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Jefe Cumplidor Cap. 03

en Hetero: Infidelidad

Es difícil describir como me sentí la primera vez que la vi.

Es cierto, mis inhibiciones ya se habían evaporado. Mi esposo, desde meses atrás me había estado empujando a comportarme lujuriosamente, alimentando mi excitación con sus fantasías. Luego de prácticamente rogarme que me follara a un tipo en nuestras vacaciones, estaba bastante más que claro que habíamos pasado el punto sin retorno.

Me sentía en un tren a punto de descarrilarse. Y en aquella boda, todo empezó a tener sentido. La visión del gigantesco pene de Andrés despertó algo en mí, algo que mi subconsciente había pasado la mayor parte de mi vida reprimiendo.

Mi esposo es parcialmente culpable por mi nueva naturaleza sexual, aunque creo que “culpable” no es la palabra indicada. Tal vez decir que tiene el “crédito” sea más apropiado. Julián siempre se ha sentido orgulloso de mí, y me ha ayudado a construir mi confianza y seguridad sexual en todos los años que llevamos juntos. Le encanta animarme a vestir provocativamente, mostrar mis atributos. Lentamente mis muros se derribaron y mi confianza sexual creció sideralmente. Siempre amaré a mi esposo por el orgullo que siente por mí, por sus retorcidas y deliciosas perversiones. Sin embargo, a veces es difícil no sentirse culpable. Como su esposa tal vez debí advertirle más, rechazar sus ideas más de lo que efectivamente lo hice. Después de todo, fueron esas perversiones las que nos llevaron a donde estamos ahora, y nuestro matrimonio nunca será el mismo. Julián ahora vive una realidad en la que su esposa se va a la cama con otro hombre regularmente, un hombre que está infinitamente mejor equipado sexualmente que él. Por más cruel que sea admitirlo, y a pesar de mi inmenso amor por mi esposo, su pene simplemente no tiene forma de competir con el de Andrés.

La primera vez que la vi, aquel día en la habitación de hotel donde los recién casados iban a pasar la noche, no podía creer lo que estaba viendo.

Julián y yo rara vez vemos porno juntos. Podría contar aquellas veces en que estábamos ebrios con una mano, y aún aquellos films eran bastante conservadores y sin mucho detalle gráfico. Pero sabía perfectamente que a cierta clase de mujeres se les etiqueta como “size queens”, una forma caricaturesca para describir a una mujer a la que le gustan los hombres bien dotados. Y sé también que yo encajo a la perfección en esa descripción. Nunca he sido ingenua y sabía perfectamente que los hombres rara vez comparten el mismo tamaño. Como ya conté en un relato anterior, mi antiguo novio estaba muy bien dotado.  Y ese deseo por hombres bien equipados solo ha crecido en todo este tiempo.

No pasó mucho tiempo para que mi perspectiva se viera fortalecida. Tan pronto como puse los ojos en el pene de Andrés, algo que estaba dormido dentro de mí volvió a despertar. Andrés no sólo lo tenía mucho más grande que mi esposo, sino que era aún mayor que mi antiguo amante. Fue como ver el pico más alto de la masculinidad, un apéndice hermoso e imponente del que no podía apartar mis ojos. Me hizo cuestionar toda mi vida de casada y retornar a tiempos antiguos, todo en un instante.

No me sorprendí de mi reacción. En pocas palabras, me volví loca de lujuria. Era sorprendentemente largo e increíblemente grueso, visualmente espectacular de una manera que no se parecía en nada al paquete de mi marido. En la base de su eje había un enorme par de testículos. En mi sorpresa, me dirigí a sus partes para morderlas y chuparlas tanto como fuera posible, mientras me maravillaba contemplar que su enorme aparato seguía creciendo. Se la mamé con fruición. Se la mamé como una loca. Agarré aquella portentosa tranca entre mis labios, pasé la lengua por toda su extensión, me la metí en la boca y la succioné como si en ello se me fuera la vida.

Me fui con Andrés de la fiesta, dejando atrás a mi esposo, lo que no deja de ser simbólico. El macho Alfa que desplaza a los demás, en este caso a Julián. Nos marchamos cogidos del brazo, como una pareja normal. Sobre la noche que pasamos juntos ya se encargó el mismo Julián de escribir. Su jefe me folló en todas las posiciones imaginables y no paramos hasta que salió el sol.

Cuando regresamos a casa y Andrés y mi esposo tuvieron aquella conversación, me sentía tremendamente excitada. La comparación que hizo Andrés de su tremenda verga con el pene más pequeño de Julián hizo que el coño se me mojara en una manera extraña y tabú. Como ya conté en el primer relato de esta historia, mi esposo la tiene más bien pequeña, y ciertamente en comparación con su jefe, esto se acentuaba más. Para mi horror, me sentí desvanecer por el morbo, la lujuria y la excitación. De inmediato supe que no se trataba de una aventura de una noche, sino que necesitaba esa verga en mi vida.

Pasaron los días, pero yo no podía quitarme la imagen de la verga de Andrés de la cabeza. Cada vez que estaba sola en casa cerraba los ojos y veía su peso, su tamaño, vívidos en mi memoria. Para echar más leña al fuego, Andrés no solo estaba bien dotado, también era muy atractivo, alto, musculoso. Y yo siempre lo había encontrado deseable. Verlo desnudo sólo había gatillado el deseo a niveles inconmensurables.  Me obsesioné desde un principio con su masculinidad.

Mientras tanto, el sexo con mi esposo se volvió más explosivo, más intenso. Lamentablemente, a menudo yo fantaseaba con que era Andrés el que poseía, y cuando se lo admitía a Julián, él se corría violentamente con una mirada cargada de lujuria y vergüenza.

No tardó mucho tiempo y a los pocos días Andrés se apareció en casa cuando Julián todavía estaba en el trabajo. Pese a que Julián y yo ya lo habíamos hablado y aunque Andrés estuviera al tanto de nuestro “arreglo”, yo todavía estaba luchando mi propia batalla interior. Y ahora, gracias a los denodados esfuerzos de mi esposo, tenía a su jefe en nuestra casa, con todo el lugar y el tiempo a nuestra disposición. No pasó mucho rato y ambos ya estábamos desnudos en la sala. Andrés sostenía su hermosa polla con una de sus manos, tirando de ella en toda su inmensa longitud y con mi mirada fija en aquella tranca. “Ven, quiero que juegues un poco con ella,” me dijo sonriendo.

Me sentía muy excitada, aunque todavía sentía algo de culpa al pensar en mi esposo, que estaría trabajando en su oficina. Me puse de rodillas, dispuesta a obedecer el mandato de mi nuevo amante. Su tranca estaba caliente al tacto y dura como el acero, se sentía el poder recorriendo cada centímetro de su miembro. Traté de rodear el grueso tronco con mi mano, pero mi dedo índice ni siquiera alcanzaba a estar cerca de mi pulgar. Era fascinante ver mi mano delicada contrastando tan crudamente contra la increíble masculinidad de su aparato. Empecé a masturbarlo inmediatamente, mi mano recorriendo toda la longitud de su miembro, arriba y abajo, arriba y abajo, loca de lujuria ante la visión surreal de estar explorándolo. Sus grandes bolas empezaron a contraerse, sus testículos chocaban perversamente contra el cuero del asiento del sofá. Tenía que sentirlos, acariciarlos y empecé a hacerlo con mi mano libre. Estaban muy calientes, pesados, y sin ninguna duda hirviendo llenos de su esencia.

“Joder, Andrés.” Me mordí el labio inferior, con el instinto asumiendo el control. “Me encanta tu verga.” Me escuché admitir, una vez más y sin estar en completo control de mis pensamientos o de mis emociones, con el cuerpo dominado por la lujuria. Acostarme con otro hombre con el consentimiento de mi esposo era territorio inexplorado para mí, pero estaba disfrutando cada momento.

Fue entonces cuando nos besamos, un beso apasionado, tabú, extramarital. Andrés no dejaba de meterme mano por todas partes, tomando mis grandes tetas en sus manos, llevándome aún más al límite. Nos quedamos así, explorándonos el uno al otro en completa excitación. Yo, una mujer casada, dejando que este hombre bien dotado hiciera lo que le daba la gana con mis tetas. Imaginé a mi esposo viendo la escena y aquel pensamiento hizo que me estremeciera de la excitación.

En aquel momento la lujuria controlaba mi mente por completo. Contemplé extasiada aquella portentosa verga y me dirigí a sus partes para chuparlas, morderlas y succionarlas tanto como me fuera posible. Me incliné y envolví con lujuria mi boca alrededor de su pene.

Tengo que reconocer que rara vez le hago sexo oral a Julián, simplemente nunca sentí el deseo. De cualquier forma, con Andrés este no era el caso. Su masculinidad me intoxicó rápidamente, su increíble presencia me excitaba en una forma que casi me asustaba. Empecé a darle besos a lo largo de toda la extensión del grueso tronco, deslizando mi lengua por sus grandes bolas, tratando de tomar todo lo que podía de él dentro de mi boca. Mis acciones se volvieron rápidamente depravadas, enamoradas por el pilar de testosterona crudo y masculino contra mis labios.

“Chúpala bien, Liliana, trágatela entera…” me dijo Andrés con una sonrisa burlona, dándome un azote en el trasero, al tiempo que yo, feliz, obedecía sus deseos.

Tuve que tomar un descanso ocasional y bombear con mis manos su dura tranca para darle tiempo a mi mandíbula de recuperarse. Perversamente, inclusive disfruté golpeando su verga contra mi rostro, de alguna forma gozando del sentimiento de sumisión de algo tan masculino contra mis mejillas. En medio de uno de mis frenesís, recibí un fatídico mensaje de texto de mi esposo, que me preguntaba si estaba en casa y qué estaba haciendo.

“Esto es lo que consigues cuando abres la caja de Pandora.” – pensé mientras le enviaba un breve video de mí mamándosela a su jefe. Pienso que una pequeña parte de mí quería que Julián me detuviera, que despertara de aquella pervertida fantasía y se diera cuenta que su esposa había sucumbido a otro hombre, que la visión de la gigantesca polla de Andrés infundiera miedo en su corazón, y que retomara su control sobre mí. Increíblemente, no hizo nada parecido, y aquello sólo sirvió para empujarlo aún más al borde del abismo, a su inevitable destino como cornudo. Nunca olvidaré cuando esa misma noche, lo encontré en la sala con los pantalones en los tobillos y la camisa cubierta de su propio semen, luego de haberse masturbado viendo aquel video en el que su esposa succionaba la enorme verga de su jefe. Todavía me excito cuando lo recuerdo.

Pero en aquel momento, mi pobre esposo estaba en el trabajo y seguramente estaba mirando fascinado, con los ojos muy abiertos, aquel video. Mientras tanto, yo estaba a punto de volver a acostarme con Andrés, su jefe, el hombre que a partir de ahora lo superaba en todo aspecto de su vida. Como profesional y, como amante mejor dotado que él, de su mujer. Nada iba a evitar que aquella tarde, Andrés y yo volviéramos a acostarnos.

No pasó mucho rato hasta que subimos a la habitación principal. Ya estábamos desnudos, así que pronto me encontré echada de espaldas en mi cama matrimonial. Mis piernas estaban muy abiertas para él, y mi concha estaba empapada, desesperada por sentirlo de nuevo. Sonreí pensando en aquella situación, sin creer que aquella era mi realidad. Hace algunos meses era una mujer normal, con una vida tranquila y rutinaria. Ahora estaba en la cama, desnuda, excitada hasta el límite de permitirle a este hombre bien dotado follarme por segunda vez.

Puede sonar extraño, pero los primeros pensamientos que cruzaron por mi mente mientras Andrés me abría la vagina por completo, fueron de lástima. No lástima por mi esposo, que quería esto para mí, sino por otras mujeres. Lástima por las mujeres con espléndidos matrimonios, con esposos amorosos. Mujeres que habían estado con el mismo hombre la mayor parte de sus vidas, lástima por las mujeres que quizá nunca podrían experimentar la sensación de ser penetrada por un pene verdaderamente grande.

Fue como si finalmente se concretara un deseo largamente prolongado, un deseo profundo, intenso, un ansia sexual largamente prolongada. Al igual que la primera vez, se sintió como una experiencia divina, casi me sentía fuera mi propio cuerpo, mientras su gruesa tranca estiraba las paredes de mi vagina en una forma casi indescriptible. Al tiempo que me follaba con su hermoso pene, nos besamos con nuestros labios fundidos apasionadamente. Mis neuronas estaban en llamas, inundadas de pensamientos salvajes y primarios. Ese momento recuperé una certeza, la certeza cruel y angustiante de que un hombre con una gran polla podría hacerme sentir como una mujer en formas que mi marido no podía.

Jadeé buscando recuperar el aire, y mis ojos se abrieron cuando las endorfinas se precipitaron a mi cerebro. La sensación de plenitud dentro de mí era algo incomparable. Su polla de alguna manera abrió mi vagina al máximo y me hizo sentir completa. El placer que estalló en mis entrañas provocó que la piel se me enervara, electrizada de lujuria. Gemí, aferrándome a la musculosa espalda de Andrés. Estaba siendo rellenada por un hombre real, y simplemente no había nada como eso.

 

“¡Fóllame!” le grité, delirante.

El bombeaba dentro y fuera de mí, su verga su polla estirando mi coño de forma implacable, tomando lo que era suyo con todo derecho.

Él gruñó. "Eso es Liliana. Entrégamelo todo. Entrégame por completo esa concha de mujer casada" dijo sonriendo malvadamente, disfrutando claramente su rol de hombre bien dotado conquistando a una mujer casada. Besó mis pechos y mi cuello, mis pálidos pezones se volvieron diamantes mientras me complacía más de lo que mi esposo alguna vez lo había hecho.

Nunca había sentido algo remotamente cercano a lo que Andrés me estaba dando. La forma en que su gran nabo bombeaba tan profundamente dentro de mí, estirando las paredes de mi vagina en formas desconocidas, causando que mis terminaciones nerviosas se incendiaran en una sensación de tabú. Me corrí con fuerza, el placer fue tan intenso que mis dientes comenzaron a castañetear, mis piernas temblaban mientras mis dedos se curvaban hacia adelante en una liberación orgásmica. Empapé su polla hundida hasta el fondo de mi vagina con mi crema, estallando violentamente sobre su erección mientras gritaba y me agitaba en un tremendo orgasmo.

 

“¡Ohhh!!! ¡Soy tuya! ¡Oh, Andrés! ¡Soy tuya! ¡Joder, soy tuya!

Ese fue el primero de los incontables orgasmos que tuve aquella noche. Orgasmos reales, poderosos, orgasmos vaginales, orgasmos tan fuertes que alteraron toda mi perspectiva acerca de la satisfacción sexual.

Andrés también se corrió varias veces aquella noche. Entre cada sesión, descansábamos por un momento, besándonos apasionadamente, lujuriosamente, ambos disfrutando del hecho tabú de que estábamos haciendo de mi esposo un completo cornudo. Los minutos pasaban y volvíamos a follar, Andrés tenía mucho más vigor y resistencia que mi esposo a pesar de que tenían la misma edad. Disfruté cada segundo con él, su preciosa polla me llevo a picos sexuales que no creía fueran posibles. Nuestros cuerpos estaban sudorosos, nuestros besos eran lujuriosos, nuestra lujuria innegable. Andrés estaba cambiando para siempre mi matrimonio con cada embestida de su increíble verga, y con cada estiramiento de mi vagina yo me volvía más sumisa a él, más suya sexualmente hablando. Era simplemente la naturaleza trabajando, por más cruel que sea admitirlo.

Luego supe que Julián, mi pobre, amado esposo, me había visto escondido desde la esquina de la puerta de la habitación, incluso escuchando mis palabras depravadas mientras el destino lo hacía un cornudo. Admitió que fue difícil para él, profundamente, verme reaccionar ante otro hombre de esa manera. Sin embargo, también admitió con vergüenza que fue más que excitante. Nunca olvidaré sus ojos avergonzados cuando me dijo que se masturbaba mientras veía a su jefe follándome.

Respeto es quizá el elemento más crucial de cualquier matrimonio y una vez que este se va, es prácticamente imposible recuperarlo. De hecho, me preocupaba, que esa noche, y durante los próximos días, comenzaría a mirar a Julián con menosprecio. Después de todo, él había retrocedido voluntariamente y le había permitido a un hombre sexualmente superior seducirme y follarme. Definitivamente comencé a ver a mi esposo en un rol más pervertido y sexualmente inadecuado. No es que Julián no pudiera satisfacerme en el dormitorio, él había cumplido hábilmente con sus deberes como esposo en nuestros años juntos, y si bien es cierto no tenía un pene promedio, tampoco era diminuto. Era el simple hecho de que ahora había experimentado algo innegable, y la experiencia sexual que Andrés fue capaz de darme empequeñeció a mi esposo incluso en su mejor día.

Rápida, y afortunadamente, aprendí a separar el respeto del dormitorio, del respeto general. El tamaño del pene de Julián no estaba bajo su control, sin embargo, su naturaleza asertiva, su confianza y sus otros atributos positivos estaban allí. Amaba a mi esposo, completamente. No podía echarle en cara sus deseos pervertidos, especialmente porque los había abrazado tan voluntariamente, y me había beneficiado tanto de ellos. Eventualmente comencé a darme cuenta de que en realidad había algo valiente acerca de Julián, que era capaz de romper constructos sociales, machismos baratos, y perseguir una fantasía innombrable para ver a su esposa satisfecha por un hombre más dotado que él. Además, después de algunas investigaciones, me di cuenta de que aquello en lo que nos estábamos involucrando ahora era una fantasía popular para muchas parejas casadas. Con el tiempo, los tres nos sentimos más cómodos en nuestra nueva dinámica, Julián se hizo más voluntariamente sumiso a mis necesidades en el dormitorio, naturalmente reconociendo que no tenía esperanzas de competir con lo que Andrés me estaba dando.

Julián incluso cayó en el hábito deliciosamente depravado de mirarnos, a veces Andrés venía a casa y me follaba en la sala, su enorme polla tan dura como el acero, claramente inflamada por su explosivo ego. Tenía que ser satisfactorio, en un nivel primario, satisfacer a una mujer casada justo en frente de su marido menos equipado. También fue profundamente excitante para mí mirar a los ojos llenos de lujuria de mi marido mientras miraba boquiabierto, viendo como Andrés perforaba el coño de su esposa justo frente a él. Cuando Andrés me llevaba a su habitación, Julián miraba las poderosas relaciones sexuales desde la puerta, sin atreverse a entrar. Incluso hubo momentos en que Andrés le cerraría la puerta y mi pobre esposo solo podía escuchar mis gemidos de satisfacción, mientras me esperaba con una angustia que sólo un cornudo puede experimentar.

Aunque sea cruel admitirlo, esas eran mis sesiones favoritas con Andrés. Fue durante esos momentos íntimos a solas con mi amante, que podíamos expresar nuestra honestidad. Me encantaba su comportamiento cuando follábamos, su personalidad se volvía naturalmente dominante cada vez que estaba dentro de mí.

"Te encanta mi polla, ¿verdad, Liliana?" me provocaba, llenándome por completo, satisfaciéndome de una manera de la que ahora era completamente adicta.

"Me encanta Andrés. Fóllame duro". Nos besamos apasionadamente, y él continuó provocándome, humillando a mi esposo de una manera vergonzosamente perversa que también me excitaba. Burlándose mientras me follaba y mi esposo esperaba agitado.

"Dime lo que quiero escuchar Liliana" exigió, haciendo que me sometiera de inmediato, con las piernas envolviéndole la espalda, sus grandes bolas cayendo sobre mis nalgas, la sensación de sus testículos masculinos como otro toque físico más de él que yo había llegado a amar.

 

Le susurré al oído las palabras más infieles que podía. "Me follas mucho mejor que mi esposo". Soltó un gruñido, mis palabras inflaron su ego mientras mi coño ordeñaba su enorme polla.

Me miró a los ojos, y yo a los suyos, los dos perdidos en nuestra lujuria.

Continué susurrando, "Tu polla es mucho más grande que la suya".

 

"Esa pollita no puede competir conmigo". Gruñó Andrés, bolas pesadas golpeaban mi trasero a un ritmo más rápido, nuestra piel sudada se pegó el uno al otro en celo.

 

Lo besé, "Nunca. Ese manicito no puede hacer que me corra como tú lo haces.”

 

Tal vez era una mujer horrible, una mujer malvada. Verdaderamente amaba a mi esposo, pero no podía negar al Alfa en mi cama, y una parte de mí anhelaba servir a su ego. Peor aún, a mí también me encantaba llamar la atención sobre aquel contraste. Era la biología humana básica, y el hombre con el órgano sexual más grande era sin duda el que merecía aparearse. Era un juego de roles pervertido, travieso, pero en aquel momento parecía que nada más importaba.

“¿De quién es esta concha?” me preguntó Andrés.

“Es tuya” respondía yo siseando. Nos besamos de Nuevo, nuestras lenguas se enroscaron fieramente.

“No es de tu esposo, ¿no es cierto? Él no te puede follar como yo.” Andrés era implacable, y eso me excitaba hasta el delirio. Sus pesadas bolas comenzaron a golpear mi culo con un ritmo más rápido, ambos nos preparamos para lo inevitable.

Sacudí mi cabeza, besándolo profundamente, “Él nunca podría follarme como tú lo haces.”

"Tú eres mi mujer, ¿lo sabes, no, nena?"

Asentí con la cabeza, "Sí joder. Soy tu mujer, tu mujer".

Continuó acelerando el ritmo de sus embestidas, su enorme verga me provocó otro alucinante orgasmo, mi coño empapó su nabo mientras me corría para él.

"Dámelo todo Liliana. Déjate llevar". Gruñó Andrés, apretando los dientes.

"¡Oh Andrés! ¡Me estoy corriendo para ti! ¡Es todo para ti amor!" Chillé, empujando violentamente mis caderas mientras mi coño se contraía, empapando su potente cilindro con mis jugos.

Mi poderoso orgasmo se extendió, reforzado por la increíble sensación de su polla hinchándose en mi interior, las pulsaciones de su semen erupcionando dentro de mí. Era otro elemento de destreza con el que me había obsesionado, sus bolas pesadas siempre producían una carga potente, y le encantaba correrse dentro de mí, chorro tras chorro de su semen empapando mi interior, cubriendo mis ovarios.

Andrés colapsó encima de mí, eventualmente sus embestidas se hicieron más lentas, “Joder, Liliana. Me encanta llenarte el coño.”

Sonreí, besándolo, “Se siente increíble cuando te corres dentro de mí.”

Andrés rio, “No creo que vaya a irme hoy. Tu esposo va a tener que sufrir. Va a escucharte gritar toda la noche.”

Sonreí encantada, “Será una tortura.” Hice una pausa y luego añadí, “Le va a encantar”