miprimita.com

La primera visita de carlos

en Hetero: General

LA PRIMERA VISITA DE CARLOS

Abrí  la puerta totalmente borracha. Nunca bebo cuando estoy sola. Soy bebedora social, ocasional, más bien de fin de semana. Pero aquel día había roto definitivamente con Ricardo el primer amor de mi vida. Y ya me había tomado tres cubatas.

No esperaba la visita de Carlos y al sonar el timbre me fui medio tambaleando hasta la puerta de la entrada.

Carlos se quedó petrificado. Todo cuanto había imaginado y recreado en su fantasía durante los últimos días estaba ante él. Me encontraba muy hermosa, de una hermosura absoluta, y dejó escapar un leve grito “ ¡Wow!”

-¡Carlos! ¡Qué sorpresa! Cuánto me alegra que hayas venido -le tendí los brazos y busqué su abrazo. El me besó  en cada mejilla. El dulce olor de mi piel se mezclaba con olor a alcohol de mi aliento-. Pasa, por favor pasa -insistí, tomándole del brazo y llevándolo desde el recibidor hacia la bonita sala de estar de la casa de mis padres.

Momentáneamente, la brillante luminosidad de la habitación le hizo sentirse incómodo. Sus ojos pasearon la mirada por los cojines multicolores de los sofás azules -un tresillo que rodeaba una mesa de café-, a través de la alfombra árabe, hasta  una estantería en la que mi padre coleccionaba todo tipo de soldados de plomo. Cerca de la estantería había un televisor  4k, que ofrecía un documental, y junto a él un bar portátil.

Yo  volvía a encontrarme ante su vista. Trataba de poner en orden mi blanco quimono de encaje, y me excusaba ante Carlos.

-Lamento que la sala esté tan desordenada, pero mi madre no está desde hace tres días y no he tenido tiempo-

-No hace falta que te disculpes Michelle.

Al cruzar la habitación en dirección al televisor, me tambaleé ligeramente por culpa de la cogorza que llevaba; después caminé con deliberada precaución hasta el aparato y lo apagué, acercándome seguidamente al mueble bar.

-¿Te preparo una bebida, Carlos?-

-Si tú me acompañas, sí -contestó él, cortésmente. -¡Ya lo creo que te acompañaré! -aseguré, levantando un vaso casi vacío-. Ya he comenzado hace rato -toqué una botella de whisky J & B, medio llena-. Yo tomo whisky con coca cola. No recuerdo... ¿qué bebes tú?

-Ponme lo mismo Michelle-

-Y  ¿a qué debo el honor de tu visita, Carlos? -pregunté, mientras llenaba los vasos.

-Llevo tres días, desde que nos vimos por última vez meditando el venir a verte. Sé que soy mucho mayor que tú pero no puedo apartarte de mi mente -dijo.

Y continuó: -Michelle, contigo me siento como un adolescente inseguro. Después de la reunión, cuando cenamos juntos, recuerdas que guardé un silencio casi continuo, incapaz de apartar los ojos de ti, pero esforzándome por no mirarte. Y, si te soy sincero ahora, aquí, junto a ti vuelvo a sentir una mezcla de incomodidad y atracción... he envidiado y odiado a Ricardo desde que lo vi besarte y me he preguntado mil veces qué podías ver en ese mocoso creído y pretencioso. Pero me he enterado de lo vuestro, de vuestra ruptura y aquí estoy, me he animado a venir a hablar contigo.

Carlos se dirigió a un sofá y se sentó, una vez más incapaz de apartar los ojos de mí. El quimono era vaporoso, a través del encaje blanco, casi transparente, y se podía adivinar el perfil de mis muslos, de mi culo y de mi coño desnudos. Por estar sola, no llevaba nada debajo. Carlos me miraba continuamente. Y a mí me comenzó a hacer aquella mirada un efecto extraño. A pesar del reciente disgusto por la ruptura de mi noviazgo, me encontraba muy, muy erotizada. Tal vez por el alcohol. No lo sé.

Carlos se reafirmaba en lo que él había sentido la última vez que me vio. Había observado mi belleza pelirroja, una belleza serena pero muy provocativa. Soy bastante alta, con un cuerpo elástico de curvas firmes pero rotundas en el pecho y las caderas, y unas piernas largas y esbeltas.

Trató de calcular mi edad mientras me acercaba con las bebidas. Al llegar delante de él, le ofrecíasu whisky con coca cola.

-Ahí lo tienes, Carlos, tu cubata.

Aceptó la copa, tomó un sorbo distraídamente y me preguntó:

-¿Estuviste en el entierro del abuelo de Marta? No te vi.

-No fui, pensé que Marta no hubiese querido verme, sabes que no nos llevamos bien –apuré de un trago parte de mi bebida-. ¿Cómo fue Carlos?-

-Como cualquier entierro, no te perdiste nada-

Me senté en el sofá, a poca distancia de Carlos, me arrellané contra los cojines de la esquina y coloqué las piernas sobre el sofá, levantando las  rodillas. Os juro que no me dí cuenta, pero dejé todo mi coño a la vista de él.

Carlos quiso disimular pero no pudo evitar mantener la mirada fija en aquel trocito de mi anatomía..

-¿Ricardo ha sido amable contigo?

Guardé silencio por unos instantes, mientras bebía un largo trago y después contemplé el vaso que sostenía mi mano.

-¿Si fue amable conmigo? No lo sé. Sí, supongo que sí, al principio. Yo no era más que una cría larguirucha de quince años, y él se mostraba amable. Después, durante el resto del tiempo, se mostró... bueno, atento conmigo-

Carlos trató de recordar aquellos primeros detalles. Yo había sido bastante descuidada en mi relación con Ricardo, le dejaba manosearme en público y nos habíamos convertido en objeto de curiosidad y habladurías.

Observó cómo terminaba mi cubata y me dijo:

-Michelle, ¿cuándo viste por última vez a Ricardo?

Reflexioné unos instantes.

-Hará unos seis días, tal vez siete u ocho. Pero los teimpos no solía venir muy a menudo por aquí.

-¿No vas a volver a verle?-

-En absoluto. No pienso ni hablar con él por teléfono -apuré las últimas gotas de mi vaso. Inquirí con voz un tanto pastosa-: ¿Más preguntas?

-Sí -dijo Carlos tras unos momentos de vacilación-. ¿Cuándo te lo hizo por última vez?

Traté de enfocar la mirada en Carlos, me costaba hacerlo por culpa de aquel último cubata -¿Te refieres a la última vez que me folló?  No sé..., hace varias semanas. Tal vez seis o siete. Y no fue muy agradable. De hecho, nunca fue muy agradable-

-¿Qué vida sexual has tenido durante todo el tiempo en el que Ricardo ya no te hacía caso?

No sé porqué me preguntaba con tanto descaro, pero, tal vez por su edad y por su voz cálida. O tal vez por la borrachera, le contestaba sin rechistar.

-Oh- dije- no tengo problemas para autosatisfacerme. A veces me masturbo-

-¿Eso te resulta suficiente?-

Alargué el brazo para dejar mi vaso y me incorporé para levantarme.

-Nunca he dicho que tocarme sea suficiente para satisfacer todas mis necesidades-repliqué.

Con el movimiento, mi kimono se había abierto por encima de la cintura y él pudo ver el blanco montículo de mi pecho. Me levanté y él notó la desnudez entre mis piernas. Clavó la mirada en mi ondulante silueta que se erguía ante él.

-¿Y qué piensas hacer ahora? Eres tan joven y tan hermosa-

-Lo que voy a hacer es prepararme otro cubata -respondí, pero sin moverme-. ¿Crees que soy hermosa? ¿No estarás simplemente mostrándote amable para obtener lo que deseas?

Él se levantó con rapidez.

-Lo que te estoy diciendo es que te deseo. Michelle. Te deseo. Siempre te he deseado-

Carlos me abrazó. Me apretaba con fuerza. Me besó en la boca, y después oprimió su cuerpo contra el mío hasta que pude notar su erección. Sus manos bajaron hasta mi culo sobre el encaje del kimono y apretó los glúteos clavando su falo escondido bajo el pantalón, sobre mi vientre.

No sin dificultad, eche atrás la cabeza y dije con voz entrecortada:

-Carlos, ¿sabes lo que estás haciendo?-

-Lo que siempre he deseado hacer desde que te conocí.

-Sí –suspiré. Fue un sí de abandono y sumisión. Aquel si le otorgaba los permisos que necesitaba.

Lentamente, mis brazos se enroscaron alrededor de él y nuestras bocas se encontraron.

Al estrecharse el abrazo, nuestros besos se hicieron más apremiantes y una mano de él trató de abrir el kimono. Sus dedos tocaron mi carne desnuda y tantearon hasta llegar al denso y suave vello púbico.

Abrí mis piernas y el dedo goloso encontró los labios mojados y se instaló entre ellos acariciando mi clítoris y masturbándome con delicadeza.

Me encantaba como lo estaba haciendo Carlos.

Empecé a gemir junto a su oído, mientras mi mano se dirigió al pantalón y comencé a  acariciarle.

-Yo... yo siempre te he deseado también, Carlos -murmuré.

É1 me levantó en sus brazos, y cruzando un pasillo hasta llegar al dormitorio principal, iluminado por una sola lámpara de pie, me depositó sobre el mullido cobertor rosa y blanco que cubría la cama. Después se quitó la chaqueta, la corbata y la camisa, y se desnudó completamente. Pudo verse en el espejo de cuerpo entero, y sus ojos azul pálido retuvieron su imagen de sus cuarenta y un años. Casi un metro ochenta, corpulento pero no gordo, recio y fuerte, sin manchas ni apenas arrugas. En el espejo pudo verme detrás de él, al borde de la cama, desprendiéndome de mi  blanco kimono. Pudo ver lo joven que era, la piel impecable color de melocotón claro casi blanca, pecosa, mi melena pelirroja suelta y  los pechos rotundos y erguidos con unos pezones grandes y endurecidos, mi  abdomen, el largo triángulo de suave vello púbico rojo rubio, casi amarillo.

Su mirada volvió a su propio reflejo. Dio media vuelta. Me había tumbado de espalda, y le miraba fascinada mientras él se aproximaba.

-¿Tanto es lo que sientes por mí? –pregunté a media voz.

-Más que nunca Michelle, te amo y te deseo más que nunca -llegó junto a la cama-. Hazme sitio.

Me aparté con un movimiento lateral y él se tendió a mi lado. Acarició mis pechos y se incorporó hasta arrodillarse. Me cubrí los ojos con un brazo, pasé la lengua por mis labios resecos, alcé mis rodillas y las separé.

Él se situó sobre mí, entre mis blancos muslos y me penetró muy lenta y profundamente. Me resultó deliciosa aquella polla dura y cuidadosamente tierna en el penetrar. Al moverse hacia adelante y atrás, me excitó hasta un punto insostenible. Noté que él estaba tan al borde del orgasmo que frenó sus movimientos, luchando contra la sensación hasta que la oleada pasó, y adoptó un ritmo firme e incesante, pero más lento, con unas penetraciones directas y recias. Choque de su pubis contra mi monte de Venus, de sus testículos contra mi culo.

A los pocos minutos, mis caderas empezaron a alzarse y descender con él y a describir movimientos circulares que se aceleraron e intensificaron. Gemía como una zorra. Y si él paraba yo seguía follándole.

Llegó el momento en que Carlos estaba preparado, y de pronto mis dedos se clavaron en sus hombros e indicaron que también mi orgasmo estaba al llegar. Abrí los ojos e inicié mi orgasmo y entonces él se convulsionó y volcó toda su leche dentro de mí.

Me  quedé exhausta debajo de él, y Carlos se separó para echarse a un lado.

-¿Has acabado? -preguntó.

-Sí, ya lo creo.

Él descansó la cabeza entre mis pechos, mientras yo jugueteaba con sus enmarañados cabellos. Pasado un rato, Carlos se tendió boca arriba y creo que pensó que yo era tan accesible, tan amorosa y acogedora, que resultaba la amante ideal. De pronto notó un movimiento involuntario entre sus piernas. Esto no le ocurría desde su juventud, pero se dijo que todavía era joven...

Su mano buscó mis pechos y los acaricio, frotando mis duros pezones y sintiéndolos crecer bajo las puntas de sus dedos. Me di la vuelta hasta colocarme de lado, noté la creciente erección de él y llevé mi mano hasta el pene de Carlos comenzando a juguetear con su prepucio y provocando que la erección se tornase más y más contundente.

Entonces lo atraje hacia mí, levanté las rodillas y me abrí de nuevo para él. Esta vez fue todavía mejor. El cuerpo de Carlos estaba cubierto de sudor y mi piel resbalaba al contacto con la suya.

Saqué su pene y me fajé de él. Me tumbé sobre el pecho ofreciendo mi anatomía trasera.

-Por el culo Carlos. Dame por el culo-

-¿Pero he de lubricarlo antes?-

Le sonreí –No Carlos están todo tan mojado que no hace falta-

-Me encanta lo zorra que eres- dijo mientras apretaba con el prepucio el ano que cedió sin pensarlo, alojando por primera vez su polla dentro de mi recto.

-¿Verdad que nunca más volverás a dejarme sola?

-Nunca -aseguró él, acariciándome la mejilla. Folló mi ano diez minutos, alternando aceleraciones con  frenazos. Finalmente tuvo su orgasmo. Yo ya lo había tenido antes, en silencio.

Satisfecho, saltó de la cama y se dirigió hacia la silla donde estaban sus ropas. Buscó y encontró su reloj. Era media tarde. Mientras se vestía, su mirada se posó en la cama. La respiración de mi pecho era poco profunda, pero estaba dormida.

Se acercó a la cama y, mientras contemplaba mi maravilloso cuerpo desnudo, un pensamiento cruzó por su mente.

Aquella mujer debía ser su esposa.