrada en el sofá y con el coño hinchado y palpitante. Madre mía qué necesidad. Y eso fue parte del motivo de que ocurriera lo que ocurrió…

Arrastrando la manta me levanto, el consolador y las bragas en la mano derecha y con solo la camiseta de “Dueña de Gatos”, cuya cinturilla no me tocaba el ombligo por la tensión con mis tetas. Todo en mi vida es tensión. Se me endurecen los pezones cuando siento el aire frío que entra por la ventana del baño al que voy, limpio el cacharro, orino y me lavo el parrús desmochado. Me pongo las bragas de nuevo — ¡eh, que estaban limpias!—, y voy al cuarto de mi hijo, por donde entra corriente, ese helado viento nocturno. Así que entro, cierro la ventana y lo miro. Está dormido como un lirón. Es de sueño profundo así que no temo despertarlo. Estaría bien que me viera ahora, en bragas y con un consolador en forma de oruga simpática y gorda en la mano… lo que hay que ver. Sonrío. Voy a taparlo un poco con la arrugada sábana y al hacerlo la veo. La tremenda, gruesa y dura polla de mi hijo. Joder. No lo puedo evitar y la boca se me hace agua, y el coño, también. Se me encharca. Una buena, bonita y palpitante polla. Fijo que está teniendo sueños eróticos, solo hay que ver cómo estira el cuello… Pero no, agito la cabeza, Yoca, déjate de leches, que es tu hijo. Pero ¿tú has visto ese rabo? Me relamo. Esa malvada voz que tengo en el fondo de mi cabeza y de las que ha partido muchas veces algunas de mis peores ideas, (y también de las más divertidas) está trasteando otra vez.

¿Qué es eso? Veo que Víctor tiene algo en una mano, algo que agarra justo delante de su cara. Es un trozo de tela. Despacito, tiro de él. Al extraerlo, lo veo: son unas bragas. ¡Ay, pillín…! Durmiendo con unas bragas de… ¡Joder! ¡Son mías! ¡Son mis bragas! Las debe de haber sacado del cesto de la ropa sucia y… Son mis bragas negras… y además esas están… ejem… Digamos que me masturbé con ellas puestas así que tienen que oler… ¿Se ha estado… masturbando con mis bragas usadas?

Se me cae la manta del brazo y de pronto una mano ya se me ha metido en las bragas. Tengo el coño empapadísimo.

Voy hasta los pies de la cama con las bragas en la mano, dejo mi conciencia en la puerta, mirando al pasillo y me pongo de rodillas en un lado. Su polla está delante de mí, de mi boca, con una perlita transparente… Ufff… no… no debo… En la “d” del “debo”, y a tengo la boca abierta y la polla de mi hijo prácticamente entre mis labios. Es la polla más bonita que he tenido entre mis manos en mucho tiempo. Y no puedo, no quiero evitarlo. El puto demonio, la puta debilidad que me empuja a ello se hace fuerte, y mi mano derecha pasa a la izquierda el vibrador y agarra el falo de mi vástago. Lo muevo despacio, con firmeza, una, dos veces y se acaba de descapullar. Es un bonito y duro rabo que seguro que ya ha perforado a alguna incauta. O incauto. Creo que a mi hijo le van los dos bandos. Bien por él.

Dejo de pensar en el mismo momento en que me la meto entera en la boca. Escucho a Víctor gemir suavemente y me aplico, me aplico como si me fuera la vida en ello, sintiendo que la necesidad que tengo de hombre, de sexo, me incendia. Mi coño arde en flujo goteante, mi mano izquierda clava profundamente el consolador en él y lo pone a plena potencia, encabritándolo y haciendo que la segunda oruga gordota se afane en mi clítoris como una cabra en un buffet de ensalada. Dentro y fuera. Consolador y polla. Dos agujeros. La hostia qué guarra soy y cómo lo necesitaba.

La polla de Víctor es deliciosa, sabe divinamente, me hace gemir conforme se la chupo. Él se agita, en sueños, lo sé. Y colabora. Una mano suya va hasta mi cabeza y me empuja para que se la chupe más profundamente, cosa que hago con deleite. La saco y le como los huevos sin poder evitarlo, golosa, necesitada. Uno, luego el otro, adentro, cúbrelos de saliva, y de nuevo la polla, tras masturbarla varias veces con fuerza, a la boca. La he recorrido con la lengua y me la clavo más profundamente.

Me corro, joder, me corro… aaaah… hostias con el vibrador… lo apago, pero lo dejo ahí dentro, en mi coño palpitante mientras de rodillas acabo la faena. Voy más y más profundo y con una mano me ayudo a que Víctor termine. Su mano me empuja más profundamente y siento que se corre, palpita una, dos, tres veces y de pronto, mi boca se llena de semen. Lanza chorros como si le fuera la vida en ello. El último espasmo mueve las caderas y me la mete hasta la garganta, haciéndome tragar todo lo que ha soltado de un tirón. Joder. Mi hijo se va a deshidratar…

La saco de entre mis labios despacio, muy despacio, para limpiarla bien, absorbiendo hasta la última perla de semen. Ufff… Qué ha gusto me he quedado…

Y esto es solo el principio putilla  me dice la voz malvada de mi cabeza, mi yo más pervertido. Y tiene razón.

Antes de irme me meto los dedos, bien hondo en el coño, que está encharcado y salen empapados y con mucho flujo, se los acerco a la nariz, probando, tentando. Abre la boca, se los mete, los chupa y relame lentamente como si no quisiera arrancarles todo el sabor. Gime. Voy a tener que masturbarme otra vez como una condenada antes de dormir…

Creía que esa noche no dormiría. Aun me sabía la boca a semen, y me tuve que cambiar de bragas. El orgasmo habías sido de los intensos, y me palpitaba el coño solo de acordarme. Pero dormí profundamente. Cuando me desperté, Víctor ya se había ido, su habitación estaba recogida y sus sábanas cambiadas.

No os voy a mentir: no me concentré mucho ese día. Cada dos o tres horas no podía evitarlo y me masturbaba. No estaba así de loca con mi coño desde la adolescencia en la que me masturbaba con botes de desodorante roll-on (cerrados, claro).

Al final me forcé a concentrarme, tengo un deadline que cumplir y me tuve que empeñar a fondo, ponerme música tronante en los auriculares e ignorar el canto de sirena de mi ardiente coño para poder centrarme en lo mío. Claro que no ayudó mucho el hecho de que tuviera que escribir escenas eróticas… Pero sobreviví. Sin deshidratarme ni nada.

Víctor llegó tarde ese día. Yo estaba acabando de hacer la cena, había hecho pizza casera y le había preguntado si iba a retrasarse más para dejar la suya en el horno justo cuando entró por la puerta. Me dio un beso en la mejilla, diciéndome que sacara su pizza mientras se daba una ducha rápida que el entrenamiento lo había dejado reventado. Temblé al sentir sus labios, lo confieso. Yo temblé. Mi coño iba a su bola y se puso a babear.

Cenamos en el salón, viendo un programa de cocineros, que nos encanta, y diciendo cómo mejoraríamos la receta.

—Oh, vamos, el otro día en casa de Carlos comí una merluza mucho mejor preparada que esa cosa —dijo, gritándole a la tele.

Yo me reí.

—¿Cocina bien Carlos?

—Ufff… Está en una escuela de cocina y es un hacha. Fue el finde pasado que lo pasé en su piso y joder, qué bien cocina.

—Y, ¿te gusta? —le pregunté, guiñándole un ojo y bebiendo un sorbo de vino blanco.

Víctor casi echa la Coca-Cola por la nariz, pero fue por la sorpresa.

—Bueno… sí. Él me gusta. Y… la cuestión mamá es que… Tere, su novia, también me gusta y yo… o sea, nosotros… que…

Vale, no hablábamos mucho pero éramos sinceros siempre y yo ya le había contado que había probado con hombres y con mujeres, y que me gustaban ambas cosas. Mira tú por dónde el nene también había salido…

—Bisexual, ¿eh? —le dije.

No me miró, pero asintió.

Yo dejé la bandeja en la mesilla, le quité la suya, y lo abracé. Después me retiré un poco, lo miré, le despeiné el flequillo y le dije que todo estaba bien. Que era perfecto. Él sonrió y asintió, como si se hubiera quitado un peso de encima.

—Mira lo que está haciendo ese con las costillas —le dije, cogiéndole una mano, que él me agarró con fuerza—. Si le echa tanto curry la va a destrozar…

—Je, je…

De pronto me desperté. Nos habíamos quedado dormidos en el sofá, yo echada en él y Víctor en la parte de chaise longe. Respiraba con calma, acompasado, pero vi que una de sus manos estaba dentro de su pantalón corto y, sorpresa: volvía a tenerla dura. Y mi sonrisa se acrecentó, mi coño rugió y me volvió a dar hambre…

Esta vez, no me preguntéis por qué, fui mucho menos sutil. Me puse delante de él, le bajé los pantalones y liberé su polla de su mano, sentándome a horcajadas en sus piernas para ser yo quien se ocupara de esa joya de miembro. De nuevo me supo a gloria, su polla, sus huevos, joder, me gustaba todo. Mis manos recorrieron sus fuertes piernas y las entreabrió un poco. Lo escuché murmurar… «Ufff… Tere… Sigue… Y Carlos… también… ahhhh». Me puse cachondísima. Mi coño abierto rezumaba y una de mis manos tuvo que ocuparse de aquello para darle lo que necesitaba. Mis dedos se metieron en mi interior con práctica urgencia y me masturbé, empapada. Saqué la mano, la cambié y pasé a chuparle la polla a mi hijo con una mezcla de mi sabor y el suyo. Su polla palpitaba, se iba a correr. Dios, sí, vacíate otra vez en mi boca, cariño… y lo hizo. Mi boca había estado subiendo y bajando por todo su miembro, recorriendo cada vena hinchada, su glande esplendoroso y bonito, entre blando y terso. Pasaba mi lengua por su frenillo viendo cómo eso le hacía tensarse más, y por último me la metí hasta el fondo para que se vaciara en mi garganta como un campeón, mi niño, su polla, su semen… Cuando sentí sus palpitaciones y el primer chorro estrellarse en mi interior me corrí. Mi coño apretó salvajemente mis dedos en su interior en rápidas sucesiones que me estremecieron enteras.

—Aaaaah… —Víctor gemía, estremeciéndose, clavado en mi boca.

Palpitó varias veces más, soltó varios chorros de su leche, mi leche, joder. Me ahogaba en ella y quería más… Cuando acabó, de nuevo lo limpié con la boca, y como no podía moverlo (mide 1,89 y pesa un montón), me quedé con él. Al poco yo estaba sentada, dormida en el sofá y me desperté al sentir algo.

Me estaba excitando, mucho. Había algo que me estaba haciendo trasponer el velo del sueño trayéndome de nuevo a la realidad. El salón solo estaba iluminado por la pantalla de la tele en la que Netflix preguntaba si queríamos seguir viendo el programa. O sea que habían pasado casi dos horas o tres programas. Como poco. De nuevo la sensación recorriéndome. Ufff… ¿Qué era aquello?

Víctor. Estaba tumbado ligeramente en mi regazo, y una de mis tetas estaba a la vista. La otra estaba siendo succionada por él. No sé si estaba dormido o qué, pero sus labios me estaban chupando el pezón, me lo mordían, me provocaban. Ufff… joder… Qué distinto era esto… Mordía, chupaba y estiraba mi pesado pecho. Su mano se estaba masturbando y la otra empezaba a pellizcarme el pezón derecho, a amasar mi teta libre… y me estaba encendiendo como un incendio australiano. Mi mano viajó hacia su entrepierna. Le acaricié los testículos, que se arrugaron al momento. Gimió, nuestros ojos se encontraron. Mi mano libre, la izquierda, lo apretó más y él entendió. Chupó con fuerza, y se cambió de pecho. Yo seguía masturbándolo…

—Mamá, yo… —dijo un momento al separarse para viajar de un pezón a otro.

—Shhh… disfruta —le dije.

Y le apreté la polla con fuerza. Otra vez dura, hinchada. Lo masturbé mientras él me comía las tetas con placer, ronroneando mientras mi mano subía y bajaba, haciéndole sentir cada ascenso y descenso, bien apretada y jugando con sus testículos suavemente.

Se tensa, yo estoy que me lo voy a comer, no quiero más que correrme como una loca, sentarme en su cara y que lama todo lo que hay ahí en el agujero por el que salió y en el que ahora quiero que entre pero con otra cosa…

—Joder, Víctor… ponte aquí y cómemelo.

Todo o nada. O se levanta o se va. O se tira por una ventana o yo qué sé.

Víctor se levanta, se pone de rodillas delante de mí. Sus manos pasan delicadamente por mis muslos. Veo su emoción, no se plantea nada, solo quiere eso, la fuente del olor con el que vete tú a saber cuánto tiempo lleva masturbándose.

Siento sus besos, los besos de mi hijo, pero ya carentes de toda inocencia. Van hasta mi coño y se acaba estrellando contra él casi con hambre. Me abro bien de piernas y mi coño se abre solo como una flor húmeda, mis labios hinchados, los interiores también, el clítoris, algo grueso, palpitando. Siento su lengua pasar desde casi mi ano hasta el clítoris. Se detiene y lo chupa con ansia, con fuerza. Lo hace bien. Le han enseñado a complacer… Baja y su lengua entra en mi coño y casi me corro del gusto y del vicio. Dios, ensancha la lengua una vez dentro y la saca para que vea cómo la mete en su boca y saborea. Vuelve y empieza a comerme el clítoris con ocasionales chupadas a la vagina, esa por la que él salió un día, y a la que ahora da placer. Me voy a correr.

—Me corro —digo en un suspiro; él redobla la velocidad de esa ardiente y cálida lengua—. Joder, Víctor me co… rroooooooooo —y allá va mi orgasmo, que me recorre entera, me hace perder la razón.

Me cojo los pechos y los estrujo, los pezones, al retorcerlos, me duplican el orgasmo y hace que arquee la espalda. Lo veo retirarse despacio secándose la boca con el dorso de la mano. Está bueno, está muy bueno, es todo fibra. No se le marcan los abdominales a lo exagerado, solo cuando respira. Veo que enristra su polla y en su mirada hay una pregunta. Una pregunta a la que mi cabeza responde asintiendo.

Se acerca.

—Voy a follarte, mamá —dice suavemente, con una sonrisa maligna.

—Joder, sí, Víctor, fóllame, fóllate a tu madre, que lo necesita…

Y sin mucha ceremonia me mete su tremenda polla. Lo hace despacio, casi gentilmente, pero sin pararse, como si lo hubiera estado planificando durante mucho tiempo.

—Ufff… es… es muy distinto… aaah…

—¿Distinto a qué? —le pregunto en un atisbo de lucidez, sintiendo toda esa polla ya encajada dentro de mí.

—Al coño de Tere… o… ufff… —la saca despacio y se escucha un sonido de succión pues mi flujo es muy espeso— o a su culo. O el de Carlos…

—Ya habrá tiempo para los culos… Y el mío, este coño que te follas, es el doble de veterano que el de tu Tere… Así que aprovecha y dale fuerte, joder, Víctor… Tu madre necesita que le rompas el coño con esa polla que te he dado…

—Aaaah —siento cómo se le endurece un poco más y le palpita dentro de mi coño.

Víctor me coge de las caderas, se retira y me embiste. Ese es exactamente el término. Me embiste una y otra vez como un martillo neumático, como un pistón, sin piedad y con fuerza. El salón se llena con el sonido de nuestra carne al estrellarse la una con la otra, el sonido de succión de mi coño empapado y nuestros jadeos, nuestros gemidos.

Víctor me tiene quince gloriosos minutos a buena velocidad, siento que me voy a correr otra vez, sus manos se cogen ahora a mis tetas.

—Más… másss…. —le urjo.

—Toma, toma, mamá, joder, qué puta eres… jodeeeeerrrr… Te estoy follandoooo…

Y duplica la velocidad hasta que un orgasmo tan potente me recorre, me estremece, casi me parte el espinazo. Lo veo arquear la espalda, agarrarme de los muslos para no caerse y de pronto siento su semen en mi coño como lava recorriéndome. Su polla palpita y mi coño también lo hace, llamando el orgasmo del uno al del otro con una desesperación que ninguno sabía que era correspondida.

Cuando él se deja caer al suelo, sentándose, de mi coño aún palpitante gotea un poco de su densa y húmeda lefa.

Hemos follado. Mi hijo y yo. Y no puede haber sido más maravilloso.

Víctor se acerca, se apoya en el sofá y me coge una pierna.

—Llevo mucho queriendo…

—Ssshhh… Habrá más. Prometido. Ya no podemos devolver los gusanos a la lata. Ahora, simplemente, será natural.

*

Llevo todo el día dando vueltas. Papeleo, entregar una galerada con correcciones a mi editora, charlar y comer con ella programando el lanzamiento del libro… Todas esas cosas. A la tarde me paso por una librería y me llevo un surtido de libros con el pedazo de adelanto que me acaba de cascar mi editora. Vuelvo a casa contenta, con mis libros, un par de los que sé que Víctor quería y paso a hacer la compra para la cena.

Cuando subo hasta el ático, donde vivimos, advierto que está acompañado y trato de ser discreta. Escucho sonidos inconfundibles de dos personas follando tratando de ser silenciosas pero que no les acaba de salir. Sobre todo a ella, que se emociona y gime más que una actriz porno, pero muy creíble todo. Se corre, cuento, desde la cocina donde estoy preparando unas patatas para hacerlas al horno, no menos de dos veces. Oigo ruidos, como si se hubieran caído de la cama o algo así, y les escucho reír. Me río yo también mientras sigo a lo mío. Me sirvo un vino blanco, un poco de lomo de caña y pan para picotear en la barra de la cocina, leyendo algo de lo que he comprado. Comienzo una de las novelas de misterio de Michael Collins y al poco estoy absorta.

Veo cómo una chica sale del baño en toalla y se le escapa un «Ups» al verme  y haber contacto visual.

—Hola —saludo.

Ya me ha visto. No puede menos que saludarme. Y lo hace. Es alta, de piel morena y con el pelo mojado sobre los hombros. Tiene una sonrisa ancha y unos dientes muy muy blancos, puedo apreciar. Sus piernas eran fuertes, torneadas e igual de morenas, con los dedos de los pies algo separados y las uñas pintadas de blanco, lo que destacaba mucho con el moreno de la piel. Los ojazos verdes mostraban una mezcla de miedo, vergüenza y ganas de desaparecer.

—Ho… hola… eh… Señora… Esto yo soy… ehm Amanda.

—Hola Amanda. Encantada. Yo soy Yocasta. La madre de Víctor. ¿Quieres una copa de vino? —le ofrezco, alargando un poco el momento.

—Ajá… —me responde.

Se afianza un poco más la toalla y se acerca, haciendo acopio de desparpajo. Se acoda en la barra y coge un trozo de lomo. Bebe un poco del vino que le sirvo.

—Mmm… ¡qué bueno!  ¿Verdejo?

—Vaya —me sorprendo—, tienes ojo, o más bien paladar, para esto.

—Jejeje… mi padre es enólogo —me comenta—. Llevo pudiendo distinguir un chardonnay de un cabernet desde los doce años, aunque esté mal que yo lo diga.

—Caray. Qué alegría. ¿Trabajas con tu padre?

—Sí, en la bodega familiar.

—Oh, siempre he querido ir a una bodega, fíjate.

Ella sonríe.

—Puede venir a la nuestra cuando quiera, desde luego —me invita.

—Tal vez la invitación fuera más seria si lo dices vestida, ¿no?

Ambas nos giramos para ver a Víctor que viene hacia nosotras, matador, poniéndose una camiseta sobre su bello pecho y con unos vaqueros ciñéndole la estrecha cintura.

Nos reímos.

Amanda va a cambiarse y vuelve al rato en vaqueros y una camiseta. Veo que debajo no lleva sujetador y se le marcan los pezones, muy apuntados. Se me hace la boca agua. Víctor me mira y lo percibe, le sonrío, con una mirada de «tienes buen gusto…». Pero no puede quedarse a cenar: ha quedado con la familia y mañana madruga para trabajar en la bodega. Le hago la oferta de que venga alguna que otra vez, que no me importa si es novia o no de Víctor, que no soy de esas. Ella sonríe con un gesto que lo dice todo.

Vic y yo cenamos.

—Vaya paliza le has dado, nene —le digo.

Él se azora un poco.

—Más bien ella a mí. Pero bueno…

—Mientras me hayas guardado algo.

—Ufff… para ti siempre hay, mamá —me dice.

Los ojos se le enturbian con sexo y su voz se vuelve más ronca.

—Pues ven —le insto.

Él se levanta, se acerca a mí y me da un beso profundo, con una lengua exigente, masculina, deseosa. Me estremezco. Le respondo con vehemencia. Lleva una de sus manos a mis tetas por las que tiene verdadera pasión. Las tengo más grandes que su amiga, observa la mujer celosona y tontorrona que todas llevamos dentro.

Consigue sacarla de la camiseta, sortea el sujetador y la aferra con ganas sin dejar de morrearme. Su dedo pulgar le exige a mi pezón, rozándolo como si quisiera que encendiera un mechero. Me encanta, y lo sabe.

—Ve a tu cuarto. Desnúdate para mí —le pido.

—Mamá, te necesito, quiero volver… —le pongo los dedos en los labios.

—Ve, cachorrito. Ve. Habrá de todo para los dos.

Lo hace, se va a la habitación, mirándome, la polla tirando de sus pantalones cruelmente. Vaya pollón se gasta mi niño… y bien rica que está.

Apuro la copa y me desnudo. Voy hasta la habitación. Lo encuentro tumbado, desnudo, meneándosela. Me quedo un rato mirando cómo se masturba. Me pone a mil. Yo, apoyada en la pared hago lo mismo, empiezo a tocarme y gimo, me estrujo los dos pechos y mi mano derecha se ha afincado en la laguna que es mi coño.

—Date la vuelta —le pido— y apoya las rodillas.

—Con… con el culo… ¿en pompa? —me pregunta, algo confuso.

—Ajá. Voy a ordeñar a mi hijo y a su tremenda polla.

De nuevo, cumple mi petición y lo veo ahí clavado, con la polla durísima y los huevos contraídos y su ano rosado a la vista.

Me acerco, me pongo de rodillas a su lado, y no puedo evitarlo, me asomo a su culo para besar sus nalgas, recorrerlas con los dedos y empezar a jugar con su ano. Lo hago con la mano derecha: la izquierda, tras echarme un poco de lubricante, ha pasado por sus huevos, haciendo que se estremezca y ahora está empapando su nutrida, venosa y gruesa polla. La muevo de arriba abajo. Cuando dije que lo iba a ordeñar no era por decir.

Mi lengua se asoma y empiezo a lamerle el ano, empujando solo muy despacito, sin llegar a penetrarle, pero ensalivándole todo el perineo y el esfínter, que pulsa alegremente conforme lo masturbo, con la mano bien aferrada a la polla recorriendo cada vena y frotando su frenillo y el glande con movimientos curvos, como si entizara un taco. Se empieza a mover, a tener espasmos. Mis lamidas en su ano hacen que le den escalofríos y me encanta. Lo masturbo más fuerte.

—Dáselo a mamá, dame tu semen… vamos… te estoy ordeñando para mí, para que me lo des…

—Ooooh…. Oh, dios, sí… sigue, sigue, me voy a correeeer… Mamá… mamá… pero… así no… Pon la cara, quiero correrme en tu cara…

Me ha puesto burrísima que me diga eso, así que me agacho, me apoyo en la cama y echo atrás la cabeza, apoyándome en la cama, sin dejar de masturbarle. Veo su glande delante de mi cara y es glorioso. El preseminal le gotea y es dulce. Abro la boca y saco la lengua y Víctor gime mientras aprieto más su polla para exprimirlo.

—Dale a mami toda tu leche…

Es decir la frase, y veo la palpitación de su perineo, sus huevos al contraerse, y su polla palpitar una furiosa vez y derramarse en mi cara, en mis mejillas, mis labios y mi lengua. La siguiente la apunto directamente en mi boca y dejo que el grueso de la eyaculación vaya ahí, guardando las últimas para el resto de mi cara, que me la acaba de cubrir, caliente y deliciosa.

Se deja caer a un lado respirando agitadamente, sudando. Me mira y ve su obra y sin dejar de mirarlo, con mi cara llena de su lefa, trago ruidosamente. Aprieta el edredón en dos puños y otro chorro se estrella en mis tetas.

—No será la primera vez que te ordeñe —le informo.

Él se ríe.

—Y te contaré un secreto: quiero que nos follemos a tu amiga —le confieso untándome su semen en las tetas, para que vea hasta qué punto soy suya y él mío.