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Historia de Lily Cap. 04

en Hetero: Infidelidad

Andrés insistía en lo mismo. Quería follarme en la cama que compartía con mi esposo.

Había quedado claro que una parte de su deseo de acostarse conmigo era la experiencia de adueñarse de la esposa de otro hombre, lo que alimentaba su ego. Andrés quería ir más lejos y hacer cosas que humillarían a mi esposo, si es que este alguna vez llegara a enterarse. Aún más, quería que fuera yo quien hiciera esas cosas.

Yo, a su vez, estaba totalmente perdida por él. Esto se debía en parte a su enorme verga. No era que fuera un fenómeno. Nunca la medí. Era simplemente enorme, larga y súper gorda, y si pensaba en sexo, era sexo con esa tranca. Era en parte porque Andrés era un joven y atractivo semental. Y admito que en parte, también era excitante para mí su deseo de hacerme tomar acciones que humillarían a mi esposo.

Estaba caminando en la cuerda floja. Mi esposo me había besado en la boca poco después de que hubiera tragado el semen de Andrés. Y me comió el coño después de que mi nuevo amante depositara dos corridas generosas de semen en mi vagina. Por fortuna hasta el momento, no había sospechado nada.

Me sentía resbalando en los bordes. Pensé que amaba a mi esposo. Pero no podía negar mi lujuria. No pensaba ni por un momento que si lo dejaba, habría alguna chance de tener una relación con Andrés.

Y ahora Andrés quería presionarme aún más.

Traté de razonar con él. Fue un error. El hecho de que yo no quisiera hacerlo, no hizo sino alentarlo. Insistió en ello. Le dije que durante la semana trabajaba y que en las noches mi esposo siempre estaba en casa. Él me dijo que no aceptaría eso como respuesta.

Después de discutirlo un buen rato, me dijo que iría a verme a casa el martes a mediodía, y que era mejor que estuviese allí y además, vestida como una puta para él. Luego colgó.

Por primera vez, pensé seriamente en terminar la relación. Entendía lo que quería. Me daba cuenta que aquello lo excitaba. Inclusive me daba cuenta que también me excitaba a mí. Pero el riesgo no valía la pena. ¿Qué iba a pasar si por mala suerte mi esposo regresaba temprano a casa? ¿Y si alguno de los vecinos me vieran dejar a otro hombre a nuestra casa?

No pude dormir. Caí en la cuenta de que había estado jugando un juego muy peligroso. Estaba jugando a querer ser una puta. Me estaba vistiendo como puta. Me estaba comportando como una cualquiera. Hasta había corrido ciertos riesgos respecto a mi matrimonio. Bueno, ya me había divertido y ahora era el momento de parar y acabar con todo esto.

Después de todo, no amaba a Andrés. Sólo “amaba” ser dominada y follada por su verga. Era adicta a su polla.

A la mañana siguiente me sentía incómoda. Llegué a una conclusión razonable – pero me sentía como vacilante. Era algo gracioso, de hecho. No sentía culpa por engañar a mi esposo y tampoco por besarlo en la boca instantes después de haber tragado el semen de otro hombre. Pero ahora, sin haber tomado ninguna acción oficial para terminar mi affaire con Andrés, me sentía intranquila.

Al final del día, pensé en que lo mejor era asegurarme que estaba haciendo exactamente lo que quería. Así que decidí comprarme algo de tiempo y decir que iba a ir al dentista mañana a la hora del almuerzo, y que estaría de regreso como máximo a las 3:30. Estaba bastante segura en que no cambiaría de opinión, pero sólo quería asegurarme de que en el fondo estaba dispuesta a perderlo.

Esa noche en casa, mi esposo y yo estábamos viendo televisión. No podía concentrarme en el programa. Me levanté y me fui arriba. Empecé a ver mi ropa para elegir el atuendo con el que iría a trabajar al día siguiente.

Con el rabillo del ojo vi una falda pequeñita y muy ceñida que francamente no había usado en años. Me dije a mí misma, “Ese es el tipo de falda que a Andrés le gustaría verme puesta.”

Y eso fue todo. Estaba excitada. Y estaba excitada por Andrés.

Lo arreglé todo. Dije que tenía cita con el dentista y me tomé la tarde libre. Fui volando a casa. Sólo tenía tiempo para lavarme y “vestirme.” Me puse una tanga pequeñita y dejé mis tetas al aire libre. Me estaba terminando de echar crema humectante en el cuerpo cuando tocaron a la puerta. Era Andrés.

No necesitamos decir nada. Me llevó al sofá. Nos besamos con las bocas muy abiertas, nuestras lenguas entrelazadas. Le metí mano en la entrepierna. El hizo lo mismo con la mía. La faldita no ofrecía ninguna protección contra sus ataques.

Estaba desesperada por su verga. Entre besos, tiré de sus pantalones hacia abajo. Sabía que no necesitaba trabajarle la tranca. Me quité la tanga, me monté a horcajadas sobre él y me empalé a mí misma en aquel soberbio tronco.

Nos comportamos como animales en celo. Yo estaba completamente desatada. Él me embestía con la energía de un potro salvaje. No estábamos follando. Nos estábamos apareando.

De alguna forma, él se las arregló para detenerse. Me dijo que quería terminar todo en la habitación principal. No tenía voluntad para discutir, así que lo desmonté y le mostré el camino.

Nos desnudamos en un santiamén. La faldita de zorra ahora estaba tirada en el suelo. Yo estaba echada en el centro de la cama, esperando que Andrés me monte de nuevo. Él tenía otros planes. Me preguntó cuál era la almohada de mi esposo. Desconcertada y todavía echada, señalé la que estaba a la izquierda.

Andrés caminó hacia la almohada y la jaló hacia un lado de la cama. De pie, colocó su larga, durísima verga justo encima. Me di cuenta que estaba pegajosa por mis propios jugos. Él me dijo que me acercara y se la chupara.

Quería que se la chupara con mi cabeza y su verga justo en la almohada de mi esposo. Dudé. Andrés dijo, “Si, vamos a hacer un desastre la almohada de tu esposito – y no – no vas a cambiarle la funda.”

Quería llevar mi infidelidad a un nuevo nivel. Quería ensuciar la almohada de mi esposo con los resultados de mi infidelidad. Y yo no podía contenerme.

Acerqué mi cabeza a su verga y saqué mi lengua. Golpeé la cabezota con mi lengua justo en la abertura del glande. Su tranca vibró con aquella sensación. Este era el objeto de mi obsesión. Deslicé mi lengua hacia abajo, siempre pegada a su verga, hasta llegar a sus bolas. Después de empaparlas con mi saliva, tomé cada una, por separado, y las succioné con deseo.

Andrés gimió y me llamó “puta”. No me sentí ofendida. Ciertamente era una definición precisa. Me concentré en sus bolas. Parecían la fuente de su poder sobre mí. Y quería trabajárselas bien. Las succioné y lamí un buen rato.

Mi concentración se vio interrumpida cuando él me dijo que mirara la punta de su lanza. Volví mi cabeza hacia el glande y miré. Había estado goteando semen – goteando semen en la almohada de mi esposo. “Lame la punta,” me ordenó. Yo obedecí.

Con la mejilla derecha en la almohada de mi esposo, me metí la verga de Andrés a la boca. Él empezó a dar embestidas cortas y fuertes con su pelvis. Esto no era una simple mamada, Andrés me estaba follando la cara.

Sentí su mano cogiéndome de los cabellos por la parte posterior de mi cabeza, al tiempo que empezó a follar mi boca con auténtico frenesí. Pude sentir que la almohada empezaba a humedecerse y a mancharse – y pude saborear sus primeros jugos en mi boca.

Pero ni siquiera eso fue suficiente para Andrés. Después de casi quince minutos, sacó su pollón de mi cara y me dijo que me echara boca abajo. Luego me levantó y me colocó dejando con mi coño directamente en la almohada. Me jaló hasta el borde de la cama y se posicionó entre mis piernas. Me iba a follar en la almohada de mi esposo. Y la dejaríamos hecha un desastre. ¡Y yo iba a permitirlo!

Andrés simplemente me ensartó hasta lo más profundo. En un instante tuve su verga entera clavada hasta los huevos. En aquel momento no tenía ningún poder de voluntad. Aún si mi esposo hubiera entrado en aquel momento, le habría rogado a Andrés que continuara. Le pertenecía a otro hombre. No se trataba de que amara a otro hombre. Era una cuestión de lujuria, de carne. Nada estaba más claro para mí que el hecho de que la verga de Andrés era mi prioridad en la vida.

¡Y él sabía muy bien cómo usarla! Nunca me había follado de una forma tan perfecta hasta entonces. Taladró y martilleó mi coño y yo respondí con dos orgasmos absolutamente maravillosos. Le agradecí diciéndole que esperaba que bombeara en mi coño más esperma que nunca.

Él me respondió, “Así que dime, ¿quieres que dejemos hecha un desastre la almohada del cornudo?” pero no estaba preguntando, realmente. Estaba diciéndomelo. Gruñí como respuesta un “sí.”

Sentí que su cuerpo empezaba a tensarse. Y al poco rato sentí su semen inundándome el coño. La sensación duró largo rato. No cabía duda que Andrés era un semental.

Pasaron varios minutos hasta que alguno de los dos pudiera moverse. Él había colapsado encima de mí. Su polla todavía estaba clavada en mi concha, y él utilizó su posición para restregarme contra la almohada.

Finalmente llegó el momento de apartarnos y ver cómo había quedado la almohada. En el medio estaba hecha un desastre, pegoteada con la leche de mi macho y mis propios jugos. Andrés admiró su trabajo y utilizó su verga para esparcirlo por toda la almohada.

Yo sabía que la tarde no había terminado. Andrés nunca quedaba  satisfecho con un solo polvo. Yo tampoco.

“Eres una zorra” me dijo sonriendo con malicia. “Esto es lo que quiero que hagas.”

Andrés me indicó lo que haría paso a paso. Quería que besara a mi esposo con los restos de su semen en mi boca y quería que le hiciera comerme el coño de nuevo. Y por último, quería que la almohada de mi esposo quedara hecha un desastre.

Le dije que el juego se terminaría en el instante en que mi esposo viera la almohada. Él respondió que podía usar un secador de pelo. Pero no quería que cambiara la funda de la almohada.

Él sentía que todavía no había terminado con mi boca. Así que eso sería lo siguiente. “Mientras me recupero, quiero que me comas el culo – mete tu lengua tan profundo como puedas,” me ordenó.

Me quedé anonadada. Le había hundido un dedo en el ano a un hombre antes, pero nunca había probado uno. Y honestamente puedo decir que tampoco había querido hacerlo.

Ahora, Andrés era un hombre musculoso, sin llegar a la exageración. Me gustaba su trasero y me gustaba admirarlo, cuando no estaba obsesionada con su verga. Y allí estaba ante mí – aquel trasero que había deleitado antes mi vista.

Él vio mi reticencia y se rio. “No te preocupes,” me dijo. “Está limpio.”

Me sentí tan terrible. Las cosas que apenas había hecho eran los actos de una puta lasciva, salvaje y desenfrenada. Decidí que no tenía sentido detenerme en ese momento. Lo intentaría. Y así, incliné mi cabeza hacia abajo y besé el agujero del ano.

No estaba jugueteando. Puse mis labios directamente en el agujero de su trasero. El orificio era, me di cuenta, bastante pequeño. Me tomó varios intentos antes de que realmente pudiera penetrarlo. Después de un minuto o algo así, me di cuenta que estaba consiguiendo algún tipo de efecto. Andrés estaba gruñendo.

Mantuve mis labios fijados en el agujero del orto. Y seguí moviendo mi lengua en espiral apenas adentro de la abertura. Con una mano me las arreglé para agarrar sus bolas. Él gimió y gruñó más fuerte.

Mi cara se estaba convirtiendo en un desastre pegajoso mientras seguía follándole el ano con la lengua. Tardó un poco antes de que él se volteara, dejando su pollón cerca de mi rostro. Nadie me dijo lo que tenía que hacer.

Se la mamé a Andrés lentamente, por largo rato. Le presté una atención apropiada a sus bolas, al tronco y a la cabezota. Este, después de todo, era el objeto de mi lujuria. Esta verga era con la que estaba obsesionada.

Eventualmente él puso sus manos detrás de mi cabeza para tener un mejor control del ritmo. Yo era su juguete sexual. Las cosas tenían que ser a su manera. Repetidamente esa verga bombeó su camino hacia mi boca. Enrosqué mi lengua alrededor del tronco, y me aseguré de limpiar cualquier rastro de líquido preseminal del agujero del glande.

Podía sentir su urgencia. Los músculos de sus piernas empezaron a tensarse. Pero en vez de correrse, se detuvo. Tiró de mi cabeza hacia atrás y me dijo que estaba a punto de terminar, pero que no me lo tragara. Tenía que mantener su semen en mi boca. La mamada continuó.

Un par de minutos después, la verga de Andrés erupcionó en mi boca. Me sorprendí de la cantidad. Cuando por fin terminó, hice como me había dicho, y no me lo tragué.

Él trajo la almohada de mi esposo y la puso en frente de mí. Me dijo que escupiera el semen en ella. Me detuve por un momento para contemplar la maldad pura de su orden y luego obedecí. Abrí mi boca y deje que mi saliva y su semen resbalaran por mi barbilla directamente hacia la almohada. Ola tras ola de una intensa necesidad de ser follada me golpeaban con fuerza. Mi deseo por Andrés estaba en su pico máximo.

Para su sorpresa, me metí de nuevo su verga en la boca. Quería que no perdiera dureza. Lo necesitaba. Andrés es un semental. Un minuto después me estaba follando por detrás.

Fácilmente se trató del mejor polvo que me han pegado. Me reventó la concha, follándome como un animal. Me acercaba cada vez más y más al orgasmo, pero nunca lo conseguía. Solamente sentía como crecía y crecía. Él me embestía una y otra vez. Estaba en otro mundo – un mundo de colores arremolinados. Si mi esposo hubiera entrado justo en ese momento, le habría rogado a Andrés que no se detuviera. El sexo era todo lo que importaba, y tenía que ser con Andrés.

El orgasmo seguía escapándoseme. Sentía ola tras ola de placer, pero no podía acabar. Perdí todo sentido de la realidad. El mundo de colores arremolinados se había apoderado de mí por completo.

En realidad, me había entregado por completo al placer sexual con este otro hombre – este verdadero macho. Él tenía la habilidad sexual de poseerme. No era solamente que lo quisiera. Ni siquiera era que lo necesitara. En vez de eso era la sensación de haberle entregado mi voluntad por completo. Todo era para él y decidí que obedecería.

Andrés era como el macho victorioso. Él me había arrebatado de otros machos (mi esposo) y yo era su premio. Y estaba mostrándome porque era el macho alfa. Era una auténtica máquina del sexo, follándome con su enorme polla y alcanzando lugares que mi esposo no podía. Finalmente colapsó encima de mí y se corrió en mi interior. Mi orgasmo fue como una ola gigante. Simplemente me atravesó. Literalmente perdí el conocimiento.

Desperté poco a poco. Miré al reloj y vi inmediatamente que mi esposo estaría pronto en casa. Me volteé buscando a Andrés, pero no lo vi. Me moví y al sentir algo entre mis piernas me di cuenta que Andrés me había colocado la almohada allí, pegada a mi concha.

La almohada era un desastre, obviamente. Una parte de mi quería cambiar la funda. Pero tengo que admitir que realmente la mayor parte de mi estaba completamente excitada por no hacerlo. Seguí las instrucciones de Andrés y utilicé la secadora de pelo. Me tomó cerca de diez minutos, pero finalmente la parte pegajosa estaba seca.

Acerqué mi nariz y olí. El olor a sexo era inconfundible. Tenía un problema. Él iba a darse cuenta. Mi esposo se daría cuenta. Y entonces tuve una idea.

 

 

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Recibí a mi esposo en la puerta vestida con su lencería favorita. Él sabría que había estado pensando en sexo. (¡Sólo que no se imaginaba que acababa de tener sexo!)

Lo cogí por la entrepierna y lo llevé a la habitación. Le dije que no había ninguna necesidad de los previos – que solo estaba caliente y necesitaba un polvo rápido. Él estaba más que feliz de complacerme.

Tomé el control y le dije que quería que me follara desde atrás. Y antes de que pudiera decirme nada, ya estaba en la cama cogiendo su almohada, la que coloqué bajo mi estómago. Mi idea era simple. Tendríamos sexo, y si él notaba algún olor, pensaría que era de nuestro polvo, y no de algo más.

No perdió el tiempo y me montó con fuerza. Hace seis meses, lo habría disfrutado. Pero ahora aparecía como castrado ante mis ojos. Por primera vez, fingí un orgasmo. Eso aceleró el suyo.

La treta funcionó. Más tarde cuando fuimos a la cama a dormir, me dijo que su almohada olía a sexo. Sonreí malvadamente y le dije “Dulces sueños,” pero agregué en mi mente “cornudo.”

Me quedé echada y despierta, comprendiendo perfectamente que mi esposo era un cornudo, un imbécil. En sus narices, otro hombre había tomado el control de su esposa – sin utilizar la fuerza ni el chantaje; sin ser más atento o cariñoso; sino simplemente siendo más hombre.