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Matrimonio en Obligado III: La fiesta en familia

en Orgías

Continuación de Matrimonio obligado I y II que podréis encontrar aquí:

1) Matrimonio obligado I: Compartiendo noche de bodas  http://todorelatos.com/relato/123299/

2) Matrimonio obligado II. Iniciación: Dominación http://todorelatos.com/relato/123775/

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Dedicado a Galatea, que me he instado a seguir con esta historia

tan perversa y pervertida que la enciende y provoca.

 

 

En familia: La Fiesta

 

Mi iniciación con la familia fue dura, exigente. Mi marido me sometió, me hizo su sumisa, su perra y su puta… y lo peor es que a mí me gustó. No lo volvió a ponerme el collar desde entonces, aunque en un par de noches, me sometí voluntariamente. No podía creerlo, pero a veces el cuerpo me lo pedía. Lo hacía de motu propio, porque se me apetecía: y ambos lo disfrutábamos.

Poco a poco, en los meses que siguieron, conocí más a Armand. Salvo los ratos en que estaba fuera, en los negocios de la familia, de los que aún yo no participaba, solíamos permanecer juntos. Empezamos a hablar, al principio en la cama, después de las largas sesiones de sexo. Armand, además de un hombre complejo y algo lacónico, era cultivado, con un sentido del humor solapado e irónico, y dispuesto a ayudarme a adaptarme.

No digo que nos quisiéramos, que estuviéramos enamorados y todo fuera de color de rosa. Estábamos casados por un compromiso de sangre, siendo ambos parte de una compleja partida entre peligrosas organizaciones. Pero supe que Armand tenía inquietudes, quería progresar, y hacía movimientos suaves pero firmes para asentarse en la familia.

Hablamos largo y tendido, y al poco me puso al tanto de algunas acciones suyas, y tímidamente, en voz baja, me pidió consejo. Sabía que yo conocía el mundo empresarial, y parte de lo que él se encargaba era relacionado con las estructuras comerciales. Pronto se dio cuenta de que mi master en economía y empresa y mis conocimientos prácticos podían beneficiarle, y empezamos a formar un buen equipo en los siguientes seis meses. Mi integración en la familia, en la rama que empezaba a controlar Armand, estaba siendo un éxito.

*

Armand se acercaba al final. Su rostro mostraba la impasibilidad que le inundaba cuando le quedaba poco para el orgasmo. Bombeaba mi interior con ganas, con furia, con posesividad. Mi coño estaba abierto para él, para ese tremendo miembro cuyo sabor aún tenía en mi lengua después de haber estado dándole placer con fruición. Él me había devuelto el favor, y luego pasó a usar mis pechos para masturbarse, que sujeté, mientras sacaba la lengua para rozar su glande húmedo y ensalivado. Todo mi seno se llenó de humedad, su líquido preseminal me empapó el cuello, y lo escuché gruñir.

—Fóllame Armand. Métemela, y usa mi coño. Sabes que me encanta… —dije. Las guarradas le ponían a mil, y sonreía, fueran en el idioma que fueran.

—Fena —murmuró. “Puta”, en checo.

—Sí… tu fena.

Bajó de nuevo y me penetró con urgencia. Alternaba la velocidad, me hizo sentir cada centímetro de su miembro al entrar. Me forzaba a tensarme lo suficiente como para que sintiera que lo quería dentro, que le costara sacarla y la sensación se multiplicara. Él me empezó a follar con más fuerza hasta hacerme gemir. Su pubis se estrellaba contra mí al metérmela entera. Estábamos en una silla Reina Ana, con suficiente amplitud para movernos, y yo abierta de piernas, con éstas sujetas por los brazos musculosos de Armand, mientras me follaba con ganas, con el ímpetu de un condenado. Me corrí, dos veces, sintiendo cómo su polla no dejaba de trabajar mi interior. Veía sus músculos, tensar sus abdominales, retenerse dos agónicos segundos, y dar un golpe de cadera con posesividad para reclamarme. Sus dedos se clavaron en mis caderas cuando le sobrevino el orgasmo. Yo me pellizcaba los pezones, me los retorcí para sentir el suave dolor del pellizco, y sentir su eyaculación en mi interior, sentir el calor abrasador del líquido emanado de él me hizo palpitar y me sobrevino otro orgasmo que tembló y se agitó alrededor de su grueso miembro mientras yo me agarraba los pechos con intensidad.

Él gimió guturalmente y se inclinó hacia mí, depositando su cabeza en mi vientre. Respiraba rápido, y lo sentí esforzarse en recuperar el aliento.

—Mañana, a medio día, hay una fiesta de la familia.

Me puse en alerta. Una fiesta de una familia tan depravada sólo podía significar más sexo.

—¿También habrá… ? —él me miró, y yo me toqué el cuello.

—No —contestó—. No habrá Dominación. Será libre… pero se esperan cosas. Cosas de ti, entre otras.

Había decidido imponerme, había decidido llegar a algún lado. No se trataba tanto de asumir un destino como atreverse a modelarlo. Y yo lo iba a hacer. Junto a él. Porque lo que había empezado a sentir por ese hombre, al principio desconocido, se estaba trocando en otra cosa. Otra cosa a la que temía poner nombre. Ya, ya lo sé, pocos podrían creerse eso. Casada con un mafioso de una familia depravada e incestuosa y rehén del bienestar de mi familia. Pero una no prevé estas cosas.

Descubrí que Armand era un hombre duro y callado, pero que en la intimidad, cuando las barreras caían, era tierno, divertido, un follador de primera, muy pervertido, cosa que a mí me encantaba, pues necesitaba de un hombre así como compañero, que supiera estar a la altura de mis necesidades, y que me planteara un desafío…

—Cuéntame quién vendrá, y qué le gusta a cada uno… —le pedí, acariciándole la cabeza.

—Vendrá el primo Marko…

 *

Marko era un hombre enorme de más de metro noventa, musculoso y de grandes brazos. Era uno de los jefes de campo de la familia, y su mujer Olga, una bellísima mujer eslava, alta, esbelta y de apreciables curvas. A Marko le gustaba el sexo duro y posesivo, a su mujer le gustaba verlo.

La fiesta fue en el jardín de la piscina, donde varios cenadores daban cobijo a los invitados, y diversas camas balinesas cantaban sus canciones de intimidad con las etéreas cortinas agitadas por el viento. Las mujeres llevábamos vestidos sueltos, y los hombres ropa blanca, según el protocolo de la familia.

Tras la comida, donde me dieron bastante conversación, de forma franca y abierta, pasamos a pasear por los jardines y los alrededores de la piscina. Marko y Olga eran mi objetivo. Armand nos miraba, y vi cómo su hermana Eliza reclamaba sus… atenciones, en una de las sillas donde habíamos comido. Yo paseé con ambos primos, hablando con ellos de mi llegada a la familia. En un momento del paseo, con un gesto en el que apoyé mi mano en el hombro de Olga, me quité las sandalias. Toda mi melena rojiza se balanceó, y sé que miraron el interior de mi vestido, bajo el que no llevaba ropa interior alguna. Los ojos de Olga brillaron, verdes, desafiantes. La miré, con las sandalias en la mano. Las dejé caer con displicencia, y me acerqué a ella. El beso la pilló por sorpresa. Mis labios rosados y carnosos besaron los suyos, finos y claros. Mi lengua encontró la suya que, perpleja, me devolvió el beso lentamente, cediendo a mis provocaciones. No me olvidaba de Marko, que se había situado a mi espalda, y una de mis manos buscó su entrepierna, para apreciar una formidable erección. Empecé a frotarlo sobre la ropa. Él acarició mi cuerpo con sus enormes manos, y mi vestido no tardó en caer. Mis pechos fueron cubiertos por las manos, que me pellizcaron casi con exigencia los pezones. Una de las manos de Olga buscó mi vientre y bajó hasta mi entrepierna rasurada y expuesta, que acarició. Percibí una sonrisa mientras la besaba. Mi otra mano tiró torpemente de su vestido verde, que se orilló a sus pies. Besé su cuello y bajé, reclamando sus pechos. Mientras tanto, el monstruoso pene de Marko había emergido como un leviatán —lo sé, a veces soy algo rebuscada en las descripciones, fallos de leer mucha novela rosa—, y empezó a masturbarse contra mi culo, que lo sintió palpitar con violencia.

Los pezones de Olga me supieron a flores, a excitación y dulces caricias. Mordisqueé con suavidad, provocándola… Y ahí estaba Marko, al que le gustaba el sexo duro. Sentí que me cogían el pelo de una forma particular como… en mi noche de bodas… quizás… Mi pensamiento se vio truncado cuando me alzó la cabeza, apartándola de los pezones de Olga, y me atrajeron hasta una boca exigente y hambrienta. Me alzó, sin acusar el peso para nada, y de un rápido movimiento me depositó en la cama balinesa más cercana. Olga nos seguía de cerca, ya desnuda, y debo confesar que, saber que mi marido iba a mirar, aunque fuera de reojo, me ponía cachonda. Cosas pervertidas que tiene una… Pude ver rápidamente cómo la cabeza de su hermana subía y bajaba tras la mesa, en su entrepierna, mientras se la chupaba. Armand, estoico como siempre me miraba, sin acusar ningún placer, como había empezado a hacer conmigo, dejándose llevar mínimamente.

La gran masa de Marko me tapó la vista, y la hinchada y monstruosa polla del primo de mi marido ocupó toda mi visión, como una anaconda gigante. Vaya metáfora… Acerqué mis manos y la así. Apenas me cerraba la mano. No sabía cómo todo eso iba a entrar en mí llegado el momento… y además le iba el sexo fuerte… Olía a virilidad y fuerza, no tan bien como Armand, pero cabe decir que era atractivo de una forma más atávica. Lo masturbé lentamente, para ver cómo se estremecía, y aquellos tremendos abdominales y pectorales se agitaban por la excitación. Puso su enorme manaza en mi cabeza y me atrajo despacio, pero férreamente. Abrí la boca para recibir semejante miembro y darle tanto placer como pudiera, y me la introduje. Al principio, el glande, ligeramente húmedo y palpitante. Chupé despacio, apartando de un manotazo su mano. Debió sorprenderle que lo hiciera, porque la retiró rápidamente. Olga empezó a besarle, para ocupar su boca, y él la masturbó. Estaba justo a mi lado, de rodillas en la cama mientras yo estaba sentada. Empecé a chupar todo el miembro que pude. Me lo saqué, lamí toda la venosa extensión, sabiendo que Armand podía verme. A estas alturas mi coño era un mar de jugos, con lo tremendamente excitada como estaba. Aumenté el ritmo, bajé desde la base de la polla y lamí sus testículos, que se encogieron. Él gimió un poco. Me los introduje en la boca, uno tras otro, y chupé, casi estirando la piel del escroto, y sin dejar de masturbarle, acariciando su glande chorreante. Decidí que podía estar muy bien que fuera a lo duro, pero que no me iba a destrozar… aún tenía mucho que hacer. Me levanté, interrumpí el beso que se estaban dando, para lanzar mi lengua en medio y participar de las humedades. Sin que se lo esperaran, cogí a Olga del pelo, y tiré. Ella gritó por sorpresa, y la empujé hacia la cama. Hice que se abriera de piernas para mí mientras me ponía yo a cuatro patas. Sabía que Marko no necesitaría una invitación.

Mi boca lamió, chupó y se deleitó en los dulces jugos de Olga, que corcoveaba con cada orgasmo. Mi lengua entraba y salía de su vagina y lamía el duro clítoris erecto de la mujer, que se tironeaba con fuerza de los pezones. Aquella mujer parecía una fuente, y me estaba encantado comérselo.

A la vez Marko me abrió bien de piernas, con mi trasero perfectamente a su alcance. Fue más cuidadoso de lo que esperaba: metió uno, dos dedos en mi interior. Estaba totalmente lubricada, extremadamente excitada. Dirigió su tremendo miembro y me la metió. Despacio, para que mi coño tuviera tiempo de asimilar semejante tamaño. Se fue adaptando. Madre mía, vaya polla se gastaba el primo… y empezó a bombear. Me sentía llena, vacía, llena, vacía. La sacaba hasta la punta, y la metía progresivamente. Empezó a aumentar el ritmo. Yo, mientras sentía cómo me llenaba y vaciaba, me deleitaba con el coño de su mujer, que se corría una y otra vez en un mar de orgasmos que para mí los quisiera. Marko empezó a follarme con fuerza, cada vez más rápido, con exigencia. Su enorme mano me azotó el trasero dos y tres veces, haciendo que me ardiera la piel. Mientras me seguía follando empezó a juguetear con mi culo, y uno de sus enormes dedos apretó y me lo metió dentro, sacándolo y metiéndolo conforme su enorme polla me horadaba.

Olga gritó que no podía más, que no se podía volver a correr, yaciendo agotada con la mezcla de sus jugos y mi saliva en su entrepierna, palpitando. Se echó a un lado y se acercó a su marido.

—¿No te corres todavía, maridito? —preguntó con voz abiertamente pornográfica.

Sacó su miembro y lo retuvo un momento para darle una larga chupada.

—Sabe bien el coño de nuestra prima… Fóllate su culo… Mira que rosita es… joder, qué bien quedará tu polla en medio… —hablaba despacio, en inglés, para que la pudiera entender, frotando mi ano y metiendo también sus dedos. Yo gemía como una loca.

Intuí que dirigía el enorme pollón de su marido hasta la entrada de mi ano, y lo dejó ahí para que empujara, despacio.

—Despacito… Contrólate, Marko… sodimiza a nuestra prima zorrita, pero despacio… milímetro a milímetro —dijo masturbando la polla de su marido.

Él empezó a apretar. Se me había dilatado de tener ahí dentro su enorme dedo, y la punta entró despacio, presionando. Se me fue abriendo más y más sintiendo esa sensación familiar, confusa al principio, entre algún tirón de la piel y el ardor de la penetración, hasta agradable al final conforme sentía cómo entraba entero y me llenaba el culo, produciéndose una ligera sensación de mareo. Empezó a bombear despacio, poseyendo mi culo con su enormidad. Olga se acercó despacio y pasó debajo de mí para hacer un sesenta y nueve y lamerme el coño con largos y lentos lengüetazos que me hicieron acercarme al orgasmo una y otra vez sin dejar que me corriera. Yo lamí varias veces su coño, pero la sodomía me podía, y un potente orgasmo anal se acercaba.

—Sí… sigue Marko… me corro… mi culo se corre, primo… joder, más rápido —le dije provocándolo para poder correrme.

Marko hijo honor a su fama de duro, y me tiró del pelo, haciéndome levantar la cabeza y empezó a redoblar la velocidad a la que me follaba el culo. Empecé a sentir cómo me palpitaba hasta que un fuerte orgasmo hizo presa en torno a su miembro que no dejaba de follarme y sentí el latigazo al correme violentamente, tanto que doblaba la espalda cada pocos segundos en las oleadas del orgasmo. Mis espasmos le provocaron. Sacó su polla de mi culo y volvió a follarme el coño con fuerza, exigentemente, sin piedad. Casi me dolía. Me corrí otra vez sintiendo cómo se estiraba mi vagina al penetrarme. De pronto se paró, y sentí cómo le venía el orgasmo. Tomó impulso y me la metió profundamente y con violencia hasta el fondo, haciéndome daño al chocar contra el fondo de mi vagina. Y sentí entonces su semen derramarse con fuerza en mi interior, ardiendo, caliente, en una enorme y obscena cantidad. De improviso volví a correrme mientras me la sacaba y sentía todo ese semen ardiendo en mi interior.

Tiró con fuerza de mi pelo hasta llevarme hacia atrás, poniéndome en cuclillas sobre la cara de su mujer que estaba debajo de mí. Mi clítoris palpitaba, y sentí cómo el semen se deslizaba de mi interior para acabar en la boca de Olga que me pedía que lo dejara caer todo como una buena zorra.

Aquello me recordó a lo que sentía cuando era dominada, la forma en que me sentía usada y me realizaba sentirme así, complaciente, zorra, sin pudor, objeto, puta. Y me corrí. Fue un orgasmo brutal, de todas partes, del clítoris, vaginal y anal. Hasta los pezones me tironearon… Me caí hacia atrás, pero el duro cuerpo de Marko me sujetó mientras Olga daba los últimos lametones al interior de mi vagina con sabor al semen de su marido.

Antes de desmayarme unos minutos, vi a Armand mirarme y sonreír. Sabía que se estaba corriendo, en la boca de su hermana, para más señas, pero lo hacía por lo que me había visto hacer. A mí. A su mujer.

*

—También —dijo Armand tomando una taza de té, desnudo, de pie en el ventanal (era una escena magnífica que me ponía como una moto… más, si cabe… Empecé a adorar su misterio, su enigma, su callada timidez, su fuerte carácter y su exigencia en la cama, esa mezcla de chico callado y guardián de secretos)— está mi hermana Teressa, Tessa para nosotros… Tiene gustos variables… así como su marido que le gusta alternar hombres y mujeres…

*

Cuando Tessa vino a saludarme, a media tarde, todavía estaba dolorida tras el sexo con los primos Marko y Olga. Tessa parecía ser una de las rebeldes de la familia, si bien jugaba a su juego. Pertenecía al movimiento gótico, y vestía de negro y morado, con un bustier que aprisionaba su torso, dejando los pechos, blancos y llenos, dentro de una camiseta de gasa negra. En lugar de falda llevaba una crinolina negra de tamaño pequeño, de un diseñador de moda, y unas medias negras con ligas. Se sentó a mi lado con una copa de vino tinto. Entablamos conversación en inglés.

—Veo que ya has conocido a Marko…

—Ufff… sí —contesté—, aun me palpita el culo…

—Jajajaja… Bueno, y más si Olga lo provoca… Dime, nueva hermanita… ¿estás demasiado escocida para que nos entretengamos?

“Joder, sí” pensé “¿Es que esta gente nunca tiene suficiente?”

—Bueno, depende… si me tratas con cariño… —le dije pícaramente, tratando de olvida que me escocía el culo.

—Mucho, mucho cariño…

Se puso a horcajadas sobre mí, en la balinesa, después de quitarse la crinolina.

Vi sus jugosos labios pintados de un púrpura oscuro, y sus ojos de color aguamarina me miraron con hambre. No era muy alta llegando al metro sesenta y poco, pero era de pechos rotundos y vientre liso. Su piel era suave, y olía a lirios y pimienta. Me resultó excitante nada más olerla. Me besó. Profundamente. Entonces lo sentí. Tenía implantes en los colmillos. Vaya… llevaba lo del gótico y lo estrafalrio-vampírico al extremo… Me excitó. Me gustó el detalle. Me pareció… emocionante. Durante el beso, mientras sentía su suave y lúbrica lengua, noté la aspereza de la rozadura de uno de sus colmillos.

—Besas bien, hermanita… —me dijo cuando se retiró, mirándome, de nuevo, con hambre.

—Gracias —dije acariciándole suavemente la mandíbula—. Y tú… me resultas… apetitosa, hermanita…

La atraje y volví a besar, pero rápidamente, para dejarla con más hambre. Al apartarme abrí su camisa y liberé sus pechos. Me estaba acostumbrarme a tomar y seducir, a provocar y adaptarme a todo lo que me ponían por delante. Mi camino, nuestro camino hacia algo mejor pasaba por conseguir adaptarme y sacar partido de todo lo que me ponían por delante. Influencia a través de la carne, el sexo, las personas, los hombres y las mujeres de aquella familia.

Eran unos pechos perfectos para mi gusto. Pesados, blancos, de pezón ancho y suave, casi del mismo tono que la piel. A través de ésta podía ver las venas que la surcaban, y cómo se le hinchaban por la excitación. Se le pusieron duros los pezones cuando los rocé. Me estaba dejando hacer. Vi que en su seno, entre los pechos, tenía un piercing microdermal del que pendía un pequeño cristal morado que contrastaba con su blanca piel.

—Aquí no —me dijo cuando hice el gesto de coger uno de sus pechos y llevarme el pezón a la boca.

—Vale… ¿dónde quieres ir? —le pregunté.

—A la biblioteca. Me encanta follar allí…

Me cogió de la mano y vi cómo la fiesta ya iba muy avanzada. En los diversos lugares del patio y los jardines estaban los allí reunidos dando rienda suelta a sus deseos. La hermana mayor de Armand, que antes le había hecho una felación mientras Marko, Olga y yo follábamos en la balinesa, estaba ahora siendo sodomizada por uno de sus primos mientras otro la irrumaba con fuerza tirándole del pelo y metiéndosela hasta la garganta, y ella lo recibía hasta lamerle el escroto… madre mía, eso era capacidad. Por otros lados veía algunas prácticas más fuertes. Uno de los familiares estaba sodomizando a otro hombre contra una mesa, mientras, debajo del sodomizado, un tercero le hacía una tremenda mamada y se masturbaba a la vez. Dos mujeres se daban placer con un dildo doble de silicona azul, y se follaban con fuerza, casi arañándose.

Otra pareja estaba follando en otra balinesa. El hombre tenía un plug metálico metido en el culo mientras ella, con los pezones pinzados y una cadena uniéndolos (como el que me pusieron a mí), sujetaba la cadena entre los dientes, tirando con fuerza de sus pezones. Él la penetraba con ímpetu mientras ella le arañaba el pecho y le pellizcaba los pezones anillados.

Tessa lanzó una risita al verlos. Sin embargo ambos reparamos en la visión de un hombre mayor al fondo del lugar, en un cenador de madera oscura. Estaba sentado solo, en un gran sillón de enea, mientras un guardaespaldas negro de alta estatura le servía una copa tras otra, miraba el panorama conjunto. Lo miré con curiosidad. Era la primera vez que lo veía.

—¿Quién es? —le pregunté mientras caminábamos de la mano hacia la biblioteca.

En esos momentos yo iba desnuda, salvo por el cinturón de eslabones cuadrados y alargados que colgaba sobre mis caderas y contrastaba con mi piel lechosa. Mis pechos se agitaban levemente, con mis pezones levantiscos mirando hacia arriba.

—Es Mircea, el Señor. Jefe de la familia.

Lo estudié de nuevo, mientras caminábamos, hasta que giramos y entramos en la casa. Debía ser alto, tenía el pelo blanco cortado a cepillo y la perilla cuadrada. Sus ojos grises nos miraban de lejos, y brillaban. Tenía el gesto duro, me recordó a Armand. Oscurecía, y varias antorchas de queroseno empezaban a ser encendidas, además de varias lámparas exteriores.

Sentí un estremecimiento cuando me examinó más detenidamente al reparar en ambas… y supe que tarde o temprano tendría que acudir a su presencia… pues no iba a pasar que él no me probara. Volví a sentirme un objeto. Una parte de mí pensaba en rebelarme, en irme, en proteger a mi familia de otra forma… sin embargo, a otra parte empezaba a gustarle esa vida extraña y excitante, peligrosa.

Claro que todos esos pensamientos desaparecieron cuando, abierta de piernas, Tessa se ocupó de mi entrepierna. Sentí su lengua ardiente lamerme con lentitud de abajo arriba, del ano al clítoris, con lentitud y provocativamente.

Me tiré de nuevo de los pezones al sentir cómo ella trabajaba en mi sexo hinchado. Metió dos dedos dentro y empezó a masturbarme más rápido el clítoris. Sentí sus colmillos en mis labios mayores, cuando abría totalmente la boca, y la aspereza de esas puntas de marfil (o cerámica, o lo que fuese), me provocaba aún más por el peligro y el dolor que podía conllevar un solo fallo de cálculo.

Me corrí en su boca, mientras mi clítoris palpitaba, y sus dedos se clavaban en mi interior…

—Ahora me toca a mí… —le dije.

Me incorporé medio mareada e hice que se tumbara en el sofá. Lamí sus pechos tras besarla, deteniéndone en mordisquear sus pezones anillados con pequeños piercings plateados, y tirando de ellos con los dientes, cosa que le provocó un rápido orgasmo. Había oído de las que se corrían con tirarle de los pezones, y ahora lo estaba experimentando… Bajé por su vientre despacio, dejando un rastro de saliva mientras mi lengua viajaba hacia el sur hasta lamer su monte de Venus perfectamente depilado. Su coño tenía un aspecto rosado intenso, y chorreaba. Sus labios internos eran apenas un ápice más grande que los externos, cerrados como una pequeña ostra, pero goteantes casi de tanto flujo, de lo caliente y deseosa que estaba.

Acerqué la lengua, y su sabor me inundó. Lamí en círculos lentos su clítoris, también anillado (lo que debía  de doler eso…), y sentí cómo me cogía el cabello con las manos atrayéndome más hacia su coño. Metí dos dedos, después de meter la lengua en su vagina, y hacer que arqueara la espalda de puro placer. Lamí su ano despacio, cosa que hizo que se corriera otra vez. Empezó a tirarse de los pezones.

—Quieta zorrita —le dije atrevidamente mientras penetraba con los dedos su coño. Llevaba tres y parecía admitir más. A este paso acabaría haciéndole un ‘fisting’—. Te correrás cuando yo diga. No se te ocurra correrte…

—Mmm… sssíi… vale… haré lo que digas… —susurró mientras seguía metiéndole los dedos. Otro más. E iban cuatro.

Seguí lamiendo el clítoris tremendamente endurecido. Mi otra mano empezó a juguetear con su ano y le metí un dedo. Ella gimió más fuerte. Y seguí lamiendo; arqueaba el cuerpo luchaba por contenerse.

—Me… me… corr…

—¡No! —dije apartándome. Me acerqué un poco, ella abrió más las piernas, y de pronto, mi mano entró entera en su coño.

—Diossss… joder… síiii… fóllame máaaaas… —me apretó de golpe un pezón, sin que lo esperara, y me hizo gritar.

Yo bajé la cabeza y le mordí uno de sus pezones con fuerza.

Ella gritó, y sentí cómo se corría. Los músculos de su vagina se apretaron con fuerza sobre mi mano. Saqué los dedos de su ano, y se los metí en la boca. Ella chupó y me los mordiqueó mientras volvía a correrse.

—Vaya… habéis trasladado la juerga… —escuché la voz de Armand en su gutural español—. Tessa, ¿te estás tirando a mi mujer? —preguntó en inglés. Debía saber que ella no hablaba suficiente español.

—Hola hermanito —dijo con un perfecto tono mezcla de putón verbenero y lolita cachonda—. ¿Te nos unes? Mira lo que me ha hecho la zorrita de tu mujer con la mano… la tengo enterita dentro… —se llevó un dedo a la boca y se lo mordió.

La miré con diversión.

De pronto le di una bofetada sin demasiada intensidad.

—¿Te diriges al marido de tu Señora así, putita? —le dije.

Ella me miró. Primero con furia, y al ver mi mirada dura, bajó los ojos. Joder, su sumisión de pronto me había puesto más cachonda.

—Perdón, Señora —dijo en tono bajo.

—Ponte de rodillas zorra.

Ella lo hizo de inmediato, pasando de cuatro patas al bajarse del sofá a quedarse en posición de espera, de rodillas, las piernas abiertas y el coño expuesto, los talones levantados y clavados en su culo, la espalda arqueada sacando pecho. Lo tenía bien aprendido la muy zorra. Y me gustaba aquello.

Me acerqué a Armand y le di un beso. Llevaba la camisa desabrochada, y le veía los perfectos abdominales y alguna de las cicatrices. Vi que su entrepierna, bajo los pantalones blancos, se hinchaba. Metí la mano y saqué su polla endurecida por momentos, mientras lo besaba.

—Ven, perra, y chúpale la polla a tu hermano. Dale placer, o te castigaré, zorra.

—Sí, mi Señora —dijo mientras caminaba los dos metros que nos separaban a cuatro patas y se ponía de rodillas, las manos a la espalda, para chupar la polla palpitante que yo le ofrecía con la mano bien apretada en torno a ella.

Se la metió entera en la boca y empezó a chupar. Yo besé el cuello de Armand, le quité la camisa y lamí su espalda, le bajé los pantalones y mordí sus glúteos, apartándolos y lamiendo su ano. Él abrió más las piernas, y de rodillas, me desplacé un poco por debajo para lamerle los testículos. Aproveché y tiré de los pezones de mi cuñadita, para que se corriera con su polla en la boca, gimiendo con fuerza.

Chupó con más fuerza, y más profundamente cuando se corrió.

—Ahora vuelvo —le susurré con suavidad aterciopelada a su oído—. Voy a por un juguete.

Armand apenas murmuró y yo fui al dormitorio, dando saltitos, desnuda. En una de las habitaciones vi a la madre de Armand, mi señora suegra, siendo sodomizada con fuerza por Marko, con un cinturón en el cuello muy tirante, y la cara roja. Mamá Daniela tenía la cara muy roja. No pude pasar la oportunidad y me acerqué. Le di un cachete a Marko en el culo y él me miró divertido. Olga estaba en una silla, tocándose, con las piernas muy abiertas, y me sonrió. Me acerqué a Mamá Daniela que gemía como una loca. Una mujer de sesenta años pero bella e interesante una Catherine Deneuve, pelo largo y platino, cuerpo muy tonificado y fuerte para su edad. Le di un profundo beso. Sabía a semen y a sexo desmedido. Ella me lo devolvió con ojos vidriosos por la asfixia y el orgasmo próximo, medio enloquecida.

Continué hacia mi destino, y cuando volví, Tessa abrió mucho los ojos cuando la aparté de la polla de mi marido y vio el enorme ‘strap on’ que llevaba puesto. El arnés, con un largo consolador negro y otro en el interior que yo llevaba ahora bien puesto y metido, estaba listo para ser usado, y bien lubricado.

—Armand, querido mío, ¿por qué no te sientas en el sofá y dejas que la zorra de tu hermana siga con su trabajo mientras le follo el culo?

Con bastante fuerza, sodomicé a mi cuñada, que gemía como una posesa y se corría una y otra vez. Ella chupaba con fruición la polla de mi marido, sus testículos, bajaba y subía. No era la primera vez que lo hacía y parecía que sabía cómo le gustaba, cosa de la que tomé buena nota. Mi consolador llevaba un vibrador, que me procuró varios orgasmos mientras veía cómo su ano dilatado recibía todo ese enorme consolador. Hasta que no pudo más y pidió piedad.

Yo me quité el cacharro completo, y me acerqué a él, de rodillas, y entre los dos seguimos chupando la tremenda verga de mi marido. Acerqué lentamente una mano, y jugueteé con la entrada de su esfínter. Él me miró, y sonrió, y yo introduje el dedo. Le iba… madre mía... me encantaba ese hombre. Llegó el punto en que el orgasmo estaba próximo. Sentí que palpitaba, y su miembro se agitó con fuerza. Cogí del pelo a mi cuñada y puse su boca delante de su polla, bien abierta, y entonces, mi marido se corrió. El río de esperma llenó la boca de su hermana, que tuvo otro orgasmo más (parecía una máquina), chupó la punta despacio entre los espasmos de su hermano. La cogí del cuello, acto seguido.

—Es mío —le dije en español, y pareció entenderlo.

Abrí la boca e hice que me lo diera ante los ojos alucinados de mi marido. Sentí el ardiente líquido en mi boca, espeso, delicioso para mí, y rebañé su boca con delicia. Tragué, y vi palpitar otra vez la polla de mi marido.

*

—Creo que podré con ello —le dije a Armand aquella mañana, antes de arreglarnos para la fiesta.

*

Caímos rendidos aquella noche. Mi último paso de integración en la familia estaba dado. Ahora quedaría el trabajo duro: llevar a cabo mi plan para mejorar nuestra posición, después de conocer la historia de Armand.

*

Informe de Interpol. Canal privado. Verificación 88-52, agente encubierto.

 

Era peor de lo que pensaba. Los Orsini-Ducovic planean algo. SE han reunido en una de sus fiestas familiares en las que estuve presente, bajo mi tapadera, y pude ver cómo, después de una de sus orgías familiares concretaban varios movimientos agresivos contra otras mafias europeas. Se avecina algo, y grave.

Trataré de acercarme a la recién entrada a la familia, la esposa de Armand, uno de los herederos, para hacerme amiga suya y tratar de sacar más información.

 

Lo que no contó en el informe fue cómo vio aquella orgía y cómo, refugiada detrás de un panel, se tuvo que masturbar varias veces viendo las escenas que estaba presenciando, y cómo algo le pedía a gritos estar allí en medio disfrutando de esa carnalidad desatada. Cómo tuvo que estar el resto del día sin bragas bajo su uniforme (exigencia del trabajo), y que había firmado una cláusula para entrar a trabajar allí en la que se especificaba que tendría que estar dispuesta a cualquier práctica sexual que se le demandara so pena de ser despedida o algo peor. (El algo peor no estaba escrito, pero se intuía). Eso sí, el sueldo quintuplicaba el de Interpol…