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Mi prima japonesa y yo hacemos vida y perversiones

en Amor filial

Mis escarceos con mi prima Midori empezaron muy pronto, en nuestra adolescencia. Siempre habíamos estado muy unidos y cuando las hormonas se revolucionaron, lo hicieron y mucho.

[La cabeza de Midori se alzaba y descendía, chupándome la polla con el deseo de un condenado, de un sediento. Sus pechos de pezones rosa oscuro, jóvenes y llenos se balanceaban, y estaban duros, durísimos, acariciándome las piernas mientras su boca me daba placer, mientras hilos gruesos de saliva caían, mientras sus manos acariciaban los testículos que me acababa de comer y ensalivar.]

En el momento de contaros esto, Midori se ha tragado una carga de semen y tiene otra pervertidamente afincada dentro de su culo mientras está sentada en la mesa de Navidad de la casa de los abuelos. Ya os he dicho que venía de lejos.

Durante las visitas a casa de los abuelos o a nuestra casa de verano, cuando tío Carlos y su mujer Tomoe disfrutaban con mis padres de sus tardes al sol, gintonics, borracheras silenciosas y divertidas y partidas de juegos de mesa hasta altas horas de la noche, Midori y yo nos descubrimos el uno al otro. Me contaba cosas de su vida en Madrid y yo de mi vida en Barcelona.

—A veces he estado con dos chicos a la vez —me confesaba. Con su adorable acento tokiota pronunciaba “ves” en lugar de “vez”—. Una vez los besé a los dos y…

—¿Follásteis? —le espeté.

Estábamos en el viejo despacho del abuelo, en el sofá. En la tele ponían algo que no podía identificar. Estaba más atento a las piernas abiertas de Midori y a sus bragas en el suelo. Mis manos la masturbaban mientras ella se reclinaba sobre mi pecho.

Se mordió un labio mientras se estremecía, respiraba profundamente y abría más las piernas para que le clavara bien los dedos.

—Follamos… me senté… encima de uno… y se la comí al otro —me confesó antes de correrse.

[Cómo era capaz de clavarse toda mi polla en la boca siempre será un misterio para mí pero, cuando lo hacía, y su lengua lamía mis huevos, me enloquecía. Le dije que me iba a correr y ella, por toda respuesta, me puso mis manos sobre su cabeza. Quería que le apretara, que la obligara, que la forzara a no levantarse, a sentir la asfixia de mi polla en su garganta, la falta de aire mientras mi semen estallaba en su esófago y la llenaba. Veía su espalda encorvarse en las arcadas y en la hipoxia pero todo estaba bien: sus manos estaban ocupadas en su propio coño que parecía una cascada de fluidos. Y descargué. Descargué en su garganta y el sonido que hacía al tragar me enloqueció. No retiré las manos hasta que hube descargado totalmente y solo entonces le permití recuperar el aliento. Sus ojos llorosos me miraban, tenía semen en la boca todavía, y de sus gruesos labios caían chorros de saliva transparente y viscosa. La besé. Sabía a polla. A mí polla. Y cuando hubo recuperado el aliento, me sonrió y volvió a besarme.]

Las primeras veces solo nos toqueteamos. En la piscina. En la cama que a veces compartíamos, sobre todo cuando hacía frío. Pronto la compartimos también en verano. A nuestros padres les resultaba indiferente. La primera vez fue cosa de ella. Me puso la mano en la polla, me masturbó, desnuda, sus tetas se rozaban contra mí. Me corrí sobre mi propio cuerpo. Y ella se levantó y lo limpió con la lengua. Y a partir de entonces casi no pudimos evitar hacerlo a diario, varias veces. A ella le habían mandado la pastilla para la regla así que estábamos cubiertos. Podemos decir que nos despertábamos el hambre de sexo el uno al otro.

Durante un par de años vivimos juntos. O sea, ella en mi casa, porque sus padres estaban arreglando papeles y cosas de trabajo en Japón. Ella había pasado cinco años allí, y yo la había visto solo en verano y Navidades. Decidieron que se incorporara a mi instituto y empezáramos la universidad juntos. Fueron dos años donde compartimos mucho, ella venía a mi habitación, y yo iba a la suya por las noches. Mis padres, si se enteraron, lo ignoraron. Tal así que en ocasiones al darnos las buenas noches íbamos los dos a la misma habitación, y hasta compraron camas dobles para ambos.

Midori y yo descubrimos muchas cosas del sexo juntos. Hicimos nuestro primer trío, practicamos algo de dominación y sumisión en ambas direcciones (debo confesar que aunque no me considere muy sumiso, ella tiene una mente extremadamente perversa y si lo hacía era por el morbo de ver qué preparaba en su retorcida mente), y también tuvimos algunas peleas, pero casi siempre acabábamos juntos. No íbamos de la mano por la calle, no éramos novios. Éramos y somos una pareja tácita. A ella no le gusta mucho el contacto físico salvo si soy yo o alguna de sus queridas. Casi nunca chicos. Pero cuando estamos solos, es fácil que la ropa vuele.

[El diván de la abuela Anaïs fue el lugar elegido. Había pasado casi una hora en la que habíamos estado hablando. Yo le había comido el coño despacio y ella me contaba lo que había hecho ese mes en Tokio, pues de allí venía. Se había acostado con un artista de un pueblo, con dos hermanas y con dos hermanos. Me contaba cómo la habían penetrado, dónde se habían corrido, las veces que ella lo había hecho. Había descubierto que podía controlar si quería eyacular o no y también las perversiones que ella misma se hacía. Vivía en un caro apartamento lujoso de Shibuya.

Estaba apoyada en sus codos y la plenitud de su culo, con las nalgas bien separadas y dispuestas me saludaba. Su coño depilado ya había sido pasto de mi polla que se erguía, palpitante, con un rosario de su denso flujo de la punta hasta los huevos. Lubriqué bien la entrada y me dispuse a sodomizarla justo antes de la cena.

—Quiero… ufff… quiero que… dios… métemela, Héctor-kun, fóllame el culo, primo… aaah…

Apreté fuerte mi glande en su abertura que ya palpitaba también junto a su coño y parecía que se iba a abrir para dejarme pasar con toda comodidad. Pero los culos rara vez son así. Aún y con eso pude penetrarla sin demasiado esfuerzo. Estaba más que deseosa y casi chilla cuando sintió todo mi miembro clavado hasta la empuñadura en su culo. El esfínter le palpitaba. Solo por penetrarla ya había tenido un orgasmo anal y ahora vendría lo bueno: cuando empecé a bombear.

—Sí… sí… rómpemelo joder, rómpeme el culo… —decía. Lo que le gustaba decir guarrerías cuando follábamos, lo dura que se me ponía cuando me las decía…—. Héctor-kun, quiero… quiero esto to… todos los días, joder… vente conmigo… vente a Tokio conmigo… todos los díaaaaaaaas…

Su proposición acabó en varios estertores orgásmicos. Uno, dos, tres orgasmos sucedidos en un minuto que además apretaron con una fuerza brutal mi polla, queriendo exprimirla. Yo tampoco iba a aguantar mucho más así que aferré con fuerza sus caderas y la habitación se llenó con el plaf, plaf, plaf de mis caderas contra sus nalgas y de sus gemidos agudos. Sus manos atrapaban con fuerza el viejo cojín en el clavaba su cara para intentar ahogar los chillidos más altos, a modo de silenciador. Sentí el temblor que me recorría cuando iba a correrme, me temblaron las piernas, la espina dorsal, sintiéndome clavado en su interior, casi sentí el líquido moverse en mi interior, mis glándulas seminales estrujadas al máximo, mis testículos llenos a punto de vaciarse y finalmente el momento, el par de segundos de la petite morte antes de eyacular, ese par de segundos en los que aún no sale nada y que solo está cogiendo impulso con las fuertes contracciones del perineo… y finalmente, los manguerazos de semen en el interior de su culo y el orgasmo brutal que le hizo perder la conciencia durante varios segundos, en los que de su garganta sólo salía un gañido constreñido de aire luchando por llegar a sus pulmones, los ojos en blanco, la lengua asomada por la boca cual ahegao de hentai. Joder, adoraba a mi prima. ¿A Tokio con ella? Hostia puta, hasta a la luna.]

Así es como llegamos a la cena con su culo lleno de semen, así como su estómago. No solo eso, en cuanto se recuperó me limpió la polla con la boca, con cuidado, con perversión, con una cara de zorra que me encendió pese a estar tan agotado, aumentando el tamaño de mi polla en su boca. Pero ella sonrió y murmuró un “para después”, y tras darle una profunda chupada a todo mi miembro amorcillado y repleto de gruesas venas, sonrió.

—Voy a lavarme los dientes. Huelo a polla. Huelo a tu polla. Y si le tengo que dar dos besos a la tía Clotilde lo mismo se corre de olerme, jijijiji…

—Sí.

—Sí ¿qué?

—Me voy a Tokio contigo.

La noche transcurrió entre risas familiares y la brutal excitación apenas contenida entre Midori y yo que hizo que nos costara un infierno no tirarnos a follar en la mesa delante de todos.

Por supuesto acabamos en la misma cama. Una semana después en la que estuvimos forzosamente separados, ya estábamos en un vuelo a Tokio-Narita. Ahí empezó toda esta historia de perversión cocida a fuego lento desde nuestra adolescencia.

 

1. Tokio.

El apartamento de Midori está en un buen barrio, como os he dicho y, lejos de ser el típico piso pequeño y funcional es ostentosamente grande. Mi tío Carlos es un buen inversor de bolsa y se lo consiente todo a mi prima que, aún y así, disfruta de su papel de directora en un centro de educación exclusivo. Tiene un horario estricto pero no suele trabajar más de cinco horas, así que tiene mucho tiempo libre, algo extremadamente raro en Japón. De hecho al trabajar solo tres días a la semana pasa mucho tiempo también en una casita en las montañas de Nara, que me llevó a visitar (con pornográfico resultado, ya os lo contaré más adelante).

Yo por mi parte he estado estudiando intensivamente japonés y en poco tiempo domino la conversación normal y sigo con varios cursos tanto online como presenciales.

En este preciso momento estoy sentado en la mesa del salón tecleando cuando escucho la puerta de la entrada. El apartamento está decorado al estilo occidental en una zona y al estilo más tradicional en la otra, separados por un bello panel de shoji (ese estilo de papel de arroz a cuadritos, corredero). En un lado está la cocina y un salón-comedor, y una habitación que es del padre de Midori cuando venía más a Tokio. Pasado el panel de shoji hay un salón de estilo japonés con una mesita baja, un pasillo y tres habitaciones más de tatami y camas futón pero más acolchadas y gruesas que las tradicionales y que no se guardan durante el día como sería lo habitual en la costumbre japonesa.

Midori acaba de llegar y ya se ha descalzado para entrar. Lleva una falda azul y una blusa blanca. La chaqueta la lleva en la mano y la cartera de piel la ha dejado colgada de una percha. La veo cansada. Me saluda al entrar con un “Tadaima!” al que le respondo preceptivamente. Entra la cocina, bebe un vaso de agua y sirve otro que trae hasta la mesa.

Hablamos del día, de cómo le ha ido y los planes para el resto de la semana ya que estamos a miércoles y ninguno de los dos tiene que trabajar hasta el martes siguiente. Hay mucho por hacer.

Desde luego uno de los alicientes de venirme a vivir con ella es que no podemos tener las manos quietas, y ni siquiera sabemos por qué, pero la tensión sexual entre nosotros es enorme. Hacemos muchas cosas, desde sexo bestia y fogoso a sesiones más largas entre las que hemos descubierto que a ella le encanta la humillación y el exhibicionismo cuando está de humor.

Ese día hay niebla en Tokio. En nuestro apartamento se ve el cielo nublado (hay ventanas del suelo al techo) y podemos ver toda la gran ciudad, sus luces y su incesante tráfico, la confluencia de lo antiguo y lo moderno y, a lo lejos, presidiendo, el monte Fuji, nevado, como de postal. Hoy cubierto por nubes, solo se ve su base y los bosques que tiene a sus pies.

Cierro el libro que estaba consultando y el ordenador portátil y miro a Midori. Veo sus preciosa cara redondita, su flequillo que la enmarca, la blusa desabotonada y su falda. Uno de sus pies se eleva desde el suelo y se pone en mi entrepierna. Sus dedos son largos, pintados de color coral. Me echo para atrás y giro la silla para quedar frente a ella. Eleva el otro pie. Mi paquete se está abultando bajo los finos pantalones que llevo. Ambas plantas se ponen a cada lado de mi polla cada vez más escandalosa y demandante de atención, y empiezan a recorrer el bulto de arriba abajo. De tanto en tanto uno de los pies se pone abajo y atina a acariciarme los huevos mientras que el otro se abre y entre el pulgar y los demás dedos casi entra el grueso tronco de mi polla. A estas alturas mis calzoncillos serán un caso perdido de presemen pero ella sigue acariciando. Yo no me muevo: sé que le gusta que la deje hacer.

Me pasa uno de los pies por la cara, y se lo chupo mientras el otro no deja de acariciarme la polla. Hábilmente los dedos prensiles han tirado del pantalón y desenfundado mi más que endurecido miembro. El otro juega con mi lengua y pasea toda la planta por ella, los dedos uno por uno, y luego se acaba quedando en mi hombro. Es entonces, mientras el otro me masturba cuando veo que no lleva bragas y su coño depilado es un mar de pringoso fluido.

—Mira que eres cerda, Midori —le digo en español, idioma universal para las guarrerías—, ¿no has llevado bragas en todo el día?

Una de sus manos está desabotonando la blusa y tirando del sujetador para descubrir sus deliciosas tetas. La otra viaja hasta su entrepierna.

—Sí pero… me estorbaban a media mañana. Así que me las quité…

—¿Y?

Su mano empieza a acercarse a su coño.

—Que me puse cachonda… —los dedos abren su coño para que yo lo vea. Mi polla va a reventar de las palpitaciones que daba. Si le cuelgo un yo-yo habría sido campeona mundial—. Y me acabé tocando delante de Yukio. Me abrí el coño, así, ¿lo ves?

Lo veo, lo veo. Sus labios mayores retirados, el clítoris durísimo y sobresaliendo exigiendo tanta atención como mi polla. La entrada de su vagina se contrae demandando carga cárnica en su interior.

—¿Te vio? —pregunto suspirando mientras su dedo gordo se paraba sobre el glande, se pringa de líquido, lo acaricia por el frenillo y baja por toda la polla.

—Ajá… —sus dedos bajan y dos de ellos se clavan en su interior—. Y se puso como una moto también… Así que la invité…

—¿En serio?

—Sí… ufff… estoy chorreando… aún debo tener saliva de Yukio bien dentro de cuando metió toda la lengua… Ya te conté que me enrollé con ella en una noche de karaoke y que follamos… y claro. Me vio allí… despatarrada y se puso a comérmelo.

—Vaya… dos guarras para hoy…

—Otra vez.

—Guarra.

—Otra.

—Cerda. Puta pervertida. Guarra.

—Aaaah… —sus dedos empiezan a moverse a más velocidad. La otra mano abandona el pezón que se está retorciendo y empieza a masturbarse el clítoris mientras la derecha no dejaba de meter dos, tres dedos en su interior con fuertes sonidos de succión.

Como consecuencia sus pies dejan de prestarme atención y el que me masturbaba, el diestro, acaba en la mesa. Así que lo cojo y se lo chupo también, sabiendo que eso la pone enferma, como cuando en la oscuridad de los cines o cines de verano le tocaba los pezones o la masturbaba, de críos. Cuando me saco algún dedo de la boca vuelvo a insultarla y ella gime en respuesta.

—Estás hecha toda una chupapollas Midori… A saber cuántas pollas han entrado ya en esa boca sucia que tienes…

—Mu… muchas, sí… pero… pero solo quiero la tuya…

En ese momento me habría levantado y se la habría metido hasta el gaznate, no os voy a engañar. Me habría follado su boca y su garganta hasta que se pusiera azul, pero prefiero esperar. A mi polla no le hace gracia. Pero la convenzo de que habrá recompensa. Pienso partirle el culo o el coño, lo que primero me quede a mano.

—Me… me voy a correr… —confiesa, entre suspiros y gemidos.

—Córrete… pero solo puedes hacerlo si confiesas que eres una cerda y una guarra —le digo.

—Yo no… ufff… me corro…

Le muerdo el dedo del pie para distraerla.

—Dilo…

—Oh, dios… oh… vale… soy una… ufff —sus dedos se clavan con fuerza y veo que va a eyacular. Lo va a poner todo perdido. Pero mira que es divertida—, soy… una cerdaaaaa y uuuuna guarraaaaaaa…

Con la última vocal abierta las caderas se le agitan, respira espasmódicamente, los ojos se le ponen en blanco veo la brutal fuerza de su orgasmo cuando empieza a eyacular. Me da a mí, a la mesa, cae en el suelo (por suerte esta parte no est tatami). El líquido brota como una meada transparente, de lo profundo de su coño (creo que dos glándulas o algo así, me parece haber leído) y su vagina se contrae eléctricamente. El orgasmo le dura casi un minuto en el que se tira de los pezones, se agarra a la silla, gime cuando se acuerda de respirar, saca la lengua y vuelve a gemir. Sus caderas corcovean y su espalda se enarca. Tarda tres minutos en serenar la respiración y volver a enfocar la vista.

—Cualquiera diría que llevas dos semanas sin correrte, guarra.

—Ufff… pero es que… me estabas chupando los pies… y luego pensé en que… ufff… si no me has follado ahora es porque lo vas a hacer… ¿verdad, primito, puto empalmado?

Me levanto. Esa es la señal (que ella use tacos) de que quiere algo duro. Me acerco y le cruzo la cara. Ella se ríe. Se la cruzo del otro lado. Me bajo del todo los pantalones y me pongo a horcajadas sobre ella. Acerco mi polla a su boca.

—Ahora vas a comer polla, puta. Serás mi prima pero eres una chupapollas y una zorra viciosa…

Antes de que se la meta ella gime y ríe. La polla entra sin permiso a mitad de la risa y se la clavo hasta el fondo, escuchando su arcada. La cojo del pelo con fuerza y de la cabeza. No dejo que me la chupe: le follo la boca. A mi gusto, con fuerza, brusquedad, clavándosela hasta el fondo, haciendo como que no me importa si puede respirar o no, pero controlando su respiración lo justo para que sienta cierta sensación de ahogo. Ella pone las manos sobre mi culo desnudo y procedo a bombear en su boca con fuerza.

—Tu boca también parece un coño, cerda. Y por eso me la follo.

Cuando le digo esa frase sacada de la peor peli porno del mundo, ella gime. El gemido hace vibrar sus cuerdas vocales y su garganta y eso, creedme, repercute en la polla cuando la clavas tan fuerte y es una completa pasada. Probadlo. Que giman cuando os la comen. Ya me lo agradeceréis.

Quiero correrme. Y tanto que sí. Con la masturbación de antes y toda la escenita eyaculante de Midori, no quiero más que soltar todo lo que albergue en las pelotas en la garganta de mi prima. Pero no. Me retiro y mientras ella tose, la agarro de la ropa, la pongo de pie y las prendas que le quedan puestas se las arranco, prácticamente. La falda vuela (y creo que he escuchado un crujido; ya le compraré otra) y la blusa también. Cogida del pelo, desnuda y chorreante la dirijo hasta el ventanal.

—Ahí, cerda. Que todo Tokio va a ver lo guarra que eres y cómo te revientan.

—Aaaahhh —es lo único que atina a decir. Veo que un espasmo le recorre la entrepierna y cierra un poco los muslos.

Con una brusquedad perfectamente calculada flexiono sus rodillas con un rápido golpe tras ellas y cae al suelo. De rodillas, con las piernas a los lados (muy a lo manga, qué le vamos a hacer, es así, yo ya la quiero) la cojo del pelo y vuelvo a follarle la boca al lado del ventanal. Estamos en un piso muy alto, no es probable que nos vean, pero siempre existe la posibilidad. O un vecino con telescopio. Algún hikikomori pajillero o algo.

Mi polla vuelve a entrar pero esta vez, aunque la sigo asiendo del cabello, la dejo que chupe. Sus labios ensalivados recorren todo mi tronco duro y la boca se abre para recibir mis pelotas en ella, que chupa y lame, metiéndoselas una a una en el interior y sacándolas con un fuerte sonido de succión. Me lame el perineo sin dejar de masturbarme y luego, por fin, me chupa toda la polla. Ella misma se ¿folla mi polla con la boca? Se mueve a gran velocidad, con la mano derecha la masturba, la izquierda ocupada en apretarme suavemente y con sus cálidas palmas los huevos ensalivados. Voy a correrme en breve, pero me fuerzo a detenerme. Le paro la cabeza, me aparto, le doy otro sopapo que la deja sorprendida y de pronto jadea profundamente, como si el bofetón hubiera activado un resorte orgásmico en su interior. Se corre. Se corre sin tocarse, solo por el hecho de ser usada y tratada como una guarra pervertida, interrumpir una mamada y abofetearla. Su respiración es rápida y un gañido me dice que se ha corrido otra vez, en esta ocasión sin fluidos barboteantes.

—Las manos en el cristal. Ahora vengo —le digo.

Salgo de la habitación con un anillo de silicona puesto en mi polla. Ahora tiene el doble de venas marcadas como tuberías del gas, tumefacta y durísima, tanto que casi me duele. Verás cuando se la meta.

Cosa que no tarda en suceder. Ella está con las manos apoyadas en el cristal, y yo la cojo de las caderas, meto mis dedos en su coño que aún palpita.

—Dilo.

—Yo… fóllame…

—No. Dilo.

—Fó… fóllate a tu cerda…

—Otra vez —y le clavo los dedos todo lo profundo que puedo y otro por el culo.

—Aaaah… fóllate a tu cerda, ¡soy una cerda, tu cerda, fóllame!

Y entonces, si muchos miramientos, enristro mi aparato en la entrada de su vagina chorreante y se la meto de una sola vez, toda entera, gorda e hinchada. ¡Raaaasss!

Ella grita y siento su coño palpitar, cabalgando hacia otro orgasmo.

En esta ocasión tiro de su cabello y con una mano la cojo del cuello. Se eleva un poco, se pega al cristal. Sus pezones se estrellan contra la fría y dura superficie y empiezo a bombearle el coño con fuerza y egoísmo. El anillo de la polla tiene un efecto retardante, pero ni todo el retardante del mundo puede aguantar cuatro orgasmos seguidos de la perra de mi prima que gemía a voz en cuello pese a que yo se lo estrangulaba. Al final, con movimientos bruscos y entrando y saliendo entero empezó a llegarme el orgasmo. La saqué, la hice arrodillarse al lado de la ventana, de perfil, y con dos sacudidas me corrí. Fue bastante bestia y puedo decir que me mareé. Unos fuertes manguerazos de semen se estrellaron en sus tetas y en su cara mientras ella mantenía la boca abierta y la lengua fuera, a lo hentai, a lo porno, a lo guarra que era y que tanto me gustaba.

Y sí, me limpia la polla despacio. Conforme se afloja y retiro el anillo, se la mete entera y la limpia con la lengua, hipersensible como se me queda, hasta retirar la última hebra.

Se levanta con una risita y me besa, como siempre hacemos. Con lengua. Mezclando sabores. Me mira y recoge con un dedo una larga gota de semen sobre su pecho izquierdo y se lo mete en la boca, chupando, limpiando de paso, con la misma mano, lo que le ha salpicado en la cara. De hecho yo lo recojo también con otro dedo y se lo doy a chupar, cosa que hace gimiendo suavemente y provocando que se me estremezca la polla.

*

Y, ¿qué hacer en Tokio? Tenemos amistades, salimos y llevamos un relativamente poco ajetreado estilo de vida que contrasta con la prisa inherente a cualquier tokiota. Encontramos muchos entretenimientos más allá de follar como condenados: museos, comprar mangas y hentai, visitar monumentos y pueblos… quizás uno de nuestros mayores pasatiempos sea este último, cogiendo el coche de mi tío y yendo por todo Japón.

Esta noche, por ejemplo, hemos quedado con una compañera mía de la escuela de idiomas. Ella está estudiando español y nos cruzamos de vez en cuando. Se enteró de que yo soy español y cruzó un par de palabras tímidas cuando le pregunté por la oficina de registro. La hice reír y aunque los japoneses no son muy dados a abrirse, ella resultó ser un cielo bastante divertido. Se llama Anetsuko pero la llaman Ani, es algo más bajita que Midori y tiene unos enormes ojos marrones con reflejos color miel. Lleva el pelo corto (mi prima lo lleva largo y solo se lo suelta en casa), y suele llevar pendientes descacharrantes. Labios gruesos y sonrisa franca. Pechos ni muy grandes ni muy pequeños, diría que me caben perfectamente en la mano y aún sobresalen un poco. Tiene las caderas anchas y las piernas algo arqueadas. Suele vestir muy a la moda pero sin llegar a ser una pija recalcitrante. Pues esa misma. Con Ani hemos quedado para cenar. Vamos a ir a un local del Shinjuku, el Rokkasen, que es un restaurante de yakiniku, un tipo de barbacoa donde te ponen el fogón en la mesa y tú sirves trocitos de carne sobre la parrilla. Se suele beber cerveza así que será divertido.

La noche es fresca, Midori lleva un jersey blanco fino sin sujetador, unos pantalones anchos azul oscuro y unas botas. Yo he optado por algo más formal que lo de clase pero no demasiado arreglado: una camiseta negra, pantalón de pinza negro y zapatos. Un cinturón de hebilla plateada y el reloj dan algunos toques de color. Un poco noventero, quizás. Pero coincido en una cosa con mi prima: ninguno de los dos llevamos ropa interior. Si estáis pensando que hemos salido de caza, estáis en lo cierto. Si habéis pensado en que Ani es la presa, volvéis a acertar. Cuando acabéis de leer todo esto pasad a por chuches de premio.

Cuando llegamos, Ani ya está allí, en la puerta. Lleva una chaqueta color crema y un vestido azul oscuro debajo, calcetines altos y zapatos. Saluda con una reverencia, que le devolvemos y hago las presentaciones oportunas. Si he decidido quedar con Ani es porque, efectivamente noté un cierto interés. He presentado a Midori como mi hermana y le he dicho a Ani que vivimos juntos, que nuestra relación es muy estrecha. Y lejos de miradas de recelo, en los ojos de la chica he notado franco interés. Ha recorrido con la mirada a Midori y le ha gustado lo que ha visto, y nuestro interés ahora es múltiple entre nosotros.

Os ahorro la cena y la conversación: llegado el momento ofrezco una copa en nuestro apartamento y Ani accede. Está solo un poco bebida, como se diría, con el “punto” y es perfectamente consciente de lo que hace. Midori es muy buena seduciendo mujeres. Dice que son más complicadas, son cajas japonesas comparadas con los hombres que somos como el juego este de encestar aros en un palote. Con ponernos palotes, hay veces que ni los aros hacen falta. Mi prima es muy sutil. Y un genio para las metáforas.

En la entrada Ani y Midori se están comiendo los morros con urgencia. Mi prima lleva toda la noche hablándole en un tono grave y suave a Ani que parece gustarle (hasta un par de escalofríos he notado cuando Midori le ha hablado de un onsen que vamos a visitar el fin de semana para disfrutar de sus aguas termales). Total, que las hago entrar mientras dan el espectáculo prácticamente en el pasillo, y a pequeños empujones en el que cae algún morreo con Ani, con su ancha lengua y labios gruesos y agradables, acabamos llegando a nuestra habitación.

Es Midori quien da el primer paso y en dos rápidos gestos se desnuda, y mientras voy besando a Ani para entretenerla, la desnuda. Las ventanas dan a la ciudad nocturna y casi no necesitamos más iluminación que la de los edificios y calles de Tokio.

Ani tiene areolas muy anchas y el pezón pequeño. Son de un color rosado fuerte y sus tetas tremendamente jugosas. Se ha puesto de rodillas y Midori y yo alternamos. Cuando yo la beso, ella le come las tetas y entre ambos la masturbamos. Su coño es prieto, profundo y jugoso. Tiene un poco de vello pero se lo recorta, y en los labios no hay. Midori me hace una señal y me pongo de pie. En el momento ella me coge la polla y tras besar a Ani, la guía hasta ella. Ani tiene una forma propia de comer pollas y lo hace con su propia sensibilidad. Lame el prepucio, masturba, la recorre con los labios cerrados pero húmedos, y se la introduce. No le entra entera pero se la deja en la boca un buen rato hasta que la saca y la comparte con Midori entre besos repletos de saliva espesa y sonrisas borrachas de sexo. Cuando dos te comen la polla es una puta delicia. Midori se ocupa de mis pelotas, y se las turnan en la boca cuando la otra se está metiendo la polla en la boca. Pero no soy tan egocéntrico y me muero de ganas de comerle el coño para probar su sabor.

Hago que se tumbe y entre los dos la lamemos prácticamente entera. De su culo ya hablaremos, es un sitio delicado para mucha gente. Pero me da que Ani no es novata. Midori, mandona ella se sienta en la cara de Ani y le pasa el coño por ella. La chica responde bien y se lo come con gusto. Veo su lengua dar saltos por todo el coño acuclillado de mi prima y me pone a mil. La polla me palpita, pero hay que seguir un orden. Así que me asomo a su entrepierna. Bien abierta, se está separando los labios. Los internos sobresalen, rosados, de los mayores. Nunca me he comido un coño así y creo que va a ser divertido. Su vagina palpita y le sale más flujo transparente. En la lengua tiene un dulzor apagado y su clítoris es muy duro y agradecido de cualquier atención, así que procedo a comerle el coño con todo mi buen hacer.

Midori se corre cuando llevo un buen rato de comida de coño y se retira, dejando a Ani descansar (al menos la boca). Se aproxima y se arrodilla detrás de mí. Si nunca os han lamido el culo mientras os masturban y estáis comiendo un coño a la vez es que no habéis vivido. O al menos no esta historia. La lengua traviesa de Midori juega con mi ano, mi perineo y mis pelotas colgantes. Mi polla es bastante dura y cabezona y no se baja cuando está erecta así que le queda fuera de alcance, por lo que me masturba con exigencia mientras me lame y me provoca empujando con la lengua o chupando con fuerza los huevos. Finalmente Ani se corre en mi boca. No eyacula pero le sale más flujo espeso y delicioso. Gime entrecortadamente y casi parece que se ríe.

Mi polla rezuma con maldad, necesita una víctima en la que clavarse. Mi prima decide ponerse encima de Ani. Le pasa las tetas por la cara, le come las suyas, la besa. Tengo cuatro orificios para mí solo así que procedo y las oigo gemir.

Ani tiene el coño más apretado que mi prima/amante y lo nota con fuerza cuando todo mi pollón europeo entra en su vagina lubricada. La follo un rato mientras los gemidos de Ani se pierden en la boca de Midori. Aprovecho mi mano libre y meto los dedos en el coño de esta última, y también en su culo. “El enchufe” me dijo mi colega Sebas, un día que se lo hizo a Midori. Estábamos juntos aquella tarde de verano al borde de la piscina. Ha sido uno de los pocos hombres que me ha comido la polla y que me he follado mientras se la metía a Midori. Qué tiempos.

La japonesa tiene otro orgasmo con mi polla dentro, así que la saco aun sin correrme, me doy la vuelta y voy a metérsela a Midori en la boca para que pruebe ese coño y mi carne juntos. Ani se pone como una moto mientras ve mi polla entrar en la boca de su nueva amiga y participa, comiéndome los huevos y pidiéndome su ración de polla en la garganta. Fue ahí donde corrí, no se tiene mucho más aguante después de habérmela estado follando tanto rato. Me corro sobre las tetas de Ani y Midori lo limpia todo con la lengua poniendo a nuestra nueva amiga a mil por hora, otra vez.

Yo me siento durante un rato viendo cómo se dan cariño y vicio entre las dos, dedos, lenguas, coños y tetas; descanso y recupero el poco aliento que soy capaz de aglutinar porque me estoy empalmando de nuevo, pero quiero ser un buen anfitrión, así que voy a por unas bebidas (agua, mucha agua) que traigo en una bandeja. Cuando vuelvo Midori no ha perdido el tiempo y ha sacado un consolador doble que se están clavando las dos. Todo acaba en un tremendo orgasmo sincronizado que las hace gritar mientras yo me toco la polla un poco y bebo agua fría. La noche de Tokio parece estar llena de orgasmos. La luna se levanta perezosa, y varios edificios guiñan sus luces rojas de altitud en sus azoteas con suave asincronía.

Las chicas dan buena cuenta del agua y pican algo de los tentempiés que he traído. Al poco estamos otra vez en la faena, sobre el futón, mientras ellas dos están en un sesenta y nueve, Ani me lame la polla que entra y sale del coño de mi prima. Alterno y va del coño a la boca y de la boca al coño.

Nos da el amanecer. Me he corrido cuatro veces, dos en Ani, una en Midori, y la última en las tetas de las dos, juntitas en torno a mi polla. Dormimos hasta tarde, los tres desnudos, para despertarme con la boca de Ani ocupada en recorrer toda mi polla. Midori se despierta al rato y se tras una visita rápida al servicio se ocupa del coño de mi compañera de clase hasta que se corre y yo hago lo propio en la boca de la muchacha.

Es una grata compañía y buena compañera de cama, pienso mientras hace una reverencia en la puerta de casa al irse. Se ha dejado las bragas. A propósito. Otra zorrita, me dice Midori.

—Veremos si es tan guarra como tú —le replico al oído, haciendo que se le pongan los pezones duros bajo el fino kimono de seda.

Nos reímos y nos vamos a la ducha. Pasaremos casi todo el día entre la cama y el sofá, descansando, leyendo y dormitando. Llevamos un buen atracón de sexo, y decido airear un poco la casa. Esa misma tarde nos preparamos para irnos al ryokan que teníamos previsto.

Ya os contaré.

Próximo capítulo: Nara y el ryokan. Follar al aire libre.