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Misterios de Praga 4: Los Strigoi

en Amor filial

Relatos anteriores de esta serie:

Misterios de Praga 1: Follada en la tienda. http://todorelatos.com/relato/131418/

Misterios de Praga 2: Anastasia y los gemelos. http://todorelatos.com/relato/131779/

Misterios de Praga 3: Un trío exótico. http://todorelatos.com/relato/131894/

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Ella era rubia, bonita, sin exageraciones, pero podría atraer miradas en cualquier lugar al que fuera. Tenía el rostro en forma de corazón y el pelo recogido en un moño italiano con dos pasadores chinos negros cruzados en aspa. En aquellos momentos sus pechos, llenos y deliciosos, con dos piercings de anillo, estaban aplastados contra el escritorio. Su falda estaba subida hasta la cadera, el ligero tensado al máximo sujetando las preciosas y caras medias con una línea en forma de flores trenzadas que bajaban hasta sus talones. Y ahí, en el suelo, las braguitas de encaje que habían sido prácticamente arrancadas.

Su coño estaba siendo bombeado con fuerza y exigencia por una polla de proporciones colosales. Sus labios entreabiertos, los ojos en blanco, sintiendo cada centímetro de aquella polla inmensa reclamar cada centímetro de su interior. Los embates eran potentes, clavaban sus caderas contra la mesa, y ya se habían sucedido dos orgasmos y el tercero iba a coincidir con… sí, joder, sí… Sentía cómo la polla se tensaba, los embates se volvían más lentos y más fuertes, como si quisiera empalarla, como si deseara abrirla en canal con semejante aparato venoso y mortalmente delicioso. Sabía que se estaba preparando para el orgasmo mientras le aferraba las caderas, en aquel despacho en un alto rascacielos con vistas a las agujas de las techumbres de la antigua Praga. Se iba a correr a la vez que él. Pero paró. Llevó las manos a la espalda y él se detuvo. Se dio la vuelta. Veía cómo la polla palpitaba salvajemente y la mirada oscura de su hermano que deseaba derramarse tras más de cuarenta minutos de inmortal follada. Se puso de rodillas, se sacó la camisa y la ropa interior del todo y se cogió los pechos, abrazándolos con un brazo, desde abajo, y con la otra cogió con fuerza la polla y se la metió en la boca.

Sabía a su propio coño a su deseo y al de su hermano, veía la blancura transparente de sus propios jugos, de su excitación, en la base de la polla, a la que no podía llegar, y no por falta de ganas… por ella se la tragaría entera, pero aquel aparato gigantesco no tenía parangón entre humanos…

Se la chupó, y al cabo, se quedó quieta y dejó que él continuara y se follara su boca con impaciencia y determinación. Volvió a sentir cómo se tensaba antes del orgasmo y finalmente, tras un par de palpitaciones salvajes, sintió el potente chorro de semen. Brutal, como un manguerazo. Impactó en el fondo de su boca, como cuando eran niños y él se corría en su boca, en la soledad de su dormitorio, para que no les escucharan Padre ni Madre, ni Abuelo. Ella se tragaba todo el semen mientras él se tapaba la cara con la almohada para no gemir en alto. Algunas mañanas descubría regueros en la comisura de sus labios, y se deleitaba limpiándose. Igual que él la despertaba a veces, en las oscuras mañanas de invierno, hurgando con la lengua entre sus piernas, ella a su vez lo hacía lamiéndole los testículos hasta despertarlo y follarse mutuamente antes de la hora del desayuno, cuando podían bajar de las lóbregas y góticas habitaciones. En esta ocasión Hermano gritó con fuerza mientras se derramaba, cinco, seis fuertes chorros de semen que la llenaron a ella, que se derramaron desde su boca, que cayeron hasta sus pechos. El quinto y sexto fueron directamente en sus tetas, y ella las estrujó y gimió sintiendo cómo su coño palpitaba y se corría, chorreando su semilla y sus flujos, con el gran clítoris y los labios palpitaban oleada tras oleada.

Abrió los ojos varios minutos después y vio a Hermano sentado, desnudo de cintura para abajo, con el enorme pollón fláccido ahora, y él respirando profundamente con los ojos cerrados. Ella sentía el coño chorreante y con fuertes palpitaciones en su interior. Y aunque le encantaba el sexo con su hermano, últimamente deseaba más…

Se levantó.

—Voy a ducharme, Herman. ¿Vienes? —preguntó, acabando de desnudarse.

El despacho estaba equipado con una cómoda y lujosa ducha de hidromasaje completa. Ada, se llamaba aquella Shtriga. Aunque la mitología Albanesa los identificaba como brujas vampiras, realmente Ada se consideraba una criatura distinta: tenía unas carencias que tenía que suplementar con sangre, pero no todos los días, y, desde luego, era muy considerada con sus… proveedores. Todos se iban con más dinero en sus cuentas y, si encartaba, un buen polvo. Lo cual solía ser a menudo, tanto hombres como mujeres. Su hermano era igual que ella, un strigoi, fuerte, apuesto y seductor… era tan… apetitoso…

El agua limpió los rastros de semen de su cuerpo, y a los pocos minutos, Mircea entró con ella en la ducha. No pudieron evitar besarse lentamente, disfrutando de sus cuerpos de los cuales no tenían bastante ni desde que empezaron a tocarse tiempo ha, en su niñez, cuando se criaron en aquella oscura casa de la frontera Carpática entre Hungría y Rumanía.

El cabello rubio y largo de Ada contrastaba con el castaño de Mircea, pero ambos tenían cuerpos fuertes y tonificados que desmentirían sus ciento treinta años de existencia. Ada sintió de nuevo los embates de su libido, como solía pasarle siempre en la cercanía de su hermano. Dirigió su mano a la extenuada polla y la empezó a frotar lentamente mientras besaba a Mircea. Éste le devolvió el beso, sintiendo el propio sabor de su semen en la lengua y labios de Ada.

Esta vez Mircea tomó la delantera. Sin violencia, pero con ímpetu, dirigió a su hermana contra la pared, dándole la vuelta. Se acercó a su oído, mientras le susurraba al oído y ella podía sentir los piercings a juego en los pezones de su hermano en su espalda.

—Prepara el culo, soră —le susurró lenta y oscuramente—, que ahora me voy a saciar en él…

Ada gimió ante las palabras de su hermano, se inclinó contra la pared y con las dos manos se separó las nalgas, ofreciendo su rosado ano, que ya se entreabría, boqueando, a la espera de recibir la polla de su hermano.

Mircea se cogió el pene, que se había vuelto a hinchar y a plagar de venas, y lo acercó lentamente hasta esa deseosa apertura y la colocó en la entrada, empujando lentamente, abriéndose camino en su interior, haciendo que su esfínter se dilatara poco a poco para recibirle. Ada gemía, sintiendo la polla de su hermano entrar y empalarla. Perdió la noción del tiempo, aunque no transcurrió mucho, y de pronto, ya estaba sintiendo cómo la sodomizaba, cómo toda la larga polla de su hermano entraba en su interior profunda y deliciosamente, más de veinticinco centímetros imposible de carne venosa y palpitante taladrándola sin piedad. El ser criaturas paranaturales tenía sus ventajas… y esa era una de ellas…

Mircea se la estaba follando deliciosa y profundamente, haciendo que gimiera con fuerza cuando sentía toda su inmensidad golpear la entrada de su ano, con toda la polla dentro.

—Más, más… —murmuraba Ada entrecortadamente con toda la polla de su hermano en su interior. Adoraba esa sensación, se sentía suya en esos momentos, taladrada y reclamada por la carne fraterna.

Sintiéndolo entrar y salir le sobrevino un orgasmo anal que la recorrió entera. Mircea, al sentir cómo el orgasmo de su hermana aferraba sin piedad su polla aumentó el ritmo, buscando su propio placer. Su orgasmo coincidió con el segundo de Ada, llenando su interior de semen otra vez. Ella gritó mientras él aferraba el cabello de su hermana en un puño y tiraba de él. Mircea gimió una y otra vez mientras daba golpes secos conforme se corría.

Respiraban agitadamente mientras el agua caliente lo llenaba todo de vapor. Ada aún sentía su ano palpitante tras la dilatación masiva que había sufrido por la inmensa y antinatural polla de su hermano, y se deleitaba en la sensación. El agua caía por todo su cuerpo, mezclándose con la saliva y el semen a sus pies. Notaba la semilla de su hermano salir de su cuerpo lenta y perezosamente, como si quisiera quedarse ahí.

Acabó de ducharse, tratando de no quedarse aturdida por el agua caliente y la cálida sensación que le habían producido los orgasmos sucesivos, y los brutales orgasmos anales, después de los cuales, cuando su cuerpo había dejado de estremecerse de esa manera, sólo le pedía descansar.

Pero no se lo podía permitir. Era una de las empresarias de más éxito de Praga y de Centroeuropa, y su agenda solía estar bastante ocupada. Claro que en algunos momentos en los que la carne llamaba, tenía que hacer hueco. Mircea, su guapo hermano de cuerpo adonisíaco y rostro viril, mandíbula afilada y una ligera sombra de barba, los ojos castaños y misteriosos, era su mano derecha y factótum. Guardaespaldas, secretario, carne de su carne, su mejor amante, su alma casi gemela. Ambos compartían intereses y objetivos desde que mataron a sus padres y fueron expulsados de su oscuro refugio de los Cárpatos, donde habían vivido tranquilamente bajo la supervisión de sus progenitores.

Pero ellos estaban anclados en el pasado, Ada había sido consciente de ello a muy temprana edad, y había planificado lo que quería hacer en cuanto pudiera ser más independiente, siempre que la férrea garra del clan le dejara espacio. Para ella, que los mataran, una vez superó el eco psíquico de sus muertes, fue una liberación.

Salieron al mundo, llegaron hasta Praga, y pudieron prosperar sin muchos problemas. Ada era inteligente, ambiciosa, fuerte e implacable.

Sentía en ese momento la mirada de su hermano recorrer su cuerpo desnudo, sus pesados pechos, en los que podía ver sus dos lunares, su vientre plano y la hendidura por la que asomaba su rosado clítoris. Las piernas le temblaron y su boca salivó al verlo a él sentado en la gran cama que tenía aquella habitación, oculta tras un panel de su despacho, desnudo, con su deliciosa piel aún cubierta de gotas de agua.

Le recordaba a las veces que en verano, en la oscuridad de su habitación por la que apenas se veía el brillo del exterior (el sol no los mataba, pero eran bastante sensibles; suerte del clima de Praga), después de refrescarse en la ducha ella lamía el cuerpo de su hermano, cada gota de agua, desde el cuello hasta su polla, con la que jugueteaba con la lengua, y luego se la introducía fláccida en la boca para sentir cómo se endurecía. Él también lo hacía, jugaba con su piel y sus piernas, con su coño, lamía su ano y jugaba con sus dedos hasta que ella se corría una y otra vez y, medio dormida, sentía que la follaba y la llenaba de semen. Aquella sensación ardiente de sentir su semilla en su interior le encantaba y siempre le provocaba flojedad de rodillas y ganas de tocarse o de saltar sobre él y cabalgarlo hasta que se derramara.

Cuando llegaron a Praga descubrieron el sexo en grupo. Probó coños y pollas, vio a su hermano quedarse quieto en la oscuridad mientras ella follaba con una total desconocida o un dotado extraño. A veces ella era la que contemplaba en la oscuridad a su hermano yacer con una o varias mujeres, en ocasiones también con hombres. Siempre era implacable y Mircea les hacía, como ella, llegar a un orgasmo potente y paroxístico. Entonces, en ese momento que los franceses llamaba le petite mort era cuando mejor sabía la sangre. La bebían de miembros, de los muslos y sexos, de los pechos, cuellos, lenguas y bocas, en deliciosos momentos de sexo y sangre que culminaban en su saciedad.

Habían aprendido a saciarse sin llegar a matar a los recipientes y eran capaces de provocar un enorme placer en sus proveedores. Y aquello les encantaba.

Ada se vistió, despejando su mente de ensueños endorfínicos. Se puso sobre la lencería negra una falda estrecha, también negra, la blanca blusa que había abandonado antes, unas medias a juego, parecidas a las anteriores que ahora estaban tiradas en la habitación, y se volvió a calzar los zapatos Christian Loboutain de suela rojo intenso.

Una luz parpadeaba en su teléfono móvil.

Creo que tengo a uno. Un Taltos. El que necesitáis.

Ada se recostó en el gran asiento ejecutivo y sonrió con regocijo. Era lo que esperaba. Genial. Ahora debía poner en marcha el plan.

El dossier que llegó unas horas después, mientras ella esperaba, desnuda bajo la gran bata de brocado, ante su chimenea que llegara su proveedora, (lo que comúnmente se llamaba muñeca de sangre). Lo abrió perezosamente y a la luz del fuego recorrió con los dedos la fotografía impresa en A4 en la que se mostraba a un hombre sobre la treintena de rasgos bellos y marcados. En la página de al lado veía todo el archivo que se disponía de él. Una tienda de antigüedades, escribía en varias revistas del sector, licenciado en arte… tienda heredada de sus abuelos.

Llegó la muñeca de sangre, que al verla ocupada, esperó. Era una veinteañera, con aspecto gothic punk, que cada vez se interesaba más y más en Ada. Se desnudó rápidamente, dejándose las muñequeras de cuero y los adornos del cuello. Sus pechos eran breves, picudos, blancos y con el pezón muy prominente y rosado. Su sexo estaba totalmente depilado, y Ada vio el cordón brillante de las bolas chinas que le regaló en su último encuentro. Así como suponía que llevaría el culo ocupado con el bonito plug de metal negro rematado en una calavera que también le obsequió. Ada sonrió. Abrió las piernas y siguió leyendo. La chica contestó con otra sonrisa, y se tironeó nerviosamente de los pezones, gimiendo y mordiéndose el labio. Sopló el largo flequillo teñido de color morado intenso.

La chica, que se hacía llamar Cobalt, sonrió. Se acercó primero y la besó. Sabía a tabaco y a chicle. Qué torpe. Ya hablaría con ella de eso. No le gustaba ese sabor, y se quedaba en la sangre. Había escogido a Cobalt por su chispa. Era artista, y aquello le gustaba. Sabían distintos. También estaba en el ambiente gótico y aquello la había predispuesto hacia la revelación del vampirismo. Había hablado largo y tendido con ella sobre aquello y entendía que no podría ser “transformada”, que se nacía así. Eran dos especies distintas. Pero sí podía, sin duda, beneficiarse de algunos donde que proporcionaba su sangre.

Cobalt se arrodilló mientras Ada seguía leyendo el dossier con atención. Enseguida sintió cómo la legua juguetona de Cobalt recorría sus rosados muslos hasta llegar a su sexo. Ada movió las caderas para recibir mejor las atenciones de aquella deliciosa lengua y de los dedos que ya se acercaban a sus pliegues y empezaban a hurgar en su interior.

Poco a poco se distrajo, conforme el piercing de la lengua de la chica, acabada en una bolita de plástico surcada de pequeñas púas empezó a juguetear con su clítoris y con la entrada de su vagina. Acabó de leer las líneas que le faltaban mientras una mano díscola empezaba a tironear de su pezón anillado. Cobalt se estaba empleando a fondo y empezó a penetrarla con los dedos. Ada deseó que Mircea estuviera allí. Lo llamó con su mente, con su enlace. No tardó en aparecer. Cobalt no lo conocía, pero tampoco era la primera vez que Ada metía a más compañía en la misma cama… Bueno, butaca, en ese caso. Mircea sonrió con malicia predatoria al ver a su hermana abierta de piernas recibiendo atenciones de aquella chiquilla gótica.

Ada miró con avidez la entrepierna de su hermano. Tenían que encontrar al Taltos, decía su mente más consciente y racional. Sí, ya, calla ahora y cómete esa pedazo de polla. Pero ya sabes lo que eso significa, que el Taltos podrá acceder a… Sí, sí, podrá, recuperaremos ESO, pero ahora cállate de una puta vez. ¿No sientes lo bien que te está comiendo el coño Cobalt? La tía se está esforzando, siente cómo te mete toda la lengua en el coño… y lo buena que está la polla de tu hermano… Así, cógela, eso, entera, cómo pesa… ya lo sabes. Está ardiendo. A la boca. Mmmm… está… deliciosa… joder… Deja que te folle la boca. Luego os folláis a la chica…

Mircea cogió con ganas la cabeza de su hermana, situándose despacio a la altura adecuada. Cobalt miró y vio aquella monstruosa polla entrar en la boca de Ada y empezar a follársela. De pronto su vientre palpitó y deseó que la follara a ella. Era como cuando conoció a Ada: la imposibilidad de mantener las bragas puestas y desear follar con ella una y otra vez.

Al cabo de un rato, Cobalt estaba recibiendo la polla de Mircea en su coñito mientras besaba a Ada y seguía prodigándole sus atenciones, en el suelo, junto a la chimenea. Ada empezó a oler la cercanía del orgasmo de la muchacha. Miró a Mircea para sugerirle que incrementara el ritmo. Él solía alimentarse de hombres, principalmente, aunque a veces recurría a mujeres. El ímpetu su redobló y la chica arqueó la espalda. Apenas era consciente, un grito estrangulado emergió de su garganta. Ese era el momento.

Mircea empezó a follarla torturantemente lento, mientras Ada se reclinaba sobre ella, la besaba en profundidad, recorría sus pechos, mordisqueaba los pezones y volvía a subir. Torció su cuello en el momento justo en que la primera ola del orgasmo se producía y le clavó los finos colmillos. Accedió y se deleitó con la sangre de la muchacha. Después de haberse saciado, cuidando de que Cobalt no sufriera por la pérdida de sangre (y que no viera sus ojos amarillos como los de un lobo, como se le ponían cuando se alimentaba, alejándose del azul glacial habitual), Ada se hizo un corte en el muslo, cerca de su intoxicante sexo y se situó sobre la cara de Cobalt. Ella aplicó los labios y sorbió unos cuantos tragos de sangre. Sus ojos cristalinos, como los de un drogadicto, se aclararon y cobraron fuerza de nuevo, y vitalidad.

Llegó el momento de Mircea, que se corrió dentro de la muchacha con fuerza y ella sintió otro orgasmo. La sangre de Cobalt había sabido dulce y fuerte, vibrante. Mircea se reclinó sobre ella y sin sacarla de ella, probó la sangre. Ada miraba a su hermano alimentarse y se excitó.

Tenía ganas de ponerse tras su hermano, lamerle los testículos en profusión y chupársela, para conocer el sabor de Cobalt matizado por el semen derramado en su coño… y lo hizo.

La noche de Praga se cernió sobre ellos, mientras Ada saboreaba los matices del semen y el interior de Cobalt, Mircea se alimentaba y la muchacha gótica tenía la noche más intensa de su vida… que no volvería a repetirse.

Una luna indiferente bañó la ciudad, helada, y se coló en la habitación donde dormían plácidamente Anastasia y su Taltos, protagonista inconsciente de esta historia. Dentro de poco, os contaré más de lo que ocurrió.